Mañanas de Terciopelo

por Baby Doll* Lun Feb 04, 2013 4:19 am

La promesa de otro reencuentro en un beso. Un jadeo, un suspiro. Un "hasta luego en el aire". Las monedas juguetean dóciles entre mis manos, una mirada al amante que desaparece. Se lleva la última sombra de la noche entre sus ropas arrugadas por la pasión.

Descanso mi cuerpo en el marco de la puerta entre abierta. La gata blanca corretea con pasitos cortos a mi lado. Ronronea acariciando con su pelambre mis piernas que aún tiemblan.

-También tengo hambre-

La respuesta a su maullido. El sueño seduce mis párpados, les anima a cerrarse, llama a mi cuerpo, le invita a perderse en las plumas, en las telas de la cama. Las aves trinan una nana para las criaturas nocturnas, un despertar para las diurnas. Cierro la puerta. En el interior de la desordenada habitación, tres, cuatro, cinco, seis pasos hasta el armario. Esta mañana los brazos de Morfeo esperarán horas más propicias para recibirme. Mis dedos terminan de desabrochar el corsé, el vestido. Caen las prendas al suelo en silencioso planeo. Un vestido sencillo del color verde esmeralda sube por una pierna, luego la otra, recorre mis caderas y sujeta con suave gentileza mis senos en un abrazo reconfortante. Los tirantes afianzan el agarre sobre mis hombros. El aparador aguarda para devolverme la mirada sin ninguna sutileza. Reprimo un suspiro. Las monedas tintinean al caer sobre la superficie de madera. Los dedos hábilmente retocan el maquillaje, lo remplazan por tonos mas suaves, menos llamativos. Midnight da un salto sobre el mueble, se sienta sobre los aretes que acabo de retirar de mis oídos. Maulla insistente. Retiro la peluca de cabellos negros, suelto mis rizos en una cola sobre mi hombro izquierdo. Un listón verde adorna con un moño el sencillo tocado. Abro el cajón del aparador, saco un platito con un pedazo de pollo que me regaló Jeannie, la cocinera. Las sobras de la cena son el desayuno de la gata blanca.

Un chal blanco, suave al tacto, rodea mis hombros, se entrelaza en mis brazos. Pellizco las mejillas de porcelana para darles rubor. Salgo de la habitación haciendo repiquetear los tacones al caminar. Desvió la mirada al corredor que lleva a la puerta principal. Mi invitado aún no llega. Su trabajo es nocturno. Me encamino a la cocina. Veintiuno, veintidós, veintitrés pasos. Los aromas flotan enredándose en mi piel, despiertan el hambre. Jeannie a preparado un desayuno especial para dos el día de hoy. Tomo asiento en la mesa que viste largos manteles blancos. Las velas de los candelabros ya se derriten a la llegada de los primeros rayos de sol que se cuelan por las cortinas. Cruzo las piernas, una sobre otra. Jeannie ha dejado lista la jarra del café, la caja de mis cigarrilos preferidos reposan a un lado de la taza vuelta boca abajo. Saco un cigarro con unas palmaditas para convencerlo de venir a posarse en mi mano. Lo tomó entre el índice y el dedo medio. El beso cenizo de cada mañana queda atrapado en mis labios. Ahora recuerdo que dejé el encendedor en la habitación. Un par de líneas se dibujan en mi entre cejo. Aparto el cigarrillo de mi boca, aunque lo sostengo aún en la mano, a la espera. Willem jamás es puntual más no gusta de beber mientras trabaja. No hay peligro de que el calor del licor lo haga caer entre las sábanas y perderse la mañana. Prometió venir, como cada lunes. Y como cada lunes, lo aguardo con su taza de café humeando sobre la mesa.