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Primera regla, domina tu cólera [Privado] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Alastair Le Fayette Dom Feb 10, 2013 3:03 am

“Cuando una serpiente abre los ojos y se da cuenta de que los rayos del sol ya no la tocan, comienza volverse loca en busca de un rayo de luz que caliente su sangre fría, pero cuando el sol desaparece de la vidas de las personas, recupéralo es una tarea que puede ser calificada como imposible”

- Mi madre era alcohólica, eso es lo que me dijeron, se supone que se trataba de una hermosa dama de sociedad que vivió en el palacio de Versalles cuando la Monarquía se encontraba en auge, convivio con los nobles antes de que les cortaran la cabeza durante las revueltas, conoció las dos facetas de Mademoiselle D´eon, se dice que era intima amiga del rey antes de que los Fontaine se propagaran como cucarachas entre la nobleza, ella vivió las épocas doradas de la burguesía derrochando y perdiéndose en los vicios y placeres de la vida de la clase alta, incluso llego a casarse con uno de los nobles mas acaudalados de la época, una mujer con suerte diría yo. Se supone que durante aquel tiempo, cuando yo nací, Astaroth, mi padre, se negó a dejarme a su cuidado, según lo que e logrado entender durante mis conversaciones con algunos miembros de mi familia casi todo el tiempo se encontraba tan perdida que era imposible que se hiciera cargo de un bebé, probablemente con el tiempo su organismo fue deteriorándose hasta que murió, cubierta de vomito y con la ropa medio puesta…Esa fue mi madre ¿Toda una joyita no?-Termino de decir el brujo con un marcado aire irónico en su entonación, el gitano delante de el tenia la boca entre abierta por la sorpresa, se trataba de un hombre de piel morena y ojos negros, que con una sonrisa socarrona intento sacarle unas cuantas monedas a aquel distinguido caballero, para la mala suerte del charlatán Alastair Le Fayette ya había tenido demasiadas experiencias con gente que trataba de engañarle, suficientes como para llegar a la conclusión de que las lecturas de la mano casi siempre son tomadas como una especie de broma por los que no tienen el poder para ver mas allá del presente.

El Brujo no podía ser mas sincero consigo mismo y con el gitano que como lo estaba siendo ahora, se suponía que iría aquel sitio en busca de un atisbo de magia entre la ordinariez de la clase baja, pero no había encontrado mas que un puñado de hombres y mujeres hambrientos de oro y favores de la clase alta, no estaba seguro si se había equivocado de sitio pues un extraño respeto por los gitanos se había propagado en el desde tiempos inmemoriales, debido a que según su criterio se trataba de una raza que no se dejaba intimidar por nadie, gente diferente que defendía lo que era, sin embargo con el tiempo pudo presenciar el deterioro de una de las razas mas interesantes que poblaban parís, una verdadera lastima debía decir.

Un suspiro molesto le hizo levantarse de la carpa del hombre que se había atrevido a llamarlo su cliente, él estaba ahí buscando un poco de entretenimiento y solamente se había encontrado con un aburrido espectáculo fuera de la carpa principal donde un niño intentaba jugar a los engaños con los adultos. El hombre parecía tener entre 34 y 35 años, sin embargo ni siquiera alcanzaba la mitad de los años que Le Fayette llevaba poblando la tierra, por ello se tomaba la libertad de mirarle como una especie de bebe en pañales ansioso por hacer enojar al apacible vecino de su madre, y probablemente lo estaba logrando, aquel hombre intento hacerle creer que su madre fue una buena mujer, contándole historias macabras de como ella lo había abandonado por necesidad, el gitano simplemente intento aprovecharse de un descuido de información que sufrió el brujo al principio de la conversación, algo muy precipitado de su parte debía decir.

Frunció el ceño plantando firmemente los pies descalzos en el suelo cubierto de hojas secas y tierra solida, Alas casi grita al sentir como su cuerpo comenzaba a desfallecer, su estúpido arranque de ira le hizo caer de rodillas en el suelo, justo en el momento en el que salía de la carpa del gitano, un dolor intenso en el pecho hizo sonar los engranes del reloj. “Primera regla, domina tu cólera” Le había dicho su madre, su verdadera madre, Alania, quien le crio desde pequeño como si compartiesen sangre. Una imperceptible música comenzó a sonar entre el barullo del circo informándole al brujo que el mecanismo del reloj había comenzado a funcionar nuevamente. ¡Estúpido! ¡Estúpido¡ !Estúpido¡ se dijo sin tregua mientras se sostenía a si mismo con una mueca de desagrado en el rostro.


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Alastair Le Fayette
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Mensaje por Magdala Đurić Vie Feb 15, 2013 11:01 pm

Si es tu miedo superior a tus propias capacidades, enfréntalo, pues siempre habrá alguien que tema más que tu…


La comunidad a la cual pertenecía Magdala era una minoritaria en razón a una muy grande que se encontraba en París, sin embargo, los contactos entre una y otra existían y eran fluidos. Por tal motivo, en ocasiones, la joven era enviada junto a otros gitanos como parte de una comitiva, para entablar conversaciones. Claro que ella no participaba en ninguna, y, generalmente, era el blanco de críticas, había aceptado que ella era un adorno al cual humillar por su imperfección sanguínea. Se sentaba a escuchar como blasfemaban e inventaban rumores sobre su madre y sobre ella misma, algunos la escupían, y hasta debía realizar tareas domésticas durante la estancia. Escuchaba, tras las telas de las carpas, como gitanos que no tenían ninguna clase de don, engañaban a personas desesperadas y las despojaban del poco o mucho dinero que llevaran consigo. Ella sí había sido dotada, pero no los utilizaba no sólo por no estar autorizada, si no, porque no los dominaba a la perfección y temía provocar daños irreversibles. La joven había aprendido que sus limitaciones eran mayores a aquellas pequeñas libertades, si es que podía llamárselas así. En sus pocos y esporádicos momentos de reflexión, tomaba consciencia de que ni siquiera elegía qué comer o qué vestir. “Si pudieran decirme cómo y cuándo respirar, lo harían”, pensaba mientras refregaba la ropa contra las piedras de un río y se lastimaba los nudillos de los dedos, ya curtidos de tanto trabajo. Observaba las manos de otras muchachas y las veía limpias, suaves y de uñas pulcras y armoniosas, y luego se miraba las suyas que solían estar llenas de tierra o lastimadas, con sus uñas carcomidas hasta la carne, y reconocía la injusticia humana en esos diminutos detalles. Poco sabía ella sobre cómo vivían el resto de las personas del mundo, pues le tenían prohibido alejarse de su propia etnia, sin embargo, miraba a derredor y reconocía que las prendas de los hombres eran mejores que las de las mujeres, que ellos podían hablar e interrumpir cuando quisieran y que ellas sólo cuando les daban la venia. Claro estaba que su condición era aún más inferior, y la identificaba con la de aquellos esclavos que había solido ver en las costas, cuando los barcos negreros llegaban repletos de los pobres negros hacinados y moribundos de hambre, sed y pestes; recordaba cuando veía cómo los azotaban, y se sentía íntima y dolorosamente identificada. También sabía que huían y que sus piernas corrían libres, escondiéndose de los cazadores, las pocas veces que había soñado con su escape, despertaba con un profundo cargo de consciencia, ya que sería incapaz de dejar a su madre convaleciente a merced de los castigos por no haberla educado como se esperaba que lo hiciera.

La voz profunda que contaba un relato maravilloso llegaba a los oídos atentos de Magdala. La muchacha había notado que ese caballero no caería en los juegos del gitano, y detuvo sus tareas, aprovechando que nadie la estaba mirando. El único movimiento que hacía era el subir y el bajar de su pecho con su respiración, el resto de sus músculos se mantenían inanimados y todos sus sentidos alerta. Lo escuchó partir y sonrió cuando el gitano emitió comentarios soeces tras la salida del hombre, había recibido una buena cachetada no sólo a su bolsillo, si no, a su propio orgullo. Había caído en la cuenta de que muchos terminaban creyéndose su mentira, y se llenaban de una omnipotencia falsa y vacía como su mera existencia. Le causaba gracia y hasta pena aquellos que vivían en una farsa constante, lo cual era una verdadera ironía, ya que su propia vida era un vía crucis violento, sanguinario y catastrófico. Ella caminaba por ese sendero oscuro y silencioso, por esa infinita soledad y amargura que le apremiaban el alma y le clavaban las garras. Magdala estaba atrapada en una cárcel de barreras imaginarias, en una jaula construida por el miedo y la ignorancia, por la manipulación que ejercían la falta de misericordia y la crueldad desmedida. Salió de la carpa cuidadosamente, no quería ser descubierta, llevando una pesada caja con contenido desconocido. Un quejido la detuvo, soltó el objeto y recorrió a paso rápido el trayecto que rodeaba el toldo. Vio a un hombre caído y se acercó, podría ser el mismo que había estado hacía instantes con el adivino, y temió que haya sido herido por éste, aunque en un vistazo rápido no reconoció ninguna herida. La gitana se acuclilló a su lado y apoyó una mano en su espalda, si la veían la consecuencia sería fatal, pero si alguien descubría a ese hombre tan elegante, no dudarían en usurpar sus pertenencias al verlo indefenso. —No le haré daño —aseguró cuando notó resistencia. Rodeó su cuello con uno de los brazos del convaleciente, y lo levantó, estaba acostumbrada a cargar con pesados bultos y a manejar a su casi inerte madre como si fuese una muñeca, si aquel señor podía caminar, todo sería más fácil. —Iremos a…—miró en varias direcciones, y recordó que la carpa contigua estaba vacía, ya que era utilizada como almacén— esa, la roja —y la señaló.

Su peso era mayor a lo que había imaginado en un principio, pero no era momento de arrepentimientos. Casi arrastrándolo, se adentró en el objetivo elegido que se encontraba a escasos cinco metros. Hizo acopio de una fuerza casi imposible para una mujer de su contextura física, pero consiguió recostarlo sobre un catre, ubicado oportunamente a un costado de la entrada. A Magdala le costaba respirar y sentía la transpiración recorrerle la nuca, el cuello, la espalda y el pecho. Se apoyó contra una pila de cajas que contenían botellas de licores y vinos, se agachó y se secó el rostro con la pollera de color marrón que llevaba puesta, luego refregó sus manos en ésta. Observó al hombre, algo en él no estaba bien, y no era una simple descompostura por el calor como imaginó en un principio. Por un momento creyó que había sido una mala idea asistirlo, pero ya era tarde para abandonarlo. Volteó y sacó uno de los envases de la caja que encontró abierta, lo destapó y era whisky. Estiró su brazo y le ofreció la bebida al hombre —No hay agua aquí, es lo único que puedo ofrecerle —dijo en un francés trabado, le costaba acostumbrarse a ese idioma, pero agradecía que su padrastro tuviera la deferencia de dejarla tomar algunas lecciones, las cuales consistían en escuchar y ver si lograba comprender algo, y para alegría de la joven, eso era de gran ayuda para que ella pudiera comunicarse con los franceses que se acercaran a su comunidad y debían ser atendidos. Dirigió su mirada hacia otro lugar, quizá al caballero no le agradaba ser contemplado.


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La bestialidad de la vida me ha pisoteado y aplastado, me ha cortado las alas en pleno vuelo y me ha negado las alegrías a las que hubiera podido aspirar
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Magdala Đurić
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