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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Helena Mauleón Jue Ene 31, 2013 8:56 am

Nos dirigimos tan rápido como nos fue posible hacia Paris. Poco tardamos en cruzar la frontera de Italia y adentrarnos en ciudades extrañas, poco lujosas y apenas habitadas, donde alguna vez que otra pasamos para poder aprovisionarnos y poco más. En cuanto tomábamos lo que necesitamos partíamos sin demora, aunque tuviésemos que pasar la noche en el carruaje, al que ya me había acostumbrado aunque el cuerpo se resintiese. Cada día que pasaba, más temía por la situación de mi padre. En ningún momento aquellos vampiros hicieron alusión de ir a buscar a mi padre por mi escapada, pero tenía la certeza de que sería lo primero que se les habría pasado a la cabeza, sobretodo a mi madre. Ya habían intentado asesinar a Connor, la única persona que me quedaba a parte de él era mi padre, mi mayor flaqueza. En cuanto a mi madre… fue uno de los temas que mas absorbida me mantuvo a lo largo del viaje. Recordaba a mi madre como la madre perfecta, mi nacimiento fue demasiado prematuro para ella, pero no por eso me cuidó como no debiese. Era generosa, encantadora, muchísimo más que cualquier otra madre que llegué a conocer. Por lo que comprobar que aun seguía con vida me hacía feliz, a pesar de que intentó asesinar a alguien importante para mí. No podía ver a mi madre como una mala persona, no podía imaginarla conspirando contra mí, y temía que me convenciera de cualquier cosa. No sería capaz de luchar contra ella en la vida, lo tenia demasiado claro. Es más, era la única cosa que saqué en claro en cuatro semanas de viaje. Estaba demasiado confusa, demasiado absorta de todo. No paraba de pensar en Roish y en aquel destino que se me había marcado según ella y aquel brujo. Parecía de cuentos, pero ¿Cómo no iba a creérmelo después de todo lo que estaba pasando? Lo único que no podía entender era porqué tenía que ser yo la que se encargase de sacar la ‘’luz’’ de la ‘’oscuridad’’, ni si quiera sabía que significaba eso. Y por más que intentase aclararlo comentándoselo a Connor, no sacábamos nada en claro, lo único que conseguíamos era atemorizarnos por la inminente incertidumbre.

Puede decirse, que mis únicas esperanzas estaban en encontrar a mi padre y conseguir marcharnos lo suficientemente lejos como para que no diesen con nosotros, que encontrásemos un sitio donde escondernos durante bastante tiempo y que las cosas terminasen lo mas rápido posible. Claro, que mis esperanzas tenían un gran escalón que debía asumir: Connor. Quizá el factor que más me confundía de todos era él. Era extraña nuestra relación. Entendía que el no veía lo que yo pero… no lo parecía. Nuestra amistad empezaba a estrecharse, cada vez reíamos más juntos e incluso llegábamos a juguetear. Aquello provocó que me diese cuenta de algo que me entristeció. Su sonrisa me hacía feliz y me evadía de cualquier pena, sus palabras me tranquilizaban, su presencia me enamoraba. No sabía que era aquello si no era cariño especial. Empecé a notar que cada vez que se dirigía a mi el corazón se disparaba queriendo salir, que cuando me tocaba o me acariciaba, mi cuerpo se acaloraba y mis mejillas se sonrojaban, que solo de pensar que una vez acabase todo se marcharía, sentía ganas de llorar. Que cada vez que me llamaba ‘’niña’’ mas claro tenía que no veía ni sentía lo mismo que yo hacia él. Le miraba sentía ganas de decírselo todo y de echarme en sus brazos porque si, porque estaba enamorada de él como nunca lo había estado, pero que el temor que nunca tuve para aventurarme a salir de Paris y buscar a un asesino que jamás existió ahora aparecía estúpidamente y me impedía hablar, por no perder aunque fuese su sonrisa. El destino era caprichoso, sin lugar a dudas. Estaba perdidamente enamorada de un hombre que me veía como una niña, de un hombre que era todo lo contrario a mí y que pronto se marcharía para seguir con su vida. Me daba miedo todo lo que tuviese que ver con él, pero antes de que se marchara, se lo aclararía todo si la oportunidad se me brindase.

Llegamos a Paris cuando las primeras estrellas empezaban a mostrarse en el cielo anaranjado que pronto se oscurecería. Había comprado ropa más adecuada y me la había puesto para no llamar demasiado la atención. Sólo una camisa y una falda, pero serviría. No podía dejar de moverme del asiento interior del carruaje, me movía de un lado para otro, me mordía las uñas y no apartaba vista de la ventana. Si todo salía bien… mis preocupaciones desaparecerían con suerte. Quedé perpleja cuando el coche paró justo a las puertas de mi casa. Hacía tanto que no la veía… había soñado tantas veces que no había salido de ella aquella noche… Bajé rápidamente del carruaje y crucé la acera, abrí la verja de hierro que tenía por entrada principal con un simple empujón y entré al jardín. Quedé quieta y observé las ventanas –No hay luz. No se si…- entonces vi como una tenue luz de vela dejaba verse en una de las ventanas del piso bajo –Hay alguien en casa. Estas no son horas para que la criada aún esté en casa. Esperemos que sea mi padre.- comenté. Suspiré y mi armé de valor, di un par de pasos y entonces me giré para mirar al hombre. Dios santo, solo con mirarle los problemas se esfumaban. Sabía que quizá quien se encontrase dentro no fuese mi padre y fuese uno de los vampiros, quizá fuese una trampa. Ocurriese lo que ocurriese, debía volver a agradecerle todo antes de que fuese demasiado tarde. Me dirigí hacia él y le abracé, apegando mi cuerpo al suyo –Gracias, gracias por ayudarme a llegar hasta aquí – le susurré al oído con toda la sinceridad y la gratitud del mundo puestas en mi voz. Entonces me aparté un poco, dejé mi cara muy cerca de la suya, demasiado cerca; le acaricié el rostro y le sonreí. Mentiría si no dijese que en realidad mis deseos me hubiesen impulsado a mostrarle mas cariño de no ser porque no era el momento. Me aparté y me dirigí a la puerta.

Llamé un par de veces, nerviosa. La respiración se cortó cuando oí pasos tras la puerta, y entonces, alguien abrió. Era mi padre ¡Mi padre! -¿Helena…?- Su cara mostraba extrañeza y no me sorprendió. Me abalancé a sus brazos. Tenía que decirle demasiadas cosas que decirle y no supe como –Padre lo siento. Lo siento muchísimo. Siento muchísimo haberme comportado así todos estos años. Siento muchísimo haberme marchado. No sabía nada, te juro que no sabía nada de lo que estaba pasando. Si no fuera por Connor, que se ha prestado a ayudarme todo este tiempo, yo…- dije, aventurándome a llamar a Connor por su nombre frente a mi padre, lo que le daría a pensar que nuestra relación se había desarrollado más de lo que la relación de un guardaespaldas y un cliente hubiesen llegado nunca a desarrollar. Las manos me temblaban y los ojos se humedecieron. Noté que me correspondía el abrazo y con fuerza, a él le temblaban también las manos -¿Padre? Perdóname, por favor…- dije, pues no respondía. No le veía el rostro puesto que aún estaba abrazándole, pero noté como el suyo se erguía para mirar a Connor, quien estaba detrás de mí. No supe porqué le miró con insistencia ni porqué seguía temblando, pensé que quizas le miraría extrañado al haberle llamado por su nombre formalmente, que quizás se preguntase que había pasado con nosotros dos. Sólo escuché su voz –Kennway…llévatela y cuídala por mi, por favor- su voz pareció un susurro, pero a pesar de ello, podía denotarse que estaba cargada de tristeza y a la vez gratitud.

-¿Cómo?-


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Mensaje por Connor Kennway Jue Ene 31, 2013 9:46 am

La llegada a la nocturna ciudad Parisina fue enormemente más agradable de lo que fue la primera partida de la misma. La relación entre la chica y yo mejoraba notoriamente y cada vez sentía más apego hacia ella, más necesidad de mantener contacto verbal, visual y físico. A lo largo del viaje que nos quedó por delante tras despedirnos de Roish me percaté de varias cosas que quizá antes no quería ver, como la molestia que le provocaba que la llamase niña y cierto tipos de señales que no hacían más que elevar mi esperanza a quizá, dejar de ser un guardaespaldas... y un amigo.

Llegamos de forma tardía, pues también ella quiso comprarse unas ropas más acordes a las que su padre acostumbraba a ver. Bajamos del carruaje y enfilamos el camino hacia la mansión, atravesando la verja. Ella me abrazó una última vez y me agradeció una vez más el ayudarla. Tener su rostro tan cerca, su cuerpo tan pegado al mío, provocó en mi sensaciones que solamente sentía cuando dormitaba y la veía en mis sueños. Sentí como un infierno ardía en mi corazón y en mi piel, esparciéndose por todo el cuerpo como las llamas que consumen un bosque en verano
-No hay de qué... mujer- cambié la coletilla, esperando que quizá no le molestase esa. A fin de cuentas no me gustaba estar llamándola siempre por su nombre. Cuando se alejó de mi, sonreí y me encojí de hombros soltando un suspiro. Quizá... me equivoqué en cuanto a sus sentimientos y era yo el estúpido en la tragicomedia.

Al entrar, Helena encontró a su padre y se fundieron en un abrazo cándido. Me apoyé en el resquicio de la puerta cruzado de brazos y los observé sonriendo. Me dolían las mejillas de tanto sonreir, por falta de costumbre, pero era una expresión que no florecía a no ser que estuviese con ella
-Sana y salva, Señor Mauleón. Disculpe la tardanza en volver... del paseo- comenté irónico, pero él no contestó como yo esperaba -¿Eh?- me acerqué a ambos y me sorprendí cuando la puerta tras de mi se cerró. En ningún momento vi a aquella criada acercarse, parecía una aparición. -Vaya...- el padre de la muchacha se separó de ella y le besó en la frente -Hemos tenido que hacer cambios en el personal... no fueron capaces de cuidarte y evitar que te marchases... pero me alegra tenerte sana y salva, pequeña- nos indicó un camino y nos guió hasta su sala despacho, la cual si estaba bien iluminada. Se sentó presidiendo la reunión tras una mesa de madera, dejándonos sendos sillones a ambos. Me seguía pareciendo escalofriante el tremendo silencio que habitaba la casa y lo lúgubre que estaba todo, aquella doncella nueva no hacía ni el más mínimo ruido al caminar -Esta muchacha nueva es interna, hija mía, no te preocupes. He estado bastante solo y ocupado y he necesitado compañía además de sus servicios para mantener esta casa en orden- rió el hombre, pero sentí cierto nerviosismo en su risa -No obstante... os he traido aquí por otra razón que para explicaros sobre los servicios- tomó un puro y se lo encendió -No sé... realmente desconozco hasta qué punto sabes del mundo exterior a esta mansión, Helena. Pero hay algo en mi corazón que debo decirte... y es que tu madre vive- respiré hondo tras oirlo ¿Él lo sabía todo definitivamente?[/color][/b]- [i]exhaló el humo del abano y siguió hablando -He estado documentándome... buscando pistas... y todo cuanto he hallado me han traido quebraderos de cabeza que me hacían comportarme como un idiota contigo, mi niña. Confié en el señor Kennway o Connor, como tú le llamas- inquirió en las pocas formalidades que Helena me profería -Esperaba que te mantuviese aquí, sana y salva hasta mi regreso, mas no obstante cuando llegué me encontré con una casa habitada solo por sirvientas preocupadas y llorosas que sollozaban por la pérdida de mi única hija...- hablaba con rabia, maldiciéndome con la mirada. Pero todo eso cambió súbitamente con el tema -Hay algo... que no alcanzo a comprender, mi niña. Algo que esperé que Kennway pudiese solucionar protegiéndote, pero no fue así. Hay algo o alguien que tiene un Don especial, algo que trae a los muertos de vuelta, algo oscuro, tenebroso, que se alimenta de sangre...- advertí que hablaba de los vampiros y que intentaba decirle a Helena que éstos existían, mas el pobre diablo ignoraba que ella ya había tratado en demasía con esa calaña -Lo que quiero decir... lo que pretendo explicarte...- suspiré cansado de su tartamudez -Helena conoce muy bien lo que intenta explicarle, señor- obvié los formalismos para con la muchacha yo también -Por suerte o desgracia hemos tratado, ambos, con ellos más de lo que desearíamos- miré cómplice a la muchacha, pues no la delataría de sus deslices para evitar broncas o disgustos -Ya veo...- parecía aliviado por no tener que explicarlo y que su hija no le creyera, no obstante vi como sus labios seguían hablando aunque sin pronunciar, dijo "Helena", quizá asombrado por mi atrevimiento, pero sonrió tristemente -En ese caso, creo que me andaré rápido- se inclinó sobre la mesa y susurró -Enoch- hubo un largo silencio -Sólo sé que buscan algo que se llama Enoch o que contiene la palabra Enoch... lo ignoro por completo, pero... tú, mi niña...- le interrumpí -También la buscan, lo sabemos. Hemos... topado con Isabel- comenté posando una mano sobre el hombro de Helena -Hice lo que pude por traerla sana y salva... lamento haberla dejado marchar y meterla en estos problemas- el padre volvió a su asiento y se rascó las sienes, apesadumbrado -No tiene que disculparse señor Kennway... Connor- asentí con la cabeza, aprovando la confianza -Confío en que ahora mismo eres lo mejor que nos puede pasar, Connor. Por ello, necesito pedirte un favor, como he hecho antes, que quizá no terminaseis de entender. Contadme todo lo que habeis visto y oido, absolutamente toda vuestra aventura... es muy importante- vi que sus ojos no nos miraban, sino que miraban la puerta y de vez en cuando subían al techo. Yo por mi parte comprobé que efectivamente estábamos los tres solos en la habitación... pero estaba inquieto, demasiado silencio.

***

Fuera de la habitación donde padre, hija y protector hablaban, había un par de doncellas con las manos cruzadas, escuchando. Se miraron y una de ellas asintió a la otra que marchó, a pesar de estar solas en la oscuridad, con una extrema sensualidad. Subió por las escaleras hasta el piso de arriba sin hacer el menor ruido y entró en la habitación de Helena
-...¿Mi señora?- una desnuda Isabel retozaba gozosa sobre Bruce, ambos desnudos, disfrutando del dulce y apasionado sexo vampírico. Era embriagador el silencio y como parecía que solo ellos se escuchaban a través de la sangre. Con toda la naturalidad del mundo, como si fuese normal que alguien los mirase, escuchó a la doncella -¿Están aquí?- la sirvienta que iba ataviada con un vestido negro que realzaba aun más su piel nivea y su rostro de belleza joven singular, asintió -Están hablando con su ex marido... Él ha pronunciado El Nombre- Bruce se incorporó, quedando sentado bajo Isabel. Su cuerpo musculoso se pudo ver claramente desnudo junto al de Isabel a la luz de la luna -¿Se ha atrevido?- la doncella no apartaba su mirada del cuerpo de Bruce -Supongo, querido, que tras quitarnos de encima al Cazador tendremos que hablar seriamente con él... Da igual lo que diga, lo que haga, no podrán huir esta vez...- comentó coqueta Isabel mientras le mordía el labio y su amante oscuro jugaba con sus pechos. La sirviente se inclinó ligeramente y se retiró, tomando esas palabras como una orden de "espera" antes de iniciar cualquier movimiento. La cuenta atrás había empezado


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Mensaje por Helena Mauleón Lun Feb 04, 2013 7:25 am

Me extrañé e incluso me asusté por aquellas palabras de mi padre, pues a simple vista, parecían indicar que mi temor se había cumplido. Me separé de él rápidamente e intenté tomarle por los brazos. Fue entonces cuando la puerta de la entrada se cerró a manos de una sirvienta a la que no reconocí. No, su cara no me era familiar y si algo tenía claro sobre mi padre es que no le gusta cambiar al personal de servicios -¿Quién es?- pregunté inquisitiva. No es que quisiese ningún trato de lujo por parte de aquella mujer después de haberme acostumbrado a viajar en condiciones lamentables, pero lo mas natural, hubiese sido que la sirvienta hubiese ofrecido cualquier cosa que estuviese en su mano al comprender que yo era la hija del dueño de aquella casa. – Ellos no tienen culpa de que yo me marchase, padre. Puse bastante empeño en hacerlo en clandestinidad…pero claro, elegiste un guardaespaldas excelente- comenté un poco risueña mirando a Connor. A pesar de todo, no pude evitar encontrar a mi padre aún nervioso y no encontré explicación a aquella petición si…todo estaba tranquilo. Tampoco encontré la euforia y felicidad que esperaba en mi padre al comprobar que había vuelto a casa -¿Qué ocurre? ¿Pasa algo?- pregunté mientras nos guiaba al despacho donde le recordaba años y años trabajando, haciendo trámites y estadísticas.

Se sentó en su cómodo sillón acolchado de terciopelo rojo, dejándonos a nosotros dos al otro lado de la mesa de trabajo, en los sillones que solían ocupar la gente con la que necesitaba tratar. ¿Qué estábamos haciendo allí? El ambiente estaba tenso hasta no poder más. Mi padre comenzó a hablar, y por sus palabras entendí que intentaba explicarme algo que ya sabía –Padre…lo se todo. Por eso he vuelto, para buscarte y pedirte perdón por todos los problemas que he causado en mi ignorancia, y para advertirte de lo que ya alcanzo a entender- al decir aquello, Connor también lo explicó por su parte, para corroborarlo. Me sentí alagada cuando el hombre me llamó por mi nombre delante de mi padre. Parecíamos una pareja presentándose formalmente… y ojala hubiese sido así. Mi padre se inclinó sobre la mesa, un poco más aliviado al comprender que entendía lo que estaba ocurriendo, aunque igualmente eché en falta euforia, miedo, incertidumbre… Dijo algo, en un susurro. ‘’Enoch’’, me pareció oír -¿Qué es eso? ¿Qué significa?- pregunté un tanto intrigada. Roish sabía cosas sobre mí, el nigromante también sabía cosas sobre mí y quizá mi padre supiese otras tantas. Connor puso su mano sobre mi hombro, sin vacilar, y aclaró que también me buscaban a mí. Mi padre se recostó sobre el asiento, dio a entender que Connor era él único que podía ayudarnos y pidió que le contásemos todo cuanto habíamos visto y averiguado. Le encontraba tan ausente y tan ensimismado que incluso rozaba el ofenderme, suspiré, e intenté aclararle lo que había pedido –Escapé de casa la misma noche que te marchaste. Creí que había engañado a todos los sirvientes…pero, no sabía que Connor era cazador y él no sabía que yo era cabezona así que ni yo pude deshacerme de él, ni él pudo dar marcha atrás a mis planes- me enrojecí mientras contaba esto –Creí que a madre la habían asesinado y que a ti no te importaba aquello, que la habías olvidado. Por eso lo primero que se me ocurrió fue ir a España, a su casa y buscar allí pistas o algo que pudiese indicarme porqué la asesinaron. Allí encontré a un par de ancianos, quienes me juraron que no sabían demasiado de ella… que ellos sólo conocían a un tal Bruce, quien es supuestamente dueño de la casa en estos momentos. Pensé que quizás él hubiese sido el causante, con intenciones de beneficiarse del dinero de madre. Nos informamos y resultó ser que se encontraba en Italia. De camino a Italia… bueno, sucedieron una clase de contratiempos y…- tragué saliva. Aún no entendía porqué tuvo que cruzarse en nuestro camino Jones, y porqué tuvo que ser él el primero que tocase una parte intima de mi cuerpo con tanto descaro. Era repugnante, algo que no iba a olvidar nunca. Miré a Connor, le tomé una mano y se la sostuve bajo la mesa, pero no con intenciones de que mi padre no nos viese, no era imbécil – Pero nada importante, Connor me ayudó a salir de ellos. Llegamos a Italia, y allí conocí a una mujer que insistía en llevarme con ella a algún sitio. No comprendía nada en ese momento, pero ahora se que ella era una de ellos y que intentaba alejarme de Connor para que sus planes saliesen bien. Connor apareció y no lo consiguió. Mas tarde, se me acusó de algo totalmente falso. Acabamos en unas celdas y allí apareció en mi búsqueda Tony Holmes, otro… de ellos. Me intentó convencer, engatusar de forma cortés, pero Connor volvió a aparecer y me alejó de él, pues empezó a darse cuenta de que por alguna razón me estaba buscando. Me llevó a una hermandad de cazadores con la esperanza de que allí no corriese ningún peligro, pero los vampiros lo tenían todo planeado. Aquella hermandad estaba corrupta. Consiguieron separarnos y Holmes consiguió convencerme del todo. Es más, el mismo fue quien me hizo abrir los ojos, quien me hizo entender que mi madre seguía viva. Me llevó con él hasta una mansión a las afueras de Roma. Allí estaba ella…. Pero todo era tan perfecto…tan magnifico. Me vendieron miles de oportunidades con ellos y miles de mentiras respecto a Connor e incluso a ti. Y deseé estar con ellos, deseé quedarme con ella pues aseguraba que tú eras el causante de nuestra separación. Entre ellos se emparejan al parecer. Madre… esta con otro hombre, con ese Bruce- esto último me costó bastante decirlo, pues aún de las cosas que aún no sabía era cuanto amor guardaba mi padre aún hacia ella – Y a mí intentaron emparejarme, casarme con Holmes y asegurar así mi conversión y estancia con ellos. Lo que ocurrió fue que… no creí tanta magnificencia. Oí que todo había sido un engaño para llevarme hasta mi madre, quien era la única que me buscaba. Todo lo que me contaron resultó ser mentira. E incluso creí que asesinaron a Connor- apreté la mano que aun le sostenía inconscientemente a medida que mi tono de voz se volvía serio – Entendí que tu solo intentabas protegerme de ellos… de lo que eran capaces de hacer. Por suerte… una vez más Connor apareció- sonreí, porque tenía tantas cosas que agradecerle y tanto que declararle… - Estuvieron a punto de convertirme, pero conseguimos huir de ellos… y de ese hombre tan siniestro que tienen por ‘’Padre’’. En nuestra huida hacia aquí, conocimos a varias personas… pero la que más tengo que destacar es a Eleanor, porque aun no comprendo nada de ella. Es…un licántropo. Si, parece mentira y quizás lo desconozcas y no lo creas- hablé rápido y nerviosa, no sabía si los vampiros era lo único que conocía. –La cuestión es que… nos encontró. Al parecer estaba buscándome pues yo soy la ‘’destinada’’ a cumplir la profecía que hará que ella y los de su especie se salven de sus acechadores. No preguntes, pues yo tampoco entiendo nada. Se empeñaron en hacerme entender aquello, alegan que soy yo la única que puede encontrar la luz en la oscuridad – me llevé una mano a la frente y la acaricié con pesadez. – Y después de ese encuentro con ella… llegamos aquí. Pero quiero insistir. De no ser por Connor, padre, no estaría aquí…estaría en otro lugar, muy lejos. Quizá estuviese con madre. Se que le prometisteis dinero, pero me parece poca recompensa por lo que ha hecho todo este tiempo. Es un hombre honrado. Ningún otro hubiese hecho por mi todo lo que ha hecho él. Además, se ha preocupado en todo momento por mi estado, me ha cuidado. – Sonreí, no podía evitarlo – Creo que dinero es poco, padre- miré a Connor, de forma expectante y le sostuve las dos manos. Era su turno de pedir, de pedir todo lo que realmente desease. Mi padre tenía dinero, y bastante. Cualquier cosa que pidiese podría cumplirse –Connor ¿Qué es lo que quieres?- le pregunté triste, intentando fingir una sonrisa. Darle su recompensa implicaría que el final de nuestra relación empezara a acercase, y yo me había enamorado de él… estúpida. Todo terminaba poco a poco a nuestro alrededor y lo que yo sentía hacia él acababa de empezar. Por suerte y desgracia, aun quedaban cosas que hacer –Connor, en cuanto sepas lo que quieres pídeselo a mi padre, pero pronto. Hemos venido aquí a por tu recompensa y a marcharnos – me puse en pie y miré con decisión a mi padre – Padre. Tenemos que marcharnos ya. Estoy segura de que madre va a venir a por ti y no pienso permitirlo. Me he comportado como una estúpida inmadura todo este tiempo y pienso remediarlo. Y aunque me cueste pensar en mi madre como una mujer sin… sentimientos, aunque estoy segura de que no sería capaz de enfrentarme a ella, y aunque se que ella ya no es ella, no pienso dejar que te haga nada. Tenemos que huir, debemos irnos lejos. Lo suficiente como para que nos pierdan el rastro y nos den por perdidos. Pero tenemos que irnos ya. El carruaje esta fuera. Toma lo que quieras. Voy un segundo a mi habitación, necesito un par de cosas- Como por ejemplo ropa interior. Desde el día en el que intentaron emparejarme con Holmes no había vuelto a usar corsé interior. Al principio me molestó y me avergonzó por si Connor llegaba a darse cuenta. Al ver que no se percataba y que viajar sin corsé provocaba una movilidad y una comodidad que jamás hubiese llegado a pensar, obvié el conseguir uno nuevo, por muy vulnerable que llegase a sentirme si otro hombre como Jones aparecía. El caso es que ahora viajaríamos con mi padre y quizá estaba mostrando demasiados tratos y gestos hacia Connor delante de él como para que descubriese como vestía delante del cazador. Además, también necesitaríamos mas mantas y más artilugios necesarios . Crucé el umbral de la puerta del despacho y me dirigí hacia el hall para tomar las escaleras.


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Mensaje por Connor Kennway Lun Feb 04, 2013 10:40 am

El padre de Helena oía el relato de su joven hija sin dejar de fumarse su querido habano, llenando de humo el habitáculo que era su despacho. Asentía constantemente y no pareció preocupado ni alterado cuando la chica le hizo conocedor de los sucesos sobre Roish y los licántropos ¿Hasta qué punto sabía este buen hombre sobre todo lo que ocurría en el mundo? Permanecí analizando su cara, escrutándole con la mirada. Sentí que la muchacha tomaba mi mano bajo la mesa, le correspondí, tranquilizador.

Se sucedían las palabras una tras otra en las que la muchacha me alababa y sonreía bajo mi nombre como estandarte. Me sentí curiosamente avergonzado, no de forma ofendida, sino incapaz de explicarme ante la situación. Bien cierto era que la había protegido en numerosas situaciones pero también en mi interior, era yo el único que sabía que no lo hacía realmente por dinero. Helena insistió en que mis actos eran demasiado valiosos para pagarse solo con dinero y me pidió que, valga la redundancia, pidiera lo que deseara. Más tarde, dijo dirigirse hacia su habitación para recoger algunas cosas y ponerse en marcha.

Me puse en pie conforme ella se alzaba del asiento, pero su padre le agarró del brazo y no permitió que marchara
-Hija mia...- tiró de ella y le abrazó -Tras todo lo que has pasado...- parecía triste, con voz llorosa. No obstante yo podía ver su cara y sus ojos... reflejaban un pavor mayor del que nunca había visto en ninguna persona. -Olvídate de las cosas que tengas arriba- la soltó y se dirigió hacia una especie de armario que tenía tras la mesa, clavado en la pared. Abrió las puertas de delicada madera, bastante cara, y sacó una bolsa de piel que me entregó -Lo acordado Connor- me miró con desesperada ansiedad por que tomase el dinero -Tómalo y vayamonos de este lugar, tenemos que ponernos a salvo- decía mientras cogía su chaqueta, que estaba sobre la mesa. Yo no alcanzaba a comprender -Señor Mauleón, yo...- volvió a mirarme entre furioso y triste -¡No me llames señor! Hablas de mi hija con la misma formalidad que tendría un amigo de la infancia o bien un amante comprometido- hubo un momento de silencio -Así que tampoco son necesarias las formalidades conmigo, hijo- la suavidad de sus últimas palabras me tranquilizó al pensar que le había ofendido, miré a Helena más relajado y suspiré -¿Dónde iran?- escupió el puro y lo dejó caer sobre el limpio suelo -A algún lugar donde nadie nos conozca- observé que él también llevaba una bolsa con dinero -Aquí llevo lo suficiente para que podamos empezar de cero, una nueva vida...- contempló a su hija y sonrió. Parecía más viejo que de costumbre, estaba pálido y sus ojos a punto de romper en lágrimas -Sí, una nueva vida...- abrió la puerta anteponiéndose a Helena y aguardó a que ella pasara para seguirla muy de cerca, inquieto, sin dejar de mirar a todos lados.

La mansión estaba sumida en la oscuridad y el silencio, un silencio sobrenatural que no me gustaba nada. Me ajusté el sombrero en la cabeza y cesé mi avance a mitad del salón, cuando el señor Mauleón ya se encontraba más cerca de la puerta que de las escaleras
-No hay que preocuparse por estúpidas historias de luces y oscuridad mi amor, hay que estar a salvo. No desperdicies tu vida buscando fantasmas, pues volverán para vengarse...- decía el preocupado padre a su joven hija. Había algo en él, algo extraño. Sus palabras eran temblorosas, así como sus pasos. Empujaba a Helena con suavidad hacia la puerta con una prisa que no sabía por qué tenía. Vi entonces, desde su espalda, como la bolsa de dinero que llevaba él estaba ahora engarzada en el traje de Helena ¿Cuando y cómo la había puesto ahí? Me cansé de la incertidumbre y me apresuré a aclarar la situación, pero una saeta voló junto a mi oido con un silbido que me heló la sangre.
Sentí caer sobre mi pecho un peso muerto que me hizo espabilar y darme cuenta de que se trataba del señor Mauleón. Le flaqueaban las piernas y su cuerpo pretendía descansar en el suelo a merced de la gravedad
-¿Señor? ¿Qué...?- se dibujaba una mueca de insufrible dolor en su rostro mayor acentuado por la palidez y las arrugas que le salían al fruncir el rostro. Sentí calidez y humedad en la mano que sujetaba su espalda y a tientas, encontré una especie de cilindro frio que se clavaba en su espalda. Gruñó dolorido al rozarlo -No puede ser- lo tumbé de lado y comprobé horrorizado, junto a la muchacha, que le habían disparado un virote de acero -Curiosos los juguetes de los Cazadores. Quizá deberiamos agenciarnos unos cuantos- alcé la vista hacia la oscuridad de las escaleras. No veía nada en absoluto, pero ahora estaba claro de que alguien estaba en la mansión desde antes de que llegaramos y el padre de la chica lo sabía. Quiso que le contaramos historias que ya conocía seguramente para pensar y decidió sacarnos de este lugar con la mayor brevedad posible. Por eso le entregó el dinero a Helena y me pidió en cuanto llegamos que la pusiera a salvo; sabía que él no saldría sano y salvo de estas cuatro paredes -¡¿Quién diablos eres?! ¿Por qué esto?- vociferé al tiempo que las velas del lugar se encendían de forma veloz, como si un chasquido fuese suficiente. Allí sobre las escaleras estaban ambos, Isabel y Bruce, al que creía muerto. Reparé en que quizá la herí con la espada de acero en lugar de usar la de plata -Querido Javert...- comentó la mujer que acariciaba el brazo del vampiro que disparó el arma mientras cargaba otra -Te ordené que mandases a la pequeña a su cama para dormir, es bastante tarde...- comentó burlona -Y no solo has fallado ahí, sino que le has dado de comer al perro sobre la mesa... Tsk, qué mal...- asintió a Bruce, que apuntó y volvió a disparar. Mi vida no corrió peligro ni tampoco la de Helena, pues casi me pareció ver perfectamente como de nuevo, la saeta llevaba el nombre de Mauleón cuando fue a parar directamente a su estómago -¡No!- grité al tiempo que desenfundaba mis revólveres y los vaciaba de todo casquillo disparando contra Bruce e Isabel, que se apartaron raudos y se escudaron en los pasillos, riendo -¡Helena, lárgate, corre!- comprendí el dolor y la desolación que la chica debía estar sufriendo -¡Lo ha hecho por ti, quería sacarte de aquí a riesgo de su vida!- comencé a recargar y volver a disparar lo más rápido que sabía hacerlo. Despaché velozmente a las dos doncellas que intentaron atacarme, posiblemente ghouls, pues cayeron con extrema facilidad

-Cariño...- susurró el moribundo Javert estirando su mano hacia el rostro fino de su hija con intención de acariciarle -Ve...- hice una pausa por el aparente silencio ¿Se habían retirado? Era inútil desperdiciar balas, pero no me pude girar a escuchar las últimas palabras del honorable hombre que sabía que muriendo desviaría la atención que ponían sobre su hija, por si volvían a aparecer y atacar por la espalda -Ahora es vuestra oportunidad, mi pequeña... Huid...- había recibido un par de heridas pero eran mortales de necesidad, pues los virotes estaban profundamente enterrados en sus órganos y el primero le alcanzó de lleno en el pulmón, de modo que su voz apenas era un susurro eclipsado por un hilo de sangre que emergía conforme hablaba y el suelo reluciente se veía teñido de escarlata poco a poco. La mirada se le tornaba gris y aunque parecía mirar a Helena a los ojos, realmente estaba perdido en el infinito, pues casi no la diferenciaba de las sombras -Helena...- viendo la aparente tregua de los vampiros, me permití el lujo de volver la mirada hacia la muchacha -Debemos irnos, cuanto antes...- sentí entonces una punzada tremenda en la cadera derecha cuando un virote se clavó en mi piel, obligándome a caer de rodillas en un grito desgarrador, más digno de una bestia que de un hombre. Recordé mi pasado y el que fui antes de conocer a Helena, dejando atrás todo sentimiento o sentido común. Heché mano a la saeta y la arranqué de mi carne con un fuerte bufido de dolor -¡Os mataré, condenadas criaturas hijas de la puta de Lucifer!- disparé a la enorme lámpara de araña del techo, que cayó estrepitosamente al suelo entre la escalera y nosotros. Las velas se desperdigaron y algunas comenzaron a prender telas y cortinas -Debemos irnos, Helena- la miré, furioso. Retorné a mi ser cuando observé nuevamente la escena del hombre que apenas podría seguir respirando -Prometo que la cuidaré, Javert...- por un momento pareció mirarme y esbozar una sonrisa, sin dejar de acariciar a su preciada hija -Es una promesa, Connor... Por tu nombre y sobre él- asentí, sombrío -Y sobre mi sangre- mostré mi mano derecha teñida de mi propio líquido vital al haberme arrancado el virote. El salón comenzaba a incendiarse por momentos -No podemos esperar más, Helena- caminé con torpeza, pero la adrenalina hacía que el dolor fuese soportable. Le agarré por el hombro y la intenté ayudar a ponerse en pie -Conozco el dolor de ver a tu padre morir frente a tus ojos sin poder impedirlo... y morir aquí cuando se ha sacrificado por ti, es lo peor que podrías hacer- susurré a su oido, pues yo había vivido exactamente la misma situación -No hagas que su muerte sea en vano...- el hombre ya reposaba en el suelo, tendido, sin vida. La sangre le empapaba la ropa y su rostro reflejaba la paz del hombre que duerme con la conciencia tranquila, posiblemente tras prometerle que protegería a su hija -Vamos- la saqué de la mansión y la insté con el brazo a que fuera a montarse al carruaje -Llévatela[b]- le entregué el revólver y la empujé con suavidad mientras yo caminaba a mi ritmo, arrastrando un poco la pierna hasta que me vi interrumpido por la sombra de un golpe que conseguí esquivar por los pelos, aunque caí al suelo dolorido.

*

En el carruaje aguardaba Isabel, esperando frente a la puerta, esperando para ofrecerle a Helena una vez más que volviese con ella
-[b]Hija mia... ya no hay nada que te ate a esta vida, tu padre ha muerto, la casa se evapora tras de ti y tu... amigo... está próximo a acompañar a Javert. Únete a mi y vive conmigo para siempre, Padre nos procura un hermoso devenir, pronto podremos pisar las calles del día a la luz del sol, reinaremos sobre los humanos y gozaremos de poder sobre los licántropos y cualquier entidad existente
- sonrió feliz, entregándole la mano a la muchacha -Si rechazas mi mano una vez más no podré asegurarte la misma bondad la próxima vez, querida. Por favor, no lo hagas más difícil, es inevitable...-

*

Me puse en pie, encarando al burlón vampiro. Desenfundé mi daga de plata e intercambiamos incesantes golpes en los que me ganaba sobradamente, consiguiendo tambalearme y desarmarme de forma continuada. Me hirió en la ceja izquierda y en el labio así como una mejilla que se me empezaba a amoratar. Estaba jugando conmigo y yo lo sabía, la rabia y la impotencia recorrían mis venas en mayor cantidad que mi propia sangre. En el suelo tras su último golpe, me pisó la mano cuando estuve a punto de recoger la daga nuevamente
-Espero que el alma de Javert descanse tranquila sabiendo que a parte de tirarme a su querida mujer, también asesiné al que juró proteger a su hija- su chulería era tal que cuando alcancé a mirarle, el fuego que ya era un incendio y sobresalía por las ventanas iluminaban su rostro haciéndole parecer un demonio en la noche. Afortunadamente solo entregué un revólver a Helena, por lo que esgrimí con soltura el que me quedaba desde el interior de la gabardina y apunté a su rostro. Siempre recordaré, aun en el día de mi muerte, como su sonrisa desapareció fugazmente cuando apreté el gatillo y una bala atravesó su craneo desde la mandíbula, dejando el cuerpo caer de espaldas sobre la gravilla del terreno.

En la lejanía, el grito de una sirena de los mares pareció oirse, cuando Isabel se dirigió rauda junto al cadaver de su "esposo" Bruce. En ningún momento me miró ni me maldijo, en ningún momento me impidió que avanzara hacia Helena y el carruaje tras recuperar la daga y a pesar de la cojera que arrastraba. Monté en el transporte y azoré a los caballos una vez obligué a la muchacha a ponerse a mi lado, en lugar de en el interior de este como de costumbre
-Nos vamos...- los animales relincharon y partimos lo más rápido que los caballos podían.

Frente a la mansión en llamas, la cual crepitaba con tal violencia que los fuegos parecían ser los tentáculos de un demonio mayor, una mujer abrazaba cenizas que caían al suelo, que antaño fueron del hombre que amó o que creía amar. Irónicamente el hombre que estimó en vida y el que amaba en su inmortalidad ahora eran cenizas, vástagos del fuego. Permaneció en silencio mirando el hogar tras levantarse del suelo hasta que llegaron los guardias y distintas personas curiosas, pero entonces ella ya se había ido y nadie la vio estar alli, solo encontraron una gran mansión que ardía desatadamente y un cúmulo de ceniza frente a la puerta que también se consumía en el fuego. Nadie sabría jamás lo que ocurrió en aquel momento en aquel lugar.

Aún las gentes de París, las que frecuentan la noche francesa y los que residían cercanos a la mansión de la Familia Mauleón, creen oir el fantasma de un disparo y el grito de una mujer, que creen era la joven hija del banquero antes de morir junto a su padre, asesinados e incinerados en su propio hogar... Incluso me pareció oir las historias de que el espíritu de la muchacha ha sido visto llorando en la puerta de ese viejo edificio quemado en espera de reconstrucción... ¡Cómo son las habiadurías! ¿Eh? Pues Helena y yo, huimos del lugar y buscábamos un lugar donde descansar y ordenar nuestros pensamientos... además, por mi parte, necesitaba reordenar algunos músculos y suturar una herida que comenzaba a dejar un reguero de sangre en el asiento


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Mensaje por Helena Mauleón Mar Feb 05, 2013 10:28 am

No alcancé a dar un paso cuando mi padre me tomó del brazo, impidiéndome seguir con mi camino. Me giré extrañada y entones me llevó hasta él y me abrazó. Correspondí, aliviada. Había temido tanto por él… por fin los marcharíamos. Me pidió que no tomase nada, que nos fuéramos directamente. Abrió el armario de detrás de la mesa, tomó una bolsa con dinero y se la dio a Connor. Pedí algo más para él, aunque quizás mi padre no estuviese por la labor de pensar. Igualmente, lo agradecí –Gracias, padre. Es un alivio que entiendas que tenemos que marcharnos ya- aclaré, pero callé rápidamente. Por la forma en la que estuvo a punto el cazador de responder a mi padre, este alzó la voz de forma inesperada, aclarando ciertas cosas sobre nuestra forma de dirigirnos. Como intuí, había comprobado que Connor y yo habíamos trabado una amistad impensable por la diferencia de clases. Por suerte, sus siguientes palabras suaves me hicieron comprender que por su parte no había molestia de ello. Estaba saliendo todo a la perfección. Se colocó su chaqueta y tomó dinero para nuestro viaje. Salimos de aquel despacho en dirección a la puerta – Bueno, ha sido poco tiempo, pero me alegro de volver a ver mi casa- dije burlona. Mi padre me advirtió que obviase aquella profecía por mi bien. Quise replicarle, decirle que las palabras de aquella mujer parecían totalmente ciertas y que ya sentía sobre mí un peso que no podría apartar si no averiguaba de que se trataba. Pero decidí callar, no debía de llevarle la contraria tan pronto después de nuestro reencuentro. Me empujó varias veces con suavidad hacia la puerta, supuse que estaría deseoso de marchar -¿Dónde deberíamos ir? He pensado que quizás en el nort…- decía mientras cruzaba la puerta, pero callé, en cuanto me giré para hablarle a la cara a mi padre y noté en esta una mueca de dolor -¿Padre?- pregunté extrañaba. Mi padre estaba ya mayor, pero no tenía por entendido que le diesen dolores repentinos. Cayó hacia atrás y Connor lo sostuvo hasta dejarlo en el suelo -¿Padre? ¿Padre que ocurre?- pregunté nerviosa. Se quejaba y no podía moverse ¿Qué le estaba ocurriendo? Me agaché y me coloqué a su lado, de rodillas. Miré las manos de Connor, pues estaban manchadas de sangre. Se me heló el cuerpo, incluso se me cortó la respiración al comprender que algo malo le estaba ocurriendo. Busqué el origen de la herida y poco me costó dar con él. No paraba de brotar sangre. –Padre… padre- empecé a decir nerviosa. Y entonces, oí proveniente de las escaleras, una voz familiar. Alcé mi rostro y le vi, era Bruce. Poco me costó atar cabos, sobretodo al verle con una especie de ballesta en la mano -¡Tú! ¡¿Qué has hecho?! ¡¿Por qué has hecho esto?! - grité, cargada de ira y rabia como nunca jamás nadie me habría escuchado. Me horroricé en cuanto vi a mi madre junto a aquel hombre, sonriente, como si nada hubiese pasado ¡Había sido su marido! ¡Era mi padre! ¡¿Es que no se había parado a pensarlo?!. Entonces, en un abrir y cerrar de ojos volvió a disparar una saeta, que fue directa a parar al estomago de mi padre. Si antes podíamos haberle salvado, era consciente de que ahora no. – ¡BASTA YA!- Le miré rápidamente y le sostuve entre mis brazos, como si le abrazara mientras me acariciaba el rostro con su mano –Papá…- empecé a llorar porque comprendí que estaba perdiéndole y todo por mi culpa. Tosía y sangraba, notaba que a penas podía respirar y que sufría si intentaba moverse –Papá te vas a poner bien, aguanta, por favor- oí como Connor empezó a disparar y tras ello me ordenó que me marchase para ponerme a salvo -¡No! No voy a irme a ninguna parte. Tengo que ayudarle- dije desesperada, con el rostro ya bastante húmedo. Al oír esto, mi padre encontró fuerzas para responder, apoyando la orden del cazador –No papá, no voy a irme. Voy a sacarte de aquí, voy a ayudarte. Tú solo calla, no hagas esfuerzos- dije en un susurro, para terminar abrazándole. No quería darme por vencida, no quería abrir los ojos del todo. –Connor, ayúdame, vamos a sacarle de aquí por favor- me incorporé para mirarle, y entonces se quejó de dolor mientras caía de rodillas. También le habían disparado. -¡¡YA!! ¡Connor! ¡Connor!- grité intentando llamar la atención del hombre pero sin dejar a mi padre. Consiguió sacarse la saeta de la herida y volver a ponere en pie, para disparar a la enorme lámpara de araña que presidía el centro de la entrada, con la idea de que en la caída, las velas prendiesen fuego al lugar. –No…no- dije, desesperada. Si la casa ardía en llamas tendríamos que huir rápido, y con mi padre en aquel estado y Connor herido, aquello sería totalmente imposible. El cazador se dirigió hacia mi, volvió a ordenarme que me marchase y le prometió a mi padre que me cuidaría –No…papá no voy a dejarte aquí- sostuve la mano que me acariciaba el rostro. Lloré casi a gritos y totalmente desconsolada –Papá lo siento, ha sido todo por mi culpa, lo siento muchísimo….papá….¿Papá?- aquella mano que empecé a sostener, caía sobre las mías, sin energías muerta. Mi padre no respondió, cerró los ojos y se sumergió en un sueño infinito del que nunca despertaría -¡PAPÁ!- grité doliéndome yo misma. Las lágrimas empezaban a parecer cataratas que fluían de mis ojos, rojos, cansados, desconsolados. Connor me tomó por los hombros y me ayudó a alejarme de él y ponerme en pie, debíamos irnos, pues la casa ardía y estaría a punto de derrumbarse. Abracé al hombre y seguí llorando, hasta que tras prestarme nuevamente su revolver me instó a llegar hasta el carruaje. Me era demasiado difícil, demasiado doloroso apartarme así de mi padre, y la vi. Mi madre me esperaba a las puertas del coche, con palabras cariñosas y suaves, volviéndome a pedir lo que ya una vez rechacé -¡Déjame en paz!- grité, cortando sus palabras para que no siguiese hablando -¡Todo esto ha sido por ti! ¡Por tu culpa!- la culpé a pesar de que sentía que en parte la culpa era mía – Todos estos años… me ha estado protegiendo de ti, de ti y de tus asquerosas intenciones y ahora entiendo porqué- coloqué el arma entre mis manos y las elevé hasta dejarlas a la altura de mi pecho, apuntándole - ¡No quiero saber nada de ti! ¡No quiero saber nada de ti ni de esa a la que crees tu familia! ¡Has matado a tu marido! ¡Has matado a lo único que me quedaba en esta vida y aun así sonríes! ¡Tu… Tú ya no eres mi madre! ¡Mi madre murió hace doce años y jamás hubiese provocado nada de esto! ¡Eres una asesina… así que dame una sola razón convincente para no matarte ahora mismo!- dije entre gritos y lágrimas, con las manos temblorosas pero con toda la decisión del mundo para poner fin a su vida. Y en ese mismo instante, el sonido de un disparo distrajo su atención. Gritó y desapreció ante mis ojos. Me giré para mirar a la puerta que ardía en llamas y en humo negro. Connor se dirigió hacia mí, montó en el carruaje y me obligó a sentarme a su lado, para azotar a los caballos para que estos nos sacasen del lugar. Miré hacia atrás, observando la escena que desaparecía ante mis ojos. Las llamas provocaron que mis ojos y mi rostro se iluminasen mientras yo solo podía pensar que había dejado a mi padre allí y que había muerto.

Salimos tan rápido como pudimos de Paris, dirección hacia el norte. No sabíamos muy bien hacia donde nos dirigíamos, pero tras entender hasta donde eran capaces de llegar, sólo podíamos huir y escondernos. Pasé todo el viaje llorando, desconsolada, con las manos tapándome el rostro. Había perdido a mi madre definitivamente, había perdido mi hogar, y había perdido a mi padre. Con ello, desaparecía mi riqueza, mi sobrenombre, todo. Lo había perdido todo y ya no era nadie. Viajamos durante un par de horas sin descanso, hasta que llegó un momento en el que oí a Connor quejarse y tras ello, el peso de su cuerpo se desplomó sobre el mío. Su sombrero cayó rapidamente. Le sujeté mientras me encargaba de frenar a los caballos y le sostuve entre mis brazos. Noté humedad en mi mano, y observé que estaba manchada de sangre, de demasiada sangre –Connor, no, Dios mío no- pensé que el daño que recibió en la casa fue leve, pero no era así. Había olvidado por completo que le habían disparado una saeta, la misma clase de saeta que se había llevado la vida de mi padre y que pronto se llevaría la de Connor si no hacía algo. –Connor, Connor mírame por favor- dije, sujetándole el rostro alarmada. Estaba desfallecido y poco tardaría en quedar inconsciente, y peor aún, estaba perdiendo demasiada sangre sin contar toda la que había perdido durante el viaje. -¡Connor! ¡Connor, no! ¡Connor aguanta, mantente despierto!- dije, dándole palmadas en el rostro y en los hombros. Miré a mi alrededor, y observé como al final del camino, algunas luces bastante tenues dejaban verse entre tanta oscuridad. No sabía donde estábamos, pero aquello tenía que ser un pueblo. Ayudé a Connor a bajar del coche entre sollozos, e hice que se apoyase en mi cuerpo para intentar llegar andando hasta el pueblo. Quedé helada cuando comprobé que apenas tenía fuerzas y que la camisa ya no tenía nada de blanca –Connor, aguanta, por favor- abrí la parte trasera del coche, tomé la bolsa con nuestras pertenencias y me la cargué al hombro. Agarré al hombre como pude y coloqué mi mano derecha sobre su herida, taponándola –Connor, vas a ponerte bien, voy a ayudarte ¿me oyes? No puedes dejarme sola, no puedes- comenté entre sollozos y lágrimas mientras ponía rumbo a las luces.

Tardamos un tanto en llegar, pues fue costoso andar. Notaba que a cada paso, Connor dejaba caer su cuerpo sobre el mío un poco más, y que cada vez tenía menos fuerzas - ¡Ayuda! ¡Ayúdenme por favor!- grité desesperada, pero nadie respondió. -¡Necesito ayuda, por favor!- volví a gritar. Algunas personas seguramente me oyeron, pero se limitaron a cerrar las ventanas de sus casas y apagar las llamas de las velas que alumbraban su hogar. Entendía que a aquellas horas, una mujer pidiendo ayuda desesperada podría significar que estaba siendo acosada o que seguramente estaba borracha, pero si nadie me ayudaba ¿Qué iba a hacer? Seguí andando entre las estrechas calles de aquel pueblo tan pobre, pero hubo un momento en el que las piernas me flaquearon y apenas pude sostener a Connor. Evité su caída, pero tuve que dejarle en el suelo -¡Ayuda! ¡Por favor!- volví a gritar, fue en vano. Me coloqué de rodillas junto al hombre y le sostuve el rostro con una mano, mientras que con la otra seguí tapando su herida – Aguanta…por favor, aguanta- susurré. Mis lágrimas cayeron en su rostro –No dejes de mirarme, no te vayas -comenté al encontrar nublada su vista –Connor…no, tu también no por favor. Eres lo único que me queda… por favor- me eché hacia delante, quedando muy cerca de él. Sentía que le estaba perdiendo, reviví lo que hacia escasas horas quedó atrás ¿Qué hacer? ¿Qué podía hacer? No tenía nada, absolutamente nada para ayudarle. Dejé de taponar su herida para acariciar su rostro y apartar sus cabellos del rostro – Connor, no me dejes sola, no me dejes aquí sola por favor. Eres lo único que tengo, lo único que tengo. Tengo muchas cosas decirte aún, tengo muchas cosas que pedirte, te necesito a mi lado. Te quiero, no te vayas- coloqué mi rostro frente al suyo, dejado reposar mi frente sobre la suya. Busqué su mano y la entrelacé con la mía. Estaba perdiéndole a él también y poco tardaría en desaparecer entre mis brazos el hombre del que estaba enamorada. Cerré los ojos e intenté no pensar -Te amo. Te amo.-

Noté que alguien tiraba de mis brazos hacia atrás y me obligaba a ponerme de pie justo en ese instante –Oh Dios mío, mi niña, ¿Qué ha pasado?- oí decir a una mujer bastante anciana, quien se encargó de hacerme volver a la realidad – Vamos, vamos. Hay que ayudarle en seguida. Ha perdido mucha sangre, no aguantará mas- no recuerdo unas palabras que provocaran en mi felicidad semejante –Janette, prepara las sábanas, rápido-ordenó un hombre también mayor, quien se estaba encargando de levantar a Connor y cargarlo entre sus brazos. Rápidamente, le ayudé. Me asombraba que a su edad tuviese semejante fuerza, pero cualquier ayuda sería vital. Aquella mujer anciana y de voz cariñosa nos condujo hasta su casa, la cual se encontraba muy cerca. No tuvimos que entrar en ella, sino dar un rodeo rápido a la misma hasta llegar a una especie de cuadra que más bien parecía una cabaña diminuta, en la que con un buen montón de paja y un par de sábanas y tres mantas de lana, la señora había improvisado una cama en la que dejaron a Connor tendido. Me coloqué sobre aquella cama, a su lado, y volví a entrelazar su mano con la mía –Aguanta Connor, aguanta un poco más- -¡Valjean! Trae rápido dos cubos de agua templaba y el botiquín completo- el hombre salió raudo de la cuadra y poco tardó en volver con lo que la mujer le había pedido además de un par de velas que colocó a cada lado de la cama para iluminar. –Gracias…muchísimas gracias. Pensé que…- -Calla hija mía, calla. No hay agradecimientos que valgan. Lo importante ahora es él- el hombre me tendió aguja e hilo mientras la mujer desnudó el torso del cazador y con un trapo limpió la herida lo mejor que pudo. Observé la herida y me di cuenta de que era demasiado grande –No se, no se si seré capaz- -Tranquila muchacha, estas exhausta. Confía en mí, he cerrado heridas mas profundas que esta- dijo, mientras se ponía manos a la obra y se aseguraba de la limpieza de la herida antes de coser. Agarré la mano de Connor con fuerza mientras la anciana cosía la herida y me dediqué a mirar su rostro tras colocarle un trapo de agua en la frente por si a fiebre aparecía. Me encontraba cansada, triste, dolorida por la reciente e importante perdida, pero para él, sería capaz de encontrar fuerzas de mis propias flaquezas. –Tranquilo…tranquilo- le susurré.

Poco tardaron en finalizar con la tarea. Connor quedó por lo pronto totalmente fuera de peligro. Vendaron con gasas la herida y las dejaron bien sujetas a su cuerpo –No se como pagaros esto, muchisimas gracias- insistí. Ambos me sonrieron, sobretodo la mujer, que mostraba un aspecto cariñoso– No es nada, mujer- comentó el hombre.- Sería inhumano haberle dejado en medio del camino desangrándose, el camino hubiese quedado horroroso y tendríamos que haberlo limpiado. El Señor jamás me lo perdonaría, ni yo a mí mismo- hablaba serio, con un tono de voz bastante neutral. Se puso en pie y se dirigió a la puerta para marcharse –Descansad esta noche- se marchó y la mujer rió –No le hagas caso. Es un viejo cascarrabias. Podéis quedaros esta noche y todas las que necesitéis, no te preocupes. Además...esa herida requiere varios dias de descanso, así que no os queda remedio. No nos cuesta nada un plato mas de sopa- comentó risueña -¿No va a preguntarme...- -No, no voy a preguntarte. No necesito saber como a ocurrido esta desgracia para ayudaros. En tu rostro veo que eres buena muchacha pero que has sufrido demasiado. Deja de llorar, pues eso me basta- no estaba llorando ya, pero era consciente de que tenía los ojos rojos a conjunto con la nariz y las mejillas, las cuales estarían húmedas. - Estaré en la casa. Si tenéis frío, si tenéis hambre... avisadme- y dicho esto, se marchó con la misma sonrisa con la que había llegado a mi.

Quedé callada un instante. Aún no podía creerme la solidaridad de aquellos ancianos vestidos de cama. Se habían ofrecido a ayudar a Connor sin pedir nada a cambio. Era asombroso. Aparté el trapo de la frente del hombre y la palpé, primero con la mano y después con los labios. No tenía fiebre, aunque quizás apareciese mas tarde. Enjuagué ese mismo trapo y lo pasé por su rostro despacio, a toquecitos, para después llevarlo a su torso, apartando cualquier gota de sudor del mismo. Soplé la llama de una de las velas para apagarla y que así descansase mejor. Me recosté a su lado, y le vigilé todo el tiempo que pude. Los ojos se me volvieron a humedecer, sólo al recordar todo lo que había ocurrido, al recordar a mi padre... pero en parte, se humedecieron de felicidad, pues Connor aun seguía a mi lado. Le acaricié el rostro con suavidad y volví a apartar sus cabellos, para seguidamente darle un beso bastante tranquilo y duradero en la frente. -Lo siento...lo siento tanto, Connor...Todo esto es por mi culpa-Terminé por acostarme a su lado, eché las mantas encima de nuestros cuerpos e intenté mantenerme despierta por si despertaba, si respondía o si quería algo, todo el tiempo que mi cuerpo pudo aguantar.


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Mensaje por Connor Kennway Mar Feb 05, 2013 11:28 am

Tinieblas se fueron formando en mi mente y en mis ojos. Durante el viaje no paraba de sentirme cada vez más y más mareado, me pesaban los ojos y también el cuerpo. Apenas si podía sostener la riendas de los caballos y unas punzadas constantes se aguzaban en mi cadera. Me sentía sucio y mojado de sangre y la cabeza empezaba a dolerme. Lo último que vi fue un pequeño resplandor, como si hubiese visto la luna por última vez.

Sentí que caminaba en oscuridad. Me arrastraban con esfuerzo, me apoyaban. Alguien desde algún lugar guiaba mis pasos ¿Quién? ¿Hacia dónde? No veía nada ni podía hablar... apenas escuchaba bien. Pero aquella voz que pedía ayuda a gritos me era familiar ¿Helena? ¿Era Helena? ¡Sí, era ella! Eso significaba que estaba bien a pesar de estar cargando conmigo y lo ocurrido, eso me tranquilizó un tanto, lo suficiente para decidir que no tenía ganas de seguir luchando por una causa perdida. No tenía fuerza para más, me sentí caer al suelo, tendido. Sentí el peso de la muchacha, sentí sus lágrimas... y yo no tenía fuerzas para despedirme de ella y de decirle lo que significaba para mi su existencia. Sí... era un buen momento para partir. Ella estaba sola, había perdido a su padre y su hogar... pero eso la haría fuerte y vivir alejada de Francia podría ponerla a salvo de forma permanente mientras fuese hábil... pero... Un momento... ¿Dijo que me amaba...?

Me ahogaba en un profundo oceano al amanecer. La luz del sol se filtraba por la espesa capa del líquido elemento que me impedía moverme, me presionaba y agarrotaba los músculos. Poco a poco el oxígeno en mis pulmones se iba desgastando y escapaba de mi cuerpo en forma de burbujas que se extendían hacia la superficie. Las envidiaba, quería subir, sentirme libre... Algo aferró mis piernas y me horroricé al ver cómo criaturas vampíricas, licántropos y otros tantos rasgos familiares surgían de las sombras de las profundidades para llevarme con ellos. Nadé lo más deprisa posible para salir a la luz y estar a salvo, sin perder tiempo. Ellos tiraban de mi y subían por mi espalda, clavandome las garras. Un licántropo me mordió en la cadera, sentí un dolor terrible y perdí las fuerzas. Me vi perdiendo la visión de la luz de la superficie, caía y caía más... no veía nada, solo oscuridad. Me rodeaba el silencio poco a poco, pero un fogonazo despejó mis ataduras y me permitió emerger hacia la superficie con una voz angelical "Te amo..."
-¡Dejadme!- vociferé al tiempo que me incorporaba en aquella improvisada cama, quedándome sentado. Permanecí confuso durante unos segundos hasta que un dolor insoportable me azotó en la parte derecha del cuerpo. Me vi el cuerpo parcialmente vendado y me encontraba en una pequeña cabaña muy rústica que no me era familiar ¿Dónde demonios estaba? Y lo más importante ¿Dónde estaba Helena?

Haciendo acopio de fuerzas me puse en pie sujetándome a las paredes de aquella cabaña que parecía más una cuadra, debido a los abrebaderos y los postes para atar a los caballos. Me deslicé a paso lento a través de la estancia hasta que abrí la puerta, golpeandome con todo su explendor el sol matutino, cegándome por unos instantes. El intenso olor a granja y el cacarear de las gallinas me hizo situarme en lo que parecía un pueblo aislado de la sociedad burguesa ¿Pero dónde? Lo último que recordaba era que nos dirigíamos hacia el norte... pero... ¿Dónde estaba ella?
Me sobresalté y casi ataqué a un anciano que me sorprendió al girar la esquina
-¡Uh! ¡Oye, cuidado jovencito! ¿Esa es forma de dar los buenos días a quien te ha procurado cama y curaciones a ti y a tu amiguita?- a pesar de las palabras, no era un reproche. Me miraba de forma comprensiva, paternal, sonriente. Me sentí confundido y culpable ¿Él me había ayudado? -¿Usted...? Oh, lo siento, de veras. Espero pueda disculparme- el hombre rió jovial -¿Usted? ¡Qué buena ésa!- siguió riendo mientras me sujetaba para llevarme de vuelta a la cama -¿Dónde está Helena?- el señor me miró y cayó en la cuenta de que me refería a la muchacha -¡Ah! Tu amiga... la última vez que la he visto estaba insistiendo en que la dejáramos ayudar con las labores de la casa. Le hemos dicho que no tenía por qué hacerlo, pero...- esta vez fui yo quien rei, pero me arrepentí al sentir el dolor -Sí... ella está bien...- dije para mi mientras me dejaba tumbar sobre el lecho de sábanas y paja -No vuelvas a levantarte ¿Quieres? Si no quieres que te eche a la calle, no es menester malgastar materiales médicos gratuitamente- se puso en pie y se dispuso a marchar, alegando que iría a avisar a Helena -Espere... ¿Por qué me ha ayudado?- sentí la necesidad de preguntar, pues ya no sentía confianza hacia nada ni nadie -Dime, chico... ¿Se necesita una razón para ayudar a alguien?- esbozó una ligera sonrisa, aun mirándome de esa forma tan cálida y acogedora -En estos tiempos que corren, señor, siempre es necesaria una razón- se echó a reir y se volteó a mirarme, aplazando un poco su partida en busca de la muchacha -Hijo, solo soy un hombre humilde, anciano, en los confines de la vida. No sé cuanto tiempo más llegaré a vivir, pero lo que sí tengo bien claro es que prefiero dejar una buena huella en el mundo como así Dios lo querría- pestañeé pesado -¿Dios?- se encogió de hombros -Llámalo Dios o llámalo como quieras; suerte, destino... pero si lo cierto es que solo viviremos una sola vez, muchacho... ¿Por qué he de buscar razones para ayudar, cuando los demás no las buscan para hacer daño?- su sabiduría natural tallada por la edad y la experiencia me mantuvieron en silencio, cosa que le provocó la risa una vez más e hizo que se marchara en busca de Helena, esta vez sí.

Permanecí en silencio con la puerta de la cuadra abierta por la que se filtraba el sol. Olía mal, el ambiente estaba cargado y yo me encontraba completamente incómodo, además de dolorido. Me maldecía a mi mismo ¿Cómo pude pensar en abandonar? ¿Cómo iba a dejar sola a Helena? Me intente autoconsolar reflexionando sobre la complejidad del ser humano y lo simples que realmente somos... y todos nos equivocamos en nuestra forma de pensar
-Si solo se viviera una vez realmente, abuelo...- murmuré para mi, acostado en la cama.
Los minutos se me hicieron eternos hasta oir los pasos, en los que se preveía que el anciano no volvía solo. Me mantuve erguido como pude, sentado, esperando a verla cruzar por esa puerta. Tenía un plan y la conocía, sabía que si me veía forzandome la herida saldría disparada a regañarme y a obligarme a permanecer tumbado. El anciano mostró una misericordia y paciencia que la chica seguramente no mostraria, pero era lo que pretendía. Aguardé sonriente hasta que la vi cruzar el umbral. Por alguna razón, nunca me pareció tan bonita como en ese momento, tan bella en su simpleza, en su sencillez... Solo me incitó aun más a esperar ese breve lapso de tiempo en el que se acercara a mi, sin mencionarle ni una palabra. Aguardé como el Cazador que era acechando a la presa, no moví ni un músculo ni dejé de mirarla a la cara. Solo esperé, esperé a que se arrodillara a mi lado y posase sus manos sobre mi para empujarme y obligarme a acostarme, esperé a ese momento justo para agarrarla de la cintura y del rostro para besar sus labios con una intensidad que nunca pensé que mostraría, así como cariño, deseo, pasión... y amor, un beso que fue más que suficiente para sentirme fundido con ella en un solo ser, en el que no existió nada más, solo el placer del roce de su piel, de su proximidad y de poder dar rienda suelta a lo que sentí por ella sin miedo al rechazo, pues sus palabras de declaración resonaron en mi mente
-Estamos vivos Helena...- dije, apoyando mi frente con la suya tras separar mis labios pausadamente de los suyos -Y agradezco enormemente tu bienestar...- sonreí más alegre que nunca. Ella me humanizó -Así puedo decirte abiertamente, sin que te debatas entre la vida y la muerte, que siento por ti un amor tan intenso como el fuego de los infiernos...- cierto es que no sabía ser más elegante o más romántico ¿Y qué? Era primerizo, ella también manejaría mal la espada como yo la lengua para decir cosas agradables y bonitas... pero a todo se acostumbra uno. Tras dedicarle esas palabras, volví a besarla, jugue con sus labios, con su lengua de forma suave, mordí su boca con delicadeza y jugueteé con su nariz con la mia. Estaba pletórico e irradiaba bienestar, la herida me dolía de manera horrorosa pero era soportable. Aun así, atendí y fui buen paciente y terminé por recostarme, sin dejar de esbozar una sonrisilla tonta que aunque quisiera, no desaparecía -¿Dónde estamos, por cierto?- el anciano rió abrazando a su mujer con un brazo -Tú en el paraiso, hijo- estallaron ambos en carcajadas mientras yo sentía un calor extraño en las mejillas -Estais a una distancia bastante lejana de París, hacia el norte. Para resumir más acertadamente, estáis en "Ningún sitio"- asentí a esa afirmación -Excelente, entonces...- cerré los ojos y suspiré profundamente. Aun tenía su sabor en mi boca y su olor en mi nariz. Fue agradable descansar de esa manera hasta que pudiese caminar por mi propio pie. Estaba consciente y despierto, pero esperaba que ellos entablaran palabra. En lo que a mi respecta no es que estuviese rebosante de energías, pero contestaría lo que pudiera


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Mensaje por Helena Mauleón Miér Feb 06, 2013 10:12 am

Desperté con los primeros rayos del sol de la mañana, los cuales se filtraban entre las brechas que quedaban entre los paneles de madera que componían aquella cuadra que nos prestaron para descansar aquel par de ancianos. Me había quedado dormida sin quererlo junto a Connor, en un intento de velar por él toda la noche que falló obviamente. Me incorporé hasta quedar sentada junto al hombre con el que había dormido y lo primero que hice fue palpar su frente. Suspiré aliviada al comprobar que la temperatura de su cuerpo no había subido nada en absoluto, y tras eso, quedé observando su rostro dormido. No podía explicarme que hubiese hecho o que hubiese sido de mi si le hubiese llegado a perder, estaba enamorada de él y era la única persona que había conseguido despertar en mi tal sentimiento, no, no debía perderle. Noté dolor en la parte baja de la espalda y me llevé la mano a la zona, para comprobar, que ese leve dolor era debido a que había dormido con algo enganchado al borde de la falda. Lo desenganché de la misma y lo miré. Me entristecí y mis ojos se humedecieron al comprobar que se trataba de la bolsa de dinero que había tomado mi padre antes de dormir, seguramente me la había atado a la falda porque era consciente de cómo acabaría todo. Me dolía imaginarle muerto, en mi casa, en la que me crié, prendida en llamas. En otras circunstancias me hubiese echado a llorar, a gritar desconsolada como cuando perdí a mi madre, pero era consciente de que tenía que ser fuerte y que no debía dejar su muerte en vano. Ya habría tiempo para llorarle cuando me encargase yo misma de poner punto y final a todos aquellos quienes estaban causándome problemas. Si, lo había decidido. No había asesinado a aquella mujer con el cuerpo de mi madre cuando tuve la oportunidad, pero poco tardaría en volver a buscar otra igual.

Me puse en pie intentando hacer el menor ruido. Guardé la bolsa de dinero junto con la de Connor en la bolsa de saco donde guardábamos nuestras pocas pertenencias. Tenía la ropa manchada de sangre, por lo que tomé una camisa y una falda de la misma para cambiarme, con el permiso de la anciana, en su casa. Llamé a la puerta trasera del hogar, la que conectaba directamente con la parte de campo en la que se encontraba la cuadra –Buenos días- dije esbozando una pequeña sonrisa cuando encontré a aquella mujer tras la puerta. –Buenos días muchacha. La verdad es que iba a ir ahora mismo a buscarte para llevaros algo de comer- -Él aún sigue dormido, y para mi no es menester aún. No siento hambre- -Bueno, bueno. Mas tarde quizá. Pero pasa, pasa hija- crucé el umbral de la puerta hasta llegar a lo que parecía ser una pequeña cocina la cual miré perpleja. Era demasiado pequeña en comparación con la que fue la mía, pero realmente encantadora –Me preguntaba si… podía cambiarme en algún sitio. Una camisa manchada de sangre no es algo para…- -Claro, claro, muchacha. Puedes darte un baño incluso- observé que lo que tenían por bañera de color bronce estaba en la cocina, cosa muy propia de gente un tanto pobre -¿No está su marido?- pregunté – Hace un par de horas que marchó al campo, no te preocupes- dijo la mujer risueña -¿Un par de horas? Apenas ha salido el sol, es muy temprano- mis palabras provocaron en la mujer una risa mas pronunciada – Ya veo, comprendo por tus palabras que la familia a la que perteneces es un tanto pudiente ¿Me equivoco? Aquí, en los pueblos de campo, los hombres e incluso las mujeres madrugan todo cuanto pueden para labrar el campo, alimentar el ganado y traer a casa algo que comer, o algo con lo que poder comerciar en el mercado. Si no fuese por eso… sabe sólo Dios cuanto tiempo haría ya que todos hubiésemos muerto de hambruna- -Pues déjeme entonces agradecerle la ayuda con dinero, aunque jamás sea suficiente. Voy ahora mismo a por…- la mujer me tomó del brazo y me impidió marchar a por el dinero. Sabía que lo necesitaríamos, pero yo estaba dispuesta a darle mi bolsa entera. –Como he dicho ‘’si no fuera por eso’’, hija. No quiero que nos lo pagues, no quiero que nos des las gracias. ¿Por qué las gracias cuando sólo hemos hecho lo que debíamos hacer? – sus palabras me emocionaban, sin duda alguna. Era tan humilde, tan solidaria y tan maternal… -Insistiré. Pero por lo pronto, si no es con dinero será con fuerza. Así que su marido esta en el campo…- remangándome las mangas de la camisa y mirando en dirección a la puerta. -¿Sabe que? Después me cambio. Voy a aliviarle un poco el trabajo a Valjean- finalicé y salí por la misma puerta por la que había entrado, pero no sin antes dejarle los ropajes limpios a la mujer que me miró asombrada.

Imaginé que el campo sería una zona alejada de aquel húmedo y pequeño pueblo, pero no estaba lejos, todo lo contrario. Se trataba de una zona pequeña de huertas que quedaba justo a las espaldas de la cuadra, a unos veinte pasos. Cada casa parecía tener una parcela igual tras su casa. Exageradamente acogedor todo. En cuanto vi al hombre quedé sorprendida, tenía el peso de todos sus años sobre la espalda además del peso del trabajo, y parecía físicamente capaz de lidiar con ambos. Tomé una azada que había en el suelo, y aunque pesaba bastante, me dirigí con ella como pude hasta llegar junto al hombre –No, no, no, no. Ni se te ocurra- dijo cuando me vio alzando el utensilio con las dos manos, reí porque entendí que seguramente lo decía porque los estaba haciendo mal. – Bueno, dígame usted que tengo que hacer- tardó un par de segundos en responder, seguramente porque estaba buscándole la naturaleza a la situación –Para empezar, así no se coge. Tienes que poner una mano en la parte media de la vara y la otra un poco mas arriba, además, no penetra bien en la tierra si no la elevas hasta que sobrepase haca atrás tu espalda. Y no, no es necesario que me ayudes.- -Yo solo…quiero ayudarle. Me ha ayudado, es justo que le devuelva la ayuda- rió un poco sarcástico – A ti no te he ayudado, sino a tu compañero. De todas formas, créeme, unas manos tan finas como las tuyas solo entorpecerían en trabajo que ya está hecho- suspiré con pesadez, porque en realidad, tenía toda la razón del mundo. –Nunca has trabajado en el campo ¿A que no?- negué con la cabeza mientras me apoyaba con los brazos cruzados en la vara de la azada, la cual acababa de colocar de pie –Tampoco vas a marcharte hasta que no me ayudes ¿Verdad? – dijo con media sonrisa mientras reanudaba su trabajo. Yo por mi parte, negué con la cabeza risueña. –Esta bien, esta bien…- hizo una pausa y suspiró. Rebuscó entre los bolsillos de su chaleco y sacó una pequeña bolsita de pienso, la cual me cedió y tomé con gusto – Es para las gallinas, no te las comas tú- solté una carcajada y en cuanto detecté al grupo de gallinas un tanto disperso a pocos pasos de nosotros me dispuse a empezar la tarea que jamás en mi vida pensé realizar – Debe ser alguien muy importante para ti…- me interrumpió –La verdad es que si… no sabría que hacer si el no estuviese a mi lado- aclaré –Bien, bien…- tomó la azada y siguió con el trabajo –¡Que no se te escapen!- me advirtió cuando ya empezaba a marcharme. Dar de comer a las gallinas fue más complicado de lo que imaginé. El simple revolotear de sus alas me hacían dar pasos hacia atrás insegura y atemorizaba por si alguna se abalanzaba hacia mi. Lo peor fue que fui tan estúpida como para arrojar el pienso muy cerca de mis pies, las gallinas se acercaron raudas a picotear el pienso, el suelo y un pedazo de mi falda. Di un gritito asombrada, pero poco me costó tomar el truco de la situación. Transcurrieron un par de horas, las cuales pasé observando a las aves, hasta que Valjean se acercó. -¿Podrías hacerme un favor, muchacha?- -Si, excepto que sea darle de comer a unos cerdos- respondí con horror. Había soportado darle de comer a las gallinas, pero si a algo le tenía real miedo en este mundo, era a los cerdos. El hombre rió y se dispuso a aclarar –No, no, nada de eso. Sólo quería pedirte que metieras en el saco las hortalizas que he dejado a pie de la huerta mientras voy a por una pala- hablaba con apuro, sin duda alguna, pues debería estar bastante cansado como para pedirme aquello. Asentí y obedecí. Para mi sorpresa, poco tardó en volver; pero no trajo pala alguna, sino un trapo que me cedió para limpiarme un poco las manos. – Acaba de despertarse, y a juzgar por sus movimientos, para él esa herida debe ser un simple arañazo- noté en sus palabras un tanto de emoción, pero nada comparable a la mía. Ambos nos dirigimos hacia la cuadra, aunque yo me adelanté, no podía evitarlo, tenía ansias de abrazarle.

Mientras cruzaba el umbral de la puerta de la cuadra, coloqué un mechón de pelo tras mi oreja. Intentaba pensar que hacer, que decirle, como mostrarle mi felicidad e incluso explicar aquella confesión tan repentina que le dije pensando que moriría. Alcé mi rostro y le vi, sonriente, pero sentado. Esbocé una sonrisa emotiva que pronto se tornó en confusión al verle sentado, como si nada le hubiese pasado -¡Connor! ¿Qué haces?- dije dirigiéndome hacia él. Me arrodillé a su lado y coloqué mis manos en su torso para obligarle a acostarse. Pero entonces, me tomó de la cintura y seguidamente del rostro, me llevó hacia el con suavidad y me besó. Al principio no supe como responder, pero poco tardo un agradable calor recorrer mi cuerpo y hacerme corresponder con dulzura y pasión. Jamás imagine que llegaría a rozar sus labios, a sentirlos en los míos, a dejarme llevar por el roce de su piel, pero lo estaba haciendo y no podía sentirme mas dichosa, no podía sentirme más feliz, porque había sido él, quien yo deseaba, quien me había robado el beso que soñé darle. Acabé sonrojándome de forma intensa, me senté muy cerca de él y le rodeé con mis brazos alrededor de su nuca. Por unos momentos pensé que el corazón iba a salir disparado de mi pecho, pues sentía cada pulsación más rápida y más intensa. Cesó con aquel beso, pero no se separó de mi rostro. Me dijo algo que terminó por enamorarme del todo, por encandilarme, por hacer que le desease hasta lo imposible. Me confesó su amor y sonreí feliz y emocionada por ello. Me dirigí a sus labios en cuanto calló y él a los míos. Volvimos a besarnos, pero esta vez fue un beso más prolongado, más experimental y juguetón. No, no podía estar más feliz y más roja. Me fijé en que Valjean ya había llegado y que nos observaba junto a Janette, ambos sonrientes y felices. No pude sentir más vergüenza por aquello. Connor terminó por acostarse e interesarse por el lugar en el que nos encontrábamos. Su pregunta me hizo rozar la realidad a la que aún no deseaba volver. -¿Cómo te encuentras? ¿Te sientes bien? ¿No estas mareado?- le pregunté al cazador intentando evitar una sonrisilla por lo que acababa de ocurrir. –Como vuelva a verte sentado…- no finalicé la frase, porque, ¿Qué haría? ¿Besarle? ¿Abrazarle? Pues sí. -¿Sigues sin querer asearte y cambiarte?- preguntó la mujer. Miré al anciano por si aún tenía algo más que pedirme, negó con la cabeza –Esta bien. Descansa ¿De acuerdo? Volveré más tarde- le dije a Connor, para después besar su frente y acompañar a la mujer hasta la casa.

Como el anciano siguió fuera de casa, quizás trabajando o haciendo compañía a Connor, la mujer insistió en ayudarme a asearme en aquella cocina. Sentí vergüenza, pero de cierta forma, era agradable recordar como te ayuda a limpiar los cabellos una madre…como hacía la mía. Me vestí con una falda de color marrón y una camisa de mangas muy cortas pero sujetas a los lados de los hombros, la cual dejó mi torso semi descubierto. La mujer me pidió el favor e ir al mercado a comprar miel y pan, además de vendas para poder reemplazar las que Connor tenía para poder limpiarle la herida mas tarde. Evidentemente accedí, además, llevaba mi dinero encima para poder comprar algo más; pero cuando me dirigí hacia la puerta para salir, quedé inmersa en un pequeño retrato de un joven, que reposaba en un cuadro de una pequeña mesa de entrada – Se parece muchísimo a Connor…- y así era, sólo que el hombre del retrato tenía el pelo corto y estaba afeitado. Tenía una nariz mas grande además. - Lo sé. Lo sabemos- dijo la mujer tragando saliva y con un tono triste que hasta entonces no vi en ella - Se llamaba Marius… él fue el único hijo que Dios me dejó engendrar, pues pensé que era yerma por completo- guardé silencio porque podía imaginarme que ocurría cuando estaba hablando de él en pasado – La guerra me lo arrebató, era tan joven…- -Lo siento muchísimo Janette- -No lo sientas mi niña, hace ya muchos años que murió. Era un hombre muy patriótico, dedicado a su tierra. Y como hombre, dedicó sus esfuerzos a servir al país hasta fallecer- hizo una pausa – ¿Sabes? Yo soy feliz, al menos. Se enamoró y desposó de una muchacha bonita antes de partir, incluso la dejó en cinta. Me hubiese deprimido mucho que no hubiese compartido momentos con una mujer como los que has compartido con el muchacho antes. Creo que…nacemos y vivimos para ello, para enamorarnos y demostrárnoslo el uno al otro cada día, aunque la pareja a veces resulte un viejo cabezón- rió cuando habló de su marido. –Entonces, ella…- - No consiguió dar a luz tras la noticia. Al principio, nos visitaba de vez en cuando, pero… entrar en esta casa era demasiado doloroso para ella. Decidió marcharse y cambiar de aires. Desde entonces, vivimos solos, pero nos apañamos- me sentí realmente triste por lo que la mujer estaba relatando –Lo siento, no debería haber preguntado- -No, no es nada. Yo lo he superado, Valjean…bueno, también lo ha superado pero, desde que murió, no ha vuelto a ser el mismo. Siempre esta triste y desanimado. Por eso, cuando os vimos tan desesperados, comprendimos ambos que no podíamos dejaros correr la suerte que nuestro hijo se vio obligado a seguir.- Comprendí del todo, la totalidad de su generosidad.

Poco tardé en marcharme con muy mal sabor de boca de la casa. Me entristecía aquella historia y a la vez la historia hacía que recordara a mi padre. Y al mismo tiempo, me sentía feliz y temerosa por Connor, por tenerle a mi lado y ser capaz de perderle, tal y como Janette, Valjean y sobretodo la mujer que desposó el hijo. Compré todo cuanto me pidió y con mi dinero, me permití hacerle un pequeño regalo a Connor. Tardé bastante en volver a la casa, puesto que era un laberinto aquel pueblo y muchos comercios estaban cerrados; pero al regresar, dejé el pedido en la cocina y Janette me aseguro que habían cuidado bien de Connor en mi ausencia, que incluso ya había cenado, y todo entre sonrisas. Llegué a la cuadra con la sorpresa tras mi espalda, bien escondida, además de con los vendajes nuevos y una vela para cuando todo volviese a estar oscuro por completo. –Hola- dije un tanto sonrojada –Te he traído una sorpresa- dije mientras me sentaba a su lado en la cama y le revelaba la botella de whiskey que había adquirido en el pueblo –Supuse que empezabas a echarlo de menos…pero…- dije apartándola de su alcance –Antes tengo que mirar esa herida- dejé la vela en el suelo pero al otro extremo de la cama, por lo que tuve que alzarme por encima del hombre, para que el la apagase cuando lo encontrase oportuno; también dejé la botella a mis espaldas – Voy a sentarte- dije mientras le ayudaba a incorporarse un poco para que fuese más fácil. Comencé a apartar las vendas de su cuerpo muy despacio y con delicadeza. Observé la herida con un poco de aprensión, pero aliviada al ver que ningún color pasaba de un leve morado alrededor de la misma. Con el cubo de agua y el trapo que habíamos dejado allí limpié la zona de alrededor y con sumo cuidado, le coloqué las vendas nuevas. –Bueno, ya esta- dije alegre, mientras le concedí alcanzarle la botella. Después me acurruqué a su lado bostezando, una vez se encontrase acostado, y me abracé a él intentando no hacerle daño -¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Dónde vamos a ir?- pregunté un tanto triste - Sea lo que sea, juro que voy a vengar a mi padre aunque me vaya la vida en ello- comenté. Quedé callada un rato asimilando lo que había comentado y relacionándolo con la historia del hijo de Janette y Valjean. Me erguí un poco hasta quedar de lado, un tanto por encima de Connor, para mirarle a los ojos y acercarme a su rostro -¿Sigues queriendo marcharte cuando todo acabe? ¿Me dejarás a manos de mi esposo y te desharás de mi alegando que sería incomodo? – pregunté juguetona recordándole sus propias palabras. Le besé el labio inferior y después se lo mordí, llevándolo hacia mí para después soltarlo, mientras le acariciaba con mi mano el torso. Aquellas acciones eran desconocidas para mi, pero totales impulsos del cuerpo que acababan provocándome calidez. Rozar sus labios era todo cuanto podía desear en este mundo –No me dejes nunca, por favor-


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Mensaje por Connor Kennway Miér Feb 06, 2013 11:39 am

Tal y como esperaba, Helena correspondió al beso con la misma intensidad que yo, cosa que me alegró más de lo que pensaba. Ambos ancianos estaban mirándonos desde la puerta como si estuvieran orgullosos de vernos enamorados ¿Por qué? La mujer invitó a la que ahora podría considerar "mi chica" a bañarse, por lo que terminó por irse con ella y me quedé a solas con el hombre mayor, que observaba a su mujer y a Helena irse -Hijo mio... creo que te has metido en el camino más peligroso de la vida- media sonrisa se talló en mi rostro -Sí... un día de estos no me darán en la cadera, sino en algún lugar peor- comenté tendido, mirándole desde la cama -¿Qué? ¡No! Hablaba del amor, muchacho- me eché a reir junto a él cuando comprendí a qué se refería -¿Es usted uno de esos hombres que bromea sobre lo pesada que es su mujer?- él negó con la cabeza -No, Connor, no. No soy de esos, yo no bromeo- las risas se acrecentaron aun más y no por lo graciosa que era su palabra, sino la forma que tenía de decirlo a juego con la mirada -Me recuerdas tantísimo a Marius...- arqueé una ceja -¿Quién?- el anciano se sentó en un taburete rústico a mi lado -Mi hijo, Marius. Falleció en la guerra tiempo ha... También estaba enamorado ¿Sabes? Lo peor de todo es que no es solo la situación, sino que físicamente te pareces bastante a él- era la primera vez que alguien me miraba con esos ojos tan paternales, más incluso que mi propio padre. No sabía qué decirle al respecto -Pero bueno, son tonterías de viejo, muchacho. No debes preocuparte. No pudimos salvarle la vida a él... pero sí hemos podido salvartela a ti- me puso una mano en el hombro -Haber visto esa escena tan bella, ese beso tan lleno de ganas, de juventud, de pasión por vivir... es recompensa más que suficiente para este viejo corazón- el fantasma de una sonrisa apareció en mis labios -Es un alivio... porque no sé cómo os lo podría agradecer- el hombre rió -De momento vive, Connor. He de confesarte que no me vendría mal un par de manos fuertes como las tuyas... Tu chica ha intentado ayudarme, la pobre, pero no creo que sea una lavor digna de sus manos... Ella es demasiado elegante a pesar de no aparentar ser de clase alta- permaneció dubitativo, esperando mi respuesta -Nunca es lo que aparenta, señor. Eso se lo aseguro- sonrió -No creo tardar mucho en reponerme, así que descuide y cuente conmigo- asintió animado y se levantó -En ese caso, seguiré con mis labores chico ¿Tú también quieres asearte? Te puedo ayudar si quieres- negué con la cabeza -No, no, no se preocupe. Le agradecería que me procurara agua, pero podría limpiarme yo- y así fue como el hombre me dejó solo con una gran cubeta de agua con la que me fui aseando. Hacía tiempo que no recordaba ese relax tan intenso y rico después de sentirte aseado, limpio. Tal fue que, a pesar de la "cama", volví a caer dormido hasta que llegó Helena.

Decía tener un regalo para mi, pero no me esperaba que fuera una botella de whiskey ¡Qué locura! No había echado en falta la bebida desde que empezamos a intimar, aunque tampoco había tenido tiempo para ello realmente. Mi petaca se perdió en el navío de Jones... ¡Si los ancianos supieran a quienes estaban acogiendo!
-Pensaba que detestabas mi hedor alcoholico- la miré con malicia -No quiero quejas después de... bueno, volver a besarte- comenté algo avergonzado mientras ella me miraba la herida y se ocupaba de cambiar las vendas. Una vez acabó, me sentí aun mucho más cómodo que antes, sobretodo cuando se tumbó a mi lado y me abrazó -Alcohol y mujeres... ¿Este es el placer de los marineros?- bromeé descorchando la botella a base de un tirón con los dientes y di un trago. Sentí quemazón en la garganta, esa quemazón que parecía ser la huella del diablo en mi pecho. Helena preguntó por lo que hariamos a continuación, de modo que dejé la botella a un lado -He estado pensando, pequeña- la miré -Conste que lo de pequeña lo digo con cariño, no porque me parezcas una niña pequeña inmadura- comenté con sarna, pícaro -Tras recuperarme del todo, partiremos hacia Nueva Orleans, cruzando el charco- me puse serio un momento, pues estaba teóricamente cerca de mi "hogar" -Aunque no lo parezca por el esclavismo que allí siempre ha habido, es una ciudad casi inexpugnable. La enorme mayoría de los esclavos, de raza negra o de donde sean, no tenían nada que perder. Se entregaban voluntarios a las enseñanzas de los Cazadores y se libraban así de una pesada carga. Por desgracia eran demasiados, miles, por lo que no podían salvarse todos. Pero a raíz de ello, esa ciudad actualmente cuenta con más ojos que en ningún otro lugar, ningún vampiro, licántropo o criatura peligrosa pasaría inadvertida por muy rápida y fuerte que sea. La ciudad despertaría y caería sobre el monstruo con todo el odio de un esclavo hacia alguien que se cree superior- acaricié el pelo de la muchacha -Allí sí estaremos a salvo, te lo aseguro. Nunca en mis 35 años de vida he oido que Nueva Orleans tuviera problemas... los mismos habitantes son muy supersticiosos por lo mismo y nunca se relajan por la noche- cerré los ojos -Si quieres vengar a tu padre y cumplir lo que Roish te encargó, te entrenaré. Nunca he tenido un aprendiz... y bueno, ya que mi primer beso ha sido para ti, que también lo sean mis conocimientos. Pero te advierto de que es duro...- acto seguido cambiamos de tema y me habló sobre si me separaría de ella. Volví a besar sus labios y luego su frente aunque tras sus acciones sentía ganas de devolverle los mordiscos en ciertos lugares que comenzaban a atraerme de forma incontrolable, pero me contenté con ello debido a mi herida -Antes vampiro que dejarte sola- dije con toda la ternura que pudiera mostrar, para prepararme a dormir.

Desde entonces, transcurrió una semana en la que prácticamente cada día intentaba rehabilitarme caminando. Me apoyé en Helena tanto física como psicológicamente, como nunca pensé que lo haría en nadie y menos en ella, aquella muchacha catastrófica y cabezota. El matrimonio de ancianos también se portaron estupendamente con nosotros y nos hicieron la existencia algo más fácil. Una vez estuve bien, comencé a ayudar al hombre que no podía dejar de llamarme "hijo" por aquellas razones tan tristes, pero no me importaba. Casi sentí la necesidad de llamarle "padre" alguna vez, pues en una semana fue más de lo que era mi verdadero padre. Fue una gran lástima el día de la despedida, cuando tomé a Helena y nos marchamos en busca del puerto más cercano. Lo que no esperaban era que cuando regresaran a recoger aquella cama improvisada habría una irrechazable cifra de monedas que les ayudaría a subsistir más cómodamente por los problemas causados. No era demasiado, pues tampoco gozaba de un poderío económico sin par, pero era suficiente para ellos.

Una vez en un puerto a las afuera de Francia, alejado de cualquier lugar en concreto, más bien un pequeño golfo de mercancías que se bifurcaba en varios caminos para facilitar la vida en distintas villas de los alrededores. Prácticamente fueron un par de días de viaje hasta que lo encontramos casualmente
-¿Preparada para otro viajecito en barco, Helena?- comenté bromista -Esta vez dudo mucho que haya algún problema en alta mar. Debemos partir hoy, sin demora... pues no sabemos cuanto tardarán en encontrarnos esos hijos de...- dejé el carruaje una vez en puerto y ayudé a Helena a bajar, otorgándole un beso tras ponerla en el suelo -Creo que podría acostumbrarme a esto- sonreí juguetón al tiempo que la tomaba de la cadera y avanzaba con ella hacia el barco -¿El capitán?- pregunté a un hombre que bajaba una caja de madera del barco, que me indicó que estaba hablando con el jefe del puerto. Fui hasta él acompañado de la muchacha -De acuerdo... especias, tela...- ampuntaba algo con una caligrafía ilegible en una vieja hoja de papel mientras hablaba con aquel hombre, pero me vi obligado a interrumpir -¿El capitán?- él se giró y me miró. Este era más joven y aparentemente tratable que el de cuando Jones -¿Sí? ¿Qué desea?- la jovialidad que desprendía hacia Helena era para él una completa frialdad. Pues parecía ser otra persona cuando no se trataba de hablar con la muchacha -Transporte, necesitamos ir hacia Nueva Orleans ¿Hacia dónde va?- me miró de arriba abajo, ciertamente intimidado -Nos dirigimos hacia San Antonio y lo bordearemos para llegar a Tallahassee- miré a mi acompañante, sonriente -Es suficiente, está algo lejos pero llegaremos bien- me dedicó entonces su total atención -¿Cómo piensa pagar el viaje, amigo? No somos hermanas de la caridad, a llorar a la Iglesia- señalé el carruaje -Pagaré con el carruaje, todo para usted- se rascó la barbilla pensativo, pero terminó aceptado. Si se tratara de dinero, me habría pedido mucho menos del valor de un carruaje con un par de caballos sanos como esos -Hecho, bienvenidos a mi barco El Roger- nos invitó a subir por la pasarela y hacia allí me dirigí -Una cosa, solamente- él me miró, ya estabamos en cubierta -¿Sí? Abajo en la bodega están las camas... Tratandose de vosotros dos, que pagáis con un carruaje... os puedo ceder un camarote que hay libre, el navegante se quedó en Manhattan... ¡La suerte de que el capitán también entienda de mares!- negué con la cabeza -Daba por hecho que tendríamos un camarote. Lo que quería decirle es que si alguno de sus hombres tiene la osadía de tocar a esta mujer o de tan solo mirarla, dedicarle alguna palabra soez, se hundirá toda la tripulación y usted con ellos- vi una sombra de rabia en su rostro y estuvo a punto de replicar, pero tenía el revólver apuntándole en sus narices cuando se quiso dar cuenta. Tratándose de un barco mercante y de que los piratas estaban prácticamente extintos, iban desarmados. Como mucho llevaban cuchillos para comer -Descuide, descuide- aclarado el tema, bajé con mi chica hacia el camarote en el cual me acomodé, tumbándome en la cama tras cerrar la puerta tras nosotros. Todo de madera algo vieja y no demasiado gruesa en cuanto a la puerta, pero serviría para tener cierta intimidad -Aun parece darme mordiscos esta herida...- me abrí la camisa y vi que estaba muy cicatrizada, pero aún podía dolerme bastante si no gastaba cuidado -Tampoco podré agradecértelo nunca a ti, me has salvado la vida ¡Ahora eres tú la que protege en este grupo de dos!- la tomé con ambas manos y la senté sobre mi regazo para besarle el cuello con suavidad. Me sentía extraño siendo tan cercano con alguna persona, con tanto contacto físico y tantísimo afecto, pero qué diablos, era lo mejor que me había pasado en la vida... y no iba a permitir que me la arrebatasen -Además, gracias a ti aprendí un truco muy útil- le apunté con el revolver en la sien y apreté el gatillo. Lo hice con tranquilidad, pues sabía que volvería a restallar ese "click" de cargador vacío -Empiezo a pensar que si todo el mundo fuera tan valiente como tú lo has sido desde que te conozco, hasta rozar la estupidez.... los ladrones lo pasarían muy mal- reí y jugué con su nariz con la mía -Te quiero, Helena. Y te aseguro que estarás a salvo... y vengaremos a tu padre- me arrojé a los sentimientos y me dejé embriagar por su piel. La abracé tan fuerte, tan apasionadamente que quise arrancarle la ropa por alguna curiosa razón que no tenía respuesta clara. Tan solo deseaba tocarla en su totalidad y la besé, la besé para no parar, para ojalá, no tener que parar nunca


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Mensaje por Helena Mauleón Jue Feb 07, 2013 7:29 am

Escuché con atención las sugerencias de Connor sobre los nuevos planes, eran adecuados y acertados. Los acepté pero con un gran temor. Cruzar el océano era algo que no estaba en mi lista de planes antes de que todo ocurriese, conocer nuevos lugares y adaptarme a ellos seguramente sería difícil; por no hablar de volver a tomar un barco tras el obstáculo que encontramos la última vez que decidimos tomar uno. Por otro lado, estaba el tema de aprender a defenderme de forma parecida a como lo hacía Connor, pues estaba más que demostrado que el no podría seguir defendiendo por los dos sin salir ileso de cada situación –Lo intentaré, pero… no se si seré capaz- De igual forma, sería capaz de enfrentarme a cualquier nuevo reto si Connor seguía a mi lado besándome de aquella manera que me abstraía del mundo para llevarme al nuestro propio. Aquel contacto que empezábamos a tener tan especial me hacía feliz, demasiado feliz, pues pensaba que aquello jamás llegaría a ocurrir, y ahora que comprendía que el sentimiento era mutuo, deseaba que jamás se acabase. Aquella noche, dormí tranquila entre sus brazos tras asegurarme que jamás me dejaría sola.

Convivimos una semana más con aquel par de ancianos a los que tengo que confesar que les tome bastante cariño. Cuidaron de nosotros y nos procuraron todo el bienestar que estaba en sus manos para que no tuviésemos ninguna molestia. Ni que decir tiene, que cuando Connor se recuperó casi del todo y tuvimos que marchar para no ponerles en peligro, la despedida buen bastante triste. Me apenaba volver a dejar solos a los ancianos, pero prometí que volvería a visitarles cuando las cosas se hubiesen calmado. Por supuesto que acabamos dejándoles una cantidad de dinero suficiente para hacerles la vida mejor, pero Janette, tuvo por bien regalarme un obsequio al que no encontré del todo la utilidad en ese momento. Se trataba de una manta pequeña de lana increíblemente suave, con bordes en un tono púrpura pastel, la cual alegó que jamás le llegó a dar utilidad pero que estaba segura de que yo se la daría. Acepté el regalo a pesar de que sabía que a penas protegería los hombros de uno de nosotros dos cuando las heladas llegasen, y lo acepté además, como un recuerdo y como algo importante para mi hasta que todo acabase.

Tardamos un par de días en encontrar un puerto en el que poder embarcar en algún buque mercante. Bajé del carruaje que habíamos conseguido agenciarnos con ayuda de Connor, quien me besó al bajar añadiendo que podría acostumbrarse a esos roces. Sonreí ruborizada y emocionada. Me enamoraba, me enamoraba cada palabra que me dedicase de aquella manera. Por suerte, resultó ser que el primer barco al que le echamos el ojo tenía la tarea de echar el amarre muy cerca de nuestro destino. Accedimos al mismo dando como pago el carruaje, así tendríamos el viaje y en camarote para nosotros. Mucho mejor que dormir en la bodega como en el barco anterior, dese luego. Lo curioso fue, que justo antes de dirigirnos a la habitación, el cazador amenazó con su revolver al capitán para advertirle que nadie osease mirarme o tocarme –Connor, no es necesario…- dudé un momento, pues en realidad no sabía si la naturaleza de aquellas quejas procedían de lo ocurrido la anterior vez o no. Llegamos al camarote, bastante íntimo, decorado con el mismo tono de la madera gruesa que tenía por pared y con cama. Cama y de verdad. –Empezaba a echar de menos dormir en una cama- comenté risueña dejando la bolsa del equipaje a los pies de la misma. El hombre se quejó de su herida y se abrió la camisa para dejarla ver. Miré la herdia obviamente, pero pasar luego la vista por su torso, pues sin duda alguna, los ojos con los que ahora lo miraba no eran los mimos que antes. –No te preocupes, pronto desaparecerá el dolor. Pero tienes que evitar hacer movimientos bruscos, no voy a permitir que vuelvas a darme otro susto igual- El hombre me agradeció la ayuda que le presté para salvarle, tal y como yo siempre lo había hecho hacía él. Me coloqué justo en frente del hombre, pero de pie. –Yo no he hecho nada, Connor. Yo solo te llevé hasta el pueblo, todo lo demás es gracias a Janette y Valjean. La verdad es que los voy a echar mucho de menos- Inesperadamente, me tomó entre sus manos y me llevó hasta él para sentarme en su regazo. Comenzó a besarme el cuello. Aquellos besos provocaban en mí un calor bastante mas intenso que los que llegaban a provocar un beso normal. Sentir su aliento tan cerca de mí me hacía desear cosas que quizás no eran demasiado correctas. Tras ello, volvió a demostrarme como el truco del revolver sin balas empezaba a aventajarnos de una forma muy peculiar. Reí –Tampoco tenía porqué utilizarlo ahora. Ese hombre no iba a hacerme nada- aclaré. El hombre siguió haciéndome las carantoñas que tanto me gustaban y me abrazó, apegándome él, sintiendo su calor. Por un momento me sentí vulnerable, y después deseé que nuestras finas capas de ropa desapareciesen para que nuestros cuerpos pudiesen llegar a rozarse. Aquellos pensamientos solo conseguían que me dejase llevar por un impulso que hasta el momento no conocía. En cuanto me besó, empujé su cuerpo hacia atrás hasta quedar medio a su lado, medio sobre él. Le besé, le besé y le besé. Intercambiando la humedad de nuestros labios, deseando que el tiempo se detuviese y que la magia hiciese el resto. –Te amo, te amo tanto…- comenté mientras me apartaba de sus labios para acariciar su faz y quedar prendada de sus ojos azules. Volví a besarle y me acosté a su lado, entre sus brazos. Solo esperaba que el viaje no durase demasiado.


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