Victorian Vampires
Cuando las Llamas Azules se extinguieron. 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Gianella Massone Mar Jul 31, 2012 11:22 pm

Nadie más que ella. No había quedado muestra de vida alguna, ni vegetal ni animal, ni mucho menos humana. Sólo un ambiente ennegrecido como su pecho, como sus ojos y sus mejillas manchadas de dolor y de odio; y las últimas llamas que habían sobrevivido al llanto del cielo que parecía haberse apiadado de la tristeza de la bestia. Sí, porque las bestias al igual que los humanos pueden odiar, pueden querer, y también pueden sufrir; porque tienen corazón, aunque sea superado por los instintos la mayoría del tiempo y sea el motivo por el que se les considere bestia y no persona. Y la persona de ella estaba allí, en frente de lo que había sido su pilar, su motivación y su deseo; en frente de aquello que ahora no era nada más que un cúmulo de polvo negro, ambiente que se repetía en por lo menos un par de kilómetros a la redonda de aquel bosque que se convirtió, por unas horas, en un infierno.

Habían planeado salir con los niños todos juntos al lago. Hacía muy buen tiempo y los infantes estaban entusiasmados planificando qué harían cuando llegasen, guardando los juguetes de madera hechos a mano y los robados o encontrados en la basura que bien servían de consuelo al no encontrar alimento. Léa y Emily estaban revisando junto con Jeanne los alimentos a llevar. Dos bolsas repletas de frutas y pan eran lo planificado. Sin embargo, no se veían tan animadas como quienes corrían por el patio jugando a ser policías y ladrones; de hecho, su vista mental estaba fija en aquella puerta que se llevaba más cerrada que abierta desde hace unos días, y que aún conservaba la bandeja con arroz y pollo de la noche anterior, que no había sido tocado ni movido. La preocupación fue creciendo, ya que al tocar la puerta no hubo respuesta. Aún así, salieron. No podían defraudar a los pequeños a los que se le había prometido desde hace tanto salir un poco del ambiente claustrofóbico de aquella casa en la Corte, no podían romper aquella promesa que la misma Gianella les había hecho.

El cansancio generalizado dio paso al silencio y a la incertidumbre sobre lo que estaba sucediendo en aquel cuarto que parecía no cobijar ningún ser vivo, y hubieran podido entrar, tampoco habrían visto a un ser vivo. Sólo era un fantasma de quien animaba a todos ante la adversidad, y su mirada fiera era sólo un espejismo comparada con aquellos orbes hinchados, agotados de la larguísima agonía que escondían y que sólo un par de veces había sido revelada. Por ello Léa fue la primera en subir cuando por fin se filtraron sonidos por aquellas cuatro paredes, pero que no fueron agradables precisamente. Las embestidas a la puerta no se hicieron esperar junto con los gritos de desesperación de la humana que sonaban al unísono con los de la loba. Pudo escuchar la lámpara de la mesita de noche romperse, y algo más caer al suelo. Emily se sumó a los empujones, pero la puerta se derrumbó cuando ya no había nadie, quedando de vestigio la ventana abierta escoltada por las cortinas flameando por la brisa nocturna. - “No podrán alcanzarla” – les advirtió la mujer de avanzada edad. Tenía razón, no podían competir con un Lobo que conocía las calles parisinas más que a su propio corazón, ese que le había impulsado indirectamente a manchar las sábanas de su cama con su propia sangre, la que se coagulaba y no dejaba rastro en los brazos y manos de quien sujetaba en una de ellas un pequeño objeto felpudo…o lo que quedaba de él, de aquel consuelo que había guardado de manera estúpida. ¿Cómo fue posible que haya aceptado aquel regalo? ¿Por qué no se lo tiró por sobre la cabeza cuando tuvo oportunidad? “¡No quiero este peluche, te quiero a ti!” debió haber gritado, pero sus restos de corazón necesitaban algo a lo que aferrarse; algo para no caer en la desazón total y que era el primer paso a la locura, esa que terminaba en un manicomio o en un cese de respiración definitivo forzado por propia mano. Sus piernas se movían solas hacia el bosque, su próximo destino, mientras que sus sentidos experimentaban nuevamente, como en tantas ocasiones, el dolor de apartarse definitivamente del ser amado.

-----

- Prométeme que seguiremos juntas…
- No como pareja, al menos un tiempo…nunca se sabe. Pero si me necesitas, sólo tienes que llamar…

¿Por qué me conformé con eso? ¿Por qué acepté tanta ridiculez?

- Yo siempre te amaré, Sybelle…siempre seré tuya, y siempre serás mía…sin importar qué tan lejos estemos…
- Volveremos si estamos predestinadas, y yo también siempre voy a amarte.

¿Predestinación? ¡Y una mierda! ¡Nada más que mentiras, y lo increíble fue que yo le creí! Luego de eso nos dimos un beso, el último como una pareja. Nos separamos, y mis ojos se humedecieron. Ella aguantaba apenas, pero pudo mirarme a los ojos para hablar, para pedirme que por favor no hiciera una locura. Yo me atreví a continuar a pesar del color de mi pecho…

- Dime…dime por cuánto tiempo tendré que mirarte desde lejos… (Aquella interrogante me comía el pecho por la incertidumbre, y la respuesta fue otro golpe, peor que un filo de plata)
- No lo sé, si supiera cuando o cómo se pasará, no te pediría nada. Pero quiero ser libre, estoy harta, cansada de todo.

No supe qué decirle para animarla, porque no me tenía confianza para contarme sus problemas. Pero a Darcy hasta se le entregó carnalmente sin condiciones…seguro él tenía algo que ver, ambos mintiéndome, todos en mi contra. Todos sabían menos yo, y esa sensación era horrible.

Lo único que pensé en ese momento, al notar que mi corazón se desgarraba poco a poco, fue rogar. Sí, rogar porque se quedara conmigo. Debí haberme matado por eso.

- Tú eres todo para mí…eres…eres mi vida…lo mejor que pudo haberme pasado…y eres una persona tan maravillosa y correcta… (¿Realmente dije eso?) Nos reencontramos después de muchos años…¿Y ya vas a dejarme? ¿No crees que no es justo?

A esas alturas, mi voz estaba tan rota como mi pecho, humedecido mi rostro por mis propios temores y debilidades, esas que nunca debí haber tenido desde un principio, y que nunca habría tenido de haber sabido cómo serían las cosas con aquella mujer con la que cortaría toda relación afectiva de forma definitiva.

Ni siquiera se atrevió a mirarme a la cara para decirme lo que pensaba de mí, una puñalada directo al corazón, esa que terminó por romperlo en pedazos desconsolados que no han podido unirse con nada.

- La que me dejó primero fuiste tú, Gianella, (¡¡Pero fue por protegerla!! ¡De no ser por mi escape nos habrían matado a ambas en Auvernia!) Y no te estoy dejando (¿Ah no? ¡Si al principio habías dicho que no querías seguir conmigo de pareja!). Seguiré siendo tu amiga. (Y yo creyéndole, cayendo en sus garras de nuevo) Esta relación fue destructiva, si queremos curarla debemos dejar que termine y si las cosas se dan a futuro, comenzarla…

Allí fue cuando empecé a llorar…
y el fuego empezó a arder.

Las dos ramas ya se habían fundido con la llama creciente en el tronco, la cual no tardó en carbonizar las manzanas que aún esperaban por esa madurez que jamás iba a llegar. Las lágrimas caían con la misma intensidad del fuego que tomaba todo aquel lugar en un principio consagratorio del amor de la loba y la felina que se reencontraban inesperadamente por esas vueltas del destino, y esas mismas vueltas eran las que ahora tenían a la hija de la luna acabando con todo vestigio del amor que podía haber sentido por esa persona que ahora se transformaba en nada más que un error. ¿Por qué cayó a sus encantos? Debió haber sido fiel a su agresividad, ¡haberla matado incluso!, pero su corazón ya estaba demolido, en búsqueda de un consuelo que no creía necesario encontrar. No valía la pena buscar explicaciones o excusas, porque el daño ya había sido hecho. Y aquella mitad felpuda sólo era un agravante de ese daño, menos mal que se carbonizó con extrema rapidez, quedando igual que el arrepentimiento al realizar aquellas acciones: inexistente.

La temperatura aumentó drásticamente por un par de horas, en las cuales los alrededores que cobijaban a la Loba Milanesa no eran más que paredes de fuego que se le iban acercando peligrosamente; sin embargo aquello le daba lo mismo. ¿Qué importaban unas cuantas quemaduras que se regenerarían sin mayor problema? Esa era la maldita ventaja de ser lo que era, aparte de sus sentidos y reflejos. Podría haber muerto calcinada, pero era demasiado premio para esa otra que le había dejado así; aunque de todas formas, iba a terminar dándole las gracias por devolverla a lo que era antes y siempre debió haber sido: aquella persona fiera y desconfiada, agresiva, luchadora e independiente, defensora de los desvalidos y desafiante de los acomodados. Y nada más.

El cielo lloró a tiempo, muy cerca de la medianoche, acabando con aquellas auténticas columnas de fuego que se atrevieron a acercarse a la ojiazul, quien ahora tenía lágrimas de lluvia corriendo por sus mejillas porque las demás se habían secado, convirtiendo aquel rostro antes sonriente en uno duro y cerrado, intimidante, seco y tosco que observaba cómo las cenizas se multiplicaban dejando un notable olor a humo, que seguro haría que sus tres compañeras se preocupasen, aunque a ella no le importase en lo más mínimo. Su corazón ya había sido purificado de aquella mala hierba y sus restos apenas mostraban esa chispa azul pasión que le había sido tan característica. Aspiró el humo en una larga inspiración y miró al cielo escuchando el sonido de las gotas desprenderse de su cabello y caer por la gravedad, suspirando hasta dejar la vista al frente, a lo que era aquel manzano para ella y para “ella”: nada más que un montón de basura ardiendo a punto de apagarse.

Fue su pie derecho el que terminó con aquella agonía, esfumando por fin, y de una vez por todas, aquellas sensaciones que la habían dejado por el suelo, pisoteada y humillada. Pero ya no iba a suceder, no de nuevo. No más. Aquella pisada había terminado no sólo con el infierno de afuera, sino también que con el del interior de su pecho. Las llamas azules se apagaron, y las cenizas de su corazón se endurecieron para no volver a ceder jamás a ese sentimiento que a la larga le causó más tristezas que alegrías. Dio media vuelta, y con las manos en los bolsillos retomó el camino a su vida, a su normalidad.

Aquella que ya no contemplaba el amor como una opción.


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