AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Es un monstruo fascinante el ego. | Privado.
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Es un monstruo fascinante el ego. | Privado.
«¿Una mujer con cojones? El mejor afrodisíaco por excelencia.»
De pronto, de un día para otro, todo se había vuelto inconcebible. Una catástrofe que tenía nombre y apellido, que tenía olor propio y que, no conforme con ello, anidaba un nuevo ser en su interior. En definitiva, Isolda Rostlogi había llegado a la vida de Târsil Valborg con un solo objetivo: cambiarle la vida. Pero lamentablemente esto no significaba que fuera precisamente para bien. El Inquisidor estaba distraído, de pronto parecía en otro mundo, sus pensamientos abrazaban otra orbita, otro plano, y esto provocaba que no estuviera cumpliendo con su trabajo como los tenía acostumbrados a todos. Su repentino cambio tenía boquiabierto a más de uno, sobretodo tratándose de uno de los líderes de las facciones, de los espías concretamente, a quienes la concentración les era algo básico y primordial. No podía permitírsele ir por allí, comandando una misión con la mente quien sabe dónde, exponiéndose y exponiendo a la gente que tuviese a su cargo. Quizá… quizá había llegado la hora de que se retirara, o de que cediera su puesto a alguien más capaz. Eso había sido lo que uno de los máximos mandatarios de la Iglesia había insinuado y lo que había desencadenado la ira en el Inquisidor.
Cruzó el Salón de los Ángeles con pasos agigantados y con una velocidad que únicamente solía utilizar cuando algo le provocaba salirse de sus casillas, y quizá es oportuno decir que esto pasaba bastante a menudo –el difícil y voluble temperamento de Valborg no era ningún secreto para nadie-, y, cuando llegó al que podía considerarse como su despacho, azotó la puerta con tal fuerza que volvió a entreabrirse sin que él se diera cuenta. Se dejó caer pesadamente sobre el sillón que estaba colocado junto al escritorio y un rostro lleno de frustración fue la prueba más vigente del pesar que le estaba acarreando todo ese problema, y probablemente era muy poco hombre de su parte denominar como “un problema” a la mujer que amaba y al hijo que ambos esperaban.
—¿Qué diablos has hecho conmigo, Isolda? —murmuró entre dientes para sí mismo pero, en esos instantes, su rabia era tan incontenible que no pudo modular el tono de voz y su cuestionamiento retumbó en gran parte de la habitación.
No había duda de que el sentimiento que profesaba a la Cambiaformas era algo extraordinario, algo completamente nuevo para él, pero que indiscutiblemente también estaba afectándole de manera negativa. ¿O era acaso que ese era su destino, abandonar la Inquisición y entregarse de lleno al amor, olvidarse de la promesa que se había hecho a sí mismo y a sus padres, de dedicar su vida entera a acabar con el mayor número de criaturas sobrenaturales que le fuese posible durante los años que le fueran concebidos? Sintió que la cabeza le dolía de tanto pensar y se llevó las manos a la nuca en un intento de aminorar, por lo menos un poco, su pesar. Estonces, cada uno de sus músculos se tensaron, fue consciente de que no estaba solo. Pasó saliva cuando de dio cuenta de que, tal vez, su secreto más preciado y mejor cuidado, acababa de ser revelado por él mismo a esa persona cuya identidad aún desconocia, pero que le costó apenas unos segundos deducir. ¿Qué debía hacer ahora que sabía que ella podía tenerlo en sus manos? ¿Cuál era la mejor reacción a mostrar, una sumisa y amable o su ya acostumbrada arrogante personalidad? La segunda le ganó, y con creces.
—Puedo oler tu maldito y empalagoso perfume desde aquí, Tebelyn —alzó la voz con la intención de intimidarla, de demostrarle que, muy independientemente de que conociera su secreto –si es que lo conocía-, no le daría el gusto de rogarle por su silencio, o de sobornarlo a cambio de su discreción.
Permaneció inmóvil en su asiento, sin la menor intención de moverse, pero también permaneció alerta, dispuesto a ponerse de pie con toda la rapidez que le fuera posible y atrapar a la pelirroja antes de que pudiera salir corriendo a delatarlo con algún tercero. Continuó hablando desde su posición, dándole la espalda, haciendo un esfuerzo por parecer sereno y lo suficientemente petulante en su tono para que ella no descubriera su real nerviosismo.
—¿No te enseñaron que espiar a otros es de mala educación? —comentó sólo por molestar. La verdad es que a alguien como Târsil poco le importaban los modales, es más, no tenía ni la menor noción de ellos, no encajaban en su vida diaria. Hizo una pausa y sonrió por la ironía de sus propias palabras, aunque ella no pudo verlo—. Pero ya que has decidido hacerlo, al menos tendrías que saber espiar correctamente, ¿no crees? Algo digno, algo que no te deje como una idiota ante el líder de los espías.
Y esperó a ver la reacción de la chica, la que le delataría, de una vez por todas, si le había escuchado mencionar a la Cambiaformas, o no.
Târsil Valborg- Inquisidor Clase Media
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Re: Es un monstruo fascinante el ego. | Privado.
Una total y estúpida pérdida de tiempo. Eso es lo que en principio parecía la poco cordial invitación que me habían extendido desde la sede administrativa de esta jodida secta de hipócritas para que viniese personalmente a solicitar unos folios de la biblioteca principal. La verdad es que no acabo de entender esa obsesión que tienen por la burocracia, si movías un dedo debías dejarlo escrito en un informe, y ni hablar de obtener autorización para releerlo luego, poco más y era necesaria la firma de San Pedro.
Por eso es que ahora tenía que gastarme un viaje de un par de semanas, dejando tirados todos mis asuntos en París. En parte podía resultar útil para ver hasta qué punto se habían calmado las aguas respecto a los rumores que habían estado circulando debido a mis reiteradas amonestaciones. Sabía de un par de personas que ya estaban apartando asientos en el palco para el momento en que mi cabeza rodara, pero como es obvio no iba a darles aquel placer. Sí había aceptado dejarme arrastrar a esta vorágine de persecuciones era porque había mucho provecho que podía sacar, y no era la única que pensaba así. A pesar de lo mucho que insistieran con sus reglas, también sabían que éramos indispensables, por lo que el asunto de sus regaños ya me tenía sin cuidado.
Solo faltaba que me hiciera a la idea de que pasaría las siguientes dos semanas en un ir y venir para conseguir autorizaciones, porque sí, podía intentar conseguir de mala forma aquel informe sobre esos brujos que comenzaban a movilizarse en Francia, pero si había un momento para hacer las cosas bien, era este. Por eso ahora me encontraba caminando a donde se suponía debía estar el despacho de mi superior, ilusamente creí que no tardaría en encontrarlo pese a no tener indicaciones.
Ya iba por la mitad, estaba a punto de resignarme para golpear la siguiente puerta y pedir ayuda cuando las cosas se tornaron un poco más interesantes. Esas palabras que salían de una boca que refunfuñó de forma tan familiar que por poco me hace distraer de lo importante, el contenido de aquella frase. No pude evitar esbozar una sonrisa ladina, aunque fuese para mí misma. Sí, era sin duda interesante.
De hecho llevé una mano a mis labios para contener una inminente risilla, la que de la nada se vio coartada por ese gruñido que avisaba que si bien me había equivocado de despacho, había acertado en el momento para aparecer. Abrí la puerta solo para cerrarla detrás de mí con delicadeza, tuve esa cortesía solo porque parecía especialmente irritado, lo que también se acabó con aquel comentario sobre mis habilidades de campo.
Entonces caminé hasta ubicarme detrás del sillón en el que estaba, haciendo apropósito que mis tacones retumbaran por la habitación, solo para fastidiarlo – Al menos me enseñaron a saludar correctamente, Valborg – dije pronunciando su apellido del mismo modo que había hecho con el mío, al tiempo que ponía ambas manos sobre sus hombros y me inclinaba para dejarle un beso en la línea que separaba la mejilla del cuello - ¿Debería enseñarte a hacerlo? – pregunté mientras en mi cabeza se preparaba para verlo con el ceño fruncido, o al menos con una ceja alzada, cualquiera de las dos cosas sería una victoria.
Suspiré para parecer decepcionada, y decidí de darle el gusto de verme de frente después de tanto tiempo ¿Era tanto? La verdad es que lo parecía, porque no podía ponerle una fecha a la última vez que nos habíamos visto. En fin. No esperaba que me fuese a ofrecer asiento, menos después de esa bienvenida, por lo que sin avisar o pedir permiso alguno me aposté en la silla de su escritorio – Tienes una manera muy especial de tratar a quienes vienen de tan lejos a visitarte – dije mientras entrelazaba las manos y las posaba en el borde del escritorio, dando quizás una imagen que buscaba imponerse – Pensé que tener novia ayudaría a controlar tu mal humor – comenté sonriendo de forma maliciosa, implícitamente diciendo: “Si te escuché, y acabas de ponerle nombre al secreto”.
Él mejor que nadie sabía lo que un pequeño atisbo de información podía hacer, y con un nombre se podían hacer maravillas. Jîdael. No era de mi incumbencia, pero tampoco era mi estilo pasarlo por alto, menos sabiendo que estábamos prácticamente en la misma problemática situación con el trabajo. Suficiente como para gatillar mi curiosidad.
Por eso es que ahora tenía que gastarme un viaje de un par de semanas, dejando tirados todos mis asuntos en París. En parte podía resultar útil para ver hasta qué punto se habían calmado las aguas respecto a los rumores que habían estado circulando debido a mis reiteradas amonestaciones. Sabía de un par de personas que ya estaban apartando asientos en el palco para el momento en que mi cabeza rodara, pero como es obvio no iba a darles aquel placer. Sí había aceptado dejarme arrastrar a esta vorágine de persecuciones era porque había mucho provecho que podía sacar, y no era la única que pensaba así. A pesar de lo mucho que insistieran con sus reglas, también sabían que éramos indispensables, por lo que el asunto de sus regaños ya me tenía sin cuidado.
Solo faltaba que me hiciera a la idea de que pasaría las siguientes dos semanas en un ir y venir para conseguir autorizaciones, porque sí, podía intentar conseguir de mala forma aquel informe sobre esos brujos que comenzaban a movilizarse en Francia, pero si había un momento para hacer las cosas bien, era este. Por eso ahora me encontraba caminando a donde se suponía debía estar el despacho de mi superior, ilusamente creí que no tardaría en encontrarlo pese a no tener indicaciones.
Ya iba por la mitad, estaba a punto de resignarme para golpear la siguiente puerta y pedir ayuda cuando las cosas se tornaron un poco más interesantes. Esas palabras que salían de una boca que refunfuñó de forma tan familiar que por poco me hace distraer de lo importante, el contenido de aquella frase. No pude evitar esbozar una sonrisa ladina, aunque fuese para mí misma. Sí, era sin duda interesante.
De hecho llevé una mano a mis labios para contener una inminente risilla, la que de la nada se vio coartada por ese gruñido que avisaba que si bien me había equivocado de despacho, había acertado en el momento para aparecer. Abrí la puerta solo para cerrarla detrás de mí con delicadeza, tuve esa cortesía solo porque parecía especialmente irritado, lo que también se acabó con aquel comentario sobre mis habilidades de campo.
Entonces caminé hasta ubicarme detrás del sillón en el que estaba, haciendo apropósito que mis tacones retumbaran por la habitación, solo para fastidiarlo – Al menos me enseñaron a saludar correctamente, Valborg – dije pronunciando su apellido del mismo modo que había hecho con el mío, al tiempo que ponía ambas manos sobre sus hombros y me inclinaba para dejarle un beso en la línea que separaba la mejilla del cuello - ¿Debería enseñarte a hacerlo? – pregunté mientras en mi cabeza se preparaba para verlo con el ceño fruncido, o al menos con una ceja alzada, cualquiera de las dos cosas sería una victoria.
Suspiré para parecer decepcionada, y decidí de darle el gusto de verme de frente después de tanto tiempo ¿Era tanto? La verdad es que lo parecía, porque no podía ponerle una fecha a la última vez que nos habíamos visto. En fin. No esperaba que me fuese a ofrecer asiento, menos después de esa bienvenida, por lo que sin avisar o pedir permiso alguno me aposté en la silla de su escritorio – Tienes una manera muy especial de tratar a quienes vienen de tan lejos a visitarte – dije mientras entrelazaba las manos y las posaba en el borde del escritorio, dando quizás una imagen que buscaba imponerse – Pensé que tener novia ayudaría a controlar tu mal humor – comenté sonriendo de forma maliciosa, implícitamente diciendo: “Si te escuché, y acabas de ponerle nombre al secreto”.
Él mejor que nadie sabía lo que un pequeño atisbo de información podía hacer, y con un nombre se podían hacer maravillas. Jîdael. No era de mi incumbencia, pero tampoco era mi estilo pasarlo por alto, menos sabiendo que estábamos prácticamente en la misma problemática situación con el trabajo. Suficiente como para gatillar mi curiosidad.
Haydee Tebelyn-Danglars- Inquisidor Clase Alta
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Re: Es un monstruo fascinante el ego. | Privado.
El Inquisidor permaneció en silencio e inmóvil, como una de esas tantas esculturas religiosas que adornaban el recinto que les cobijaba, pero con una expresión menos amable que San Pedro o el mismo Cristo. El beso que Haydee depositó en su cuello le fue indiferente, y no era para menos, las amenazas de ese tipo, sutiles pero claras, y de las que dependían no solo una vida sino dos, no le funcionaban como incentivo en eso de despertar pasiones prohibidas. Pudo haberse movido, rechazado su falsa demostración de afecto, pero se quedó tan rígido como una piedra y con la mirada clavada al frente. La miró a los ojos cuando la tuvo frente a sí y le sostuvo la mirada con valentía. En efecto, ahora ella sabía parte de su secreto, pero él se encargaría de que se lo llevara la tumba, incluso si él tenía que cavarla.
Suspiró, y su boca formó una inesperada sonrisa. Negó con la cabeza en reiteradas veces, desaprobando el comportamiento de su colega, pero fingiendo que la situación lo divertía un poco. Antes de hablar, abrió el primer cajón del escritorio y de él sacó una pequeña pero afilada navaja, la cual tomó y se encargó de balancear de una mano a otra, hasta que la peligrosa hoja quedó al descubierto. El objeto brilló varias veces, haciendo alarde de su peligrosidad. Si ella era realmente observadora, aún no hablaba y ya también le estaba amenazando.
—¿Crees que eres una buena soldado, Tebelyn? —preguntó de pronto con una voz tranquila. ¿Estaba desviando el tema? Eso parecía, pero, aunque en ese instante le fuera conveniente, con Tarsil no podia correrse tanta suerte. No la miraba, sus ojos seguían clavados en la navaja, que no dejaba de balancearse suavemente entre sus dedos—. Dime, ¿tú que crees? —insistió, pero no alzó la vista en ningún momento, dando la impresión de que restaba importancia a sus preguntas, al problema—. ¿Crees que le eres indispensable a tu líder o a la Inquisición entera? ¿Qué piensas sobre eso? —finalmente alzó la vista y clavó sus ojos azules en los ajenos. La analizó y dedujo que quizá no sería pan comido, que quizá debía esforzarse, parecer más fiero y peligroso.
Se puso de pie y cruzó la habitación. Se colocó junto al ventanal que se encontraba pertinentemente situado justo detrás del asiento donde Haydee permanecía. Corrió un poco la cortina y una enorme área verde apareció en la escena, como un bello cuadro de Gainsboroughque, con un paisaje y que cobraba vida.
—¿Tienes idea de cómo fue que me convertí en líder, de los factores que lo determinaron? —cuestionó de pronto, pero no le dio la oportunidad de responder siquiera. La imitó. Se colocó detrás de su espalda, cruzó su brazo fuerte y musculoso frente al pecho de la joven, y presionó la navaja contra la rosada mejilla. No ejerció suficiente fuerza como para hacerle daño, pero sí la justa para hacer creíble su explícita amenaza.
—Yo no me voy a andar con rodeos, Haydee, yo voy a decirte que si abres la boca para decir algo de lo que has escuchado, sospechado o deducido, te cortaré la lengua. Y creo que me conoces lo suficiente como para saber que lo haré, sin remordimiento alguno. Así que, si quieres poder seguir dando besos franceses, es mejor que sepas ser discreta, o te recomiendo que empieces a dormir con un ojo abierto, porque cualquier noche entraré a donde sea que estés durmiendo para cumplir mi promesa —presionó el arma contra la suave piel de la muchacha, tan solo lo suficiente como para dejar brotar una mínima gota de sangre, la cual barrió con su dedo índice sobre su piel, hasta dejarle una línea color carmín en todo el rostro—. La sangre es el símbolo de las promesas, y yo ya he hecho la mía…
Suspiró, y su boca formó una inesperada sonrisa. Negó con la cabeza en reiteradas veces, desaprobando el comportamiento de su colega, pero fingiendo que la situación lo divertía un poco. Antes de hablar, abrió el primer cajón del escritorio y de él sacó una pequeña pero afilada navaja, la cual tomó y se encargó de balancear de una mano a otra, hasta que la peligrosa hoja quedó al descubierto. El objeto brilló varias veces, haciendo alarde de su peligrosidad. Si ella era realmente observadora, aún no hablaba y ya también le estaba amenazando.
—¿Crees que eres una buena soldado, Tebelyn? —preguntó de pronto con una voz tranquila. ¿Estaba desviando el tema? Eso parecía, pero, aunque en ese instante le fuera conveniente, con Tarsil no podia correrse tanta suerte. No la miraba, sus ojos seguían clavados en la navaja, que no dejaba de balancearse suavemente entre sus dedos—. Dime, ¿tú que crees? —insistió, pero no alzó la vista en ningún momento, dando la impresión de que restaba importancia a sus preguntas, al problema—. ¿Crees que le eres indispensable a tu líder o a la Inquisición entera? ¿Qué piensas sobre eso? —finalmente alzó la vista y clavó sus ojos azules en los ajenos. La analizó y dedujo que quizá no sería pan comido, que quizá debía esforzarse, parecer más fiero y peligroso.
Se puso de pie y cruzó la habitación. Se colocó junto al ventanal que se encontraba pertinentemente situado justo detrás del asiento donde Haydee permanecía. Corrió un poco la cortina y una enorme área verde apareció en la escena, como un bello cuadro de Gainsboroughque, con un paisaje y que cobraba vida.
—¿Tienes idea de cómo fue que me convertí en líder, de los factores que lo determinaron? —cuestionó de pronto, pero no le dio la oportunidad de responder siquiera. La imitó. Se colocó detrás de su espalda, cruzó su brazo fuerte y musculoso frente al pecho de la joven, y presionó la navaja contra la rosada mejilla. No ejerció suficiente fuerza como para hacerle daño, pero sí la justa para hacer creíble su explícita amenaza.
—Yo no me voy a andar con rodeos, Haydee, yo voy a decirte que si abres la boca para decir algo de lo que has escuchado, sospechado o deducido, te cortaré la lengua. Y creo que me conoces lo suficiente como para saber que lo haré, sin remordimiento alguno. Así que, si quieres poder seguir dando besos franceses, es mejor que sepas ser discreta, o te recomiendo que empieces a dormir con un ojo abierto, porque cualquier noche entraré a donde sea que estés durmiendo para cumplir mi promesa —presionó el arma contra la suave piel de la muchacha, tan solo lo suficiente como para dejar brotar una mínima gota de sangre, la cual barrió con su dedo índice sobre su piel, hasta dejarle una línea color carmín en todo el rostro—. La sangre es el símbolo de las promesas, y yo ya he hecho la mía…
Târsil Valborg- Inquisidor Clase Media
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Re: Es un monstruo fascinante el ego. | Privado.
Me pregunto qué es lo que indicaría un sentido del peligro normal, o al menos uno que no estuviese tan atrofiado como el mío. ¿Cierra los ojos, lárgate y olvida? ¡Menuda estupidez! Esto podía hacer interesante no solo el tiempo de cortés estadía que me quedaba en Roma, sino que podía llegar a convertirse en una especie de ventaja, o una carta bajo la manga en caso de alguna eventualidad. Y sé que suena bastante vil de mi parte, pero no era solo por negocios, sino que tenía algo más.
Luego esa sonrisa que de amabilidad tenía casi tanto como yo de casta. Fue entonces que todo ese instinto encendió las alarmas, porque aun pese al lugar en que nos encontrábamos, podría ponerse todo más agresivo. Lo que me hizo preguntarme si alguna vez, de todo el tiempo que llevaba “trabajando” aquí, había respetado alguna vez todo lo que estos edificios representaban para otros incautos.
Bueno, todo pensamiento respecto a ello se vio coartado por el aparecer del brillo de aquella daga, que me hizo soltar un leve suspiro de alivio. Intuí que solo sería una amenaza, porque de querer hacer algo más, no hubiese sido necesario aquel gesto, como aquel que anuncia antes lo que va a hacer solo para ganar tiempo para arrepentirse ¿Será para ello que se inventaron algunas palabras? ¿O es solo que soy impulsiva y poco cortés?
En cualquier caso, la sonrisa que había esbozado momentos atrás aun no había desaparecido de mis labios, y aun pese a aquella pregunta que tenía una respuesta única para cada uno de los que ahora trabajaban bajo este techo – Soy buena – dije con la seguridad de siempre – Pero todos aquí sabemos que no somos indispensables porque siempre habrá otro detrás para reemplazarnos – agregué encogiéndome de hombros y sosteniéndole la mirada como si se tratara de un encuentro cualquiera.
Él comenzó a moverse por la habitación, y como signo de reforzar lo que había dicho antes, o quizás por estupidez, no le seguí con la mirada. Esto casi parecía una de las reprimendas que me había tenido que comer últimamente sobre la cadena de mando y más chorradas, pero no. Cuando sentí la presión de su brazo en mi pecho supe que esto era personal a un nivel mayor que un par de “encuentros” causales.
Concentrada en sus palabras fue que no hice amago alguno por moverme, aunque más que en su contenido, la atención estaba puesta en los elementos que lo rodeaban, generando un cúmulo de circunstancias que solo podían dar como resultado algo que podría convertirse en quizás una de las únicas debilidades de mi “superior”.
En este juego, ahora debía escoger de mejor modo mis palabras, aunque ahora me siento algo tonta por no haber abierto la boca unos segundos antes, de forma de haber evitado aquella laceración en mi rostro, porque sí, todos sabemos de la vanidad por la que se me conoce. Cuando restregó la herida, literalmente, el aroma del hierro llegó de inmediato a mi olfato, lo que por fin me hizo reaccionar.
- Y supongo que acabas de prometer por mí también – dije levantando un brazo, en la medida de lo posible, para acariciar toda la línea del brazo que me mantenía inmóvil – Pero has cometido otro error – dije con algo de diversión – El que Târsil Valborg llegue al punto de amenazar a una colega, por una mujer, quiere decir que es son que solo las piernas entre las que juegas ¿No es así? Por eso es tan importante – esta vez no pude evitar una leve risa, aunque juro que traté de contenerla.
Así que el gran Târsil no solo había caído en los brazos de una mujer, físicamente hablando, sino que había algo más. Algo que casi me producía ternura. Casi.
- ¿Puedes soltarme ya? Sabes que no soy escrupulosa respecto a los hombres comprometidos – dije poniendo en énfasis especial en la última palabra – Y todo este lío de las amenazas es algo excitante – agregué antes de usar la mano que se encontraba más libre para llegar a aquella que sostenía la daga contra mí - ¿Es humana? – pregunté finalmente mientras que de forma juguetona incrustaba mis uñas en la piel de su muñeca, algo despreocupadamente, aunque había un sabor extraño en todo esto, uno que había estado antes en mi boca.
Luego esa sonrisa que de amabilidad tenía casi tanto como yo de casta. Fue entonces que todo ese instinto encendió las alarmas, porque aun pese al lugar en que nos encontrábamos, podría ponerse todo más agresivo. Lo que me hizo preguntarme si alguna vez, de todo el tiempo que llevaba “trabajando” aquí, había respetado alguna vez todo lo que estos edificios representaban para otros incautos.
Bueno, todo pensamiento respecto a ello se vio coartado por el aparecer del brillo de aquella daga, que me hizo soltar un leve suspiro de alivio. Intuí que solo sería una amenaza, porque de querer hacer algo más, no hubiese sido necesario aquel gesto, como aquel que anuncia antes lo que va a hacer solo para ganar tiempo para arrepentirse ¿Será para ello que se inventaron algunas palabras? ¿O es solo que soy impulsiva y poco cortés?
En cualquier caso, la sonrisa que había esbozado momentos atrás aun no había desaparecido de mis labios, y aun pese a aquella pregunta que tenía una respuesta única para cada uno de los que ahora trabajaban bajo este techo – Soy buena – dije con la seguridad de siempre – Pero todos aquí sabemos que no somos indispensables porque siempre habrá otro detrás para reemplazarnos – agregué encogiéndome de hombros y sosteniéndole la mirada como si se tratara de un encuentro cualquiera.
Él comenzó a moverse por la habitación, y como signo de reforzar lo que había dicho antes, o quizás por estupidez, no le seguí con la mirada. Esto casi parecía una de las reprimendas que me había tenido que comer últimamente sobre la cadena de mando y más chorradas, pero no. Cuando sentí la presión de su brazo en mi pecho supe que esto era personal a un nivel mayor que un par de “encuentros” causales.
Concentrada en sus palabras fue que no hice amago alguno por moverme, aunque más que en su contenido, la atención estaba puesta en los elementos que lo rodeaban, generando un cúmulo de circunstancias que solo podían dar como resultado algo que podría convertirse en quizás una de las únicas debilidades de mi “superior”.
En este juego, ahora debía escoger de mejor modo mis palabras, aunque ahora me siento algo tonta por no haber abierto la boca unos segundos antes, de forma de haber evitado aquella laceración en mi rostro, porque sí, todos sabemos de la vanidad por la que se me conoce. Cuando restregó la herida, literalmente, el aroma del hierro llegó de inmediato a mi olfato, lo que por fin me hizo reaccionar.
- Y supongo que acabas de prometer por mí también – dije levantando un brazo, en la medida de lo posible, para acariciar toda la línea del brazo que me mantenía inmóvil – Pero has cometido otro error – dije con algo de diversión – El que Târsil Valborg llegue al punto de amenazar a una colega, por una mujer, quiere decir que es son que solo las piernas entre las que juegas ¿No es así? Por eso es tan importante – esta vez no pude evitar una leve risa, aunque juro que traté de contenerla.
Así que el gran Târsil no solo había caído en los brazos de una mujer, físicamente hablando, sino que había algo más. Algo que casi me producía ternura. Casi.
- ¿Puedes soltarme ya? Sabes que no soy escrupulosa respecto a los hombres comprometidos – dije poniendo en énfasis especial en la última palabra – Y todo este lío de las amenazas es algo excitante – agregué antes de usar la mano que se encontraba más libre para llegar a aquella que sostenía la daga contra mí - ¿Es humana? – pregunté finalmente mientras que de forma juguetona incrustaba mis uñas en la piel de su muñeca, algo despreocupadamente, aunque había un sabor extraño en todo esto, uno que había estado antes en mi boca.
Haydee Tebelyn-Danglars- Inquisidor Clase Alta
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