AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nueva Orleans - El principio del fin.
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Nueva Orleans - El principio del fin.
Fueron días, muchos días de agotador y aburrido viaje acompañado por mi amada hasta que conseguimos tocar tierra con los pies y manos. Para llegar a nuestro destino tuvimos que proseguir con la incansable labor de viajar, un tanto en ferrocarril y otro tanto en carruaje. Lo único que hacía era preocuparme por Helena durante todo el viaje, ya que me encontraba perfectamente bien de la herida que me procuraron en el incendio de la mansión Mauleón. Mis sentimientos hacia ella crecían constantemente, con cada beso, cada sonrisa y cada abrazo. Comencé a sentir un apego especial hacia ella, no era simple atracción física o emocional, estaba siendo cada vez más y más grande, pero sobretodo me preocupaba la necesidad de tocarla.
En resumidas cuentas, nos tomaría un mes y medio en llegar a nuestro paradero deseado. Sentí cierta nostalgia al cruzar las fronteras de Louisiana y llegar a Nueva Orleans. El ambiente era completamente diferente al que se respiraba en Francia o Italia, amén de España. Todas las calles estaban transitadas por personas de alto postín y también por la clase más baja que eran las personas de color. Seguía sin comprender por qué los trataban de esa manera, pero su deseo de libertad sirvió en gran nivel a la Orden ya que no nos faltaban aprendices y maestros gracias a ellos, que eran los más expertos gracias a su empeño por no volver a sentirse maniatados nunca jamás -Bienvenida al... "hogar" de los Cazadores ¿Quién lo diría, verdad?- caminaba junto a ella siguiendo esas señales indescifrables para aquellos que no fueran adiestrados para ello para terminar en lo que parecía ser una puerta trasera de un gran edificio -Es aquí...- emulé el mismo gesto que en Italia, introduciendo la muesca de la daga en la entrada y girándola como si de una llave se tratara. Penetré por el umbral tirando suavemente de la mano de Helena.
Descendimos ligeramente, no tanto como en Italia, hasta un pasillo mejor iluminado. No había puertas, sino que la boca de lo que parecía ser una cueva daba ya paso al gran hall que no parecía otra cosa que una especie de academia -Diferente ¿Verdad?- sonreí y la acompañé hasta más al centro, donde me detuvieron dos aprendices preguntando por Helena. Dicho interrogatorio me tranquilizó ya que era lo normal. Expliqué la situación, absolutamente toda... y nos dejaron pasar tranquilamente no sin antes informarnos de que en la Primera Sala -ya que era enorme, estaba dividida en tres especies de cuevas bajo el suelo, algo que les llevó muchísimos años, sudor, lágrimas y sangre construir, incluso la vida de algunos hombres- se estaba llevando una reunión a la que como Cazador, no podía faltar. Intrigado, me dirigí con la chica hacia allí para encontrar una enorme multitidu rodeando lo que parecía ser la plataforma típica de un ahorcamiento. Allí el Gran Maestro de la Sede de Nueva Orleans, un hombre mayor que yo pero no demasiado, de unos cuarenta y muchos, de piel negra, enorme en tamaño y en corazón a pesar de todo, vociferaba a gritos que su benevolencia tenía un límite -Creo que esto puede resultarte non-grato, pero es, a mi pesar, una muestra de seguridad- la agarré por la cintura, apegándola a mi. No lamenté no obstante cuando mi mano se deslizó algo más abajo, pero casi lo hice sin darme cuenta. Alguno de mis hermanos me miraron extrañados de ver un Cazador enamorado en el lugar, cuando la mayoría solía vivir en solitario hasta su muerte.
Mace, el Gran Maestre, oraba con sabiduría y con una voz atrapante, profunda y suave. Hacía un llamamiento a la confianza, al honor de nuestra Orden. Clamaba por la vida de los humanos y la muerte de los que intentaban destruirnos. Casi me pareció estar en misa, en la Iglesia. No obstante, si lo fuera, estaría rogando a Dios por devolverle la cordura a esas criaturas que no tenían ni querían salvación ninguna. Terminó de hablar y con un gesto, dos mujeres llevaron a una tercera, atada y amordazada, ante él. Éste le quitó la tela que le impedía hablar, atada al rededor de su boca y cabeza, obligándola a mirar a la multitud de aprendices -Los has traicionado ¡Nos has faltado a todos!- nos señaló a todos. Aferré con más fuerza a Helena, subiendo la mano en lugar de bajarla más, pues terminaría en sus gluteos. Aunque no me di cuenta, esta vez casi le rozaba el pecho -Sigo sin concebir, mi pequeña aprendiz, cómo has sido tan hereje de enamorarte de uno de ellos ¡De un vampiro!- se oyeron varios gritos, insultos y murmullos -A parte de ponerte en peligro enamorándote, nos pones en juego a nosotros ¡Trayéndole aquí!- tras sus palabras, trajeron a otra muchacha, vampiresa. Ambas se miraron durante unos momentos en silencio hasta que la aprendiz de Cazador empezó a llorar y a suplicar perdon... ¿Pero a quién de ambos? -Es un enorme dolor en mi corazón... un enorme dolor, Cora...- se arrodilló junto a la novata y le acarició los cabellos -Lo siento muchísimo...- el hombre la abrazó y se echó a llorar. No comprendí bien lo que pasaba ¿Hasta qué punto se implicaba con sus aprendices? Me hizo sentir orgulloso, pero extrañado. El joven que estaba a mi lado debió percatarse de mi expresión, porque me aclaró rápidamente que esa muchacha llamada Cora, que apenas tendría 18 años, era su hija -Irónico...- Mace la soltó y se puso en pie. Hubo un respetuoso silencio que agradeció inclinando la cabeza ante la multitiud de Cazadores y ordenó que pusieran fin a la traición.
Las Cazadoras que subieron a Cora a la plataforma desenvainaron sus sables de plata y los cruzaron en el aire, una frente a la otra. Me sentí nuevamente conmovido por ver un ritual tan antiguo, desde mi niñez. La Ejecución era uno de los más ceremoniosos, pues sea cual sea el motivo, una Ejecución muestra respeto, tanto por el Cazador que infringe la ley... como por la criatura capturada, tan fuerte y fiera que no murió en el combate -Adiós, hija mía...- las mujeres separaron el filo de los sables para volver a cruzarlos bajo el gaznate de la aprendiz que miró a su padre con ojos irritados mientras las lágrimas caían por sus mejillas -Quiero decir algo...- las ejecutoras asintieron tras mirar a Mace, que concedió permiso -Lo siento mucho, Hermanos...- el Gran Maestro se retorció las manos nervioso y la gente murmuraba sobre la pérdida que supondría su muerte, pues como su padre, era prometedora -...pero no me arrepiento de nada- aquellas últimas palabras, tan gélidas como la mirada que se formó en sus ojos negros como la noche, fueron seguidas por una sangre limpia y roja que se atravesó los maderos de la plataforma. La muchacha, degollada, cayó al suelo. -Como ves, amor mío, en esta cruel existencia... siempre perdemos a quien menos deseamos perder- la besé en la cabeza -Menos tú a mi- la tranquilicé.
No tardaron en hacer lo mismo con la vampiresa, pero no fueron tan corteses. Mace la odiaba con una antipatía tan visceral que él mismo empuñó ambos sables, colocándose tras la criatura al cruzar las hojas entre su cuello blanquecino. Ella dijo lo mismo que Cora, aseguró no arrepentirse. Una sombra de pesar asomó en el rostro del Gran Maestro -¿Realmente una criatura como tú puede amar? ¿Tenéis salvación de la espiral de destrucción en la que os sumís, maldito demonio?- la mujer fantasmagórica pero fascinantemente hermosa que tenía prendado a más de la mitad de los aprendices asintió, mientras una lágrima de sangre caía por su cara, mordiéndose los labios para no estallar en llanto. Aquella escena me chocó ¿Realmente... podían sentir algo más que no estuviera dentro del hedonismo? Miré a Helena dubitativo... ¿Qué estaría pensando ella? ¿Pensaría en su madre? ¿En su padre? La apegué a mi con más fuerza y cariño -En ocasiones, demonio, el amar no está ligado con luchar contra la adversidad. Dices amarla cuando por tu insistencia la ha llevado a morir. si realmente la querías, debías dejarla aquí, con sus hermanos, su padre... con quien realmente podría estar a salvo. Tú y solo tú eres la culpable de su muerte. Seas así juzgada por la pura plata- tiró de los sables para que ambos cortes, perfectamente limpios, dejaran la cabeza a punto de descolgarse del cuello. Ordenó ipso facto la evacuación de la sala y que se llevasen los cadáveres. Más tarde, nos vino a buscar.
Cuando compareció en el gran salón frente a Helena y a mi, parecía que nada de eso hubiese pasado. No mostraba tristeza ni pesar en su mirada. Se mantenía sonriente y apacible como le recordaba de cuando era un chiquillo inexperto a penas, él aún no era Gran Maestro en aquel entonces -¡Connor, viejo amigo!- me tendió una mano efusivamente y me azotó el hombro con amabilidad. Se interesó por Helena casi al instante, con la caballerosidad y el respeto que toda mujer merecía -Ella es Helena, mi amada acompañante- él se sorprendió -¿Amada? Kennway, te arriesgas al guiarte por tus emociones.- sonreí al mismo tiempo que él lo hacía -¿Lo dices tú?- su sonrisa mostró un poco del fantasma de la tristeza que intentaba ocultar. Era el líder de Nueva Orleans y debía mostrarse estóico. Su actuación de hacía unos minutos no haría más que realzar su poder y respeto sobre los demás, que le considerarían digno de ser quien era -¿Habeis presenciado...?- asentí, silencioso -De acuerdo, no quiero hablar de ello, porque supongo que habréis entendido por qué. No podemos permitir bajo ningún concepto que los vampiros seduzcan a un Cazador, sin excepciones. Si Helena es una de ellos, tendré que destriparte Connor- le di una palmada en el hombro -No tendrás ese placer- entre risas, nos llevó a una sala acondicionada para el entrenamiento exclusivamente, no como en Italia donde todo era una sola caverna enorme -Aquí estaremos a solas. Dime, mi hermano ¿Qué deseais?- me coloqué firme y serio como debía ante el Gran Maestro de una Sede -Entrenar a Helena, señor. Será mi aprendiz- la miró de arriba abajo y luego a mi -Es muy mayor, Kennway. Será muy difícil y al llevar una vida tan alejada de esta clase de entrenamientos, es muy posible que desfallezca por la falta de costumbre o que incluso huya de ti- miré a Helena -No huirá, Mace. Es un compromiso. Será mi aprendiz, la enseñaré yo y le procuraré todo lo que necesite. Es cabezota y orgullosa... y ha tenido experiencias muy desagradables con los vampiros. Te aseguro, amigo mío, que será tan digna como yo de empuñar un sable de plata- le miré a los ojos con intensidad y él me correspondió. Se pasó una mano por su cabeza calva, pensativo. La túnica marrón que vestía le hacía intimidante cuando nos volvió a tener presentes -Está bien. Os dispondremos las armas de entrenamiento y esta sala, podéis empezar ahora mismo, ya sabes Kennway que siempre han de estar preparados desde el momento en que empiezan a ser aprendices y aun más si ella ya ha tenido multiples contactos y sigue viva o no está esclavizada convertida en Ghoul- asentí y me incliné ante él -Ya has oido, preciosa- la animé -Prepárate- Mace señaló unas estanterías donde habían colgadas gran multitud de armas -Escoge la que quieras, todas están a tu disposición, muchacha. Además cámbiate, esa ropa te será incómoda- intervine -Creo que ella ya tiene una vestimenta ideal para ello- le guiñé el ojo a la hermosa acompañante que tenía, queriéndole indicar que era el mejor momento para vestir aquel uniforme.
Antes de marcharse Mace, me habló a solas mientras la chica se preparaba -Muy guapa, Connor, espero que puedas cuidarla...- le miré con tristeza -Siento lo de Aveline, Mace. Yo también espero cuidarla como se merece- Mace miró a Helena en la distancia -Primero Aveline me fue arrebatada por un Licántropo, Cora por la maldita atracción vampírica... ¿Qué me queda, Connor? ¿Qué me impulsa a vestir esta túnica, empuñar la espada de plata de los ancestros...?- le puse una mano en el hombro -La memoria de tu mujer y tu hija, Mace. Que sus muertes no sean en vano- me escrutó extrañado -Has cambiado, Connor Kennway. Te siento más humanizado que de costumbre, por lo general ni siquiera me tocarías- sonreí -Supongo que el afecto, el amor, nos hace personas- asintió lentamente-Y que la ira no te convierta en el mismo demonio que intentas exterminar...- dijo en voz baja, como si recitara de memoria. Esa fue una frase que antaño me dijo, cuando era joven y casi inexperto, cuando llevaba la semilla del odio más intenso en mi alma contra las criaturas, que me llevaba a ser demasiado temerario y despreocupado por mi estado de salud si significaba asesinar a uno de ellos. Mace comprendió entonces lo que quise decirle con esa frase y se marchó triste, pero en la comisura de sus labios se asomaba una pequeña sonrisa. Necesitaba estar a solas para reflexionar, llorar a su pequeña y a su mujer a la que aún estimaba y añoraba... y yo debía centrarme en lo único que tenía en esta vida, en Helena, protegerla... y ayudarla -Muy bien, madame...- me acerqué a ella y desenvainé mi sable de plata -¿Bailamos un vals?- sonreí pícaro -¡En garde!-
En resumidas cuentas, nos tomaría un mes y medio en llegar a nuestro paradero deseado. Sentí cierta nostalgia al cruzar las fronteras de Louisiana y llegar a Nueva Orleans. El ambiente era completamente diferente al que se respiraba en Francia o Italia, amén de España. Todas las calles estaban transitadas por personas de alto postín y también por la clase más baja que eran las personas de color. Seguía sin comprender por qué los trataban de esa manera, pero su deseo de libertad sirvió en gran nivel a la Orden ya que no nos faltaban aprendices y maestros gracias a ellos, que eran los más expertos gracias a su empeño por no volver a sentirse maniatados nunca jamás -Bienvenida al... "hogar" de los Cazadores ¿Quién lo diría, verdad?- caminaba junto a ella siguiendo esas señales indescifrables para aquellos que no fueran adiestrados para ello para terminar en lo que parecía ser una puerta trasera de un gran edificio -Es aquí...- emulé el mismo gesto que en Italia, introduciendo la muesca de la daga en la entrada y girándola como si de una llave se tratara. Penetré por el umbral tirando suavemente de la mano de Helena.
Descendimos ligeramente, no tanto como en Italia, hasta un pasillo mejor iluminado. No había puertas, sino que la boca de lo que parecía ser una cueva daba ya paso al gran hall que no parecía otra cosa que una especie de academia -Diferente ¿Verdad?- sonreí y la acompañé hasta más al centro, donde me detuvieron dos aprendices preguntando por Helena. Dicho interrogatorio me tranquilizó ya que era lo normal. Expliqué la situación, absolutamente toda... y nos dejaron pasar tranquilamente no sin antes informarnos de que en la Primera Sala -ya que era enorme, estaba dividida en tres especies de cuevas bajo el suelo, algo que les llevó muchísimos años, sudor, lágrimas y sangre construir, incluso la vida de algunos hombres- se estaba llevando una reunión a la que como Cazador, no podía faltar. Intrigado, me dirigí con la chica hacia allí para encontrar una enorme multitidu rodeando lo que parecía ser la plataforma típica de un ahorcamiento. Allí el Gran Maestro de la Sede de Nueva Orleans, un hombre mayor que yo pero no demasiado, de unos cuarenta y muchos, de piel negra, enorme en tamaño y en corazón a pesar de todo, vociferaba a gritos que su benevolencia tenía un límite -Creo que esto puede resultarte non-grato, pero es, a mi pesar, una muestra de seguridad- la agarré por la cintura, apegándola a mi. No lamenté no obstante cuando mi mano se deslizó algo más abajo, pero casi lo hice sin darme cuenta. Alguno de mis hermanos me miraron extrañados de ver un Cazador enamorado en el lugar, cuando la mayoría solía vivir en solitario hasta su muerte.
Mace, el Gran Maestre, oraba con sabiduría y con una voz atrapante, profunda y suave. Hacía un llamamiento a la confianza, al honor de nuestra Orden. Clamaba por la vida de los humanos y la muerte de los que intentaban destruirnos. Casi me pareció estar en misa, en la Iglesia. No obstante, si lo fuera, estaría rogando a Dios por devolverle la cordura a esas criaturas que no tenían ni querían salvación ninguna. Terminó de hablar y con un gesto, dos mujeres llevaron a una tercera, atada y amordazada, ante él. Éste le quitó la tela que le impedía hablar, atada al rededor de su boca y cabeza, obligándola a mirar a la multitud de aprendices -Los has traicionado ¡Nos has faltado a todos!- nos señaló a todos. Aferré con más fuerza a Helena, subiendo la mano en lugar de bajarla más, pues terminaría en sus gluteos. Aunque no me di cuenta, esta vez casi le rozaba el pecho -Sigo sin concebir, mi pequeña aprendiz, cómo has sido tan hereje de enamorarte de uno de ellos ¡De un vampiro!- se oyeron varios gritos, insultos y murmullos -A parte de ponerte en peligro enamorándote, nos pones en juego a nosotros ¡Trayéndole aquí!- tras sus palabras, trajeron a otra muchacha, vampiresa. Ambas se miraron durante unos momentos en silencio hasta que la aprendiz de Cazador empezó a llorar y a suplicar perdon... ¿Pero a quién de ambos? -Es un enorme dolor en mi corazón... un enorme dolor, Cora...- se arrodilló junto a la novata y le acarició los cabellos -Lo siento muchísimo...- el hombre la abrazó y se echó a llorar. No comprendí bien lo que pasaba ¿Hasta qué punto se implicaba con sus aprendices? Me hizo sentir orgulloso, pero extrañado. El joven que estaba a mi lado debió percatarse de mi expresión, porque me aclaró rápidamente que esa muchacha llamada Cora, que apenas tendría 18 años, era su hija -Irónico...- Mace la soltó y se puso en pie. Hubo un respetuoso silencio que agradeció inclinando la cabeza ante la multitiud de Cazadores y ordenó que pusieran fin a la traición.
Las Cazadoras que subieron a Cora a la plataforma desenvainaron sus sables de plata y los cruzaron en el aire, una frente a la otra. Me sentí nuevamente conmovido por ver un ritual tan antiguo, desde mi niñez. La Ejecución era uno de los más ceremoniosos, pues sea cual sea el motivo, una Ejecución muestra respeto, tanto por el Cazador que infringe la ley... como por la criatura capturada, tan fuerte y fiera que no murió en el combate -Adiós, hija mía...- las mujeres separaron el filo de los sables para volver a cruzarlos bajo el gaznate de la aprendiz que miró a su padre con ojos irritados mientras las lágrimas caían por sus mejillas -Quiero decir algo...- las ejecutoras asintieron tras mirar a Mace, que concedió permiso -Lo siento mucho, Hermanos...- el Gran Maestro se retorció las manos nervioso y la gente murmuraba sobre la pérdida que supondría su muerte, pues como su padre, era prometedora -...pero no me arrepiento de nada- aquellas últimas palabras, tan gélidas como la mirada que se formó en sus ojos negros como la noche, fueron seguidas por una sangre limpia y roja que se atravesó los maderos de la plataforma. La muchacha, degollada, cayó al suelo. -Como ves, amor mío, en esta cruel existencia... siempre perdemos a quien menos deseamos perder- la besé en la cabeza -Menos tú a mi- la tranquilicé.
No tardaron en hacer lo mismo con la vampiresa, pero no fueron tan corteses. Mace la odiaba con una antipatía tan visceral que él mismo empuñó ambos sables, colocándose tras la criatura al cruzar las hojas entre su cuello blanquecino. Ella dijo lo mismo que Cora, aseguró no arrepentirse. Una sombra de pesar asomó en el rostro del Gran Maestro -¿Realmente una criatura como tú puede amar? ¿Tenéis salvación de la espiral de destrucción en la que os sumís, maldito demonio?- la mujer fantasmagórica pero fascinantemente hermosa que tenía prendado a más de la mitad de los aprendices asintió, mientras una lágrima de sangre caía por su cara, mordiéndose los labios para no estallar en llanto. Aquella escena me chocó ¿Realmente... podían sentir algo más que no estuviera dentro del hedonismo? Miré a Helena dubitativo... ¿Qué estaría pensando ella? ¿Pensaría en su madre? ¿En su padre? La apegué a mi con más fuerza y cariño -En ocasiones, demonio, el amar no está ligado con luchar contra la adversidad. Dices amarla cuando por tu insistencia la ha llevado a morir. si realmente la querías, debías dejarla aquí, con sus hermanos, su padre... con quien realmente podría estar a salvo. Tú y solo tú eres la culpable de su muerte. Seas así juzgada por la pura plata- tiró de los sables para que ambos cortes, perfectamente limpios, dejaran la cabeza a punto de descolgarse del cuello. Ordenó ipso facto la evacuación de la sala y que se llevasen los cadáveres. Más tarde, nos vino a buscar.
Cuando compareció en el gran salón frente a Helena y a mi, parecía que nada de eso hubiese pasado. No mostraba tristeza ni pesar en su mirada. Se mantenía sonriente y apacible como le recordaba de cuando era un chiquillo inexperto a penas, él aún no era Gran Maestro en aquel entonces -¡Connor, viejo amigo!- me tendió una mano efusivamente y me azotó el hombro con amabilidad. Se interesó por Helena casi al instante, con la caballerosidad y el respeto que toda mujer merecía -Ella es Helena, mi amada acompañante- él se sorprendió -¿Amada? Kennway, te arriesgas al guiarte por tus emociones.- sonreí al mismo tiempo que él lo hacía -¿Lo dices tú?- su sonrisa mostró un poco del fantasma de la tristeza que intentaba ocultar. Era el líder de Nueva Orleans y debía mostrarse estóico. Su actuación de hacía unos minutos no haría más que realzar su poder y respeto sobre los demás, que le considerarían digno de ser quien era -¿Habeis presenciado...?- asentí, silencioso -De acuerdo, no quiero hablar de ello, porque supongo que habréis entendido por qué. No podemos permitir bajo ningún concepto que los vampiros seduzcan a un Cazador, sin excepciones. Si Helena es una de ellos, tendré que destriparte Connor- le di una palmada en el hombro -No tendrás ese placer- entre risas, nos llevó a una sala acondicionada para el entrenamiento exclusivamente, no como en Italia donde todo era una sola caverna enorme -Aquí estaremos a solas. Dime, mi hermano ¿Qué deseais?- me coloqué firme y serio como debía ante el Gran Maestro de una Sede -Entrenar a Helena, señor. Será mi aprendiz- la miró de arriba abajo y luego a mi -Es muy mayor, Kennway. Será muy difícil y al llevar una vida tan alejada de esta clase de entrenamientos, es muy posible que desfallezca por la falta de costumbre o que incluso huya de ti- miré a Helena -No huirá, Mace. Es un compromiso. Será mi aprendiz, la enseñaré yo y le procuraré todo lo que necesite. Es cabezota y orgullosa... y ha tenido experiencias muy desagradables con los vampiros. Te aseguro, amigo mío, que será tan digna como yo de empuñar un sable de plata- le miré a los ojos con intensidad y él me correspondió. Se pasó una mano por su cabeza calva, pensativo. La túnica marrón que vestía le hacía intimidante cuando nos volvió a tener presentes -Está bien. Os dispondremos las armas de entrenamiento y esta sala, podéis empezar ahora mismo, ya sabes Kennway que siempre han de estar preparados desde el momento en que empiezan a ser aprendices y aun más si ella ya ha tenido multiples contactos y sigue viva o no está esclavizada convertida en Ghoul- asentí y me incliné ante él -Ya has oido, preciosa- la animé -Prepárate- Mace señaló unas estanterías donde habían colgadas gran multitud de armas -Escoge la que quieras, todas están a tu disposición, muchacha. Además cámbiate, esa ropa te será incómoda- intervine -Creo que ella ya tiene una vestimenta ideal para ello- le guiñé el ojo a la hermosa acompañante que tenía, queriéndole indicar que era el mejor momento para vestir aquel uniforme.
Antes de marcharse Mace, me habló a solas mientras la chica se preparaba -Muy guapa, Connor, espero que puedas cuidarla...- le miré con tristeza -Siento lo de Aveline, Mace. Yo también espero cuidarla como se merece- Mace miró a Helena en la distancia -Primero Aveline me fue arrebatada por un Licántropo, Cora por la maldita atracción vampírica... ¿Qué me queda, Connor? ¿Qué me impulsa a vestir esta túnica, empuñar la espada de plata de los ancestros...?- le puse una mano en el hombro -La memoria de tu mujer y tu hija, Mace. Que sus muertes no sean en vano- me escrutó extrañado -Has cambiado, Connor Kennway. Te siento más humanizado que de costumbre, por lo general ni siquiera me tocarías- sonreí -Supongo que el afecto, el amor, nos hace personas- asintió lentamente-Y que la ira no te convierta en el mismo demonio que intentas exterminar...- dijo en voz baja, como si recitara de memoria. Esa fue una frase que antaño me dijo, cuando era joven y casi inexperto, cuando llevaba la semilla del odio más intenso en mi alma contra las criaturas, que me llevaba a ser demasiado temerario y despreocupado por mi estado de salud si significaba asesinar a uno de ellos. Mace comprendió entonces lo que quise decirle con esa frase y se marchó triste, pero en la comisura de sus labios se asomaba una pequeña sonrisa. Necesitaba estar a solas para reflexionar, llorar a su pequeña y a su mujer a la que aún estimaba y añoraba... y yo debía centrarme en lo único que tenía en esta vida, en Helena, protegerla... y ayudarla -Muy bien, madame...- me acerqué a ella y desenvainé mi sable de plata -¿Bailamos un vals?- sonreí pícaro -¡En garde!-
Connor Kennway- Cazador Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Nueva Orleans - El principio del fin.
Viajamos durante días en aquel pequeño buque mercante con dirección a un nuevo y desconocido continente para mí. Aunque largo fue el tiempo, quedó bastante ameno con la compañía de Connor, mi pareja. Me había maldecido mil y una veces por ser tan estúpida a temer confesarle mi amor, pues de haberlo hecho con mas anterioridad, podría haber disfrutado de su amor, de sus caricias, de sus besos mucho antes. Pasábamos los días juntos, sin separarnos; dormíamos en la misma cama incluso, abrazados, aunque sin llegar a más, casi como si de un matrimonio se tratase. Solo esperaba que los que nos rodeaban a cada momento no se percatasen de que en realidad no lo éramos, pues en otras circunstancias, hubiese mordido mi labio inferior para ser paciente y esperar a que la relación fuese oficialmente estable, pero en la situación en la que nos encontrábamos…que más daba, sólo quería estar con él.
En resumen, viajamos durante casi mes y medio hasta llegar a Nueva Orleans, donde la seguridad nuestra se acrecentaría por la presencia de multitud de cazadores, y donde podría tomarme un tiempo para saber defenderme de lo que pronto se nos echaría encima. Ni que decir tiene, que quedé gratamente sorprendida por el aspecto y el ambiente de aquella ciudad. No tenía nada que ver con las otras ciudades que había visitado anteriormente. Aunque se tratase de una colonia francesa donde con mi idioma podría manejarme sin problemas, no tenía nada que ver con Francia. Me era extraño ver a tanta gente de color conviviendo con otros tantos como yo, y en ellos, la diferencia de clases era bastante más acentuada. Por lo que podía observar, los colonos se ganaban la vida de la servidumbre de franceses o americanos, como músicos de calle o taberneros en el mejor de los casos, pues de no ser eso, se veían sujetos a trabajar como curanderos callejeros e incluso brujos o ladrones. Pero lo mejor de todo sin duda, era aquel ambiente familiar y embriagador de los que allí habitaban. Alegres, felices… era un lugar perfecto para vivir, donde en mis sueños deseaba vivir. Por desgracia, mi deseo a contemplarlo todo duró poco. Nada más llegar nos dirigimos hacia la sede de cazadores del lugar. Esta tenía mucho mejor aspecto que la anterior, sin duda alguna. Era más grande y espaciosa, y estaba dividida por enormes salas con distintas funciones. Nada mas entrar le indicaron a Connor que debía asistir a una especie de reunión en una de las salas, la cual me sorprendió. Como centro tenía una especie de plataforma de ahorcamientos, estaba rodeada de gente y había tres personas encima de la misma. -¿Qué van a hacer con ella?- pregunté al hombre cuando pude observar a una mujer con rostro apenado. Él me avisó de que no me gustaría lo que iba a ver, me tomó por la cintura y me acarició con su mano la misma de arriba abajo, pasando sus manos por zonas que empezaban a procurarme una especie de escalofrío caluroso a su contacto.
Y como temí, ante mis ojos se estaba pronunciando una especie de juzgamiento en público. Al parecer, una cazadora se había enamorado de una vampira, seguramente debido a aquellos encantos que emanaban los de su especie. Aquello me hizo pensar en si mi madre había sido absorbida por ellos y por eso se comporta así, que quizá la estuviesen manejando en contra de su voluntad o… no, no podía tenerle pena después de lo que había hecho. El caso, es que aquel hombre de presencia estaba juzgando a su propia hija, era su hija quien se había enamorado -¿La va a matar? Pero si es su hija…- susurré. Apenas me dio tiempo a captar la atención del hombre, las espadas se cruzaron por encima del cuello de la chica, quien confesó no arrepentirse de nada, y ambas cayeron sobre su cuello. Aquello lo supuse, pues no lo vi, cerré los ojos y volví mi rostro, no era capaz de presenciar aquello. Ejecutaron también a la vampira que se había también enamorado de la muchacha, y tras ello, la sala se despejó.
Un poco mas tarde, el hombre que acababa de ejecutar a su propia hija se acercó a nosotros. Era increíble que pudiese estar sonriente tras lo que acababa de hacer. Comprendía que aquello era un peligro, que una vampira sabía donde se encontraban los cazadores y que la muchacha había sido capaz de traicionarlos a todos, pero, ¿Por qué no derramaba lágrima alguna tras asesinar a su hija sin desearlo? Por lo visto, aquel hombre y Connor se conocía, pues mantuvieron tras un saludo amistoso, una conversación en la que me presentó. Hice un gesto con la cabeza, típica de presentaciones. Aunque en tono un tanto burlón, poco tardó en salir a la conversación el peligro que conllevaba que Connor se hubiese enamorado de mi y que estuviésemos juntos. Me ofendí un poco, por si intentaba convencerle de que se alejase de mi; y después me entristecí, porque si corríamos peligro sin necesidad de estar juntos, ahora que lo estábamos, a saber. Connor confesó a Mace sus intenciones de instruirme, y el hombre aceptó. Seguidamente, me cedieron una especie de estantería que había en la sala para elegir arma. La miré de reojo y suspiré. No entendía de armas, ni de luchas, ni de defensas… y encima, tenía que vestirme nuevamente con aquellos ropajes tan ligeros y provocativos -¿En serio tengo que volver a ponérmelos?- dije con pesadez, pues aquella camisa sin ropa interior era el mas claro ejemplo de vulnerabilidad que había visto en mi desde hacía tiempo. Por el guiño de mi pareja, comprendí que no me quedaba más remedio. Me alejé un tanto hasta colocarme tras unos biombos que servían para cambiarse. Saqué de mi bolsa aquellos ropajes y me los coloqué tan rápido como pude, para después aparecer un tanto avergonzada a elegir armas. Quedé mirando la estantería justo a sus pies. No me gustaban nada aquellas armas. Todas eran grandes, pesadas o de recarga, y si tenía que elegir, quería algo ligero, pequeño, poco pesado, manejable… dagas. Encontré un par de dagas con la empuñadura de color carmesí que me llamaron la atención. Las tomé y comprobé el peso. –Creo que… prefiero estas- dije, percatándome al momento de que Mace había desaparecido. Connor se acercó y desenvainó su espada, sugiriéndome juguetón que comenzásemos. -¿Ya? ¿Ahora?- comenté sorprendida, pues no me hacía gracia alguna tener que hacer eso contra él –No se si voy a saber ¿No se enseña antes como empuñar las armas? ¿Cómo moverse? ¿Cómo defenderse?- pregunté nerviosa, aunque inconscientemente, las estaba empuñando de lujo. Finalmente, acabamos intentando hacer una especie de lucha ligera entre nosotros dos. Por supuesto que tropecé una y mil veces, que caí sobre él e incluso me hice daño, que me sulfuré y que me dieron ganas de renunciar, pero fue todo mucho mas entretenido de lo que imaginé, pues entre estocadas y defensas, jugueteábamos entre nosotros. Caí tantas veces sobre él y nos apegábamos tanto de formas provocativas que tuve tentación de besarle y de desear que estuviésemos solos.
Estaba empezando a anochecer cuando decidimos marcharnos del lugar. Antes de marcharnos, me dirigí hacia el hombre y sin previo aviso le quité con delicadeza su gabardina para ponérmela yo – No pienso salir así- comenté risueña. Caminamos en busca de un sitio donde hospedarnos –Deberíamos elegir bien esta vez… mucho me temo que vamos a estar aquí bastante tiempo- dije, reflexionando, pues eligiésemos el hotel que eligiésemos, iba a convertirse en nuestra ‘’casa’’ por un tiempo. Acabamos dando una especie de paseo, apegados el uno al otro y conversando entre risas, por la ciudad con el que quedé nuevamente obnubilada por su belleza –Nueva Orleans es un lugar precioso. Parece idóneo para… tener una familia- comenté, haciéndole recordar mi confesión sobre desear echar raíces en un lugar como aquel. Todo lo que observaba era a gente feliz, risueña, se oía música de vez en cuando y lo mejor todo, era sorprendente el trato cordial que existía entre todas las personas. Acabamos decantándonos por un hotel céntrico, a pie del río Missisipi. Esperé que Connor registrase nuestra estancia en el hotel para subir juntos a la habitación que se nos había asignado.
La habitación resultó ser bastante más grande de lo que esperaba. Tenía una habitación para baños y otra para descansar. Todo decorado de un color rojizo a conjunto con el color caoba de la madera de cada mueble. La cama de matrimonio era mas grande y aparentemente mucho mas cómoda que la del barco, además, a los lados había un par de mesitas de noche con lámparas que estaban encendidas. Lo mejor de todo era el pequeño balcón que quedaba al fondo de la sala, en el que me asomé nada mas llegar para contemplar el río y las luces de la ciudad – La verdad es que podría quedarme aquí bastante tiempo- comenté acariciándome los brazos sin dejar de contemplar aquel paisaje. Acabé sintiendo frío y me alejé del balcón para cerrar las ventanas. Estaba bastante cansada, por lo que decidí ponerme cómoda. Coloqué la bolsa y las armas sobre una mesa. Dejé la gabardina de Connor sobre un sillón, y sobre la misma, coloqué el chaleco que terminé por desabrocharme y quitarme, quedando solo con aquella camisa tan escotada. Me senté en la cama, me quité los zapatos y después las medias, bastante despacio. Sería la primera vez que el hombre me vería con tan pocas telas, la primera vez que vería casi la totalidad de mis piernas a causa de aquel pantalón tan corto – No se tu, pero mi cuerpo me pide a gritos descansar ya- comenté mientras me arrojaba hacia detrás para recostarme, bostezando levemente, para después apagar la lámpara de mi lado y que quedásemos en un ambiente creado por la única lampara encendida que quedó en la habitación, la de Connor. Obvié todo lo que el hombre estuviese haciendo para recordar todo lo que había sucedido en el día, todo lo que había pensado sobre los acontecimientos, sobre mi madre, sobre nosotros, y un sentimiento de culpa invadió mi cuerpo – Connor… ¿Te estoy poniendo aún más en peligro?- pregunté mientras miraba al techo, para después dirigirle mi mirada llevándome una mano a los cabellos, para llevarlos hacia atrás –Me dijiste una vez… que supone un peligro importante que un cazador se enamore de otra persona. Se que estoy poniéndote en peligro desde que nos conocimos pero… jamás, jamás vayas a dar tu vida por mi, te lo ruego. No quiero separarme de ti, porque te amo y moriría si algo te ocurriese, no sería capaz de vivir sin ti. Desearía… poder escaparnos, vivir una vida normal, hacer nuestra vida, hacer…todo contigo, sin preocupaciones… pero no se lo que nos ocurrirá mañana. No se si cuando despierte tu ya no estarás y eso me provoca un pánico indescriptible cada día. Y te suplico, que no te pongas más en peligro de lo que ya estas, por favor-
En resumen, viajamos durante casi mes y medio hasta llegar a Nueva Orleans, donde la seguridad nuestra se acrecentaría por la presencia de multitud de cazadores, y donde podría tomarme un tiempo para saber defenderme de lo que pronto se nos echaría encima. Ni que decir tiene, que quedé gratamente sorprendida por el aspecto y el ambiente de aquella ciudad. No tenía nada que ver con las otras ciudades que había visitado anteriormente. Aunque se tratase de una colonia francesa donde con mi idioma podría manejarme sin problemas, no tenía nada que ver con Francia. Me era extraño ver a tanta gente de color conviviendo con otros tantos como yo, y en ellos, la diferencia de clases era bastante más acentuada. Por lo que podía observar, los colonos se ganaban la vida de la servidumbre de franceses o americanos, como músicos de calle o taberneros en el mejor de los casos, pues de no ser eso, se veían sujetos a trabajar como curanderos callejeros e incluso brujos o ladrones. Pero lo mejor de todo sin duda, era aquel ambiente familiar y embriagador de los que allí habitaban. Alegres, felices… era un lugar perfecto para vivir, donde en mis sueños deseaba vivir. Por desgracia, mi deseo a contemplarlo todo duró poco. Nada más llegar nos dirigimos hacia la sede de cazadores del lugar. Esta tenía mucho mejor aspecto que la anterior, sin duda alguna. Era más grande y espaciosa, y estaba dividida por enormes salas con distintas funciones. Nada mas entrar le indicaron a Connor que debía asistir a una especie de reunión en una de las salas, la cual me sorprendió. Como centro tenía una especie de plataforma de ahorcamientos, estaba rodeada de gente y había tres personas encima de la misma. -¿Qué van a hacer con ella?- pregunté al hombre cuando pude observar a una mujer con rostro apenado. Él me avisó de que no me gustaría lo que iba a ver, me tomó por la cintura y me acarició con su mano la misma de arriba abajo, pasando sus manos por zonas que empezaban a procurarme una especie de escalofrío caluroso a su contacto.
Y como temí, ante mis ojos se estaba pronunciando una especie de juzgamiento en público. Al parecer, una cazadora se había enamorado de una vampira, seguramente debido a aquellos encantos que emanaban los de su especie. Aquello me hizo pensar en si mi madre había sido absorbida por ellos y por eso se comporta así, que quizá la estuviesen manejando en contra de su voluntad o… no, no podía tenerle pena después de lo que había hecho. El caso, es que aquel hombre de presencia estaba juzgando a su propia hija, era su hija quien se había enamorado -¿La va a matar? Pero si es su hija…- susurré. Apenas me dio tiempo a captar la atención del hombre, las espadas se cruzaron por encima del cuello de la chica, quien confesó no arrepentirse de nada, y ambas cayeron sobre su cuello. Aquello lo supuse, pues no lo vi, cerré los ojos y volví mi rostro, no era capaz de presenciar aquello. Ejecutaron también a la vampira que se había también enamorado de la muchacha, y tras ello, la sala se despejó.
Un poco mas tarde, el hombre que acababa de ejecutar a su propia hija se acercó a nosotros. Era increíble que pudiese estar sonriente tras lo que acababa de hacer. Comprendía que aquello era un peligro, que una vampira sabía donde se encontraban los cazadores y que la muchacha había sido capaz de traicionarlos a todos, pero, ¿Por qué no derramaba lágrima alguna tras asesinar a su hija sin desearlo? Por lo visto, aquel hombre y Connor se conocía, pues mantuvieron tras un saludo amistoso, una conversación en la que me presentó. Hice un gesto con la cabeza, típica de presentaciones. Aunque en tono un tanto burlón, poco tardó en salir a la conversación el peligro que conllevaba que Connor se hubiese enamorado de mi y que estuviésemos juntos. Me ofendí un poco, por si intentaba convencerle de que se alejase de mi; y después me entristecí, porque si corríamos peligro sin necesidad de estar juntos, ahora que lo estábamos, a saber. Connor confesó a Mace sus intenciones de instruirme, y el hombre aceptó. Seguidamente, me cedieron una especie de estantería que había en la sala para elegir arma. La miré de reojo y suspiré. No entendía de armas, ni de luchas, ni de defensas… y encima, tenía que vestirme nuevamente con aquellos ropajes tan ligeros y provocativos -¿En serio tengo que volver a ponérmelos?- dije con pesadez, pues aquella camisa sin ropa interior era el mas claro ejemplo de vulnerabilidad que había visto en mi desde hacía tiempo. Por el guiño de mi pareja, comprendí que no me quedaba más remedio. Me alejé un tanto hasta colocarme tras unos biombos que servían para cambiarse. Saqué de mi bolsa aquellos ropajes y me los coloqué tan rápido como pude, para después aparecer un tanto avergonzada a elegir armas. Quedé mirando la estantería justo a sus pies. No me gustaban nada aquellas armas. Todas eran grandes, pesadas o de recarga, y si tenía que elegir, quería algo ligero, pequeño, poco pesado, manejable… dagas. Encontré un par de dagas con la empuñadura de color carmesí que me llamaron la atención. Las tomé y comprobé el peso. –Creo que… prefiero estas- dije, percatándome al momento de que Mace había desaparecido. Connor se acercó y desenvainó su espada, sugiriéndome juguetón que comenzásemos. -¿Ya? ¿Ahora?- comenté sorprendida, pues no me hacía gracia alguna tener que hacer eso contra él –No se si voy a saber ¿No se enseña antes como empuñar las armas? ¿Cómo moverse? ¿Cómo defenderse?- pregunté nerviosa, aunque inconscientemente, las estaba empuñando de lujo. Finalmente, acabamos intentando hacer una especie de lucha ligera entre nosotros dos. Por supuesto que tropecé una y mil veces, que caí sobre él e incluso me hice daño, que me sulfuré y que me dieron ganas de renunciar, pero fue todo mucho mas entretenido de lo que imaginé, pues entre estocadas y defensas, jugueteábamos entre nosotros. Caí tantas veces sobre él y nos apegábamos tanto de formas provocativas que tuve tentación de besarle y de desear que estuviésemos solos.
Estaba empezando a anochecer cuando decidimos marcharnos del lugar. Antes de marcharnos, me dirigí hacia el hombre y sin previo aviso le quité con delicadeza su gabardina para ponérmela yo – No pienso salir así- comenté risueña. Caminamos en busca de un sitio donde hospedarnos –Deberíamos elegir bien esta vez… mucho me temo que vamos a estar aquí bastante tiempo- dije, reflexionando, pues eligiésemos el hotel que eligiésemos, iba a convertirse en nuestra ‘’casa’’ por un tiempo. Acabamos dando una especie de paseo, apegados el uno al otro y conversando entre risas, por la ciudad con el que quedé nuevamente obnubilada por su belleza –Nueva Orleans es un lugar precioso. Parece idóneo para… tener una familia- comenté, haciéndole recordar mi confesión sobre desear echar raíces en un lugar como aquel. Todo lo que observaba era a gente feliz, risueña, se oía música de vez en cuando y lo mejor todo, era sorprendente el trato cordial que existía entre todas las personas. Acabamos decantándonos por un hotel céntrico, a pie del río Missisipi. Esperé que Connor registrase nuestra estancia en el hotel para subir juntos a la habitación que se nos había asignado.
La habitación resultó ser bastante más grande de lo que esperaba. Tenía una habitación para baños y otra para descansar. Todo decorado de un color rojizo a conjunto con el color caoba de la madera de cada mueble. La cama de matrimonio era mas grande y aparentemente mucho mas cómoda que la del barco, además, a los lados había un par de mesitas de noche con lámparas que estaban encendidas. Lo mejor de todo era el pequeño balcón que quedaba al fondo de la sala, en el que me asomé nada mas llegar para contemplar el río y las luces de la ciudad – La verdad es que podría quedarme aquí bastante tiempo- comenté acariciándome los brazos sin dejar de contemplar aquel paisaje. Acabé sintiendo frío y me alejé del balcón para cerrar las ventanas. Estaba bastante cansada, por lo que decidí ponerme cómoda. Coloqué la bolsa y las armas sobre una mesa. Dejé la gabardina de Connor sobre un sillón, y sobre la misma, coloqué el chaleco que terminé por desabrocharme y quitarme, quedando solo con aquella camisa tan escotada. Me senté en la cama, me quité los zapatos y después las medias, bastante despacio. Sería la primera vez que el hombre me vería con tan pocas telas, la primera vez que vería casi la totalidad de mis piernas a causa de aquel pantalón tan corto – No se tu, pero mi cuerpo me pide a gritos descansar ya- comenté mientras me arrojaba hacia detrás para recostarme, bostezando levemente, para después apagar la lámpara de mi lado y que quedásemos en un ambiente creado por la única lampara encendida que quedó en la habitación, la de Connor. Obvié todo lo que el hombre estuviese haciendo para recordar todo lo que había sucedido en el día, todo lo que había pensado sobre los acontecimientos, sobre mi madre, sobre nosotros, y un sentimiento de culpa invadió mi cuerpo – Connor… ¿Te estoy poniendo aún más en peligro?- pregunté mientras miraba al techo, para después dirigirle mi mirada llevándome una mano a los cabellos, para llevarlos hacia atrás –Me dijiste una vez… que supone un peligro importante que un cazador se enamore de otra persona. Se que estoy poniéndote en peligro desde que nos conocimos pero… jamás, jamás vayas a dar tu vida por mi, te lo ruego. No quiero separarme de ti, porque te amo y moriría si algo te ocurriese, no sería capaz de vivir sin ti. Desearía… poder escaparnos, vivir una vida normal, hacer nuestra vida, hacer…todo contigo, sin preocupaciones… pero no se lo que nos ocurrirá mañana. No se si cuando despierte tu ya no estarás y eso me provoca un pánico indescriptible cada día. Y te suplico, que no te pongas más en peligro de lo que ya estas, por favor-
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
- Mensajes : 57
Fecha de inscripción : 17/11/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Nueva Orleans - El principio del fin.
Tras sorprenderse a primeras instancias, Helena aceptó el comienzo de su entrenamiento. No muy contenta por repetir aquellas prendas de ropa, que si bien tenía razón en lo "ligeras" que eran, se percataría más adelante de lo útiles que resultan a la hora de moverse. La de los hombres también eran ligeras, pero en mi caso yo escogí la gabardina de cuero para encubrir mis armas.
Desde un principio la muchacha blandió con maestría sus armas a pesar de algún que otro tropezón y fallo constante. El simple hecho de que supiera empuñarlas era ya una ventaja, pero le quedaba mucho por aprender. Del entrenamiento pasamos prácticamente a juguetear en un ir y venir incesante que, por ser la primera vez, se lo pude permitir sin la menor queja. A fin de cuentas, yo también me divertí.
Cuando terminamos tras una buena sesión, entre risas, salimos del complejo recinto para buscar algún lugar donde hospedarnos. Helena se agenció mi abrigo alegando que no podía salir así, cosa que le concedí.
Paseamos durante un rato por toda Nueva Orleans, muy apegados, agarrados del brazo. La ciudad era bellísima y a pesar de todo, los lugareños, a su modo, denotaban cierta alegría que animaba la estadía en las calles humedas del crepúsculo de Louisiana -Ciertamente es bello, querida, pero no todo es alegría. Es segura, está completamente protegida por todos los Cazadores del lugar, que son muchos, pero hay un peligro que a mi punto de vista supera todo eso- recorrí las calles con los ojos -Los humanos- comenté con asco, recordando barbaridades vistas y leidas de historias pasadas para con los inmigrantes o esclavos. Ello había llevado a más de un centenar de personas a adentrarse en sendas oscuras como el vudú y la magia negra, siendo más difíciles de identificar por los Cazadores que como un vampiro o licántropo -Es mejor que no nos fiemos del todo de nadie, ni de blancos ni negros... ni de Cazadores. Solo fiate de mi y yo solo me fiaré de ti y de Mace mientras no ocurra nada extraño- el camino prosiguió hasta que llegamos por fin a un hotel donde poder asentarnos y prepararnos para pasar la noche y los días que tuviesen por venir, que serían varios debido a Helena, algo lógico.
Registré una habitación para ambos, pues ya habiamos compartido camarote en el barco de vuelta y también en Roma antes de la traición de la Sede local, además de todas las noches en los carruajes. El recepcionista fue muy amable y todo estaba decorado de una forma que cualquiera diría sobre la pobreza que muchos vivían por allí, aunque eran ellos, los de la clase más baja, los que tenían la sonrisa más pura y verdadera. La habitación resultó ser magnífica para no haber costado un dineral, por lo que no tardamos en acomodarnos. Helena disfrutó de unas vistas en el balcón antes de entrar debido al frío que empezaba a recorrer las callejuelas del lugar -Me alegra saber que te gusta... pues sí que será bastante tiempo- esbocé una sonrisa, dándole la espalda, acomodando mi "maleta", organizando mis armas y dejándolas con acceso fácil por lo que pudiese pasar, aunque no a la vista del personal del hotel.
Cuando me giré, observé embobado como la chica se desnudaba lentamente, aunque no mostraba totalmente sus virtudes. Me hipnotizó su cuerpo cuasi desnudo en comparación con la ingente cantidad de mujeres que se veían por la calle. Incluso las Cazadoras en sí vestían más ropa, puesto que ella se había desecho del chaleco y las medias. Se tumbó y comenzó a hablar, preocupada por mi -¿Quién no está en peligro, Helena?- le tendí la mano y la ayudé a levantarse para mirar con ella nuevamente por la ventana, pero sin salir al balcón -Cruzando ese río comienzan los peligros y las pesadillas. Observan la ciudad durante la noche y buscan formas de penetrar en ella, de romper nuestras defensas. Más allá de los mares que nos distancian existen personas enamoradas que viven un peligro mayor del que yo vivo- la abracé desde atrás, hablándole directamente al oido, con mi cabeza ligeramente apoyada en la suya. No pude evitar la tentación de dejar que mis manos se deslizaran hacia su pecho -Si no puedes tolerar la idea de que algo me ocurriera, menos puedo soportar la tortura de tenerte junto a mi y no sentirte antes de morir. No me iré al amanecer, no desapareceré de tu vida sin combatir con uñas y dientes. Te amo tanto como tú a mi... y nuestro tiempo va a contra reloj- tomé las prendas que se abrían mostrando su escote y tiré de ellas para desnudar su torso -No moriré mientras sigas viva y no moriré sin poseerte al menos una vez...- mordí su cuello con fiereza pero con suavidad, sin herirla. Arranqué con pasión toda ropa que la vistiese de cintura para arribe y aferré sus senos con lujuria -Guarda las palabras mi amor... la tristeza, el miedo, es algo que no caben en esta habitación ahora mismo- susurré mientras llevaba una mano a su cuello, acariciándolo mientras masajeaba su pecho con firmeza. La giré con rapidez y besé sus labios con intensidad, jugando con su lengua en un duelo tan vivo y pícaro como el que vivimos en la sala de entrenamiento.
No le dejé opción de rebatirse, pero tampoco pensaba que opusiera objeción. Olía bien, sabía bien... y yo no sabía qué estaba haciendo. Me sentía movido por el impulso de un animal, me sentí vampiro, me sentí licántropo, me sentí el peor de los monstruos... me sentí humano, me sentí vivo. Me deshice yo mismo de mi camisa, arrojándola al suelo, sin dejar de besarla. La despojé de aquellos pantalones que tanto me habían provocado y llevado por la corriente de besos y el roce de su pecho contra el mio, me arrebaté los mios. Paré y la miré a los ojos cuando prácticamente estabamos desnudos, acaricié sus mejillas, besé su hermosa nariz suavemente, la tomé de la cintura y la posé en la cama con suavidad, sentada. Me dirigí hacia ella y besándola nuevamente, inmerso en su boca de miel, la tumbé y yací sobre ella.
Me mantuve firme y sumido en el torrente de pasión, rozaba mi cuerpo con el suyo en lo que parecían ser combulsiones que movían mi cuerpo sin yo darme cuenta. Me provocaba placer, me invadía el corazón una sensación gozosa que me hacía delirar. Surcaba sus caderas, sus piernas, sus pechos con mis manos, no dejaba un recodo de su cuerpo sin tocar, disfruté cada milímetro de su piel y me enredé con sus cabellos hasta que, tan inexperto como ella, pero no por ello ignorante o estúpido.
La miré a los ojos durante unos instantes de silencio quebrado por el jadeo suave del calor y el pequeño cansancio que provocaba el corazón acelerado. Susurré en voz baja un te amo y mis ojos reflejaron en ellos mil palabras de sensaciones indescriptibles cuando, finalmente, rompí nuestras defensas y me interné en su cuerpo, sintiendo una satisfacción y un placer indescriptibles, que nunca antes había imaginado ni me había atraido.
Dudando sobre la práctica y obviando la teoría, mantuve un ritmo muy suave sin dejar de besarla. Al unísono mantuve nuestros gemidos, marcado por el ritmo de nuestros cuerpos. Me sentí arder, como si me hubiesen arrojado en un estanque de agua hervida y burbujeante y poco a poco, acelerado por mi pulso cardíaco, avanzaba la velocidad del vaivén de mi cuerpo, aumentando el placer, el cansancio y mi necesidad de ella, cada vez más, hasta sentir estallar mi corazón. Olvidé cómo se pensaba, olvidé cómo se recordaba incluso olvidé cómo se olvidaba. Solamente ella, Helena, rondaba mi mente. No importaba nada, no importaba el dinero, ni la salud de las personas, no importaba el mundo ni tan siquiera importaba el por qué estábamos allí en Nueva Orleans. No me importaba si alguien escuchaba mi voz alzándose cada vez que mi cuerpo se fundía con el de Helena al entrar en ella... solo quería estar con ella, seguir haciéndole el amor, seguir besándola, seguir acariciando su cuerpo, mordiendo sus senos, desfilar por sus caderas... toda una espiral de emociones que me provocaban la agonía de sentir que todo ello debía acabar de forma pronta cuando me sentí encogido, empequeñecido.
Me vi obligando a girarme y posarla sobre mi regazo. Me erguí y me senté, estando bajo ella. Aferré su cintura y con la otra gozaba de sus pechos, que tanto me atraían, que tanto me encendían, desgastando sus labios con los mios, pues no podía dejar de besarla aunque quisiera. Apretaba sus curvas con fuerza y firmeza, mordía su boca con ardor... y con una potencia especial cuando sentí fluir en mi la sensación más deseada por el cuerpo humano, estallé en felicidad, en cansancio y en placer cuando culminé, llegando al climax en ella, sintiendo el calor de mi corazón vaciarse por mis venas y marchar por mi entrepierna -No puedo abandonarte ni dejarte sola, Helena...- besé su frente y la miré a los ojos, cansado, con un sueño que nunca antes me pesó en los párpados -Te amo- sonreí
Desde un principio la muchacha blandió con maestría sus armas a pesar de algún que otro tropezón y fallo constante. El simple hecho de que supiera empuñarlas era ya una ventaja, pero le quedaba mucho por aprender. Del entrenamiento pasamos prácticamente a juguetear en un ir y venir incesante que, por ser la primera vez, se lo pude permitir sin la menor queja. A fin de cuentas, yo también me divertí.
Cuando terminamos tras una buena sesión, entre risas, salimos del complejo recinto para buscar algún lugar donde hospedarnos. Helena se agenció mi abrigo alegando que no podía salir así, cosa que le concedí.
Paseamos durante un rato por toda Nueva Orleans, muy apegados, agarrados del brazo. La ciudad era bellísima y a pesar de todo, los lugareños, a su modo, denotaban cierta alegría que animaba la estadía en las calles humedas del crepúsculo de Louisiana -Ciertamente es bello, querida, pero no todo es alegría. Es segura, está completamente protegida por todos los Cazadores del lugar, que son muchos, pero hay un peligro que a mi punto de vista supera todo eso- recorrí las calles con los ojos -Los humanos- comenté con asco, recordando barbaridades vistas y leidas de historias pasadas para con los inmigrantes o esclavos. Ello había llevado a más de un centenar de personas a adentrarse en sendas oscuras como el vudú y la magia negra, siendo más difíciles de identificar por los Cazadores que como un vampiro o licántropo -Es mejor que no nos fiemos del todo de nadie, ni de blancos ni negros... ni de Cazadores. Solo fiate de mi y yo solo me fiaré de ti y de Mace mientras no ocurra nada extraño- el camino prosiguió hasta que llegamos por fin a un hotel donde poder asentarnos y prepararnos para pasar la noche y los días que tuviesen por venir, que serían varios debido a Helena, algo lógico.
Registré una habitación para ambos, pues ya habiamos compartido camarote en el barco de vuelta y también en Roma antes de la traición de la Sede local, además de todas las noches en los carruajes. El recepcionista fue muy amable y todo estaba decorado de una forma que cualquiera diría sobre la pobreza que muchos vivían por allí, aunque eran ellos, los de la clase más baja, los que tenían la sonrisa más pura y verdadera. La habitación resultó ser magnífica para no haber costado un dineral, por lo que no tardamos en acomodarnos. Helena disfrutó de unas vistas en el balcón antes de entrar debido al frío que empezaba a recorrer las callejuelas del lugar -Me alegra saber que te gusta... pues sí que será bastante tiempo- esbocé una sonrisa, dándole la espalda, acomodando mi "maleta", organizando mis armas y dejándolas con acceso fácil por lo que pudiese pasar, aunque no a la vista del personal del hotel.
Cuando me giré, observé embobado como la chica se desnudaba lentamente, aunque no mostraba totalmente sus virtudes. Me hipnotizó su cuerpo cuasi desnudo en comparación con la ingente cantidad de mujeres que se veían por la calle. Incluso las Cazadoras en sí vestían más ropa, puesto que ella se había desecho del chaleco y las medias. Se tumbó y comenzó a hablar, preocupada por mi -¿Quién no está en peligro, Helena?- le tendí la mano y la ayudé a levantarse para mirar con ella nuevamente por la ventana, pero sin salir al balcón -Cruzando ese río comienzan los peligros y las pesadillas. Observan la ciudad durante la noche y buscan formas de penetrar en ella, de romper nuestras defensas. Más allá de los mares que nos distancian existen personas enamoradas que viven un peligro mayor del que yo vivo- la abracé desde atrás, hablándole directamente al oido, con mi cabeza ligeramente apoyada en la suya. No pude evitar la tentación de dejar que mis manos se deslizaran hacia su pecho -Si no puedes tolerar la idea de que algo me ocurriera, menos puedo soportar la tortura de tenerte junto a mi y no sentirte antes de morir. No me iré al amanecer, no desapareceré de tu vida sin combatir con uñas y dientes. Te amo tanto como tú a mi... y nuestro tiempo va a contra reloj- tomé las prendas que se abrían mostrando su escote y tiré de ellas para desnudar su torso -No moriré mientras sigas viva y no moriré sin poseerte al menos una vez...- mordí su cuello con fiereza pero con suavidad, sin herirla. Arranqué con pasión toda ropa que la vistiese de cintura para arribe y aferré sus senos con lujuria -Guarda las palabras mi amor... la tristeza, el miedo, es algo que no caben en esta habitación ahora mismo- susurré mientras llevaba una mano a su cuello, acariciándolo mientras masajeaba su pecho con firmeza. La giré con rapidez y besé sus labios con intensidad, jugando con su lengua en un duelo tan vivo y pícaro como el que vivimos en la sala de entrenamiento.
No le dejé opción de rebatirse, pero tampoco pensaba que opusiera objeción. Olía bien, sabía bien... y yo no sabía qué estaba haciendo. Me sentía movido por el impulso de un animal, me sentí vampiro, me sentí licántropo, me sentí el peor de los monstruos... me sentí humano, me sentí vivo. Me deshice yo mismo de mi camisa, arrojándola al suelo, sin dejar de besarla. La despojé de aquellos pantalones que tanto me habían provocado y llevado por la corriente de besos y el roce de su pecho contra el mio, me arrebaté los mios. Paré y la miré a los ojos cuando prácticamente estabamos desnudos, acaricié sus mejillas, besé su hermosa nariz suavemente, la tomé de la cintura y la posé en la cama con suavidad, sentada. Me dirigí hacia ella y besándola nuevamente, inmerso en su boca de miel, la tumbé y yací sobre ella.
Me mantuve firme y sumido en el torrente de pasión, rozaba mi cuerpo con el suyo en lo que parecían ser combulsiones que movían mi cuerpo sin yo darme cuenta. Me provocaba placer, me invadía el corazón una sensación gozosa que me hacía delirar. Surcaba sus caderas, sus piernas, sus pechos con mis manos, no dejaba un recodo de su cuerpo sin tocar, disfruté cada milímetro de su piel y me enredé con sus cabellos hasta que, tan inexperto como ella, pero no por ello ignorante o estúpido.
La miré a los ojos durante unos instantes de silencio quebrado por el jadeo suave del calor y el pequeño cansancio que provocaba el corazón acelerado. Susurré en voz baja un te amo y mis ojos reflejaron en ellos mil palabras de sensaciones indescriptibles cuando, finalmente, rompí nuestras defensas y me interné en su cuerpo, sintiendo una satisfacción y un placer indescriptibles, que nunca antes había imaginado ni me había atraido.
Dudando sobre la práctica y obviando la teoría, mantuve un ritmo muy suave sin dejar de besarla. Al unísono mantuve nuestros gemidos, marcado por el ritmo de nuestros cuerpos. Me sentí arder, como si me hubiesen arrojado en un estanque de agua hervida y burbujeante y poco a poco, acelerado por mi pulso cardíaco, avanzaba la velocidad del vaivén de mi cuerpo, aumentando el placer, el cansancio y mi necesidad de ella, cada vez más, hasta sentir estallar mi corazón. Olvidé cómo se pensaba, olvidé cómo se recordaba incluso olvidé cómo se olvidaba. Solamente ella, Helena, rondaba mi mente. No importaba nada, no importaba el dinero, ni la salud de las personas, no importaba el mundo ni tan siquiera importaba el por qué estábamos allí en Nueva Orleans. No me importaba si alguien escuchaba mi voz alzándose cada vez que mi cuerpo se fundía con el de Helena al entrar en ella... solo quería estar con ella, seguir haciéndole el amor, seguir besándola, seguir acariciando su cuerpo, mordiendo sus senos, desfilar por sus caderas... toda una espiral de emociones que me provocaban la agonía de sentir que todo ello debía acabar de forma pronta cuando me sentí encogido, empequeñecido.
Me vi obligando a girarme y posarla sobre mi regazo. Me erguí y me senté, estando bajo ella. Aferré su cintura y con la otra gozaba de sus pechos, que tanto me atraían, que tanto me encendían, desgastando sus labios con los mios, pues no podía dejar de besarla aunque quisiera. Apretaba sus curvas con fuerza y firmeza, mordía su boca con ardor... y con una potencia especial cuando sentí fluir en mi la sensación más deseada por el cuerpo humano, estallé en felicidad, en cansancio y en placer cuando culminé, llegando al climax en ella, sintiendo el calor de mi corazón vaciarse por mis venas y marchar por mi entrepierna -No puedo abandonarte ni dejarte sola, Helena...- besé su frente y la miré a los ojos, cansado, con un sueño que nunca antes me pesó en los párpados -Te amo- sonreí
Connor Kennway- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Nueva Orleans - El principio del fin.
Escuché con atención las palabras de Connor, pero no me fueron tranquilizadoras. Parecía que todo cuanto desease se hacía imposible de conseguir. Si deseaba vengar a mi madre, esta quería vengarse de mí; si quería salvar a mi padre, este moría entre mis brazos; si deseaba marcharme con Connor y tener una vida con él, no veía las salidas. Por ello, temía amarle y desearle, para después perderle. Me tendió su mano, pues quería acompañarme hacia la ventana. Estaba bastante cansada, pero se lo concedí sin rechistar. Se colocó detrás de mí, abrazándome, y ambos miramos aquel bello paisaje. Mientras hablaba, me susurraba al oído. Ni que decir tiene que aquello me producía placer, sentir su aliento era una de las cosas que mas atónita me dejaban de él. Y estuve a punto de apartarle, para pedirle que dejásemos aquel tema e intentásemos descansar; pero noté sus manos deslizarse por mi cuerpo hasta llegar a mis pechos. Casi me quedé sin aliento en ese momento, pues no lo esperé, no esperé ni aquel acto ni el calor que el mismo me produjo. Nadie antes me había tocado, nadie había llevado su mano a una zona tan intima a excepción de Jones… pero la forma en la que Connor lo hizo, la situación, su calidez, estaban pidiéndome a gritos que me dejase llevar por aquello obviando cualquier consecuencia o pecado que causase, pues siempre pensé que mi cuerpo para él no era atractivo, y comprender que había tomado la decisión de aventurarse en él me hacía desear que no dejara pasar aquella oportunidad con una queja moral aunque la situación no llegase a más que un simple contacto. O eso pensé hasta que confesó desear poseerme antes de que nada malo le ocurriese. No podía decirle que no, porque tenía razón y porque yo misma lo deseaba aunque fuese pecado. No sabíamos que nos ocurriría de un día para otro, por lo que no debíamos ponernos barreras y disfrutar el uno del otro. Me despojó de mi camisa hasta quedar casi desnuda a espaldas de él. La respiración se me entrecortó y me moría de vergüenza. Llevé mis manos a mi torso pero sin cubrirlo por completo. Al estar a espaldas de él, no podía intuir sus intenciones y cuando actuaba de sorpresa, mi cuerpo se excitaba poco a poco. Mordió mi cuello y masajeó mis senos de forma que era imposible no querer dejarse llevar –Connor…Yo…- susurré mientras cerraba los ojos disfrutando cada segundo. Que me tachasen de deshonrada y fulana por no estar casada con él si lo deseaban, pero aquel momento, iba a ser solamente nuestro. Me giró para tenerme frente a él, deseé que no me mirase fijamente para que no detectase mis defectos. Por suerte, me aferró a su cuerpo y me besó con pasión mientras se quitaba la camisa. El calor aumentaba y las pulsaciones se disparaban. El roce de nuestros cuerpos hacía que me tensase por la inexperiencia y que quedase extrañada de cómo mi cuerpo cambiaba, de cómo sentía que los senos se endurecían y otras zonas se humedecían al contacto con su piel. Mis mejillas poco tardaron en ruborizarse y arder cuando el hombre no vaciló en desnudarme por completo. Quedé totalmente vulnerable a él y muerta de vergüenza, apenas podía mirarle a los ojos sin sentir que desfallecía de incluso placer por la situación. Connor también se despojó de todos sus ropajes, y me costó contemplarle por completo por la inexperiencia. Solo deseé que me poseyese, y lo hiciese ya.
Me tomó por la cintura para llevarme a la cama, en la que me senté a espera de sus acciones. Se acercó y me besó. Gemidos involuntarios e inexplicables emanaron de mis labios, lo que fue otro descubrimiento para mí. Rodeé su cuello mientra disfrutaba de la humedad de nuestros labios, hasta que me tumbó en la cama para yacer sobre mi. Comencé a temblar y a ponerme nerviosa por el roce completo de nuestros cuerpos, el cual hacía que los bellos de todo mi cuerpo se erizasen y que las piernas intentaran cerrar paso a cualquier acto aunque el propio cuerpo de Connor ya lo estuviese impidiendo. Los gemidos no pararon de aparecer a cada instante, pero acrecentaron su intensidad, volumen y rapidez. Empezaba a sentir un infierno en llamas ardiendo en mi interior, casi no podía responder voluntariamente, el placer se hacía con mi cuerpo manejándolo a su antojo, sobretodo cuando decidió rozar cada milímetro de mi piel con sus manos y su boca. Quería que siguiese así y que jamás se detuviese –Connor…- volvía pronunciar su nombre. –No pares…- alcancé a decir por si mis palabras le detenían. Paró un momento para mirarme a los ojos, me dijo que me amaba y comprendí su intención. Entrelacé mis manos con las suyas, temerosa. Y su propio cuerpo se encargó de fundirse con el mío lentamente, llegando a estar lo más unidos posibles que dos humanos pueden llegar a estar. Un gemido se coló entre mis labios, aunque quise evitarlo, pues era entrecortando y denotaba quejidos unidos a muecas por el dolor que estaba sintiendo. Y aunque dolor sintiese, no quise parar ni un instante, pues tras él llegó una oleada de placer indescriptible, que junto a los vaivenes del cuerpo del hombre, sacudieron todo mi cuerpo. Gemí y casi grité por aquel placer y esporádico dolor. Acabé mordiéndome el labio inferior para que no saliese ni un alarido de dolor más cuando el hombre empezó a mantener un ritmo de vaivenes firmes en mí que aumentaban de velocidad cada minuto que pasaba. Me temblaban las piernas y los brazos, la espalda parecía erguirse de vez en cuando, y por suerte, aquel dolor fue desapareciendo poco a poco para que solo la excitación fuese la reina de mi momento. Me sentí pequeña bajo su cuerpo, débil y muy frágil. Solo quería que me tuviese para él, que hiciese conmigo lo que desease y que estuviese así siempre. Empecé a notar un mundo abrirse bajo mi vientre cuando el cuerpo empezó a acostumbrarse, algo dentro de mi quería explotar, algo que quería expresar cuanto placer estaba sintiendo gracias a Connor. Dejé de pensar, de estar en el mundo y me entregué a él. Gemí con más fiereza y me moví involuntariamente cuando besaba y mordía y mi cuerpo. Hubo un momento en el que decidió girarse hasta ser yo quien quedase encima de él, ambos sentados. Aquella postura consiguió que viese el final de aquel acto más cercano. Moví mis caderas y casi mi cuerpo entero. Le besé, le mordí los labios, rodeé su cuello con mis brazos. Y llegó un momento, en el que a la vez que sentí calor en mi vientre proveniente de su cuerpo, sentí el climax perfecto. Gemí y gemí en voz muy alta, grité su nombre tantas veces como pude, noté como los músculos de mi vientre se contraían, mi espalda se arqueó y acabé elevando mi rostro para disfrutar de ese momento único.
Respiré hondo, un tanto ida aún, sentada sobre e hombre. Le miré a los ojos y dejé posar mi frente sobre la suya para oír sus palabras, estaba cansada hasta para sonreír, que era lo que mas deseaba. Le abracé, esperando que rodeara mi cuerpo con sus brazos, dejando caer mi peso poco a poco sobre él, para acabar dormida a su lado, boca abajo. El aspecto que daría sería más de una niña pequeña dormida que una lamentable chica por muy despeinada que estuviese, con los cabellos tapando el rostro y sumida en un sueño provocado quizá por un día entero de ejercicio. Seguramente pronunciaría el nombre de Connor varias veces entre sueños, sueños que repetían lo que acababa de hacer con él para darme solo deseos de volver a repetirlo.
Desperté bastante tarde, la mañana estaba a punto de desaparecer. Me encontraba bajo una fina sabana, aún desnuda. Recordé lo que había sucedido la noche anterior y no me arrepentí de nada.
Me tomó por la cintura para llevarme a la cama, en la que me senté a espera de sus acciones. Se acercó y me besó. Gemidos involuntarios e inexplicables emanaron de mis labios, lo que fue otro descubrimiento para mí. Rodeé su cuello mientra disfrutaba de la humedad de nuestros labios, hasta que me tumbó en la cama para yacer sobre mi. Comencé a temblar y a ponerme nerviosa por el roce completo de nuestros cuerpos, el cual hacía que los bellos de todo mi cuerpo se erizasen y que las piernas intentaran cerrar paso a cualquier acto aunque el propio cuerpo de Connor ya lo estuviese impidiendo. Los gemidos no pararon de aparecer a cada instante, pero acrecentaron su intensidad, volumen y rapidez. Empezaba a sentir un infierno en llamas ardiendo en mi interior, casi no podía responder voluntariamente, el placer se hacía con mi cuerpo manejándolo a su antojo, sobretodo cuando decidió rozar cada milímetro de mi piel con sus manos y su boca. Quería que siguiese así y que jamás se detuviese –Connor…- volvía pronunciar su nombre. –No pares…- alcancé a decir por si mis palabras le detenían. Paró un momento para mirarme a los ojos, me dijo que me amaba y comprendí su intención. Entrelacé mis manos con las suyas, temerosa. Y su propio cuerpo se encargó de fundirse con el mío lentamente, llegando a estar lo más unidos posibles que dos humanos pueden llegar a estar. Un gemido se coló entre mis labios, aunque quise evitarlo, pues era entrecortando y denotaba quejidos unidos a muecas por el dolor que estaba sintiendo. Y aunque dolor sintiese, no quise parar ni un instante, pues tras él llegó una oleada de placer indescriptible, que junto a los vaivenes del cuerpo del hombre, sacudieron todo mi cuerpo. Gemí y casi grité por aquel placer y esporádico dolor. Acabé mordiéndome el labio inferior para que no saliese ni un alarido de dolor más cuando el hombre empezó a mantener un ritmo de vaivenes firmes en mí que aumentaban de velocidad cada minuto que pasaba. Me temblaban las piernas y los brazos, la espalda parecía erguirse de vez en cuando, y por suerte, aquel dolor fue desapareciendo poco a poco para que solo la excitación fuese la reina de mi momento. Me sentí pequeña bajo su cuerpo, débil y muy frágil. Solo quería que me tuviese para él, que hiciese conmigo lo que desease y que estuviese así siempre. Empecé a notar un mundo abrirse bajo mi vientre cuando el cuerpo empezó a acostumbrarse, algo dentro de mi quería explotar, algo que quería expresar cuanto placer estaba sintiendo gracias a Connor. Dejé de pensar, de estar en el mundo y me entregué a él. Gemí con más fiereza y me moví involuntariamente cuando besaba y mordía y mi cuerpo. Hubo un momento en el que decidió girarse hasta ser yo quien quedase encima de él, ambos sentados. Aquella postura consiguió que viese el final de aquel acto más cercano. Moví mis caderas y casi mi cuerpo entero. Le besé, le mordí los labios, rodeé su cuello con mis brazos. Y llegó un momento, en el que a la vez que sentí calor en mi vientre proveniente de su cuerpo, sentí el climax perfecto. Gemí y gemí en voz muy alta, grité su nombre tantas veces como pude, noté como los músculos de mi vientre se contraían, mi espalda se arqueó y acabé elevando mi rostro para disfrutar de ese momento único.
Respiré hondo, un tanto ida aún, sentada sobre e hombre. Le miré a los ojos y dejé posar mi frente sobre la suya para oír sus palabras, estaba cansada hasta para sonreír, que era lo que mas deseaba. Le abracé, esperando que rodeara mi cuerpo con sus brazos, dejando caer mi peso poco a poco sobre él, para acabar dormida a su lado, boca abajo. El aspecto que daría sería más de una niña pequeña dormida que una lamentable chica por muy despeinada que estuviese, con los cabellos tapando el rostro y sumida en un sueño provocado quizá por un día entero de ejercicio. Seguramente pronunciaría el nombre de Connor varias veces entre sueños, sueños que repetían lo que acababa de hacer con él para darme solo deseos de volver a repetirlo.
Desperté bastante tarde, la mañana estaba a punto de desaparecer. Me encontraba bajo una fina sabana, aún desnuda. Recordé lo que había sucedido la noche anterior y no me arrepentí de nada.
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/11/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Nueva Orleans - El principio del fin.
Terminamos extasiados tras aquella sesión de amor ardiente y sin barreras. Cuando alcanzamos ambos el clímax, me dejé caer hacia atrás con Helena sobre mi, para dejarla rodar hacia un lado de la cama y que descansara. Colocado tras su espalda, estuve acariciando sus formas, todas y cada una, hasta que quedó dormida. Envuelto en silencio y meciéndome con su respiración apacible, me sumí también en el sopor nocturno.
Desperté antes que ella, de modo que me levanté con mucho cuidado para no molestarla, dejándola cubierta para que no tomara frio. Me vestí con mucha tranquilidad, sin dejar de observarla, desde un sillón acomodado junto al balcón. Tomé por último mi sombrero, pero no me lo puse, sino que lo deposité junto a ella para que lo viese al despertar. Me marché de la habitación con una sonrisa muy estúpida en la cara ¿Pero qué iba a hacerle? Estaba muy feliz... y muy relajado.
Al bajar las escaleras y llegar al vestíbulo del hotel, me paré en la recepción y pedí amablemente que no escatimaran en llevar el desayuno a la habitación a cargo de Kennway. Teniamos dinero afortunadamente y sino, siempre podría contar con la ayuda de Mace y de la Orden en general para cubrir cualquier gasto extra mientras no excediera ciertos límites.
Esperé pacientemente leyendo los noticiarios de los periódicos locales que no contaban nada exageradamente destacable si eres un extranjero que poco le importa la política del lugar. Ojeé atentamente cada página pero solamente me llamó la atención las noticias de que había llegado a Nuva York una flota de barcos de tierras lejanas cargados con ciertos objetos muy antiguos y de un valor incalculable en el sentido más estricto de la palabra. Estuve absorto con dichas lecturas hasta que el encargado llegó hasta mi arrastrando un mesa-carrito de madera oscura y algún que otro detallado en plata. Era fascinante el despliegue de dinero en hoteles para lugares como Nueva Orleans. Tomé una taza de café e indiqué al mayordomo que me siguiera.
Al llegar arriba, abrí con cuidado la puerta por si resultaba ser un fisgón y Helena se hallaba desnuda. Al comprobar que aún dormía, despedí al muchacho amablemente e introduje yo mismo el carrito en la habitación colocándolo junto a la cama. En el mismo había una bandeja con una cafetera, una taza con café para Helena pues yo ya tenía la mía y algún que otro pedazo de pan con deliciosa mermelada de fresas o frutas de los bosques. Olía de maravilla
Volví a sentarme en aquel sillón mientras la muchacha se despertaba, que me descubriría tomando el café en una taza sofisticada leyendo el periódico -Buenos días, Diosa de Diosas- me aventuré a piropearla, sin saber si lo había hecho bien. Me importaba poco, me encontraba mejor que nunca y poco me apetecía pensar en el pasado y en los peligros del presente -Alguien ha sido un buen chico y ha traido el desayuno... Hay que volver a hacer ejercicios hoy, recuérdalo- seguí con mi café y leyendo ese único artículo que me interesó -También hay que volver a entrenar, que no se nos olvide- comenté picaroso, mirándola por el rabillo del ojo, haciéndome entender en mis perversos pensamientos. Creo que ambos nos podríamos acostumbrar a lo acontecido la noche anterior. -Es bastante tarde para desayunar, pero podríamos decir que formará parte del almuerzo. Tenemos que regresar junto a Mace para ver qué tiene para nosotros. Espero que hayas dormido tan bien como yo... Disponte a servirte y nos iremos cuando te vistas- esperé pacientemente informándome de todos esos datos curiosos y aguardé hasta que se vistiera -Sin duda eres más hermosa de lo que jamás imaginé- dejé el artículo de lado y me levanté hacia ella una vez estuviera vestida. La abracé por la cintura y la besé con dulzura -En mi vida me había sentido tan feliz. Te aseguro que no habrá demonios en este mundo que me separe de ti- besé su frente por última vez y me dispuse a marchar hacia la Sede a paso lento, pues teniamos tiempo de sobra.
Por las calles del territorio francés que era, observé la similitud con francia en diversos aspectos, menos en las personas, aunque muchos eran de origen francés. Miré a varias familias por las calles, así como a niños pequeños. Reflexioné sobre las palabras de Helena sobre formar una familia ¿Sería posible para mi? ¿Ser padre? Alguien que lo único que sabe hacer es matar... ¿Sería digno de ese título? Debería pensarlo más adelante...
Llegamos a la Sede como si fuesemos de allí de toda la vida. Varias personas nos saludaron amablemente con la cabeza mientras nos dirigiamos hacia la sala de entrenamiento. Allí podriamos ver a varios niños de aproximadamente unos diez años de edad que practicaban entre ellos bajo la supervisión de una Maestra, estilizada e imponente. -Tienes suerte- comenté tomando un sable de prácticas de un estante, el cual no tenía filo ni punta -Tienes un profesor que hace horas extras- le entregué las dos dagas a Helena y le guiñé un hojo para atacarla traicioneramente y darle con el dorso de la hoja, la parte plana, en el trasero con agilidad y elegancia, de forma que no le doliese pero sí resultase juguetón -Prepárate para conocer a un Connor nunca visto- preparé mi arma para entrelazar golpes con ella en una nueva sesión de prácticas.
En mitad de nuestros ejercicios en los que enfoqué a Helena a saber defenderse y contra atacar con velocidad, compareció Mace instando a toda la sala a dirigirse hacia la sala de audiencias, donde anteriormente ejecutaron a su hija. Acompañe a Helena hasta el lugar y nos anclamos en el mismo lugar donde vimos aquellos actos. Mace, vestido nuevamente con la túnica de Gran Maestro y subido a la plataforma, anunció que todo Maestro le acompañase y que los aprendices aguardaran la llegada del mismo. Me despedí de Helena con un beso en la mejilla, se la acaricié y le aseguré que regresaría pronto. Me alejé de ella y corrí hacia Mace. Supuse que quizá trabara alguna amistad con las chicas que se aproximaban a su edad en mi ausencia. No le vendría mal.
En una pequeña reunión frente a una gran mesa redonda, Mace nos miraba a todos de forma inquisitiva -Ha habido noticias de Hermanos en el continente vecino. España, Francia, Suiza, Italia... están viendose infestados por una plaga de vampiros nunca antes vista- entorné los ojos, seguro que se trataba de los Malkavian buscando a Helena -¿Tenemos que ocuparnos nosotros?- Mace me dirigió los ojos -No te creas tan bueno, Kennway. Eres mi amigo y eres un gran Cazador, no te lo niego, pero para que varios paises se estén viendo asediados y las bajas de Hermanos estén siendo críticas...- asentí y cerré los ojos -Creo que sé quienes son- los demás Maestros cuchichearon -Poco importa sus identidades, pero están buscando algo...- extendió sobre la mesa un papiro muy antiguo y desgastado en un idioma que ninguno reconoció. -Los vástagos de Enoch- dijo una voz femenina que salía de entre las sombras. Llevaba media cabeza vendada de forma transversal, por lo que deduje que le faltaba un ojo, por la mancha de sangre en las gasas. También los brazos y una pierna estaban rodeadas por vendas y supuraban sangre -Ella es la Gran Maestra de España, Lidya Aguilar- era una mujer de piel morena, tostada. De ojos verdes y cabellera negra como la noche, muy rizada. Era asombrosamente joven, más que yo -Un placer conoceros, Maestros de Louisiana- inclinó ligeramente la cabeza y fijó sus ojos en mi, escrutándome. Sentí un escalofrío desagradable -¿Arriesgar la salud hasta aquí solo para comunicarnos esta especie de invasión? Cualquier aprendiz podría haberlo hecho- comenté mordaz, pero Mace interrumpió la respuesta de Lidya con un carraspeo -Maestro Kennway, ruego guarde las formas- aquella forma de hablar tan formal denotaba un enorme y creciente hervor en la sangre de Mace, por lo que respetuosamente callé y escuché -Si el señor... Kennway, no tiene nada más que añadir...- señaló con el brazo sano el pergamino -Interpretamos que buscan esto, son unos antiguos escritos de los vástagos de Enoch. Está escrito en latín culto, de modo que no todos saben interpretarlo. Supongo que lo buscan porque alguno de sus Sires tendrán la edad suficiente para conocerlo... y de ser así, debemos tener mucho miedo- recordé a Viktor, el cual, según Joe K. era nativo de esa época romana -Enoch puede ser un objeto o puede ser -ojalá lo sea- el cuerpo inerte de un Antiguo- hubo un tenso silencio en el que los Maestros se miraron entre sí -Cada uno de vosotros elegirá los aprendices que considere oportunos y os lo llevareis a distintos puntos del Otro Continente donde ayudaremos a nuestros Hermanos- Lidya se adelantó -Gran Maestro Mace, sería conveniente que me prestaseis ayuda para viajar a Egipto donde fueron encontrados estos textos- Mace negó con la cabeza y recogió el papiro -Está en malas condiciones para hacer nada, querida. Permanecerá aquí bajo supervisión médica, de gracias a que sigue viva. Estoy seguro de que el Maestro Kennway estará encantado de viajar hacia un lugar tan cálido y acogedor como el brutal desierto- me miró con ojos danzarines. Mace siempre tuvo un sentido del humor muy extraño. Lidya por su parte también me observó, pero con una expresión demasiado oscura como para inspirarme confianza -Así sea pues, zarpareis esta misma noche, así que daos prisa. Dispondré de los barcos más rápidos que este lugar nos pueda otorgar. Kennway, por tu lado, he de suponer que llevarás a la muchacha- Lidya sonrió umbría, cosa que no me gustó en absoluto -Siento quitarle romanticismo al asunto, pero irás con otros cinco más, apredices también. Pueden aprender mucho de ti y así la chica tendrá en quien fijarse en lo que no sepa hacer. Necesitarás a ese personal para llevar el barco- asentí sin estar demasiado convencido y fiándome cada vez menos de Lidya -Sea pues, haced vuestros preparativos y dirigios al Abismo del Mississippi al nacer la luna en el horizonte- asentimos en silencio y todos los maestros salimos de aquel concilio, de vuelta con nuestros aprendices.
Al llegar junto a Helena, la tomé de la cintura y la arrastré conmigo al exterior de la sala de audiencias -Tenemos que irnos de Nueva Orleans, Helena. Mace ordena a toda la Orden de Louisiana partir hacia el viejo continente otra vez, pero nosotros no regresaremos a Francia o Italia. Debemos ir al desierto...- la miré, hablándole con franqueza -Quizá sea demasiado peligroso... tal vez debas quedarte aquí, donde estés segura...- intenté convencerla, pues no deseaba que nada malo le pasara -Hemos de partir con aprendices hacia el Mississippi esta noche donde tomaremos los barcos pertinentes para navegar. Será un viaje largo y necesitaré bastantes provisiones además de ropajes adecuados para África- la abracé, creyendo que aceptaría la oferta de permanecer a salvo -Creo que todo está relacionado con Viktor, querida... La Orden no pueden ignorarlo más, en este tiempo que llevamos huyendo de ellos han estado asaltando y exterminando Hermanos de España, Francia, Italia, Suiza y algún que otro lugar más...- acaricié sus cabellos, consternado -Creo que se avecina una guerra de proporciones descomunales si esto sigue así... ¿Por qué no encontrarte antes de entrar en este mundo de tinieblas?- maldije la existencia y la llamada "suerte" por encontrarla y amarla en tiempos tan oscuros ¿Por qué sentirme humano cuando podría morir? ¿Por qué tendría que sentirla para poder perderla? No iba a permitirlo bajo ningún concepto -Todo aquello de Enoch está relacionado... algún objeto o los restos de un antiguo tienen la respuesta y están en Egipto. Mace me encomienda ir allí, necesito que me ayudes a tomar provisiones adecuadas, mi amor... y que veles por mi- la abracé con suavidad y la estreché contra mi pecho como si fuera la última vez que la iba a ver, como si no fuese a acompañarme...
Desperté antes que ella, de modo que me levanté con mucho cuidado para no molestarla, dejándola cubierta para que no tomara frio. Me vestí con mucha tranquilidad, sin dejar de observarla, desde un sillón acomodado junto al balcón. Tomé por último mi sombrero, pero no me lo puse, sino que lo deposité junto a ella para que lo viese al despertar. Me marché de la habitación con una sonrisa muy estúpida en la cara ¿Pero qué iba a hacerle? Estaba muy feliz... y muy relajado.
Al bajar las escaleras y llegar al vestíbulo del hotel, me paré en la recepción y pedí amablemente que no escatimaran en llevar el desayuno a la habitación a cargo de Kennway. Teniamos dinero afortunadamente y sino, siempre podría contar con la ayuda de Mace y de la Orden en general para cubrir cualquier gasto extra mientras no excediera ciertos límites.
Esperé pacientemente leyendo los noticiarios de los periódicos locales que no contaban nada exageradamente destacable si eres un extranjero que poco le importa la política del lugar. Ojeé atentamente cada página pero solamente me llamó la atención las noticias de que había llegado a Nuva York una flota de barcos de tierras lejanas cargados con ciertos objetos muy antiguos y de un valor incalculable en el sentido más estricto de la palabra. Estuve absorto con dichas lecturas hasta que el encargado llegó hasta mi arrastrando un mesa-carrito de madera oscura y algún que otro detallado en plata. Era fascinante el despliegue de dinero en hoteles para lugares como Nueva Orleans. Tomé una taza de café e indiqué al mayordomo que me siguiera.
Al llegar arriba, abrí con cuidado la puerta por si resultaba ser un fisgón y Helena se hallaba desnuda. Al comprobar que aún dormía, despedí al muchacho amablemente e introduje yo mismo el carrito en la habitación colocándolo junto a la cama. En el mismo había una bandeja con una cafetera, una taza con café para Helena pues yo ya tenía la mía y algún que otro pedazo de pan con deliciosa mermelada de fresas o frutas de los bosques. Olía de maravilla
Volví a sentarme en aquel sillón mientras la muchacha se despertaba, que me descubriría tomando el café en una taza sofisticada leyendo el periódico -Buenos días, Diosa de Diosas- me aventuré a piropearla, sin saber si lo había hecho bien. Me importaba poco, me encontraba mejor que nunca y poco me apetecía pensar en el pasado y en los peligros del presente -Alguien ha sido un buen chico y ha traido el desayuno... Hay que volver a hacer ejercicios hoy, recuérdalo- seguí con mi café y leyendo ese único artículo que me interesó -También hay que volver a entrenar, que no se nos olvide- comenté picaroso, mirándola por el rabillo del ojo, haciéndome entender en mis perversos pensamientos. Creo que ambos nos podríamos acostumbrar a lo acontecido la noche anterior. -Es bastante tarde para desayunar, pero podríamos decir que formará parte del almuerzo. Tenemos que regresar junto a Mace para ver qué tiene para nosotros. Espero que hayas dormido tan bien como yo... Disponte a servirte y nos iremos cuando te vistas- esperé pacientemente informándome de todos esos datos curiosos y aguardé hasta que se vistiera -Sin duda eres más hermosa de lo que jamás imaginé- dejé el artículo de lado y me levanté hacia ella una vez estuviera vestida. La abracé por la cintura y la besé con dulzura -En mi vida me había sentido tan feliz. Te aseguro que no habrá demonios en este mundo que me separe de ti- besé su frente por última vez y me dispuse a marchar hacia la Sede a paso lento, pues teniamos tiempo de sobra.
Por las calles del territorio francés que era, observé la similitud con francia en diversos aspectos, menos en las personas, aunque muchos eran de origen francés. Miré a varias familias por las calles, así como a niños pequeños. Reflexioné sobre las palabras de Helena sobre formar una familia ¿Sería posible para mi? ¿Ser padre? Alguien que lo único que sabe hacer es matar... ¿Sería digno de ese título? Debería pensarlo más adelante...
Llegamos a la Sede como si fuesemos de allí de toda la vida. Varias personas nos saludaron amablemente con la cabeza mientras nos dirigiamos hacia la sala de entrenamiento. Allí podriamos ver a varios niños de aproximadamente unos diez años de edad que practicaban entre ellos bajo la supervisión de una Maestra, estilizada e imponente. -Tienes suerte- comenté tomando un sable de prácticas de un estante, el cual no tenía filo ni punta -Tienes un profesor que hace horas extras- le entregué las dos dagas a Helena y le guiñé un hojo para atacarla traicioneramente y darle con el dorso de la hoja, la parte plana, en el trasero con agilidad y elegancia, de forma que no le doliese pero sí resultase juguetón -Prepárate para conocer a un Connor nunca visto- preparé mi arma para entrelazar golpes con ella en una nueva sesión de prácticas.
En mitad de nuestros ejercicios en los que enfoqué a Helena a saber defenderse y contra atacar con velocidad, compareció Mace instando a toda la sala a dirigirse hacia la sala de audiencias, donde anteriormente ejecutaron a su hija. Acompañe a Helena hasta el lugar y nos anclamos en el mismo lugar donde vimos aquellos actos. Mace, vestido nuevamente con la túnica de Gran Maestro y subido a la plataforma, anunció que todo Maestro le acompañase y que los aprendices aguardaran la llegada del mismo. Me despedí de Helena con un beso en la mejilla, se la acaricié y le aseguré que regresaría pronto. Me alejé de ella y corrí hacia Mace. Supuse que quizá trabara alguna amistad con las chicas que se aproximaban a su edad en mi ausencia. No le vendría mal.
En una pequeña reunión frente a una gran mesa redonda, Mace nos miraba a todos de forma inquisitiva -Ha habido noticias de Hermanos en el continente vecino. España, Francia, Suiza, Italia... están viendose infestados por una plaga de vampiros nunca antes vista- entorné los ojos, seguro que se trataba de los Malkavian buscando a Helena -¿Tenemos que ocuparnos nosotros?- Mace me dirigió los ojos -No te creas tan bueno, Kennway. Eres mi amigo y eres un gran Cazador, no te lo niego, pero para que varios paises se estén viendo asediados y las bajas de Hermanos estén siendo críticas...- asentí y cerré los ojos -Creo que sé quienes son- los demás Maestros cuchichearon -Poco importa sus identidades, pero están buscando algo...- extendió sobre la mesa un papiro muy antiguo y desgastado en un idioma que ninguno reconoció. -Los vástagos de Enoch- dijo una voz femenina que salía de entre las sombras. Llevaba media cabeza vendada de forma transversal, por lo que deduje que le faltaba un ojo, por la mancha de sangre en las gasas. También los brazos y una pierna estaban rodeadas por vendas y supuraban sangre -Ella es la Gran Maestra de España, Lidya Aguilar- era una mujer de piel morena, tostada. De ojos verdes y cabellera negra como la noche, muy rizada. Era asombrosamente joven, más que yo -Un placer conoceros, Maestros de Louisiana- inclinó ligeramente la cabeza y fijó sus ojos en mi, escrutándome. Sentí un escalofrío desagradable -¿Arriesgar la salud hasta aquí solo para comunicarnos esta especie de invasión? Cualquier aprendiz podría haberlo hecho- comenté mordaz, pero Mace interrumpió la respuesta de Lidya con un carraspeo -Maestro Kennway, ruego guarde las formas- aquella forma de hablar tan formal denotaba un enorme y creciente hervor en la sangre de Mace, por lo que respetuosamente callé y escuché -Si el señor... Kennway, no tiene nada más que añadir...- señaló con el brazo sano el pergamino -Interpretamos que buscan esto, son unos antiguos escritos de los vástagos de Enoch. Está escrito en latín culto, de modo que no todos saben interpretarlo. Supongo que lo buscan porque alguno de sus Sires tendrán la edad suficiente para conocerlo... y de ser así, debemos tener mucho miedo- recordé a Viktor, el cual, según Joe K. era nativo de esa época romana -Enoch puede ser un objeto o puede ser -ojalá lo sea- el cuerpo inerte de un Antiguo- hubo un tenso silencio en el que los Maestros se miraron entre sí -Cada uno de vosotros elegirá los aprendices que considere oportunos y os lo llevareis a distintos puntos del Otro Continente donde ayudaremos a nuestros Hermanos- Lidya se adelantó -Gran Maestro Mace, sería conveniente que me prestaseis ayuda para viajar a Egipto donde fueron encontrados estos textos- Mace negó con la cabeza y recogió el papiro -Está en malas condiciones para hacer nada, querida. Permanecerá aquí bajo supervisión médica, de gracias a que sigue viva. Estoy seguro de que el Maestro Kennway estará encantado de viajar hacia un lugar tan cálido y acogedor como el brutal desierto- me miró con ojos danzarines. Mace siempre tuvo un sentido del humor muy extraño. Lidya por su parte también me observó, pero con una expresión demasiado oscura como para inspirarme confianza -Así sea pues, zarpareis esta misma noche, así que daos prisa. Dispondré de los barcos más rápidos que este lugar nos pueda otorgar. Kennway, por tu lado, he de suponer que llevarás a la muchacha- Lidya sonrió umbría, cosa que no me gustó en absoluto -Siento quitarle romanticismo al asunto, pero irás con otros cinco más, apredices también. Pueden aprender mucho de ti y así la chica tendrá en quien fijarse en lo que no sepa hacer. Necesitarás a ese personal para llevar el barco- asentí sin estar demasiado convencido y fiándome cada vez menos de Lidya -Sea pues, haced vuestros preparativos y dirigios al Abismo del Mississippi al nacer la luna en el horizonte- asentimos en silencio y todos los maestros salimos de aquel concilio, de vuelta con nuestros aprendices.
Al llegar junto a Helena, la tomé de la cintura y la arrastré conmigo al exterior de la sala de audiencias -Tenemos que irnos de Nueva Orleans, Helena. Mace ordena a toda la Orden de Louisiana partir hacia el viejo continente otra vez, pero nosotros no regresaremos a Francia o Italia. Debemos ir al desierto...- la miré, hablándole con franqueza -Quizá sea demasiado peligroso... tal vez debas quedarte aquí, donde estés segura...- intenté convencerla, pues no deseaba que nada malo le pasara -Hemos de partir con aprendices hacia el Mississippi esta noche donde tomaremos los barcos pertinentes para navegar. Será un viaje largo y necesitaré bastantes provisiones además de ropajes adecuados para África- la abracé, creyendo que aceptaría la oferta de permanecer a salvo -Creo que todo está relacionado con Viktor, querida... La Orden no pueden ignorarlo más, en este tiempo que llevamos huyendo de ellos han estado asaltando y exterminando Hermanos de España, Francia, Italia, Suiza y algún que otro lugar más...- acaricié sus cabellos, consternado -Creo que se avecina una guerra de proporciones descomunales si esto sigue así... ¿Por qué no encontrarte antes de entrar en este mundo de tinieblas?- maldije la existencia y la llamada "suerte" por encontrarla y amarla en tiempos tan oscuros ¿Por qué sentirme humano cuando podría morir? ¿Por qué tendría que sentirla para poder perderla? No iba a permitirlo bajo ningún concepto -Todo aquello de Enoch está relacionado... algún objeto o los restos de un antiguo tienen la respuesta y están en Egipto. Mace me encomienda ir allí, necesito que me ayudes a tomar provisiones adecuadas, mi amor... y que veles por mi- la abracé con suavidad y la estreché contra mi pecho como si fuera la última vez que la iba a ver, como si no fuese a acompañarme...
Connor Kennway- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Nueva Orleans - El principio del fin.
Desperté de forma bastante remolona y juvenil, sobretodo porque estaba abrazada a la almohada a pesar de estar acostaba boca abajo. Sentía ganas de seguir durmiendo, no porque tuviese aún sueño, sino porque se estaba de maravilla entre aquellas sábanas al contacto con mi piel desnuda. Me desperecé un par de veces y a la que iba a ser la tercera, oí la voz de Connor, quien estaba sentado junto al balcón desayunando tranquilamente. Me morí de vergüenza al comprobar que mientras él ya estaba vestido yo aún seguida desnuda dejando partes de mi cuerpo a la vista entre las sabanas, con las cuales me tapé rápidamente mientras me incorporaba. Me informó de que me había traído el desayuno, y por la pinta que tenía, poco tardaría en desaparecer para acabar en mi estómago. Me comentó que tendríamos que volver a hacer ejercicio, por lo cual asentí mientras tomaba el trozo de pan con mermelada para llevármelo a la boca. Seguidamente me comentó que también debíamos volver a entrenar, por lo que comprendí que con ‘’ejercicios’’ se quiso referir a lo que habíamos hecho la noche anterior. Me ruboricé como nunca, pero acabé sonriendo, porque al fin y al cabo y aunque sintiese aún vergüenza por comentarlo, fue lo mas maravilloso que había ocurrido en mi vida. Terminé el desayuno rápidamente y me vestí sentada en la cama de espaldas al hombre rápidamente. Nada más terminar se acercó hacia mí tras piropearme y me besó. Aún me producía vergüenza y cosquilla oír esas cosas, como si aún siguiese enamorándome más de él. Si se comportaba de aquellas formas, podría acabar manejándome como quisiese.
Nos marchamos en dirección a la sede para poder entrenar. Mientras nos dirigíamos hacia la sala de entrenamiento, Connor tomó una espada de prácticas y me tendió a mi mis dos dagas. Además encontró oportuno darme con el dorso de la espada directamente al trasero guiñándome un ojo. Aquello provocó que diese un respingo hacia delante -¡Oye!- repliqué, llevándome una mano hacia aquella zona que empezó a escocer un poco. Sin duda alguna, nuestra relación le había vuelto juguetón –No hagas estas cosas delante de la gente- susurré. En realidad no me molestó lo más mínimo que lo hiciese, solo que mis costumbres educadas aún no se habían marchado del todo. Comenzamos a entrenar rápidamente. Esta vez, de forma más seria e intensa que la anterior aunque igual de torpe por mi parte. De igual forma, siempre pensé que lo podría haber hecho peor de lo que lo estaba haciendo. Solo esperaba que nadie quedase mirando aquellos movimientos que más de cazadora parecían de muchacha borracha. Nos interrumpieron en medio del entrenamiento, pues solicitaban la presencia de Connor en una reunión. Se despidió de mí con un beso cariñoso y se marchó. Quedé sola en aquella sala, pero no por mucho tiempo, pues una chica de más o menos mi edad, morena y de tez clara, se acercó a mi sonriente –Bueno… habrá que esperar. Soy Ruby- dijo la chica tendiéndome la mano sonriente, la cual estreché de la misma forma. Decir que era la primera vez que hacía aquello, pues normalmente entre chicas me había saludado con reverencias y los hombres siempre me habían besado la mano –Helena- contesté –He oído que te entrenas por necesidad- sus palabras no sonaban ni inquisitivas ni acusadoras, entendí que simplemente intentaba mantener una conversación amistosa conmigo –Pues sí, la verdad. Tengo…ciertos problemas con algunos vampiros, y me he visto obligada a acabar aquí. La verdad es que nunca lo imaginé. Ni si quiera sabía que esto existía- dije mirando a mi alrededor –Entiendo. Así que se te ha revelado el secreto hace poco- sonrió -¿Quieres sentarte?- dijo mientras señalaba a un par de bancos que había al fondo de la sala. Asentí y ambas nos sentamos. - ¿Llevas mucho tiempo aquí?- pregunté, dándome el lujo de intentar también ser amistosa. Normalmente, entre los nobles y adinerados, las amistades surgían fruto de los privilegios y la necesidad de fama, pero muy pocas veces por verdaderos sentimientos, por lo que aquella conversación para mi era casi nueva –Desde que tenía seis años. Mi hermana mayor es la que se encarga de instruirme. Me supera en tan solo cinco años de edad, pero es muchísimo mas habilidosa que yo. Como soy su hermana, se pone muy nerviosa y pierde la paciencia rápidamente mientras me instruye. No soy capaz de aprender tan rápido como ella…pero tu tienes suerte, por lo que veo tu propio maestro es tu pareja- suspiró sonriente – Y por el cariño que te profesa, dudo mucho que pierda la paciencia rápidamente- dejé salir una carcajada leve – No creas, soy demasiado torpe hasta para sus nervios- -¿No te gusta entrenar?- -No, es solo que acabo de empezar y… mis manos, no están acostumbradas- dije mientras me las miraba con pesadez –Oye, podríamos hacer horas extras entre nosotras- dijo emocionada mirándome con esos enormes ojos –Quiero decir, podríamos practicar la una con la otra cuando nuestros maestros estén cansados de nosotros- soltó una carcajada y después palideció un tanto – Perdón. No quiero parecer pesada, es sólo que…- -Esta bien, esta bien. Me encantaría- la interrumpí con una sonrisa.
Estuvimos hablando de muchas mas cosas, incluso me dio muchos consejos sobre como actuar, hasta que por fin terminó aquella reunión y ambas nos reencontramos con nuestros maestros. Nada más reunirnos, Connor me confesó que debíamos partir aquella misma noche por una misión que le había sido encomendada -¿Cuando? Acabamos de llegar y… ¿No nos va a desviar eso de lo que tenemos que hacer?- pregunté nerviosa. El hombre intentó convencerme de que me quedase en Nueva Orleans, por lo que entendí que verdaderamente debía ir. Me estrechó entre sus brazos y me confesó que debía marcharse esa misma noche. Me separé rápidamente de él para hablarle a la cara -¿Tan pronto? ¿Y vas a dejarme aquí sola con todo lo que esta ocurriendo?- pregunté alarmada. No, no quería separarme de él. Ni si quiera sabía como podía pensarlo él. Me informó también de que quizá el origen de su misión estuviese directamente relacionado con lo que nos estaba ocurriendo. Por lo que tomé una decisión rápida y sin pensarla. Iba a marcharme con él, pero ya descubriría de que manera engañarle para que no me detuviese. Por lo pronto, me hice la ofendida y desconsolada por una pareja que iba a dejarla sola. Quizá luchar no se me diese bien, pero actuar, se me daba de lujo. Además, él estaba juguetón ¿Por qué no estarlo yo? - Esta bien, me quedaré aquí, márchate si quieres- dije cruzándome de brazos y separándome de él –Vayamos a comprar ya lo que necesites- dije, para después encaminarme hacia la salida y llegar al centro de comercios de la ciudad.
Intenté aparentar estar desconsolada y enfuruñada mientras elegía una tienda donde comprar lo que vallásemos a necesitar los dos. Egipto, un lugar que sólo había visto en mi imaginación gracias a mis libros de novelas, y a la vez, gracias a ellos, más o menos pude hacerme una idea de lo que necesitaríamos principalmente. Entré en una tienda de telas y lonas, indicándole antes a Connor que no era necesario que entrase conmigo. Compré un par de lonas de tela gruesa y un par de pañuelos de un par de metros. Mi idea por supuesto, era que no descubriese que compraba dos. Después me dirigí a una tienda cercana, donde compré una capa con capucha y una bolsa para él, después a otra donde adquirí varias cantimploras de metal, y por último a una de alimentación donde tomé suficientes manzanas como para que hidratasen un cuerpo entero. Lo metí todo en la bolsa, junto al dinero y las dagas, y me dirigí al hotel junto al hombre. Se acercaba la noche, y me encargué yo misma de hacerle el equipaje sin apenas hablarle. No disfrutaba haciéndole creer que estaba enfadada con él, para nada, pero era la única forma con la que no sospecharía nada. Recordé mientras terminaba a mi padre, quien también fingió para poder salvarme. Me entristecí, lo cual dio realismo a aquella actuación. No es que yo fuese a salvar la vida de Connor, ojala estuviese en la totalidad de mi mano, pero tampoco iba a permitir dejarle marchar solo para no volver a verle jamás –Ya esta- dejé su bolsa sobre la cama, ya lista para partir. Me dirigí al hombre cruzada de brazos y con cara seria esperando una despedida por su parte. Se me estaba haciendo tremendamente difícil aquello, pues si no conseguía colarme en aquel barco, de verdad que sería la última vez que le vería. –Prométeme que vas a cuidarte – dije, tomándole una mano –Que vas a volver aquí, a mi lado, que no vas a dejarme- aquello parecía una despedida entre una esposa y un marido, el cual se iría a la guerra dejándola a ella embarazada. La verdad es que no se distinguía mucho de ello de no ser porque iba a hacer lo posible por seguirle. –Márchate ya, no lo hagas más difícil- Terminé por despedirme de él, aún fingiendo enfado. Esperé a verle marchar del hotel por la ventana y en ese mismo instante, tomé la capa con capucha y me la coloqué de forma que si notaba que le seguía, que no me reconociese demasiado pronto. Tomé mis dagas y las coloqué en las fundas de los cinturones. Por último, metí en mi bolsa absolutamente todas mis pertenencias, para colgarla de mi espalda y salir corriendo del hotel en su búsqueda.
Poco me costó dar con él. Gracias a que era delgada y un tanto escurridiza, no se me hizo demasiado difícil la tarea de seguirle a una distancia bastante prudente hasta llegar a puerto. Todos los maestros que viajarían a Egipto se colocaron formando una fila justo delante de la pasarela que les conduciría a cubierta del barco en el que viajarían. Me detuve tras un edificio para ver cual era el protocolo que seguían para entrar. Mostraban sus armas de plata a un encargado de la sede para dejarles paso. No podía salir mas redondo mi plan. Esperé a que Connor subiese por la pasarela tras mostrar sus armas y me coloqué al fondo de la fila. Cuando llegó mi turno, mostré las dagas y me dejó pasar, no sin antes cederme una llave con un número grabado, la cual abriría la puerta del camarote que me habría sido encomendado; aunque… aquel encargado se quedó mirándome mientras intentaba agachar la cabeza. Tenía las dagas de plata y la vestimenta de cazadora, si decidía echarme para atrás, lo haría cuando ya estuviésemos en alta mar. Llegué a cubierta y busqué a Connor con la mirada, pero no le encontré. Decidí entonces bajar a los camarotes y entrar en la habitación, pero al bajar por las escalerillas, le vi sólo un segundo entrar en su habitación. Así, que ya tenía fichado su camarote y además tuve la seguridad de que de ahí no se movería. Entré en mi camarote, el cual se hallaba dos habitaciones mas alejadas de la de él, y aguardé a que el barco zarpase una hora mas tarde, con la puerta abierta y vigilando en todo momento que el hombre no saliese de aquella habitación.
Con el barco en dirección a África y prácticamente la mayoría de los cazadores en sus habitaciones, me dirigí sigilosa hacia la habitación de Connor y llamé un par de veces a la puerta. Me eché la capucha hacia detrás, dejando ver mi rostro, en cuanto ví como la puerta se abría –Que sepas que realmente estoy muy enfadada contigo- me adentré en la habitación sin su permiso, como si viviésemos allí de toda la vida. Me crucé de brazos en medio de la sala -¿De verdad eres capaz de dejarme sola en Nueva Orleans?- en realidad no estaba enfadad, es más, estaba intentando evitar reírme a carcajadas por la situación –Ah no, lo siento mucho pero no. No soy de esas mujeres a las que sus maridos dejan sola todo el tiempo- dije, abriendo mi bolsa sobre la cama y sacando las cosas que había comprado para mi, dejándolas sobre la misma –Siento mucho decepcionarte. Pero no estoy dispuesta a que mi pareja se vaya de viaje a un lugar en el que estará en peligro y dios sabe si con mujeres más….hermosas, más agraciadas y más sociables y menos pesadas que yo- me giré para mirarle y coloqué mis manos sobre mis caderas – Así que no. No vas a irte de rositas a conocer mujeres ni visitar lugares sin mí- en realidad lo de las mujeres no era parte de la actuación. Me sentí celosa de pensar en que quizás conociese mujeres deseables de piel tostada allá donde fuésemos. Retiré las cosas de la cama y me senté sobre ella. Me despojé de mi chaqueta, zapatos y medias, hasta quedar como en la noche anterior. Me recosté sobre la pequeña cama, haciéndole un gesto para que me acompañase –Ahora descansemos, nos queda un largo viaje por lo que sé- esta vez dejé ver una sonrisilla para que entendiese todo lo que habían sido mis planes hasta el momento. Terminé por acostarme del todo, de lado, haciéndole espacio al hombre –Y después de esto, dime. ¿Qué calificación me pones en cuanto a ser sigilosa? Ah, y había quedado con una amiga para entrenar, a la que he tenido que dejar plantada por ti, para que lo sepas – dije juguetona, acariciándole el brazo. Me acerqué un poco más a él, para hablarle en voz bajita – Después de lo de ayer… Me dijiste que no serías capaz de abandonarme… Te lo dejaré pasar estar vez, porque se que tus intenciones eran mantenerme a salvo. Pero yo, Connor…Yo no pienso alejarme de ti nunca. Te amo, y no quiero perderte-
Nos marchamos en dirección a la sede para poder entrenar. Mientras nos dirigíamos hacia la sala de entrenamiento, Connor tomó una espada de prácticas y me tendió a mi mis dos dagas. Además encontró oportuno darme con el dorso de la espada directamente al trasero guiñándome un ojo. Aquello provocó que diese un respingo hacia delante -¡Oye!- repliqué, llevándome una mano hacia aquella zona que empezó a escocer un poco. Sin duda alguna, nuestra relación le había vuelto juguetón –No hagas estas cosas delante de la gente- susurré. En realidad no me molestó lo más mínimo que lo hiciese, solo que mis costumbres educadas aún no se habían marchado del todo. Comenzamos a entrenar rápidamente. Esta vez, de forma más seria e intensa que la anterior aunque igual de torpe por mi parte. De igual forma, siempre pensé que lo podría haber hecho peor de lo que lo estaba haciendo. Solo esperaba que nadie quedase mirando aquellos movimientos que más de cazadora parecían de muchacha borracha. Nos interrumpieron en medio del entrenamiento, pues solicitaban la presencia de Connor en una reunión. Se despidió de mí con un beso cariñoso y se marchó. Quedé sola en aquella sala, pero no por mucho tiempo, pues una chica de más o menos mi edad, morena y de tez clara, se acercó a mi sonriente –Bueno… habrá que esperar. Soy Ruby- dijo la chica tendiéndome la mano sonriente, la cual estreché de la misma forma. Decir que era la primera vez que hacía aquello, pues normalmente entre chicas me había saludado con reverencias y los hombres siempre me habían besado la mano –Helena- contesté –He oído que te entrenas por necesidad- sus palabras no sonaban ni inquisitivas ni acusadoras, entendí que simplemente intentaba mantener una conversación amistosa conmigo –Pues sí, la verdad. Tengo…ciertos problemas con algunos vampiros, y me he visto obligada a acabar aquí. La verdad es que nunca lo imaginé. Ni si quiera sabía que esto existía- dije mirando a mi alrededor –Entiendo. Así que se te ha revelado el secreto hace poco- sonrió -¿Quieres sentarte?- dijo mientras señalaba a un par de bancos que había al fondo de la sala. Asentí y ambas nos sentamos. - ¿Llevas mucho tiempo aquí?- pregunté, dándome el lujo de intentar también ser amistosa. Normalmente, entre los nobles y adinerados, las amistades surgían fruto de los privilegios y la necesidad de fama, pero muy pocas veces por verdaderos sentimientos, por lo que aquella conversación para mi era casi nueva –Desde que tenía seis años. Mi hermana mayor es la que se encarga de instruirme. Me supera en tan solo cinco años de edad, pero es muchísimo mas habilidosa que yo. Como soy su hermana, se pone muy nerviosa y pierde la paciencia rápidamente mientras me instruye. No soy capaz de aprender tan rápido como ella…pero tu tienes suerte, por lo que veo tu propio maestro es tu pareja- suspiró sonriente – Y por el cariño que te profesa, dudo mucho que pierda la paciencia rápidamente- dejé salir una carcajada leve – No creas, soy demasiado torpe hasta para sus nervios- -¿No te gusta entrenar?- -No, es solo que acabo de empezar y… mis manos, no están acostumbradas- dije mientras me las miraba con pesadez –Oye, podríamos hacer horas extras entre nosotras- dijo emocionada mirándome con esos enormes ojos –Quiero decir, podríamos practicar la una con la otra cuando nuestros maestros estén cansados de nosotros- soltó una carcajada y después palideció un tanto – Perdón. No quiero parecer pesada, es sólo que…- -Esta bien, esta bien. Me encantaría- la interrumpí con una sonrisa.
Estuvimos hablando de muchas mas cosas, incluso me dio muchos consejos sobre como actuar, hasta que por fin terminó aquella reunión y ambas nos reencontramos con nuestros maestros. Nada más reunirnos, Connor me confesó que debíamos partir aquella misma noche por una misión que le había sido encomendada -¿Cuando? Acabamos de llegar y… ¿No nos va a desviar eso de lo que tenemos que hacer?- pregunté nerviosa. El hombre intentó convencerme de que me quedase en Nueva Orleans, por lo que entendí que verdaderamente debía ir. Me estrechó entre sus brazos y me confesó que debía marcharse esa misma noche. Me separé rápidamente de él para hablarle a la cara -¿Tan pronto? ¿Y vas a dejarme aquí sola con todo lo que esta ocurriendo?- pregunté alarmada. No, no quería separarme de él. Ni si quiera sabía como podía pensarlo él. Me informó también de que quizá el origen de su misión estuviese directamente relacionado con lo que nos estaba ocurriendo. Por lo que tomé una decisión rápida y sin pensarla. Iba a marcharme con él, pero ya descubriría de que manera engañarle para que no me detuviese. Por lo pronto, me hice la ofendida y desconsolada por una pareja que iba a dejarla sola. Quizá luchar no se me diese bien, pero actuar, se me daba de lujo. Además, él estaba juguetón ¿Por qué no estarlo yo? - Esta bien, me quedaré aquí, márchate si quieres- dije cruzándome de brazos y separándome de él –Vayamos a comprar ya lo que necesites- dije, para después encaminarme hacia la salida y llegar al centro de comercios de la ciudad.
Intenté aparentar estar desconsolada y enfuruñada mientras elegía una tienda donde comprar lo que vallásemos a necesitar los dos. Egipto, un lugar que sólo había visto en mi imaginación gracias a mis libros de novelas, y a la vez, gracias a ellos, más o menos pude hacerme una idea de lo que necesitaríamos principalmente. Entré en una tienda de telas y lonas, indicándole antes a Connor que no era necesario que entrase conmigo. Compré un par de lonas de tela gruesa y un par de pañuelos de un par de metros. Mi idea por supuesto, era que no descubriese que compraba dos. Después me dirigí a una tienda cercana, donde compré una capa con capucha y una bolsa para él, después a otra donde adquirí varias cantimploras de metal, y por último a una de alimentación donde tomé suficientes manzanas como para que hidratasen un cuerpo entero. Lo metí todo en la bolsa, junto al dinero y las dagas, y me dirigí al hotel junto al hombre. Se acercaba la noche, y me encargué yo misma de hacerle el equipaje sin apenas hablarle. No disfrutaba haciéndole creer que estaba enfadada con él, para nada, pero era la única forma con la que no sospecharía nada. Recordé mientras terminaba a mi padre, quien también fingió para poder salvarme. Me entristecí, lo cual dio realismo a aquella actuación. No es que yo fuese a salvar la vida de Connor, ojala estuviese en la totalidad de mi mano, pero tampoco iba a permitir dejarle marchar solo para no volver a verle jamás –Ya esta- dejé su bolsa sobre la cama, ya lista para partir. Me dirigí al hombre cruzada de brazos y con cara seria esperando una despedida por su parte. Se me estaba haciendo tremendamente difícil aquello, pues si no conseguía colarme en aquel barco, de verdad que sería la última vez que le vería. –Prométeme que vas a cuidarte – dije, tomándole una mano –Que vas a volver aquí, a mi lado, que no vas a dejarme- aquello parecía una despedida entre una esposa y un marido, el cual se iría a la guerra dejándola a ella embarazada. La verdad es que no se distinguía mucho de ello de no ser porque iba a hacer lo posible por seguirle. –Márchate ya, no lo hagas más difícil- Terminé por despedirme de él, aún fingiendo enfado. Esperé a verle marchar del hotel por la ventana y en ese mismo instante, tomé la capa con capucha y me la coloqué de forma que si notaba que le seguía, que no me reconociese demasiado pronto. Tomé mis dagas y las coloqué en las fundas de los cinturones. Por último, metí en mi bolsa absolutamente todas mis pertenencias, para colgarla de mi espalda y salir corriendo del hotel en su búsqueda.
Poco me costó dar con él. Gracias a que era delgada y un tanto escurridiza, no se me hizo demasiado difícil la tarea de seguirle a una distancia bastante prudente hasta llegar a puerto. Todos los maestros que viajarían a Egipto se colocaron formando una fila justo delante de la pasarela que les conduciría a cubierta del barco en el que viajarían. Me detuve tras un edificio para ver cual era el protocolo que seguían para entrar. Mostraban sus armas de plata a un encargado de la sede para dejarles paso. No podía salir mas redondo mi plan. Esperé a que Connor subiese por la pasarela tras mostrar sus armas y me coloqué al fondo de la fila. Cuando llegó mi turno, mostré las dagas y me dejó pasar, no sin antes cederme una llave con un número grabado, la cual abriría la puerta del camarote que me habría sido encomendado; aunque… aquel encargado se quedó mirándome mientras intentaba agachar la cabeza. Tenía las dagas de plata y la vestimenta de cazadora, si decidía echarme para atrás, lo haría cuando ya estuviésemos en alta mar. Llegué a cubierta y busqué a Connor con la mirada, pero no le encontré. Decidí entonces bajar a los camarotes y entrar en la habitación, pero al bajar por las escalerillas, le vi sólo un segundo entrar en su habitación. Así, que ya tenía fichado su camarote y además tuve la seguridad de que de ahí no se movería. Entré en mi camarote, el cual se hallaba dos habitaciones mas alejadas de la de él, y aguardé a que el barco zarpase una hora mas tarde, con la puerta abierta y vigilando en todo momento que el hombre no saliese de aquella habitación.
Con el barco en dirección a África y prácticamente la mayoría de los cazadores en sus habitaciones, me dirigí sigilosa hacia la habitación de Connor y llamé un par de veces a la puerta. Me eché la capucha hacia detrás, dejando ver mi rostro, en cuanto ví como la puerta se abría –Que sepas que realmente estoy muy enfadada contigo- me adentré en la habitación sin su permiso, como si viviésemos allí de toda la vida. Me crucé de brazos en medio de la sala -¿De verdad eres capaz de dejarme sola en Nueva Orleans?- en realidad no estaba enfadad, es más, estaba intentando evitar reírme a carcajadas por la situación –Ah no, lo siento mucho pero no. No soy de esas mujeres a las que sus maridos dejan sola todo el tiempo- dije, abriendo mi bolsa sobre la cama y sacando las cosas que había comprado para mi, dejándolas sobre la misma –Siento mucho decepcionarte. Pero no estoy dispuesta a que mi pareja se vaya de viaje a un lugar en el que estará en peligro y dios sabe si con mujeres más….hermosas, más agraciadas y más sociables y menos pesadas que yo- me giré para mirarle y coloqué mis manos sobre mis caderas – Así que no. No vas a irte de rositas a conocer mujeres ni visitar lugares sin mí- en realidad lo de las mujeres no era parte de la actuación. Me sentí celosa de pensar en que quizás conociese mujeres deseables de piel tostada allá donde fuésemos. Retiré las cosas de la cama y me senté sobre ella. Me despojé de mi chaqueta, zapatos y medias, hasta quedar como en la noche anterior. Me recosté sobre la pequeña cama, haciéndole un gesto para que me acompañase –Ahora descansemos, nos queda un largo viaje por lo que sé- esta vez dejé ver una sonrisilla para que entendiese todo lo que habían sido mis planes hasta el momento. Terminé por acostarme del todo, de lado, haciéndole espacio al hombre –Y después de esto, dime. ¿Qué calificación me pones en cuanto a ser sigilosa? Ah, y había quedado con una amiga para entrenar, a la que he tenido que dejar plantada por ti, para que lo sepas – dije juguetona, acariciándole el brazo. Me acerqué un poco más a él, para hablarle en voz bajita – Después de lo de ayer… Me dijiste que no serías capaz de abandonarme… Te lo dejaré pasar estar vez, porque se que tus intenciones eran mantenerme a salvo. Pero yo, Connor…Yo no pienso alejarme de ti nunca. Te amo, y no quiero perderte-
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/11/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Nueva Orleans - El principio del fin.
Para mi sorpresa, Helena aceptó permanecer en Nueva Orleans pese a todo, aunque bastante enfadada. Me acompañó y se encargó de comprar lo necesario bastante enfurruñada, por lo que no quise estropear las cosas hablándole más de lo necesario, lo justo para agradecerle lo que hacía, disculparme y pedirle que no se preocupara. Nos despedimos al caer la noche cuando preparó mi maleta y me dedicó lo que yo creía que serían nuestras últimsa palabras en mucho tiempo -Estaré bien, no te preocupes. Ya sabes cómo soy... Te prometo que volveré sano y salvo- le di un beso suave y me marché sin mirar atrás, pensando que hacía lo mejor. Helena estaría ahí, en Nueva Orleans, sana y salva, entrenando. Para cuando regresara seguro que estaría hecha toda una maestra de las dagas... o eso pensaba, pero no podía evitar sentirme ciertamente desanimado.
Deambulé por las calles hasta que llegué al Abismo del Mississippi, que no era más que un pequeño puerto rústico fabricado por los Cazadores para embarcar sin ser demasiado notorios. Había en total cuatro barcos de mediano tamaño para los destinos y uno de ellos era el mío. Lidya y Mace hicieron los honores de esperar en mi barco para señalarme cual era y ultimarme detalles -Buenas noches...- dije al subir, colocándose tras de mi un Asesino que se ocuparía de permitir o no el paso a los aprendices o evitar extraños y curiosos -Connor, siento mucho que tengas que encargarte de esto- bufé por la nariz -Ya- Mace suspiró -En serio... ¿Dónde está ella?- me encogí de hombros -Estará más segura aquí, aun es muy novata y... ajeno a eso, no quiero que le hagan daño- Lidya rió -¡Que buen hombre de corazón más puro! ¿Que una aprendiz no se haga daño? Lo siguiente será crear una asociación para proteger a los Licántropos cuando estén en peligro de extinción ¿No, Kennway?- la miré con rabia, pues ese rintintín en su voz me ponía nervioso -Sin duda hay animales que habría que sacrificar antes que a los Licántropos, Aguilar- nos mantuvimos mutuamente una mirada tensa de la que podrían saltar chispas... de uno más que de otro, pues a ella le faltaba un ojo, aun cubierto por vendajes, esta vez limpias y sin sangre -¿Te refieres a mi?- sonreí -Oh... ¿Te sientes aludida por algo, madame?- Mace intervino colándose entre ambos e impidiendo el contacto visual -Lidya, pido respeto para el Maestro Kennway. Es honorable preocuparse por el bienestar del aprendiz aunque su trabajo sea arriesgar la vida cada noche. Por tu parte, Connor, también es una sabia elección no llevarla, el amor puede ser terriblemente peligroso en situaciones en las que ella se vea en peligro, ya conoces la filosofía de la Orden- asentí como si la cabeza me pesara una tonelada. Mace tenía razón y yo siempre había acatado esa norma como la más sagrada y había sobrevivido. El apego me podría haber puesto en serio peligro en muchas ocasiones, pero gracias a mi frialdad e indiferencia, siempre salí ileso. Si algo le sucediese a Helena... -Si me disculpáis, he de ir a mi camarote- comenté al notar la congregación de aprendices que esperaban abordar el barco para partir -Por supuesto, Connor. Ten un buen viaje amigo mío y regresa de una pieza, la chica y yo estaremos deseando verte. Prometo que estará a mi cuidado- prometió mientras descendía por la pasarela seguido por la española que se volvió hacia mi -No me robarás lo que es mío, Connor. Iré a Egipto, encontraré el Legado de Enoch antes que tú... y seré yo la verdadera Maestra.- suspiré mientras recogía mi bolsa y los aprendices se desperdigaban por la cubierta -Seguro que sí... Apuesto a que tienes buen ojo para buscar- comenté pícaramente y con maldad, haciendo que varios aprendices se mofaran de mi comentario burlándose de ella. Vi como en su único ojo visible se dibujaba la mirada del mismísimo diablo -¡Cuanta osadía, Kennway! Juro por la sangre de mis antepasados que te encontraré allí a donde vas... Lejos de la jurisdicción de la Orden de Nueva Orleans, donde Mace no tenga poder para protegerte.- asentí aburrido de sus palabras tan tópicas -Claro que sí, Aguilar. Ven, encuéntrame... y que hablen las espadas- asintió lentamente, llena de ira -Ni yo misma lo hubiese dicho mejor, Connor- sus finos labios perfilaron una maligna sonrisa. Francamente me sorprendí, pues yo no lo dije en serio, pero ella sí. Me puse serio al instante -No está permitido confrontaciones entre nosotros, Lidya- sentí las miradas de los aprendices -No está permitido amar tampoco, Connor. Igual que otras tantas normas que constantemente se rompen. Nuestros antepasados son legendarios por esa misma razón... Arrasaría si es necesario toda la Orden para volver a fundarla desde cero- cada palabra que decía no dejaba de sorprenderme cada vez más -Pero es evidente que mi amor por la Hermandad es demasiado grande como para herir a los pupilos y a tantos compañeros de armas. Pero tú eres un desconocido, un Errante que no ha servido en concreto bajo el estandarte de ninguna Hermandad hasta que te ha convenido para proteger a tu aprendiz, a tu chica- me arrepentí al instante de haber dejado a Helena en Nueva Orleans -Los Errantes son tan Hermanos como tú, Aguilar- dio un paso hacia delante, furiosa -¡Los Errantes sois un peligro para la Orden! Sois vulnerables a que os conviertan, a que os infecten y os laven el cerebro, revelaréis datos, lugares, guaridas. Vuestro entrenamiento se volvería en nuestra contra...- me señaló -Y un Errante, una basura vagabunda como tú, no llevará el mérito de ser Maestro de ningún sitio y mucho menos ser el portador del Legado de Enoch, sea lo que sea- se dio media vuelta y comenzó a descender por la pasarela -¡Nos veremos en los infiernos del desierto, Kennway!- me relajé al verla marchar, sonreí y miré a los estudiantes -¡Mucho ojo al bajar!- todos estallaron en risas contenida por los nervios de aquella discusión. Yo incluido. Rememoré con aquellas bromas infantiles mi infancia, lo alegre que era cuando estaba con mi madre en la aldea. Añoré a Helena como nunca.
Bajé a los camarotes y el barco zarpó cuando todos estuvieron a bordo. Desde mi habitación, sentado en la cama y aguardando a un larguísimo viaje, oí como tocaban a mi puerta. Pensé que quizá algún aprendiz tuviese dudas o miedos o que incluso estuvieran comportándose como crios como veintiañeros que eran todos y todas, pero me sorprendió ver a Helena ahí. Hablaba y hablaba y yo solo podía mirarla cuando entró en mi camarote. Cerré la puerta. Ella depositó su equipaje en la habitación y prosiguió con su charla mientras que yo solo la miraba con los ojos bien abiertos y sin habla ¿Me había seguido y no me había dado cuenta? Bajar la guardia era realmente peligroso... Se tumbó en la cama y me hizo sitio, asegurando que no me perdería y que me amaba. Acostado a su lado, terminé por sonreir saliendo de mis pensamientos y la besé mientras la abrazaba. Sí, lo mejor era que me acompañase -En cuanto a sigilosa te doy un diez- deslicé mi mano a través de sus pantalones, introduciéndola en el interior de los mismos y su ropa interior, jugando con mis dedos en su sexo -Pero me has desobedecido, así que tendrás que hacer ejercicios extra- me sentí enormemente bien, además de acalorado, teniéndola a mi lado y sabiendo que estaba lejos de Aguilar ¿Quién iba a protegerla mejor que yo? Me fundí en besos con ella mientras le hacía sentir placer al mismo tiempo que desnudaba su torso y mordía y besaba sus pechos, su cuello y finalmente su boca. No pude aguantar mucho más hasta desnudarla y poseerla con todas las fuerzas que me quedaran para caer rendido cuando culminamos ambos.
A partir de entonces, fueron unos intensos y agobiantes meses en el mar, aburridos en general pero apasionantes e íntimos en particular en mis encuentros con Helena, prácticamente diarios y repetidas veces.
Fue, a pesar de todo, un enorme gusto llegar a las áridas tierras de África en las cuales hallamos en el puerto un buen mercado donde comprar provisiones ademas de camellos. Bajé del barco con los demás para agenciarnos transporte en dichos animales y unas cuantas chilabas, la cual escogí de color blanco y me puse ipso facto para alejar el calor que provocaba ir de negro bajo semejante sol abrasador. Helena había traido unos pañuelos que me llevé al cuello y me coloqué aquella especie de velo-capucha que dicho ropaje llevaba, dejando solo mis ojos al descubierto -¡Bien! Montad, yo he de hablar con un guía que nos lleve hasta el complejo funerario de Imhotep- conocía nuestro destino dado que Mace dejó en mi camarote una carta que explicaba de dónde provenía ese manuscrito. Igualmente me intrigaba que encontrasen textos latinos en tumbas egipcias mucho más antiguas que dicha escritura.
Pude comprobar que mis palabras no cayeron en saco roto y un hombrecillo no demasiado alto, vistiendo una chilaba azul y sin barba a diferencia del resto de vendedores, se aproximó a mi con mucha velocidad -¡Amigo! ¿Imhotep? ¿Quieres ir a Saqqara?- arqueé una ceja al mirarle, desconcertado -Eh... sí- sin decir nada más, tomó su propio camello y adelantó al grupo de aprendices -¡Seguidme!- puso a caminar al animal a paso medio ligero. Quedé perplejo ante aquella extraña actitud, pero igualmente monté en mi transporte e indiqué a los aprendices que lo siguiéramos. -No tengo ni idea de qué va esto... Las gentes del desierto son extrañas...- comenté a Helena mientras oía canturrear muy alegre al hombrecillo -¡Por cierto, el pago se efectuará a mitad de la expedición y una vez aceptado el servicio no hay vuelta atrás!- suspiré apesadumbrado cuando dijo aquello, pues ni tan siquiera sabía que ya nos estaba guiando hacia Saqqara sin haber aceptado su servicio. Imaginé que nos llevaba precisamente a un lugar donde encontrar un guía. Afortunadamente caía la tarde y la noche no se demoraría demaiado en llegar.
Cuando la luna asomaba, brillante, alumbrando todo el desierto y dotando a la arena de un hermoso toque azulado mientras el cielo nos brindaba un espectacular viaje a las estrellas, el guía nos indicó parar. Estabamos sedientos y hambrientos, de modo que no tardamos en encender una gran fogata y empezar a comer y beber, pero racionando los alimentos. El inquietante hombrecillo se acercó a mi y a Helena, a la cual abrazaba y se sentó frente a nosotros descarademente -Oye ¿A qué se supone que vais a Saqqara? Nos quedan un par de días de viaje pero...- me molestaba mucho su actitud tan despreocupada -Ya que vamos a pagarte tus servicios, no nos interrogues, "guía"- entornó los ojos y me inescrutó con un semblante místico. Por un momento pensé, durante aquel silencio que se prolongó mientras me miraba así, que quizá fuera un heremita del desierto que podría hacer que nos devorasen las dunas si lo ofendía, llevándonos por el camino equivocado. Fui a disculparme cuando me fijé que no me miraba a mi, sino a Helena, a la que tenía apoyada en el pecho -¡Que se muera mi camello Shahik si no es una bella mujer!- gruñí -¿Puedes dejarnos en paz? Necesitamos dormir- me ignoró por completo -Si no fuera por ese tiparro que te abraza te pediría dar una vuelta, buena moza- su forma de expresarse me indicó que él también era extranjero -En serio, tienes el medio rostro al aire más bonito que he visto jamás.- imaginé que era un piropo para las mujeres de esas tierras... y empezaba a agotarme -Contaré hasta tres antes de apretar el gatillo, "guía"- le mostré el revólver y le apunté a la cara. Me fijé en su expresión aterrorizada -¿Ca...Cazadores?- se puso en pie y retrocedió ligeramente al fijarse en la pequeña inscripción de runas en el cañón del arma. Cada vez fue hacelerando el paso hasta que la chilaba que vestía cayó al suelo cuando un chacal huía de nosotros acelerando el paso -¡Cogedle! ¡Un cambiaformas!- me levanté rápidamente para ir hasta él cuando unos aprendices le dieron caza y lo levantaron en el aire, aún en su forma animal -¡No hay derecho! ¡Huye uno de su españa como un sucio perro del desierto, se vuelve un sucio perro del desierto y seguís buscándome!- refunfuñó -¡Madre mía! Si solo soy un pobre chacal que busca la forma de ganarse la vida y sobrevivir en este asqueroso montón de arena ¡Piedad!- a pesar de los años me resultaba extraño y conmocionante ver animales hablar y tener expresiones humanas en la mirada. Ordené que lo soltaran y le eché la chilaba por encima para que volviese a su forma humana -Sé buen chico, cállate la boca y llévanos hasta Saqqara sin hacer preguntas... Y sobre todo, deja a Helena en paz- sonrió feliz -Así que la moza se llama Helena... ¡Bonito nombre!- le abofeteé sin usar demasiada fuerza y le llamé la atención. Me hizo cierta gracia que reaccionara como lo haría un perro mascota -Ahora vamos a dormir... Si despierto y no estás o no están algunas de nuestras pertenencias, si Helena se mueve un ápice de su sitio contra su voluntad o siente que alguien la toca o la mira, te bañaré en plata hasta que te consideren una estatua obra de un artista- sonreí maligno, aunue el pañuelo no dejó ver mis facciones. El guía sonrió nervioso y asintió asustado, por lo que todos los presentes nos preparamos para pasar la noche en unas tiendas de campaña típicas de los ejércitos de la época, dejando al hombrecillo dormir al raso con los camellos -Eso es, muchas gracias, no os molesteis en dar cobijo a un pobre hombre animalito- hablaba para sí, sentándose cerca del fuego y mirando las estrellas.
Dentro de la pequeña tienda, abracé a Helena cubierto por mantas y lonas -Creo que el viaje con esta criatura va a ser movidito y cansino...- le besé la mejilla -Ten cuidado con él...- cerré los ojos y aguardé a dormirme por fin, intranquilo por el cambiaformas ¿Sería de fiar?
Deambulé por las calles hasta que llegué al Abismo del Mississippi, que no era más que un pequeño puerto rústico fabricado por los Cazadores para embarcar sin ser demasiado notorios. Había en total cuatro barcos de mediano tamaño para los destinos y uno de ellos era el mío. Lidya y Mace hicieron los honores de esperar en mi barco para señalarme cual era y ultimarme detalles -Buenas noches...- dije al subir, colocándose tras de mi un Asesino que se ocuparía de permitir o no el paso a los aprendices o evitar extraños y curiosos -Connor, siento mucho que tengas que encargarte de esto- bufé por la nariz -Ya- Mace suspiró -En serio... ¿Dónde está ella?- me encogí de hombros -Estará más segura aquí, aun es muy novata y... ajeno a eso, no quiero que le hagan daño- Lidya rió -¡Que buen hombre de corazón más puro! ¿Que una aprendiz no se haga daño? Lo siguiente será crear una asociación para proteger a los Licántropos cuando estén en peligro de extinción ¿No, Kennway?- la miré con rabia, pues ese rintintín en su voz me ponía nervioso -Sin duda hay animales que habría que sacrificar antes que a los Licántropos, Aguilar- nos mantuvimos mutuamente una mirada tensa de la que podrían saltar chispas... de uno más que de otro, pues a ella le faltaba un ojo, aun cubierto por vendajes, esta vez limpias y sin sangre -¿Te refieres a mi?- sonreí -Oh... ¿Te sientes aludida por algo, madame?- Mace intervino colándose entre ambos e impidiendo el contacto visual -Lidya, pido respeto para el Maestro Kennway. Es honorable preocuparse por el bienestar del aprendiz aunque su trabajo sea arriesgar la vida cada noche. Por tu parte, Connor, también es una sabia elección no llevarla, el amor puede ser terriblemente peligroso en situaciones en las que ella se vea en peligro, ya conoces la filosofía de la Orden- asentí como si la cabeza me pesara una tonelada. Mace tenía razón y yo siempre había acatado esa norma como la más sagrada y había sobrevivido. El apego me podría haber puesto en serio peligro en muchas ocasiones, pero gracias a mi frialdad e indiferencia, siempre salí ileso. Si algo le sucediese a Helena... -Si me disculpáis, he de ir a mi camarote- comenté al notar la congregación de aprendices que esperaban abordar el barco para partir -Por supuesto, Connor. Ten un buen viaje amigo mío y regresa de una pieza, la chica y yo estaremos deseando verte. Prometo que estará a mi cuidado- prometió mientras descendía por la pasarela seguido por la española que se volvió hacia mi -No me robarás lo que es mío, Connor. Iré a Egipto, encontraré el Legado de Enoch antes que tú... y seré yo la verdadera Maestra.- suspiré mientras recogía mi bolsa y los aprendices se desperdigaban por la cubierta -Seguro que sí... Apuesto a que tienes buen ojo para buscar- comenté pícaramente y con maldad, haciendo que varios aprendices se mofaran de mi comentario burlándose de ella. Vi como en su único ojo visible se dibujaba la mirada del mismísimo diablo -¡Cuanta osadía, Kennway! Juro por la sangre de mis antepasados que te encontraré allí a donde vas... Lejos de la jurisdicción de la Orden de Nueva Orleans, donde Mace no tenga poder para protegerte.- asentí aburrido de sus palabras tan tópicas -Claro que sí, Aguilar. Ven, encuéntrame... y que hablen las espadas- asintió lentamente, llena de ira -Ni yo misma lo hubiese dicho mejor, Connor- sus finos labios perfilaron una maligna sonrisa. Francamente me sorprendí, pues yo no lo dije en serio, pero ella sí. Me puse serio al instante -No está permitido confrontaciones entre nosotros, Lidya- sentí las miradas de los aprendices -No está permitido amar tampoco, Connor. Igual que otras tantas normas que constantemente se rompen. Nuestros antepasados son legendarios por esa misma razón... Arrasaría si es necesario toda la Orden para volver a fundarla desde cero- cada palabra que decía no dejaba de sorprenderme cada vez más -Pero es evidente que mi amor por la Hermandad es demasiado grande como para herir a los pupilos y a tantos compañeros de armas. Pero tú eres un desconocido, un Errante que no ha servido en concreto bajo el estandarte de ninguna Hermandad hasta que te ha convenido para proteger a tu aprendiz, a tu chica- me arrepentí al instante de haber dejado a Helena en Nueva Orleans -Los Errantes son tan Hermanos como tú, Aguilar- dio un paso hacia delante, furiosa -¡Los Errantes sois un peligro para la Orden! Sois vulnerables a que os conviertan, a que os infecten y os laven el cerebro, revelaréis datos, lugares, guaridas. Vuestro entrenamiento se volvería en nuestra contra...- me señaló -Y un Errante, una basura vagabunda como tú, no llevará el mérito de ser Maestro de ningún sitio y mucho menos ser el portador del Legado de Enoch, sea lo que sea- se dio media vuelta y comenzó a descender por la pasarela -¡Nos veremos en los infiernos del desierto, Kennway!- me relajé al verla marchar, sonreí y miré a los estudiantes -¡Mucho ojo al bajar!- todos estallaron en risas contenida por los nervios de aquella discusión. Yo incluido. Rememoré con aquellas bromas infantiles mi infancia, lo alegre que era cuando estaba con mi madre en la aldea. Añoré a Helena como nunca.
Bajé a los camarotes y el barco zarpó cuando todos estuvieron a bordo. Desde mi habitación, sentado en la cama y aguardando a un larguísimo viaje, oí como tocaban a mi puerta. Pensé que quizá algún aprendiz tuviese dudas o miedos o que incluso estuvieran comportándose como crios como veintiañeros que eran todos y todas, pero me sorprendió ver a Helena ahí. Hablaba y hablaba y yo solo podía mirarla cuando entró en mi camarote. Cerré la puerta. Ella depositó su equipaje en la habitación y prosiguió con su charla mientras que yo solo la miraba con los ojos bien abiertos y sin habla ¿Me había seguido y no me había dado cuenta? Bajar la guardia era realmente peligroso... Se tumbó en la cama y me hizo sitio, asegurando que no me perdería y que me amaba. Acostado a su lado, terminé por sonreir saliendo de mis pensamientos y la besé mientras la abrazaba. Sí, lo mejor era que me acompañase -En cuanto a sigilosa te doy un diez- deslicé mi mano a través de sus pantalones, introduciéndola en el interior de los mismos y su ropa interior, jugando con mis dedos en su sexo -Pero me has desobedecido, así que tendrás que hacer ejercicios extra- me sentí enormemente bien, además de acalorado, teniéndola a mi lado y sabiendo que estaba lejos de Aguilar ¿Quién iba a protegerla mejor que yo? Me fundí en besos con ella mientras le hacía sentir placer al mismo tiempo que desnudaba su torso y mordía y besaba sus pechos, su cuello y finalmente su boca. No pude aguantar mucho más hasta desnudarla y poseerla con todas las fuerzas que me quedaran para caer rendido cuando culminamos ambos.
A partir de entonces, fueron unos intensos y agobiantes meses en el mar, aburridos en general pero apasionantes e íntimos en particular en mis encuentros con Helena, prácticamente diarios y repetidas veces.
Fue, a pesar de todo, un enorme gusto llegar a las áridas tierras de África en las cuales hallamos en el puerto un buen mercado donde comprar provisiones ademas de camellos. Bajé del barco con los demás para agenciarnos transporte en dichos animales y unas cuantas chilabas, la cual escogí de color blanco y me puse ipso facto para alejar el calor que provocaba ir de negro bajo semejante sol abrasador. Helena había traido unos pañuelos que me llevé al cuello y me coloqué aquella especie de velo-capucha que dicho ropaje llevaba, dejando solo mis ojos al descubierto -¡Bien! Montad, yo he de hablar con un guía que nos lleve hasta el complejo funerario de Imhotep- conocía nuestro destino dado que Mace dejó en mi camarote una carta que explicaba de dónde provenía ese manuscrito. Igualmente me intrigaba que encontrasen textos latinos en tumbas egipcias mucho más antiguas que dicha escritura.
Pude comprobar que mis palabras no cayeron en saco roto y un hombrecillo no demasiado alto, vistiendo una chilaba azul y sin barba a diferencia del resto de vendedores, se aproximó a mi con mucha velocidad -¡Amigo! ¿Imhotep? ¿Quieres ir a Saqqara?- arqueé una ceja al mirarle, desconcertado -Eh... sí- sin decir nada más, tomó su propio camello y adelantó al grupo de aprendices -¡Seguidme!- puso a caminar al animal a paso medio ligero. Quedé perplejo ante aquella extraña actitud, pero igualmente monté en mi transporte e indiqué a los aprendices que lo siguiéramos. -No tengo ni idea de qué va esto... Las gentes del desierto son extrañas...- comenté a Helena mientras oía canturrear muy alegre al hombrecillo -¡Por cierto, el pago se efectuará a mitad de la expedición y una vez aceptado el servicio no hay vuelta atrás!- suspiré apesadumbrado cuando dijo aquello, pues ni tan siquiera sabía que ya nos estaba guiando hacia Saqqara sin haber aceptado su servicio. Imaginé que nos llevaba precisamente a un lugar donde encontrar un guía. Afortunadamente caía la tarde y la noche no se demoraría demaiado en llegar.
Cuando la luna asomaba, brillante, alumbrando todo el desierto y dotando a la arena de un hermoso toque azulado mientras el cielo nos brindaba un espectacular viaje a las estrellas, el guía nos indicó parar. Estabamos sedientos y hambrientos, de modo que no tardamos en encender una gran fogata y empezar a comer y beber, pero racionando los alimentos. El inquietante hombrecillo se acercó a mi y a Helena, a la cual abrazaba y se sentó frente a nosotros descarademente -Oye ¿A qué se supone que vais a Saqqara? Nos quedan un par de días de viaje pero...- me molestaba mucho su actitud tan despreocupada -Ya que vamos a pagarte tus servicios, no nos interrogues, "guía"- entornó los ojos y me inescrutó con un semblante místico. Por un momento pensé, durante aquel silencio que se prolongó mientras me miraba así, que quizá fuera un heremita del desierto que podría hacer que nos devorasen las dunas si lo ofendía, llevándonos por el camino equivocado. Fui a disculparme cuando me fijé que no me miraba a mi, sino a Helena, a la que tenía apoyada en el pecho -¡Que se muera mi camello Shahik si no es una bella mujer!- gruñí -¿Puedes dejarnos en paz? Necesitamos dormir- me ignoró por completo -Si no fuera por ese tiparro que te abraza te pediría dar una vuelta, buena moza- su forma de expresarse me indicó que él también era extranjero -En serio, tienes el medio rostro al aire más bonito que he visto jamás.- imaginé que era un piropo para las mujeres de esas tierras... y empezaba a agotarme -Contaré hasta tres antes de apretar el gatillo, "guía"- le mostré el revólver y le apunté a la cara. Me fijé en su expresión aterrorizada -¿Ca...Cazadores?- se puso en pie y retrocedió ligeramente al fijarse en la pequeña inscripción de runas en el cañón del arma. Cada vez fue hacelerando el paso hasta que la chilaba que vestía cayó al suelo cuando un chacal huía de nosotros acelerando el paso -¡Cogedle! ¡Un cambiaformas!- me levanté rápidamente para ir hasta él cuando unos aprendices le dieron caza y lo levantaron en el aire, aún en su forma animal -¡No hay derecho! ¡Huye uno de su españa como un sucio perro del desierto, se vuelve un sucio perro del desierto y seguís buscándome!- refunfuñó -¡Madre mía! Si solo soy un pobre chacal que busca la forma de ganarse la vida y sobrevivir en este asqueroso montón de arena ¡Piedad!- a pesar de los años me resultaba extraño y conmocionante ver animales hablar y tener expresiones humanas en la mirada. Ordené que lo soltaran y le eché la chilaba por encima para que volviese a su forma humana -Sé buen chico, cállate la boca y llévanos hasta Saqqara sin hacer preguntas... Y sobre todo, deja a Helena en paz- sonrió feliz -Así que la moza se llama Helena... ¡Bonito nombre!- le abofeteé sin usar demasiada fuerza y le llamé la atención. Me hizo cierta gracia que reaccionara como lo haría un perro mascota -Ahora vamos a dormir... Si despierto y no estás o no están algunas de nuestras pertenencias, si Helena se mueve un ápice de su sitio contra su voluntad o siente que alguien la toca o la mira, te bañaré en plata hasta que te consideren una estatua obra de un artista- sonreí maligno, aunue el pañuelo no dejó ver mis facciones. El guía sonrió nervioso y asintió asustado, por lo que todos los presentes nos preparamos para pasar la noche en unas tiendas de campaña típicas de los ejércitos de la época, dejando al hombrecillo dormir al raso con los camellos -Eso es, muchas gracias, no os molesteis en dar cobijo a un pobre hombre animalito- hablaba para sí, sentándose cerca del fuego y mirando las estrellas.
Dentro de la pequeña tienda, abracé a Helena cubierto por mantas y lonas -Creo que el viaje con esta criatura va a ser movidito y cansino...- le besé la mejilla -Ten cuidado con él...- cerré los ojos y aguardé a dormirme por fin, intranquilo por el cambiaformas ¿Sería de fiar?
Connor Kennway- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Nueva Orleans - El principio del fin.
Por increíble que pudiese llegar a parecer, tuve que suspirar aliviadísima al comprobar que Connor no se había enfadado por la pequeña actuación que me había visto obligada a hacer para que todo saliese sobre ruedas. El beso que me dio cuando se acostó a mi lado, sin duda era el segundo beso que mas esperé de él en toda mi vida. –Lo siento mi vida…- comenté verdaderamente sintiendo aquello. Me acerqué más a su cuerpo y comenzó a acariciarme. Se repetía lo de la noche anterior, pero de formas más intimas, pues esta vez aventuró su mano bajo mis pantalones y ropa interior, llevándola hacia mi entrepierna, la cual se humedeció rápidamente y con muchísimas mas intensidad que la anterior vez . Llevé mi mano rápidamente hacia la suya para intentar detenerle, pero gemí inesperadamente y el calor empezó a apoderarse de mi cuerpo, otra vez las llamas del infierno ardieron en mi interior. Aquello era algo que no sabía como se hacía, no supe de donde emanaba tanta calor ni como Connor lo conseguía, incluso me avergoncé por donde comprender que estaba palpando algo demasiado intimo, pero que diantres, producía demasiado placer, un placer delicioso; por lo que aunque posé mi mano sobre la suya, no lo detuve. Me desnudó y me probó. Le besé, sus labios, su cuello, su torso el cual incluso mordí, rodeé su espalda con mis brazos y hubo momentos en los que inconscientemente por el placer del momento y sin intención de hacerlo, la arañé. Me dejé llevar mejor e incluso me confié más, pues me moví y actué sin miedos, incluso le ayudé a desnudarse. Lo rodeé con mis piernas y dejé que volviésemos a fundirnos el uno con el otro.
Así y de esa misma forma, transcurrieron las siguientes e incontables noches que pasamos en aquel pequeño barco hasta llegar a nuestro destino. Puede decirse de que no se por ello, el viaje se hubiese vuelto el más tedioso de todos los que habíamos tenido hasta entonces. Connor y yo nos habíamos vuelto inseparables ante todo, nos amábamos con intensidad y adorábamos disfrutar el uno del otro. Por suerte, esto no resultó ser molesto para todos los que nos acompañaban, por el momento. Llegar a África fue un enormísimo alivio, pues empezaba a sentirme asfixiada en aquel buque rodeado de un inmenso mar que parecía ser que no conocía limites. Lo peor fue que lo eché de menos nada mas entender como era el ambiente del lugar. Asfixiantemente caluroso, pesado, agobiante e incluso producía malestar. Nos dirigimos hacia el primer mercado que encontramos junto al pueblo. Nuestros ropajes no eran para nada adecuados, por lo que todos acabamos comprándonos chilabas. La mía en concreto la elegí de color blanco, reluciente, pues los motivos de color dorado, muy finos y bien separados, le daban aquel efecto. Me quité la chaqueta y las medias donde los demás no pudiesen verme, y me coloqué la nueva prenda ¿Quien iba a decirme a mí que vestiría aquellos ropajes que solo las novelas me hacían imaginar? Ayudé a Connor a colocarse los pañuelos, también blancos, que compré en Nueva Orleans, para después ponerme el mío yo misma. Era un autentico agobio vestir aquello, y que los ojos fuesen lo único que se dejasen ver entre tantos ropajes era exasperante, pero si queríamos soportar aquel clima tan peculiar era lo único que podíamos hacer. Además, cada uno se agenció un camello, a excepción de Connor y yo que compartíamos el mismo. Monté en el animal con ayuda, pues aunque supiese de sobra como montar en caballo, aquello era un camello y a saber si salía corriendo a la más minima. El cazador fue a buscar a un guía cuando ya teníamos todo preparado, le dejé ir solo, no iba a bajar del camello con lo que me había costado subir. Encontró uno rápidamente, un hombrecillo aparentemente animado y alegre, quien nos adelantó y se puso manos a la obra con su trabajo.
Le seguimos hasta que la noche cayó, haciendo desaparecer todo calor para dar lugar a un frío que calaba hasta los huesos. Tuvimos que para refugiarnos del frío y descansar, por lo que los hombres encendieron una fogata y comimos alrededor de la misma. En todo momento estuve dejada de caer en Connor mientras él me abrazaba. Me preguntaba si alguna vez había visitado el continente y cuantos lugares mas igual de particulares que en el que estábamos. El guía se interesó por la naturaleza de nuestro viaje, y la verdad es que yo también, pues en parte a penas sabia que hacíamos allí. Di un sorbo al la cantimplora llena de agua y me quedé absorta en la fogata, pensando en varias cosas mientras me posaba sobre el pecho del hombre, y entonces, la voz aguda y potente del hombrecillo me sacó del ensimismamiento. Acababa de lanzarme un piropo que no había oído jamás en la vida. Abrí los ojos como platos por la incertidumbre, y entonces aseguró que de nos ser por Connor me llevaría a dar una vuelta. Sonreí, no porque me gustase, sino porque me pareció bastante amable y amistosa su forma de comportarse. Una vez más, aquello era nuevo, comportamientos amistosos sin necesidad de una flecha sobre mi cabeza que indicase cuanto dinero tenía. Piropeó después, creo, que mis ojos, los cuales seguía teniendo bien abiertos. Connor pareció molestarse, pues sacó su revolver y le apuntó con él –Connor, no es necesario- le comenté intentando tranquilizarle. Pero el hombrecillo se levantó, huyó, y en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en un animalillo. -¡¿Qué es?!- Por el grito de Connor lo entendí todo. Era un cambia formas, la primera vez que vi uno en mi vida. Me asusté porque pensé que podría ser peligroso, o que quizás fuese enviado por mi madre. Pero en cuanto lo cazaron y oí sus palabras suplicantes, entendí que no podía ser aunque proviniese de un lugar interesante para mi. Aunque apenas podía salir de mi asombro al ver a un chacal parlante. De igual forma, acabó dándome un tanto de lástima. Parecía inofensivo y se había ganado un guantazo del cazador, además de dormir a la intemperie junto a los camellos.
Acabamos todos, excepto el guía, refugiándonos en las casetas de lona para intentar dormir entre una montaña de mantas. Por suerte, yo tenía a Connor, el cual me proporcionaba un calor más natural que cualquiera de aquellas telas. Me retiré el pañuelo y la capucha de la cara y me acosté a su lado, hasta que Connor me abrazó y me llevó más cerca de él. Me dio un beso en la mejilla y quedé mirándole con una mirada dulce. Llevé una mano hasta un mechón de pelo que caía sobre su frente, se lo retiré y a la vez lo acaricié. Antes me atraían sus ojos, pero ahora me gustaba todo de él: su rostro, sus ojos, su boca, su torso, su cuerpo… - ¿No crees que nos hemos pasado un poco con él?- dije refiriéndome al cambiaformas, aún acariciándole el mechón de cabellos. –No parece… peligroso. Quizá esté muerto de frío- tras aquello, decidí cambiar el tema rápidamente, pues estaba quedándome perpleja con sus facciones y me sentí un tanto celosa de que alguien pudiese también darse cuanta de lo hermoso que era –Cuando intentaba colarme en el barco… vi como mantenías una conversación con una mujer un poco mas mayor que yo ¿Quién era?- pregunté sin intención alguna de interrogarle, sólo tenía curiosidad. Acabé sintiendo bastante frío por muy tapados que estuviésemos, así que me acerqué hacia él, le di un beso dulce en su labio inferior y me dí la vuelta para que me abrazase desde mi espalda, y me proporcionase mas calor así, aunque yo no pudiese devolvérselo con otro abrazo a causa de la posición. Reí juguetona, pues hasta ese momento jamás habíamos dormido así; y dejé que el sueño poco a poco se apoderase de mí.
Desperté bastante temprano, e incluso antes que Connor, a causa del tremendo calor que empezaba a sentir por la aparición del día. Decidí salir de la caseta, sin hacer el menor ruido posible, y destapando un poco a Connor y dándole un beso en la mejilla antes de salir. Me encontré con el hombrecillo, que ya estaba despierto y si, había dormido toda la noche a la intemperie –Buenos días- comenté mientras me sentaba frente a él, al otro lado de lo que había sido la fogata. Por suerte, todos los cazadores seguían durmiendo, así que si charlaba un poco con él en voz baja, no me recriminarían nada. – Siento que hallas tenido que dormir aquí, pero… yo no mando aquí, ni si quiera soy cazadora- me disculpé mientras tomaba una cantimplora y bebía agua para refrescarme. Se la cedí – Ten, por si no te queda agua- sonreí para que se fiase de mi. De cierta forma nos habíamos comportado mas con él, y quise rectificar por mi parte. Además, si el guia se marchaba en medio del camino ¿Como podríamos seguir sin perdernos? Me eché la capucha hacia delante, pero no subí el pañuelo hasta la boca –Que calor… de aquí a nada empezaré a tener visiones- comenté entre sonrisas –Por cierto, ayer a penas pudimos presentarnos. Ya sabes mi nombre, pero quiero ser educada. Soy Helena- le tendí mi mano. Tocaba empezar a preguntarle lo que realmente deseaba desde la noche anterior – Ayer dijiste que habías huido de España ¿Vivías allí?- reflexioné un poco lo que acababa de preguntar, e intenté disculparme –Perdón, no quería ser entrometida. Es sólo que mi madre era de allí, de Zaragoza, y me preguntaba si la habías conocido alguna vez. Se llamaba Isabel Sorolla… vivía en una mansión bastante lujosa hasta que… Bueno, no es nada. Sentía curiosidad. No conozco a nadie que pudiese hablarme de ella antes de que muriese. – sonreí aunque de forma exageradamente triste, porque cada vez que hablaba de ella, más peligro sentía que corría. No sabía donde estaba ni que estaba haciendo. No sabía cual sería su próxima forma de atacar y temía por Connor como nunca lo había hecho, porque a estas alturas seguramente ya era consciente de la relación que ambos manteníamos –Así que tu camello se llama Shahik- reí intentando olvidarme de los problemas. No sabía cual sería la reacción de Connor al verme charlar con el cambiaformas, pero hablar amistosamente con la gente, era algo que me hacía sentir cómoda, porque podía mostrarme tal y como era.
Así y de esa misma forma, transcurrieron las siguientes e incontables noches que pasamos en aquel pequeño barco hasta llegar a nuestro destino. Puede decirse de que no se por ello, el viaje se hubiese vuelto el más tedioso de todos los que habíamos tenido hasta entonces. Connor y yo nos habíamos vuelto inseparables ante todo, nos amábamos con intensidad y adorábamos disfrutar el uno del otro. Por suerte, esto no resultó ser molesto para todos los que nos acompañaban, por el momento. Llegar a África fue un enormísimo alivio, pues empezaba a sentirme asfixiada en aquel buque rodeado de un inmenso mar que parecía ser que no conocía limites. Lo peor fue que lo eché de menos nada mas entender como era el ambiente del lugar. Asfixiantemente caluroso, pesado, agobiante e incluso producía malestar. Nos dirigimos hacia el primer mercado que encontramos junto al pueblo. Nuestros ropajes no eran para nada adecuados, por lo que todos acabamos comprándonos chilabas. La mía en concreto la elegí de color blanco, reluciente, pues los motivos de color dorado, muy finos y bien separados, le daban aquel efecto. Me quité la chaqueta y las medias donde los demás no pudiesen verme, y me coloqué la nueva prenda ¿Quien iba a decirme a mí que vestiría aquellos ropajes que solo las novelas me hacían imaginar? Ayudé a Connor a colocarse los pañuelos, también blancos, que compré en Nueva Orleans, para después ponerme el mío yo misma. Era un autentico agobio vestir aquello, y que los ojos fuesen lo único que se dejasen ver entre tantos ropajes era exasperante, pero si queríamos soportar aquel clima tan peculiar era lo único que podíamos hacer. Además, cada uno se agenció un camello, a excepción de Connor y yo que compartíamos el mismo. Monté en el animal con ayuda, pues aunque supiese de sobra como montar en caballo, aquello era un camello y a saber si salía corriendo a la más minima. El cazador fue a buscar a un guía cuando ya teníamos todo preparado, le dejé ir solo, no iba a bajar del camello con lo que me había costado subir. Encontró uno rápidamente, un hombrecillo aparentemente animado y alegre, quien nos adelantó y se puso manos a la obra con su trabajo.
Le seguimos hasta que la noche cayó, haciendo desaparecer todo calor para dar lugar a un frío que calaba hasta los huesos. Tuvimos que para refugiarnos del frío y descansar, por lo que los hombres encendieron una fogata y comimos alrededor de la misma. En todo momento estuve dejada de caer en Connor mientras él me abrazaba. Me preguntaba si alguna vez había visitado el continente y cuantos lugares mas igual de particulares que en el que estábamos. El guía se interesó por la naturaleza de nuestro viaje, y la verdad es que yo también, pues en parte a penas sabia que hacíamos allí. Di un sorbo al la cantimplora llena de agua y me quedé absorta en la fogata, pensando en varias cosas mientras me posaba sobre el pecho del hombre, y entonces, la voz aguda y potente del hombrecillo me sacó del ensimismamiento. Acababa de lanzarme un piropo que no había oído jamás en la vida. Abrí los ojos como platos por la incertidumbre, y entonces aseguró que de nos ser por Connor me llevaría a dar una vuelta. Sonreí, no porque me gustase, sino porque me pareció bastante amable y amistosa su forma de comportarse. Una vez más, aquello era nuevo, comportamientos amistosos sin necesidad de una flecha sobre mi cabeza que indicase cuanto dinero tenía. Piropeó después, creo, que mis ojos, los cuales seguía teniendo bien abiertos. Connor pareció molestarse, pues sacó su revolver y le apuntó con él –Connor, no es necesario- le comenté intentando tranquilizarle. Pero el hombrecillo se levantó, huyó, y en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en un animalillo. -¡¿Qué es?!- Por el grito de Connor lo entendí todo. Era un cambia formas, la primera vez que vi uno en mi vida. Me asusté porque pensé que podría ser peligroso, o que quizás fuese enviado por mi madre. Pero en cuanto lo cazaron y oí sus palabras suplicantes, entendí que no podía ser aunque proviniese de un lugar interesante para mi. Aunque apenas podía salir de mi asombro al ver a un chacal parlante. De igual forma, acabó dándome un tanto de lástima. Parecía inofensivo y se había ganado un guantazo del cazador, además de dormir a la intemperie junto a los camellos.
Acabamos todos, excepto el guía, refugiándonos en las casetas de lona para intentar dormir entre una montaña de mantas. Por suerte, yo tenía a Connor, el cual me proporcionaba un calor más natural que cualquiera de aquellas telas. Me retiré el pañuelo y la capucha de la cara y me acosté a su lado, hasta que Connor me abrazó y me llevó más cerca de él. Me dio un beso en la mejilla y quedé mirándole con una mirada dulce. Llevé una mano hasta un mechón de pelo que caía sobre su frente, se lo retiré y a la vez lo acaricié. Antes me atraían sus ojos, pero ahora me gustaba todo de él: su rostro, sus ojos, su boca, su torso, su cuerpo… - ¿No crees que nos hemos pasado un poco con él?- dije refiriéndome al cambiaformas, aún acariciándole el mechón de cabellos. –No parece… peligroso. Quizá esté muerto de frío- tras aquello, decidí cambiar el tema rápidamente, pues estaba quedándome perpleja con sus facciones y me sentí un tanto celosa de que alguien pudiese también darse cuanta de lo hermoso que era –Cuando intentaba colarme en el barco… vi como mantenías una conversación con una mujer un poco mas mayor que yo ¿Quién era?- pregunté sin intención alguna de interrogarle, sólo tenía curiosidad. Acabé sintiendo bastante frío por muy tapados que estuviésemos, así que me acerqué hacia él, le di un beso dulce en su labio inferior y me dí la vuelta para que me abrazase desde mi espalda, y me proporcionase mas calor así, aunque yo no pudiese devolvérselo con otro abrazo a causa de la posición. Reí juguetona, pues hasta ese momento jamás habíamos dormido así; y dejé que el sueño poco a poco se apoderase de mí.
Desperté bastante temprano, e incluso antes que Connor, a causa del tremendo calor que empezaba a sentir por la aparición del día. Decidí salir de la caseta, sin hacer el menor ruido posible, y destapando un poco a Connor y dándole un beso en la mejilla antes de salir. Me encontré con el hombrecillo, que ya estaba despierto y si, había dormido toda la noche a la intemperie –Buenos días- comenté mientras me sentaba frente a él, al otro lado de lo que había sido la fogata. Por suerte, todos los cazadores seguían durmiendo, así que si charlaba un poco con él en voz baja, no me recriminarían nada. – Siento que hallas tenido que dormir aquí, pero… yo no mando aquí, ni si quiera soy cazadora- me disculpé mientras tomaba una cantimplora y bebía agua para refrescarme. Se la cedí – Ten, por si no te queda agua- sonreí para que se fiase de mi. De cierta forma nos habíamos comportado mas con él, y quise rectificar por mi parte. Además, si el guia se marchaba en medio del camino ¿Como podríamos seguir sin perdernos? Me eché la capucha hacia delante, pero no subí el pañuelo hasta la boca –Que calor… de aquí a nada empezaré a tener visiones- comenté entre sonrisas –Por cierto, ayer a penas pudimos presentarnos. Ya sabes mi nombre, pero quiero ser educada. Soy Helena- le tendí mi mano. Tocaba empezar a preguntarle lo que realmente deseaba desde la noche anterior – Ayer dijiste que habías huido de España ¿Vivías allí?- reflexioné un poco lo que acababa de preguntar, e intenté disculparme –Perdón, no quería ser entrometida. Es sólo que mi madre era de allí, de Zaragoza, y me preguntaba si la habías conocido alguna vez. Se llamaba Isabel Sorolla… vivía en una mansión bastante lujosa hasta que… Bueno, no es nada. Sentía curiosidad. No conozco a nadie que pudiese hablarme de ella antes de que muriese. – sonreí aunque de forma exageradamente triste, porque cada vez que hablaba de ella, más peligro sentía que corría. No sabía donde estaba ni que estaba haciendo. No sabía cual sería su próxima forma de atacar y temía por Connor como nunca lo había hecho, porque a estas alturas seguramente ya era consciente de la relación que ambos manteníamos –Así que tu camello se llama Shahik- reí intentando olvidarme de los problemas. No sabía cual sería la reacción de Connor al verme charlar con el cambiaformas, pero hablar amistosamente con la gente, era algo que me hacía sentir cómoda, porque podía mostrarme tal y como era.
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
- Mensajes : 57
Fecha de inscripción : 17/11/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Nueva Orleans - El principio del fin.
Antes de dormir, Helena me preguntó sobre la mujer con la que hablaba en la cubierta del barco antes de zarpar en aquel entonces. Me hizo gracia que preguntara tras tanto tiempo de viaje a nuestras espaldas, aunque supuse que habiamos estado demasiado ocupados -Se llama Lidya Aguilar, una Cazadora española, como el amiguito de ahí fuera. Creo que me tiene cierto odio por alguna razón que no termino de ver claro, así que de momento es más que mutuo. Espero no volver a verla en mucho tiempo...- abracé a Helena, que se volvió de espaldas a mi y me sumí en el sueño junto a ella.
El sofocante clima árido y caluroso del desierto me hizo despertar con un enorme dolor de cabeza, empapado en sudor. Afortunadamente la chilaba no estaba húmeda, de forma que se disimulaba ¿Quién no estaría sudando como un cerdo después de pasar un día en el desierto? Comencé a levantarme con toda la pesadez del mundo, como si las cantidades de mantas con las que dormimos fueran tablones de madea. Lo más desconcertante, fue no ver a Helena a mi lado... ¿¡Dónde estaba?!
Fuera, el hombrecillo pasaba frío hasta que salió el sol y el calor cayó sobre él. Helena fue la primera en salir de la tienda con intenciones amables, sentándose frente a él, tendiéndole una mano y presentándose cordialmente. El hombrecillo estrechó su mano con cierto miedo y correspondió la sonrisa -Mateo, para servirle- escuchó las palabras de Helena, pero por desgracia, tuvo que negarle la información -Lo lamento, señorita. Desconozco a esa mujer de la que habla, soy de otro lugar- su rostro denotó cierta tristeza al recordar su hogar, pero pronto cambió a una expresión totalmente teñida de terror y angustia cuando el próximo que salió de su tienda fui yo.
Entorné los ojos y los observé a ambos con crudeza, con unos ojos que hacía tiempo que no miraba a Helena -Aquí estás... ¿Qué dije respecto a no os acercaseis mutuamente?- sentencié con la ira de un Dios, alentada por el dolor de cabeza que sentía. Pude observar como aquel cambiaformas tenía la cantimplora de Helena, de modo que avancé hacia él y se la arranqué de las manos -Si osas poner los labios, las manos, incluso los ojos sobre algo que no te pertenezca...- enseñé nuevamente el revólver para disfrutar de cómo se retorcía en el suelo, hecho un obillo, temiendo que le disparase. Acto seguido centré mi atención en Helena -Tienes suerte de que sea un cobarde y no trabaje para el clan Malkavian. Te recuerdo que tienen un ejército, tienen contactos, súbditos repartidos por doquier. Confiaste en Holmes, confiaste en tu madre y media hermandad de Italia y tu padre murieron por ello. No te diré nada más- regresé a la tienda a recoger todas las cosas y para comenzar a desmontarla. Supe en todo momento lo que decía y sabía que estaba siendo muy duro con ella ¿Pero qué más podía hacer? Nuestra relación no hacía que me convirtiese en un adorable y esponjoso gatito que le permitiría todo lo que ella quisiera. Se estaba volviendo a confiar, era un cambiaformas que de forma muy curiosa accedió a llevarnos a Saqqara sin hacer ni una sola pregunta y de manera insistente ¿Español además? ¡Ja! ¿De dónde era entonces Isabel, la madre de Helena? De momento tenía todas las del mundo para desconfiar de él.
Una vez toda la expedición estaba preparada para marchar, tomamos rumbo nuevamente tras el trasero de aquel cambiaformas que nos guiaba de forma incansable hasta la necrópolis que nos indicaban las notas de Mace. Tuvieron que transcurrir un par de noches más hasta que conseguimos llegar definitivamente. Se trataba de una especie de pirámide pequeña que no acababa en punta y cuya entrada era subterranea, con unos escalones que bajaban hacia un agujero negro en la parte inferior de la edificación. Para la cantidad de años que poseía, era magnífico y esplendoroso, digno de admiración. Me preguntaba cuantos secretos poseería en su interior -Bien, chicos y chicas, hemos llegado al parecer- desmonté del transporte y los demás me siguieron. Una de las mujeres en concreto se quedó mirando a Helena de una forma muy seria durante unos momentos antes de bajar y seguirme -Maestro ¿Es necesario que entre con nosotros? ¿Y si toca algo que no debe?- detuve en seco mi paso y me volví hacia aquella aprendiz. La tomé del brazo y la forcé a moverse hacia delante con tal magnitud que dio una vuelta en el aire y cayó a la arena de espaldas. Los demás murmuraron algo -Mira por donde, has sido tú la que has metido la pata- solté su brazo -Nadie tendrá un trato preferente ni menos prestigioso, sea por motivos personales o por motivos profesionales. Si uno se equivoca, recordad que todos sois aprendices aquí- el cambiaformas nos observaba a todos desde su camello hasta que decidió bajar -Ejem... el acuerdo... era la mitad en medio camino y la otra mitad ahora... ¿Me paga?- le dediqué una mirada furibunda mientras me deshacía de la chilaba y la colgaba sobre el camello -Tú no vas a ninguna parte amiguito, te quedas con nosotros hasta que nos vayamos. Da gracias a que no te mate, te lo debo porque no le hiciste nada a Helena ni a ninguno de los muchachos- tragó saliba -Da la casualidad, señor, de que conozco esta necrópolis... Si gusta, puedo guiarlos también por...- uno de los aprendices más mayores, de 22 años, dio un paso al frente, quitándose también el traje -¡No estoy de acuerdo! ¿Quién sabe lo que quiere de nosotros ahí dentro? Propongo que como Cazadores que somos, lo aniquilemos ahora mismo y vendamos su piel al primer mercader que encontremos- ante tal falta de criterio, me vi obligado a repetir la misma maniobra y derribarlo al suelo. Era arena, pero en tanta cantidad que dolía como si fuera una calle adoquinada -Mal. Los cambiaformas que no representen una potencia peligrosa, como este, que solo es un perro cualquiera- levantó un dedo tímidamente -Chacal, chacal- carraspee -...Chacal cualquiera, no es necesario arrebatarle la vida si no hace mal a nadie. Diferente sería si fuera un león o cualquier especie que sea peligrosa y difícil de asesinar en caso de que intente devorar a alguien- ante mis palabras de apoyo, el hombre se envalentonó -¡Eso es! Y si teneis algún problema, vais y se lo decís al jefe aquí presente que os hecha las tripas en un canasto ¿Verdad que sí?- se llevó las manos a las caderas de forma orgullosa -No- comencé a bajar las escaleras mientras me recolocaba mi sombrero, el cual echaba de menos al haber llevado la chilaba -¡Vamos todos!- la expresión de decepción en el hombre fue notoria, pero se recompuso al verse prácticamente solo en el exterior. Nos siguió con efusividad hasta situarse a mi lado y al de Helena -¿Qué buscamos?- saqué el manuscrito de los Vástagos de Enoch y lo estudié mientras caminaba -Esto fue encontrado en la tumba de Imhotep. Llévanos hasta él- carraspeó y miró a Helena con mirada suspicaz -Se dice sarcófago- aquella forma de hablar denotaban las ganas de hacerla reir, no obstante solo consiguió enfurecer a más de un aprendiz que le increparon y amenazaron con cortarle la lengua si se burlaba una vez más de un Maestro -Está bien, está bien ¡Pero que sepáis que en Egipto tratar mal a un chacal significa deshonra¡ ¡Deshonra sobre vosotros y sobre vuestros camellos, vacas, pollos o cualquier animal que tengáis- suspiré cansado de sus berridos, los cuales no ayudaban a mejorar el dolor en mi cabeza.
Todo el lugar era un laberinto de pasillos muy oscuros y húmedos por lo que nos veiamos obligados a llevar unas antorchas un tanto pequeñas, una para dos, en mi caso y el de Helena, era para tres. El cambiaformas nos llevó hasta una enorme sala donde habían tallado muchísimas imágenes antiguas de los dioses de aquel entonces. Todos nos separamos unos instantes para estudiar el lugar con sumo cuidado -Helena, ven aquí...- me llamaron la atención en concreto unos dibujos en la pared que representaban hombres y mujeres siendo mordidos por otros de su misma especie ¿Era referencia a los vampiros? Seguí observando junto a la muchacha toda la serie de grabados y terminé llegando a una escultura de lo que parecía ser un hombre con una máscara extraña en la cara, siendo de muchísimo menor tamaño que las demás y mucho más discreta -¿Has visto esto...?- fui a coger la estatuilla cuando unos ruidos nos alertaron a todos. Sonaron pasos rápidos, como si alguien corriera -¿Quién ha sido? Que lo diga ahora- todos se sumieron en silencio -Juro solemnemente que yo no he sido- le golpeé con la mano en el hombro -¡Silencio!- susurré y agarré a Helena con una mano -Escúchame, pequeña- la llevé hasta el centro de la sala -Venid todos- obedecieron -Creo que todos hemos oido lo que hemos oido...- el cambiaformas rió nervioso -¡Venga hombre! ¿Vas a creer en momias o fantasmas? ¡Son cuentos!- todos lo miramos inquisitivamente -Y lo dice un cambiaformas... Eres sumamente extraño, hombrecito- se mordió la boca y miró a Helena divertido. Me percaté de que se centraba más en ella que en los demás, pero tampoco se acercaba o intentaba nada extraño. Tal vez solo le caía bien, pero no me fiaba demasiado aún -Hay dos caminos que llegan hasta aquí, hemos de separarnos- todos asintieron -Vosotros tres ireis por ahí- les indiqué el camino -Y nosotros iremos por allí- con el cambiaformas, eramos un grupo de cuatro contra tres, de modo que les cedí a la pesada criatura para que los acompañara. Helena iba en mi grupo, por supuesto, aunque ello generara alguna mirada de reproche por parte de las chicas hacia ella por ser la protegida del Maestro -Muy bien, nos vamos... Y por cierto, si alguien la vuelve a mirar así, le sacaré los ojos. Nadie es más que nadie en esta misión, todos valemos lo mismo- una sombra de arrepentimiento cruzó los globos oculares de los demás y nos separamos en dos grupos.
Avanzamos intrépidos antorcha en mano por el camino de la derecha, en silencio. En todo momento llevaba a Helena agarrada de la mano y al otro aprendiz tras ella -Atentos ante cualquier ruido...- susurré, pues en aquel momento de silencio, solo oíamos el crepitar de la llama de la antorcha así como el susurro débil del viento que entraba por la puerta de la necrópolis. Apestaba a humedad y de vez en cuando había recodos de arena por los bordes del pasillo. Todo estaba impregnado de jeroglíficos y parecía ser infinito hasta que llegamos a una sala completamente distinta a la que habiamos estado, lo que indicaba que los demás se dirigían hacia la salida de la pirámide -Este lugar...- murmuré para mi mismo cuando volvieron a sonar aquellos pasos tan rápidos muy cerca de nosotros, justo por el pasillo -No estamos solos...- tiré de Helena e insté al aprendiz a que nos siguiera hasta el centro de la nueva sala de forma rectangular -Algo nos observa...-
El sofocante clima árido y caluroso del desierto me hizo despertar con un enorme dolor de cabeza, empapado en sudor. Afortunadamente la chilaba no estaba húmeda, de forma que se disimulaba ¿Quién no estaría sudando como un cerdo después de pasar un día en el desierto? Comencé a levantarme con toda la pesadez del mundo, como si las cantidades de mantas con las que dormimos fueran tablones de madea. Lo más desconcertante, fue no ver a Helena a mi lado... ¿¡Dónde estaba?!
Fuera, el hombrecillo pasaba frío hasta que salió el sol y el calor cayó sobre él. Helena fue la primera en salir de la tienda con intenciones amables, sentándose frente a él, tendiéndole una mano y presentándose cordialmente. El hombrecillo estrechó su mano con cierto miedo y correspondió la sonrisa -Mateo, para servirle- escuchó las palabras de Helena, pero por desgracia, tuvo que negarle la información -Lo lamento, señorita. Desconozco a esa mujer de la que habla, soy de otro lugar- su rostro denotó cierta tristeza al recordar su hogar, pero pronto cambió a una expresión totalmente teñida de terror y angustia cuando el próximo que salió de su tienda fui yo.
Entorné los ojos y los observé a ambos con crudeza, con unos ojos que hacía tiempo que no miraba a Helena -Aquí estás... ¿Qué dije respecto a no os acercaseis mutuamente?- sentencié con la ira de un Dios, alentada por el dolor de cabeza que sentía. Pude observar como aquel cambiaformas tenía la cantimplora de Helena, de modo que avancé hacia él y se la arranqué de las manos -Si osas poner los labios, las manos, incluso los ojos sobre algo que no te pertenezca...- enseñé nuevamente el revólver para disfrutar de cómo se retorcía en el suelo, hecho un obillo, temiendo que le disparase. Acto seguido centré mi atención en Helena -Tienes suerte de que sea un cobarde y no trabaje para el clan Malkavian. Te recuerdo que tienen un ejército, tienen contactos, súbditos repartidos por doquier. Confiaste en Holmes, confiaste en tu madre y media hermandad de Italia y tu padre murieron por ello. No te diré nada más- regresé a la tienda a recoger todas las cosas y para comenzar a desmontarla. Supe en todo momento lo que decía y sabía que estaba siendo muy duro con ella ¿Pero qué más podía hacer? Nuestra relación no hacía que me convirtiese en un adorable y esponjoso gatito que le permitiría todo lo que ella quisiera. Se estaba volviendo a confiar, era un cambiaformas que de forma muy curiosa accedió a llevarnos a Saqqara sin hacer ni una sola pregunta y de manera insistente ¿Español además? ¡Ja! ¿De dónde era entonces Isabel, la madre de Helena? De momento tenía todas las del mundo para desconfiar de él.
Una vez toda la expedición estaba preparada para marchar, tomamos rumbo nuevamente tras el trasero de aquel cambiaformas que nos guiaba de forma incansable hasta la necrópolis que nos indicaban las notas de Mace. Tuvieron que transcurrir un par de noches más hasta que conseguimos llegar definitivamente. Se trataba de una especie de pirámide pequeña que no acababa en punta y cuya entrada era subterranea, con unos escalones que bajaban hacia un agujero negro en la parte inferior de la edificación. Para la cantidad de años que poseía, era magnífico y esplendoroso, digno de admiración. Me preguntaba cuantos secretos poseería en su interior -Bien, chicos y chicas, hemos llegado al parecer- desmonté del transporte y los demás me siguieron. Una de las mujeres en concreto se quedó mirando a Helena de una forma muy seria durante unos momentos antes de bajar y seguirme -Maestro ¿Es necesario que entre con nosotros? ¿Y si toca algo que no debe?- detuve en seco mi paso y me volví hacia aquella aprendiz. La tomé del brazo y la forcé a moverse hacia delante con tal magnitud que dio una vuelta en el aire y cayó a la arena de espaldas. Los demás murmuraron algo -Mira por donde, has sido tú la que has metido la pata- solté su brazo -Nadie tendrá un trato preferente ni menos prestigioso, sea por motivos personales o por motivos profesionales. Si uno se equivoca, recordad que todos sois aprendices aquí- el cambiaformas nos observaba a todos desde su camello hasta que decidió bajar -Ejem... el acuerdo... era la mitad en medio camino y la otra mitad ahora... ¿Me paga?- le dediqué una mirada furibunda mientras me deshacía de la chilaba y la colgaba sobre el camello -Tú no vas a ninguna parte amiguito, te quedas con nosotros hasta que nos vayamos. Da gracias a que no te mate, te lo debo porque no le hiciste nada a Helena ni a ninguno de los muchachos- tragó saliba -Da la casualidad, señor, de que conozco esta necrópolis... Si gusta, puedo guiarlos también por...- uno de los aprendices más mayores, de 22 años, dio un paso al frente, quitándose también el traje -¡No estoy de acuerdo! ¿Quién sabe lo que quiere de nosotros ahí dentro? Propongo que como Cazadores que somos, lo aniquilemos ahora mismo y vendamos su piel al primer mercader que encontremos- ante tal falta de criterio, me vi obligado a repetir la misma maniobra y derribarlo al suelo. Era arena, pero en tanta cantidad que dolía como si fuera una calle adoquinada -Mal. Los cambiaformas que no representen una potencia peligrosa, como este, que solo es un perro cualquiera- levantó un dedo tímidamente -Chacal, chacal- carraspee -...Chacal cualquiera, no es necesario arrebatarle la vida si no hace mal a nadie. Diferente sería si fuera un león o cualquier especie que sea peligrosa y difícil de asesinar en caso de que intente devorar a alguien- ante mis palabras de apoyo, el hombre se envalentonó -¡Eso es! Y si teneis algún problema, vais y se lo decís al jefe aquí presente que os hecha las tripas en un canasto ¿Verdad que sí?- se llevó las manos a las caderas de forma orgullosa -No- comencé a bajar las escaleras mientras me recolocaba mi sombrero, el cual echaba de menos al haber llevado la chilaba -¡Vamos todos!- la expresión de decepción en el hombre fue notoria, pero se recompuso al verse prácticamente solo en el exterior. Nos siguió con efusividad hasta situarse a mi lado y al de Helena -¿Qué buscamos?- saqué el manuscrito de los Vástagos de Enoch y lo estudié mientras caminaba -Esto fue encontrado en la tumba de Imhotep. Llévanos hasta él- carraspeó y miró a Helena con mirada suspicaz -Se dice sarcófago- aquella forma de hablar denotaban las ganas de hacerla reir, no obstante solo consiguió enfurecer a más de un aprendiz que le increparon y amenazaron con cortarle la lengua si se burlaba una vez más de un Maestro -Está bien, está bien ¡Pero que sepáis que en Egipto tratar mal a un chacal significa deshonra¡ ¡Deshonra sobre vosotros y sobre vuestros camellos, vacas, pollos o cualquier animal que tengáis- suspiré cansado de sus berridos, los cuales no ayudaban a mejorar el dolor en mi cabeza.
Todo el lugar era un laberinto de pasillos muy oscuros y húmedos por lo que nos veiamos obligados a llevar unas antorchas un tanto pequeñas, una para dos, en mi caso y el de Helena, era para tres. El cambiaformas nos llevó hasta una enorme sala donde habían tallado muchísimas imágenes antiguas de los dioses de aquel entonces. Todos nos separamos unos instantes para estudiar el lugar con sumo cuidado -Helena, ven aquí...- me llamaron la atención en concreto unos dibujos en la pared que representaban hombres y mujeres siendo mordidos por otros de su misma especie ¿Era referencia a los vampiros? Seguí observando junto a la muchacha toda la serie de grabados y terminé llegando a una escultura de lo que parecía ser un hombre con una máscara extraña en la cara, siendo de muchísimo menor tamaño que las demás y mucho más discreta -¿Has visto esto...?- fui a coger la estatuilla cuando unos ruidos nos alertaron a todos. Sonaron pasos rápidos, como si alguien corriera -¿Quién ha sido? Que lo diga ahora- todos se sumieron en silencio -Juro solemnemente que yo no he sido- le golpeé con la mano en el hombro -¡Silencio!- susurré y agarré a Helena con una mano -Escúchame, pequeña- la llevé hasta el centro de la sala -Venid todos- obedecieron -Creo que todos hemos oido lo que hemos oido...- el cambiaformas rió nervioso -¡Venga hombre! ¿Vas a creer en momias o fantasmas? ¡Son cuentos!- todos lo miramos inquisitivamente -Y lo dice un cambiaformas... Eres sumamente extraño, hombrecito- se mordió la boca y miró a Helena divertido. Me percaté de que se centraba más en ella que en los demás, pero tampoco se acercaba o intentaba nada extraño. Tal vez solo le caía bien, pero no me fiaba demasiado aún -Hay dos caminos que llegan hasta aquí, hemos de separarnos- todos asintieron -Vosotros tres ireis por ahí- les indiqué el camino -Y nosotros iremos por allí- con el cambiaformas, eramos un grupo de cuatro contra tres, de modo que les cedí a la pesada criatura para que los acompañara. Helena iba en mi grupo, por supuesto, aunque ello generara alguna mirada de reproche por parte de las chicas hacia ella por ser la protegida del Maestro -Muy bien, nos vamos... Y por cierto, si alguien la vuelve a mirar así, le sacaré los ojos. Nadie es más que nadie en esta misión, todos valemos lo mismo- una sombra de arrepentimiento cruzó los globos oculares de los demás y nos separamos en dos grupos.
Avanzamos intrépidos antorcha en mano por el camino de la derecha, en silencio. En todo momento llevaba a Helena agarrada de la mano y al otro aprendiz tras ella -Atentos ante cualquier ruido...- susurré, pues en aquel momento de silencio, solo oíamos el crepitar de la llama de la antorcha así como el susurro débil del viento que entraba por la puerta de la necrópolis. Apestaba a humedad y de vez en cuando había recodos de arena por los bordes del pasillo. Todo estaba impregnado de jeroglíficos y parecía ser infinito hasta que llegamos a una sala completamente distinta a la que habiamos estado, lo que indicaba que los demás se dirigían hacia la salida de la pirámide -Este lugar...- murmuré para mi mismo cuando volvieron a sonar aquellos pasos tan rápidos muy cerca de nosotros, justo por el pasillo -No estamos solos...- tiré de Helena e insté al aprendiz a que nos siguiera hasta el centro de la nueva sala de forma rectangular -Algo nos observa...-
Connor Kennway- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Nueva Orleans - El principio del fin.
Me entristecí un tanto cuando aquel hombre bajito negó conocer a mi madre. No es que tuviese la repentina esperanza de que él me hubiese podido esclarecer que pasó con mi madre antes de que la convirtieran, quien la rondó y si fue obligada a hacerlo, en un intento quizá equivocado con todo lo que había ocurrido de quitarle parte de la culpa de comportarse de ese modo; era solo, que cada vez encontraba más dificultades para no presentarme ante ella y darle fin a su vida. Y que además, cada vez sentía más el peso sobre mis hombros de mis supuestas responsabilidades, porque por una parte debía acabar con el acecho de mi madre, y parecía ser que por otra, el de Roish. Roish…cuanto hubiese dado por tenerla a mi lado para que me esclareciera más detalles sobre todo. –No pasa nada, gracias de todas formas- le dije Mateo para que cambiase ese rostro triste. Justo en ese instante, Connor salió de la caseta y nos miró a ambos de una forma que hacía mucho tiempo que no veía en él, esa mirada que me lanzaba cuando apenas nos conocíamos y nos odiábamos –Buenos días Co…- me interrumpió para recordarme lo que me había pedido la noche anterior –No parece tener malas intenciones Connor, sólo me desperté y quise dejarte dormir. Por eso salí fuera y…- intenté defenderme, pues se nos estaba recriminando una culpa que a mi juicio no teníamos. Amenazó con el revolver al hombre al ver que sostenía mi cantimplora, y de eso si que me sentí culpable –No ha robado nada, se la he prestado yo, para que rellenase la suya- aclaré en tono serio. Al decir esto, el hombre se giró hacia mi y me dedicó unas palabras que me hicieron recordar con rudeza, que a causa de mi confianza, media hermandad de Italia y mi padre murieron. Me quedé atónita al escuchar aquellas palabras tan duras. Hubiese replicado, hubiese dicho algo como ‘’Pero en aquel entonces no sabía nada’’ ‘’Holmes me manejó en todo momento’’ ‘’Era mi madre ¿Qué querías que hiciera?’’ ‘’Pensé que estabas muerto, por lo que no me quedaron más esperanzas que callar y obedece’’… como hice en ese mismo instante. Miré a Mateo por si algo de lo que había dicho Connor le había sorprendido, pues sería lo normal, ya que había descubierto mi vergüenza antes sus oídos y no era algo del todo normal. Después agaché el rostro, bastante ofendida y triste. Era cierto, tanto los cazadores como mi propio padre habían muerto por mi culpa, y por mi culpa estuvo a punto de morir él mismo… pero estaba intentando remediarlo. No era mi intención. No estaba enfadada con Connor, porque no tenía culpa de nada, solo me había advertido y yo estaba comportándome de forma estúpida… pero sus palabras me habían dolido bastante.
Poco tardamos en volver a ponernos todos en marcha tras recoger el campamento improvisado que habíamos montado. A partir de ese momento me comporté obediente y me mostré seria. Tardamos un par de días mas en llegar hasta nuestros destinos, en los que apenas dirigí palabras a Connor y por su puesto, ninguna a todos los demás. No pude evitar mantenerme tan distante de él después de lo que dijo, pues seguramente estaría enfadado conmigo e incluso decepcionado, y por su puesto yo, no quería empeorarlo con mi malestar por sus palabras. Para colmo, notaba cierta hostilidad hacía mi por parte de todos los cazadores. Entendía que me viesen como una amenaza y un peligro para sus seguridades, pero, encontraba ofensivo que me dirigiesen tantas miradas de desaprobación. Empecé a sentirme inútil, un estorbo en aquel grupo, incluso para Connor.
Nuestro destino parecía ser una zona en la que la gran protagonista era una pirámide pequeña, de punta redondeada y bastante peculiar, pues era la única en kilómetros a la redonda. Me decepcionó un tanto su forma, después de haberlas imaginado más grandes, trabajadas y esplendorosas que esa. Desmonté del camello cuando Connor bajó del mismo. Quedé mirando a una mujer que mantenía su mirada fija en mi, quien poco tardó en replicar por mi presencia en aquel lugar, alegando que podría meter la pata donde no debía –Tiene razón, será mejor que me quede aquí- dije de forma pasiva y aceptando su verdad. Di un paso hacia atrás y pude observar como Connor, nada más oír esas palabras, tomó del brazo a la mujer y la hizo caer al suelo de espaldas. Agradecía que me protegiese de ella… pero me parecía que de esa forma, tan dura e imponente, solo estaba provocando más desprecio hacia mí por parte de los demás, a quienes no quise ni mirar en ese instante. Además, agradecí que la chilaba y el pañuelo estuviesen protegiendo mis gestos tristes e impotentes, los cuales me dejarían en aquel lugar más inútil de lo que ya era. Mateo procuró sacar su beneficio tal y como aclaró nada mas ponernos en marcha el primer día, pero Connor no tuvo en gracia darle esa satisfacción tan pronto. Al ver aquello, el hombrecillo propuso seguir siendo nuestro guía dentro de aquella necrópolis, lo que nos sería de ayuda aunque… ¿De que la conocía? Otro aprendiz de aventuró a alegar que sería peligroso llevarlo dentro con nosotros, y propuso además que lo matasen. Connor reaccionó con él de la misma forma que con la chica, lo cual fue un alivio, porque encontraría del todo injusto que le matasen. –Connor ¿Estas seguro? Puedo quedarme aquí y esperar- sugerí cuando se disponía a bajar las escaleras. El hombre ordenó que todos bajásemos por aquel hueco que quedaba a pie de la pirámide. Anduve de forma precavida, intentando no dar un pie en falso, no molestar, no hacer ruido. Mientras bajábamos las escaleras, el cazador aclaró al hombrecillo nuestro destino, y este, intentó hacerme reír por la forma de expresarse del cazador. No reí, incluso tuve que girar mi cabeza hacia el frente para que comprendiese que lo mejor sería que no hablásemos.
Seguimos andando por los estrechos y húmedos pasillos de aquella necrópolis. Daba pavor sin duda alguna contemplar el deterioro del lugar e imaginar cuantos cadáveres podrían estar guardando sepultura en cada esquina. Acabamos llegando a una sala donde las imágenes de lo que parecían ser dioses eclipsaban cualquier peculiaridad de la misma. Me acerqué a Connor para observar unas pinturas en la pared que comprendí al instante -¿Vampiros?- pregunté, retóricamente. Estaba inmersa en aquellas pinturas cuando el sonido de unos pasos acelerados nos distrajo a todos. Todos parecieron entender de qué se trataba, excepto Mateo y yo. Decidimos dividirnos, Mateo se fue con el grupo de aprendices que no estaban en el de Connor y el mío. Algunos de ellos volvieron a mirarme con asco por estar mas ‘’protegida’’ que los demás. Connor volvió a darse cuenta de ello y volvió a advertirles. Si el problema seguía tan caldeado, iban a acabar matándome. –Connor… estamos en desventaja. Me cuentas como una aprendiz más y ni tan si quiera se aun defenderme- dije mientras avanzábamos por nuestro camino. Dejar de sentirme un estorbo en aquel lugar ya era completamente inevitable. Acabamos llegando a otra sola, pero distinta a la anterior. Esta estaba más vacía, era tan fría que incluso daba escalofríos. Volvimos a oír los pasos acelerados y entonces empecé a asustarme –Los demás deberían haber llegado ya fuera… no pueden ser ellos- comenté en voz baja. Connor coincidió conmigo, pues alegó que seguramente nos estarían observando. Tragué salvia y todos esperamos, quietos, mirando de un lado para otro intentando averiguar de donde provenían aquellos pasos. Casi estaba muriéndome de tensión cuando de en frente nuestra aparecieron dos figuras semi transparentes, que poco a poco se acercaba a nosotros, flotantes. Si, yo ya había visto algo parecido y eran peligrosos. Di un paso hacia atrás hasta quedar tras Connor, tomé mis dagas e intenté mantenerme alerta. -¿Qué es esto? ¿Por que están aquí?- pregunté nerviosa. –Están aquí por la misma razón que todos los que hemos estado advirtiéndote, Helena- la voz de una niña, la cual me era sumamente familiar, resonó de nuestras espaldas. Me giré rápidamente y la vi, era ella, la niña de la familia de vampiros. Me alarmé rápidamente, habían dado conmigo, pero lo que era peor aún, es que Connor estaba conmigo y por tanto, corría peligro. El aprendiz que nos acompañaba corrió y se abalanzó hacia ella al comprender que era un vampiro, y tal y como intentó reprenderla, seguramente equivocado por la apariencia de la niña, murió entre las garras de la misma, pues lo tomó del cuello y clavó sus uñas con fuerza hasta estrangularlo y a la vez desangrarlo. Corríamos un peligro mucho mayor del que imaginaba. -¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Qué quieres?!- di un paso a delante para dejar a Connor a mi espaldas, aunque sabía que el también estaría temiendo por mi –He venido a decirte que tu madre esta muy disgustada contigo. Todo este tiempo ha intentado ayudarte y tu se lo has pagado con aquellas palabras tan feas- hablaba como una autentica niña pequeña apenada – Dijiste que ella ya no era tu madre. Le partiste el corazón- intentaba hablar triste, pero detecté en ella una sonrisilla juguetona -¡Mató a mi padre!- -¡Te alejo de quienes impiden tu libertad! ¡Como este cazador que esta a tu lado!- dijo cortante y seria –No te das cuenta Helena, no sabes cuanto estas rechazando, no sabes cuanto pierdes. No te das cuenta de que son ellos, de que es él quien te esta privando de lo que más deseas- dijo señalando a Connor -¿Vas a decirme que no amas a tu madre? ¿Qué no darías lo que fuera por estar a su lado y recuperar los días perdidos con ella?- aquellas palabras llegaron a mi corazón como auténticos puñales –A pesar de todo, ella te sigue queriendo. Estoy aquí para darte una segunda oportunidad solicitada por ella misma. Esta dispuesta a olvidarlo todo y emprender junto a ti una nueva vida eterna, con ella, con tu madre, la que siempre ha sido y siempre será tu madre, la que te sigue queriendo como desde el primer día. Si no… mucho me temo que tendremos que mataros. A ti, Helena, antes. Este hombre también tiene que pagar de alguna forma, y creemos que verte morir ante sus ojos será la mejor… - aclaró, de forma lenta y concisa, entre risillas al finalizar. Me tendió su pequeña mano. Me mantuve en silencio, obviando si el hombre me detenía con sus palabras o su cuerpo de una decisión equivocada ¿Por qué? ¿Por qué no podía ver a mi madre como una asesina? ¿Por qué seguía llamándola ‘’Madre’’? ¿Por qué deseaba tanto estar con ella a pesar de que era capaz de matarme? De igual forma, decidiese lo que decidiese, estaba segura de que Connor acabaría muriendo –Quizá ella quiera olvidarlo todo… pero yo no- dije finalmente. Mi padre se había ido y eso ella jamás podría cambiarlo. -¡Lárgate! Y dile a Isabel, que sigo deseando darle muerte, y que nada me impedirá que lo consiga. Ni si quiera tú.- apreté las empuñaduras de las dagas con fuerza y me puse totalmente en frente del hombre, pues sabía perfectamente que sería lo próximo que haría. Los fantasmas se esfumaron –Comos quieras…- la chica se encogió de hombros y puso los ojos en blanco. En un abrir y cerrar de ojos, se abalanzó hacia mi con una fuerza exageradamente descomunal, me hizo caer al suelo y por lo tanto también a Connor que estaba justo detrás mía. Me inmovilizaba con todo su cuerpo, e incluso me hizo soltar las dagas. Era imposible quitármela de encima. – Será por las malas- dijo, para rápidamente clavar sus colmillos en mi cuello y succionar mi sangre a una velocidad imposible.
Me sentí débil, mareada, los parpados comenzaron a pesarme, tenía sed, muchísima sed, y comprendí que con unos diez segundos más moriría. Dejé de oír y la vista se enturbió para finalmente no dejarme ver nada, sentía como si estuviese ahogándome, porque no podía respirar y el cuerpo me convulsionaba levemente, y porque sentía que el cuello se oprimía entre sus dientes. Ya no había vuelta atrás, Connor solo no podría quitármela de encima. Perdí el conocimiento… estaba muriendo. Me hubiese gustado despedirme de Connor, de decirle que le amaba pero... mi tiempo se agotaba por segundos. Los demás tenían razón, pues si que acabé dando problemas.
Poco tardamos en volver a ponernos todos en marcha tras recoger el campamento improvisado que habíamos montado. A partir de ese momento me comporté obediente y me mostré seria. Tardamos un par de días mas en llegar hasta nuestros destinos, en los que apenas dirigí palabras a Connor y por su puesto, ninguna a todos los demás. No pude evitar mantenerme tan distante de él después de lo que dijo, pues seguramente estaría enfadado conmigo e incluso decepcionado, y por su puesto yo, no quería empeorarlo con mi malestar por sus palabras. Para colmo, notaba cierta hostilidad hacía mi por parte de todos los cazadores. Entendía que me viesen como una amenaza y un peligro para sus seguridades, pero, encontraba ofensivo que me dirigiesen tantas miradas de desaprobación. Empecé a sentirme inútil, un estorbo en aquel grupo, incluso para Connor.
Nuestro destino parecía ser una zona en la que la gran protagonista era una pirámide pequeña, de punta redondeada y bastante peculiar, pues era la única en kilómetros a la redonda. Me decepcionó un tanto su forma, después de haberlas imaginado más grandes, trabajadas y esplendorosas que esa. Desmonté del camello cuando Connor bajó del mismo. Quedé mirando a una mujer que mantenía su mirada fija en mi, quien poco tardó en replicar por mi presencia en aquel lugar, alegando que podría meter la pata donde no debía –Tiene razón, será mejor que me quede aquí- dije de forma pasiva y aceptando su verdad. Di un paso hacia atrás y pude observar como Connor, nada más oír esas palabras, tomó del brazo a la mujer y la hizo caer al suelo de espaldas. Agradecía que me protegiese de ella… pero me parecía que de esa forma, tan dura e imponente, solo estaba provocando más desprecio hacia mí por parte de los demás, a quienes no quise ni mirar en ese instante. Además, agradecí que la chilaba y el pañuelo estuviesen protegiendo mis gestos tristes e impotentes, los cuales me dejarían en aquel lugar más inútil de lo que ya era. Mateo procuró sacar su beneficio tal y como aclaró nada mas ponernos en marcha el primer día, pero Connor no tuvo en gracia darle esa satisfacción tan pronto. Al ver aquello, el hombrecillo propuso seguir siendo nuestro guía dentro de aquella necrópolis, lo que nos sería de ayuda aunque… ¿De que la conocía? Otro aprendiz de aventuró a alegar que sería peligroso llevarlo dentro con nosotros, y propuso además que lo matasen. Connor reaccionó con él de la misma forma que con la chica, lo cual fue un alivio, porque encontraría del todo injusto que le matasen. –Connor ¿Estas seguro? Puedo quedarme aquí y esperar- sugerí cuando se disponía a bajar las escaleras. El hombre ordenó que todos bajásemos por aquel hueco que quedaba a pie de la pirámide. Anduve de forma precavida, intentando no dar un pie en falso, no molestar, no hacer ruido. Mientras bajábamos las escaleras, el cazador aclaró al hombrecillo nuestro destino, y este, intentó hacerme reír por la forma de expresarse del cazador. No reí, incluso tuve que girar mi cabeza hacia el frente para que comprendiese que lo mejor sería que no hablásemos.
Seguimos andando por los estrechos y húmedos pasillos de aquella necrópolis. Daba pavor sin duda alguna contemplar el deterioro del lugar e imaginar cuantos cadáveres podrían estar guardando sepultura en cada esquina. Acabamos llegando a una sala donde las imágenes de lo que parecían ser dioses eclipsaban cualquier peculiaridad de la misma. Me acerqué a Connor para observar unas pinturas en la pared que comprendí al instante -¿Vampiros?- pregunté, retóricamente. Estaba inmersa en aquellas pinturas cuando el sonido de unos pasos acelerados nos distrajo a todos. Todos parecieron entender de qué se trataba, excepto Mateo y yo. Decidimos dividirnos, Mateo se fue con el grupo de aprendices que no estaban en el de Connor y el mío. Algunos de ellos volvieron a mirarme con asco por estar mas ‘’protegida’’ que los demás. Connor volvió a darse cuenta de ello y volvió a advertirles. Si el problema seguía tan caldeado, iban a acabar matándome. –Connor… estamos en desventaja. Me cuentas como una aprendiz más y ni tan si quiera se aun defenderme- dije mientras avanzábamos por nuestro camino. Dejar de sentirme un estorbo en aquel lugar ya era completamente inevitable. Acabamos llegando a otra sola, pero distinta a la anterior. Esta estaba más vacía, era tan fría que incluso daba escalofríos. Volvimos a oír los pasos acelerados y entonces empecé a asustarme –Los demás deberían haber llegado ya fuera… no pueden ser ellos- comenté en voz baja. Connor coincidió conmigo, pues alegó que seguramente nos estarían observando. Tragué salvia y todos esperamos, quietos, mirando de un lado para otro intentando averiguar de donde provenían aquellos pasos. Casi estaba muriéndome de tensión cuando de en frente nuestra aparecieron dos figuras semi transparentes, que poco a poco se acercaba a nosotros, flotantes. Si, yo ya había visto algo parecido y eran peligrosos. Di un paso hacia atrás hasta quedar tras Connor, tomé mis dagas e intenté mantenerme alerta. -¿Qué es esto? ¿Por que están aquí?- pregunté nerviosa. –Están aquí por la misma razón que todos los que hemos estado advirtiéndote, Helena- la voz de una niña, la cual me era sumamente familiar, resonó de nuestras espaldas. Me giré rápidamente y la vi, era ella, la niña de la familia de vampiros. Me alarmé rápidamente, habían dado conmigo, pero lo que era peor aún, es que Connor estaba conmigo y por tanto, corría peligro. El aprendiz que nos acompañaba corrió y se abalanzó hacia ella al comprender que era un vampiro, y tal y como intentó reprenderla, seguramente equivocado por la apariencia de la niña, murió entre las garras de la misma, pues lo tomó del cuello y clavó sus uñas con fuerza hasta estrangularlo y a la vez desangrarlo. Corríamos un peligro mucho mayor del que imaginaba. -¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Qué quieres?!- di un paso a delante para dejar a Connor a mi espaldas, aunque sabía que el también estaría temiendo por mi –He venido a decirte que tu madre esta muy disgustada contigo. Todo este tiempo ha intentado ayudarte y tu se lo has pagado con aquellas palabras tan feas- hablaba como una autentica niña pequeña apenada – Dijiste que ella ya no era tu madre. Le partiste el corazón- intentaba hablar triste, pero detecté en ella una sonrisilla juguetona -¡Mató a mi padre!- -¡Te alejo de quienes impiden tu libertad! ¡Como este cazador que esta a tu lado!- dijo cortante y seria –No te das cuenta Helena, no sabes cuanto estas rechazando, no sabes cuanto pierdes. No te das cuenta de que son ellos, de que es él quien te esta privando de lo que más deseas- dijo señalando a Connor -¿Vas a decirme que no amas a tu madre? ¿Qué no darías lo que fuera por estar a su lado y recuperar los días perdidos con ella?- aquellas palabras llegaron a mi corazón como auténticos puñales –A pesar de todo, ella te sigue queriendo. Estoy aquí para darte una segunda oportunidad solicitada por ella misma. Esta dispuesta a olvidarlo todo y emprender junto a ti una nueva vida eterna, con ella, con tu madre, la que siempre ha sido y siempre será tu madre, la que te sigue queriendo como desde el primer día. Si no… mucho me temo que tendremos que mataros. A ti, Helena, antes. Este hombre también tiene que pagar de alguna forma, y creemos que verte morir ante sus ojos será la mejor… - aclaró, de forma lenta y concisa, entre risillas al finalizar. Me tendió su pequeña mano. Me mantuve en silencio, obviando si el hombre me detenía con sus palabras o su cuerpo de una decisión equivocada ¿Por qué? ¿Por qué no podía ver a mi madre como una asesina? ¿Por qué seguía llamándola ‘’Madre’’? ¿Por qué deseaba tanto estar con ella a pesar de que era capaz de matarme? De igual forma, decidiese lo que decidiese, estaba segura de que Connor acabaría muriendo –Quizá ella quiera olvidarlo todo… pero yo no- dije finalmente. Mi padre se había ido y eso ella jamás podría cambiarlo. -¡Lárgate! Y dile a Isabel, que sigo deseando darle muerte, y que nada me impedirá que lo consiga. Ni si quiera tú.- apreté las empuñaduras de las dagas con fuerza y me puse totalmente en frente del hombre, pues sabía perfectamente que sería lo próximo que haría. Los fantasmas se esfumaron –Comos quieras…- la chica se encogió de hombros y puso los ojos en blanco. En un abrir y cerrar de ojos, se abalanzó hacia mi con una fuerza exageradamente descomunal, me hizo caer al suelo y por lo tanto también a Connor que estaba justo detrás mía. Me inmovilizaba con todo su cuerpo, e incluso me hizo soltar las dagas. Era imposible quitármela de encima. – Será por las malas- dijo, para rápidamente clavar sus colmillos en mi cuello y succionar mi sangre a una velocidad imposible.
Me sentí débil, mareada, los parpados comenzaron a pesarme, tenía sed, muchísima sed, y comprendí que con unos diez segundos más moriría. Dejé de oír y la vista se enturbió para finalmente no dejarme ver nada, sentía como si estuviese ahogándome, porque no podía respirar y el cuerpo me convulsionaba levemente, y porque sentía que el cuello se oprimía entre sus dientes. Ya no había vuelta atrás, Connor solo no podría quitármela de encima. Perdí el conocimiento… estaba muriendo. Me hubiese gustado despedirme de Connor, de decirle que le amaba pero... mi tiempo se agotaba por segundos. Los demás tenían razón, pues si que acabé dando problemas.
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/11/2012
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Re: Nueva Orleans - El principio del fin.
Nuestra guardia se rompió justo en el momento en el aque aquella niña hizo acto de presencia. La recordé con horror al caer en la cuenta de que ella estaba cuando pretendían casar a Helena, por lo que debía ser uno de ellos. El simple hecho de que un vampiro hubiese podido cruzar el desierto hasta dodne nosotros estábamos durante lo que dura la noche le daba un enorme mérito. Ajeno igualmente al reconocimiento que esa niña merecía, era más importante la fuerza que necesitaba para tal logro, de modo que mi preocupación no hizo más que ir en aumento poco a poco.
Helena y ella entablaron una conversación muy ligera sobre la madre de la susodicha aprendiz, la cual aseguró para zanjar el tema de una vez que sus deseos de poner fin a la existencia de lo que quedaba de su madre seguían en pie, algo que no gustó en absoluto a la vampiresa asiática, que arremetió contra ella con violencia. La colisión me arrastró como daño colateral haciéndome caer al suelo tras Helena, de modo que no pude prevenir el consiguiente ataque de la niña, que comenzó a succionar su sangre al morderle. Lamenté la tragedia que estaba a punto de ocurrir con un grito ahogado, pero fue el alarido del hombrecillo del desierto lo que interrumpió la muerte de Helena, pues la chica se apartó justo cuando él regresaba gritando y lloroso, chocándose contra la vampiresa y quitándosela de encima a Helena. Me levanté lo más rápido que pude y desenvainé mi arma, no sin antes pedirle al cambiaformas que se apartase -¿Qué pretendeis?- la niña me miró con altivez lamiéndose la sangre de los labios -Lo que deseamos ya lo tenemos, Cazador. No hallaréis nada en esta tumba, está vacía. Yo aguardaba aquí para retrasaros o en su defecto mataros, ya que ella se niega a venir conmigo. Una lástima...- su aspecto infantil frenaba un poco mis ganas de acabar con su vida, pero me mentalicé en el daño que le había hecho a Helena -Vacía...- asintió -Como tú lo estarás- arremetí contra ella y entablamos combate. Evadía mi hoja con maestría y velocidad, con posturas impropias de un ser humano. Siseaba constantemente para ponerme nervioso, como una serpiente, amenazándome con sus colmillos. Intentó morderme y arañarme, en vano, pues mi estatura me daba ventaja par dar pasos largos y evitarla. Largo rato mantuvimos el duelo hasta que la alcancé directamente con el sable de plata en el estómago, el cual vi como la atravesaba por completo para quedar tendida en el suelo. Me sorprendió que no se desvaneciera como hizo Holmes, como hacían todos -¡Helena...!- me dirigí hacia ella y le tomé el pulso. Aún seguía viva, de milagro -Tú ¿Cómo te llamas?- el hombrecillo respondió, dándome su nombre, Mateo. -Hemos de irnos, rápido- la tomé en brazos, sin reparar en preguntarle por qué regresó hacia nosotros tan asustado. Él, obnuvilado por todo lo ocurrido, olvidó contármelo también. Me ayudó arrastrar a Helena hacia la salida cuando una figura se interpuso. Me alarmé pensando que no podría proteger a mi amada, cuando la sombra se reveló como Lidya -Kennway, órdenes urgentes de la Orden. Hay una gran congregación de criaturas en las lindes de Francia y no dan a vasto, es un llamamiento a nivel de escala mundial- sus palabras relajadas me intrigaban -¿Cómo has...?- ella interrumpió con el gesto de una mano -Partí tras tu barco días después, no hemos parado a descansar hasta dar con vosotros aquí en Saqqara ¿Qué le ha pasado a ella?- le conté lo ocurrido -Comprendo, en ese caso fuera espera mi cuadrilla de aprendices. Ve con ellos, regresa hasta los barcos y pon rumbo a la reunión, es muy importante. La vida de incontables personas inocentes están en juego- fui a preguntar por mis propios aprendices, cuando ella se adelantó asegurando que habían sido asesinados por la niña, que ya habían retirado los cadáveres hasta los camellos. Con el tema aclarado, corrí junto a Mateo hasta los camellos para amarrar a Helena frente a mi una vez monté, agarrándola fuertemente y habiéndole dado agua previamente y tapando su cabeza con un pañuelo para que el sol no hiciera más estragos en ella. Tomé apresuradamente rumbo hacia los barcos, preocupado por su salud, esperando su pronta recuperación.
Mientras tanto, en nuestra ignorancia, Lidya permaneció allí, en Saqqara, sin más séquito que su propia sombra. Avanzó por los pasillos umbríos hasta llegar a donde previamente malherí a la niña, que aún seguía "viva" prodigiosamente. Se arrodilló frente a ella -Vuestra raza es un desperdicio... vuestro poder, vuestra gloria... lo desperdiciais, lo tirais por la borda obedeciendo a un superior ¿Qué os diferencia tanto de los humanos?- la niña rió, sin poder moverse a causa de la plata que quemaba su cuerpo lentamente -¿Tú sabrías hacerlo mejor? ... Veo en ti las sombras de la noche, Cazadora... tú nos envidias-Yo no envidio a nada ni a nadie-Sí nos envidias, quieres nuestra fuerza ¿Verdad? Deseas ser superior, lo detecto, lo veo en tu mirada, en tu ojo... en el que guardas el rencor y el orgullo que te quitaron por el otro- Lidya apretó la mandibula -Ven... Ven aquí pequeña humana, Cazadora de Cazadores...- Aguilar se acercó más a la pequeña, que apenas susurraba antes de morir -Conviértete en mi legado hasta que Él resucite...- alzó la cabeza como pudo y aprovechando la ingenuidad y la soberbia de Lidya, abrazó su cuello con sus colmillos, secándola al instante debido a su sed y ansia por la sangre. La herida por la plata no sanaría, de modo que nada la salvaría, pero ello dejó a Lidya al borde de una decisión: morir o renacer como una criatura nocturna al beber de Fan Mai para sobrevivir -Tengo una herida en el estómago... puedes alimentarte de ella si deseas vivir... Abandona tu humanidad, querida, puedes ser mucho más... Conquistar... todo lo que quieres... sigue... lo que tus ojos... ven...- una lágrima roja cayó por la mejilla de la niña -¿Por qué... Helena...?- otras más acompañaron a la que cayó, lloraba sangre -Si yo daría todas las almas de este mundo.... por mi madre... por verla otra vez viva... ¿Por qué tú no...?- se hizo el silencio entonces, mientras una mujer de cabellos oscuros y un parche en el rostro bebía frenéticamente de la herida sangrienta del estómago de la niña...
Helena y ella entablaron una conversación muy ligera sobre la madre de la susodicha aprendiz, la cual aseguró para zanjar el tema de una vez que sus deseos de poner fin a la existencia de lo que quedaba de su madre seguían en pie, algo que no gustó en absoluto a la vampiresa asiática, que arremetió contra ella con violencia. La colisión me arrastró como daño colateral haciéndome caer al suelo tras Helena, de modo que no pude prevenir el consiguiente ataque de la niña, que comenzó a succionar su sangre al morderle. Lamenté la tragedia que estaba a punto de ocurrir con un grito ahogado, pero fue el alarido del hombrecillo del desierto lo que interrumpió la muerte de Helena, pues la chica se apartó justo cuando él regresaba gritando y lloroso, chocándose contra la vampiresa y quitándosela de encima a Helena. Me levanté lo más rápido que pude y desenvainé mi arma, no sin antes pedirle al cambiaformas que se apartase -¿Qué pretendeis?- la niña me miró con altivez lamiéndose la sangre de los labios -Lo que deseamos ya lo tenemos, Cazador. No hallaréis nada en esta tumba, está vacía. Yo aguardaba aquí para retrasaros o en su defecto mataros, ya que ella se niega a venir conmigo. Una lástima...- su aspecto infantil frenaba un poco mis ganas de acabar con su vida, pero me mentalicé en el daño que le había hecho a Helena -Vacía...- asintió -Como tú lo estarás- arremetí contra ella y entablamos combate. Evadía mi hoja con maestría y velocidad, con posturas impropias de un ser humano. Siseaba constantemente para ponerme nervioso, como una serpiente, amenazándome con sus colmillos. Intentó morderme y arañarme, en vano, pues mi estatura me daba ventaja par dar pasos largos y evitarla. Largo rato mantuvimos el duelo hasta que la alcancé directamente con el sable de plata en el estómago, el cual vi como la atravesaba por completo para quedar tendida en el suelo. Me sorprendió que no se desvaneciera como hizo Holmes, como hacían todos -¡Helena...!- me dirigí hacia ella y le tomé el pulso. Aún seguía viva, de milagro -Tú ¿Cómo te llamas?- el hombrecillo respondió, dándome su nombre, Mateo. -Hemos de irnos, rápido- la tomé en brazos, sin reparar en preguntarle por qué regresó hacia nosotros tan asustado. Él, obnuvilado por todo lo ocurrido, olvidó contármelo también. Me ayudó arrastrar a Helena hacia la salida cuando una figura se interpuso. Me alarmé pensando que no podría proteger a mi amada, cuando la sombra se reveló como Lidya -Kennway, órdenes urgentes de la Orden. Hay una gran congregación de criaturas en las lindes de Francia y no dan a vasto, es un llamamiento a nivel de escala mundial- sus palabras relajadas me intrigaban -¿Cómo has...?- ella interrumpió con el gesto de una mano -Partí tras tu barco días después, no hemos parado a descansar hasta dar con vosotros aquí en Saqqara ¿Qué le ha pasado a ella?- le conté lo ocurrido -Comprendo, en ese caso fuera espera mi cuadrilla de aprendices. Ve con ellos, regresa hasta los barcos y pon rumbo a la reunión, es muy importante. La vida de incontables personas inocentes están en juego- fui a preguntar por mis propios aprendices, cuando ella se adelantó asegurando que habían sido asesinados por la niña, que ya habían retirado los cadáveres hasta los camellos. Con el tema aclarado, corrí junto a Mateo hasta los camellos para amarrar a Helena frente a mi una vez monté, agarrándola fuertemente y habiéndole dado agua previamente y tapando su cabeza con un pañuelo para que el sol no hiciera más estragos en ella. Tomé apresuradamente rumbo hacia los barcos, preocupado por su salud, esperando su pronta recuperación.
Mientras tanto, en nuestra ignorancia, Lidya permaneció allí, en Saqqara, sin más séquito que su propia sombra. Avanzó por los pasillos umbríos hasta llegar a donde previamente malherí a la niña, que aún seguía "viva" prodigiosamente. Se arrodilló frente a ella -Vuestra raza es un desperdicio... vuestro poder, vuestra gloria... lo desperdiciais, lo tirais por la borda obedeciendo a un superior ¿Qué os diferencia tanto de los humanos?- la niña rió, sin poder moverse a causa de la plata que quemaba su cuerpo lentamente -¿Tú sabrías hacerlo mejor? ... Veo en ti las sombras de la noche, Cazadora... tú nos envidias-Yo no envidio a nada ni a nadie-Sí nos envidias, quieres nuestra fuerza ¿Verdad? Deseas ser superior, lo detecto, lo veo en tu mirada, en tu ojo... en el que guardas el rencor y el orgullo que te quitaron por el otro- Lidya apretó la mandibula -Ven... Ven aquí pequeña humana, Cazadora de Cazadores...- Aguilar se acercó más a la pequeña, que apenas susurraba antes de morir -Conviértete en mi legado hasta que Él resucite...- alzó la cabeza como pudo y aprovechando la ingenuidad y la soberbia de Lidya, abrazó su cuello con sus colmillos, secándola al instante debido a su sed y ansia por la sangre. La herida por la plata no sanaría, de modo que nada la salvaría, pero ello dejó a Lidya al borde de una decisión: morir o renacer como una criatura nocturna al beber de Fan Mai para sobrevivir -Tengo una herida en el estómago... puedes alimentarte de ella si deseas vivir... Abandona tu humanidad, querida, puedes ser mucho más... Conquistar... todo lo que quieres... sigue... lo que tus ojos... ven...- una lágrima roja cayó por la mejilla de la niña -¿Por qué... Helena...?- otras más acompañaron a la que cayó, lloraba sangre -Si yo daría todas las almas de este mundo.... por mi madre... por verla otra vez viva... ¿Por qué tú no...?- se hizo el silencio entonces, mientras una mujer de cabellos oscuros y un parche en el rostro bebía frenéticamente de la herida sangrienta del estómago de la niña...
Connor Kennway- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Nueva Orleans - El principio del fin.
Recuerdo que pensé que había muerto, pero sólo me desmayé y perdí todo conocimiento, pues tras sentir como el peso de una carga vampirica se alejaba de mi cuerpo, empecé a reaccionar. Levemente, claro. Pues aunque pude abrir los ojos un poco, aún no veía con claridad. Todo lo que observaba era turbio, blanquecino, desenfocado. Sentí como alguien me tomaba en peso y me sacaba del lugar a toda prisa. Me encogí como un bebé, pues me encontraba increíblemente mal. Ese estado en el que sabes que estas viva, pero no puedes hacer absolutamente nada, ni si quiera quejarte por las dolencias, es peculiarmente horroroso. Con un poco más de tiempo, empecé a oír aunque de forma un tanto hueca. Sentía que me movían de un lado para otro y agradecí el sentir frescor en mi boca y mi garganta. Alguien me había dado de beber. Tras sentir ese placer, ese bienestar tan simple, volví a perder todo conocimiento.
Desperté tras un largo sueño, que hasta a mi misma me había sido pesado, en la cama de lo que parecía ser un camarote. Abrí los ojos pero no me moví. Estaba extremadamente confusa, dirigí mi mirada de un lado para otro, pero no llegaba a comprender prácticamente nada. Sentí un dolor punzante en el cuello y me llevé la mano hasta el origen del mismo con velocidad. Hice una mueca de dolor al rozar la zona que había sido marcada con algo, pues notaba relieve en mi piel, además de dolor. -¿Pero que...?- alcancé a decir. Me miré la mano, pero no estaba manchada de sangre. Quedé fija en mi mano y entonces lo recordé absolutamente todo -Oh, Dios mio- miré a todas partes y me sentí aliviadisima al comprender que estaba en el camarote de nuestro barco y sobretodo, al ver a Connor allí mismo -¿Que ha pasado? ¿Cuanto tiempo llevo durmiendo?- Volví a llevarme la mano a la herida y se me empapó el cuerpo de sudor - No seré un vampiro ¿verdad?- sabía que en realidad no podía ser, pues tendría sed y simplemente no estaría allí, pero oírlo de Connor me aliviaría del todo. Lo curioso es que me encontraba bastante bien, a pesar de recordar el sufrimiento que había pasado en ese trance en el que no sabía de que lado acabaría. -¿Donde esta la niña? ¿Te hizo algo?- pregunté al incorporarme y retirar de mi cuerpo las sábanas y quedando solo en una camisa bastante ancha y ropa interior, que a juzgar por el tamaño de la prenda que llevaba, era de Connor y me la habría puesto él. De todas formas no me avergoncé. Ya nos habíamos visto bastantes veces desnudos. -¿Y los aprendices? ¿Donde está... el cambiaformas?- pregunté tragando saliva. Acababa de recordar aquella situación tan tensa en la que nos encontramos antes de llegar a la necrópolis -Connor, lo siento, lo siento muchísimo. No me pareció peligroso, no se comportó de forma extraña. No volveré a desobedecer- dije esto, porque estaba tan aliviada y feliz de que ambos hubiésemos salidos ilesos de aquello, que entendí que no debía de haberme comportado de aquella manera, y que si quería seguir de aquella forma, tampoco debería repetirla. Además, Connor ya era mi pareja, mi marido si estuviésemos casados. Faltar a sus ordenes podría ser inadecuado aunque a estas alturas yo ya no tuviese reputación alguna.
Lo más curioso de todo, fue que me invadió un temor increíble. Comprendí que no tenía nada que hacer contra los vampiros, contra nadie. Sólo de encararme a aquella niña casi muero, cuando me encontrase ante mi madre y los demás, me desvanecería al instante. -Connor...- alcé mis manos para que se acercase a la cama y me las sostuviera -No podemos hacer nada. No podemos contra la fuerza de ellos, no nosotros solos. Huyamos, por favor. No quiero perderte, quiero tener una vida contigo, tranquila...normal, como la de todo el mundo. Por favor. Siento que las cosas van a ir a peor y que se van a complicar si seguimos queriendo ponerle fin a esta guerra- se me humedecieron los ojos, me puse nerviosa con cada palabra e incluso pensé que iba a darme un ataque de ansiedad. Estábamos perdidos, solo nos quedaba desaparecer.
Desperté tras un largo sueño, que hasta a mi misma me había sido pesado, en la cama de lo que parecía ser un camarote. Abrí los ojos pero no me moví. Estaba extremadamente confusa, dirigí mi mirada de un lado para otro, pero no llegaba a comprender prácticamente nada. Sentí un dolor punzante en el cuello y me llevé la mano hasta el origen del mismo con velocidad. Hice una mueca de dolor al rozar la zona que había sido marcada con algo, pues notaba relieve en mi piel, además de dolor. -¿Pero que...?- alcancé a decir. Me miré la mano, pero no estaba manchada de sangre. Quedé fija en mi mano y entonces lo recordé absolutamente todo -Oh, Dios mio- miré a todas partes y me sentí aliviadisima al comprender que estaba en el camarote de nuestro barco y sobretodo, al ver a Connor allí mismo -¿Que ha pasado? ¿Cuanto tiempo llevo durmiendo?- Volví a llevarme la mano a la herida y se me empapó el cuerpo de sudor - No seré un vampiro ¿verdad?- sabía que en realidad no podía ser, pues tendría sed y simplemente no estaría allí, pero oírlo de Connor me aliviaría del todo. Lo curioso es que me encontraba bastante bien, a pesar de recordar el sufrimiento que había pasado en ese trance en el que no sabía de que lado acabaría. -¿Donde esta la niña? ¿Te hizo algo?- pregunté al incorporarme y retirar de mi cuerpo las sábanas y quedando solo en una camisa bastante ancha y ropa interior, que a juzgar por el tamaño de la prenda que llevaba, era de Connor y me la habría puesto él. De todas formas no me avergoncé. Ya nos habíamos visto bastantes veces desnudos. -¿Y los aprendices? ¿Donde está... el cambiaformas?- pregunté tragando saliva. Acababa de recordar aquella situación tan tensa en la que nos encontramos antes de llegar a la necrópolis -Connor, lo siento, lo siento muchísimo. No me pareció peligroso, no se comportó de forma extraña. No volveré a desobedecer- dije esto, porque estaba tan aliviada y feliz de que ambos hubiésemos salidos ilesos de aquello, que entendí que no debía de haberme comportado de aquella manera, y que si quería seguir de aquella forma, tampoco debería repetirla. Además, Connor ya era mi pareja, mi marido si estuviésemos casados. Faltar a sus ordenes podría ser inadecuado aunque a estas alturas yo ya no tuviese reputación alguna.
Lo más curioso de todo, fue que me invadió un temor increíble. Comprendí que no tenía nada que hacer contra los vampiros, contra nadie. Sólo de encararme a aquella niña casi muero, cuando me encontrase ante mi madre y los demás, me desvanecería al instante. -Connor...- alcé mis manos para que se acercase a la cama y me las sostuviera -No podemos hacer nada. No podemos contra la fuerza de ellos, no nosotros solos. Huyamos, por favor. No quiero perderte, quiero tener una vida contigo, tranquila...normal, como la de todo el mundo. Por favor. Siento que las cosas van a ir a peor y que se van a complicar si seguimos queriendo ponerle fin a esta guerra- se me humedecieron los ojos, me puse nerviosa con cada palabra e incluso pensé que iba a darme un ataque de ansiedad. Estábamos perdidos, solo nos quedaba desaparecer.
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/11/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Nueva Orleans - El principio del fin.
Ya en el barco, de vuelta y con Helena a salvo, me permití el lujo de relajarme mientras zarpábamos rumbo a nuestro destino. Aunque debiamos ir a Francia, me tomé la libertad de encargar a uno de los aprendices que Lidya me cedió para manejar el navío que fuesemos hasta Italia. Costó convencerlo, pero terminó cediendo bajo la amenaza de mi siempre fiel revólver vacío. Tenía ciertos planes que nos podían venir muy bien...
Por otro lado, Helena terminó despertando de la inconsciencia que le provocó el ataque de aquella niña. Corrí hasta su lado y tomé sus manos -Estamos en el barco rumbo a Italia, mi amor, no te preocupes. El cambiaformas decidió quedarse en lo que ahora es su hogar, Egipto. Bien cierto es que no era una mala criatura, perdóname tú a mi...- besé su mano, aun preocupado -No te muevas mucho, quizá puedas marearte. Ten, aquí tienes más agua, por si la necesitas- dejé la cantimplora a su alcance, en una mesita de madera rústica. -No podemos desaparecer, Helena. Esto no es una simple cacería de sangre, no vienen a por nosotros y ya está. Buscaban algo más y al parecer ya lo tienen y están arrasando con varios pueblos del viejo continente... Toda la Orden terminará por desaparecer y todo estará bajo el yugo Malkavian si no intentamos hacer algo al respecto... No quiero perderte tampoco, pero no puedo dejar atrás todo lo que ha sido mi vida durante 35 años cuando más falta hago- esperé que comprendiera -De todos modos, tengo un plan, querida. Estamos rumbo a Italia para volver a encontrarnos con Roish. Hablaremos con ella, más bien tú hablarás, debemos aliarnos con ella, quizá con su ayuda...- besé su frente y me acosté a su lado -Ahora descansa, queda mucho aún para llegar...- la abracé con fuerza, sintiendo miedo auténtico por una vez. La situación escapaba de las manos de los Cazadores y de todo el mundo en general...
Transcurrieron un par de meses hasta que arribamos de nuevo en tierras Italianas. No pude evitar rendirme ante el cuerpo de Helena varias veces durante el viaje y más aún temiendo que fuera la última vez que era capaz de ello. Conociendo ya el camino, no tardé en obtener un transporte, un par de caballos en lugar de un carruaje. Monté y esperé que Helena recordara las lecciones con su antigua yegua Suna para saber como montar a esta nueva. Todo el dinero que quedaba se fueron prácticamente por el sumidero con estas últimas transacciones, pero no quedaba mucho más que comprar, solo alcanzar a los licántropos y arrastrarlos hasta el campo de batalla que estaba a punto de estallar.
Viajamos a paso rápido entre los bosques, recortando el número de días. Afortunadamente la comida que trajimos desde el barco aguantaría de sobra para llegar hasta Roish y si escaseara para el resto del viaje, no sería dificil conseguirla con semejantes cazadores de animales con nosotros.
Fueron un par de días de excitantes carreras a caballo con la mujer hasta que los árboles empezaron a tornarse familiares. El bosque estaba oscuro a pesar del atardecer, demasiado oscuro. El silencio era tal que pareciamos estar en un cementerio y me sentía observado. Habiamos llegado.
Tiré de las riendas del animal con suavidad para apartarlo del camino e internarnos en el bosque -Recuerda, a ti no te harán daño. Habla con Roish, dile que la necesitas a ella y a los demás para cumplir tu cometido. Es la verdad, a fin de cuentas- comenté al trote junto a su caballo, sonriente a pesar del miedo.
Miedo que, se acrecentó cuando alcanzamos aquel claro en mitad del bosque, tremendamente familiar y reconocible. Me espantó el verlos alli, en su forma lobuna, sobre su sdos patas traseras... esperándonos -¿Por qué...?- descendí de la montura y caminé, arrastrándole conmigo. El corcel se encabritó y se negó a avanzar, de modo que lo dejé dond estaba e insté a Helena a hacer lo propio -¿Sabían que volveríamos?- comenté aproximándome a ellos. Si ya era bastante sorpresa verlos a todos, sin que faltara ninguno, oteandonos desde la distancia, más lo fue ver entre ellos una cara sonriente muy particular. Joe Kerr estaba con ellos -¡Amigos!- Me extrañó en demasía que estuviera en el exterior con los últimos rayos del sol golpeándole en la cara. Al parecer no sufría por quemaduras a pesar de ser un vampiro -Os esperábamos... creo que alguien...- nos miró a ambos -Va a necesitar algo de ayuda para lo que se avecina... ¿Verdad?- comenzó a reir como un lunático. Sonreí a pesar del nerviosismo que me provocaba esa forma de ser suya, pues algo me decía que iban a prestarse a acompañarnos. Quizá hubiese un atisbo de esperanza -Helena... haz la petición oficial- al decir aquellas palabras, un hermoso licántropo blanco se abrió paso entre la multitud de la manada y miró a Helena espectante, con aquellos ojos azules hipnotizantes -Oh sí, propón un buen trato, querida- comentó Gold, el brujo, que se encontraba junto a Joe. La tensión se respiró en el aire, tanto como las ansias de batalla
Por otro lado, Helena terminó despertando de la inconsciencia que le provocó el ataque de aquella niña. Corrí hasta su lado y tomé sus manos -Estamos en el barco rumbo a Italia, mi amor, no te preocupes. El cambiaformas decidió quedarse en lo que ahora es su hogar, Egipto. Bien cierto es que no era una mala criatura, perdóname tú a mi...- besé su mano, aun preocupado -No te muevas mucho, quizá puedas marearte. Ten, aquí tienes más agua, por si la necesitas- dejé la cantimplora a su alcance, en una mesita de madera rústica. -No podemos desaparecer, Helena. Esto no es una simple cacería de sangre, no vienen a por nosotros y ya está. Buscaban algo más y al parecer ya lo tienen y están arrasando con varios pueblos del viejo continente... Toda la Orden terminará por desaparecer y todo estará bajo el yugo Malkavian si no intentamos hacer algo al respecto... No quiero perderte tampoco, pero no puedo dejar atrás todo lo que ha sido mi vida durante 35 años cuando más falta hago- esperé que comprendiera -De todos modos, tengo un plan, querida. Estamos rumbo a Italia para volver a encontrarnos con Roish. Hablaremos con ella, más bien tú hablarás, debemos aliarnos con ella, quizá con su ayuda...- besé su frente y me acosté a su lado -Ahora descansa, queda mucho aún para llegar...- la abracé con fuerza, sintiendo miedo auténtico por una vez. La situación escapaba de las manos de los Cazadores y de todo el mundo en general...
Transcurrieron un par de meses hasta que arribamos de nuevo en tierras Italianas. No pude evitar rendirme ante el cuerpo de Helena varias veces durante el viaje y más aún temiendo que fuera la última vez que era capaz de ello. Conociendo ya el camino, no tardé en obtener un transporte, un par de caballos en lugar de un carruaje. Monté y esperé que Helena recordara las lecciones con su antigua yegua Suna para saber como montar a esta nueva. Todo el dinero que quedaba se fueron prácticamente por el sumidero con estas últimas transacciones, pero no quedaba mucho más que comprar, solo alcanzar a los licántropos y arrastrarlos hasta el campo de batalla que estaba a punto de estallar.
Viajamos a paso rápido entre los bosques, recortando el número de días. Afortunadamente la comida que trajimos desde el barco aguantaría de sobra para llegar hasta Roish y si escaseara para el resto del viaje, no sería dificil conseguirla con semejantes cazadores de animales con nosotros.
Fueron un par de días de excitantes carreras a caballo con la mujer hasta que los árboles empezaron a tornarse familiares. El bosque estaba oscuro a pesar del atardecer, demasiado oscuro. El silencio era tal que pareciamos estar en un cementerio y me sentía observado. Habiamos llegado.
Tiré de las riendas del animal con suavidad para apartarlo del camino e internarnos en el bosque -Recuerda, a ti no te harán daño. Habla con Roish, dile que la necesitas a ella y a los demás para cumplir tu cometido. Es la verdad, a fin de cuentas- comenté al trote junto a su caballo, sonriente a pesar del miedo.
Miedo que, se acrecentó cuando alcanzamos aquel claro en mitad del bosque, tremendamente familiar y reconocible. Me espantó el verlos alli, en su forma lobuna, sobre su sdos patas traseras... esperándonos -¿Por qué...?- descendí de la montura y caminé, arrastrándole conmigo. El corcel se encabritó y se negó a avanzar, de modo que lo dejé dond estaba e insté a Helena a hacer lo propio -¿Sabían que volveríamos?- comenté aproximándome a ellos. Si ya era bastante sorpresa verlos a todos, sin que faltara ninguno, oteandonos desde la distancia, más lo fue ver entre ellos una cara sonriente muy particular. Joe Kerr estaba con ellos -¡Amigos!- Me extrañó en demasía que estuviera en el exterior con los últimos rayos del sol golpeándole en la cara. Al parecer no sufría por quemaduras a pesar de ser un vampiro -Os esperábamos... creo que alguien...- nos miró a ambos -Va a necesitar algo de ayuda para lo que se avecina... ¿Verdad?- comenzó a reir como un lunático. Sonreí a pesar del nerviosismo que me provocaba esa forma de ser suya, pues algo me decía que iban a prestarse a acompañarnos. Quizá hubiese un atisbo de esperanza -Helena... haz la petición oficial- al decir aquellas palabras, un hermoso licántropo blanco se abrió paso entre la multitud de la manada y miró a Helena espectante, con aquellos ojos azules hipnotizantes -Oh sí, propón un buen trato, querida- comentó Gold, el brujo, que se encontraba junto a Joe. La tensión se respiró en el aire, tanto como las ansias de batalla
Connor Kennway- Cazador Clase Media
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Re: Nueva Orleans - El principio del fin.
Nos dirigimos a Italia con intención de reencontrarnos con Roish en un intento de solicitar su ayuda. Había probado un mínimo porcentaje de lo que se nos avecinaría y sólo con eso pude comprobar que sería casi imposible salir victoriosos de la guerra. Ellos eran inmensamente poderosos, y nosotros unos simples humanos, cazadores y aprendices, pero humanos. Llegamos a la conclusión de que lo mejor sería solicitar ayuda del bando contrario a los vampiros y hacer una especie de ''tregua'' entre los mismos y los cazadores, todo con la naturaleza de mis acciones en la guerra relacionadas con aquella profecía que aún no conseguía descifrar.
Aunque temerosa, conseguí mantenerme tranquila durante los dos meses de viaje hasta Italia a los brazos de Connor. Temía tanto por él y por nuestro futuro, que las pocas fuerzas que conseguía reunir para enfrentarme se desvanecían presa del pánico. Entrené un poco más, pero era sumamente inútil. No me concentraba, no me estimulaba todo lo que debía de hacerlo. A penas aprendí unas cuantas cosas sobre movimientos, cuando ya cerca de la península, empecé a sentirme más débil de lo normal. Todos los días me encontraba mal, devolvía lo que comía y necesitaba dormir. Aquello hizo que dejase de instruirme para simplemente descansar y seguir con el viaje. Seguir con el viaje seguimos... pero descansar, no, apenas descansé. Mi cuerpo empezó a cambiar poco a poco a medida que cruzábamos la península en busca del bosque de Roish, aquel malestar no desaparecía, y un día, mientras rebuscaba en mi bolsa una manta que echarme al cuerpo para descansar en el trayecto, tomé la pequeña mantita de lana que Janette me había regalado. La tomé con ambas manos pensativa y después me la llevé al vientre. Lo comprendí todo, absolutamente todo. Me la regaló no para mi, sino para el bebé que tuviese una vez todo acabase. Quería pensar que no, que era imposible y que mi malestar solo era fruto del cansancio, pero de ser cierto, el bebé se había adelantado demasiado. Pero todo tenía...demasiado sentido. Intenté no pensar en ello y evitar cualquier contacto íntimo e incluso visual a larga duración con Connor , porque sabía que acabaría confesándole mi temor ¿Pero que iba a hacer? Si se lo decía y resultaba ser cierto, no me permitiría luchar, ni si quiera acercarme a mi madre. Y lo que es peor aún, no sabía cual sería su reacción.
Llegar de nuevo a aquel bosque fue sumamente desconcertante, no se si porque estaba pálida y mareada con mi situación o porque curiosamente, todos estaban de pie, casi formando un coro o un pasillo, expectantes. No me acostumbrara aún, de todas formas, a ver a los licantropos en su apariencia animal. Me atemorizaba que pudiesen hacernos algo. El hombre me instó a acercarme en cuanto el enorme lobo blanco se abrió paso entre la multitud. Empecé a caminar en dirección a ella y me sorprendió reconocer entre los allí presentes, a aquel vampiro lunático junto al brujo de Roish. Sin duda alguna, todos parecían saber que llegaríamos, nos estaban esperando. Dudosa, me coloqué frente a ella. Agradecí enormemente que tomara su apariencia humana y asintiese levemente para indicarme que podía hacerle aquella petición -No se... como sabíais que llegaría, pero, necesito pediros algo- miré de un lado para otro, intentando averiguar la reacción de los demás lobos -Roish... hemos viajado, intentado averiguar que es lo que debo hacer como dijiste, y sólo hemos conseguido entender, que aunque lo deseemos con todas nuestro ser, la fuerza de esos vampiros nos supera con creces a todos nosotros. Tienen un ejército, y mucho me temo, que no podemos hacer nada contra ellos... a no ser...- tragué saliva -Que nos ofrezcáis vuestra ayuda- la mujer sonrió y asintió. Pareció comprenderlo todo rápidamente, no necesitó que le explicase nada más - Todos vosotros, a partir de ahora, respetareis a esta mujer y seguiréis sus ordenes. Ella os conducirá a la guerra... sed valientes y luchad por mí- dijo, con toda la majestuosidad y calma del mundo, dirigiéndose a todos los allí presentes con las manos alzadas. Gold soltó una risotada de emoción que hasta yo pude oír entre tanto malestar. -Estaba esperándote, Helena. Empezaba a temer que me lo pidieses demasiado tarde- aclaró esbozando media sonrisa. -Lo sabíais entonces...- asintió -Lo sabía desde antes de conocerte- aclaró, tomándome las manos –Partiréis todos de inmediato, no podemos retrasar lo inevitable. Sólo necesito… un momento para hablar con ella- todos quedaron expectantes, con los ojos como platos –En privado- aclaró. Todos parecieron entenderlo, -Me encantaría quedarme a oír esa maravilla que tienes que decirle, podría ofrecerle un trato si acaba disgustándole la noticia- río Gold, como un lunático de forma leve, encogiendo las manos. –Esta bien, esta bien. Tú mandas, Roish. Vamos muchacho, no demoremos más esto- se acercó a Connor y lo instó a alejarse junto a los demás
Poco tardamos en quedarnos solas. Eleanor sonrió dulcemente, de una forma que me conquistó, pues dejó ver un par de hoyuelitos en cada mejilla totalmente adorables. –Gracias, Roish. Aún no entiendo que es lo que tengo que hacer. He reflexionado muchas veces desde la última vez que nos vimos sobre aquello que tengo que hacer, pero, no lo entiendo- supongo que en ese momento debí mostrar un gesto triste y desesperado, pues la mujer suspiró con gracia y siguió sonriendo –Lo entenderás muy pronto si no te retiras. Se valiente y todo llegará a ti- me alivió entender que quizás no hiciese falta buscar el significado, lo que empezó a preocuparme fue –Entiendo… pero, es tan difícil. Tengo muchísimo miedo, y estoy cansada. Temo no poder ayudar, temo fracasar- la mujer deslizó sus manos por mi cuerpo y las posó justo en mi vientre, de una forma tan suave que apenas noté su contacto –Es normal tener miedo, es normal pensar que fracasarás. Pero ahora no sólo tienes que salvar tu vida, Helena. La maravilla que crece dentro de ti te necesita… y lo harás bien- en ese justo momento sentí que los ojos se me humedecían. No podía creerlo. Ella lo sabía. Estaba embarazada, de Connor… nuestro hijo crecía en mi vientre, justo en ese momento, justo en mitad de la guerra. Me sentí tan pequeña… y a la vez tan motivada…y feliz. Todas las esperanzas, las fuerzas, las energías que había perdido, volvieron a mí en un solo instante. Teníamos que vivir, mi hijo tenía que nacer -¿Cómo lo has…?- intenté preguntar. Ella negó con la cabeza, sonriente -¿Lo sabe él?- -No, no lo sabe. Ni si quiera yo estaba segura de ello. Pero mucho me temo que si se lo digo…no se cual será su reacción- -Esa elección es tuya, Helena. Ahora ve, lucha, sal victoriosa. Y sobretodo, se feliz… y cuídale- sonrió de una forma maternal que jamás vi en ninguna mujer. Se acercó más a mí y me besó la frente como despedida.
Poco tardé en alcanzar a Connor, en el camino, junto a todos los lobos en su apariencia humana, el vampiro centenario al que aún no le encontraba razón para estar entre nosotros, y el brujo, sonriente, expectante. –Vámonos- comenté mirándolos a todos. Seguramente Connor vería en mí, además de la palidez, los ojos llorosos pero llenos de satisfacción. Quería decírselo…quería decirle que dentro de mi ya creía algo nuestro. Me acerqué a él y le acaricié el rostro. No, no podía decírselo, no me dejaría luchar y perder el bebé. A partir de entonces, tendría que ocultarlo. Se daría cuenta, lo notaría en mí, en mi cuerpo cambiante cada mes… solo deseaba que todo terminase pronto –Esos vampiros… van a desear haber muerto el día en el que nacieron-
Aunque temerosa, conseguí mantenerme tranquila durante los dos meses de viaje hasta Italia a los brazos de Connor. Temía tanto por él y por nuestro futuro, que las pocas fuerzas que conseguía reunir para enfrentarme se desvanecían presa del pánico. Entrené un poco más, pero era sumamente inútil. No me concentraba, no me estimulaba todo lo que debía de hacerlo. A penas aprendí unas cuantas cosas sobre movimientos, cuando ya cerca de la península, empecé a sentirme más débil de lo normal. Todos los días me encontraba mal, devolvía lo que comía y necesitaba dormir. Aquello hizo que dejase de instruirme para simplemente descansar y seguir con el viaje. Seguir con el viaje seguimos... pero descansar, no, apenas descansé. Mi cuerpo empezó a cambiar poco a poco a medida que cruzábamos la península en busca del bosque de Roish, aquel malestar no desaparecía, y un día, mientras rebuscaba en mi bolsa una manta que echarme al cuerpo para descansar en el trayecto, tomé la pequeña mantita de lana que Janette me había regalado. La tomé con ambas manos pensativa y después me la llevé al vientre. Lo comprendí todo, absolutamente todo. Me la regaló no para mi, sino para el bebé que tuviese una vez todo acabase. Quería pensar que no, que era imposible y que mi malestar solo era fruto del cansancio, pero de ser cierto, el bebé se había adelantado demasiado. Pero todo tenía...demasiado sentido. Intenté no pensar en ello y evitar cualquier contacto íntimo e incluso visual a larga duración con Connor , porque sabía que acabaría confesándole mi temor ¿Pero que iba a hacer? Si se lo decía y resultaba ser cierto, no me permitiría luchar, ni si quiera acercarme a mi madre. Y lo que es peor aún, no sabía cual sería su reacción.
Llegar de nuevo a aquel bosque fue sumamente desconcertante, no se si porque estaba pálida y mareada con mi situación o porque curiosamente, todos estaban de pie, casi formando un coro o un pasillo, expectantes. No me acostumbrara aún, de todas formas, a ver a los licantropos en su apariencia animal. Me atemorizaba que pudiesen hacernos algo. El hombre me instó a acercarme en cuanto el enorme lobo blanco se abrió paso entre la multitud. Empecé a caminar en dirección a ella y me sorprendió reconocer entre los allí presentes, a aquel vampiro lunático junto al brujo de Roish. Sin duda alguna, todos parecían saber que llegaríamos, nos estaban esperando. Dudosa, me coloqué frente a ella. Agradecí enormemente que tomara su apariencia humana y asintiese levemente para indicarme que podía hacerle aquella petición -No se... como sabíais que llegaría, pero, necesito pediros algo- miré de un lado para otro, intentando averiguar la reacción de los demás lobos -Roish... hemos viajado, intentado averiguar que es lo que debo hacer como dijiste, y sólo hemos conseguido entender, que aunque lo deseemos con todas nuestro ser, la fuerza de esos vampiros nos supera con creces a todos nosotros. Tienen un ejército, y mucho me temo, que no podemos hacer nada contra ellos... a no ser...- tragué saliva -Que nos ofrezcáis vuestra ayuda- la mujer sonrió y asintió. Pareció comprenderlo todo rápidamente, no necesitó que le explicase nada más - Todos vosotros, a partir de ahora, respetareis a esta mujer y seguiréis sus ordenes. Ella os conducirá a la guerra... sed valientes y luchad por mí- dijo, con toda la majestuosidad y calma del mundo, dirigiéndose a todos los allí presentes con las manos alzadas. Gold soltó una risotada de emoción que hasta yo pude oír entre tanto malestar. -Estaba esperándote, Helena. Empezaba a temer que me lo pidieses demasiado tarde- aclaró esbozando media sonrisa. -Lo sabíais entonces...- asintió -Lo sabía desde antes de conocerte- aclaró, tomándome las manos –Partiréis todos de inmediato, no podemos retrasar lo inevitable. Sólo necesito… un momento para hablar con ella- todos quedaron expectantes, con los ojos como platos –En privado- aclaró. Todos parecieron entenderlo, -Me encantaría quedarme a oír esa maravilla que tienes que decirle, podría ofrecerle un trato si acaba disgustándole la noticia- río Gold, como un lunático de forma leve, encogiendo las manos. –Esta bien, esta bien. Tú mandas, Roish. Vamos muchacho, no demoremos más esto- se acercó a Connor y lo instó a alejarse junto a los demás
Poco tardamos en quedarnos solas. Eleanor sonrió dulcemente, de una forma que me conquistó, pues dejó ver un par de hoyuelitos en cada mejilla totalmente adorables. –Gracias, Roish. Aún no entiendo que es lo que tengo que hacer. He reflexionado muchas veces desde la última vez que nos vimos sobre aquello que tengo que hacer, pero, no lo entiendo- supongo que en ese momento debí mostrar un gesto triste y desesperado, pues la mujer suspiró con gracia y siguió sonriendo –Lo entenderás muy pronto si no te retiras. Se valiente y todo llegará a ti- me alivió entender que quizás no hiciese falta buscar el significado, lo que empezó a preocuparme fue –Entiendo… pero, es tan difícil. Tengo muchísimo miedo, y estoy cansada. Temo no poder ayudar, temo fracasar- la mujer deslizó sus manos por mi cuerpo y las posó justo en mi vientre, de una forma tan suave que apenas noté su contacto –Es normal tener miedo, es normal pensar que fracasarás. Pero ahora no sólo tienes que salvar tu vida, Helena. La maravilla que crece dentro de ti te necesita… y lo harás bien- en ese justo momento sentí que los ojos se me humedecían. No podía creerlo. Ella lo sabía. Estaba embarazada, de Connor… nuestro hijo crecía en mi vientre, justo en ese momento, justo en mitad de la guerra. Me sentí tan pequeña… y a la vez tan motivada…y feliz. Todas las esperanzas, las fuerzas, las energías que había perdido, volvieron a mí en un solo instante. Teníamos que vivir, mi hijo tenía que nacer -¿Cómo lo has…?- intenté preguntar. Ella negó con la cabeza, sonriente -¿Lo sabe él?- -No, no lo sabe. Ni si quiera yo estaba segura de ello. Pero mucho me temo que si se lo digo…no se cual será su reacción- -Esa elección es tuya, Helena. Ahora ve, lucha, sal victoriosa. Y sobretodo, se feliz… y cuídale- sonrió de una forma maternal que jamás vi en ninguna mujer. Se acercó más a mí y me besó la frente como despedida.
Poco tardé en alcanzar a Connor, en el camino, junto a todos los lobos en su apariencia humana, el vampiro centenario al que aún no le encontraba razón para estar entre nosotros, y el brujo, sonriente, expectante. –Vámonos- comenté mirándolos a todos. Seguramente Connor vería en mí, además de la palidez, los ojos llorosos pero llenos de satisfacción. Quería decírselo…quería decirle que dentro de mi ya creía algo nuestro. Me acerqué a él y le acaricié el rostro. No, no podía decírselo, no me dejaría luchar y perder el bebé. A partir de entonces, tendría que ocultarlo. Se daría cuenta, lo notaría en mí, en mi cuerpo cambiante cada mes… solo deseaba que todo terminase pronto –Esos vampiros… van a desear haber muerto el día en el que nacieron-
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/11/2012
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