AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No toda la gente errante anda perdida [Emhyr]
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No toda la gente errante anda perdida [Emhyr]
Recuerdo del primer mensaje :
Aquella tarde Cosette había salido a buscar trabajo en las calles de París, aunque hasta el momento no había tenido suerte. No supo decir si la rechazaban a causa de su edad o su situación. Sabía que una gran cantidad de gente tenía muchos prejuicios que en ocasiones trataban de ocultar, pero al final salían a la luz tarde o temprano.
El cielo estaba parcialmente cubierto por algunas nubes grises, aunque no parecía que fuese a llover. Cosette estaba cansada; cansada de las puertas cerradas y las búsquedas que parecían interminables. Pero sabía que no podía detenerse.
Como de costumbre, las calles estaban abarrotadas de gente de todo tipo. Hombres elegantes que se paseaban luciendo a sus mujeres. Mujeres no tan elegantes que se paseaban luciendo a sus perros. Mendigos que fingían discapacidades para ganar algo de dinero. Mendigos con discapacidades reales que no ganaban nada. Era siempre lo mismo.
Sus pies la guiaron por el empedrado esquivando a unos y a otros. De pronto un par de niños captaron su atención; corrían a toda velocidad en dirección hacia ella y pasaron tan cerca suyo que llegaron a rozarse. Cosette alcanzó a vislumbrar lo que llevaba uno de los niños en la mano, era un gran pedazo de jamón. Por la pinta que tenían no dudaba de que lo hubiesen robado. Eran niños de la calle y no debían de ser mayores que su hermano Hervé.
Cosette volvió a mirar al frente justo para percatarse del oficial que perseguía a los niños. Llevaba una porra de madera en la mano, levantándola por lo alto mientras gritaba con rabia para que alguien detuviera a los “mocosos”. Justo en el momento en que el hombre pasó a su lado, tan cerca de ella como lo habían hecho los niños, Cosette estiró disimuladamente una pierna hacia adelante. Fue un acto impulsivo y rápido, a pesar de que por lo general ella siempre trataba de mantenerse alejada de los problemas, tampoco podía quedarse siempre de brazos cruzados, y menos en una situación como esa, tan cercana y familiar.
Los pies de ambos se cruzaron y el oficial cayó hacia delante de rodillas. Se levantó velozmente con una expresión entre sorprendida y enfurecida, buscando al responsable de su tropiezo. Cosette intentó seguir su camino como si nada pero el hombre fue más rápido. La tomó por el brazo sin la más mínima delicadeza y la acercó hacia él. Cosette pudo distinguir la ira en sus ojos.
-¿Quién te has creído? –preguntó en un tono cargado de cólera. Aún blandía la porra con la otra mano y Cosette intentó zafarse de su agarre temiendo de pronto que la utilizara contra ella, pero no tuvo éxito.
-¿Cómo te atreves interrumpir la labor de un oficial? ¿Eres otra ladrona de la misma calaña? Vas a tener que pagar igual que esos…
-¡No, señor! ¡Esto es un malentendido! –se apresuró a decir Cosette, tratando de salir del lío en el que se había metido. –Por favor discúlpeme. No fue mi intención, lo juro. Yo jamás osaría entrometerme en el camino de un honorable oficial, después de todo son las personas como usted las que mantienen el orden en esta ciudad –trató de que no se denotara la ironía de sus palabras, camuflándolas con un tono de voz inocente y tranquilo.
El oficial la miró confundido, aún con el ceño fruncido y una expresión de odio, preguntándose internamente si realmente estaba hablando en serio o si sólo le estaba tomando el pelo. Para entonces varias personas se habían detenido a contemplar la escena y Cosette pudo vislumbrar en la mirada del hombre el inicio de la duda. Armar un escándalo ahí, con toda esa gente mirando y acusar a una niña que se aseguraba inocente no dejaría muy bien parado a ese hombre.
-Será mejor que se apresure, buen señor, o esos niños se escaparán sin su castigo –añadió con palabras suaves y una sonrisa fingida, de esas que había tenido que usar tantas veces en el pasado. El hombre pareció convencerse y finalmente la soltó.
-Mira mejor donde pones los pies la próxima vez –le dijo toscamente antes de echar a correr otra vez. Cosette lo observó por sobre su hombro, pendiente de sus movimientos, y le vio detenerse en la bifurcación final de la calle, sin saber a donde dirigirse. Para entonces los niños debían de estar ya muy lejos de ahí, y con algo de suerte el oficial no los encontraría jamás.
Cosette tuvo que aguantarse las ganas de sonreír.
Aquella tarde Cosette había salido a buscar trabajo en las calles de París, aunque hasta el momento no había tenido suerte. No supo decir si la rechazaban a causa de su edad o su situación. Sabía que una gran cantidad de gente tenía muchos prejuicios que en ocasiones trataban de ocultar, pero al final salían a la luz tarde o temprano.
El cielo estaba parcialmente cubierto por algunas nubes grises, aunque no parecía que fuese a llover. Cosette estaba cansada; cansada de las puertas cerradas y las búsquedas que parecían interminables. Pero sabía que no podía detenerse.
Como de costumbre, las calles estaban abarrotadas de gente de todo tipo. Hombres elegantes que se paseaban luciendo a sus mujeres. Mujeres no tan elegantes que se paseaban luciendo a sus perros. Mendigos que fingían discapacidades para ganar algo de dinero. Mendigos con discapacidades reales que no ganaban nada. Era siempre lo mismo.
Sus pies la guiaron por el empedrado esquivando a unos y a otros. De pronto un par de niños captaron su atención; corrían a toda velocidad en dirección hacia ella y pasaron tan cerca suyo que llegaron a rozarse. Cosette alcanzó a vislumbrar lo que llevaba uno de los niños en la mano, era un gran pedazo de jamón. Por la pinta que tenían no dudaba de que lo hubiesen robado. Eran niños de la calle y no debían de ser mayores que su hermano Hervé.
Cosette volvió a mirar al frente justo para percatarse del oficial que perseguía a los niños. Llevaba una porra de madera en la mano, levantándola por lo alto mientras gritaba con rabia para que alguien detuviera a los “mocosos”. Justo en el momento en que el hombre pasó a su lado, tan cerca de ella como lo habían hecho los niños, Cosette estiró disimuladamente una pierna hacia adelante. Fue un acto impulsivo y rápido, a pesar de que por lo general ella siempre trataba de mantenerse alejada de los problemas, tampoco podía quedarse siempre de brazos cruzados, y menos en una situación como esa, tan cercana y familiar.
Los pies de ambos se cruzaron y el oficial cayó hacia delante de rodillas. Se levantó velozmente con una expresión entre sorprendida y enfurecida, buscando al responsable de su tropiezo. Cosette intentó seguir su camino como si nada pero el hombre fue más rápido. La tomó por el brazo sin la más mínima delicadeza y la acercó hacia él. Cosette pudo distinguir la ira en sus ojos.
-¿Quién te has creído? –preguntó en un tono cargado de cólera. Aún blandía la porra con la otra mano y Cosette intentó zafarse de su agarre temiendo de pronto que la utilizara contra ella, pero no tuvo éxito.
-¿Cómo te atreves interrumpir la labor de un oficial? ¿Eres otra ladrona de la misma calaña? Vas a tener que pagar igual que esos…
-¡No, señor! ¡Esto es un malentendido! –se apresuró a decir Cosette, tratando de salir del lío en el que se había metido. –Por favor discúlpeme. No fue mi intención, lo juro. Yo jamás osaría entrometerme en el camino de un honorable oficial, después de todo son las personas como usted las que mantienen el orden en esta ciudad –trató de que no se denotara la ironía de sus palabras, camuflándolas con un tono de voz inocente y tranquilo.
El oficial la miró confundido, aún con el ceño fruncido y una expresión de odio, preguntándose internamente si realmente estaba hablando en serio o si sólo le estaba tomando el pelo. Para entonces varias personas se habían detenido a contemplar la escena y Cosette pudo vislumbrar en la mirada del hombre el inicio de la duda. Armar un escándalo ahí, con toda esa gente mirando y acusar a una niña que se aseguraba inocente no dejaría muy bien parado a ese hombre.
-Será mejor que se apresure, buen señor, o esos niños se escaparán sin su castigo –añadió con palabras suaves y una sonrisa fingida, de esas que había tenido que usar tantas veces en el pasado. El hombre pareció convencerse y finalmente la soltó.
-Mira mejor donde pones los pies la próxima vez –le dijo toscamente antes de echar a correr otra vez. Cosette lo observó por sobre su hombro, pendiente de sus movimientos, y le vio detenerse en la bifurcación final de la calle, sin saber a donde dirigirse. Para entonces los niños debían de estar ya muy lejos de ahí, y con algo de suerte el oficial no los encontraría jamás.
Cosette tuvo que aguantarse las ganas de sonreír.
Cosette Renaud- Humano Clase Baja
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Re: No toda la gente errante anda perdida [Emhyr]
Le miró con una ceja enarcada cuando él dijo que le robaría sus ropas y las vendería, y terminó riendo por lo bajo pues sabía que no hablaba en serio.
-Pues… sí, claro que me gustaría –admitió en respuesta a su siguiente comentario.
-Nunca he salido de Francia, ni siquiera conozco mucho más allá de París. Aun así no podría imaginarme vagando por el mundo sin tener un hogar al cual regresar –le dijo con sinceridad. Eso era lo que pensaba, por muy tentadora que fuese la idea de salir a recorrer el mundo y vivir un par de aventuras por ahí, la seguridad de tener un hogar y una familia que te esperaba al final del recorrido era algo que no cambiaría por nada.
Lo que dijo luego respecto a los críos le hizo pensar en cómo sería tener hijos en alguna parte del mundo y ni siquiera saberlo. Él era hombre, seguramente jamás se enteraría si quiera de los nombres de esos niños, pero para las mujeres era diferente. La idea se le hizo extraña y a la vez un poco triste, después de todo era sangre de tu sangre que jamás llegarías a conocer.
Su mirada se tiñó de entusiasmo cuando escuchó que Emhyr podría enseñarle el truco del fuego. Asintió con la cabeza animosamente tratando de contener esa sonrisa emocionada, imaginándose lo genial que sería lograr hacer ese tipo de cosas.
Al sentir que apoyaba su cabeza contra su hombro pudo percatarse también del calor que desprendía, al parecer le había subido mucho la temperatura y eso no era buena señal, aunque también era de esperarse después de la herida que se había ganado.
Llevó la mano hacia su frente tal como lo había hecho su madre con ella tantas veces cuando había estado enferma. Fue un acto reflejo más que otra cosa, pues no era necesario tocarle la frente para saber el estado en el que se encontraba.
-Tienes fiebre… -le dijo mientras tomaba otro trozo de tela rasgada, uno que no había sido utilizado aún. Estuvo a punto de preguntarle si acaso tendría alguna otra hierba mágica capaz de combatir esas temperaturas, pero sabía que de ser así, él ya se habría encargado de consumirla.
Tomó la cantimplora y mojó la tela con agua una vez más. Debido a la temperatura exterior el agua se había mantenido fría. Exprimió el trozo de tela dejando caer las gotas a un lado y luego llevó su mano nuevamente hacia la frente de Emhyr, creyendo que quizás le contacto con esa superficie húmeda y fría le haría sentir un poco mejor.
Mientras tanto escuchaba lo que le decía respecto a los tatuajes, palabras que desconocía por completo y que por lo tanto no tenían ningún significado para ella. Cuando señaló el espacio libre que le quedaba para escribir la frase en francés, Cosette se percató de una pequeña cruz cuya forma se le hizo extrañamente familiar. Aquello le resultó muy curioso, pero no tuvo tiempo de pensar más a fondo ni preguntarle al respecto, ya que se vio distraída cuando Emhyr le tomó la mano. Ella se la apretó con delicadeza, como si con ese gesto quisiera recordarle que estaba ahí. Le notaba más débil y ella conocía los efectos que la fiebre era capaz de causar.
En un estado así el cuerpo podía jugarte malas pasadas, ella había tenido una fiebre muy alta una vez cuando se había enfermado, y podía recordar muy bien esas formas oscuras que se movían en algo que no era ni sueño ni realidad, sino una alucinación.
Esperaba que Emhyr no llegara a pasar por eso, y la idea de que pudiese llegar a morir simplemente no pasaba por su cabeza, pues prefería ni pensalo. Supuso que lo mejor sería tratar de mantenerlo concentrado en algo para que la fiebre no le ganara.
-Entonces… ¿Cuál es el lugar más bonito en el que has estado? –le preguntó esperando que la conversación fuese capaz de mantenerlo con los pies en la tierra.
-Pues… sí, claro que me gustaría –admitió en respuesta a su siguiente comentario.
-Nunca he salido de Francia, ni siquiera conozco mucho más allá de París. Aun así no podría imaginarme vagando por el mundo sin tener un hogar al cual regresar –le dijo con sinceridad. Eso era lo que pensaba, por muy tentadora que fuese la idea de salir a recorrer el mundo y vivir un par de aventuras por ahí, la seguridad de tener un hogar y una familia que te esperaba al final del recorrido era algo que no cambiaría por nada.
Lo que dijo luego respecto a los críos le hizo pensar en cómo sería tener hijos en alguna parte del mundo y ni siquiera saberlo. Él era hombre, seguramente jamás se enteraría si quiera de los nombres de esos niños, pero para las mujeres era diferente. La idea se le hizo extraña y a la vez un poco triste, después de todo era sangre de tu sangre que jamás llegarías a conocer.
Su mirada se tiñó de entusiasmo cuando escuchó que Emhyr podría enseñarle el truco del fuego. Asintió con la cabeza animosamente tratando de contener esa sonrisa emocionada, imaginándose lo genial que sería lograr hacer ese tipo de cosas.
Al sentir que apoyaba su cabeza contra su hombro pudo percatarse también del calor que desprendía, al parecer le había subido mucho la temperatura y eso no era buena señal, aunque también era de esperarse después de la herida que se había ganado.
Llevó la mano hacia su frente tal como lo había hecho su madre con ella tantas veces cuando había estado enferma. Fue un acto reflejo más que otra cosa, pues no era necesario tocarle la frente para saber el estado en el que se encontraba.
-Tienes fiebre… -le dijo mientras tomaba otro trozo de tela rasgada, uno que no había sido utilizado aún. Estuvo a punto de preguntarle si acaso tendría alguna otra hierba mágica capaz de combatir esas temperaturas, pero sabía que de ser así, él ya se habría encargado de consumirla.
Tomó la cantimplora y mojó la tela con agua una vez más. Debido a la temperatura exterior el agua se había mantenido fría. Exprimió el trozo de tela dejando caer las gotas a un lado y luego llevó su mano nuevamente hacia la frente de Emhyr, creyendo que quizás le contacto con esa superficie húmeda y fría le haría sentir un poco mejor.
Mientras tanto escuchaba lo que le decía respecto a los tatuajes, palabras que desconocía por completo y que por lo tanto no tenían ningún significado para ella. Cuando señaló el espacio libre que le quedaba para escribir la frase en francés, Cosette se percató de una pequeña cruz cuya forma se le hizo extrañamente familiar. Aquello le resultó muy curioso, pero no tuvo tiempo de pensar más a fondo ni preguntarle al respecto, ya que se vio distraída cuando Emhyr le tomó la mano. Ella se la apretó con delicadeza, como si con ese gesto quisiera recordarle que estaba ahí. Le notaba más débil y ella conocía los efectos que la fiebre era capaz de causar.
En un estado así el cuerpo podía jugarte malas pasadas, ella había tenido una fiebre muy alta una vez cuando se había enfermado, y podía recordar muy bien esas formas oscuras que se movían en algo que no era ni sueño ni realidad, sino una alucinación.
Esperaba que Emhyr no llegara a pasar por eso, y la idea de que pudiese llegar a morir simplemente no pasaba por su cabeza, pues prefería ni pensalo. Supuso que lo mejor sería tratar de mantenerlo concentrado en algo para que la fiebre no le ganara.
-Entonces… ¿Cuál es el lugar más bonito en el que has estado? –le preguntó esperando que la conversación fuese capaz de mantenerlo con los pies en la tierra.
Cosette Renaud- Humano Clase Baja
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Re: No toda la gente errante anda perdida [Emhyr]
-Lo sé... No te preocupes, el cuerpo lucha contra la herida. -Susurro muy bajito, su labio comenzaba a temblar a causa del frío que sentía, a pesar de que su cuerpo mostraba todo lo contrario, incluso comenzaba a sudar entre aquel principio del tiritar.
Sus dedos se aferraron con fuerza a la mano que se agarraba, se quejó un poco, no porque la herida le doliese sino por el malestar que sentía en su cuerpo. Ella ya le había apretado al agarrarle la mano con delicadeza, no rechazándole y aquello le conformaba, le calmaba y no sabía porque le hacía sentirse más seguro.
Otra vez miraba fijamente a la oscuridad de aquel lugar abandonado, si lo había creído ahí estaba, aquella forma indefinida era uno de sus últimos recuerdos del aspecto físico de su madre, probablemente cuando dejo éste mundo estaría algo más envejecida, ¿pero que recuerdo podía quedarle a un niño de 8 años sino el de una madre joven y de belleza?
Emhyr no dijo nada de lo que veía, no quería asustar a su compañera, tenía bien claro que aquello que veía no era real, y que, o lo conformaría o lo atormentaría como hacían sus pesadillas. Solo debía observar e intentar ignorar.
Cerró los ojos aliviado al sentir el frescor de la tela sobre su ardiente piel, su respiración ahora jadeaba levemente no podía evitarlo. Deseo por un instante que el sueño le acogiese con fuerza y que al despertar se sintiese con más fuerzas y no como un simple trapo.
El aire tomado en sus pulmones y contenidos en ellos, la mujer de piel de canela que enredaba aquel colgante de plata con sonrisa amable. Emhyr hacía mucho tiempo que no pensaba en su madre, que no recordaba sus palabras, que no admitía sus verdades.
Exhalo el aire lentamente.
Cosette le había hablado, parecía querer distraerle para que no se perdiese en aquellas imágenes ilusorias, para retenerle en el mundo real.
-Reino de Granada*. –Sus dedos aflojaron su atadura con los de ella obligándole delicadamente a abrir la palma de su mano. –Aquella tierra, es como un pequeño país… Tiene costa, desiertos, montañas… Siempre me gusto su cielo, tiene una luz, no sé, una luz que no había visto nunca en otros países. Y sus gentes, son alegres, a pesar de estar mucho muriéndose de hambre, de no tener nada, ellos siguen trabajando duro pero nada les roba la risa. –Sus dedos ásperos por aquellas pequeñas cicatrices fueron suaves con su tacto sobre la palma de la mano de ella. –Cuéntame una historia, y yo tal vez te cuente una historia a cambio, de aquella tierra, una historia antigua. Y luego tal vez te pida que veles mi sueño.
*Nota: A Andalucía se le llamo a algunas provincias (Málaga, Almería, Granada y parte de Cádiz y Jaen) Reino de Granada hasta el 1833.
Sus dedos se aferraron con fuerza a la mano que se agarraba, se quejó un poco, no porque la herida le doliese sino por el malestar que sentía en su cuerpo. Ella ya le había apretado al agarrarle la mano con delicadeza, no rechazándole y aquello le conformaba, le calmaba y no sabía porque le hacía sentirse más seguro.
Otra vez miraba fijamente a la oscuridad de aquel lugar abandonado, si lo había creído ahí estaba, aquella forma indefinida era uno de sus últimos recuerdos del aspecto físico de su madre, probablemente cuando dejo éste mundo estaría algo más envejecida, ¿pero que recuerdo podía quedarle a un niño de 8 años sino el de una madre joven y de belleza?
Emhyr no dijo nada de lo que veía, no quería asustar a su compañera, tenía bien claro que aquello que veía no era real, y que, o lo conformaría o lo atormentaría como hacían sus pesadillas. Solo debía observar e intentar ignorar.
Cerró los ojos aliviado al sentir el frescor de la tela sobre su ardiente piel, su respiración ahora jadeaba levemente no podía evitarlo. Deseo por un instante que el sueño le acogiese con fuerza y que al despertar se sintiese con más fuerzas y no como un simple trapo.
El aire tomado en sus pulmones y contenidos en ellos, la mujer de piel de canela que enredaba aquel colgante de plata con sonrisa amable. Emhyr hacía mucho tiempo que no pensaba en su madre, que no recordaba sus palabras, que no admitía sus verdades.
Exhalo el aire lentamente.
Cosette le había hablado, parecía querer distraerle para que no se perdiese en aquellas imágenes ilusorias, para retenerle en el mundo real.
-Reino de Granada*. –Sus dedos aflojaron su atadura con los de ella obligándole delicadamente a abrir la palma de su mano. –Aquella tierra, es como un pequeño país… Tiene costa, desiertos, montañas… Siempre me gusto su cielo, tiene una luz, no sé, una luz que no había visto nunca en otros países. Y sus gentes, son alegres, a pesar de estar mucho muriéndose de hambre, de no tener nada, ellos siguen trabajando duro pero nada les roba la risa. –Sus dedos ásperos por aquellas pequeñas cicatrices fueron suaves con su tacto sobre la palma de la mano de ella. –Cuéntame una historia, y yo tal vez te cuente una historia a cambio, de aquella tierra, una historia antigua. Y luego tal vez te pida que veles mi sueño.
*Nota: A Andalucía se le llamo a algunas provincias (Málaga, Almería, Granada y parte de Cádiz y Jaen) Reino de Granada hasta el 1833.
Emhyr Van Emreys- Licántropo Clase Baja
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Re: No toda la gente errante anda perdida [Emhyr]
Sus palabras la dejaron un poco más tranquila cuando dijo que no se preocupara. Él debía saber de esas cosas mucho mejor que ella, y algo le decía que aquella herida era solo una de muchas otras que habría recibido en su vida. Aun así la idea de que pudiese empeorar parecía no querer abandonar su cabeza, y se preguntó internamente qué pasaría si las cosas se escapaban de sus manos. Seguramente tendría que salir a pedir ayuda, ya que naturalmente no contaba con suficiente dinero como para buscar a un médico. Pero esperaba que no tuviesen que llegar a eso y que la fiebre fuera desapareciendo a medida que pasaban las horas.
Escuchó las palabras de Emhyr mientras se percataba de que el ritmo de su respiración parecía haber cambiado, aunque suponía que estaba dentro de lo normal a causa del malestar que sentía. Observó sus dedos sobre la palma de su mano mientras trataba de imaginarse cómo sería el lugar que él le describía. Definitivamente sonaba como un sitio agradable, pero para alguien que nunca había salido de Francia le resultaba difícil hacerse una idea de cómo serían esas tierras realmente.
Luego le miró levemente sorprendida cuando le pidió que le contara una historia. ¿Una historia, ella? ¿Qué podría contarle aparte de los chismes que escuchaba durante sus recorridos en el mercado o sus horas de trabajo en la fábrica? Ella llevaba una vida común y corriente, o en otras palabras aburrida. Nunca había tenido aventuras ni había visto grandes cosas, quizás hubiese podido relatarle algún episodio trágico de su pasado pero esa no era la idea, no en un momento como ese.
Se quedó en silencio durante un momento, pensando en qué podría decirle que no resultara demasiado aburrido.
-¿Has visto las gárgolas de la catedral de Notre-Dame? –le preguntó finalmente. Cualquier persona que viviera en París las conocía, pero él era un extranjero y Cosette no sabía cuánto tiempo llevaba ahí. Sin embargo supuso que al menos sabría lo que eran. Lo que iba a contarle no era una verdadera historia sino más bien una especie de leyenda urbana, de esas que abundan en las calles y que corren de boca en boca sin que nadie crea realmente que son ciertas, pero siempre está presente la posibilidad y la duda.
-Una vez me contaron que la primera gárgola que llegó a la catedral era un dragón de verdad –le dijo mientras acomodaba la espalda contra el muro.
-Bueno, en realidad era una dragona. La llamaban la Gargouille y tenía la costumbre de atacar por la noche, destruía los barcos anclados en el Sena y muchas veces devoraba personas, en especial doncellas –no pudo evitar reír con cierta ironía, siempre le había parecido una tontería eso de que las bestias tuviesen preferencia por las mujeres, después de todo iban a alimentarse y no veía diferencia entre la carne de un hombre y la carne de una mujer.
-Mucha gente trató de detener a la Gargouille, pero era imposible –continuó mirando de reojo a Emhyr para ver si aún le escuchaba.
-Una noche un sacerdote cristiano llamado Romanus decidió intentar aplacar a la bestia. Se acercó al río donde la dragona se disponía a atacar, levantó un crucifijo apuntándole a ella y con el poder que Dios le otorgaba, consiguió apaciguarla –entrecerró los ojos un tanto dudosa, ya que de toda la historia aquella era la parte que menos le convencía. Pero al fin y al cabo no era más que un mito y suponía que lo único que buscaban con eso era demostrar que la fe en Dios siempre era el mejor camino para solucionar las cosas.
-Capturaron a la Gargouille y decidieron quemarla en una hoguera, pero al ser un dragón el fuego no le causó daño alguno. La gente comenzaba a pensar que no hallarían solución para el problema, pero en ese momento empezó a amanecer y cuando los primeros rayos de sol tocaron la piel de la Gargouille, se convirtió en piedra para siempre –ese era el motivo por el cual la bestia siempre atacaba de noche.
-El sacerdote decidió llevársela a la catedral y ponerla en lo más alto para recordarle a la gente el poder de la fe en Dios, aunque en realidad lo que venció a la Gargouille fue el sol –enarcó una ceja y rio por lo bajo.
-Y se dice que luego de eso, todos los hijos de la dragona que se encontraban en diferentes lugares de Francia llegaron a la Notre-Dame al enterarse de que la Gargouille había muerto, y cuando salió el sol también se convirtieron en piedra. Es por eso que hay tantas gárgolas ahí –finalizó alzándose de hombros.
Miró a Emhyr de reojo y suspiró.
-Es una historia tonta –le dijo resoplando y torciendo los labios. Quizás él había esperado algo diferente pero ella no tenía mucho más que ofrecerle, y ahora le parecía ridículo haberle contado algo así a un hombre que seguramente habría vivido historias reales mucho más interesantes.
-Los dragones ni siquiera existen, y si lo hicieran dudo que se convirtieran en piedra sólo por el contacto con la luz del sol –ella siempre cuestionaba todo lo que le decían, incluso si se trataba de un simple mito como ese.
Escuchó las palabras de Emhyr mientras se percataba de que el ritmo de su respiración parecía haber cambiado, aunque suponía que estaba dentro de lo normal a causa del malestar que sentía. Observó sus dedos sobre la palma de su mano mientras trataba de imaginarse cómo sería el lugar que él le describía. Definitivamente sonaba como un sitio agradable, pero para alguien que nunca había salido de Francia le resultaba difícil hacerse una idea de cómo serían esas tierras realmente.
Luego le miró levemente sorprendida cuando le pidió que le contara una historia. ¿Una historia, ella? ¿Qué podría contarle aparte de los chismes que escuchaba durante sus recorridos en el mercado o sus horas de trabajo en la fábrica? Ella llevaba una vida común y corriente, o en otras palabras aburrida. Nunca había tenido aventuras ni había visto grandes cosas, quizás hubiese podido relatarle algún episodio trágico de su pasado pero esa no era la idea, no en un momento como ese.
Se quedó en silencio durante un momento, pensando en qué podría decirle que no resultara demasiado aburrido.
-¿Has visto las gárgolas de la catedral de Notre-Dame? –le preguntó finalmente. Cualquier persona que viviera en París las conocía, pero él era un extranjero y Cosette no sabía cuánto tiempo llevaba ahí. Sin embargo supuso que al menos sabría lo que eran. Lo que iba a contarle no era una verdadera historia sino más bien una especie de leyenda urbana, de esas que abundan en las calles y que corren de boca en boca sin que nadie crea realmente que son ciertas, pero siempre está presente la posibilidad y la duda.
-Una vez me contaron que la primera gárgola que llegó a la catedral era un dragón de verdad –le dijo mientras acomodaba la espalda contra el muro.
-Bueno, en realidad era una dragona. La llamaban la Gargouille y tenía la costumbre de atacar por la noche, destruía los barcos anclados en el Sena y muchas veces devoraba personas, en especial doncellas –no pudo evitar reír con cierta ironía, siempre le había parecido una tontería eso de que las bestias tuviesen preferencia por las mujeres, después de todo iban a alimentarse y no veía diferencia entre la carne de un hombre y la carne de una mujer.
-Mucha gente trató de detener a la Gargouille, pero era imposible –continuó mirando de reojo a Emhyr para ver si aún le escuchaba.
-Una noche un sacerdote cristiano llamado Romanus decidió intentar aplacar a la bestia. Se acercó al río donde la dragona se disponía a atacar, levantó un crucifijo apuntándole a ella y con el poder que Dios le otorgaba, consiguió apaciguarla –entrecerró los ojos un tanto dudosa, ya que de toda la historia aquella era la parte que menos le convencía. Pero al fin y al cabo no era más que un mito y suponía que lo único que buscaban con eso era demostrar que la fe en Dios siempre era el mejor camino para solucionar las cosas.
-Capturaron a la Gargouille y decidieron quemarla en una hoguera, pero al ser un dragón el fuego no le causó daño alguno. La gente comenzaba a pensar que no hallarían solución para el problema, pero en ese momento empezó a amanecer y cuando los primeros rayos de sol tocaron la piel de la Gargouille, se convirtió en piedra para siempre –ese era el motivo por el cual la bestia siempre atacaba de noche.
-El sacerdote decidió llevársela a la catedral y ponerla en lo más alto para recordarle a la gente el poder de la fe en Dios, aunque en realidad lo que venció a la Gargouille fue el sol –enarcó una ceja y rio por lo bajo.
-Y se dice que luego de eso, todos los hijos de la dragona que se encontraban en diferentes lugares de Francia llegaron a la Notre-Dame al enterarse de que la Gargouille había muerto, y cuando salió el sol también se convirtieron en piedra. Es por eso que hay tantas gárgolas ahí –finalizó alzándose de hombros.
Miró a Emhyr de reojo y suspiró.
-Es una historia tonta –le dijo resoplando y torciendo los labios. Quizás él había esperado algo diferente pero ella no tenía mucho más que ofrecerle, y ahora le parecía ridículo haberle contado algo así a un hombre que seguramente habría vivido historias reales mucho más interesantes.
-Los dragones ni siquiera existen, y si lo hicieran dudo que se convirtieran en piedra sólo por el contacto con la luz del sol –ella siempre cuestionaba todo lo que le decían, incluso si se trataba de un simple mito como ese.
Cosette Renaud- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 11/01/2013
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Re: No toda la gente errante anda perdida [Emhyr]
Aún continuaba con sus ojos fijos a la nada de aquel habitáculo iluminado por la enorme luna, probablemente para Cosette allí no había nada pero Emhyr se sentía observado por aquella mujer de piel de canela que parecía ahora está atenta a la historia que estaba a punto de contarle aquella joven. Parecía tan real, pero él estaba seguro de que no lo era así, era imposible, si aquella mujer estuviese viva no se la vería tan joven-
Tomo profundamente aire sintiendo como sus pulmones se llenaban del fresco aire, aquella bocanada parecía que aliviaba de aquella sensación de debilidad y frío.
Emhyr afirmo con la cabeza cuando le pregunto sobre las gárgolas, si, aquellas criaturas de piedra monstruosas que no solo había visto en la catedral parisina, las había conocido en otros países, cada una con su peculiaridad pero sin perder su ferocidad.
Cosette contaba su historia y a pesar de que él no pareciese atento, estaba más de lo que creía. Siempre le habían gustado las historias y sobre todo aquellas que hablaban de seres fantásticos.
Cuanto terminó con su historia el silencio continuaba latente en el aire por su parte, sus labios se curvaban en una sonrisa.
-¿Sabes? No pienso que sea una historia tonta. –Rio, pero no porque le pareciese divertido o ridículo, más bien irónico. –Es más, pienso que puede tener algo de real… Todas estas historias la tienen, ¿por qué no pueden existir los dragones o criaturas similares? He oído que el poder del Sol también afectan a otro tipo de criaturas, casi todas las historias hablan de ese poder… Hay tanto oculto en éste mundo, y suceden cosas tan inexplicables.
Esta vez y aun con aquella sonrisa, no irónica, más bien confiada giro levemente su rostro para mirarla.
-El mundo esconde más de lo que creemos. –Reafirmaba aquella idea, y esta vez su tono de voz era más serio, Emhyr sabía más de lo que parecía, él siempre decía “ver es creer”, pero no cualquiera persona podría creen en sus palabras, podría creer en aquello que en su interior moraba, en aquel poder. Él mismo había renegado de su herencia brujeril, el mismo había despreciado las palabras de su madre pensando en que solo eran meras supersticiones y cuentos. No fue hasta que estuvo en la desesperación, cuando lo hizo sin querer, cuando pudo creer, pero ya era demasiado falta para pedir perdón por su desprecio de aquella verdad. –Bueno creo, que iba a contarte una historia a cambio de la tuya… No es una gran historia pero… -Emhyr le indico con aquellos ojos castaños y demasiados cansados a la nada. -… ella me lo está pidiendo.
Unos segundos de silencio, la miraba directamente a los ojos con seriedad, meditabundo, parecía buscar las palabras adecuadas, palabras sencillas.
-Tendría tu edad más o menos, pero tenía la piel de color canela. Era la hija de un Hacendado de aquellas tierras de las que te he hablado, pero no una hija deseada, más bien una bastarda nacida de una infidelidad que parecía ocultarse, ya que su padre cuando la llevo a su casa afirmó que ella era la sobrina de una hermana fallecida, que nunca existió.
>>Aquella joven hubiese sido una chica normal si no hubiese nacido con un don que le hizo ganar cierta fama entre aquellos que la rodeaban y personas que venía de muy lejos. Era capaz de ver y hablar a aquellos que había dejado la vida atrás, y en sus sueños vislumbrar el futuro próximo de un modo confuso.
Todos querían de su don, su historia se extendió tan lejos que atrajo a un hombre venido de éstas tierras en las que estamos, un hombre rico, músico, extravagante y traía consigo una maldición… Pronto ella se enamoró de su misterio, y él correspondiéndola le revelo su misterio. Decía ser inmortal, decía ser maldecido con ella y que el precio a pagar era vivir en la noche y beber de la sangre de otros, y que ella tenía una sangre especial por ello había ido a buscarla, y por su don, tal vez ella pudiese ver como apaciguar aquella sed, como librarse de todo. No hubo miedo, es más, ella le pidió ser como él y ante aquello, el inmortal que la amaba la abandonaría solo dejándole un recuerdo… Un símbolo de plata… -Emhyr sin quererlo se había tocado su antebrazo con la mano libre. -…una extraña cruz, que le alejaría de ella para siempre y la protegería de otros inmortales.
>>Los años pasarían, era tanta su pena que había de usar su don para atender a la gente, fingió haberlo perdido… Sería con la llegada los embajadores de “Konstantiniyye”, cuando dejo su pena atrás y conoció a aquel hombre con porte de guerrero, él era noble y se la llevo con ella tras desposarla y darle una familia en aquellas tierras lejanas de la suya, si, una vida feliz. –Pauso mirando a aquella nada con una sonrisa, su ilusión se la devolvía parecía satisfecha con la historia que contaba. La voz de Emhyr era suave, acariciaba el aire con cada palabra, guiaba fuera de aquella realidad en la que estaban. –Tuvo tres hijos que tal vez hubiesen heredado su don, aun no lo sabía, ¿era feliz? Lo era, pero en el fondo aún estaba aquella pena, aun recordaba al inmortal.
>>De nuevo los años continuarían y un simple sueño hizo que la joven de piel de canela se deprendiese de aquel símbolo protector. De repente ella acepto que él inmortal vendría en cuanto se alejase de aquella cruz, pero el amor ante sus hijos era infinitamente más importante que su propia vida. Sus hijas había manifestado el don, su sangre era especial podrían alejarse de los inmortales usando la hechicería que ella le enseñaría para protegerse, pero ¿y su hijo mediano? No tenía un don y ahora a sus siete años para ocho debía abandonar el hogar para convertirse en guerrero como lo había sido su padre. Por ello ella se desprendió de aquel símbolo poderoso para defender el poder de su sangre, la cual atraía a los inmortales, así entregándoselo al mediano, el cual tendría menos posibilidades; y diciéndole que aquel símbolo era contra el mal de ojo, que nunca se alejase de él, tuvo la esperanza de que el hijo en su ignorancia no fuese nunca encontrado ni buscase a los inmortales.
>>Ella volvió a esperarle en su pena, pensando que no tener aquel colgante le hiciese que volviese con ella, pero nunca fue así… El futuro se truncaría, acusado de traición, solo estaba el destino de la muerte, que no pudo ser evitada. Pero… ¿Qué ocurrió con los hijos tras la muerte de la mujer de piel de canela? La hija mayor no tuvo que vivir penalidades, había muerte unos años antes en un prematuro parto tras casarse a los catorce años, la hija pequeña por su parte con ocho años fue casada con la casa noble la cual, le había acusado de traición, codiciaban obtener sus títulos y riqueza con aquella boda, ¿y el mediano? Era el heredero, un obstáculo para la conspiración, y a pesar de ser joven iba a convertirse en la persona más joven en ascender en rango… Pero huyó, muy muy lejos… Deshonrado. –Suspiró, entrecerrando los ojos, le costaba bastante mantenerse despierto, su cuerpo no podía más y en su voz se notaba. -… y allí en la lejanía descubrió su don y descubrió a los inmortales, y supo que era el símbolo… Y ansió la inmortalidad, pero… ¿La obtuvo? ¿Quién sabe?-De nuevo se silenció, cerró lo ojos, sentía los párpados pesados, demasiado, y cuando volvió a abrirlos su ilusión había desaparecido. –No sé porque te cuento esta historia, esa si que es una historia estúpida y sin sentido… Un cuento, no sé porque me he acordado de esa historia, la oí hace tanto tiempo, tiene que ser la fiebre, me hace recordar, me hace ver… -Volvió a cerrar los ojos, se quedaba dormido, pero aun no del todo.
Tomo profundamente aire sintiendo como sus pulmones se llenaban del fresco aire, aquella bocanada parecía que aliviaba de aquella sensación de debilidad y frío.
Emhyr afirmo con la cabeza cuando le pregunto sobre las gárgolas, si, aquellas criaturas de piedra monstruosas que no solo había visto en la catedral parisina, las había conocido en otros países, cada una con su peculiaridad pero sin perder su ferocidad.
Cosette contaba su historia y a pesar de que él no pareciese atento, estaba más de lo que creía. Siempre le habían gustado las historias y sobre todo aquellas que hablaban de seres fantásticos.
Cuanto terminó con su historia el silencio continuaba latente en el aire por su parte, sus labios se curvaban en una sonrisa.
-¿Sabes? No pienso que sea una historia tonta. –Rio, pero no porque le pareciese divertido o ridículo, más bien irónico. –Es más, pienso que puede tener algo de real… Todas estas historias la tienen, ¿por qué no pueden existir los dragones o criaturas similares? He oído que el poder del Sol también afectan a otro tipo de criaturas, casi todas las historias hablan de ese poder… Hay tanto oculto en éste mundo, y suceden cosas tan inexplicables.
Esta vez y aun con aquella sonrisa, no irónica, más bien confiada giro levemente su rostro para mirarla.
-El mundo esconde más de lo que creemos. –Reafirmaba aquella idea, y esta vez su tono de voz era más serio, Emhyr sabía más de lo que parecía, él siempre decía “ver es creer”, pero no cualquiera persona podría creen en sus palabras, podría creer en aquello que en su interior moraba, en aquel poder. Él mismo había renegado de su herencia brujeril, el mismo había despreciado las palabras de su madre pensando en que solo eran meras supersticiones y cuentos. No fue hasta que estuvo en la desesperación, cuando lo hizo sin querer, cuando pudo creer, pero ya era demasiado falta para pedir perdón por su desprecio de aquella verdad. –Bueno creo, que iba a contarte una historia a cambio de la tuya… No es una gran historia pero… -Emhyr le indico con aquellos ojos castaños y demasiados cansados a la nada. -… ella me lo está pidiendo.
Unos segundos de silencio, la miraba directamente a los ojos con seriedad, meditabundo, parecía buscar las palabras adecuadas, palabras sencillas.
-Tendría tu edad más o menos, pero tenía la piel de color canela. Era la hija de un Hacendado de aquellas tierras de las que te he hablado, pero no una hija deseada, más bien una bastarda nacida de una infidelidad que parecía ocultarse, ya que su padre cuando la llevo a su casa afirmó que ella era la sobrina de una hermana fallecida, que nunca existió.
>>Aquella joven hubiese sido una chica normal si no hubiese nacido con un don que le hizo ganar cierta fama entre aquellos que la rodeaban y personas que venía de muy lejos. Era capaz de ver y hablar a aquellos que había dejado la vida atrás, y en sus sueños vislumbrar el futuro próximo de un modo confuso.
Todos querían de su don, su historia se extendió tan lejos que atrajo a un hombre venido de éstas tierras en las que estamos, un hombre rico, músico, extravagante y traía consigo una maldición… Pronto ella se enamoró de su misterio, y él correspondiéndola le revelo su misterio. Decía ser inmortal, decía ser maldecido con ella y que el precio a pagar era vivir en la noche y beber de la sangre de otros, y que ella tenía una sangre especial por ello había ido a buscarla, y por su don, tal vez ella pudiese ver como apaciguar aquella sed, como librarse de todo. No hubo miedo, es más, ella le pidió ser como él y ante aquello, el inmortal que la amaba la abandonaría solo dejándole un recuerdo… Un símbolo de plata… -Emhyr sin quererlo se había tocado su antebrazo con la mano libre. -…una extraña cruz, que le alejaría de ella para siempre y la protegería de otros inmortales.
>>Los años pasarían, era tanta su pena que había de usar su don para atender a la gente, fingió haberlo perdido… Sería con la llegada los embajadores de “Konstantiniyye”, cuando dejo su pena atrás y conoció a aquel hombre con porte de guerrero, él era noble y se la llevo con ella tras desposarla y darle una familia en aquellas tierras lejanas de la suya, si, una vida feliz. –Pauso mirando a aquella nada con una sonrisa, su ilusión se la devolvía parecía satisfecha con la historia que contaba. La voz de Emhyr era suave, acariciaba el aire con cada palabra, guiaba fuera de aquella realidad en la que estaban. –Tuvo tres hijos que tal vez hubiesen heredado su don, aun no lo sabía, ¿era feliz? Lo era, pero en el fondo aún estaba aquella pena, aun recordaba al inmortal.
>>De nuevo los años continuarían y un simple sueño hizo que la joven de piel de canela se deprendiese de aquel símbolo protector. De repente ella acepto que él inmortal vendría en cuanto se alejase de aquella cruz, pero el amor ante sus hijos era infinitamente más importante que su propia vida. Sus hijas había manifestado el don, su sangre era especial podrían alejarse de los inmortales usando la hechicería que ella le enseñaría para protegerse, pero ¿y su hijo mediano? No tenía un don y ahora a sus siete años para ocho debía abandonar el hogar para convertirse en guerrero como lo había sido su padre. Por ello ella se desprendió de aquel símbolo poderoso para defender el poder de su sangre, la cual atraía a los inmortales, así entregándoselo al mediano, el cual tendría menos posibilidades; y diciéndole que aquel símbolo era contra el mal de ojo, que nunca se alejase de él, tuvo la esperanza de que el hijo en su ignorancia no fuese nunca encontrado ni buscase a los inmortales.
>>Ella volvió a esperarle en su pena, pensando que no tener aquel colgante le hiciese que volviese con ella, pero nunca fue así… El futuro se truncaría, acusado de traición, solo estaba el destino de la muerte, que no pudo ser evitada. Pero… ¿Qué ocurrió con los hijos tras la muerte de la mujer de piel de canela? La hija mayor no tuvo que vivir penalidades, había muerte unos años antes en un prematuro parto tras casarse a los catorce años, la hija pequeña por su parte con ocho años fue casada con la casa noble la cual, le había acusado de traición, codiciaban obtener sus títulos y riqueza con aquella boda, ¿y el mediano? Era el heredero, un obstáculo para la conspiración, y a pesar de ser joven iba a convertirse en la persona más joven en ascender en rango… Pero huyó, muy muy lejos… Deshonrado. –Suspiró, entrecerrando los ojos, le costaba bastante mantenerse despierto, su cuerpo no podía más y en su voz se notaba. -… y allí en la lejanía descubrió su don y descubrió a los inmortales, y supo que era el símbolo… Y ansió la inmortalidad, pero… ¿La obtuvo? ¿Quién sabe?-De nuevo se silenció, cerró lo ojos, sentía los párpados pesados, demasiado, y cuando volvió a abrirlos su ilusión había desaparecido. –No sé porque te cuento esta historia, esa si que es una historia estúpida y sin sentido… Un cuento, no sé porque me he acordado de esa historia, la oí hace tanto tiempo, tiene que ser la fiebre, me hace recordar, me hace ver… -Volvió a cerrar los ojos, se quedaba dormido, pero aun no del todo.
Emhyr Van Emreys- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 678
Fecha de inscripción : 31/07/2010
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Re: No toda la gente errante anda perdida [Emhyr]
Se quedó pensando en la pregunta de Emhyr, en si acaso sería posible que una criatura como un dragón existiera de verdad. A ella se le hacía difícil de imaginar, pero nuevamente tampoco podía decirse que supiera mucho de esas cosas, y además siempre había sido bastante escéptica. Y él tenía razón, había cosas ocultas en todos los rincones de la tierra, la mayoría de las cuales ni ella ni nadie llegaría a conocer. Tal vez era mejor así, pensó, pues dudaba que a alguien le gustara encontrarse con un dragón o alguna otra criatura temible y peligrosa.
Se dispuso a escuchar la historia del extranjero girando un poco la espalda para mirarle mientras hablara. Se sorprendió cuando le mencionó que “ella” se lo estaba pidiendo… ¿Quién? Desvió la mirada hacia donde él indicaba pero naturalmente no vio nada más que las sombras del recinto, debía de ser una alucinación a causa de la fiebre y eso le hizo preocuparse un poco, pero al menos parecía estar aún lo suficientemente consciente como para contarle su relato. Sus ojos se encontraron mientras un momento de silencio se apoderaba del lugar hasta que finalmente Emhyr empezó a hablar.
Con toda su atención puesta en aquella historia, Cosette trataba de imaginarse todo lo que escuchaba, incluso los detalles más pequeños. Sonaba más realista que su leyenda de dragones y gárgolas de piedra, y sin embargo había algo misterioso, casi mágico en aquellas palabras. Con cada minuto que pasaba la historia le parecía más triste, y varias de las cosas que escuchó le hicieron pensar que no era un simple cuento sino una experiencia vivida por él mismo. Sin embargo Emhyr terminó diciendo que la había escuchado hace mucho tiempo, ¿estaría diciendo la verdad o simplemente trataba de ocultar lo que alguna vez había vivido? Y luego estaba el asunto de la cruz que había vuelto a mencionar…
Al ver la expresión en su rostro decidió que no le haría preguntas, aunque naturalmente tenía curiosidad y le hubiese gustado hacerlo. Se veía cansado y Cosette sabía que la herida y la fiebre debían de haberle dejado casi sin fuerzas. No sería conveniente hacerle hablar y perder más energía.
-No me parece una historia estúpida, al menos es más interesante que la mía –sonrió sabiendo que probablemente él ya no sería consciente de aquel gesto.
-Duerme tranquilo, yo me quedaré despierta. No tengo tanto sueño –le dijo mientras se acomodaba y estiraba un poco las piernas, sin estar segura de si acaso le habría escuchado. En realidad sí estaba bastante cansada, pero sabía que su condición no se comparaba a la de Emhyr.
Pensó que no se le haría difícil velar el sueño del extranjero mientras él se quedaba dormido, y así fueron pasando los minutos que luego se transformaron en horas y ella seguía despierta, mirando a la nada y pensando en muchas cosas, aunque luchando por mantener los ojos abiertos. Finalmente en algún momento de la noche también el sueño la venció a ella.
Pero Cosette nunca había tenido un sueño muy profundo, y menos cuando dormía fuera de casa y en una posición incómoda. Se despertó varias veces durante la noche, un poco sobresaltada y mirando hacia todos lados como si hubiese olvidado donde se encontraba. A ratos miraba a Emhyr para asegurarse de que la fiebre no estuviese consumiéndolo pero le pareció que ya no se veía tan mal, esas horas de sueño sin duda le vendrían bien y con algo de suerte se sentiría mucho mejor al día siguiente.
La última vez que despertó se dio cuenta de que la oscuridad de aquella casa abandonada había empezado a desaparecer poco a poco; por los agujeros del techo podía distinguirse la tenue luz del alba que junto con los primeros cantos de los pájaros madrugadores indicaba el pronto amanecer. Apartó la parte del abrigo que le cubría y en silencio se puso de pie, tratando de ser lo más cuidadosa posible para no causar ningún ruido. Emhyr seguía dormido, pero sabía que el ruido de afuera y la luz que pronto iluminaría el edificio le harían despertar en cualquier momento. Por algún motivo sintió la necesidad de marcharse sin decir nada; por un lado no quería despertarle, y por el otro tampoco le gustaban las despedidas, incluso si se trataba de gente que sólo había visto una vez en su vida.
Le quedaba mucho por hacer ese día, tenía que volver a casa y cambiarse de ropa para empezar con su jornada de trabajo. Metió la mano en su bolsillo y de él sacó las monedas que Emhyr le había robado (y devuelto) la noche anterior, y sin pensarlo mucho acercó la mano a uno de los tantos bolsillos de aquel extravagante abrigo y dejó las monedas ahí. Después de haber escuchado su historia, algo le decía que él necesitaría las monedas más que ella. Tampoco dudaba que podría recuperarlas después, con algo de esfuerzo.
Le dedicó una última mirada al extranjero y finalmente se dirigió hacia el lugar por el cual ambos habían entrado. Deslizó las tablas que cubrían la puerta con cuidado y salió al exterior, encontrándose con la neblina y la frescura típica de esas horas.
Avanzando entre aquella semi-oscuridad pensó en todo lo que había ocurrido en las últimas horas y también se preguntó si acaso volvería a ver a aquel hombre misterioso. Lo más probable era que no, ya que París era una ciudad muy grande y él ni siquiera parecía ser de los que se quedaban en un mismo sitio durante mucho tiempo. Pero quién sabe…
Se dispuso a escuchar la historia del extranjero girando un poco la espalda para mirarle mientras hablara. Se sorprendió cuando le mencionó que “ella” se lo estaba pidiendo… ¿Quién? Desvió la mirada hacia donde él indicaba pero naturalmente no vio nada más que las sombras del recinto, debía de ser una alucinación a causa de la fiebre y eso le hizo preocuparse un poco, pero al menos parecía estar aún lo suficientemente consciente como para contarle su relato. Sus ojos se encontraron mientras un momento de silencio se apoderaba del lugar hasta que finalmente Emhyr empezó a hablar.
Con toda su atención puesta en aquella historia, Cosette trataba de imaginarse todo lo que escuchaba, incluso los detalles más pequeños. Sonaba más realista que su leyenda de dragones y gárgolas de piedra, y sin embargo había algo misterioso, casi mágico en aquellas palabras. Con cada minuto que pasaba la historia le parecía más triste, y varias de las cosas que escuchó le hicieron pensar que no era un simple cuento sino una experiencia vivida por él mismo. Sin embargo Emhyr terminó diciendo que la había escuchado hace mucho tiempo, ¿estaría diciendo la verdad o simplemente trataba de ocultar lo que alguna vez había vivido? Y luego estaba el asunto de la cruz que había vuelto a mencionar…
Al ver la expresión en su rostro decidió que no le haría preguntas, aunque naturalmente tenía curiosidad y le hubiese gustado hacerlo. Se veía cansado y Cosette sabía que la herida y la fiebre debían de haberle dejado casi sin fuerzas. No sería conveniente hacerle hablar y perder más energía.
-No me parece una historia estúpida, al menos es más interesante que la mía –sonrió sabiendo que probablemente él ya no sería consciente de aquel gesto.
-Duerme tranquilo, yo me quedaré despierta. No tengo tanto sueño –le dijo mientras se acomodaba y estiraba un poco las piernas, sin estar segura de si acaso le habría escuchado. En realidad sí estaba bastante cansada, pero sabía que su condición no se comparaba a la de Emhyr.
Pensó que no se le haría difícil velar el sueño del extranjero mientras él se quedaba dormido, y así fueron pasando los minutos que luego se transformaron en horas y ella seguía despierta, mirando a la nada y pensando en muchas cosas, aunque luchando por mantener los ojos abiertos. Finalmente en algún momento de la noche también el sueño la venció a ella.
Pero Cosette nunca había tenido un sueño muy profundo, y menos cuando dormía fuera de casa y en una posición incómoda. Se despertó varias veces durante la noche, un poco sobresaltada y mirando hacia todos lados como si hubiese olvidado donde se encontraba. A ratos miraba a Emhyr para asegurarse de que la fiebre no estuviese consumiéndolo pero le pareció que ya no se veía tan mal, esas horas de sueño sin duda le vendrían bien y con algo de suerte se sentiría mucho mejor al día siguiente.
La última vez que despertó se dio cuenta de que la oscuridad de aquella casa abandonada había empezado a desaparecer poco a poco; por los agujeros del techo podía distinguirse la tenue luz del alba que junto con los primeros cantos de los pájaros madrugadores indicaba el pronto amanecer. Apartó la parte del abrigo que le cubría y en silencio se puso de pie, tratando de ser lo más cuidadosa posible para no causar ningún ruido. Emhyr seguía dormido, pero sabía que el ruido de afuera y la luz que pronto iluminaría el edificio le harían despertar en cualquier momento. Por algún motivo sintió la necesidad de marcharse sin decir nada; por un lado no quería despertarle, y por el otro tampoco le gustaban las despedidas, incluso si se trataba de gente que sólo había visto una vez en su vida.
Le quedaba mucho por hacer ese día, tenía que volver a casa y cambiarse de ropa para empezar con su jornada de trabajo. Metió la mano en su bolsillo y de él sacó las monedas que Emhyr le había robado (y devuelto) la noche anterior, y sin pensarlo mucho acercó la mano a uno de los tantos bolsillos de aquel extravagante abrigo y dejó las monedas ahí. Después de haber escuchado su historia, algo le decía que él necesitaría las monedas más que ella. Tampoco dudaba que podría recuperarlas después, con algo de esfuerzo.
Le dedicó una última mirada al extranjero y finalmente se dirigió hacia el lugar por el cual ambos habían entrado. Deslizó las tablas que cubrían la puerta con cuidado y salió al exterior, encontrándose con la neblina y la frescura típica de esas horas.
Avanzando entre aquella semi-oscuridad pensó en todo lo que había ocurrido en las últimas horas y también se preguntó si acaso volvería a ver a aquel hombre misterioso. Lo más probable era que no, ya que París era una ciudad muy grande y él ni siquiera parecía ser de los que se quedaban en un mismo sitio durante mucho tiempo. Pero quién sabe…
Cosette Renaud- Humano Clase Baja
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