AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Tarde desgarrada [Privado]
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Tarde desgarrada [Privado]
El astro rey comenzaba a adormecer, cerraba los claros ojos y los vestigios de su esencia se mezclaban sobre el firmamento con la llegada de la dura noche. Por un lado el azul imperial y por el otro el cielo sangraba anticipando su final. Había llegado, por azares del destino, a un pintoresco lugar invadido por personas que danzaban aquí y allá, hombres cojos que extendían sus débiles manos en espera de un milagro. La joven cambiaformas había repartido la mitad de su dinero entre los desdichados que cruzaban su camino con la única expectativa de conseguir algunos francos para subsistir. Qué clase de hosco monstruo seria si permitiese a la suerte y el destino mofarse en sus desdichas y necesidad.
Ahora, las personas comenzaban a desalojar las calles de aquel extraño lugar, recogían las ganancias del día y con una prisa inusual uno a uno despejaban los lugares ocupados. Permanecían aun así, algunos vendedores con frascos de múltiples colores y objetos tan extraños que no atinaba a comprender su utilidad. Inspiraba por la curiosidad decidió a acerase al puesto más cercano intentando abrirse paso entre el gentío que se formulaba alrededor –Para la buena suerte- alcanzó a escuchar y de soslayo su mirada capturo la imagen de un dije de buen tamaño sujeto a una correa que más parecía de cuero que de metal. Retrocedió cuando las personas comenzaron a mostrar interés en adquirir tan inusual objeto.
Bien sabia Viviane de la existencia de brujos y hechiceros, hombres y mujeres que vendían sus talentos al mejor postor, personas capaces de hablar con los muertos y materializar aquellos deseos profundos que la gente solía tener miedo de aceptar “Pero no el tuyo” se aparto del foco de atención tomando la siguiente esquina para terminar bajando por una pequeña escalinata que la llevo a una calle desolada con falta de luz. Y de pronto, un escalofrió le erizo la piel recorriendo su cuerpo en totalidad una sensación que pocas veces había llegado a sentir pero que, había aprendido a reconocer con rapidez. Una rápida mirada sobre su hombro le bastó para entender el motivo de aquella extraña sensación.
Aguardo a la esquina más cercana para emprender la huida entre aquellas calles que llegaba a desconocer, doblo en distintas ocasiones intentando así perder a aquel hombre que, por no sabía cuánto tiempo, la había decidido seguir ¿No había comenzado así la ultima vez. Se reusaba a vivir el mismo error por una segunda ocasión, se rehusaba a caer presa del terror y cometer una segunda estupidez “Sabes que hacer, sabes que hacer”.
Ahora, las personas comenzaban a desalojar las calles de aquel extraño lugar, recogían las ganancias del día y con una prisa inusual uno a uno despejaban los lugares ocupados. Permanecían aun así, algunos vendedores con frascos de múltiples colores y objetos tan extraños que no atinaba a comprender su utilidad. Inspiraba por la curiosidad decidió a acerase al puesto más cercano intentando abrirse paso entre el gentío que se formulaba alrededor –Para la buena suerte- alcanzó a escuchar y de soslayo su mirada capturo la imagen de un dije de buen tamaño sujeto a una correa que más parecía de cuero que de metal. Retrocedió cuando las personas comenzaron a mostrar interés en adquirir tan inusual objeto.
Bien sabia Viviane de la existencia de brujos y hechiceros, hombres y mujeres que vendían sus talentos al mejor postor, personas capaces de hablar con los muertos y materializar aquellos deseos profundos que la gente solía tener miedo de aceptar “Pero no el tuyo” se aparto del foco de atención tomando la siguiente esquina para terminar bajando por una pequeña escalinata que la llevo a una calle desolada con falta de luz. Y de pronto, un escalofrió le erizo la piel recorriendo su cuerpo en totalidad una sensación que pocas veces había llegado a sentir pero que, había aprendido a reconocer con rapidez. Una rápida mirada sobre su hombro le bastó para entender el motivo de aquella extraña sensación.
Aguardo a la esquina más cercana para emprender la huida entre aquellas calles que llegaba a desconocer, doblo en distintas ocasiones intentando así perder a aquel hombre que, por no sabía cuánto tiempo, la había decidido seguir ¿No había comenzado así la ultima vez. Se reusaba a vivir el mismo error por una segunda ocasión, se rehusaba a caer presa del terror y cometer una segunda estupidez “Sabes que hacer, sabes que hacer”.
Viviane Balloch- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 18/04/2012
Re: Tarde desgarrada [Privado]
"Cuatro cosas hay que nunca vuelven más: una bala disparada, una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada."
Proverbio árabe
Proverbio árabe
Había salido a caminar por las calles cercanas a la Corporación, ahí donde se centraban los milagros en aquella llamada corte, de donde tanto como ellos, los sobrenaturales, eran vecinos con Gianella Massone y su casa de acogida. Ambas instituciones de aparente ayuda benéfica y por ello se debía mantener la ilusión de ayudar al mas necesitado. Buscaba entre los callejones por alguien que necesitara de ayuda médica, la más escasa de todas para ese tipo de gente, mientras se negaba a dar limosnas a causa de su propia avaricia.
Aprovechaba también de mirar las tiendas, en la posibilidad de un artículo interesante o de mayor valor para su propia arte, pero nada más amuletos y talismanes de dudosa procedencia eran vendidos aquella tarde, pero de pronto, ante sus ojos, se cruzó el más preciado de sus tesoros ¿Sería ella? ¿En verdad? Después de tanto tiempo y tantos años de búsqueda abandonada por la negación de sus propios hermanos mayores al ver su rostro aún joven... ¿Lo era?
Apresuró el paso y siguió a la muchacha a través de los callejones, quiso hablarla pero el miedo de ilusionarse con por fin volver a encontrar a una de sus hermanas y que además se mantenía en su misma condición de juventud, por lo cual podría comprenderle y valorarle, él... él realmente tenía pánico de equivocarse. Por eso le siguió, aun sin atreverse a hablarle, a llamarle por su nombre del cual aún no se olvidaba, de ninguno de los doce se olvidaba, pues aunque a él le olvidaran, para él seguían siendo su familia.
La muchacha miró hacia atrás y pareció verle, pero en lugar de detener siguió adelante y con paso aún más presuroso, parecía querer huir, tener miedo, tal y como lo habían tenido los otros al verle pero ¿Por qué? Si ella estaba en la misma situación.
— ¡Esperad! — se animó por fin a alzar la voz, pero la mujer dobló por la esquina.
Supo que la perdería al perderla de vista por lo que se echó a correr de igual modo, sin importarle con cuanta gente chocara, no se le perdería, no esta vez, aún con ironía de la vida, que cuando más prisa se tenía más gente se atravesaba por su camino; mendigos, transeúntes, bailarines en retirada, ancianos, niños jugando. Le desesperaba a grado tal de querer hechizarles a todos y dejarles inmóviles en su lugar, pero no podía, no podía actuar de esa manera ante tan gente que de seguro le delatarían hasta hacer arder sus huesos en la hoguera.
Finalmente llegó a la maldita esquina donde precisamente le vio doblar por otra a tanta distancia que era imposible que no se hubiera echado a correr también ¿Por qué huía? ¿Por qué le temía? ¿Acaso no le había reconocido? Probablemente, él era aun un niño, el segundo más pequeño de toda la docena Molyneux que finalmente había sido repartida a través de toda Francia con el pasar de los años.
La desesperación de sentir que se le escurría de las manos como el agua, le hizo usar su magia de manera disimulada, arriesgándose a ser descubierto por algún sabiondo de la Inquisición, pues hizo caer a un par de personas en su camino, aún antes de siquiera tocarlas y, cuando por fin le tuvo a la vista, extendió sus manos hacia la chica y le hizo caer también, tal y como si sus piernas hubiesen sido atadas por un par de correas mágicas e invisibles.
Respiró profundo y con alivio, intentando recuperar el aire perdido por la persecución. Miró a todos lados, asegurándose de que nadie hubiese visto lo que realmente había hecho, cosa que había facilitado la misma muchacha en su huida por callejones desolados. Se limpió la boca con la misma tela de la manga, comenzó a caminar hasta ella con paso tranquilo, sabía que no podía deshacerse de aquel hechizo ni aún que fuera una vampiresa de fuerza sobrehumana, posibilidad en la que había pensado por un momento debido a la juventud que ella aún parecía tener, pero le descartó de inmediato al darse cuenta que aún había luz de día.
Se detuvo delante de ella y le miró con la cabeza torcida, intentando verla la cara con más detalle, por lo que finalmente se agachó para tomarle del rostro y hacer que ella misma le mirase. Tenía sus dudas, la recordaba aún niña y las facciones seguían siendo las mismas, pero de todos modos había cambiado ¿Y si no era ella?
— ¿Cómo te llamas? — le preguntó sin sospechar siquiera de su mudez — ¿Me reconocéis? — de inmediato se lamentó de aquella pregunta, pues cualquiera que fuera sido un poco asiduo a la política podría responder de manera afirmativa — ¿Sabéis cual es mi verdadero apellido? ¿Lo sabéis?
Aprovechaba también de mirar las tiendas, en la posibilidad de un artículo interesante o de mayor valor para su propia arte, pero nada más amuletos y talismanes de dudosa procedencia eran vendidos aquella tarde, pero de pronto, ante sus ojos, se cruzó el más preciado de sus tesoros ¿Sería ella? ¿En verdad? Después de tanto tiempo y tantos años de búsqueda abandonada por la negación de sus propios hermanos mayores al ver su rostro aún joven... ¿Lo era?
Apresuró el paso y siguió a la muchacha a través de los callejones, quiso hablarla pero el miedo de ilusionarse con por fin volver a encontrar a una de sus hermanas y que además se mantenía en su misma condición de juventud, por lo cual podría comprenderle y valorarle, él... él realmente tenía pánico de equivocarse. Por eso le siguió, aun sin atreverse a hablarle, a llamarle por su nombre del cual aún no se olvidaba, de ninguno de los doce se olvidaba, pues aunque a él le olvidaran, para él seguían siendo su familia.
La muchacha miró hacia atrás y pareció verle, pero en lugar de detener siguió adelante y con paso aún más presuroso, parecía querer huir, tener miedo, tal y como lo habían tenido los otros al verle pero ¿Por qué? Si ella estaba en la misma situación.
— ¡Esperad! — se animó por fin a alzar la voz, pero la mujer dobló por la esquina.
Supo que la perdería al perderla de vista por lo que se echó a correr de igual modo, sin importarle con cuanta gente chocara, no se le perdería, no esta vez, aún con ironía de la vida, que cuando más prisa se tenía más gente se atravesaba por su camino; mendigos, transeúntes, bailarines en retirada, ancianos, niños jugando. Le desesperaba a grado tal de querer hechizarles a todos y dejarles inmóviles en su lugar, pero no podía, no podía actuar de esa manera ante tan gente que de seguro le delatarían hasta hacer arder sus huesos en la hoguera.
Finalmente llegó a la maldita esquina donde precisamente le vio doblar por otra a tanta distancia que era imposible que no se hubiera echado a correr también ¿Por qué huía? ¿Por qué le temía? ¿Acaso no le había reconocido? Probablemente, él era aun un niño, el segundo más pequeño de toda la docena Molyneux que finalmente había sido repartida a través de toda Francia con el pasar de los años.
La desesperación de sentir que se le escurría de las manos como el agua, le hizo usar su magia de manera disimulada, arriesgándose a ser descubierto por algún sabiondo de la Inquisición, pues hizo caer a un par de personas en su camino, aún antes de siquiera tocarlas y, cuando por fin le tuvo a la vista, extendió sus manos hacia la chica y le hizo caer también, tal y como si sus piernas hubiesen sido atadas por un par de correas mágicas e invisibles.
Respiró profundo y con alivio, intentando recuperar el aire perdido por la persecución. Miró a todos lados, asegurándose de que nadie hubiese visto lo que realmente había hecho, cosa que había facilitado la misma muchacha en su huida por callejones desolados. Se limpió la boca con la misma tela de la manga, comenzó a caminar hasta ella con paso tranquilo, sabía que no podía deshacerse de aquel hechizo ni aún que fuera una vampiresa de fuerza sobrehumana, posibilidad en la que había pensado por un momento debido a la juventud que ella aún parecía tener, pero le descartó de inmediato al darse cuenta que aún había luz de día.
Se detuvo delante de ella y le miró con la cabeza torcida, intentando verla la cara con más detalle, por lo que finalmente se agachó para tomarle del rostro y hacer que ella misma le mirase. Tenía sus dudas, la recordaba aún niña y las facciones seguían siendo las mismas, pero de todos modos había cambiado ¿Y si no era ella?
— ¿Cómo te llamas? — le preguntó sin sospechar siquiera de su mudez — ¿Me reconocéis? — de inmediato se lamentó de aquella pregunta, pues cualquiera que fuera sido un poco asiduo a la política podría responder de manera afirmativa — ¿Sabéis cual es mi verdadero apellido? ¿Lo sabéis?
Eustace Gougeon- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/11/2012
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Re: Tarde desgarrada [Privado]
El aire golpeaba su rostro con violencia, susurraba cosas a sus oídos que no lograba descifrar, impedía su huida enredándole la tela del vestido a cada paso. Le arrojaba diminutas partículas que escocían en sus ojos y la orillaban a esquivar cada vez con mayor dificultad a las personas que avanzaban de aquí a allá desentendidas de lo que sucedía a su alrededor. Escucho tras de sí varios gritos cargados de molestia, frutos únicos de su precipitado andar “Lo lamento” lanzaba desde su interior sin atreverse a regresar o detener su andar “Lo lamento” repetía cada que terminaba por chocar con las personas que decidían ignorar su andar.
La caída le sorprendió, tropezaba con la nada cuando había sorteado ya mayores obstáculos en su andar y si bien en un principio ella misma adjunto su estadía sobre el suelo a su propia torpeza desecho la idea en cuanto intento ponerse en pie. La cuerda que sujetaba sus tobillos no era solo invisible sino intangible, araño sus piernas intentando encontrar el objeto que las mantenía unidas. La desesperación de saberse indefensa en aquel lugar, el recuerdo del ayer, sembraron en su mirada el terror “No otra vez” bajo la mirada cuando el hombre se acerco. Acomodando sus pensamientos para tomar la mejor decisión pues se encontraba ahora ante un brujo y no un humano. Un ente, se atrevía a decir, con mayor poder.
Alzó el rostro cuando el hombre la incito, observo su rostro maduro y por un segundo le pareció que el ruiseñor llamo desde su interior. Más no planeaba repetir el mismo error, aguardaría el instante oportuno para partir sin necesidad de dañar su integridad porque un cambiaformas no pasaba desapercibido como un brujo lo llegaba a hacer, en cuanto la gente que pasaba indiferente a su lado dejara aquella callejuela se marcharía ella también. Observo de reojo al último par de personas que se paseaban por las esquinas del lugar. Unos pasos más, unos pasos más era todo lo que llegaba a necesitar. Y mientras se enfocaba en buscar la salida las preguntas del hombre robaron su atención.
¿Era algún conocido que no lograba identificar? Lo observo, esta vez con mayor detenimiento en sus facciones y su hablar sin embargo su voz no le parecía familiar y en su rostro no había indicios de algún encuentro anterior. Lamento entonces no ser la persona que estaba buscando y se pregunto si aquella mujer por la que había decidido ignorar la posibilidad de perecer en la hoguera lo buscaba también a él en alguna parte de Europa o quizás más lejos aun, en la tierra conquistada por Ingleses y Españoles. Señalo con la mirada sus piernas, esperando que aquella simple señal pudiese ser suficiente para hacerle entender. No necesitaba mantenerla atada para que dejase de huir ahora que comprendía el motivo de su actuar no ideaba ya la mejor manera de partir.
Fue entonces, cuando la desesperación deshabito su cuerpo que fue consciente de los guijarros que se adherían a sus manos, las sacudió suavemente dejando en su lugar pequeños manchones violáceos. Soplo en sus heridas sacudiéndose el resto de tierra y .
La caída le sorprendió, tropezaba con la nada cuando había sorteado ya mayores obstáculos en su andar y si bien en un principio ella misma adjunto su estadía sobre el suelo a su propia torpeza desecho la idea en cuanto intento ponerse en pie. La cuerda que sujetaba sus tobillos no era solo invisible sino intangible, araño sus piernas intentando encontrar el objeto que las mantenía unidas. La desesperación de saberse indefensa en aquel lugar, el recuerdo del ayer, sembraron en su mirada el terror “No otra vez” bajo la mirada cuando el hombre se acerco. Acomodando sus pensamientos para tomar la mejor decisión pues se encontraba ahora ante un brujo y no un humano. Un ente, se atrevía a decir, con mayor poder.
Alzó el rostro cuando el hombre la incito, observo su rostro maduro y por un segundo le pareció que el ruiseñor llamo desde su interior. Más no planeaba repetir el mismo error, aguardaría el instante oportuno para partir sin necesidad de dañar su integridad porque un cambiaformas no pasaba desapercibido como un brujo lo llegaba a hacer, en cuanto la gente que pasaba indiferente a su lado dejara aquella callejuela se marcharía ella también. Observo de reojo al último par de personas que se paseaban por las esquinas del lugar. Unos pasos más, unos pasos más era todo lo que llegaba a necesitar. Y mientras se enfocaba en buscar la salida las preguntas del hombre robaron su atención.
¿Era algún conocido que no lograba identificar? Lo observo, esta vez con mayor detenimiento en sus facciones y su hablar sin embargo su voz no le parecía familiar y en su rostro no había indicios de algún encuentro anterior. Lamento entonces no ser la persona que estaba buscando y se pregunto si aquella mujer por la que había decidido ignorar la posibilidad de perecer en la hoguera lo buscaba también a él en alguna parte de Europa o quizás más lejos aun, en la tierra conquistada por Ingleses y Españoles. Señalo con la mirada sus piernas, esperando que aquella simple señal pudiese ser suficiente para hacerle entender. No necesitaba mantenerla atada para que dejase de huir ahora que comprendía el motivo de su actuar no ideaba ya la mejor manera de partir.
Fue entonces, cuando la desesperación deshabito su cuerpo que fue consciente de los guijarros que se adherían a sus manos, las sacudió suavemente dejando en su lugar pequeños manchones violáceos. Soplo en sus heridas sacudiéndose el resto de tierra y .
Viviane Balloch- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 18/04/2012
Re: Tarde desgarrada [Privado]
"La sociedad no debe exigir nada de aquel que no espera nada de ella."
George Sand
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La chica alzó la mirada, parecía asustada y desesperada. Le había visto arañarse las piernas en busca de aquellas cuerdas invisibles que él mismo había invocado. Entendía su angustia, él también estaría así en su lugar si no tuviese los poderes necesarios para escapar, pero no podía dejar que se fuera. No aún, no sin dar respuesta a sus dudas, a esas mismas dudas que desde pequeño que acribillaban la cabeza. Tantos hermanos, tanta familia y de nadie sabía nada; si estaban muertos, vivos, si ya tenían hijos, familia, algo.
Ella volvió a mirarle el rostro, luego de haber mirado a lo lejos. Le observaba ahora de manera diferente, como si se fijase en detalles, como si le reconociera. Por segundo pensó imaginó que habría recuperado a su hermana, que ahí estaba a punto de darle la bienvenida, de no rechazarle por ser igual que él, porque los años tampoco pasaban por ella, pero la niña volvió a mirar a sus piernas rompiéndole la ilusión. Tal parecía que en verdad no le conocía, que se había equivocado y que su necesidad de aceptación familiar, una vez más, le había jugado una mala pasada.
Golpeó bruscamente el suelo y maldijo en silencio, pero entonces puso su atención nuevamente en ella, con la intención de dejarle libre, pero ella se observaba las manso heridas y aquello le hizo sentir un poco culpable. Sólo entonces recayó en que probablemente la muchacha tuviese la edad que realmente representaba, de seguro la tenía y no se acercaba en nada a lo que posiblemente sería su hermana, pero... ¿y si era un familiar? una nieta, bisnieta...
Tomó las pequeñas manos heridas entre las suyas, y le miró a los ojos, con la intención de hacerle salir del miedo. Aún no caía en el origen de su mutismo, y sólo culpaba al miedo y la timidez de aquella falta de voz. Así acarició ambas manos, transmitiéndole un poco de su propio calor y energía, más no lo necesario para sanarlas, pues no eran heridas graves. Sin embargo, llamó su atención lo rápido que sanaban ¿Acaso habría transmitido parte de sus poderes sin darse cuenta?
Frunció el ceño y dejo sus manos libres para mirarle a los ojos y exigir así una respuesta, aunque no de manera violenta. Seguía habiendo algo en esa niña, algo que le tiraba hacia ella, como sus propias sogas invisibles. Una sensación extraña de protección y conocimiento, como si vinieran de otra vida y si compartieran la misma sangre.
— ¿Quién sois vos? — le preguntó nuevamente, insistiéndole en su habla — No voy a haceros saño, sólo deseo saber... ¿Quién sois? ¿ De dónde venís y por qué os parecéis tanto a la hermana que una vez perdí? — le sonrió de forma ligera.
Quería respuestas y aquello también implicaba regalarle un poco de confianza, para que no se asustara, que no creyera que iba a hacerle daño, y por eso accedió a liberarle las piernas. Sólo bastó con un movimiento de su mano y un susurro extraño para hacerlo posible. Como arte de magia, sus piernas quedaron libres, y ligeramente marcadas, como si en verdad algo les hubiese estado sujetando y, una vez más, éstas se desvanecieron con mayor rapidez de lo habitual. Le miró sorprendido, por segunda vez las reacciones de su cuerpo le confirmaban que ella no era en verdad una humana cualquiera, sino alguien más, alguien como él.
— ¿Qué es lo que sois? — preguntó esta vez de manera más directa, y sin poder ocultar su halo de sorpresa — ¿Tenéis habilidades? — miró hacia ambos lados del callejón y entonces se puso de pie, volviendo a estirarle sus manos para que ella las tomara, invitándole a ponerse de pie — No voy a delataros, vos misma ya sabéis lo que soy, sólo... quiero saber. Exijo vuestras respuestas.
Ella volvió a mirarle el rostro, luego de haber mirado a lo lejos. Le observaba ahora de manera diferente, como si se fijase en detalles, como si le reconociera. Por segundo pensó imaginó que habría recuperado a su hermana, que ahí estaba a punto de darle la bienvenida, de no rechazarle por ser igual que él, porque los años tampoco pasaban por ella, pero la niña volvió a mirar a sus piernas rompiéndole la ilusión. Tal parecía que en verdad no le conocía, que se había equivocado y que su necesidad de aceptación familiar, una vez más, le había jugado una mala pasada.
Golpeó bruscamente el suelo y maldijo en silencio, pero entonces puso su atención nuevamente en ella, con la intención de dejarle libre, pero ella se observaba las manso heridas y aquello le hizo sentir un poco culpable. Sólo entonces recayó en que probablemente la muchacha tuviese la edad que realmente representaba, de seguro la tenía y no se acercaba en nada a lo que posiblemente sería su hermana, pero... ¿y si era un familiar? una nieta, bisnieta...
Tomó las pequeñas manos heridas entre las suyas, y le miró a los ojos, con la intención de hacerle salir del miedo. Aún no caía en el origen de su mutismo, y sólo culpaba al miedo y la timidez de aquella falta de voz. Así acarició ambas manos, transmitiéndole un poco de su propio calor y energía, más no lo necesario para sanarlas, pues no eran heridas graves. Sin embargo, llamó su atención lo rápido que sanaban ¿Acaso habría transmitido parte de sus poderes sin darse cuenta?
Frunció el ceño y dejo sus manos libres para mirarle a los ojos y exigir así una respuesta, aunque no de manera violenta. Seguía habiendo algo en esa niña, algo que le tiraba hacia ella, como sus propias sogas invisibles. Una sensación extraña de protección y conocimiento, como si vinieran de otra vida y si compartieran la misma sangre.
— ¿Quién sois vos? — le preguntó nuevamente, insistiéndole en su habla — No voy a haceros saño, sólo deseo saber... ¿Quién sois? ¿ De dónde venís y por qué os parecéis tanto a la hermana que una vez perdí? — le sonrió de forma ligera.
Quería respuestas y aquello también implicaba regalarle un poco de confianza, para que no se asustara, que no creyera que iba a hacerle daño, y por eso accedió a liberarle las piernas. Sólo bastó con un movimiento de su mano y un susurro extraño para hacerlo posible. Como arte de magia, sus piernas quedaron libres, y ligeramente marcadas, como si en verdad algo les hubiese estado sujetando y, una vez más, éstas se desvanecieron con mayor rapidez de lo habitual. Le miró sorprendido, por segunda vez las reacciones de su cuerpo le confirmaban que ella no era en verdad una humana cualquiera, sino alguien más, alguien como él.
— ¿Qué es lo que sois? — preguntó esta vez de manera más directa, y sin poder ocultar su halo de sorpresa — ¿Tenéis habilidades? — miró hacia ambos lados del callejón y entonces se puso de pie, volviendo a estirarle sus manos para que ella las tomara, invitándole a ponerse de pie — No voy a delataros, vos misma ya sabéis lo que soy, sólo... quiero saber. Exijo vuestras respuestas.
Eustace Gougeon- Hechicero Clase Media
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Re: Tarde desgarrada [Privado]
El contraste de su actuar le sorprendió, el, quien antes la había perseguido y sin dudarlo le había hecho tropezar se preocupaba ahora por las marcas que se vislumbraban sobre su piel, heridas que siquiera se acercaban a lo que con anterioridad había llegado a sufrir ¿No habían los felinos intentando darle caza día si y noche también? “No se preocupe” pronuncio en su interior, sin alejar sus manos del tacto ajeno que de pronto le pareció reconfortante y alentador. Como el de un padre que alivia después de un mal golpe, o por lo menos eso pensó en realidad, no tenia manera de saber si estaba en lo correcto su comparación.
Cerro sus manos escondiéndolas contra su pecho ¿Y si de pronto el hombre cambiaba de opinión? ¿Y si decidía que sería mejor que nadie supiera de su condición? Terminaría siendo entonces, un simple estorbo en su decisión, un testigo con falta de voz. Y como atraída por un imán su curiosidad volvió a centrarse en las palabras del extraño, en esa tangible necesidad que se materializaba en sus cuestionamientos, aquellos que apuntaban directo a los temas de los que prefería no hablar, y aunque hubiese podido pronunciar palabra alguna seguramente habría decidido lo contrario ¿No tenía suficiente con haberlo vivido una vez?
Involuntariamente, sus ojos se cristalizaron y la curvatura en sus labios cambio de dirección, aquel hombre debía estar mintiendo ¿Cómo podría ser hermano de su difunta madre? Si ella jamás hablo de él, en realidad, nunca le había contado nada de su pasado que pudiese apuntar en una certera dirección ¿Y si lo había ocultado como ocultaba la existencia de su padre? Aquel hombre que había dejado un profundo hueco en su corazón, tan hondo, tan doloroso, que no volvió a hablar de él. Y la única respuesta que alguna vez recibió fueron los silencios prolongados que extinguían la ansiedad de su interior.
Se levantó cuando el hombre le ofreció sus manos, sin perder ni por equivocación las cosas extrañas que se escondían en su mirada porque quizás en ellas fuese capaz de comprender la realidad, la procedencia de aquel hombre que sin saberlo decía ser su única familia. Inspiro profundamente lamentando no haber llevado consigo el carboncillo y el papel porque sin ellos no tendría manera alguna de lograrle contestar. En un intento de hacerle comprender se llevo el dedo índice a los labios para seguidamente negar con rapidez. No podía hablar y en aquellos instantes deseaba poder hacerlo.
¿Cómo hacerle entender que la causa de su mudez era la muerte de a quien buscaba? ¿Cómo decirle que no la podría encontrar? Como hacerle entender lo que ni ella comprendía con claridad. Abrió los labios una y otra vez, esperando escuchar alguna palabra emerger de su interior, esperando que la necesidad moviese lo que llevaba detrás de su corazón hacia el exterior. Un susurro, un grito, un sollozo, el silencio, trago su frustración dejando que algunas esporádicas lagrimas rodasen por sus mejillas de arrebol ¿Podría leer su mirada? Deseaba que fuese así.
“Ella ya no está aquí” aparto las lagrimas de un manotazo reprimiendo con ayuda de temblores aquel mar de lagrimas que amenazaba con salir.
Cerro sus manos escondiéndolas contra su pecho ¿Y si de pronto el hombre cambiaba de opinión? ¿Y si decidía que sería mejor que nadie supiera de su condición? Terminaría siendo entonces, un simple estorbo en su decisión, un testigo con falta de voz. Y como atraída por un imán su curiosidad volvió a centrarse en las palabras del extraño, en esa tangible necesidad que se materializaba en sus cuestionamientos, aquellos que apuntaban directo a los temas de los que prefería no hablar, y aunque hubiese podido pronunciar palabra alguna seguramente habría decidido lo contrario ¿No tenía suficiente con haberlo vivido una vez?
Involuntariamente, sus ojos se cristalizaron y la curvatura en sus labios cambio de dirección, aquel hombre debía estar mintiendo ¿Cómo podría ser hermano de su difunta madre? Si ella jamás hablo de él, en realidad, nunca le había contado nada de su pasado que pudiese apuntar en una certera dirección ¿Y si lo había ocultado como ocultaba la existencia de su padre? Aquel hombre que había dejado un profundo hueco en su corazón, tan hondo, tan doloroso, que no volvió a hablar de él. Y la única respuesta que alguna vez recibió fueron los silencios prolongados que extinguían la ansiedad de su interior.
Se levantó cuando el hombre le ofreció sus manos, sin perder ni por equivocación las cosas extrañas que se escondían en su mirada porque quizás en ellas fuese capaz de comprender la realidad, la procedencia de aquel hombre que sin saberlo decía ser su única familia. Inspiro profundamente lamentando no haber llevado consigo el carboncillo y el papel porque sin ellos no tendría manera alguna de lograrle contestar. En un intento de hacerle comprender se llevo el dedo índice a los labios para seguidamente negar con rapidez. No podía hablar y en aquellos instantes deseaba poder hacerlo.
¿Cómo hacerle entender que la causa de su mudez era la muerte de a quien buscaba? ¿Cómo decirle que no la podría encontrar? Como hacerle entender lo que ni ella comprendía con claridad. Abrió los labios una y otra vez, esperando escuchar alguna palabra emerger de su interior, esperando que la necesidad moviese lo que llevaba detrás de su corazón hacia el exterior. Un susurro, un grito, un sollozo, el silencio, trago su frustración dejando que algunas esporádicas lagrimas rodasen por sus mejillas de arrebol ¿Podría leer su mirada? Deseaba que fuese así.
“Ella ya no está aquí” aparto las lagrimas de un manotazo reprimiendo con ayuda de temblores aquel mar de lagrimas que amenazaba con salir.
Viviane Balloch- Cambiante Clase Media
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Re: Tarde desgarrada [Privado]
"La ciencia, a pesar de sus progresos increíbles, no puede ni podrá nunca explicarlo todo. Cada vez ganará nuevas zonas a lo que hoy parece inexplicable. Pero las rayas fronterizas del saber, por muy lejos que se eleven, tendrán siempre delante un infinito mundo de misterio."
Gregorio Marañón
Gregorio Marañón
Ella pareció cambiar su actitud al mismo tiempo que él cambiaba la suya, como si ambos seres supiesen muy en el fondo que no deseaban hacerse daño y, lo más extraño, que deseaban confiar, querer y de cierto modo... amar.
Cogió sus manos con firmeza y le ayudó a ponerse de pie, esperando sus respuestas sin llegar a presionarle más de la cuenta, quería que ella confiase en él y no le temiera como otros a quienes conocía y deseaba cada vez intimidar más y más, pero no, ella era diferente, ella le provocaba otras cosas, otros sentimientos, ella le hacía sentir que necesitaba de su protección y él, aunque no lo aceptara a viva voz, también deseaba dársela.
Observó el movimiento de su dedo por delante de los labios ajenos y el movimiento de su cabeza que le dejaron un poco inquieto al reconocer parte de un mensaje que en verdad no quería aceptar o reconocer como una realidad. Mas no llegó palabra alguna y en lugar de sonidos sólo obtuvo sollozos contenidos que luchaban fuertemente por no convertiste en llanto. Entonces lo entendió.
Es difícil explicar cuando y porqué, pero hay momentos en los que el cerebro realmente parece desconocerse del resto del cuerpo y hacernos sentir realmente libres, libres porque por primera vez hacemos lo que queremos sin llegar a preocuparnos de lo correcto, del qué dirán, o simplemente del porqué hacemos esto. Porque muchas veces no hay una razón, ni un motivo; muchas veces simplemente nace desde los mismos cojones que nos mueven a hacer esas cosas inexplicables y locas que, a fin de cuentas, siempre nos hacen sentir bien. Fue así, de ese mismo n=modo desconectado y alocado, que Eustace le abrazó, así, sin el menor de los reparos o miramientos, simplemente le abrazo y le permitió apoyar la cabeza sobre su hombro mientras él le acariciaba la espalda como sacudiendo poco a poco las ganas redimidas y dejarle llorar todo lo que fuese necesario.
— Ya... ya... — le dijo con voz suave, aquella voz que muy pocos le conocían, pues su cotidiana vida mucho distaba de lo que en ese momento se presenciaba — Tranquila... no importa... ya encontraremos la forma... No más preguntas que no puedas responder, sólo Sí y No, porque sabes negar y asentir con la cabeza ¿No es así? — preguntó aquello ultimo, volviendo a alejarse sólo un poco para tomarle del rostro y mirarle a los ojos al tiempo que le regalaba una sonrisa de confianza — Sabes hacerlo ¿verdad? — volvió a preguntar y entonces le permitió regresar al escondite de su hombro si era ahí en donde se sentía más cómoda.
— Lamento haberte asustado. No quería que te fueras... — suspiró aliviado y a la vez un poco confundido ¿Por qué hacía esto? ¿Por qué le hablaba de ese modo y sentía aquellas cosas que sólo la familia te hace sentir? — ¿Tienes un nombre? Porque si no lo tienes yo podría ponerte uno — rió brevemente.
Cogió sus manos con firmeza y le ayudó a ponerse de pie, esperando sus respuestas sin llegar a presionarle más de la cuenta, quería que ella confiase en él y no le temiera como otros a quienes conocía y deseaba cada vez intimidar más y más, pero no, ella era diferente, ella le provocaba otras cosas, otros sentimientos, ella le hacía sentir que necesitaba de su protección y él, aunque no lo aceptara a viva voz, también deseaba dársela.
Observó el movimiento de su dedo por delante de los labios ajenos y el movimiento de su cabeza que le dejaron un poco inquieto al reconocer parte de un mensaje que en verdad no quería aceptar o reconocer como una realidad. Mas no llegó palabra alguna y en lugar de sonidos sólo obtuvo sollozos contenidos que luchaban fuertemente por no convertiste en llanto. Entonces lo entendió.
Es difícil explicar cuando y porqué, pero hay momentos en los que el cerebro realmente parece desconocerse del resto del cuerpo y hacernos sentir realmente libres, libres porque por primera vez hacemos lo que queremos sin llegar a preocuparnos de lo correcto, del qué dirán, o simplemente del porqué hacemos esto. Porque muchas veces no hay una razón, ni un motivo; muchas veces simplemente nace desde los mismos cojones que nos mueven a hacer esas cosas inexplicables y locas que, a fin de cuentas, siempre nos hacen sentir bien. Fue así, de ese mismo n=modo desconectado y alocado, que Eustace le abrazó, así, sin el menor de los reparos o miramientos, simplemente le abrazo y le permitió apoyar la cabeza sobre su hombro mientras él le acariciaba la espalda como sacudiendo poco a poco las ganas redimidas y dejarle llorar todo lo que fuese necesario.
— Ya... ya... — le dijo con voz suave, aquella voz que muy pocos le conocían, pues su cotidiana vida mucho distaba de lo que en ese momento se presenciaba — Tranquila... no importa... ya encontraremos la forma... No más preguntas que no puedas responder, sólo Sí y No, porque sabes negar y asentir con la cabeza ¿No es así? — preguntó aquello ultimo, volviendo a alejarse sólo un poco para tomarle del rostro y mirarle a los ojos al tiempo que le regalaba una sonrisa de confianza — Sabes hacerlo ¿verdad? — volvió a preguntar y entonces le permitió regresar al escondite de su hombro si era ahí en donde se sentía más cómoda.
— Lamento haberte asustado. No quería que te fueras... — suspiró aliviado y a la vez un poco confundido ¿Por qué hacía esto? ¿Por qué le hablaba de ese modo y sentía aquellas cosas que sólo la familia te hace sentir? — ¿Tienes un nombre? Porque si no lo tienes yo podría ponerte uno — rió brevemente.
Eustace Gougeon- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/11/2012
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