AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La tentación de probar, en los labios ajenos, el sabor de un dulce ( Dámazo Eidenche)
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La tentación de probar, en los labios ajenos, el sabor de un dulce ( Dámazo Eidenche)
No importa cuantas personas te rodeen o conversen contigo, basta la presencia de una sola, para que el mundo se detenga, y no quede nadie más que él y tú. O al menos eso había sentido Arabella cuando al entrar al restaurante con una sonrisa, divisó al único hombre que le hacía temblar las piernas.
Tomando el camino que le señalaba el camarero, ignoró el silencio atroz que llenó el restaurante, mientras ella caminaba con paso ligero y sensual. Estaba acostumbrada a llamar la atención de los demás, es más, muchas veces, provocaba a los hombres para que la admirasen. Cuanto más público te divise, menos posibilidades hay de ser atacada por sorpresa.
Tomó la carta que le daba el camarero y abriéndola, fingió leer detenidamente la carta, cuando en realidad, analizaba al objeto de su deseo. Alto y atlético, de ojos azules y cabello negro, Dámazo se erguía con una sonrisa traviesa en una mesa alejada, en la compañía de una rubia realmente hermosa. Una punzada de dolor se extendió por su cuerpo, cuando notó la forma, casi atrevida, en la que él se acercaba a la joven y le susurraba algo en el oído.
Debía reconocer que tenía bastante talento, Al menos en lo que a la seducción se refería, porque en cuestión de lugares, se había equivocado completamente. Si deseaba causar un mayor efecto, debería de haber elegido la mesa en la que estaba sentada ella. La luz que entraba por la ventana, iluminaría el cabello oscuro, revelando aquellos puntos en los que estaba ligeramente despeinado. Y sus ojos, adquirirían una intensidad envidiable. Pero como él había elegido una mesa sombría y alejada, utilizó la luz del sol como herramienta.
Levantó su cabeza con suavidad, y sonrió al camarero con inocencia comedida. Sabía el efecto que iba a causar en él, antes de que le diera la carta. Iluminada por el sol, su cabello formaba un halo iridiscente al rededor de su rostro, y el color blanco marfil de su vestido, hacía que pareciese un ángel. Pidió un pastel de fresas silvestres y un té suave, recordando realizar una sonrisa más abierta como despedida al camarero. El gemido que escuchó, cuando sus ojos abandonaron el rostro del camarero y se centraron en el libro que había traído consigo, fue suficiente para saber que había conseguido un servicio rápido y eficaz.
Deseaba comer el pastel lo antes posible, lo suficiente al menos, como para huir de allí, antes de que su parte leonina comenzase a gruñir a una desconocida por tener una libertad, que no podía concederse a sí misma.
No entendía lo que le pasaba, jamás había sentido celos de nadie, y mucho menos por u hombre con el que ni siquiera había hablado. Pero por alguna extraña razón, él siempre aparecía en cada lugar público que ella visitaba. Esta era la cuarta vez que se encontraba con el mismo caballero. Había cambiado de restaurante, de librería, el trayecto para ir a su trabajo, y el trayecto para ir a su casa. En todo momento, desde que sus ojos se fijaron en él, siempre había ocurrido lo mismo, estaba seduciendo a otra mujer.
Por supuesto debía sufrir alguna enfermedad extraña de orgullo herido, y tal vez, eso explicase la absurda necesidad que acudía a ella de llamar su atención. Pero se había negado, una y otra vez, a dirigirle la palabra, a mirarlo más de lo adecuado, según las normas de decoro, o a siquiera volver al mismo lugar en el que lo encontraba. Si no fuese absurdo, pensaría que él estaba evitándola por alguna razón, y que al hacer ella lo mismo, coincidían una y otra vez.
Cuando el camarero se acercó unos minutos después, con su tarta y el té. Suspiró con alivio, y por primera vez desde que había entrado al restaurante, sonrió con verdadera felicidad. Por fin podría tomar su pastel y marcharse lejos de allí. Tomando el tenedor, partió un trozo de pastel y se lo llevó a los labios.
El increíble sabor dulce de la crema, y la acidez de la fresa, inundó su boca, provocando que cerrase sus ojos, y gimiera con deleite. Al abrirlos, miró al pastel con tristeza, realmente extrañaría aquel restaurante, tenía la mejor tarta de fresa que había probado.
Escuchando el carraspeo de una voz, levantó su mirada sorprendida. Ante ella se encontraba un joven bastante apuesto. Su torpe presentación y el ligero temblor de sus manos al tomar la suya para llevársela a sus labios, hizo que tuviera que morderse el labio para no reír. Era encantador, por primera vez, había conocido a un parisino inocente. ¿Quién lo podría haber adivinado?.
Sonriendo, dejó que le entregase una tarjeta de presentación y se sentase en su mesa. Al fin y al cabo, ella terminaría su pastel y se marcharía, el tener unos minutos de compañía, la ayudaría a liberarse de la tensión que sentía su cuerpo con la presencia del hombre que la alteraba, aún en la distancia.
- Madame, es la mujer más hermosa que he visto.- La admiración que demostraba su voz y brillaba en sus ojos, era más que evidente.- Me gustaría tener el honor de gozar de su compañía en la próxima fiesta que realice en mi casa.
Riendo con suavidad, me tapé la boca para evitar avergonzarlo.- Estoy segura, Monsieur... que no ha querido decir lo que sus labios, traidores, han dicho.- Observó cómo las mejillas del hombre se sonrojaban y apartaba la mirada- No visito a ningún hombre a su casa. Ni siquiera uno tan apuesto como usted. - La mirada de él, volvió a centrarse en mi rostro con asombro . Al parecer no estaba acostumbrado a recibir halagos.
Ignorando a la pareja del fondo, comenzó a reírse de los chistes e historias que contaba su acompañante. Gemía y me tapaba la boca, cuando la historia tenía alguna sorpresa, y cuando se volvía triste, fruncía levemente los labios. Para cualquiera que nos viera, eramos dos jóvenes divirtiéndonos, pero en realidad, ella deseaba marcharse y olvidar la sensación de vacío que sentía al mirar a aquel hombre. Tal vez, porque en el fondo sabía, que no era quien ella deseaba.
Tomando el camino que le señalaba el camarero, ignoró el silencio atroz que llenó el restaurante, mientras ella caminaba con paso ligero y sensual. Estaba acostumbrada a llamar la atención de los demás, es más, muchas veces, provocaba a los hombres para que la admirasen. Cuanto más público te divise, menos posibilidades hay de ser atacada por sorpresa.
Tomó la carta que le daba el camarero y abriéndola, fingió leer detenidamente la carta, cuando en realidad, analizaba al objeto de su deseo. Alto y atlético, de ojos azules y cabello negro, Dámazo se erguía con una sonrisa traviesa en una mesa alejada, en la compañía de una rubia realmente hermosa. Una punzada de dolor se extendió por su cuerpo, cuando notó la forma, casi atrevida, en la que él se acercaba a la joven y le susurraba algo en el oído.
Debía reconocer que tenía bastante talento, Al menos en lo que a la seducción se refería, porque en cuestión de lugares, se había equivocado completamente. Si deseaba causar un mayor efecto, debería de haber elegido la mesa en la que estaba sentada ella. La luz que entraba por la ventana, iluminaría el cabello oscuro, revelando aquellos puntos en los que estaba ligeramente despeinado. Y sus ojos, adquirirían una intensidad envidiable. Pero como él había elegido una mesa sombría y alejada, utilizó la luz del sol como herramienta.
Levantó su cabeza con suavidad, y sonrió al camarero con inocencia comedida. Sabía el efecto que iba a causar en él, antes de que le diera la carta. Iluminada por el sol, su cabello formaba un halo iridiscente al rededor de su rostro, y el color blanco marfil de su vestido, hacía que pareciese un ángel. Pidió un pastel de fresas silvestres y un té suave, recordando realizar una sonrisa más abierta como despedida al camarero. El gemido que escuchó, cuando sus ojos abandonaron el rostro del camarero y se centraron en el libro que había traído consigo, fue suficiente para saber que había conseguido un servicio rápido y eficaz.
Deseaba comer el pastel lo antes posible, lo suficiente al menos, como para huir de allí, antes de que su parte leonina comenzase a gruñir a una desconocida por tener una libertad, que no podía concederse a sí misma.
No entendía lo que le pasaba, jamás había sentido celos de nadie, y mucho menos por u hombre con el que ni siquiera había hablado. Pero por alguna extraña razón, él siempre aparecía en cada lugar público que ella visitaba. Esta era la cuarta vez que se encontraba con el mismo caballero. Había cambiado de restaurante, de librería, el trayecto para ir a su trabajo, y el trayecto para ir a su casa. En todo momento, desde que sus ojos se fijaron en él, siempre había ocurrido lo mismo, estaba seduciendo a otra mujer.
Por supuesto debía sufrir alguna enfermedad extraña de orgullo herido, y tal vez, eso explicase la absurda necesidad que acudía a ella de llamar su atención. Pero se había negado, una y otra vez, a dirigirle la palabra, a mirarlo más de lo adecuado, según las normas de decoro, o a siquiera volver al mismo lugar en el que lo encontraba. Si no fuese absurdo, pensaría que él estaba evitándola por alguna razón, y que al hacer ella lo mismo, coincidían una y otra vez.
Cuando el camarero se acercó unos minutos después, con su tarta y el té. Suspiró con alivio, y por primera vez desde que había entrado al restaurante, sonrió con verdadera felicidad. Por fin podría tomar su pastel y marcharse lejos de allí. Tomando el tenedor, partió un trozo de pastel y se lo llevó a los labios.
El increíble sabor dulce de la crema, y la acidez de la fresa, inundó su boca, provocando que cerrase sus ojos, y gimiera con deleite. Al abrirlos, miró al pastel con tristeza, realmente extrañaría aquel restaurante, tenía la mejor tarta de fresa que había probado.
Escuchando el carraspeo de una voz, levantó su mirada sorprendida. Ante ella se encontraba un joven bastante apuesto. Su torpe presentación y el ligero temblor de sus manos al tomar la suya para llevársela a sus labios, hizo que tuviera que morderse el labio para no reír. Era encantador, por primera vez, había conocido a un parisino inocente. ¿Quién lo podría haber adivinado?.
Sonriendo, dejó que le entregase una tarjeta de presentación y se sentase en su mesa. Al fin y al cabo, ella terminaría su pastel y se marcharía, el tener unos minutos de compañía, la ayudaría a liberarse de la tensión que sentía su cuerpo con la presencia del hombre que la alteraba, aún en la distancia.
- Madame, es la mujer más hermosa que he visto.- La admiración que demostraba su voz y brillaba en sus ojos, era más que evidente.- Me gustaría tener el honor de gozar de su compañía en la próxima fiesta que realice en mi casa.
Riendo con suavidad, me tapé la boca para evitar avergonzarlo.- Estoy segura, Monsieur... que no ha querido decir lo que sus labios, traidores, han dicho.- Observó cómo las mejillas del hombre se sonrojaban y apartaba la mirada- No visito a ningún hombre a su casa. Ni siquiera uno tan apuesto como usted. - La mirada de él, volvió a centrarse en mi rostro con asombro . Al parecer no estaba acostumbrado a recibir halagos.
Ignorando a la pareja del fondo, comenzó a reírse de los chistes e historias que contaba su acompañante. Gemía y me tapaba la boca, cuando la historia tenía alguna sorpresa, y cuando se volvía triste, fruncía levemente los labios. Para cualquiera que nos viera, eramos dos jóvenes divirtiéndonos, pero en realidad, ella deseaba marcharse y olvidar la sensación de vacío que sentía al mirar a aquel hombre. Tal vez, porque en el fondo sabía, que no era quien ella deseaba.
Leonid Dobrev- Licántropo Clase Alta
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Re: La tentación de probar, en los labios ajenos, el sabor de un dulce ( Dámazo Eidenche)
Roce mis dedos en mis labios, era de madrugada, había pasado la noche con una mujer sumamente hermosa, sensual, atrayente para mi, mordí mi labio inferior y deslice mi mano hasta el borde de mi camisa empezando abrocharme, fue una linda noche, nada normal claro, después de seguir aquella mujer por varias horas, saber más de ella me canse, me canse de ser un perrito faldero por esa noche así que fui a un bar, tome un par de copas y es cuando conocí a Sofía, creo que se llamaba asi o bueno no importa porque sé que no la volveré a ver-Adiós Señorita misteriosa…-Acomode mi pantalón y salí de aquella habitación fuimos a una posada no la iba a llevar a mi casa, ninguna mujer a entrado, y nunca entrara ellas serbia para divertirme solamente y asi camine por las oscuras calles de parís todavía, el sol estaba a punto de salir tenía que ir a mi casa, bañarme, cambiarme y darle dinero a la nana que cuidaba a mi hijo. En pocos minutos llegue a mi casa, abriendo la puerta con cuidado no quería el pequeño despertara, no sé lo que sentía por él, a veces siento que lo quiero fuera de mi vida, que no es nada mío pero tiene mis ojos, mi boca, mi nariz, es mío de mi sangre yo lo cree y aunque no le crie es mi hijo, tiene mi apellido en fin, ese niño era de mi sangre y no haré los mismo errores de mi padre al pegarlo tan chico al maltratarlo a esa edad porque pienso que él me ha maltratado desde que nací; un suspiro sale de mis labios y me recuesto en el sofá más cercano cerrando mis ojos y quedándome dormido.
-Señor, Señor…-Escuche a lo lejos llamarme-Señor Dámazo-Arrugue la nariz un poco y abrí un poco los ojos viendo la nana de mi hijo, cerré uno de los ojos-¿Qué pasa?-Pregunte sentándome y bostezando no sin taparme la boca-Su hijo quiere de comer señor…-Me susurro y bajo la cabeza, suspire un poco y de mi pantalón saque diez monedas y se lo di-Con eso compra la comida de niño mientras me daré un baño que tengo que salir-Y sin decir nada más me levante y me fui directo a mi alcoba. Entre a mi alcoba y me empecé a quitar la ropa quedando completamente desnudo y fue hasta la tina, donde me sumergí y recosté un poco mi cabeza en el borde de esta, relajándome solo un poco antes de salir, por un momento había olvidado que me había citado con alguien, asi que rápidamente me empecé a enjabone el cuerpo. Después me cambie y me peine, estaba listo para irme a mi cita, salí de mi alcoba y me dirigí a la puerta de mi casa pero me detuvo la nana de mi hijo-Señor saldrá…-La hice un lado y por fin salí de esa casa que solo llego a dormir, y ahora me encontraba caminando por las calles de parís para ir al restaurante donde mi cita era en ese lugar.
Cuando llegue mi cita me estaba esperando en la mesa que ella había dicho una camarera me llevo hasta ella me senté y le di un beso en el dorso de la mano, y sin esperar mire que alguien entro por la puerta, a los segundos que yo me senté-Es ella…-Susurre y me volteé inmediatamente para sonreír a mi acompañante. Todo el tiempo la miro de reojo, deseaba a esa mujer pero no sabía porque, nunca había hablando ¿Por qué? Por temor, no sabía pero alguna día el iba a tener el valor e ir con ella, el tiempo pasaba hasta que miro que un hombre se acerco a ella, le decía cosas linda, asqueado de todo eso se levanto y fue directo a la mesa de la mujer-Disculpe…-Sonrió ante ella-Pero llevo días, tal vez meses encontrándome…-Nisquiera presente atención al hombre y sin esperar le plantee un beso en los labios ya no podía resistir más, moviendo mis labios sobre los de ella, hasta puso presión en el beso.
-Señor, Señor…-Escuche a lo lejos llamarme-Señor Dámazo-Arrugue la nariz un poco y abrí un poco los ojos viendo la nana de mi hijo, cerré uno de los ojos-¿Qué pasa?-Pregunte sentándome y bostezando no sin taparme la boca-Su hijo quiere de comer señor…-Me susurro y bajo la cabeza, suspire un poco y de mi pantalón saque diez monedas y se lo di-Con eso compra la comida de niño mientras me daré un baño que tengo que salir-Y sin decir nada más me levante y me fui directo a mi alcoba. Entre a mi alcoba y me empecé a quitar la ropa quedando completamente desnudo y fue hasta la tina, donde me sumergí y recosté un poco mi cabeza en el borde de esta, relajándome solo un poco antes de salir, por un momento había olvidado que me había citado con alguien, asi que rápidamente me empecé a enjabone el cuerpo. Después me cambie y me peine, estaba listo para irme a mi cita, salí de mi alcoba y me dirigí a la puerta de mi casa pero me detuvo la nana de mi hijo-Señor saldrá…-La hice un lado y por fin salí de esa casa que solo llego a dormir, y ahora me encontraba caminando por las calles de parís para ir al restaurante donde mi cita era en ese lugar.
Cuando llegue mi cita me estaba esperando en la mesa que ella había dicho una camarera me llevo hasta ella me senté y le di un beso en el dorso de la mano, y sin esperar mire que alguien entro por la puerta, a los segundos que yo me senté-Es ella…-Susurre y me volteé inmediatamente para sonreír a mi acompañante. Todo el tiempo la miro de reojo, deseaba a esa mujer pero no sabía porque, nunca había hablando ¿Por qué? Por temor, no sabía pero alguna día el iba a tener el valor e ir con ella, el tiempo pasaba hasta que miro que un hombre se acerco a ella, le decía cosas linda, asqueado de todo eso se levanto y fue directo a la mesa de la mujer-Disculpe…-Sonrió ante ella-Pero llevo días, tal vez meses encontrándome…-Nisquiera presente atención al hombre y sin esperar le plantee un beso en los labios ya no podía resistir más, moviendo mis labios sobre los de ella, hasta puso presión en el beso.
Dámazo Eidenche- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/01/2012
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Re: La tentación de probar, en los labios ajenos, el sabor de un dulce ( Dámazo Eidenche)
Parpadeó con rapidez mientras notaba cómo los labios del único hombre que había deseado hasta el punto de huir de él, se movían sobre los suyos animándola a abrir su boca y acariciar su lengua con movimientos sensuales. Dejándose llevar por el instinto, se separó un poco para poder lamer con suavidad su labio inferior. El estallido de su sabor, en el paladar desarrollado de la cambiaformas, casi la hizo gemir, y continuar con el beso. Pero el aroma sutil y femenino ajeno, le hizo recordar que él estaba acompañado de otra mujer. Siempre había otra mujer a su lado. Rubia, morena o pelirroja, la tonalidad del cabello o la altura y complexión de las acompañantes, no parecía importarle en demasía. Ella lo deseaba, pero no iba a tolerar ser el segundo plato de nadie.
Apartándose con brusquedad, se levantó con furia y le golpeó el rostro antes de que hubiese abierto los ojos. - No sé quién es usted, caballero, pero si nos hemos cruzado tantas veces y sólo usted lo recuerda, debería preocuparse de ser tan insignificante.- Parpadeando con rapidez para evitar que las lágrimas cayesen, dejó varias monedas sobre la mesa, y se disculpó con el camarero que se había acercado al ver el comportamiento indecoroso del apuesto hombre que la había besado.
Miró por encima de su hombro a la mujer que la fulminaba con la mirada, casi acusándola de haberlo provocado, y actuando de acorde a su naturaleza sensual e independiente, le dirigió una sonrisa turbadora, mostrándole que no le importaba su opinión, ni su censura. Tomando la mano del joven que había hablado con ella, lo ayudó a levantarse, y se colgó de su brazo con una sonrisa capaz de hacer que cualquier hombre cayese a sus pies.
- ¿Le gustaría acompañarme a la salida, Monsieur?. Creo que me agradaría dar un paseo por la ciudad, si le parece bien.- Siendo sincera con ella misma, Arabella sabía que no deseaba estar en la compañía de aquel joven. Sólo deseaba a un hombre, y era el mismo al que había abofeteado y dejado atrás por orgullo. Quería que la quisiera con la misma intensidad con la que su cuerpo le respondía, con el mismo ardor con el que arde la llama de una vela. Pero, a pesar de sus sentimientos, él siempre había elegido a otras, y sería a otra a la que tendría. Se colocó la ropa con movimientos rápidos y elegantes, y se giró por última vez hacia Dámazo, mientras se encaminaban hacia la salida.- Alguien debería enseñarle a besar, Monsieur.- Alzando su cabeza con orgullo, dejó que el joven aguantase la puerta con galantería, mientras ambos salían de la pastelería. Esbozó una sonrisa fugaz, pues sabía, si había captado bien la personalidad de ese hombre, que algo a lo que le tenía mucho aprecio, era su encanto sobre las mujeres. ¿Tomaría su desafío y le mostraría que sabía besar?, o ¿tendría que mostrarle ella cómo y cuando hacerlo?.
Apartándose con brusquedad, se levantó con furia y le golpeó el rostro antes de que hubiese abierto los ojos. - No sé quién es usted, caballero, pero si nos hemos cruzado tantas veces y sólo usted lo recuerda, debería preocuparse de ser tan insignificante.- Parpadeando con rapidez para evitar que las lágrimas cayesen, dejó varias monedas sobre la mesa, y se disculpó con el camarero que se había acercado al ver el comportamiento indecoroso del apuesto hombre que la había besado.
Miró por encima de su hombro a la mujer que la fulminaba con la mirada, casi acusándola de haberlo provocado, y actuando de acorde a su naturaleza sensual e independiente, le dirigió una sonrisa turbadora, mostrándole que no le importaba su opinión, ni su censura. Tomando la mano del joven que había hablado con ella, lo ayudó a levantarse, y se colgó de su brazo con una sonrisa capaz de hacer que cualquier hombre cayese a sus pies.
- ¿Le gustaría acompañarme a la salida, Monsieur?. Creo que me agradaría dar un paseo por la ciudad, si le parece bien.- Siendo sincera con ella misma, Arabella sabía que no deseaba estar en la compañía de aquel joven. Sólo deseaba a un hombre, y era el mismo al que había abofeteado y dejado atrás por orgullo. Quería que la quisiera con la misma intensidad con la que su cuerpo le respondía, con el mismo ardor con el que arde la llama de una vela. Pero, a pesar de sus sentimientos, él siempre había elegido a otras, y sería a otra a la que tendría. Se colocó la ropa con movimientos rápidos y elegantes, y se giró por última vez hacia Dámazo, mientras se encaminaban hacia la salida.- Alguien debería enseñarle a besar, Monsieur.- Alzando su cabeza con orgullo, dejó que el joven aguantase la puerta con galantería, mientras ambos salían de la pastelería. Esbozó una sonrisa fugaz, pues sabía, si había captado bien la personalidad de ese hombre, que algo a lo que le tenía mucho aprecio, era su encanto sobre las mujeres. ¿Tomaría su desafío y le mostraría que sabía besar?, o ¿tendría que mostrarle ella cómo y cuando hacerlo?.
Leonid Dobrev- Licántropo Clase Alta
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Re: La tentación de probar, en los labios ajenos, el sabor de un dulce ( Dámazo Eidenche)
No pensé, simplemente me dio celos, muchos celos ver a esa mujer con ese hombre, ni supe la razón, no supe porque me surgió, pero cuando me había parado con una sola intención alejarla de ese hombre, que le sonreía, que sus ojos estaban puestos en ella, que…no se si fueron los celos que me hicieron verlo que casi se la quería comer con la mirada, eso, el monstruo de los celos surgió, pensaba, mi cerebro decía “Ella es tuya, tuya, simplemente tuya” Tal vez mi cerebro decía esas cosas porque no me la he llevado a la cama, no la hecho mía, a lo mejor si la toco como una verdadera mujer, tal vez su le hago el amor, aunque ¿Hacer el amor no es de amor? Yo por ella no siento amor, ni se su nombre, nada ¿Por qué siento que la conozco desde hace tiempo? ¿Raro no? Para mi si, porque es la primera vez que siento esto, que mi corazón late más, mucho más. La voy hacer mía, y así tal vez... ¿Pero porque siento estos celos que me quema mi pecho? Siento tanta rabia, celos de no ser él, celos de sentirme así, nunca en mi vida me había sentido de ese modo, lo odio, lo desatesto como desatesto a los sobre naturales.
Seguía sin pensar, cuando me levante de aquella mesa, dejando a mi acompañante con la palabra en la boca, la sonrisa crecía cada vez que mis pies avanzaban hacia la mujer con cuerpo, cara hermosa, mis labios se fueron directos hacia la boca de ella, queriendo probar su néctar, hasta que mis deseos más profundos se hicieron realidad, pensaba que me iba a corresponder ¿Cómo no? Soy un hombre de buen parecer, conquisto a la mujer que deseo, cuando iba a profundizar el beso, sentí como volteaba su rostro hacia un lado, sonriendo sobre su mejilla. Al momento que iba abrir mis ojos sentir mi mejilla arder, mi sonrisa no desaparecía a veces me tocaban mujeres de ese genio pero todas caen ante mis sabanas. Sus palabras ¿Hirientes? Tal vez pero me gustaba jugar-Mademoiselle, que hermosas palabras, y sí, nos vemos cruzado, usted me ha visto usted…-No pude terminar de hablar porque mire que se levanto, haciéndome que retrocediera varios pasos, tampoco la iba a retener del todo, vera quien es Dámazo Eidenche
Mi sonrisa que ni con la bofetada que me había dado se borro con las gestos de esa mujer que me estaba volviendo loco hicieron que se borrara de mi perfecto rostro, ladee un poco mi rostro, mirando que mi acompañante no le gusto nada, pero nada que besara alguien más estando con ella, pero ¿Qué me importa ella? La mujer que ahorita mismo me interesa es la que se esta yendo con ese sujeto que me esta cayendo como una piedra en la vesícula que la única manera de quitarla es matarlo… ¿Pero yo, una asesino, no? Reí un poco con ganas para dejarle bien en claro que eso no me quitara, ella es mi nuevo juégate, y lo será hasta que le haga el amor, dios, otra vez eso, tendré sexo, sí, esa era la palabra clave, sexo, nada más ¿Verdad?
Al escuchar decir eso, mi vena de la frente aparecía, sentía que palpitaba, estaba enojado pero sin que mi sonrisa desapareciera, nuevamente. Sí, estaba enojado, más que enojado pero por dentro, parecía arder, que en cualquier momento iba a explotar todo que llevaba adentro, maldita mujer, esto es lo que ocasiona ella por no hacerme caso, aunque, no es la primera mujer que se me pone terca, la mancaré, como siempre lo hago con este tipo de mujeres. Me di media vuelta, mirando como se alejaba de mi, las personas que se encontraban aquí, me miraron como si de un bicho raro fuera, pero no me importo, nada, la única persona que me importa es la que se esta yendo con otro, camine, pero alcance a escuchar ¿Qué no se besar? ¿Quién se cree ella? La voltee a ver de reojo, no dije nada, llegue a mi mesa y extendí mi mano hacia Emma, como se llamaba mi “acompañante” que me abofeteo la otra mejilla y salió del café, apreté mi mandíbula dos bofetadas, dos mujeres que se me van en el mismo día, que suerte la mía tengo hoy, deje dinero, no habíamos consumido nada, encogí mis hombros y comencé a salir, pero me tope nuevamente con esa mujer, no sabia su nombre sonreí al verla, pasando a un lado de ella, rozando mi brazo con el ajeno. Me puse enfrente de ellos, poniendo mi palma de la mano en el pecho de hombre y lo avente, ni tan fuerte ni tan débil, simplemente para que se alejara de lo que es mío ¿Ella mía? Buena pregunta pero no quiero responder, me acerque más, Emma había pasado a segundo termino, extendí mi brazo rodeando la cintura de la dama, acercándola a mi cuerpo estrechándola, cuerpo de ella pegado a mi cuerpo, la mire hacia abajo, su escote, lamiendo mis propios labios, la excitación de mi cuerpo se hacia presente en un solo punto, moví un poco mi cadera, haciendo que lo notara. -Mademoiselle, le enseñare quien sabe besar…-Sin esperar, junte mis labios con ella, nuevamente, mordiéndole ligeramente el labio inferior, y pasando la punta de mi lengua en el labio inferior, para comenzar a mover mis labios sobre la de ella, ahora, sin esperar profundizar el beso.
Seguía sin pensar, cuando me levante de aquella mesa, dejando a mi acompañante con la palabra en la boca, la sonrisa crecía cada vez que mis pies avanzaban hacia la mujer con cuerpo, cara hermosa, mis labios se fueron directos hacia la boca de ella, queriendo probar su néctar, hasta que mis deseos más profundos se hicieron realidad, pensaba que me iba a corresponder ¿Cómo no? Soy un hombre de buen parecer, conquisto a la mujer que deseo, cuando iba a profundizar el beso, sentí como volteaba su rostro hacia un lado, sonriendo sobre su mejilla. Al momento que iba abrir mis ojos sentir mi mejilla arder, mi sonrisa no desaparecía a veces me tocaban mujeres de ese genio pero todas caen ante mis sabanas. Sus palabras ¿Hirientes? Tal vez pero me gustaba jugar-Mademoiselle, que hermosas palabras, y sí, nos vemos cruzado, usted me ha visto usted…-No pude terminar de hablar porque mire que se levanto, haciéndome que retrocediera varios pasos, tampoco la iba a retener del todo, vera quien es Dámazo Eidenche
Mi sonrisa que ni con la bofetada que me había dado se borro con las gestos de esa mujer que me estaba volviendo loco hicieron que se borrara de mi perfecto rostro, ladee un poco mi rostro, mirando que mi acompañante no le gusto nada, pero nada que besara alguien más estando con ella, pero ¿Qué me importa ella? La mujer que ahorita mismo me interesa es la que se esta yendo con ese sujeto que me esta cayendo como una piedra en la vesícula que la única manera de quitarla es matarlo… ¿Pero yo, una asesino, no? Reí un poco con ganas para dejarle bien en claro que eso no me quitara, ella es mi nuevo juégate, y lo será hasta que le haga el amor, dios, otra vez eso, tendré sexo, sí, esa era la palabra clave, sexo, nada más ¿Verdad?
Al escuchar decir eso, mi vena de la frente aparecía, sentía que palpitaba, estaba enojado pero sin que mi sonrisa desapareciera, nuevamente. Sí, estaba enojado, más que enojado pero por dentro, parecía arder, que en cualquier momento iba a explotar todo que llevaba adentro, maldita mujer, esto es lo que ocasiona ella por no hacerme caso, aunque, no es la primera mujer que se me pone terca, la mancaré, como siempre lo hago con este tipo de mujeres. Me di media vuelta, mirando como se alejaba de mi, las personas que se encontraban aquí, me miraron como si de un bicho raro fuera, pero no me importo, nada, la única persona que me importa es la que se esta yendo con otro, camine, pero alcance a escuchar ¿Qué no se besar? ¿Quién se cree ella? La voltee a ver de reojo, no dije nada, llegue a mi mesa y extendí mi mano hacia Emma, como se llamaba mi “acompañante” que me abofeteo la otra mejilla y salió del café, apreté mi mandíbula dos bofetadas, dos mujeres que se me van en el mismo día, que suerte la mía tengo hoy, deje dinero, no habíamos consumido nada, encogí mis hombros y comencé a salir, pero me tope nuevamente con esa mujer, no sabia su nombre sonreí al verla, pasando a un lado de ella, rozando mi brazo con el ajeno. Me puse enfrente de ellos, poniendo mi palma de la mano en el pecho de hombre y lo avente, ni tan fuerte ni tan débil, simplemente para que se alejara de lo que es mío ¿Ella mía? Buena pregunta pero no quiero responder, me acerque más, Emma había pasado a segundo termino, extendí mi brazo rodeando la cintura de la dama, acercándola a mi cuerpo estrechándola, cuerpo de ella pegado a mi cuerpo, la mire hacia abajo, su escote, lamiendo mis propios labios, la excitación de mi cuerpo se hacia presente en un solo punto, moví un poco mi cadera, haciendo que lo notara. -Mademoiselle, le enseñare quien sabe besar…-Sin esperar, junte mis labios con ella, nuevamente, mordiéndole ligeramente el labio inferior, y pasando la punta de mi lengua en el labio inferior, para comenzar a mover mis labios sobre la de ella, ahora, sin esperar profundizar el beso.
Dámazo Eidenche- Inquisidor Clase Alta
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Re: La tentación de probar, en los labios ajenos, el sabor de un dulce ( Dámazo Eidenche)
" Contigo hace falta pasión, no debe fallar jamás. También maestría, pues yo, trabajo con el corazón"
¿Cómo puede, un mero hombre, hacer desaparecer el lugar en el que te encuentras?. ¿Cómo una caricia, tan suave y efímera, podía hacer desaparecer el suelo en el que mis pies se apoyaban?. Estaba perdida en el calor de sus labios. Sin más hogar, que sus brazos. Sin otro sueño, que profundizar el beso. Hundirme en el océano de sus ojos, y bañarme en las aguas del deseo que había allí. Quería llorar, y sabía que lo haría si no lo separaba de ella. Porque la había reducido en nada. Se sentía tan ligera como una pluma, tan pequeña como una mota de polen. Era el capricho de un hombre cruel, y lo peor, es que lo quería. Deseaba que la tomara, que le susurrara palabras vacías, promesas que sabía, mejor que nadie, que no cumpliría.
Acarició, con una de sus manos, la blanquísima camisa que llevaba. Esperaba que él ignorase el ligero temblor de su cuerpo, la manera frágil en la que sus labios intentaban devolverle el beso. Aunque su mente le gritaba a sus miembros que lo separase de ella, sus labios se entreabrían, dejando que él acariciase mejor su boca. Sus manos recorrieron el estrecho pecho, demasiado duro como para pertenecer a alguien de alta clase, y aún así, sabía que era de la misma clase favorecida que ella. Era algo que se captaba en su postura orgullosa, en la tranquilidad con la que paseaba por las calles, en la facilidad con la que daba órdenes y exigía que los demás cumplieran, hasta el mínimo capricho, que desease.
Suspiró, con un sonido tenue y ligero, cuando su mano tocó la mandíbula cubierta de un fino rastro de barba. Bajo sus dedos, la aspereza de su piel, hizo que gimiera bajo las atenciones de sus labios. Aún no podía abrir su boca y permitirle que tocase su interior, temía que después de hacerlo, ya no fuera lo suficiente fuerte como para separarse de él. Una de sus manos se cerró sobre su camisa, creando una arruga en el perfecto conjunto de su traje, luchaba consigo misma. Necesitaba recordar que él era un mujeriego, que ella aún no conocía el placer en su plenitud, y que sólo obtendría una noche.
Se separó de él, y le miró a los ojos. - No está mal.- Le dijo con una pequeña sonrisa.- Pero no es suficiente.- Aumentó su sonrisa, y le tomó la mano que la agarraba con fuerza en la cintura. La deslizó fuera de su cuerpo, manteniendo una sonrisa indiferente en su rostro, como si no sintiera aún el corazón desbocado por la suave caricia de sus besos. Tuvo la consideración de dejar que su mano rozase su cuerpo, antes de que rozara el lado opuesto de su cintura, y cayese, sin cuidado, lejos de ella.
Suspiró con fuerza, mirándolo con una mueca de fastidio. Era una perfecta actriz cuando quería, al fin y al cabo, su vida dependía de ello. - Le ahorraré tiempo. Usted no tiene nada que ofrecerme, al menos, nada que yo desee.- Deslizó su mirada ,con intención, hasta la parte baja de él, el lugar en el que sus caderas se estrechaban y mostraban la parte abotonada de su pantalón hecho a medida. Se mordió el labio y lo volvió a mirar a los ojos.- Así que, ¿porqué no vuelve con su..... adorable compañía?.- Sin evitarlo, gruñó el adorable. Perdiendo parte del tono asqueado que había adoptado, pero sonrió con un toque de arrogancia, intentando recuperar su fachada de mujer fatal. No sabía si lo había conseguido, pero se dio la vuelta antes de que su sonrisa se quebrase. Caminó hacia el otro hombre y le dijo que se le había hecho demasiado tarde para dar un paseo. Le dejó una tarjeta de visita, aunque no deseaba su presencia en la cabaña que tenía en las afueras de París. Pero debía dar la impresión de que deseaba a cualquiera, que no fuera el hombre que la había hecho temblar, tan solo unos instantes atrás.
Se alejó de los hombres, moviendo sus caderas en un caminar sensual y llamativo. Nada extravagante ni vulgar, sólo su caminar de siempre, felino y erótico, como la mirada jade de una pantera. Sus pensamientos no dejaban que pudiera librarse del calor que había grabado Dámazo, en sus labios. ¿Cómo podía afectarla de esa forma un beso?. Era injusto. Él lo tenía todo para devastarla en segundos, su belleza, el brillo oscuro y prohibido de sus ojos, la sonrisa pícara y ese aura de inaccesibilidad. Suspiró y se detuvo en medio de la calle, volviéndose con una sonrisa para Dámazo, ignorando por completo al hombre que leía la tarjeta de visita como si fuera algo mágico. - Aunque... hay algo que tal vez me interese de usted- Se encogió de hombros con expresión inocente- Pero dudo que quiera hacer una apuesta de tal calibre...- Sonrió con tristeza y se giró, dándole la espalda y tapándose la boca con la mano para no estropear la trampa. Continuo caminando como si fingiera dar por terminada la conversación.
¿Cómo puede, un mero hombre, hacer desaparecer el lugar en el que te encuentras?. ¿Cómo una caricia, tan suave y efímera, podía hacer desaparecer el suelo en el que mis pies se apoyaban?. Estaba perdida en el calor de sus labios. Sin más hogar, que sus brazos. Sin otro sueño, que profundizar el beso. Hundirme en el océano de sus ojos, y bañarme en las aguas del deseo que había allí. Quería llorar, y sabía que lo haría si no lo separaba de ella. Porque la había reducido en nada. Se sentía tan ligera como una pluma, tan pequeña como una mota de polen. Era el capricho de un hombre cruel, y lo peor, es que lo quería. Deseaba que la tomara, que le susurrara palabras vacías, promesas que sabía, mejor que nadie, que no cumpliría.
Acarició, con una de sus manos, la blanquísima camisa que llevaba. Esperaba que él ignorase el ligero temblor de su cuerpo, la manera frágil en la que sus labios intentaban devolverle el beso. Aunque su mente le gritaba a sus miembros que lo separase de ella, sus labios se entreabrían, dejando que él acariciase mejor su boca. Sus manos recorrieron el estrecho pecho, demasiado duro como para pertenecer a alguien de alta clase, y aún así, sabía que era de la misma clase favorecida que ella. Era algo que se captaba en su postura orgullosa, en la tranquilidad con la que paseaba por las calles, en la facilidad con la que daba órdenes y exigía que los demás cumplieran, hasta el mínimo capricho, que desease.
Suspiró, con un sonido tenue y ligero, cuando su mano tocó la mandíbula cubierta de un fino rastro de barba. Bajo sus dedos, la aspereza de su piel, hizo que gimiera bajo las atenciones de sus labios. Aún no podía abrir su boca y permitirle que tocase su interior, temía que después de hacerlo, ya no fuera lo suficiente fuerte como para separarse de él. Una de sus manos se cerró sobre su camisa, creando una arruga en el perfecto conjunto de su traje, luchaba consigo misma. Necesitaba recordar que él era un mujeriego, que ella aún no conocía el placer en su plenitud, y que sólo obtendría una noche.
Se separó de él, y le miró a los ojos. - No está mal.- Le dijo con una pequeña sonrisa.- Pero no es suficiente.- Aumentó su sonrisa, y le tomó la mano que la agarraba con fuerza en la cintura. La deslizó fuera de su cuerpo, manteniendo una sonrisa indiferente en su rostro, como si no sintiera aún el corazón desbocado por la suave caricia de sus besos. Tuvo la consideración de dejar que su mano rozase su cuerpo, antes de que rozara el lado opuesto de su cintura, y cayese, sin cuidado, lejos de ella.
Suspiró con fuerza, mirándolo con una mueca de fastidio. Era una perfecta actriz cuando quería, al fin y al cabo, su vida dependía de ello. - Le ahorraré tiempo. Usted no tiene nada que ofrecerme, al menos, nada que yo desee.- Deslizó su mirada ,con intención, hasta la parte baja de él, el lugar en el que sus caderas se estrechaban y mostraban la parte abotonada de su pantalón hecho a medida. Se mordió el labio y lo volvió a mirar a los ojos.- Así que, ¿porqué no vuelve con su..... adorable compañía?.- Sin evitarlo, gruñó el adorable. Perdiendo parte del tono asqueado que había adoptado, pero sonrió con un toque de arrogancia, intentando recuperar su fachada de mujer fatal. No sabía si lo había conseguido, pero se dio la vuelta antes de que su sonrisa se quebrase. Caminó hacia el otro hombre y le dijo que se le había hecho demasiado tarde para dar un paseo. Le dejó una tarjeta de visita, aunque no deseaba su presencia en la cabaña que tenía en las afueras de París. Pero debía dar la impresión de que deseaba a cualquiera, que no fuera el hombre que la había hecho temblar, tan solo unos instantes atrás.
Se alejó de los hombres, moviendo sus caderas en un caminar sensual y llamativo. Nada extravagante ni vulgar, sólo su caminar de siempre, felino y erótico, como la mirada jade de una pantera. Sus pensamientos no dejaban que pudiera librarse del calor que había grabado Dámazo, en sus labios. ¿Cómo podía afectarla de esa forma un beso?. Era injusto. Él lo tenía todo para devastarla en segundos, su belleza, el brillo oscuro y prohibido de sus ojos, la sonrisa pícara y ese aura de inaccesibilidad. Suspiró y se detuvo en medio de la calle, volviéndose con una sonrisa para Dámazo, ignorando por completo al hombre que leía la tarjeta de visita como si fuera algo mágico. - Aunque... hay algo que tal vez me interese de usted- Se encogió de hombros con expresión inocente- Pero dudo que quiera hacer una apuesta de tal calibre...- Sonrió con tristeza y se giró, dándole la espalda y tapándose la boca con la mano para no estropear la trampa. Continuo caminando como si fingiera dar por terminada la conversación.
Leonid Dobrev- Licántropo Clase Alta
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Re: La tentación de probar, en los labios ajenos, el sabor de un dulce ( Dámazo Eidenche)
La bese, mis labios no quieren desprenderse de ella, jamás, no puedo creer que me haya atrevido a besarla enfrente de las personas, enfrente de su acompañante. De verdad, nunca había hecho esta barbaridad, pero ella, esta mujer me ha provocado sin remedio, mi mente gritaba que parara, que la dejará libre, que me fuera de ese lugar, entrara y me relajara con mi acompañante que invite, pero no, la deje por otra, la deje por ella. “Dámazo, detente, Dámazo basta, Dámazo déjala ir, Dámazo aléjate, Dámazo, Dámazo….” Repetía y repetía varias veces mi nombre pero no podía dejar de besarla, mis labios estaban atentos a los ajenos, estaban “pegado” de una forma cruel per excitante, la mujer apretaba mi cabeza ¿Le disgusta que la bese? No, no creo, su cuerpo se al moldeaba con el mío, como si fuera la pieza maestra del rompecabezas para finalizarlo. Mis manos se quedaron en su cadera, apretándola hacia mí, para poder sentir con mayor facilidad su cuerpo, tan…no tenía palabras para decirlo. De repente, un recuerdo se me vino a la cabeza, pero, ese recuerdo era referente a la mujer que estoy besando.
“Reí con ganas, reí con mis compañeros de trabajo, mi mirada se fijo en un compañero, no era de mi escuadrón, pero todos nos juntábamos para ir a un lugar a descansar del duro entrenamiento, su nombre. Lust Zirkus, tiene un hermano, se llama Angst, es un condenado Vampiro. Nos ayudan a capturar Sobre-Naturales, pero ahora él estaba en una misión solitaria, quedándose su gemelo. Lo invitamos, le tuvimos que rogar que viniera con nosotros, es un hombre misterioso, serio, caballeroso, nada comprado con algunos de nosotros, él no es mujeriego, tampoco un bebedor, las raras veces que nos acompaña se sienta y solo observa, analiza, y comenta, poco pero habla, le conocemos su voz, alegría, supongo. Por mi no queda, me cae bien, es un buen compañero, ¿Amigo? No sé, no lo he tratado muy secano que digamos. Lo he visto, lo hemos invitado, el acepta y listo. Y como los niños pequeños se va a temprano a “Dormir” eso suponemos o tal vez se va con esa prometida suya que tiene, me alegro por él, por él que tenga alguien en su vida, no como algunos, incluyéndome andamos entre las piernas de las mujeres, como si no hallarnos nuestro lugar indicado.
Reímos con ganas, sí, somos unos amigos divertidos, a veces Lust, reía, desde que esta con esa mujer ha cambiado, un poco, supongo que es para bien. Reta siempre a su hermano, creo que para mejorar y no ser un “pelele” como algunas veces hemos escuchado decir de Angst. ¿No es lindo el amor? Nunca lo he vivido, no sé cómo se siente ¿Se sentirá bien? Tal vez, solo veo a él y me dan ganas de experimentarlo, pero después recuerdo cosas de mi pasado que hacen que ponga un alto en mi camino y lo salto sin más. Muchas veces ha pasado esto. Pero, siempre hay un pero en todo. Sacudí mi cabeza varias veces, no estamos aquí para platicar de nuestros romances si no para divertirnos. Mientras caminábamos por la calle de parís, un día soleado, un día que el cielo estaba alegre, el viento era ligero, solo un susurro, las arboles se movían lentamente, como un pequeño vaivén.
Nuestras risas no paraban, las tonterías que nos decían, voltee un poco mi rostro para ver en qué camino íbamos, pero mi mirada fue a parar en un el cuerpo de una mujer, desde las largas, torneadas y duras piernas, subiendo por su cadera, su vientre plano, sus pechos, su cuello y por ultimo su rostro, era la mujer más bella que había visto en este mundo, deje de caminar, nadie lo noto. Pero no podía despegar mi mirada de ella… -¿Qué?...Que me está pasando, ¿Por qué no puedo dejar de verla? ¿Qué me está pasando? No, yo no me ponía a sudar, enloquecer como si fuera un adolecente. No-Pensé, lamiendo ligeramente mis labios se estaban resecando. Los entre abrí. Ella volteo, de seguro sentía mi penetrante mirada encima de ella, nuestra mirada chocaron, mi corazón comenzó a palpitar, esa fue la primera vez que me sentía así, como un niño, un niño viendo a su primero amor. “
Pensé que ese recuerdo había quedado enterrado en mi cabeza, pero al besarla, recordé la primera vez que la miré, no cruzamos palabra, cuando volví en sí camine, pasando a unos metros de ella, para desaparecer, después nuestros encuentros fueron más a menudo pero sin dirigirnos la palabra hasta que llego este momento. Y acabo de este modo, besándola como si no hubiera mañana pero como todo debe de terminar, ella se separo de mi, maldije por lo bajo, no quería, quería aférrala más a mi cuerpo, pero de re-ojo miré como deslizaba mi mano alejándola de su estrecha cintura, un ligero fruncido apareció en mi frente -Hmmn…-Fue lo que salió de mis labios cuando termino de alejarse de mí, no, no quería pero tampoco la iba obligar a estar conmigo…Aun.
¿No está mal? ¿Qué no está mal? Me había perdido por un momento, como si de un rayo me atravesara el cráneo recordé del la razón del beso. -¿No fue suficiente?-Sabía a que se refería, pero yo la iba a tomar por el doble sentido -¿Quiere más de mis besos? Después de esto, deseara que la bese siempre…-Hable más por mí que por ella, porque la mujer que tengo enfrente mío me provoca y mucho. Baje un poco mi mirada, “Disimulando” un poco, pero no pude evitar mirar su escote, que quería bajarlo y besar aquellos pechos redondos que parecieran un pecado para mí. Ella misma es un pecado divino -Mi pecado, mi pecado, mi pecado…-Pensaba, aparte la mirada, mirando hacia otro punto que no fuera ella. Pero como si fuera una ráfaga de viento voltee hacia ella al escucharla decir esas cosas. Una sonrisa pareció en mi rostro, no me acerque, solo cruce mis brazos enfrente de mi pecho, arque ligeramente mi ceja diestra y la mire.
-¿No tengo nada que ofrecerle? ¿Segura?-Pregunte, un poco irritado, todas las mujeres que he besado nadie me había dicho esas palabras, ella era la primera, pero las difíciles me excitan más a decir verdad nunca he tenido ninguna difícil, todas son resbalosas, perras en brava, que necesitan a un hombre entre sus piernas y gritar como unas desquiciadas. La mirada de ella no se me escapo, la mire bajar hasta donde estaba mi miembro ¿Me estaba viendo mi entrepierna? Una pregunta que surgió, algo en las palabras de ella no me convencían y ahora con ese acto me lo confirmaba, no le era indiferente, ni una pisca. Mi sonrisa se agrando más -Mire usted…-Susurré, pero calle cuando escuche lo decía -¿Quiere que regrese con ella? ¿Por qué? Si aquí estoy muy bien con usted…-Dije, pero ella paso a mi lado, no voltee rápidamente, con lentitud lo hice mirando que le entregaba algo al hombre que la acompañaba, mi ceño se frunció, pero la mire alejarse hasta de él mismo relajándome.
Ahora sí, ella se estaba alejando, solo la mire, el movimiento de cadera cada vez me gustaba de ella. Pero cuando se detuvo y me dijo esas cosas, algo adentro de mi se encendió, con una sonrisa arrogante camine y mirando de reojo al hombre -Este tiempo, este día y siempre…estaré con ella…-Le susurre al hombre -Aléjate de ella, no la mires, no la toques, no siquiera le hables porque te mato, ¿Sabes algo?-Continúe, mirando de reojo a la que será MI mujer muy pronto -Hay una dama solitaria, sentada adentro, de seguro le encantara una compañía agradable y dejada como ella…-Y lo empuje, sin decir más, caminando hasta donde estaba la mujer que deseo.
Finalmente me acerque a ella, pasando mi brazo por su cintura, camine e hice que ella caminara al compas mío, me acerque a su oído, mordiéndolo un poco -¿Sabe algo Mademoiselle? Me encanta las apuestas, con usted lo haría si me lo pide?-Mientras le decía eso, seguíamos nuestro camino -Dígame que apuesta es y la acepto con mucho gusto, lo que sea, solo por usted….Arabella-Dije su nombre, ella no me lo había dicho pero se me salió pero no importo.
¿Ahora que pasara? ¿Me dirá la apuesta? Pero aunque sea tirarme de un puente lo haré, nadie me reta sin las consecuencias.
“Reí con ganas, reí con mis compañeros de trabajo, mi mirada se fijo en un compañero, no era de mi escuadrón, pero todos nos juntábamos para ir a un lugar a descansar del duro entrenamiento, su nombre. Lust Zirkus, tiene un hermano, se llama Angst, es un condenado Vampiro. Nos ayudan a capturar Sobre-Naturales, pero ahora él estaba en una misión solitaria, quedándose su gemelo. Lo invitamos, le tuvimos que rogar que viniera con nosotros, es un hombre misterioso, serio, caballeroso, nada comprado con algunos de nosotros, él no es mujeriego, tampoco un bebedor, las raras veces que nos acompaña se sienta y solo observa, analiza, y comenta, poco pero habla, le conocemos su voz, alegría, supongo. Por mi no queda, me cae bien, es un buen compañero, ¿Amigo? No sé, no lo he tratado muy secano que digamos. Lo he visto, lo hemos invitado, el acepta y listo. Y como los niños pequeños se va a temprano a “Dormir” eso suponemos o tal vez se va con esa prometida suya que tiene, me alegro por él, por él que tenga alguien en su vida, no como algunos, incluyéndome andamos entre las piernas de las mujeres, como si no hallarnos nuestro lugar indicado.
Reímos con ganas, sí, somos unos amigos divertidos, a veces Lust, reía, desde que esta con esa mujer ha cambiado, un poco, supongo que es para bien. Reta siempre a su hermano, creo que para mejorar y no ser un “pelele” como algunas veces hemos escuchado decir de Angst. ¿No es lindo el amor? Nunca lo he vivido, no sé cómo se siente ¿Se sentirá bien? Tal vez, solo veo a él y me dan ganas de experimentarlo, pero después recuerdo cosas de mi pasado que hacen que ponga un alto en mi camino y lo salto sin más. Muchas veces ha pasado esto. Pero, siempre hay un pero en todo. Sacudí mi cabeza varias veces, no estamos aquí para platicar de nuestros romances si no para divertirnos. Mientras caminábamos por la calle de parís, un día soleado, un día que el cielo estaba alegre, el viento era ligero, solo un susurro, las arboles se movían lentamente, como un pequeño vaivén.
Nuestras risas no paraban, las tonterías que nos decían, voltee un poco mi rostro para ver en qué camino íbamos, pero mi mirada fue a parar en un el cuerpo de una mujer, desde las largas, torneadas y duras piernas, subiendo por su cadera, su vientre plano, sus pechos, su cuello y por ultimo su rostro, era la mujer más bella que había visto en este mundo, deje de caminar, nadie lo noto. Pero no podía despegar mi mirada de ella… -¿Qué?...Que me está pasando, ¿Por qué no puedo dejar de verla? ¿Qué me está pasando? No, yo no me ponía a sudar, enloquecer como si fuera un adolecente. No-Pensé, lamiendo ligeramente mis labios se estaban resecando. Los entre abrí. Ella volteo, de seguro sentía mi penetrante mirada encima de ella, nuestra mirada chocaron, mi corazón comenzó a palpitar, esa fue la primera vez que me sentía así, como un niño, un niño viendo a su primero amor. “
Pensé que ese recuerdo había quedado enterrado en mi cabeza, pero al besarla, recordé la primera vez que la miré, no cruzamos palabra, cuando volví en sí camine, pasando a unos metros de ella, para desaparecer, después nuestros encuentros fueron más a menudo pero sin dirigirnos la palabra hasta que llego este momento. Y acabo de este modo, besándola como si no hubiera mañana pero como todo debe de terminar, ella se separo de mi, maldije por lo bajo, no quería, quería aférrala más a mi cuerpo, pero de re-ojo miré como deslizaba mi mano alejándola de su estrecha cintura, un ligero fruncido apareció en mi frente -Hmmn…-Fue lo que salió de mis labios cuando termino de alejarse de mí, no, no quería pero tampoco la iba obligar a estar conmigo…Aun.
¿No está mal? ¿Qué no está mal? Me había perdido por un momento, como si de un rayo me atravesara el cráneo recordé del la razón del beso. -¿No fue suficiente?-Sabía a que se refería, pero yo la iba a tomar por el doble sentido -¿Quiere más de mis besos? Después de esto, deseara que la bese siempre…-Hable más por mí que por ella, porque la mujer que tengo enfrente mío me provoca y mucho. Baje un poco mi mirada, “Disimulando” un poco, pero no pude evitar mirar su escote, que quería bajarlo y besar aquellos pechos redondos que parecieran un pecado para mí. Ella misma es un pecado divino -Mi pecado, mi pecado, mi pecado…-Pensaba, aparte la mirada, mirando hacia otro punto que no fuera ella. Pero como si fuera una ráfaga de viento voltee hacia ella al escucharla decir esas cosas. Una sonrisa pareció en mi rostro, no me acerque, solo cruce mis brazos enfrente de mi pecho, arque ligeramente mi ceja diestra y la mire.
-¿No tengo nada que ofrecerle? ¿Segura?-Pregunte, un poco irritado, todas las mujeres que he besado nadie me había dicho esas palabras, ella era la primera, pero las difíciles me excitan más a decir verdad nunca he tenido ninguna difícil, todas son resbalosas, perras en brava, que necesitan a un hombre entre sus piernas y gritar como unas desquiciadas. La mirada de ella no se me escapo, la mire bajar hasta donde estaba mi miembro ¿Me estaba viendo mi entrepierna? Una pregunta que surgió, algo en las palabras de ella no me convencían y ahora con ese acto me lo confirmaba, no le era indiferente, ni una pisca. Mi sonrisa se agrando más -Mire usted…-Susurré, pero calle cuando escuche lo decía -¿Quiere que regrese con ella? ¿Por qué? Si aquí estoy muy bien con usted…-Dije, pero ella paso a mi lado, no voltee rápidamente, con lentitud lo hice mirando que le entregaba algo al hombre que la acompañaba, mi ceño se frunció, pero la mire alejarse hasta de él mismo relajándome.
Ahora sí, ella se estaba alejando, solo la mire, el movimiento de cadera cada vez me gustaba de ella. Pero cuando se detuvo y me dijo esas cosas, algo adentro de mi se encendió, con una sonrisa arrogante camine y mirando de reojo al hombre -Este tiempo, este día y siempre…estaré con ella…-Le susurre al hombre -Aléjate de ella, no la mires, no la toques, no siquiera le hables porque te mato, ¿Sabes algo?-Continúe, mirando de reojo a la que será MI mujer muy pronto -Hay una dama solitaria, sentada adentro, de seguro le encantara una compañía agradable y dejada como ella…-Y lo empuje, sin decir más, caminando hasta donde estaba la mujer que deseo.
Finalmente me acerque a ella, pasando mi brazo por su cintura, camine e hice que ella caminara al compas mío, me acerque a su oído, mordiéndolo un poco -¿Sabe algo Mademoiselle? Me encanta las apuestas, con usted lo haría si me lo pide?-Mientras le decía eso, seguíamos nuestro camino -Dígame que apuesta es y la acepto con mucho gusto, lo que sea, solo por usted….Arabella-Dije su nombre, ella no me lo había dicho pero se me salió pero no importo.
¿Ahora que pasara? ¿Me dirá la apuesta? Pero aunque sea tirarme de un puente lo haré, nadie me reta sin las consecuencias.
Dámazo Eidenche- Inquisidor Clase Alta
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Re: La tentación de probar, en los labios ajenos, el sabor de un dulce ( Dámazo Eidenche)
" Es imposible huir de lo que tememos. Cuando menos lo esperemos, nuestros miedos se alzarán sobre nosotros. Pero siempre hay una luz de esperanza, aunque ésta provenga de unos ojos azules".
Dejó que la mano de él la tomase por la cintura. Tenía la impresión, cada vez más certera, de que había encontrado alguien mucho más persistente que ella. Lo había abofeteado, alejado, besado y humillado. A pesar de todo eso, seguía allí, junto a ella, apretando su cintura con posesividad. Se sonrojó un poco cuando le mordió el lóbulo de la oreja. Quería volver a golpearlo, ¿no se daba cuenta de que estaban en público?. - Estoy segura de que le gustan las apuestas.- Sonrió con cierta tristeza. Lo sabía bastante bien. Las pocas veces que se habían encontrado, a pesar de tener a diferentes mujeres a sus pies, siempre solía sonreír a otras. No importaba cuántas tuviera a su alrededor, él buscaba más. Era ... Como si necesitase estar acompañado. Siempre con el cuerpo de otra mujer en su cama. ¡Maldito fuera!, pensó mientras lo miraba a los ojos con furia y se intentaba separar de él. Se sentía.... mal. Una furia ciega la embargaba cada vez que se lo imaginaba con otra, porque él era.... era... ¿suyo?.
El sonido de su nombre, pronunciado de una forma pecaminosa, provocó que su cuerpo temblase de placer. Como arte de magia, la furia dio paso al deseo, cambiando... mutando en algo mucho más poderoso. Una pasión ciega, que crecía y amenazaba con consumirla. Era consciente del lugar en el que su cintura ardía, por el recuerdo de su mano en ella. Un ligero y desconocido calambre, se instauró en la parte más baja de su estómago. Quería ronronear para él, decir su nombre, pero .... Parpadeó varias veces, deteniéndose en seco en medio de la calle, e ignorando la mirada interrogante de él. Ella.. no conocía su nombre. Sabía que era mujeriego, astuto y terriblemente hermoso. - ¿Cómo sabéis mi nombre?- Palideció mirándolo. ¿La habían descubierto?. No podía ser tan cruel de seducirla y luego matarla, ¿verdad?.
El pánico se apoderó de ella, hasta el punto de huir de su lado, y meterse en la primera tienda que había encontrado. No se dio cuenta del error que había cometido, hasta que una hermosa mujer de avanzada edad, le preguntaba qué deseaba. Miró a su alrededor, todo lo que había en la tienda, era de plata. Dolorosa y angustiante plata. Abrió los ojos con terror, retrocediendo con las manos en alto y asustando a la mujer. Pero no podía fingir estar sosegada, no cuando ella sabía cuánto dolía la mordedura del metal contra su piel.
Los terribles recuerdos que había creado su imaginación, volvieron con fuerza. Gritos angustiosos llenaban su mente, sus ojos se nublaban, creando una imagen irreal. Sus hermanos, gritando bajo las manos de inquisidores sagaces. Había sido una niña cuando sus hermanos desaparecieron. Sus padres no le habían dicho nada, pero era demasiado curiosa para su propio bien. Sus preguntas, hallaron respuesta una noche en la que debería estar durmiendo.
Sus padres, unos nuevos ricos portugueses, habían tenido numerosos hijos. Sólo ella fue la única mujer, por eso la protegían como un tesoro. Algo que no debería caer en malas manos. La imagen de ella misma, con un camisón lleno de lazos rosados, apareció en el fondo de la tienda. Una pequeña asustada, que había tenido una pesadilla y bajaba las escaleras para buscar el consuelo de sus padres. Sabía que si acudía a sus enormes hermanos mayores, terminaría humillada, siendo el blanco de sus bromas. Y prefería enfrentarse a los monstruos del pasillo, esos que sólo ella podía ver en las sombras, que dejar que sus hermanos la atormentasen. Cuando llegó a la cocina, apretó su camisón con su pequeña manita y susurró el nombre de su madre. Aún podía sentir el miedo que había sentido y las lágrimas que manchaban su rostro. Los susurros de sus padres, hablaban de muerte. De torturas horribles realizadas con afilados instrumentos. La palabra plata, fue nombrada con reverencia dolorosa, como si fuese el hombre del saco que ella temía tanto. Uno de sus hermanos mayores, la atrapó a tiempo de que abriese la puerta, la arrastró al cuarto y la abrazó hasta que se durmió. Pero fue un sueño negro, lleno de hombres de caras temibles, con cuchillos en sus manos.
Gritó cuando una mano le tocó el hombro. Levantó la cabeza y encontró al hombre de los ojos azules. El mismo que la aterrorizaba, aunque de una forma totalmente diferente a los monstruos de sus pesadillas. Su labio tembló antes de que ella lo abrazara con fuerza. Jamás se había sentido tan débil. Necesitaba su tacto, la protección de sus brazos sobre su espalda, y por primera vez, no huyó ni fingió. Sólo lo abrazó con fuerza e ignoró la presencia de la dependienta. - Sácame de aquí - le suplicó antes de que una lágrima se deslizase por su mejilla. La limpió con rapidez, y se sorprendió. Ella no suplicaba, se bastaba sola. Siempre había estado sola. No tenía a nadie, y eso era lo más seguro. Nadie a quien llorar ni perder.
- ¿Quiere un pañuelo, madame?- le dijo la mujer mientras se acercaba con un trozo de tela blanquecina. Sabía que lo que estaba haciendo era irracional, pero sin poderlo evitar, se abrazó más a Dámazo, poniendo distancia entre la mujer y ella. No quería a nadie que supiera moldear ese maldito metal cerca de ella. Cuanto antes saliera de la tienda, mejor.
Negó con su cabeza, moviéndola en frenéticos cabezazos. Miró al hombre que abrazaba y le suplicó con la mirada, pero él no se movía. Parecía estar perdido en algo importante, mirándola como si quisiera hallar una respuesta directamente de ella. - Yo.. Dejaré que pida lo que quiera si gana la apuesta.- Miró de nuevo a la mujer y tiró de la camisa de Dámazo, atraiéndolo hacia ella. Apretó sus labios y frenó el gruñido que estaba amenazando con salir. Era un gata asustada y arañaría a la mujer si volvía a dar otro paso hacia ella.
Dejó que la mano de él la tomase por la cintura. Tenía la impresión, cada vez más certera, de que había encontrado alguien mucho más persistente que ella. Lo había abofeteado, alejado, besado y humillado. A pesar de todo eso, seguía allí, junto a ella, apretando su cintura con posesividad. Se sonrojó un poco cuando le mordió el lóbulo de la oreja. Quería volver a golpearlo, ¿no se daba cuenta de que estaban en público?. - Estoy segura de que le gustan las apuestas.- Sonrió con cierta tristeza. Lo sabía bastante bien. Las pocas veces que se habían encontrado, a pesar de tener a diferentes mujeres a sus pies, siempre solía sonreír a otras. No importaba cuántas tuviera a su alrededor, él buscaba más. Era ... Como si necesitase estar acompañado. Siempre con el cuerpo de otra mujer en su cama. ¡Maldito fuera!, pensó mientras lo miraba a los ojos con furia y se intentaba separar de él. Se sentía.... mal. Una furia ciega la embargaba cada vez que se lo imaginaba con otra, porque él era.... era... ¿suyo?.
El sonido de su nombre, pronunciado de una forma pecaminosa, provocó que su cuerpo temblase de placer. Como arte de magia, la furia dio paso al deseo, cambiando... mutando en algo mucho más poderoso. Una pasión ciega, que crecía y amenazaba con consumirla. Era consciente del lugar en el que su cintura ardía, por el recuerdo de su mano en ella. Un ligero y desconocido calambre, se instauró en la parte más baja de su estómago. Quería ronronear para él, decir su nombre, pero .... Parpadeó varias veces, deteniéndose en seco en medio de la calle, e ignorando la mirada interrogante de él. Ella.. no conocía su nombre. Sabía que era mujeriego, astuto y terriblemente hermoso. - ¿Cómo sabéis mi nombre?- Palideció mirándolo. ¿La habían descubierto?. No podía ser tan cruel de seducirla y luego matarla, ¿verdad?.
El pánico se apoderó de ella, hasta el punto de huir de su lado, y meterse en la primera tienda que había encontrado. No se dio cuenta del error que había cometido, hasta que una hermosa mujer de avanzada edad, le preguntaba qué deseaba. Miró a su alrededor, todo lo que había en la tienda, era de plata. Dolorosa y angustiante plata. Abrió los ojos con terror, retrocediendo con las manos en alto y asustando a la mujer. Pero no podía fingir estar sosegada, no cuando ella sabía cuánto dolía la mordedura del metal contra su piel.
Los terribles recuerdos que había creado su imaginación, volvieron con fuerza. Gritos angustiosos llenaban su mente, sus ojos se nublaban, creando una imagen irreal. Sus hermanos, gritando bajo las manos de inquisidores sagaces. Había sido una niña cuando sus hermanos desaparecieron. Sus padres no le habían dicho nada, pero era demasiado curiosa para su propio bien. Sus preguntas, hallaron respuesta una noche en la que debería estar durmiendo.
Sus padres, unos nuevos ricos portugueses, habían tenido numerosos hijos. Sólo ella fue la única mujer, por eso la protegían como un tesoro. Algo que no debería caer en malas manos. La imagen de ella misma, con un camisón lleno de lazos rosados, apareció en el fondo de la tienda. Una pequeña asustada, que había tenido una pesadilla y bajaba las escaleras para buscar el consuelo de sus padres. Sabía que si acudía a sus enormes hermanos mayores, terminaría humillada, siendo el blanco de sus bromas. Y prefería enfrentarse a los monstruos del pasillo, esos que sólo ella podía ver en las sombras, que dejar que sus hermanos la atormentasen. Cuando llegó a la cocina, apretó su camisón con su pequeña manita y susurró el nombre de su madre. Aún podía sentir el miedo que había sentido y las lágrimas que manchaban su rostro. Los susurros de sus padres, hablaban de muerte. De torturas horribles realizadas con afilados instrumentos. La palabra plata, fue nombrada con reverencia dolorosa, como si fuese el hombre del saco que ella temía tanto. Uno de sus hermanos mayores, la atrapó a tiempo de que abriese la puerta, la arrastró al cuarto y la abrazó hasta que se durmió. Pero fue un sueño negro, lleno de hombres de caras temibles, con cuchillos en sus manos.
Gritó cuando una mano le tocó el hombro. Levantó la cabeza y encontró al hombre de los ojos azules. El mismo que la aterrorizaba, aunque de una forma totalmente diferente a los monstruos de sus pesadillas. Su labio tembló antes de que ella lo abrazara con fuerza. Jamás se había sentido tan débil. Necesitaba su tacto, la protección de sus brazos sobre su espalda, y por primera vez, no huyó ni fingió. Sólo lo abrazó con fuerza e ignoró la presencia de la dependienta. - Sácame de aquí - le suplicó antes de que una lágrima se deslizase por su mejilla. La limpió con rapidez, y se sorprendió. Ella no suplicaba, se bastaba sola. Siempre había estado sola. No tenía a nadie, y eso era lo más seguro. Nadie a quien llorar ni perder.
- ¿Quiere un pañuelo, madame?- le dijo la mujer mientras se acercaba con un trozo de tela blanquecina. Sabía que lo que estaba haciendo era irracional, pero sin poderlo evitar, se abrazó más a Dámazo, poniendo distancia entre la mujer y ella. No quería a nadie que supiera moldear ese maldito metal cerca de ella. Cuanto antes saliera de la tienda, mejor.
Negó con su cabeza, moviéndola en frenéticos cabezazos. Miró al hombre que abrazaba y le suplicó con la mirada, pero él no se movía. Parecía estar perdido en algo importante, mirándola como si quisiera hallar una respuesta directamente de ella. - Yo.. Dejaré que pida lo que quiera si gana la apuesta.- Miró de nuevo a la mujer y tiró de la camisa de Dámazo, atraiéndolo hacia ella. Apretó sus labios y frenó el gruñido que estaba amenazando con salir. Era un gata asustada y arañaría a la mujer si volvía a dar otro paso hacia ella.
Leonid Dobrev- Licántropo Clase Alta
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