AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Casualidad o destino? -Privado.-
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¿Casualidad o destino? -Privado.-
-SARA!!! SARA!!!.- escuché los gritos de Monsieur Le Rouxe, pasaban de las seis de la tarde y la sastrería junto a la tienda de telas era un caos, solo quedábamos alrededor de cinco ayudantes, de última hora nos avisaron qué vendría un cliente sumamente distinguido. Hacía mucho frío y estaba algo nublado, común para el invierno, tras las fiestas decembrinas la casa de modas había quedado hecha un caos, telas revueltas, botones en los lugares equivocados, los hilos de colores en todos lados menos en su lugar. Estábamos además vueltos locos con los arreglos de último momento, justo esa tarde había ido la varonesa de Mont Blanc, misma qué nos había reclamado pues el vestido para su hija le había quedado pequeño, el corsé le apretaba aún más de lo debido. Monsieur me había regañado, pues yo era quien había hecho las primeras modificaciones, sin embargo en el año qué llevaba trabajando en la casa, nunca antes me había pasado, pues la joven Mont Blanc era de mi talla, o al menos eso pasaba antes de haberse comprometido. Estaba en el taller intentando encontrar los pequeños trozos de la misma tela esmeralda del corsé del vestido, me dolían las manos pues entre los piquetes de las agujas y alfileres y el frío, se me habían maltratado algo, los guantes qué tenía puestos apenas cubrían hasta los nudillos de mis dedos.
-Voy Monsieur… voy.- expresé con un tono de voz realmente cansado, mi expresión lo denotaba, me levanté de la silla daño un largo suspiro, al dirigirme al probador pasé por el enorme ventanal qué da a la calle, iba anocheciendo lentamente, el frío, el vaho de las personas qué caminaban en un intenso trajín, los trabajadores qué salían al fin de la larga jornada, sin embargo mis ojos se centraron en un joven pareja, un caballero sumamente atractivo de mediana edad, y la chica era sumamente hermosa, sus bucles caían perfectamente por sus hombros, un bello vestido qué acentuaba su figura, sonreí ampliamente recordando qué ese vestido era uno de los qué habíamos arreglado antes de las navidades. Eran una familia de clase alta, ellos iban a casarse dentro de poco, aún qué el prestigio no era de abolengo en el apellido, si no en el trabajo de ambas familias. –SARA CON UN DEMONIO VEN ACÁ!.- ese grito me sacó de mi momento de sueño, quizás era distinta a muchas jóvenes de mi edad, yo no añoraba una boda ni un gran festín, solo quería a alguien qué me quisiera, aún sabiendo mis secretos. Muchas veces se me había pasado por la mente invocar a esa alma qué quizás también querría conocerme, pero no me atreví al menos no en un ritual, solo en un decreto.
-Dígame?.- pregunté al pararme frente a mi jefe, era un buen hombre, alto, sumamente delgado, con un gracioso bigote, ojos pequeños y azulinos, unas cuantas arrugas, calvo y… con una extraña manera de moverse, era un hombre afeminado sin embargo, tenía una hermosa familia, esposa y tres hijos. –Sara, estás muy lenta estos días, necesito qué te quedes a cerrar, después de la visita del Monsieur Rothschild, debo ir a casa de Lord Michel a entregarle sus trajes, pescó un resfriado y no quiere salir de casa, Marian me pidió permiso para salir temprano, creo que será su petición de mano esta noche. No te quedes hasta muy tarde con qué acomodes los hilos, botones y las telas qué más usamos basta… y deja de probarte la ropa, por eso no te quedó bien el vestido de la hija de la varonesa, lo hiciste como para ti. Aún qué siempre le habían quedado, la noto un poco más rolliza desde qué sale con ese chico… como sea, no importa. Te daré un bono extra por las horas de más, lo siento de verdad.- me dijo sin voltear a verme, estaba muy atareado arreglando el traje por el qué ese distinguido cliente vendría. –Claro, no se preocupe, al final puedo hacer mi ritual mágico después de las tres de la mañana, tengo tiempo.- dije bromeando, siempre bromeaba con él sobre eso, no sabía qué realmente le decía la verdad, él nunca se lo tomaba en serio.
Di otro largo suspiro y me acerqué para ayudarle a acomodar los rollos de telas qué había elegido para aquel noble qué vendría, me había contado qué era miembro de la nobleza germánica, en lo personal supuse qué como siempre, sería un hombre corpulento, algo bofo, de unos cincuenta años, cabello cano, arrugado y rabo verde, como casi siempre pasaba. Sonreí visualizándolo, cuando el sonido de un coche se iba acercando, en ese instante todos nos enderezamos y nos acomodamos las ropas, me arreglé un poco el cabello, me acerqué una libreta, lápiz, el alfiletero y un par de cintas métricas, traía puesto un sencillo vestido color azul qué era como el uniforme de la casa de modas, apenas traía un crucifijo adornando mi cuello, el cabello recogido en un chongo alto con un par de mechones cayendo a los lados, mis ojos apenas delineados ligeramente, mejillas ruborizadas por el frío y me mordí suavemente los labios para darles algo de color, mi perfume era el mismo qué yo me había creado, un poco de esencia de canela en la crema para la piel y estaba lista, era original y único. Nuestro distinguido cliente se acercaba, y el nerviosismo y las ganas de quedar bien de Monsieur lo denotaba…
-Voy Monsieur… voy.- expresé con un tono de voz realmente cansado, mi expresión lo denotaba, me levanté de la silla daño un largo suspiro, al dirigirme al probador pasé por el enorme ventanal qué da a la calle, iba anocheciendo lentamente, el frío, el vaho de las personas qué caminaban en un intenso trajín, los trabajadores qué salían al fin de la larga jornada, sin embargo mis ojos se centraron en un joven pareja, un caballero sumamente atractivo de mediana edad, y la chica era sumamente hermosa, sus bucles caían perfectamente por sus hombros, un bello vestido qué acentuaba su figura, sonreí ampliamente recordando qué ese vestido era uno de los qué habíamos arreglado antes de las navidades. Eran una familia de clase alta, ellos iban a casarse dentro de poco, aún qué el prestigio no era de abolengo en el apellido, si no en el trabajo de ambas familias. –SARA CON UN DEMONIO VEN ACÁ!.- ese grito me sacó de mi momento de sueño, quizás era distinta a muchas jóvenes de mi edad, yo no añoraba una boda ni un gran festín, solo quería a alguien qué me quisiera, aún sabiendo mis secretos. Muchas veces se me había pasado por la mente invocar a esa alma qué quizás también querría conocerme, pero no me atreví al menos no en un ritual, solo en un decreto.
-Dígame?.- pregunté al pararme frente a mi jefe, era un buen hombre, alto, sumamente delgado, con un gracioso bigote, ojos pequeños y azulinos, unas cuantas arrugas, calvo y… con una extraña manera de moverse, era un hombre afeminado sin embargo, tenía una hermosa familia, esposa y tres hijos. –Sara, estás muy lenta estos días, necesito qué te quedes a cerrar, después de la visita del Monsieur Rothschild, debo ir a casa de Lord Michel a entregarle sus trajes, pescó un resfriado y no quiere salir de casa, Marian me pidió permiso para salir temprano, creo que será su petición de mano esta noche. No te quedes hasta muy tarde con qué acomodes los hilos, botones y las telas qué más usamos basta… y deja de probarte la ropa, por eso no te quedó bien el vestido de la hija de la varonesa, lo hiciste como para ti. Aún qué siempre le habían quedado, la noto un poco más rolliza desde qué sale con ese chico… como sea, no importa. Te daré un bono extra por las horas de más, lo siento de verdad.- me dijo sin voltear a verme, estaba muy atareado arreglando el traje por el qué ese distinguido cliente vendría. –Claro, no se preocupe, al final puedo hacer mi ritual mágico después de las tres de la mañana, tengo tiempo.- dije bromeando, siempre bromeaba con él sobre eso, no sabía qué realmente le decía la verdad, él nunca se lo tomaba en serio.
Di otro largo suspiro y me acerqué para ayudarle a acomodar los rollos de telas qué había elegido para aquel noble qué vendría, me había contado qué era miembro de la nobleza germánica, en lo personal supuse qué como siempre, sería un hombre corpulento, algo bofo, de unos cincuenta años, cabello cano, arrugado y rabo verde, como casi siempre pasaba. Sonreí visualizándolo, cuando el sonido de un coche se iba acercando, en ese instante todos nos enderezamos y nos acomodamos las ropas, me arreglé un poco el cabello, me acerqué una libreta, lápiz, el alfiletero y un par de cintas métricas, traía puesto un sencillo vestido color azul qué era como el uniforme de la casa de modas, apenas traía un crucifijo adornando mi cuello, el cabello recogido en un chongo alto con un par de mechones cayendo a los lados, mis ojos apenas delineados ligeramente, mejillas ruborizadas por el frío y me mordí suavemente los labios para darles algo de color, mi perfume era el mismo qué yo me había creado, un poco de esencia de canela en la crema para la piel y estaba lista, era original y único. Nuestro distinguido cliente se acercaba, y el nerviosismo y las ganas de quedar bien de Monsieur lo denotaba…
Sara Cecereu- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 06/08/2012
Localización : París y con él. Dans la magie de votre cœur.
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Re: ¿Casualidad o destino? -Privado.-
Se acercaba la tarde, tenía que salir temprano aquel día puesto que tenía pendientes fuera de casa y aunque por un instante pensé en volver a mi dormitorio y no dejar que nadie entrase para poder descansar tranquilamente hasta que los rayos del sol del día siguiente disturbasen mi cómoda estadía en el suave colchón que me había sido proporcionado. La verdad era simple, no podía negarme al horario previamente planeado, las citas, los encuentros y todo estaba previamente dicho y por más que quisiera no podía dejar a todos esperando, no quería terminar como el rico encaprichado y ensimismado, sabía que todos probablemente me habían hecho un espacio en su agenda al igual que ellos en el mío. Así que sin mucha energía pero siempre con una leve sonrisa en el rostro me digné a cambiarme, iría a encontrarme con un importante Mr. Kendrick, era un hombre inglés quien al parecer estaba realizando alguna especie de negocios con mi padre poco antes de su fallecimiento, sería ahora mi deber conocerlo y el suyo darme todos los detalles de aquel importantísimo negocio pues sería ahora mi obligación darme cuenta si esto sería beneficioso, a partir de ahora muchas cosas recaían en mis manos, muchas más obligaciones de las que hubiera deseado tener pero no tenía problema con ello. La verdad era que me habían "entrenado" toda mi vida para algo así, era heredero de todo ese imperio Rothschild establecido en SIRG, eso lo había sabido desde que era un infante.
Me llevaron en el carruaje oficial, o algo así me comentaron. Poco antes de salir vino quien sería mi secretario durante mi larga estancia en Francia, era un señor agradable, tenía el marcado acento francés pero siempre estaba dispuesto en hablar mi idioma, personalmente no tenía problema en hablar cualquiera de los idiomas; me comentó todo lo que tendría que hacer esa tarde, empezaría mi cita con el afamado Mr. Kendrick, tendría que ir a visitarlo toda la tarde, tendría que almorzar con toda su familia (eran cuatro en total, contando a sus dos hijos y su esposa) y luego de eso tendría que platicar con él sobre todo lo que implicaba aportar parte de mi herencia a su convenientemente nueva empresa de transportes, a mi parecer era una muy buena idea sin embargo siendo un campo en el que parecía haber remodelaciones en corto tiempo también podían haber bastantes pérdidas. En fin, de todas maneras tenía que escuchar su oferta. Después de eso tendría un par de horas libres para volver a mi domicilio, donde podría tomar la cena, después de ello debía cambiarme otra vez, saldría al sastre. Esto no lo entendía muy bien, siempre pensaba que tenía demasiados trajes, pero definitivamente para las personas de alta sociedad nunca nos sería suficiente, o al menos eso creían los sirvientes quienes se esmeraban en hacerme ver diferente a cada hora del día.
Pasé toda la tarde escuchando cosas que seguían sin dejarme claras las ideas del nuevo negocio que parecía era un fracaso, el señor tenía muy poca experiencia y ni idea de lo que implicaba gastar tanto dinero, comprendí todo poco después cuando comentó la gran amistad que tenía con mi padre antes, supuse que el pobre estaría escaso de dinero y había pedido ayuda a mi padre, él no era el más generoso de todos pero cuando se trataba de viejos amigos parecía ablandar su corazón. No pude darle una respuesta clara al anciano, quien parecía bastante incómodo hablando conmigo, alguien que no parecía tener la experiencia necesaria ...eso era lo que el pensaba de mí, lo sabía no necesitaba que me lo diga, su expresión en el rostro era más que suficiente. No me molesté, simplemente me comprometí a quedarme callado y no dejar que me molestara lo que cualquiera piense, le prometí que vería si sería una buena opción aportar en su negocio, pero sabía que ese era un no, solo que no tan directo. Me despedí del señor y su familia, y salí directo a mi residencia donde me esperaba la sirvienta con una cena muy apetecible, estaba algo caliente, sabía que así me gustaba y finalmente me alegró el día con un interesante postre francés que estaba exquisito. Mi día parecía llegar a su fin pero aún tenía un último pendiente, el sastre.
No estaba muy entusiasmado en ir, de hecho todo el día había estado bastante agotador y aún más estando rodeado de personas que parecían atraerse de mi dinero o de mi puesto de nobleza, sinceramente solo quería terminar en el burdel pero no me dejarían ir con facilidad y mucho menos cuando ya me habían hecho una cita aquel lugar. Me había cansado, me dirigí al carruaje, esta vez con una ropa mucho menos formal y simple, al menos para lo que solía usar en las mañanas. Pasé por diferentes calles parisinas, vi una que otras personas que terminaban el día y volvían a sus hogares, el lugar me era tan hermoso que no me preocupaba ya quedarme un buen tiempo establecido en el lugar. Terminé frente al lugar, bajé despreocupado, dejé que el carruaje se fuera pues vendría a recogerme después. Alisé mis ropas, mi cabello iba algo despeinado, me gustaba tenerlo así. Finalmente entré, parecía haber gente expectante, como si fuera yo una celebridad. Tal vez era solo una idea mía.
Me dijeron el nombre del que estaría atendiéndome, Monsieur Le Rouxe. Pude reconocerlo cuando entré, de hecho había pocas personas y lo entendía, era algo tarde y en mi opinión todos debían estar con sus familias a esa hora pero de seguro habían hecho un esfuerzo para acogerme en el lugar. Di una vista panorámica, miraba a todo de manera indiferente, sin llegar al punto de ser petulante pero supuse que no encontraría nada que llamase mi atención, hasta que repare en alguien, mantuve mi mirada en aquella mujer mucho más de lo prudente, pensé estar incomodando pero no podía dejar de admirar aquella simple belleza. Finalmente después de varios segundos mostré una sonrisa y volteé mi mirada al jefe presente. -Monsieur Le Rouxe -dije estrechando su mano y con un leve acento germánico, me había esforzado bastante en no dejar rastro de este y hasta entonces me iba bastante bien. Di una leve reverencia hacia él, era un acto de formalidad, lo miraba tratando de darle a entender que no sabía que diablos hacía ahí pero así me habían mandado, miré el pequeño desordenado tratado de ser acomodado a la fuerza, y volví mi mirada a la joven otra vez, sus ojos, su vestido, la poca piel que podía ver, su cabello. Cada detalle me parecía interesante.
Me llevaron en el carruaje oficial, o algo así me comentaron. Poco antes de salir vino quien sería mi secretario durante mi larga estancia en Francia, era un señor agradable, tenía el marcado acento francés pero siempre estaba dispuesto en hablar mi idioma, personalmente no tenía problema en hablar cualquiera de los idiomas; me comentó todo lo que tendría que hacer esa tarde, empezaría mi cita con el afamado Mr. Kendrick, tendría que ir a visitarlo toda la tarde, tendría que almorzar con toda su familia (eran cuatro en total, contando a sus dos hijos y su esposa) y luego de eso tendría que platicar con él sobre todo lo que implicaba aportar parte de mi herencia a su convenientemente nueva empresa de transportes, a mi parecer era una muy buena idea sin embargo siendo un campo en el que parecía haber remodelaciones en corto tiempo también podían haber bastantes pérdidas. En fin, de todas maneras tenía que escuchar su oferta. Después de eso tendría un par de horas libres para volver a mi domicilio, donde podría tomar la cena, después de ello debía cambiarme otra vez, saldría al sastre. Esto no lo entendía muy bien, siempre pensaba que tenía demasiados trajes, pero definitivamente para las personas de alta sociedad nunca nos sería suficiente, o al menos eso creían los sirvientes quienes se esmeraban en hacerme ver diferente a cada hora del día.
Pasé toda la tarde escuchando cosas que seguían sin dejarme claras las ideas del nuevo negocio que parecía era un fracaso, el señor tenía muy poca experiencia y ni idea de lo que implicaba gastar tanto dinero, comprendí todo poco después cuando comentó la gran amistad que tenía con mi padre antes, supuse que el pobre estaría escaso de dinero y había pedido ayuda a mi padre, él no era el más generoso de todos pero cuando se trataba de viejos amigos parecía ablandar su corazón. No pude darle una respuesta clara al anciano, quien parecía bastante incómodo hablando conmigo, alguien que no parecía tener la experiencia necesaria ...eso era lo que el pensaba de mí, lo sabía no necesitaba que me lo diga, su expresión en el rostro era más que suficiente. No me molesté, simplemente me comprometí a quedarme callado y no dejar que me molestara lo que cualquiera piense, le prometí que vería si sería una buena opción aportar en su negocio, pero sabía que ese era un no, solo que no tan directo. Me despedí del señor y su familia, y salí directo a mi residencia donde me esperaba la sirvienta con una cena muy apetecible, estaba algo caliente, sabía que así me gustaba y finalmente me alegró el día con un interesante postre francés que estaba exquisito. Mi día parecía llegar a su fin pero aún tenía un último pendiente, el sastre.
No estaba muy entusiasmado en ir, de hecho todo el día había estado bastante agotador y aún más estando rodeado de personas que parecían atraerse de mi dinero o de mi puesto de nobleza, sinceramente solo quería terminar en el burdel pero no me dejarían ir con facilidad y mucho menos cuando ya me habían hecho una cita aquel lugar. Me había cansado, me dirigí al carruaje, esta vez con una ropa mucho menos formal y simple, al menos para lo que solía usar en las mañanas. Pasé por diferentes calles parisinas, vi una que otras personas que terminaban el día y volvían a sus hogares, el lugar me era tan hermoso que no me preocupaba ya quedarme un buen tiempo establecido en el lugar. Terminé frente al lugar, bajé despreocupado, dejé que el carruaje se fuera pues vendría a recogerme después. Alisé mis ropas, mi cabello iba algo despeinado, me gustaba tenerlo así. Finalmente entré, parecía haber gente expectante, como si fuera yo una celebridad. Tal vez era solo una idea mía.
Me dijeron el nombre del que estaría atendiéndome, Monsieur Le Rouxe. Pude reconocerlo cuando entré, de hecho había pocas personas y lo entendía, era algo tarde y en mi opinión todos debían estar con sus familias a esa hora pero de seguro habían hecho un esfuerzo para acogerme en el lugar. Di una vista panorámica, miraba a todo de manera indiferente, sin llegar al punto de ser petulante pero supuse que no encontraría nada que llamase mi atención, hasta que repare en alguien, mantuve mi mirada en aquella mujer mucho más de lo prudente, pensé estar incomodando pero no podía dejar de admirar aquella simple belleza. Finalmente después de varios segundos mostré una sonrisa y volteé mi mirada al jefe presente. -Monsieur Le Rouxe -dije estrechando su mano y con un leve acento germánico, me había esforzado bastante en no dejar rastro de este y hasta entonces me iba bastante bien. Di una leve reverencia hacia él, era un acto de formalidad, lo miraba tratando de darle a entender que no sabía que diablos hacía ahí pero así me habían mandado, miré el pequeño desordenado tratado de ser acomodado a la fuerza, y volví mi mirada a la joven otra vez, sus ojos, su vestido, la poca piel que podía ver, su cabello. Cada detalle me parecía interesante.
Invitado- Invitado
Re: ¿Casualidad o destino? -Privado.-
Estábamos bajo una tensa calma, y al pasar de los minutos la temperatura descendía un poco, por la noche lo más seguro es qué nevaría, amaba esa sensación sin embargo deseaba estar en casa, con mi familia, desde el accidente de papá las cosas se habían puesto horribles, mi madre se había centrado en cuidarlo aún qué era claro qué lo qué él quería era morirse, ella se empeñaba en mantenerlo vivo, mi hermana con la repostería apenas tenía tiempo para vivir y yo ni se diga, desde qué nos encontramos con un hechicero en el cementerio nuestras vidas habían cambiado, habían despertado en nosotros una serie de cosas qué no sabíamos cómo explicar, premoniciones, en mi caso la cualidad de ver y escuchar cosas qué no tenían mucho sentido en el pensar común, había noches que no podía dormir, en cierto punto lo odiaba sin embargo algo en mi vida me fascinaba, me gustaba no ser una chica normal, aún qué nunca lo había sido en este momento era más qué obvio. Di un largo suspiro al notar la tensión de Monsieur Le Rouxe, sonreí ligeramente al notar su expresión ante la campanilla de la puerta al abrirse. Florence la señora qué se dedicaba al aseo de la casa de modas entró algo apurada –Monsieur ya llegaron!.- expresó emocionada, no era la primera vez qué atendíamos a un miembro de la aristocracia, no obstante este caso era distinto, o parecía serlo al menos para la casa de modas Le Rouxe, ya qué el atender a personajes de tanta importancia nos traía renombre, mucho más trabajo y buena paga, aún y con los sacrificios qué eso conlleva.
Éramos cuatro quienes nos habíamos quedado, Monsieur, Florence, Patrick y yo, Patrick era el sastre encargado de elegir las mejores telas y materias primas para los más distinguidos clientes, Le Rouxe era quien diseñaba y confeccionaba, y yo, simplemente lo seguía con libreta en mano, la cinta métrica y el alfiletero, era quien soportaba sus quejas aún qué era un buen hombre tendía a ser bastante quisquilloso en su trabajo. De nuevo imaginé la escena, un hombre viejo de la realeza extranjera qué exigía de todo mientras su esposa una mujer estirada con cara de pocos amigos era en realidad quien decidía sobre el traje a confeccionar. Fijé la mirada en la puerta sin poder evitar mi sorpresa al ver a los recién llegados, no era un sequito ni mucho menos era un hombre mayor, gordo y arrugado, por el contrario, mis ojos esmeralda se fijaron en una sola persona, era un joven caballero sumamente atractivo, sin saber por qué sentí un vuelco en el estomago y mi piel se erizó, sus ojos eran de un azulino sumamente claro como las aguas mansas de un lago, sin embargo… había en él algo qué me atrajo, no solo era su elegante porte o su galanura, había algo más. Noté como volteaba a verme, apenas y logré sonreírle ligeramente, habría mantenido la mirada fija en sus ojos si no fuera por qué Patrick me dio un discreto golpe con el codo en las costillas, reaccioné y lo más qué atiné a hacer fue sonrojarme y bajar la mirada manteniendo la cabeza gacha, ya qué era de mala educación ver a alguien de su rango directo a los ojos.
-Bienvenido… espero qué su estancia en nuestra ciudad sea placentera.- expresó Le Rouxe saludándolo correspondiendo a su cortesía –He recibido órdenes de confeccionar uno de los mejores trajes para usted, claro para ello debemos tomarle medidas y hablar un poco de colores y gustos, tengo entendido qué su permanencia en Paris será algo prolongada, por ello debemos prepararlo para el clima, ya qué no es tan extremo como en su ciudad natal.- dijo Monsieur acercándose de nuevo a nosotros –Ellos son mis ayudantes, él es Patrick uno de los mejores sastres de la ciudad, y ella es Sara mi asistente, es muy buena pero, claro aún le falta experiencia.- esbozó presentándonos, Patrick hizo una corta pero respetuosa inclinación, y yo por mi parte apenas volví a verle de reojo sin levantar el rostro, e hice una pequeña reverencia, me costó en mucho poder entablar palabras, sí bien estaba acostumbrada a lidiar con las extravagancias de las clientas y sus alocadas exigencias, era distinto cuando trataba con caballeros especialmente como quien tenía en frente. –Se… será un placer atenderle.- expresé con vos trémula y algo nerviosa.
No supe cómo pero en cosa de segundos Monsieur estaba ya pidiéndole su saco a nuestro distinguido nuevo cliente, Patrick y Florence acomodaron los espejos y yo aún algo temblorosa tomé la libreta y el lápiz. Comenzó a tomarle las medidas, en realidad no me había dado cuenta de lo qué había pasado ni con la rapidez con la qué ocurría, Le Rouxe me pidió qué me acercara a ellos, quedé a escasos centímetros de él, pude sentir su aroma y esa extraña sensación de intriga, de magnetismo.
-Señor, podría extender por favor su brazo izquierdo?.-indicó Monsieur al tiempo qué volteaba a verme para anotar todas las medidas qué me daba –Sara sostén un poco esta parte.- me pidió indicando qué tomara de cierta manera la muñeca del Señor Gottbert, temblé no pude evitarlo y es algo qué seguramente él sintió, no volteé a verlo al rostro no me había atrevido en todo ese tiempo, sin embargo algo en su mano me atrajo, las líneas de esta eran muy poco comunes, logré ver por instantes la línea del destino y la de la vida, sentí un inmenso dolor en su corazón al mismo tiempo qué al fin pude notar algo más, un extraño lado oscuro qué muy pocos conocían. Sentí su pena, sus ganas de irse del lugar y las ganas de regresar al lado de los suyos… -Sara… está bien puedes soltarle… Sara, listo anota… SARA!.- la voz de mi jefe me sacó de mis pensamientos, del enigma qué su mano me había trazado, me sonrojé y lentamente solté su muñeca. Volteé a verlo por primera vez a los ojos y con una sonrisa tímida, intenté expresar mi empatía hacia su situación y sus emociones –Lo lamento mucho, de verdad.- expresé en un claro doble sentido, no solo me disculpaba por mi distracción, si no, quería darle a entender entre letras qué sentía su dolor y su incomodidad, y qué en cierto punto me identificaba con él…
Éramos cuatro quienes nos habíamos quedado, Monsieur, Florence, Patrick y yo, Patrick era el sastre encargado de elegir las mejores telas y materias primas para los más distinguidos clientes, Le Rouxe era quien diseñaba y confeccionaba, y yo, simplemente lo seguía con libreta en mano, la cinta métrica y el alfiletero, era quien soportaba sus quejas aún qué era un buen hombre tendía a ser bastante quisquilloso en su trabajo. De nuevo imaginé la escena, un hombre viejo de la realeza extranjera qué exigía de todo mientras su esposa una mujer estirada con cara de pocos amigos era en realidad quien decidía sobre el traje a confeccionar. Fijé la mirada en la puerta sin poder evitar mi sorpresa al ver a los recién llegados, no era un sequito ni mucho menos era un hombre mayor, gordo y arrugado, por el contrario, mis ojos esmeralda se fijaron en una sola persona, era un joven caballero sumamente atractivo, sin saber por qué sentí un vuelco en el estomago y mi piel se erizó, sus ojos eran de un azulino sumamente claro como las aguas mansas de un lago, sin embargo… había en él algo qué me atrajo, no solo era su elegante porte o su galanura, había algo más. Noté como volteaba a verme, apenas y logré sonreírle ligeramente, habría mantenido la mirada fija en sus ojos si no fuera por qué Patrick me dio un discreto golpe con el codo en las costillas, reaccioné y lo más qué atiné a hacer fue sonrojarme y bajar la mirada manteniendo la cabeza gacha, ya qué era de mala educación ver a alguien de su rango directo a los ojos.
-Bienvenido… espero qué su estancia en nuestra ciudad sea placentera.- expresó Le Rouxe saludándolo correspondiendo a su cortesía –He recibido órdenes de confeccionar uno de los mejores trajes para usted, claro para ello debemos tomarle medidas y hablar un poco de colores y gustos, tengo entendido qué su permanencia en Paris será algo prolongada, por ello debemos prepararlo para el clima, ya qué no es tan extremo como en su ciudad natal.- dijo Monsieur acercándose de nuevo a nosotros –Ellos son mis ayudantes, él es Patrick uno de los mejores sastres de la ciudad, y ella es Sara mi asistente, es muy buena pero, claro aún le falta experiencia.- esbozó presentándonos, Patrick hizo una corta pero respetuosa inclinación, y yo por mi parte apenas volví a verle de reojo sin levantar el rostro, e hice una pequeña reverencia, me costó en mucho poder entablar palabras, sí bien estaba acostumbrada a lidiar con las extravagancias de las clientas y sus alocadas exigencias, era distinto cuando trataba con caballeros especialmente como quien tenía en frente. –Se… será un placer atenderle.- expresé con vos trémula y algo nerviosa.
No supe cómo pero en cosa de segundos Monsieur estaba ya pidiéndole su saco a nuestro distinguido nuevo cliente, Patrick y Florence acomodaron los espejos y yo aún algo temblorosa tomé la libreta y el lápiz. Comenzó a tomarle las medidas, en realidad no me había dado cuenta de lo qué había pasado ni con la rapidez con la qué ocurría, Le Rouxe me pidió qué me acercara a ellos, quedé a escasos centímetros de él, pude sentir su aroma y esa extraña sensación de intriga, de magnetismo.
-Señor, podría extender por favor su brazo izquierdo?.-indicó Monsieur al tiempo qué volteaba a verme para anotar todas las medidas qué me daba –Sara sostén un poco esta parte.- me pidió indicando qué tomara de cierta manera la muñeca del Señor Gottbert, temblé no pude evitarlo y es algo qué seguramente él sintió, no volteé a verlo al rostro no me había atrevido en todo ese tiempo, sin embargo algo en su mano me atrajo, las líneas de esta eran muy poco comunes, logré ver por instantes la línea del destino y la de la vida, sentí un inmenso dolor en su corazón al mismo tiempo qué al fin pude notar algo más, un extraño lado oscuro qué muy pocos conocían. Sentí su pena, sus ganas de irse del lugar y las ganas de regresar al lado de los suyos… -Sara… está bien puedes soltarle… Sara, listo anota… SARA!.- la voz de mi jefe me sacó de mis pensamientos, del enigma qué su mano me había trazado, me sonrojé y lentamente solté su muñeca. Volteé a verlo por primera vez a los ojos y con una sonrisa tímida, intenté expresar mi empatía hacia su situación y sus emociones –Lo lamento mucho, de verdad.- expresé en un claro doble sentido, no solo me disculpaba por mi distracción, si no, quería darle a entender entre letras qué sentía su dolor y su incomodidad, y qué en cierto punto me identificaba con él…
Sara Cecereu- Hechicero Clase Media
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Re: ¿Casualidad o destino? -Privado.-
El señor saludó, demasiado cortés para mi gusto, siempre había entendido el término "me saludó como si fuera de la realeza", en parte lo era, pero tampoco era que me gustase que todo fuera tan formal, estaba en un lugar normal, tranquilo y no eran necesarias las formalidades pero así era todo a mi al rededor. -Gracias-fue lo único que me limité a decir, puesto que no teníamos que entablar una conversación con aquel hombre, solo debía dejar que hiciera su trabajo. Mencionó un montón de cosas relacionadas a su trabajo, cosas que no estaba muy interesado en entender, aunque no quería dar a entender eso. -Creo que usted, Monsieur Le Rouxe, logrará un buen trabajo. Solo dispóngase a hacer lo que crea necesario, y de hecho mi estancia en París será permanente así que me gustaría que realizara algo para cada ocasión en particular, le aseguro que su trabajo será bien remunerado. -comenté sin mirarlo a la cara, mantenía mi mirada fija en todo lo que había a mi al rededor, todo lo que podía ver y que me distrajese del rostro de la señorita que tanto llamaba mi atención, aunque el señor siguió hablando y hasta me presentó a todos los presentes, Patrick y ...Sara, era un nombre especial, cordial y armónico.
Hice un movimiento de cabeza, asentí y miré a ambos, el joven parecía no tener problemas, en cambio la chica, más sencilla, parecía estar algo tímida por entonces, no me pregunté qué sería puesto que creía saber cual era la respuesta ya, lo que si pensé fue cuántas personas como yo irían a aquel lugar. Escuché su voz, mantuve mi mirada fija en ella pero ella seguía cabizbaja, como si tuviera miedo o vergüenza eso solo la hacía aún más dulce. Tartamudeaba, iba callada y algo despistada también, traté de disimular mi mirada, manteniéndome erguido para que Monsieur Le Rouxe pueda tomar mis medidas, no tenía mucha idea de lo que significaba eso, en realidad estaba más preocupado en analizar cada fino movimiento de la chica. Pero, ¿qué estupidez más grande cometía? ¿Qué hacía fijándome en aquella chica? Solo sabía su nombre, que trabajaba ahí y que era muy hermosa, me atraía pero ahí debía acabar todo, sería incómodo pasar tanto tiempo en aquel lugar puesto que sabía que aquello tomaría más que minutos, pero a la vez me quería quedar, definitivamente me hubiera encantado quedarme a solas con aquella señorita, pero aún así no sería capaz de intentar nada con ella. Sería galante, ¿y eso qué?, me podía divertir con las putas, pero ella era una señorita no podía ir por ahí robando virginidad a por doquier, eso no era lo mío.
Vagaba con mis propias ideas, dejaba que los presentes tomaran medidas de mi cuerpo, yo le tomaba la más mínima importancia mientras seguía atraído por la chica, aunque me limitaba a no moverme y mantener mi mirada de frente. Hice todo lo que me pidió, levanté el brazo y ella tomó mi muñeca, traté de mirarla pero ella parecía evadir mi mirada, o evadirme a mí para ser más exacto, me quedé mirando por unos segundos más y luego volví mi mirada al frente, aunque por el rabillo del ojo pude ver que la chica mantenía la mirada fija en mi mano, eso si me extrañaba pues la miraba interesada, como si tuviera algo escrito pero no tenía nada ahí, tuve un par de teorías que explicaran ello pero sería mejor dejar de pensar tonterías. "SARA!" el grito del hombre me tomó por sorpresa, me hizo voltear a verlo, pero todo era por el descuido de la chica quien parecía estar ya divagando en sus propios pensamientos al igual que yo. Hubo un lapso de tiempo silencioso y luego la chica se disculpó, ello no me pilló desprevenido pero lo hizo de manera tan honesta, como si me debiera mucho más que un solo par de segundos perdidos.
Intenté no mirarla, pero en aquel crítico momento de mi vida, esa clase de "lo siento" me hacían sentir mucho mejor, la chica había dado en el punto, tal vez no era la razón lo que importaba si no el sentimiento con el que se expresaban aquellas palabras tan importantes en la vida diaria, y ella parecía realmente tener aquel don para hacerme saber que ella estaba tal vez tan apenada como yo, como si ella supiera todo lo que me estaba pasando, aunque ese todo se definía en una simple palabra, dolor.
El señor no tenía la menor idea de lo que pasaba mientras yo seguía pensando en todo lo que había pasado en aquel poco tiempo en París, y ella ...no me fijaba muy bien en lo que hacía, solo en su rostro y sus expresiones, intentaba no sonreír puesto que me parecía adorable, parecía tan sencilla, tan humilde y a la vez tan perfecta a mi gusto. No sabía cuanto faltaba para que terminase, la verdad era que no tenía idea de lo que hacía, hubo un momento en el que cualquiera me pudo haber hecho cualquier cosa y yo hubiera seguido indiferente a ello puesto que en realidad solo me detenía a fijarme en la realidad para ver a la chica, y para revisar que aún no terminase el señor, esperaba no tener que irme de aquel lugar. Aunque algo me decía que el final se acercaba, pero ya que yo no sabía nada de ello me dedicaba en parte a esperar que le faltase mucho. Pronto terminaría con las medidas y tan pronto me preguntase algo le pediría que haga alguna otra cosa, por la que pudiera esperar un rato más en aquel lugar, aunque fuera tarde no me importaba.
Hice un movimiento de cabeza, asentí y miré a ambos, el joven parecía no tener problemas, en cambio la chica, más sencilla, parecía estar algo tímida por entonces, no me pregunté qué sería puesto que creía saber cual era la respuesta ya, lo que si pensé fue cuántas personas como yo irían a aquel lugar. Escuché su voz, mantuve mi mirada fija en ella pero ella seguía cabizbaja, como si tuviera miedo o vergüenza eso solo la hacía aún más dulce. Tartamudeaba, iba callada y algo despistada también, traté de disimular mi mirada, manteniéndome erguido para que Monsieur Le Rouxe pueda tomar mis medidas, no tenía mucha idea de lo que significaba eso, en realidad estaba más preocupado en analizar cada fino movimiento de la chica. Pero, ¿qué estupidez más grande cometía? ¿Qué hacía fijándome en aquella chica? Solo sabía su nombre, que trabajaba ahí y que era muy hermosa, me atraía pero ahí debía acabar todo, sería incómodo pasar tanto tiempo en aquel lugar puesto que sabía que aquello tomaría más que minutos, pero a la vez me quería quedar, definitivamente me hubiera encantado quedarme a solas con aquella señorita, pero aún así no sería capaz de intentar nada con ella. Sería galante, ¿y eso qué?, me podía divertir con las putas, pero ella era una señorita no podía ir por ahí robando virginidad a por doquier, eso no era lo mío.
Vagaba con mis propias ideas, dejaba que los presentes tomaran medidas de mi cuerpo, yo le tomaba la más mínima importancia mientras seguía atraído por la chica, aunque me limitaba a no moverme y mantener mi mirada de frente. Hice todo lo que me pidió, levanté el brazo y ella tomó mi muñeca, traté de mirarla pero ella parecía evadir mi mirada, o evadirme a mí para ser más exacto, me quedé mirando por unos segundos más y luego volví mi mirada al frente, aunque por el rabillo del ojo pude ver que la chica mantenía la mirada fija en mi mano, eso si me extrañaba pues la miraba interesada, como si tuviera algo escrito pero no tenía nada ahí, tuve un par de teorías que explicaran ello pero sería mejor dejar de pensar tonterías. "SARA!" el grito del hombre me tomó por sorpresa, me hizo voltear a verlo, pero todo era por el descuido de la chica quien parecía estar ya divagando en sus propios pensamientos al igual que yo. Hubo un lapso de tiempo silencioso y luego la chica se disculpó, ello no me pilló desprevenido pero lo hizo de manera tan honesta, como si me debiera mucho más que un solo par de segundos perdidos.
Intenté no mirarla, pero en aquel crítico momento de mi vida, esa clase de "lo siento" me hacían sentir mucho mejor, la chica había dado en el punto, tal vez no era la razón lo que importaba si no el sentimiento con el que se expresaban aquellas palabras tan importantes en la vida diaria, y ella parecía realmente tener aquel don para hacerme saber que ella estaba tal vez tan apenada como yo, como si ella supiera todo lo que me estaba pasando, aunque ese todo se definía en una simple palabra, dolor.
El señor no tenía la menor idea de lo que pasaba mientras yo seguía pensando en todo lo que había pasado en aquel poco tiempo en París, y ella ...no me fijaba muy bien en lo que hacía, solo en su rostro y sus expresiones, intentaba no sonreír puesto que me parecía adorable, parecía tan sencilla, tan humilde y a la vez tan perfecta a mi gusto. No sabía cuanto faltaba para que terminase, la verdad era que no tenía idea de lo que hacía, hubo un momento en el que cualquiera me pudo haber hecho cualquier cosa y yo hubiera seguido indiferente a ello puesto que en realidad solo me detenía a fijarme en la realidad para ver a la chica, y para revisar que aún no terminase el señor, esperaba no tener que irme de aquel lugar. Aunque algo me decía que el final se acercaba, pero ya que yo no sabía nada de ello me dedicaba en parte a esperar que le faltase mucho. Pronto terminaría con las medidas y tan pronto me preguntase algo le pediría que haga alguna otra cosa, por la que pudiera esperar un rato más en aquel lugar, aunque fuera tarde no me importaba.
Invitado- Invitado
Re: ¿Casualidad o destino? -Privado.-
El viento se hacía más frío y penetrante, afuera se había desatado ya una ligera llovizna menuda y helada qué apresuraba a los paseantes y a aquellos qué salían de trabajar o simplemente de compras para la cena, sin embargo dentro del local estábamos cómodos por las pequeñas estufillas qué mantenían cálido el lugar, pese a todo era un lugar confortable pues la decoración estaba diseñada para eso. Patrick había comenzado la elección de telas mientras yo me dedicaba a acomodar ciertas medidas, Monsieur Le Rouxe había tomado su cuaderno de dibujo y empezó a dibujar los trazos del diseño para uno de los trajes, sentí aquella mirada azulina sobre mí, apenas y podía voltear a verle de reojo, era un hombre sumamente atractivo pero no solo era su físico el qué llamaba poderosamente la atención, era galante y pese a ser un miembro de la alta sociedad Europea se denotaba sencillo algo qué admiraba en los seres humanos, estaba tan acostumbrada a los malos tratos y la arrogancia de la gente dinerada, qué simplemente me sentía agradecida por qué él no fuese de esos hombres rabo verdes qué se creen qué por tener una buena posición se creían dueños de aquellos qué les servíamos al menos de momento.
Pero… había algo más en él, sentía una extraña afinidad, quizás era qué notaba qué él tampoco estaba muy cómodo con su situación actual, podía sentir en su aura una pesada tristeza, una inconformidad, como si quisiera cambiar de repente su vida. Pese a aquello también podía percibir a un ser dulce y tierno, amable y cariñoso, sin siquiera ser consciente de lo qué hacía, fijé la mirada en sus ojos perdiéndome en ellos, la timidez por breves instantes se había disipado, le sonreí con ternura la misma qué de alguna manera despertaba en mi. –Ya puede bajar el brazo Monsieur.- expresé ampliando ligeramente la sonrisa dibujada en mis labios –El traje le quedará muy bien, aún qué quizás deba también mandarse a hacer un abrigo, aún falta para qué se termine el invierno y el clima es muy inclemente.- expresé volteando a ver por la ventana notando el agua nieve qué seguía cayendo de forma dócil.
-Oh qué buena idea Sara!.- expresó Le Rouxe volteando a verme –Un abrigo… se lo diseñaré, de hecho sí no le molesta Monsieur Rothschild, puedo hacer para usted un ajuar exclusivo, sería el traje, un abrigo, los zapatos y claro el sombrero, para acompañar quizás podría conseguirle un bastón.- le dijo a nuestro noble cliente acercándose. –Sara, aprovechando qué te toca quedarte hasta tarde, hazme la lista de lo qué necesitaremos.- me indicó mi jefe, fruncí el ceño algo triste pues me sentía cansada y quería llegar a casa a leer un rato, estar con mi hermana y con mis gatos, después haría un ritual de purificación, sin embargo necesitaba el dinero pues mi padre estaba cada vez peor, y deseaba enviar a mi madre con un médico pues se había mal pasado desde hacía años. –Si Monsieur, será un placer si es para Monsieur Rothschild.- expresé volteando a verle nuevamente, sonriendo sin evitar sonrojarme.
-Monsieur Le Rouxe, quizás podamos tener listo el traje para el Señor Rothschild para la gala de opera de la próxima semana.- comentó Patrick al tiempo qué desenrollaba una de las más finas telas en un color azul oscuro –Ese color hará resaltar el bello color de sus ojos.- dije en voz baja, aún qué al estar tan cerca de él era obvio qué me había escuchado, reaccioné y no dije más, bajé la mirada y me aleje un poco para darle la hoja con las medidas a Le Rouxe. –Bien Monsieur, alguna especificación qué quiera para su nuevo ajuar?.- preguntó mi jefe dándome el cuaderno, fruncí el ceño pues me pareció el diseño algo anticuado, pero sonreí maliciosamente viendo qué iba a cambiarle, siempre qué no me gustaba un diseño lo modificaba, claro qué no mucho pero al menos Le Rouxe no me regañaba, ni siquiera se daba cuenta, a mi me servía de práctica y a él le pagaban mejor, por ende el sueldo de la semana me aumentaba. –Oui! La gala de ópera, se lo tendremos unos tres días antes.- le respondió a Patrick, quizás ni el señor Gottbert sabía de aquella gala, sin embargo por las influencias de Le Reus sabíamos a quienes les llegaría la invitación y él era uno de los invitados de honor para darle la bienvenida. Di un largo suspiro, pensando en cómo haría para colarme a la gala, siempre de alguna u otra manera me las ingeniaba para colarme en muchos de los grandes eventos, como pocas veces los clientes se fijaban en mi rostro, me era fácil perderme entre la gente. Amaba dos cosas, la opera y las fiestas de mascarade, adoraba ponerme el antifaz y disfrutar. –Dentro de quince días es también la fiesta de máscaras qué hará la Varonesa LeBlanc, podría hacerle también un traje para aquella ocación.- expresé sin darme cuenta qué de forma inconsciente, solo buscaba un pretexto para volver a verle, pues era obvio qué no me perdería dicho evento, incluso yo misma estaba arreglando un vestido para esa ocasión.
Me resistía a volver a fijar mi mirada en él, no quería parecer descarada además temía qué Patrick o el mismo Monsieur Le Rouxe me vieran y seguro al irse nuestro cliente me esperaría una reprimenda…
Pero… había algo más en él, sentía una extraña afinidad, quizás era qué notaba qué él tampoco estaba muy cómodo con su situación actual, podía sentir en su aura una pesada tristeza, una inconformidad, como si quisiera cambiar de repente su vida. Pese a aquello también podía percibir a un ser dulce y tierno, amable y cariñoso, sin siquiera ser consciente de lo qué hacía, fijé la mirada en sus ojos perdiéndome en ellos, la timidez por breves instantes se había disipado, le sonreí con ternura la misma qué de alguna manera despertaba en mi. –Ya puede bajar el brazo Monsieur.- expresé ampliando ligeramente la sonrisa dibujada en mis labios –El traje le quedará muy bien, aún qué quizás deba también mandarse a hacer un abrigo, aún falta para qué se termine el invierno y el clima es muy inclemente.- expresé volteando a ver por la ventana notando el agua nieve qué seguía cayendo de forma dócil.
-Oh qué buena idea Sara!.- expresó Le Rouxe volteando a verme –Un abrigo… se lo diseñaré, de hecho sí no le molesta Monsieur Rothschild, puedo hacer para usted un ajuar exclusivo, sería el traje, un abrigo, los zapatos y claro el sombrero, para acompañar quizás podría conseguirle un bastón.- le dijo a nuestro noble cliente acercándose. –Sara, aprovechando qué te toca quedarte hasta tarde, hazme la lista de lo qué necesitaremos.- me indicó mi jefe, fruncí el ceño algo triste pues me sentía cansada y quería llegar a casa a leer un rato, estar con mi hermana y con mis gatos, después haría un ritual de purificación, sin embargo necesitaba el dinero pues mi padre estaba cada vez peor, y deseaba enviar a mi madre con un médico pues se había mal pasado desde hacía años. –Si Monsieur, será un placer si es para Monsieur Rothschild.- expresé volteando a verle nuevamente, sonriendo sin evitar sonrojarme.
-Monsieur Le Rouxe, quizás podamos tener listo el traje para el Señor Rothschild para la gala de opera de la próxima semana.- comentó Patrick al tiempo qué desenrollaba una de las más finas telas en un color azul oscuro –Ese color hará resaltar el bello color de sus ojos.- dije en voz baja, aún qué al estar tan cerca de él era obvio qué me había escuchado, reaccioné y no dije más, bajé la mirada y me aleje un poco para darle la hoja con las medidas a Le Rouxe. –Bien Monsieur, alguna especificación qué quiera para su nuevo ajuar?.- preguntó mi jefe dándome el cuaderno, fruncí el ceño pues me pareció el diseño algo anticuado, pero sonreí maliciosamente viendo qué iba a cambiarle, siempre qué no me gustaba un diseño lo modificaba, claro qué no mucho pero al menos Le Rouxe no me regañaba, ni siquiera se daba cuenta, a mi me servía de práctica y a él le pagaban mejor, por ende el sueldo de la semana me aumentaba. –Oui! La gala de ópera, se lo tendremos unos tres días antes.- le respondió a Patrick, quizás ni el señor Gottbert sabía de aquella gala, sin embargo por las influencias de Le Reus sabíamos a quienes les llegaría la invitación y él era uno de los invitados de honor para darle la bienvenida. Di un largo suspiro, pensando en cómo haría para colarme a la gala, siempre de alguna u otra manera me las ingeniaba para colarme en muchos de los grandes eventos, como pocas veces los clientes se fijaban en mi rostro, me era fácil perderme entre la gente. Amaba dos cosas, la opera y las fiestas de mascarade, adoraba ponerme el antifaz y disfrutar. –Dentro de quince días es también la fiesta de máscaras qué hará la Varonesa LeBlanc, podría hacerle también un traje para aquella ocación.- expresé sin darme cuenta qué de forma inconsciente, solo buscaba un pretexto para volver a verle, pues era obvio qué no me perdería dicho evento, incluso yo misma estaba arreglando un vestido para esa ocasión.
Me resistía a volver a fijar mi mirada en él, no quería parecer descarada además temía qué Patrick o el mismo Monsieur Le Rouxe me vieran y seguro al irse nuestro cliente me esperaría una reprimenda…
Sara Cecereu- Hechicero Clase Media
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