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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Isaura Van Dyck Vie Feb 08, 2013 7:55 am

Tenía ciertas dudas sobre lo de aquella noche, aunque, más que dudas, estaba realmente aterrada, llorando en mi cuarto como una niña pequeña, acurrucada entre las mantas como si ellas pudieran salvarme de lo que iba a llegar. Las horas pasaban rápido, aun cuando yo rezaba que no fuera así. Dios, por favor, que no llegue esta noche, haré lo que sea... Pero bien sabía que, por mucho que él quisiera ayudarme, el tiempo tenía que pasar si o si.

Cuando llegó la hora de prepararme, una de mis compañeras llamó a la puerta, diciéndome con voz suave que debía vestirme. ¿Por qué me mandaban a mi a una de esas fiestas? Quizá, al ser la nueva, me mandaban al lugar donde las más antiguas no querían ir. Pero había unas cuantas cortesanas que su trabajo les resultaba gratificante, ¿por qué no iban ellas? Suspiré, aterrada y dándome el gusto de permanecer cinco minutos más en mi sitio seguro. Aunque de seguro no tenía nada, pero en esos momentos esa habitación era lo más parecido a un hogar que poseía.

Al final acabé levantándome, viendo el estropicio de mi rostro causado por esas innumerables lágrimas que me habían provocado los pensamientos de todo lo que me estaba ocurriendo... Pero tenía que pensar en la comida, que esa era la única forma de seguir adelante por mucho que me desagradara la idea. Me pegué arreglándome una hora, intentando hacer que mi rostro volviera a lo hermoso que era con anterioridad con algunas cremas. Me cepillé el pelo, quitando todos los enredones hasta que quedó completamente liso y me vestí con un vestido de tonos azules claros, el cual marcaba un poco mis curvas, pero nada exagerado como el resto de mis compañeras. Me gustaba ir bonita, modesta y nada provocativa... Solo lo suficiente para que se viera que era hermosa. Después de todo, odiaba mi profesión y en la vestimenta era en lo único que yo no pensaba ceder. Me habían arrebatado mi inocencia y felicidad, pero me negaba en rotundo a que me quitaran el gusto que tenía en la ropa. Quizá sonara estúpido, pero quería conservar algo mío... Aunque fuera una tontería como esa.

Después de un rato, unas compañeras y yo entramos en un carruaje, llevándonos a la mansión donde se celebraba aquella fiesta. No sabía bien que pasaría, si me mandarían con uno en concreto o si serían varios, haciendo que esa sola idea me hiciera temblar de pies a cabeza, aun cuando mis compañeras parecían más vivaces y alegres. Las miraba como si fueran extrañas, como si no las entendiera para nada y, la verdad, así era. ¿Qué era lo que les gustaba exactamente de todo aquello? Entregar tu cuerpo a hombes que no conoces de nada, que podrían hacerte cualquier cosa y tu ni siquiera puedes negarte a ello... Para mi era algo humillante.

Observé la hermosa fachada de la mansión cuando llegamos, quedándome boquiabierta mientras pensaba en las facilidades que tenía esa gente rica. ¿Cómo sería su vida sin intentar subsistir todo el rato en las calles? Imaginaba que esas comodidades también eran puntos flacos en según que ocasiones pero, ¿acaso tendrían alguna en toda su vida? Suspiré y entré después de los danzarines paso del resto de cortesanas, observando como empezaban a contonearse y a lanzar miradas provocativas a la gente que veían. Yo caminé tras sus pasos, marcando un hondo silencio entre ellas extraño. Cada vez más cerca, cada vez más asustada... Quería salir corriendo de allí, pero, ¿qué importaba ya? No podían quitarme nada que no lo hubieran hecho otros, así que intenté esforzarme en pensar en algún punto positivo, como siempre hacía con el resto de personas.

Cuando llegamos a donde estaban los hombres, cada una elegía su presa de la noche con sonrisas y carcajadas. Alguna me preguntó que con cual me quedaba, pero me limité a encogeme de hombros. En si, el acto era el mismo, por ende, ¿qué me importaba? Al principio hubo varias riñas, había un par que habían fichado a uno directo pero, para solucionar el problema, me lo mandaron a mí, guiñándome el ojo como si me estuvieran haciéndome un favor. Aun tenía que acostumbrarme a su forma de comportarse, pero un pensamiento vino a mi mente de manera rápida y fugaz:"¿Acabaré como ellas?" Negué con la cabeza, apesadumbrada por aquello. Probablemente no, para mí sería una carga para el resto de mi existencia.

Al final, para dejar de escuchar aquellas tonterías, me acabé acercando al hombre entre suspiros. Total, ellas me lo habían adjudicado ya y acabaría ahí sí o sí. Con cada paso que daba, mi corazón bombardeaba por los nervios. Si eso no significara comida, ya me habría largado por donde habría venido.

-Creo que me toca ser vuestra compañera esta noche, monsieur.- Me sonrojé al instante y bajé la mirada. Quizá no eran las palabras adecuadas, quizá no tendría que haber dicho nada... Tenía miedo.
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Mensaje por Carlos A. Garay Miér Feb 20, 2013 11:45 pm

Es más fácil conocer al hombre en general;
que a un hombre en particular.
François de la Rochefoucauld


¡Carlos! ¿En serio vas a ir?
Sí.
¡Oh, vamos! Ya sabes la reputación que tiene este hombre. Esas reuniones son...
Si no voy, no habrá acuerdo. ¿En serio quieres que no vaya? Si hago eso, no voy a ser yo precisamente quien salga más perjudicado.
Pero..
Ahórratelo, quieres. Ya sé cuál es su reputación y no será la primera vez que asisto a ese tipo de fiestas. ¿Por quién me tomas? Que no soporte a las mujeres es un asunto privado, y no acostumbro a mezclar la vida privada con los negocios. Si la única condición para que nos venda los terrenos es que asistamos a su maldita fiesta, pues bien, eso haremos.
¡Já! Después de todo, parece que los malos hábitos del ejército no se olvidan fácilmente. Compañero.

Francis rodeó los hombros de uno de sus mejores y más antiguas amistades con la certeza de que a pesar de las circunstancias no iba a fallarle. Carlos nunca fallaba, ni a él ni a cualquier otro que se mereciese ese tipo de lealtad por su parte. Y es que, después de haber pasado media vida juntos, mil situaciones en las que a punto estuvieron de no ver el el siguiente amanecer, no podían menos que considerarse como amigos. Sobretodo para el que no acostumbraba a tener más que contactos, buenos contactos, esparcidos por el mundo. Una amistad era muy importante.

***
De ninguna otra forma es que podría haber terminado de aquella manera. En fiesta de ese estilo. No solo aburrida, para él, sino además con el extra de la depravación y el sexo asegurada. No, no era una fiesta como otra cualquiera. Era una "reunión de caballeros" ¿Muy sencillo el por qué, no? Públicamente solo es eso, una reunión entre los caballeros de la alta sociedad. Del mismo modo que también existen las reuniones sociales entre las damas. Lo que nadie menciona públicamente es que cada hombre dispone de una mujer, como mínimo, durante toda la noche. Una prostituta. Que, sumado al espectáculo de sexo en vivo que se lleva a cabo durante dicha reunión, la convierten en la perfecta fiesta a la cual todo hombre con el mínimo de decencia o respeto por el ser humano desea fervientemente asistir. Es decir, prácticamente todos los hombres de la sociedad actual. Realmente degradante para su género, eso es lo que por otra parte piensa Carlos de ese tipo de reuniones. Si bien le dijo a su amigo que no es la primera vez que asistirá a ese tipo de encuentro, no mencionó que tampoco se alejaba tanto de pensarlo. Siendo como sería, su segunda vez. Por supuesto, él no podía estar menos interesado. Dejando a un lado su poco apego por las mujeres, reconocía tener necesidades que cualquier otro hombre tendría y que debían ser satisfechas muy de vez en cuando. Pero no públicamente. Y mucho menos mirando a otros. Ni de puta coña.

La primera vez, en sus primeros años como perteneciente a esa sociedad de elitistas, había acudido casi "inocente". Pensando que una reunión de caballeros tampoco podría resultar tan mala. Oh, cómo había aprendido la lección. No solo no volvió si quiera a pensar en asistir a semejante cosa de nuevo sino que estuvo varios días prácticamente asqueado con los recuerdos. Esta vez iba plenamente consciente de a lo que se enfrentaba y por propio deseo; si es que se le puede decir de esa forma. ¿A caso tenía alternativa? De buena gana pagaría el doble por el maldito terreno de no ser porque al Barón le gustaba jugar. Tenía dinero. Tenía mujeres. Tenía el aprecio de todos. En resumen, que su única forma de divertirse, era jugando con las personas. Conociendo los rumores sobre la aversión por las mujeres de Carlos y el vínculo que le unía con Francis, sin duda había encontrado una forma de pasar el rato aquella noche. Pero solo sería una y se prometía así mismo que si le concedían la oportunidad de devolvérsela; no se le pasaría por alto.

[...]

El palacio; como todos. Los asistentes a la fiesta; los de siempre. Si algo tenían esas reuniones era que el secreto estaba asegurado ¿Quién de entre todos contaría la verdad, arriesgándose a arruinar completamente no solo la reputación ajena sino también la suya propia? Por no hablar, de que no hay forma de demostrar que cada uno de esos hombres estuvo en ese momento presente. Tan presente como Carlos podía observarlos, cada uno charlando despreocupadamente, escondiendo la emoción por lo que sabían perfectamente que estaban a punto de vivir. En cierto modo, le ponía enfermo. Todo aquel teatro. Toda esa falsedad que se manejaba en el mundo del que ahora formaba parte. Había estado en situaciones cien por cien más duras que aquellas, tanto físicamente como psicológicamente hablando. Lo habían torturado. Le habían apalizado en todas las formas posibles. Ni él mismo llegaba a comprender por qué entonces, la falsedad humana llegaba a colársele tan al fondo. Por suerte, tantos años practicando como esconder información para los enemigos, le estaba siendo útil en esos momentos.

Bienvenidos caballeros. Sin más dilación, dará comienzo nuestra reunión. Hagan el favor de pasar a la sala contigua, se les hará entrega de su compañía para esta noche.

Y una vez allí, ya solo quedaba ver como las muchachas desfilaban frente a ellos. Carlos, con una perfecta cara de indiferencia, observaba sin ver realmente. Todas eran iguales. Absolutamente todas. Aunque él solo miraba hacia un punto fijo de la sala, sin disimular en ningún momento que nada podía importarle menos que lo que pasara en ese momento, sus malditos sentidos agudizados no pudieron dejar de captar miradas. Risas. Susurros, en su dirección. Él. Lo quiero. ¡No seas mala!. ¿En serio? Teniendo a una docena de hombres infinitamente más dispuestos, no solo eran unas depravadas interesadas, sino además también unas estúpidas por fijarse en alguien que no les correspondería jamás. Según él, que no supieran ver eso en su cara, era solo un motivo más para despreciarlas.

Creo que me toca ser vuestra compañera esta noche, monsieur.

Por un momento quedó tan perdido en sus divagaciones que no fue hasta que la mujer habló que se percató de que ya "había elegido" a su compañera. Solo entonces se tomó la molestia de echarle un vistazo. Bueno, por lo menos, es lo suficientemente lista como para saber que podría ganar más conmigo haciéndose el angelito. Pensó, mientras analizaba sus gestos. Cabeza agachada. Vocecilla a penas audible. Sumisión. Incluso aparente no disposición. Oh sí, esta sí que había sabido verle. Desde luego, si no fuera porque todo era una completa farsa, hasta podría llegar a apetecerle un mínimo. Una pena que lo que realmente escondía en su interior era vicio e interés ¿No?. Siéntate y no hables De nuevo pasó a ignorar su presencia. Si solo el barón no estuviese mirándole en ese momento con una sutil sonrisa en el rostro y la mujer obedeciese sin rechistar, podría haberse salvado de lo que se planteaba como una nefasta noche.


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Mensaje por Isaura Van Dyck Mar Mar 05, 2013 8:21 am

El ambiente se tornaba lascivo y ruidoso, haciendo que, si de normal aquella situación era incómoda para mí, en esos momentos fuera el maldito infierno. Todos parecían olvidar que había más gente a su alrededor, más amigos, más mujeres... ¿Cómo podían hacer ese tipo de cosas sin mirarse unos a otros y sentir un poco de asco? No podía comprenderlo, porque yo no quería ver como el resto de mis compañeras hacían eso con otros hombres. Suficiente estómago había conseguido para vomitar cada vez que me tocaban, como para ver al resto hacerlo en directo y sin ningún atisbo de duda o arrepentimiento, tan solo deseo y depravación.

Lo que aun no conseguía comprender era el motivo de que me hubieran elegido a mí de entre tantas para asistir a un lugar como aquel. Si era de las nuevas, si era la única cortesana tímida que no sabía bien lo que hacía, que perdió su maldita virginidad en su primer trabajo en esto y carecía de experiencia en todo lo relacionado con el sexo, ¿cómo era posible que fuera yo la que estaba ahí y no otra de las tantas compañeras que se habían quedado en el burdel? No podía comprenderlo, no entraba en mi cabeza el motivo para aquello, pues me parecía que no estaba cualificada para ello... Que vale, en si era solo entregar tu cuerpo y hacer lo que ellos quisieran, pero aun así, me sentiría incapaz de mirar a todas y cada una de mis compañeras a la cara después de aquello.

¿De verdad disfrutan con esto? Aunque intentara apartar la mirada, tenía que fijarme en ellas para poder intentar comportarme así más adelante... Pero yo no sabía hacer esos gestos, esas frases y movimientos coquetos que yo jamás había realizado porque estaba más ocupada en mantenerme con vida y conseguir comida que en encontrar a una pareja. ¿Qué sentido tenía aquello cuando te morías de hambre por las calles de París? Obviamente, había a chicas que eso se les daba bien, pero yo no era una de ellas, nunca lo he sido y, probablemente, nunca lo sería, pues no dejaba de ver aquel comportamiento extraño y sin sentido por más que me esforzara por entenderlo.

Decidí centrarme en aquel hombre al que me habían mandado, pues si seguía prestado atención al resto, me temía salir de allí corriendo despavortida y no podía permitirme ese lujo. Era mayor que yo, de eso no habia ningún tipo de duda pero, al contrario que el resto de hombres que, a mi parecer eran un tanto despreciables, este parecía no tener ningún tipo de interés en la carne que se le ponía delante. En otras circunstancias probablemente habría pensado que era mi culpa por no llevar aquella ropa provocativa del resto de las cortesanas, pero parecía que ni siquiera se estaba fijando en ellas, era como si le aburriera aquel hecho. Ante sus palabras, que consiguieron descolocarme y ruborizarme por igual, hice caso y me senté, posando las manos entrelazadas sobre mi regazo y con la mirada en el suelo. No entenía nada, pero por una parte, una leve sensación de alivio recorrió mi rostro. Por lo menos tenía unos momentos más para asumir en que lugar me encontraba.

Probablemente mi apariencia era de una mujer llena de tristeza, me lo decían mucho en el burdel y siempre había alguien intentando a animarme, diciendo que con el tiempo lo vería todo de otra manera, pero aun así, parecía que nada quería mejorar. ¿Cómo acostumbrarme a aquello cuando me rompía por dentro a cada segundo? Tenía muchísimas ganas de llorar, pero no podía hacerlo, quizá por el poco orgullo que me quedaba o simplemente porque tenía que mostrarme de otra manera ante los clientes.

En esos instantes vi como una de mis compañeras se acercaba a nosotros dando saltitos de alegría. No la había visto alejarse de su compañero, pero si venir de hablar con aquel hombre que, por lo que parecía, eran quien dirigía la fiesta. Observé su paso danzarín, como se quedaba quieta con la cadera hacia un lado y la mano en esta, marcando su tipo casi perfecto para que el hombre que ella misma me había concedido se fijara en lo que se perdía. Vale, eso si que me hizo gracia, pues aun recordaba esa estúpida discusión por él. A mi no me importaba, pero si lo habían decido ellas no sería yo quien rechistara, quizá venía a hacer un cambio de pareja, lo cual me asustó un poco pues el resto ya estaban casi sin ropa.

¡Hola! Bueno, esto... Vengo a comunicaros que he pedido que os dejen una habitación. Siento mi atrevimiento, pero es nuevecita y queremos cuidarla mucho.

Sentí como la vergüenza y el rubor dominaban todo mi cuerpo, haciendo que mirara a otra parte en vez de protestar. Pero claro, ¿cómo iba a hacerlo cuando eso de nueva era cierto? Observé de re-ojo como ella miraba al hombre de arriba abajo, con aquella sonrisa lasciva mientras se acercaba a mí y me tenía una llave. ¿Y eso? Fruncí levemente el ceño, sin entender del todo por que lo había hecho, aunque cuando el hombre no miró ella me sonríe con dulzura, como si de verdad le importara.

Así estás estarás más tranquila... Intenta disfrutar, ¿vale? Es muy guapo.

Me guiñó el ojo y se alejó de nosotros, no sin antes darle un último repaso con la mirada al que sería en teoría quien me tendría aquella noche. Yo solo miré la llave, sin atreverme a posar mis ojos en él por pura vergüenza. ¿Y ahora qué? Me mordí el labio inferior, nerviosa y dudante hasta que me acerqué a él, tomando la leve decisión aun cuando me había dicho que me quedara quieta y sentada.

-Ah... Bueno... Tenga. Es su decisión.-Mi voz bajó conforme pronunciaba la frase hasta convertirse en un suave susurro. Estaba claro que, ver comportarse así a una cortesana, no era precisamente lo normal, pero no sabía como cambiar.
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