¿Buscando un consejo o una noche de pasión? [Privado +18]

por **Derek Van Wijs** Mar Ene 08, 2013 12:33 am

"Los hombres jóvenes quieren ser fieles y no lo consiguen; los
hombres viejos quieren ser infieles y no lo logran"
Oscar Fingal O`flahertie Wills Wilde

Derek visitaba el burdel después de varios meses. Recordaba el último día, cuando conoció a Tania Fernandez y creyó enamorarse de ella, además Alexês Nyíri la cortesana que lo traicionó y por la que casi muere en aquel jueves, aquella función en el teatro donde Ruggero había acudido a su llamado desesperado.

Cuando entró el ambiente erótico del lugar lo envolvió casi instantáneamente, un ambiente tan familiar y que había abandonado con la llegada de Crystall, su hermana y esposa.. Y cuando pensó en su esposa se preguntó –¿qué estoy haciendo aquí cuando en casa tengo a una mujer que me satisface, a quién amo como nunca lo he hecho?– se sintió desconcertado. Era verdad que antes de Estela, era un exitoso mago holandés con varios amoríos, nunca había sido fiel. Hasta que conoció a Estela, – ¿pero eso contará con fidelidad, cuando nuestro romance no duró ni un mes? – debatía mientras tomaba asiento cerca de la barra, esperando, sólo esperando.

– ¿Por qué estoy aquí? – seguía diciéndose, en un intento de convencerse de que amaba a Crystall como ninguna otra mujer y no podía serle infiel, pero algo en él lo hacían quedarse, – ¿No fue Crystall la que propuso que viviríamos como hermanos y cada quien tendría sus propias relaciones, ocultándolas de nosotros mismos, qué la sociedad era una farsa? – asintió pero sabía que su argumento era una estupidez, – eso fue antes de tomar no solamente su mano, sino también su cuerpo como la mujer que es y no como mi hermana – y Derek miró de un lado a otro esperando a que alguien hiciera presencia, su debate mental estaba cansándolo y haciéndolo sentir una escoria, ¿no lo sería si engañaba a Crystall?, no solamente era su esposa, sino también su hermana, quizás por eso su amor era superior a otros, era una extraña mezcla de amor fraternal y amor de hombre.

Derek pidió un trago, el servicio ya no era tan eficiente, – ¿o a qué se deberá? – el trago fue servido y bebió hasta terminarlo, como si pretendiera emborracharse y volvió a pedir otro. De pronto, extrañó el sonido de las palmas y a él sentado a un costado del plató generando ilusiones de cosas que ningún ser humano podría hacer y que la ilusión de sí mismo lograba. Se le dibujó una sonrisa y aquellos pensamientos que le atormentaban se marchaban con la visualización que tenía. Comenzó a escuchar los aplausos y se vio realizar su acto preferido, luego, la cena con altas personalidades de la sociedad y las noches en burdeles.

Y cuando menos se imaginó ya pensaba en Tania, en Lilibeth y en muchas otras cortesanas antes de ellas que fueron mis favoritas, – ¿qué tipo de recuerdos son estos...? Qué patético – se reprendió y bebió un sorbo del nuevo trago. Aún se encontraba solo, en la barra y pensando cuando no quería hacerlo, cuando sólo quería estar en la cama con una cortesana.

por **Clémence Pinaud** Mar Ene 08, 2013 10:04 am

"Es más fácil reprimir el primer capricho que satisfacer a todos los que le siguen."
Abraham Lincoln

La tarde transcurría sin mayores novedades, Clémence acababa de llegar al burdel con su apariencia impecable ya que, como siempre decía, su empresa era su cuerpo, y por tanto daba mucho cuidado a su apariencia personal. No era una prostituta cualquiera, era una prostituta dedicada; de costosos perfumes, maquillaje de primera, masajes capilares, todo aquello que le ayudase a mantener felices a sus clientes.

Así avanzó por los pasillos, saludando clientes antiguos, amigas, competencias, envidias, subordinadas, juguetitos, todo cuanto estuviera a su paso, con una sonrisa indescifrable y misteriosa, de aquellas que no sabes si te las dedican por compromiso o complicidad. Subió las escaleras y llegó hasta su cuarto para abrir su bolso y cambiar las sábanas, encender un par de velas aromáticas y sacarse el aparatoso vestido antes de guardarlo en el closet. Se miró al espejo y dio los últimos toques a su maquillaje, cepilló sus cabellos y arregló ese hermoso conjunto de lencería que llevaba por debajo del corset y la porta ligas, todo puesto en su sitio, nada dejado a la vista excepto la la textura delicada de sus piernas bien torneadas y aquellos hombros llamativos. Era, definitivamente, de aquellas cortesanas que preferían jugar un poco con la imaginación e ir soltando poco a poco el resto, con disfrute, con desesperación.

Bajó sólo cuando estuvo lista y pasó junto a la barra para ganarse detrás de todas, como siempre, medio escondida, para que nadie se fijase en ella pues era ella a quien le gustaba elegir. No obstante, aún antes de que tomara su puesto, un rostro conocido llamó su atención.

«Vaya, vaya... Pensé que se había muerto en algunos de sus actos» pensó al descubrir en el burdel al famoso mago de Amsterdan, ese mismo que deleitaba a todos con sus espectáculos de ilusionismo, a donde ella había acudido un par de veces como espectadora. Por supuesto que no era cortesana las veinticuatro horas del día, aunque ya le gustaría.

Se acercó al hombre con una sonrisa serena, más que a un cliente a él le veía como el mago famoso de su adolescencia, ese que te trae bonitos recuerdos de esas, las mejores etapas de tu vida. Sin embargo aquello no quitaba que siguiera siguiendo una coqueta descarada ¿o sí?

— Bonjour, Monsieur O’Raven — le saludó por su viejo nombre, sin sospechar si quiera de que había cambiado su apellido — ¿Desea usted compañía, Monsieur? — preguntó caminando por detrás de su espalda, mientras se acercaba para rozarle el oído con su propio aliento — ¿Hay alguna preocupación que las copas no logren sacar de su cabeza? — volvió a susurrar de cerca al tiempo que posó ambas manos sobre ese par de hombros masculinos y comenzar a masajear lenta pero intensamente.

No sabía aun muy bien las intenciones de ese hombre, pero a pesar de que ella no era de las cortesanas a quienes les gustaba sólo conversar, había excepciones como aquellas en las que estaría dispuesta a hacerlo, después de todo, el Mago de Amsterdan fue en su tiempo uno de los más esperados espectáculos de toda Europa, aunque de pronto el mago hubiese acabado en la ruina, o al menos era su propia idea de el porqué de esa visita.

— Si desea algo más, puede pedirlo. Después de todo, puedo asegurarle, mago... que no es el único capaz de hacer magia en este lugar — le sonrió, ahora masajeando hacia el centro de la espalda ¿Con qué objetivo? Aún no lo sabía, ya se lo diría él mismo, pues hay que recordar que es el cliente quien siempre tiene la razón.

por **Derek Van Wijs** Mar Ene 08, 2013 2:59 pm

"El adulterio es justificable: el alma necesita pocas cosas; el
cuerpo muchas"
George Herbert

Al fin apareció una cortesana tan bella que por unos segundos Derek olvidó a Crystall, el cabello rojo de aquella mujer le gustó de sobremanera y las intenciones de ir con ella y acariciarlo, hundir su nariz en éste y oler el perfume de mujer mezclado con su cuero cabelludo.

Derek volvió a desviar la mirada, posandola al trago, después de todo –¿esa mujer se había decidido por él? – Derek suspiró y creyó conveniente marcharse, sin embargo, cuando estaba por tomar esa decisión la bella cortesana llegó hasta él, saludándolo por su nombre artistico y Derek sintió que revivía. Aquellas palabras le habían causado tanta dicha que quiso darse la vuelta y tomarla en brazos, perderse en sus ojos y quien sabe que otras cosas podrían surgir. La cortesa ofreció su compañía, Derek no mudó de expresión, pese a estar entusiasmado y de pronto se sumió en un pensamiento, en algún recuerdo de ella... –¿La abre visto alguna vez, llegué a poseer ese cuerpo de torneada figura... Cómo es que sabe quién soy, o más bien, quién era?– pensaba sobrestimando su fama.

Y la bella mujer volvió a susurrarle al oído, provocándole una sensación de reconforte –¿Qué si existían preocupaciones en Derek...? Si– aunque no era algo difícil de descifrar con los gestos de Derek. De pronto, la cortesana ofreció un masaje a Derek, el ex mago cerró los ojos dejándose llevar por el placer que le ocasionaba, mas Derek no decía nada, dejó que la cortesana lo sedujera, después de todo ella llegó a él, sin razón alguna aunque de hecho no se necesitaba razones era su trabajo.

Y al fin llegó la pregunta que Derek esperaba y sonrió con malicia. —Me gustaría ver la magia que puedes ofrecerme— dijo y el masaje se terminó, Derek giró sobre la silla alta de bar y contempló los maravillosos ojos de aquella mujer que ya lo había conquistado. Se levantó del asiento y la tomó de los hombros. Sus recuerdos como el exitoso mago que fue volvieron a invadir su mente, pero esta vez no de forma amenazante, sino como un aderezo al momento que estaba viviendo frente a la cortesana de cabello rojo. Se dedicó a ver con más detalle el rostro femenino, los labios carnosos que lo invitaban a besar, como un imán que atrae el metal, así sus labios provocaban deseos en Derek.

Abandonó los hombros sin dejar el cuerpo, la manos de Derek se deslizaron hasta tocar las manos de la bella y deseada cortesana, aquella que convertiría en su amante si la deseo seguía nublando su mente y no la razón.

Fue entonces que imágenes del pasado de Clémence pasaron por la mente del mago, en un principio se desconcertó, no dominaba la reminiscencia por lo que el poder se había ejecutado contra su voluntad, pero al menos había obtenido algo... el nombre de aquella mujer que le cautivaba.

—¿Y bien... Me llevarás a tu escenario... Clémence Pinaud?— dijo de una forma seductora y con un ligero tono de arrogancia e hizo aparecer una rosa que ofreció a Clémence.

por **Clémence Pinaud** Mar Ene 08, 2013 7:09 pm

"Por dinero baila el perro, y por pan, si se lo dan."
Refrán

Los hombros del mago estaban tensos y endurecidos, eran testigos claros de los malos ratos vividos, esos que el preferiría ahogar en el alcohol como todo macho que se jactara de su propia masculinidad. Su espalda también era firma y bien trabajaba, lo que le daba una pequeña idea de lo bien que se debía ver sin camisa, de sólo imaginárselo, Clémense sonrió. Fuera del físico, había otro par de cosas que se podía describir por su aspecto, su ropa aún era tan fina como la que lucía en sus grandes espectáculos, después de todo, la vida parecía seguir sonriendo al grandísimo mago.

Sus manos recorrían su espalda con gran pericia, no tan sólo trabajando en aquellas zonas que relajarían su cuerpo, sino también tocándole de tal manera de hacerle sentir deseado. Tomándolo y presionándolo entre sus dedos finos, haciendo que sus tensiones escurrieran como agua entre sus dedos pues, quisiera o no su compañía de una manera más intima, ella ahí se quedaría.

Sonrío ante la primera respuesta y detuvo su masaje para ladear la cabeza y ser consiente de aquella sonrisa cómplice y maliciosa que se tallaba sinuosamente sobre los labios del mago. Doreckmair se giró sobre la misma silla y le miró de frente, al mismo tiempo que tomaba posesión de sus hombros, en esa primera caricia que hacía sus manos parte de su piel. No echó pie atrás cuando él se levantó, dejando que la distancia entre ellos se acortara de forma natural al tiempo que sus ojos verdes indagaban en los suyos, cautivándolos con la propia experiencia en el arte de la seducción.

Las manos del mago tomaron las de la cortesana y la voz de éste le hizo una invitación hasta su cuarto, haciendo con ello que las cosas se pusieran aún mejores para la decidida mujer, quien estaba dispuesta a sorprenderle aún más que el más complejo truco de magia realizado, sólo que ella funcionaba con dinero y no con alabanzas tenues.

— Mi escenario... — respondió acercándose lo que restaba hasta rozar sus cuerpos — El tuyo... — entrelazó sus dedos, llevando los ajenos hasta su propia cintura, donde los presionó contra su ajustado corset — El nuestro... — susurró contra sus labios, mirándole a los ojos al tiempo que dejaba que una sonrisa coqueta curvase sus comisuras a medida que hacía que las manos del mago se ascendieran por ella lenta y premeditadamente hasta el inicio de sus pechos.

— ¿Te gusta lo que ves? — le preguntó quitando las manos masculinas de su cuerpo hasta llevarlas a su boca — ¿Te gusta lo que sientes? — agregó un segundo antes de morder la yema de uno de sus dedos de manera suave y apretada — Puedo hacer que sientas aún mucho más en la privacidad de mi escenario, puedo gemir tu nombre como las ovaciones de un publico ferviente y hacer desaparecer mi ropa, tu ropa, con los aplausos del placer — succionó entonces su dedo tan sólo una vez y lo dejó escapar de sus boca, deslizándolo por sus labios, la barbilla y el propio largo de su cuello hasta la línea del escote.

— He ahí mi alcancía, puedes hacer aparecer tu dinero y yo haré enorgullecer toda tu hombría — le sonrió con suma coquetería mientras una mano hábil se deslizaba silenciosa hasta acariciar con sus propias uñas el borde de su entrepierna.

por **Derek Van Wijs** Mar Ene 08, 2013 11:46 pm

"Nuestras acciones hablan sobre nosotros tanto como nosotros sobre ellas."
George Eloit

La cortesana se acercó aún más y Derek hizo desaparecer la rosa de su mano, Clémence tomó sus manos, enlazándolas y las condujo a su cintura, haciendo que Derek sintiera el corset que a él tanto le excitaban. Aquella mujer era demasiado buena, provocativa, seductora que hechizó al mago con el simple encanto de su voz, de su carisma y sus movimientos.

Derek sonreía con audacia a las preguntas de Clémence, –Si–, le hubiera gustado decir y luego aquella afirmación le hizo creer en ella, en la veracidad de una mujer decidida y amante a su oficio. Así como él lo hacía como mago, en el entretenimiento que tanto extrañaba.

Clémence había cogido uno de los dedos de Derek depositándolo en su boca y luego de la afirmación lo succionó, provocándolo, posteriormente lo mordió con suavidad y lo fue guiando hasta la línea del escote, a donde el canalillo se veía con ansiada libertad a ser tomada.

Y cuando Clémence insinuó pagarle Derek cerró sus ojos y sonrió astutamente, cuando los abrió, se dedicó a contemplar el bello rostro. Y Derek sacó una pequeña bolsa llena de francos, suficientes para pagar el servicio de tres cortesanas por una semana. Recuerdos volvieron a invadir a Derek, como los poderosos ejércitos de antaño regresan más fuertes y someten a quienes lo sometieron, de esa forma los recuerdos controlaban la mente del ex mago.

Aquella gran suma era lo que siempre pagaba. Era por ello que en el burdel que frecuentaba era bien recibido por la madamas. Un cliente generoso, rico y famoso; aunque también arrogante, soberbio y prepotente. Así era la máscara de Derek.

La bella Clémence, la mujer de rojizo cabello tomó la bolsa. ¿Qué hizo después? Derek no lo supo, una visión estaba siendo proyectada.
Veía a Crystall, lloraba y entonces Derek se estremeció. Difuminó la visión y dio dos pasos hacía atrás. –Tengo que irme de aquí– se dijo, pero, y a pesar de que quería hacerlo, su cuerpo no se movió, se quedó ahí, contemplando a Clémence.

—Qué inicie el espectáculo, me gustaría corroborar que sus encantos opacan mi magia— retó de forma seductora.

por **Clémence Pinaud** Miér Ene 09, 2013 1:52 pm

"Los deseos se tienen, no se piden. Lo que se pide es el objeto del deseo."
Francisco Umbral

No eran rosas lo que le importaba sino su dinero, como toda cortesana astuta debía cuidarse de ser pagada aún antes de comenzar su trabajo, nada a medias, nada después. Ya que sólo luego de ser pagada podría dejarse engatusar por los encantos de sus clientes, o lo que era más honesto, dejarles creer que le tenían loca. Ese era su trabajo y su función, proveer a los hombres de todo aquello que les faltase fuera de sus paredes, hacerles sentir atractivos, encantadores, irresistibles, aunque claro, de cuando en vez se daba la ocasión en la que en verdad lo eran, en la que ellas quedaban esperando por volver a atenderles una vez más.

Sonrió satisfecha al recibir la bolsa con dinero que le ofrecía el caballero y se relamió los labios, dedicándole a él una mirada cómplice mientras sin disimulo abría aquella bolsa para echarle un vistazo rápido a su interior antes de volverla a cerrar y hacer una señal a uno de los centinelas para que se acercara a recibirla.

— Sé muy bien cuanto franco hay en su interior, bonito — dijo al entregar la cuantiosa suma, sin siquiera exagerar sus palabras, era empresaria astuta, además de cortesana de tomo y lomo.

Esperó a que el centinela se alejara y entonces regresó su mirada decidida a Doreckmair, quien le retaba muy seductor a demostrarle sus habilidades. Fuera o no una reacción típica de los hombres, debía reconocer que ese mago también tenía sus encantos que le hacían no tan sólo una persona llamativa, sino también alguien a quien atendería de forma voluntaria, aunque por supuesto la última palabra de esa aseveración la tendría finalmente el desempeño que el hombre pudiese tener en la cama.

— Por supuesto — le sonrió con lasciva mientras daba un paso hacia él y se enganchaba a su brazo para invitarle a caminar hacia las habitaciones.

De camino al cuarto, no dejó de mirarle con deseo, pues eso era lo que precisamente estaba dispuesta a trasmitirle, que él, Doreckmair O’Raven, era a sus ojos el hombre más deseado de todo el territorio nacional. Sólo unos pasos más allá y al llegar a los pasillos también acarició su pecho con la mano libre que en ese momento se deslizaba diestra entre la abertura de la camisa y se deshacía de los botones.

La puerta estaba abierta y la habitación les esperaba hambrienta del deseo desbordado que pudiese ofrendar esa pareja de amantes. Las velas aromáticas ya habían perfumado el cuarto y el lugar parecía incluso uno de los más lujosos y lujuriosos hoteles de toda Europa. Clémence cerró la puerta con seguro y enseguida volteó hacia el hombre, pero se quedó ahí, apoyada en la madera, con la mirada provocadora, antes de avanzar paso a paso, sacándose los guantes de seda negra. Le rodeó con su caminar felino, balanceando suavemente sus caderas, sin perder de sus ojos el contacto visual hasta sentarse en la cama y mirarle fijamente con una sonrisa torcida.

— Ven a mi — le llamó invitándole con su dedo indice a acercarse a sus labios — Aquí, ahora es cuando quiero tus rosas, Doreckmair. Acércate y haz tu magia; llena de pétalos la cama y tómame sobre ellas, tómame con tu furia, con tu fuerza, tómame entera, como nunca antes hayas tomado a ninguna mujer — se puso de pie cuando ya le tuvo cerca y le miró deseosa mientras su manos bajaban la camisa a medio desabrochar de sus hombros y sus uñas rozaban su piel — Tómame... soy tuya... — le miró a los ojos transmitiéndole a él todo el grado de lujuria de sus propias palabras.

por **Derek Van Wijs** Miér Ene 09, 2013 6:14 pm

“Lo más razonable que se ha dicho sobre el matrimonio y el celibato es esto;
hagas lo que hagas te arrepentirás”
Agatha Christie

Ella esperó entregar al centinela la bolsa con francos antes de hacer algo más. Y cuando el dinero fue entregado la cortesana se enganchó al brazo de Derek. Lo fue guiando hasta su habitación, una magnifica estancia lujosa, inclusive más que la habitación de su esposa. Había velas aromáticas y se respiraba un ambiente erótico provocado por el perfume.

Derek avanzó un poco hacía la amplia cama mientras ella cerraba la puerta, en un seguro de privacidad, Derek se giró para verla venir, su camisa estaba desabotonada a medias, pues en el recorrido Clémence se había dedicado a estimular el pecho y los hombros de él. Ella lo rodeó de una forma tan seductiva que Derek ansió ya tomarla, arrojarla sobre la cama y... Pero no lo hizo, ella se detuvo a su espalda, frente a la cama.

Lo invitó a buscarla, a tomarla como él quisiera hacerlo, insinuándole que Derek no tendría limitaciones, que si él deseaba comportarse como un animal mientras la tomaba en la cama ella no se lo impediría. –¿Quieres magia?– pensó Derek y se giró para buscar los ojos de ella. Y ella le volvió a pedir que la tomara entre sus brazos y con sus ojos seductores acompaño esas palabras lujuriosas.

La mirada de Derek cambió, la sonrisa se desvaneció y se sintió el hombre de antaño. La mascara del arrogante y vanidoso mago estaba surgiendo, como la enfermedad que azota a una aldea y se va, dejando a los hombres con la esperanza de que no regresará nunca más, pero regresa. Así regresaban sus sentimientos, como la tempestad.

Y como ella lo pidió, miles de pétalos aparecieron en la cama, de pétalos rojos, blancos y rosas, Derek no avanzó, en cambio creo una ilusión de él mismo, ocultando su verdadero cuerpo de ella, la falsa imagen caminó a ella. A la bella pelirroja que lo esperaba, mas Derek siguió plantado en el mismo lugar. De pronto, miró su mano, la alianza; brillaba con nitidez y la imagen de Crystall se proyectó en su mente como una premonición.

La veía de espaldas, escuchaba su llanto y apareció una mujer de bella figura y dorados cabellos, la reconoció, estaba en la primera reunión de la alianza. Ella reconfortaba a Crystall y después vio el rostro cubierto de llanto de su esposa. El desconsuelo de la escena, de Crystall destrozada, de una impotencia de no escuchar lo que hablaban ellas, de sólo oír el llanto, hizo llorar el corazón de Derek.

–Será mejor que me vaya– pensó y le dio la espalda a Clémence sin deshacer la ilusión. Pero entonces recordó que la puerta estaba asegurada y la llave muy probablemente la tuviera ella. Y Derek fue a ella, atravesó su propia imagen que se difuminó como el viento y la tomó por la cintura.

La miró a los ojos y se perdió en esos orbes que le encantaron, los labios seductores lo hipnotizaron y lentamente se dirigió a ellos. La escena de Crystall se debilitaba con cada centímetro que se acercaban los labios en un ansiado beso, lo que los unirían por una noche en amantes, claro, si Derek sucumbía ante el deseo.

por **Clémence Pinaud** Dom Ene 13, 2013 3:06 pm

"Lo mucho se vuelve poco con sólo desear otro poco más."
Francisco de Quevedo

Fue todo muy extraño, sentía como si estuviese tocando aire, y eso le desconcertó tanto como le desilusionó, si así es como iba a sentirlo, ya no sabía si en verdad quería hacerlo, pero el hombre ya le había pagado y ella tendría que tomar el trabajo por aceptado, aún cuando fuese tan poco estimulante que de seguro tendría que acabar consolándose por sí sola después de su partida. Cómo odiaba cuando aquello sucedía y generalmente procuraba recordar los rostros de aquellos clientes para nunca más volverles a atender, pues a veces, las cortesanas también se ponían exigentes.

Y cuando ya había perdido toda esperanza y lívido, por una milésima de segundo, la imagen del hombre se volvió borrosa y, como si hubiese hecho alguna especie de magia, su tacto se volvió en ese momento algo mucho más firme y seguro. Sonrió con renovadas ganas y le regresó la mirada, pudo ser consciente de como él le miraba a los labios, descendiendo a ellos con deseo para sucumbir a la tentación y hacerse partícipe de ese juego de dos. Fue ahí cuando sus brazos se posaron por encima de los hombros masculinos para tomarle de la nuca y acabar aquel espacio intimo hasta fundir su boca con la suya en un beso que poco a poco comenzaba a tomar fuerza y a hacerse parte del deseo reprimido. Su lengua se abrió paso entre los labios ajenos y se enroscó a la suya como sus dedos al cabello del cual tiraron levemente antes de morderle la boca.

Para muchas de las cortesanas, un beso era algo intimo, algo que no se daba a cualquier cliente, algo que denotaba la existencia de una unión mayor, de aquellas que llegaban a sentir algo más que deseo por esos hombres de paga. Para Clémence, en cambio, un beso era un beso, era el inicio de un contacto intimo, la primera de todas las caricias y el primer indicio que tenía del sabor de su piel. Doreckmair tenía un sabor especial, uno salvaje y lujurioso, aquel que sólo es entregado por la experiencia, por el dominio, por su boca que sabía a poder.

Mordió de sus labios y de la parte baja de su barbilla, al tiempo que sus hábiles manos le liberaban de la camisa al mismo tiempo que acariciaba su piel, apretándola y amasándola entre sus finos dedos que poco a poco se hacían presa del deseo, de las ansias, de ese poder que los hombres le conferían. Por eso volvió a acercarle a ella, esta vez pegándose a su cuerpo y sujetándole por detrás de la nuca.

— Ven — susurró sobre su oído antes de atrapar el lóbulo de su oreja entre los dientes y hacerle girar para dejarle de espalda a la cama y empujarle despacio aunque la determinación suficiente par hacerle sentar sobre el colchón y ella sentarse sobre su regazo, a horcajadas de su caderas, con una pierna a cada lado, como si de ese modo demarcara su territorio, su reinado.

— Tócame, Doreckmair — le pidió sin esperar respuesta, porque ella misma se encargó de tomar las manos del mago para llevarlas hasta sus labios y besar para humedecerles con su propia boca y bajarlas lentamente a través de su propio cuerpo; de su cuello, de sus clavículas, de su pecho — Tócame — le pidió nuevamente, liberándole las manos para que en ese momento fuera él quien decidiera que hacer con ese cuerpo perfecto que se le ofrecía tan gustoso para saciar la totalidad de sus deseos y de los propios, porque sí, le deseaba, le deseaba pronto.

por **Derek Van Wijs** Dom Ene 13, 2013 6:06 pm

’La infidelidad no es infidelidad, hasta que la persona engañada se entera de que lo han engañado’
Alex Martinez

La cortesana no permitió que Derek volviera escapar de ella, quizás Derek no tenía definidas sus intenciones, pero ella sí. Enlazó sus brazos por detrás de su nuca y llevó los labios a un beso, a una unión de bocas que tomó posesión absoluta de Derek, el intenso beso fue desbaratando la débil muralla de fidelidad que Derek había construido para Crystall. Clémence era una excelente besadora, sus lenguas se trenzaron y Derek se volvió participe en el beso que inició ella y que terminaron ambos.

La experiencia de Clémence excitó a Derek a tal grado de imponerse sobre la boca de la cortesana que ya lo había flechado, con su contoneo, con su larga melena roja y sus ojos seductores.

Clémence abandonó la boca, y con la maestría de una amante despojó entre caricias la camisa de Derek. Sintió esas manos sobre su espalda, en caricias provocadoras que avivaban sus deseos, así como el carbón sobre las llamas, que puede desatar un incendio . Así las manos provocaban a Derek, su alma infiel y su cuerpo pecador a la posesión sobre ella. Perdido en el calor del deseo carnal, Derek se acercó a ella, rompiendo la barrera de la distancia. Clémence volvió a abrazarse a la nuca, le susurró una invitación, de forma seductora mordió el lóbulo de su oído y lo hizo girar a modo que Derek le daba la espalda a la cama. Y el sentimiento de arrepentimiento viera de frente la puerta.

La mirada de Derek se posó sobre la puerta de la fidelidad, cayó por el empujón de Clémence, que ajena a los sentimientos encontrados de Derek, se sentaba sobre de él, dominando sus piernas, haciéndose del espacio de Derek.

Volvió a escuchar su nombre artístico y la atención la dedicó de nuevo a Clémence, ella tomó la mano de Derek y la guió a los gruesos labios carmín, humedeció los dedos y los hizo recorrer, del cuello de ella a sus pechos bien proporcionados. Clémence liberó las manos de Derek con esa petición de mujer.

Sin embargo, la puerta estaba ahí, en frente, acusándolo de algo que estaba por hacer, sería testigo de la infidelidad. Miró la perilla, era dorada y de varios adornos, ésta parecía le decía “¡no lo hagas!”. Y luego miró los orbes de Clémence, sus labios y le sonrió, sus manos se posaron en el cuello de ella y llevó sus labios a los de ellas, ansiando un beso como el anterior, se embriagó con ella en esa lucha que dentro de la boca de ambos se inició, una guerra de pasiones liderada por ambas lenguas. Y las manos de Derek, explorando la espalda de Clémence, sus piernas, sus brazos, y sus pechos aún resguardados por el corset.

Derek abandonó la boca en una retirada estratégica, besó la barbilla y luego el cuello. Ansiaba presionar sus labios y su lengua sobre esa blanca y fina piel, pero estaba prohibido dejar marcas en la cortesanas, sobre todo si eran visibles. Y Derek temiendo dejarse llevar por su instinto salvaje bajó hasta los pechos, al menos, la pequeña porción que sus labios podían acariciar.

Sus hábiles manos desamarraron el corset e igual de hábil, sin dejar de ser sutil, removió el corset dejando los pechos al desnudo. Derek los contempló por unos instantes, –Dios, que hermosos son– pensó y los masajeó con ambas manos, sentía el calor en el cuerpo de Clémence, lo excitada que estaba, –¿me estará deseando como una mujer, o su actuación es tan magnifica que me hace pensar eso?– se debatía cuando sus manos abandonaron los pechos, con las palmas de sus dedos Derek exploró su torso desde su delgado y suave vientre. La exquisitez del cuerpo de Clémence atrajo a sus labios a besar los pezones rosados de la cortesana, un beso ardiente y cariñoso en cada uno de ellos. Después, Derek acercó más el cuerpo en un abrazo cálido y salvaje, se levantó con ella en brazos y la dejó de pie, él, bajo en besos hasta tocar sus piernas torneadas, fue desabrochando con su boca las ligas que sujetaban la lencería que escondían el paraíso.

La prenda cayó por su propio peso, Derek lo siguió con la mirada y se encontró con la puerta, con la maldita y traicionera puerta que le decía ¡No lo hagas!

por **Clémence Pinaud** Sáb Ene 19, 2013 7:33 pm

"Prohibir algo es despertar el deseo."
Michel Eyquem de Montaigne

Sí... así, así era como quería sentirlo, decidido, posesivo, sensual...

Suspiró sobre sus labios en mitad de aquel beso, sintiendo como un torrente de nueva sangre caliente comenzaba a circular por su cuerpo haciendo subir su temperatura. Ese cosquilleo interno en medio de sus piernas y ese ardor inconsumado de su vientre deseoso de placer desesperado. Estiró su cuello, dándole el espacio necesario para ser besada, recorrida por aquella boca mágica y salvaje que le electrizaba la piel a cada centímetro que bajaba haciéndole sentir y desear con aún mayor intensidad.

Acarició los cabellos de su nuca, mientras se mordía los labios con fuerza y Derek se deshacía de los nudos de su corsé hasta dejar sus pechos al descubierto. Lo observó contemplar su propia figura y desearle con la misma vehemencia con la que ella se excitaba al ver en sus ojos el reflejo de su deseo. Le dejó hacer, le dejó disfrutar de ella, del mismo modo como ella disfrutaba sentirlo. Él le tomó con sus manos firmes y le arrastró para besar de sus pechos, arracándole un sonoro quejido desde lo más profundo de su garganta mientras a ella se le arqueaba la espalda del placer galvánico de sus besos que le desesperaban hasta arrastrarle al borde de la locura.

Un nuevo gemido brusco escapó de su garganta cuando el hombre le apretó aún más contra su cuerpo, haciéndole sentir el roce de su hombría que literalmente le robó el raciocinio. Quiso rasgarle la ropa y sacársela por completo para tenerlo, para que él le hiciera suya, pero él le levantó con su fuerza y la puso de pie, dejándole ahí, parada y con la respiración agitada mientras él recorría con su boca, la parte baja de sus caderas hasta deshacerle de sus ligas. Le observó expectante y deseosa de un poco más, pero él hombre miró hacia la puerta.

— Nadie vendrá — le aseguró ella, volviéndolo a empujar sobre la cama, esta vez para recostarle sobre el lecho.

Podía sentir el calor en sus bragas humedecidas, pero en su trabajo estaba el satisfacerle, el cumplir sus fantasías y hacer todo aquello que otras reniegan; desesperarle hasta que él mismo le pidiera a gritos el hacerla suya. Así subió sobre él como una verdadera felina, marcándole el pecho con sus propias uñas hasta llegar a su vientre desde donde el observó con los dientes apretados y la mirada fiera del deseo. Desabrochó de sus pantalones con brusquedad y se mordió los labios al observar ese barbárico bulto por debajo de la prenda interior.

— Mírame — le pidió antes de relamer sus labios y llevar su propia mano a la boca para mojarse los dedos, succionándose su propio dedo indice mientras su respiración agitada hacía subir y bajar sus propios pechos. Entonces se sacó los dedos de su boca y los llevó hasta la prenda masculina, en donde sujetó de su hombría y humedeció la tela con los mismos dedos que acababan de salir de su boca. Le sonrió con lasciva y mientras le acariciaba, se acercó hasta su boca para introducir su lengua en la suya y besarle con pasión pecaminosa, al mismo tiempo que intensificaba sus caricias y acomodaba su propio cuerpo sobre el suyo, frotándose con deseo sobre la misma prenda que aún les impedía el contacto.

— Voy a hacer que grites mi nombre — le advirtió antes de moverse y besarle ahora la barbilla descendiendo hasta su bajo vientre desde dónde le miró por última vez antes de descubrir por completo su hombría y ser ella misma quien le llevara hasta su boca para probar el sabor de su sexo.

por **Derek Van Wijs** Mar Ene 22, 2013 11:12 pm

”No pretendas que las cosas ocurran como tu quieres.
Desea, más bien, que se produzcan tal como se producen, y serás feliz”
Epicteto de Frigia

Derek salió del trance cuando ella le aseguró que nadie vendría, él lo sabía, él no temía a que cualquiera los descubriera, no, el temía hacer daño a Crystall, temía que en cualquier momento una premonición se presentara para fastidiar aquella noche con Clémence. La deseaba.

Clémence lo tiró a la cama, no había vuelta atrás, o eso creía Derek, la vio agazaparse como una felina, las uñas de la cortesana irritaron la piel del mago dejándole surcos rojos, en un roce que le erizó la piel, el pecho quedó marcado, su vientre y cuando Clémence se disponía a desabrochar su pantalón lo miró, y aquellos orbes le proyectaron una premonición.

Era un escenario, era el teatro con un lleno total y ahí estaba él, haciendo su magia de antaño, no proyectando sus ilusiones, realmente era él y los trucos que mortales podrían hacer.

La cortesana le pidió atención, a Derek le pareció que ella se había dado cuenta de lo que ocurría. Lamió sus labios de forma sensual y el ex mago comprendió que había sido un llamado lujurioso y nada más. La vio meterse los dedos en la boca, lamérselos y succionándoselos, era tan bella, tan joven y la manera en la que sobre llevaba la situación era apremiante. Aún no unían sus cuerpos y Derek ya tenía intensiones de regresar, de convertirla en su amante. – ¿Pero en qué estoy pensando? ¡Esto no debe de repetirse! – pensaba.

La cortesana llevó su mano a la prenda interior, humedeciéndola, excitando cada vez más el cuerpo de Derek, que ya ansiaba el momento. Le sonrió con malicia después de tragar saliva y ella buscó sus labios, lo besó introduciendo su lengua en la boca de él, sometiéndolo a una pasión mayor a la que Crystall le provocaba, sintió el contacto de las bragas femeninas en su bulto, la sangre de Derek ardió en un deseo que aplastó a todos los anteriores, ambició girarla y desgarrar su braga, ver aquel paraíso oculto y dejar a sus dedos que explorasen.

—No espero menos — respondió a la advertencia y con sus ojos siguió la trayectoria de Clémence, contempló una vez más aquellos orbes celestiales y Clémence se dedicó a cumplir su cometido, la sangre de Derek hervía levantó su mano para tomar el cabello de Clémence y un brillo lo distrajo, la alianza, el símbolo de su unión con Crystall y con este resplandor una reminiscencia, un resplandor que borró la escena con Clémence e impuso otra.

Databa del día de su boda, cualquiera diría que era un recuerdo común, pero no para los que poseían el don de la reminiscencia, no, para ellos es como viajar en el tiempo, sentir el aire, respirar los aromas del lugar, escuchar las voces del ambiente. Así lo miraba Derek, caminaba invisible cual fantasma entre los invitados congregados y que de hecho no eran muchos. Los escuchó cuchichear algo que en su momento no había escuchado, secretos en labios de otros se le revelaban y a lo lejos, mientras la boda se realizaba estaba Killer Bee, la inquisidora que se les había presentado como Cammille White y en quien habían depositado su confianza.

Camino hasta ella, quería escuchar lo que ella, estaba escandalizada ahí se había enterado de la relación de Derek y Crystall, en boca de las criadas, ¿cómo se le pudo haber pasado a Derek? No importaba, y Derek se desatendió de Killer Bee y vio el final de la boda, a su hermana buscando sus labios, quizás el besó más importante para ella y que Derek rechazó. Y la proyección de Derek lloró y no supo si lo estaba haciendo realmente, si Clémence escuchaba su llanto.

—¡No! — exclamó Derek sin saber porqué y regresó a la realidad, aquel no aún resonaba en sus labios y como si de cero iniciase el placer lo fue invadiendo.

por **Clémence Pinaud** Dom Ene 27, 2013 6:06 pm

"En los momentos de ansiedad, no tratéis de razonar, pues vuestro razonamiento se volverá contra vosotros mismos."
Alain

Subió y bajó su cabeza, devorando aquel trozo jugoso e hinchado de su hombría. Disfrutó de su sabor y de su textura masculina, gallarda e imponente, tibia. Le sintió a él retorcerse de placer y enredar sus dedos entre sus cabellos rojizos. No supo porque las reacciones de Dorekmair cesaron, como si de pronto su cuerpo se hubiese hecho inmune a sus caricias. Se sintió un poco confundida, entonces quiso arremeter con aún más fuerza ¿Estaba haciendo mal? ¿No era lo suficientemente buena para provocarle placer? Quiso saber, pero no estaba en las alternativas de su orgullo el preguntar, así que simplemente se aferró a su miembro con aún más ímpetu, en un beso profundo y pasional, moldeándolo con su propia lengua hasta que aquel “¡No!” salido de la garganta del hombre, le hizo alzar la cabeza y mirarle en busca de una explicación que parecía, en verdad, no existir.

Su mano aún acariciaba de él y él parecía volver a entregarse nuevamente al placer. Clémence frunció el ceño y decidió no preguntar, por lo que retrocedió hacia los pies de la cama desde donde tiró de los pantalones del mago, que ya estaban a medio sacar, para deshacerse de ellos por completo. Algunos de los pétalos de rosas también cayeron, pero nada importó, la cama estaba llena , invitándoles a revolcarse en su suavidad y aroma, y embriagarse del deseo.

— Me gusta tu varita — comentó con aire travieso mientras dedicaba una mirada a aquella parte de su anatomía y bordeaba el costeado de la cama para darle la espalda y mirarle por sobre su hombro mientras enlazaba sus dedos a un costado de sus bragas — Mira esta magia, mago — le sonrió y, con una sutileza maestra, tiró de sus bragas hacia abajo, descubriendo aquella zona oculta de su anatomía. Sólo llevó la prenda hasta medio muslo, pues tras ello cayeron solas a causa de la propia gravedad.

Sólo entonces volvió girarse para mirarle de frente, mirarle a los ojos en donde veía su propio reflejo desnudo, al igual que el mismo mago. Así se acercó a su lado y se recostó junto a él, acariciando la mejilla para repetir aquella pregunta que le hubo hecho en la recepción — ¿Te gusta lo que ves? — le sonrió — Es tuyo.... tómalo, Dorekmair.

Volvió a besarlo y a morder de sus labios, bajando la caricia de su mano por su pecho desnudo hasta volver a hacerse de su hombría e incitarla, acariciarla como si fuera suya, de su propiedad, de su autoría. Podía sentir ya como su cuerpo se preparaba para recibirle, completamente listo y deseoso del Mago de Amsterdam a quien tenía en sus manos para darle el mismo placer que ella recibir, por eso buscó tomar una de las manos masculinas para hacerse de sus dedos y llevarlos hasta la calidez de su entrepierna, en donde la humedad de su carne delataba la veracidad sus deseos.

Su cuerpo reaccionó al contacto y la piel se le erizó por completo, sintiendo como un calor especial comenzaba a recorrerle desde el interior de su vientre hasta invadirle en una verdadera explosión de placer que también endureció sus pechos haciéndole cerrar los ojos y dejar escapar un gemido de deseo y pasiones ambicionadas.

por **Derek Van Wijs** Dom Feb 03, 2013 1:43 pm

”Lo que importa no es pensar en el pasado ni en el futuro.
Lo importante es cargar con el ahora”
John Lenon

Los pensamientos se desvanecieron con cada beso y caricia de Clémence, la mente de Derek se concentraba en una sola razón, el placer otorgado por Clémence y nada más. ¿Cuánto tiempo había durado su reminiscencia?, Derek no lo sabía, así como un niño pierde el tiempo cuando se duerme en pleno viaje, y no sabe si ya paso uno o dos días, así Derek estaba perdido.

La cortesana le sacó el pantalón por completo, levantando unos pétalos en aquel sensual movimiento. El bulto de Derek estaba totalmente erecto y después del juguetón comentario de Clémence se endureció más.

Le dio la espalda, aquel cabello rojizo sobre su silueta delgada le atrajo tanto que quiso levantarse y tomarla por detrás, aferrar sus manos a esos pechos firmes de pezones rosados, tirar su cabello a un costado y besar su cuello, mas no lo hizo, sólo acomodo la almohada en la cabeza para estar más cómodo. Un nuevo comentario y Derek sonrió, vio caer las bragas de Clémence y creyó ya sentirla.

Se fue dando vuelta, era como una ilusión proyectada por él mismo, así de espectacular la cortesana giraba, su cabello no se alzaba pero si desprendía un brillo especial, esos seductores y hermosos orbes lo miraban, usando los propios de Derek para reflejarse cual espejo, Clémence se recostó junto al mago de forma tierna, como lo haría una pareja y entonces Derek dejó de verla como una cortesana, le pareció tierna aunque no lo había demostrado antes.

La misma pregunta, era como si esta vez ella esperase una respuesta, mas Derek no respondió, – claro que me gusta – pensó y sonrió de forma pícara. Volvió hacerse de su hombría, apoderándose de ella. Aquella ternura desapareció del rostro de Clémence y una fiebre emergió de las entrañas perversas de Derek, ella le tomó de la mano y condujo sus ansiosos dedos al paraíso, un paraíso que pronto reclamaría como suyo.

El gemido de Clémence fue como la luz verde que el inconsciente de Derek esperaba. Se sintió altivo, arrogante, pedante. Los ojos del ex mago destellaron con malicia, su misma magia emanó de su cuerpo y oscureció la habitación; se reincorporó girándose hacía ella. Le abrió las piernas y las zonas erógenas hicieron contacto, un roce que transmitió una inmensidad calorífica. Derek hizo aparecer una rosa y acarició con los suaves y perfumados pétalos el vientre de Clémence, subió a los pechos, moviéndose de un lado a otro, como lo hace el pincel en un lienzo. Así la rosa a mano de Derek pintaba la piel de Clémence.

— Harás que grite tu nombre, ¿cierto? — bofó con una sonrisa astuta y fue entrando en el paraíso de Clémence, un par de gemidos y se detuvo, pensó por última vez en Crystall, si existía una oportunidad para no traicionar la fidelidad de su hermana, esa oportunidad terminó cuando Derek hizo el primer embiste, del que no sería el primero de lo que auguraba ser una noche de pasiones y no consejos.

por **Clémence Pinaud** Dom Feb 24, 2013 1:54 pm

"La finalidad del castigo es asegurarse de que el culpable no reincidirá en el delito."
Cesare Beccaria

Estaba absolutamente entregada al placer que le entregaban los dedos del brujo, con su boca ligeramente abierta, misma por donde escapaban sus aún comedidos gemidos de placer. Sin embargo, aún así pudo ver por las pequeñas rendijas que quedaban entre sus párpados entreabiertos, como se oscurecía la habitación por misma arte de magia. Abrió sus orbes, asombrada, pero no tuvo tiempo de nada más, pues Derek se incorporaba sobre la misma cama para abrirle las piernas, soprendiéndole de que por primera vez en toda la noche, el hombre pareciera tomar una iniciativa.

Sus labios nuevamente se abrieron para dejar escapar un suspiro ahogado, sentirle ahí, tan cercano, tan al borde del placer mismo, le desesperaba, le hacía desearlo con la misma ferocidad y entrega que sólo salían de sus sueños más audaces. El calor de ambos cuerpos, la suavidad de su piel y la firmeza de la ajena, que poco a poco le invitaba a desearle aún más.

Se retorció sobre su propio eje, arqueando la espalda y elevando inconscientemente sus pechos cuando el hombre deslizó una nueva rosa por sobre su cuerpo. No sabía de donde la había sacado, pero que importaba, todo era magia inexplicable junto a ese hombre que de un momento a otro comenzaba a tenerle loca, demente de placer y necesidad, que el calor de sus zonas más erógenas se volvía cada vez aún más insoportables, mas suplicantes y hambrientas de la carne trémula que el hombre aún se negaba a entregarle.

Apenas fue capaz de mirarle cuando el mago volvió a dirigirle la palabra, pero no pudo responder nada. Derek por fin aceptaba la invitación que por tantos minutos le había suplicado. Ya estaba lista, totalmente preparada para él, para aceptarle en su interior, en sus propio vientre. Una sensación ligeramente dolorosa pero cargada de placer y que era capaz de robarle hasta el aire, así era siempre las primeras de las sensaciones, ya luego se convertía en juego placer, deseo y desesperación por siempre querer un poco más, un poco más, un poco más hasta sentir que estallaba por dentro como una verdadera bomba de tiempo.

Gimió de las ganas, del deseo, y se ancló a sus brazos, para mantenerle firme y así intensificar aún más sus movimientos. A ojos cerrados buscó sus labios para ser ella quien ahora introdujera parte de ella en el cuerpo ajeno. Le besó con entereza, mordiendo de sus labios hasta el grado de lo doloroso y enlazó sus piernas a la espalda del mago, para luego mirarle a los ojos con una sonrisa tan astuta como la suya.

— Pórtate mal — le exigió mirándole a los ojos — Demuéstrame el hombre que eres y toda esa bestia que hay en ti. Muéstrame tus deseos más ocultos y despiadados, hazme gritar, hazlo Dorekmair, hazme saber quien manda realmente.

Y dicho aquello, apretó aún más sus piernas, inmovilizándole las cadera y dejándole detenido en su interior, con ella pegada a su cuerpo para luego morderle la barbilla en donde susurró — ¿De verdad dejarás que te domine? — volvió a sonreír — Enséñame a comportarme, Dorekmair. Dame mi castigo...

por **Derek Van Wijs** Mar Mar 26, 2013 8:08 pm

"Todas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan"
Jean Jacques Rousseau

Las últimas palabras de Clémence turbaron un poco a Derek, que no lo demostró. Logró con sus embistes que ella dejara de poner fuerza en sus piernas y así pudo él tomar más impulsó para penetrar con mayor profundidad y mayor velocidad.

Por el momento el sexo era bueno, aunque Derek estaba un poco decepcionado, él esperaba un juego entre quién dominaba la situación, la quería agresiva, que se resistiera a Derek y no se entregara a los deseos ocultos. Él quería como muchos hombres casados que asistían a burdeles, satisfacer esas fantasías que sus esposas no les brindaban. Derek sabía que con Crystall no podría jugar a ese juego, ella siempre sería sumisa era por eso que el ex mago no aceptaba el cambio de Clémence, pero no dijo nada, sólo la escuchaba, pronto él se expresaría mas todavía no era el momento para ello.

Justo como Clémence lo pidió, Derek se volvió un poco más salvaje, le alzó las piernas en 90 grados y luego las dejó caer a un costado. Con medio cuerpo doblado, Derek no dejó que Clémence se reincorporara, la embestía con fuerza, como si ella fuera una hermosa figura de porcelana y él un niño malcriado con deseos de romperla, así Derek le hacía el sexo, pero entonces se detuvo y reparo en algo, no lo estaba disfrutando.

— Vamos Clémence, ¿realmente no quieres jugar a quién manda? — Derek ladeó un poco la cabeza con una mirada pícara, después la besó con una pasión tan arrebatadora que les robó el aliento en el prolongado beso. Él, retiro su excitación y se recostó a un lado, continuó sus besos y entonces ella se montó sobre de él, antes de que ella introdujera la excitación, él la tomó de las nalgas y forzó la penetración, ambos jadearon y la nueva danza inició. — Toma el control Clémence, porque yo te lo arrebataré — dijo entre jadeos, quería ver hasta donde era capaz de llegar ella y después, Derek tomaría el control, o eso esperaba, de cierta forma subestimaba el trabajo de la cortesana, él se jactaba de ser buen amante, y en esa noche sólo Clémence podía afirmarlo o negarlo.

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