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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Larden Dom Feb 24, 2013 12:37 am

A veces pienso, diablo,
que aún algo de ángel te queda,
yo no sé si en tus rodillas
o en tu variada conciencia.



Traición es una fea, fea palabra, sobre todo si la escuchas de una mujer. Conferida con una dulzura casi gélida deposita un sobre con dinero en mis manos y coloca uno más en el bolsillo de la chaqueta que trae puesta, por si acaso. Se ve tan bien con mi ropa en ella.

Me visto con calma, sé bien que nadie nos molestara, además aún tengo un par de horas para llegar al “trabajo”. Jeanne Viens, cabello rubio, rizado, un par de perfectos senos y un trasero bien torneado. No la culpo por querer deshacerse de su esposo.

El señor Viens es un cerdo político, vio su oportunidad justo después del surgimiento de la república y ascendió rápido, tiene un cargo judicial y el muy bastardo la vive de lo lindo. Hace un mes fui contratado para resguardar su seguridad, generalmente no hago ese tipo de trabajos, resultan aburridos, pero con sinceridad puedo decir que este, en particular, tiene sus ventajas. La paga es más que buena y la demanda no resulta nada complicada. Y es que, el maldito gordo es adicto al sexo. Quién lo diría, el dinero si cumple sueños, o perversiones. Solo sé que jamás había pasado tanto tiempo en el burdel sin hacer… eso que uno hace ahí.

Casi como una rutina, espero al viejo fuera de su casa, – listo para trabajar Jack, hoy visitaremos a muchas personas – me dice el muy idiota pensando que su esposa se lo traga todo, si supiera. Abordamos el lujoso carro y tras dar un par de vueltas vamos directo al burdel. El muy cerdo apenas ve ese gran letrero y ya comienza a sudar, sus pupilas se dilatan y empieza a relatar todo lo que hará ahí dentro. Bastante cómico el gordito.

Si alguna vez escuchaste que todos, todos tenemos un precio, tal vez sea esa, una de las cosas con más sentido que abras escuchado nunca. Un tanto por aquí, un tanto por acá y todos olvidan para quien trabajan. Primero el chófer, después de dejarnos, da una vuelta y misteriosamente se “gana” un auto, desaparece; después tenemos a los demás guardias, todos humanos, todos corruptos. Y por último está, la puta. Aunque a esa, a esa aun no la conozco.

Si bien entramos, ya todos saben quiénes somos y no nos molestan. Yo soy el único que lo acompaña, dos guardias esperan fuera del lugar, o eso se suponía que hicieran hoy, ya deben estar tan lejos como el chófer. Mientras él juguetea con un par de chicas, pobrecillas, yo miro de lejos, tomo un par de copas y espero a que elija a una, la más desdichada de todas. Mientras, pienso y casi extraño la atención que te ofrecen estas mujercitas, tan luego te ven entrar hacen lo que sea para llamar tu atención, claro está, si creen que vales la pena. Como un simple guardaespaldas no valgo su tiempo, ni su esfuerzo, me da un poco de tristeza tanta frivolidad y recuerdo con nostalgia cuando yo era… ya no importa, de inmediato reparo en lo absurdo de mis pensamientos y rió para mí mismo.

Un par de minutos más y parece que por fin ha encontrado a alguien, le susurra quien sabe que perversidades al oído y ella solo atina a salir corriendo, muy seguro es que esa chica haya hecho, a esta altura, cosas mucho peores que las que el gordo le dijo, pero seguro, nunca con alguien como él, tan grotesco, tan, tan inhumano. Parece que me tocara ponerme ebrio antes de que este animal encuentre a alguien lo suficientemente falto de conciencia y auto-respeto para ser parte de sus fantasías. Por suerte la cantinera de hoy es simpática.

Pasan dos horas y el panzón no tiene suerte, comienza a encabronarse y grita maldiciones al aire, por desgracia o fortuna, el gordo es alguien poderoso y de inmediato atrae la atención de la encargada del burdel quien, con atención y un prominente escote logra calmarlo. Ya más tranquilo el gordo le platica lo que quiere hacer y como nadie, incluso aquellas con las que ya había estado quieren hacerlo. La encargada le promete que lo ayudara, alegando que tiene a la chica perfecta aunque él no la conozca a aun y queda en que se la mandara a su cuarto en unos minutos. El gordo no confía mucho en los desconocidos y me pide que lo siga, cuando llegamos al cuarto, me dice que quiere que este con él en el todo el tiempo, – eres mi hombre Jack y tienes que cuidarme – me dice.

Esperamos unos minutos que para el gordito se hacen eternos, su mente imagina todo una y otra vez, yo, mientras, pienso en lo absurdo de mi suerte y creo que matarlo será tan fácil que me siento un poco mal porque me pagaron tanto por ello.

La puerta suena y alguien del otro lado gira la cerradura, pude ya haber matado al gordo para ese entonces pero la verdad es que me siento mal, él se merece cumplir esa fantasía de la que tanto hablo, después de todo ya no tendrá otra oportunidad, por lo menos no en esta vida pero, la verdad es que… quiero mirar, quiero presenciar el peor día en la vida de una pobre chica.

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Mensaje por Simona Pond Dom Mar 03, 2013 2:14 am

Codiciada, prohibida,
cercana estás, a un paso, hechicera.
Te ofreces con los ojos al que pasa,
al que te mira, madura, derramante,
al que pide tu cuerpo como una tumba.

Codiciada, prohibida - Jaime Sabines

Ser la que elige a todos esos clientes que nadie más pensaría siquiera escoger muchas veces puede acarrear más daños que beneficios. Es difícil terminar con aquella reputación o intentar siquiera cambiar un poco para, como entre ellas mismas dicen, “subir de nivel”. Entonces, ¿qué sucede con alguien a quien aquello ni siquiera le interesa? El problema ahí quizás radica en su falta de ambición o como en el caso de Simona, en nunca haberla poseído. Porque para ella cada cliente, tenga más o menos barriga, sea más o menos viejo, es finalmente un cliente al que debe satisfacer y como suele responder “todos tienen lo mismo entre las piernas”, claro, un poco más arrugado en el caso del viejo que sigue descansando en su cama. — Es lo mismo de siempre, pero si usted quiere dejar un poco más yo no me quejo… — linda sonrisa, horribles dientes. Muchos parecen obviar todos esos defectos en ella al ser suplidos por un carisma que a veces roza en una actitud maternal bastante inadecuada para la situación en la que se encuentra. Simona mira lo que su cliente deja y le sopla un beso, es todo el agradecimiento que entrega por ahora, ya le dará algo después cuando vuelva, porque lo más seguro es que la próxima vez que entre al burdel sólo preguntará por ella, aunque eso tal vez sea más porque ninguna otra querrá atenderlo.

Mientras fumaba y expulsaba el humo tan despacio que creía poder ver las figuras que con él se formaban, escuchó una conmoción lejana de la que no quiso ser parte. Se puso de pie entonces y cerró la puerta antes de que alguien entrara en su habitación buscando refugio o quizás algún arma que lanzar en esa discusión que no tenía mucho sentido, porque ninguna discusión la tiene nunca según lo que Simona cree. Estuvo así mucho tiempo, contemplando la imagen de una ciudad dormida y a la vez más viva que nunca, Paris de cielo estrellado y carcajadas que indican que el ánimo ha vuelto a ser otra vez festivo y que todo lo sucedido anteriormente se olvidó con sonrisas o algunas copas de vino. Durante más de veinte minutos estuvo sola y tuvo miedo. Miedo de los recuerdos que podían llegar, miedo de planes que suelen aparecer cuando se siente más débil, miedo de su cerebro que desde su llegada a ese país estaba un poco más instruido y por lo mismo un poco más peligroso. Fue así como la pilló el golpe en la puerta que la hizo sobresaltarse y soltar ese cigarrillo apenas consumido. — ¡Mierda! — la palabrota sale natural y se cierra un poco la bata antes de abrir la puerta y ver al otro lado a la vieja fea y gorda –que no lo es tanto pero que Simona prefiere tratar así- que está encargada del lugar.

La petición que acaba de hacerle no es del todo rara, quizás no es algo que ha escuchado todos los días, pero tampoco para salir corriendo como ya han hecho otras antes. Porque si de algo esta muchachita está segura, es que la vieja no fue a ella como primera opción, de seguro alguna de las otras –esas que son menos feas o que atienden mejores clientes- rechazó la oferta y por eso llegó a buscarla. — Lo haré… está bien, lo haré… no tiene que recordármelo… — después de todo la mujer esa más bien fue a cobrarle un favor que le hizo con anterioridad, aun cuando sea Simona la que recibirá el pago por lo que debe hacer. Minutos más tarde su puerta se abrió nuevamente para mostrar en su umbral a una chiquilla con los nervios evidentemente a flor de piel y un maquillaje recargado en el intento de lucir mayor que a sus ojos no funciona mucho. ¡Pero que sabe ella! Es sólo una puta más que apenas puede escribir su nombre, de seguro la chica cree que luce genial y la sonrisa que no desaparece de su rostro es el mejor indicativo de eso. Pobre niña, no sabe realmente lo que le espera apenas lleguen a la otra habitación, ahí no habrá un príncipe azul ni un caballero de brillante armadura que pueda salvarla de esa triste situación en la que se encuentra o llevarla lejos a vivir una vida de ensueño. Ahí sólo encontrará más miseria y una humillación a la que ya debería estar acostumbrada.

Equivocada estaba o al menos así lo cree apenas ingresan a la habitación que le indicaron como a la que debían dirigirse. Simona mira al hombre y sonríe, con una de esas sonrisas verdaderas y escasas, se arregla el pelo para que las ondas luzcan menos desordenadas y pasa su lengua por sus dientes intentando limpiar algún resto del carmín que se aplicó momentos antes. Se siente casi tan afortunada que cree que ella debería pagarle a él por atenderlo, ahora el asunto sería claro deshacerse de la otra chica para quedar a solas. Las ideas para eso llegan rápido pero así mismo son interrumpidas por un carraspeo que conoce, que ha escuchado antes aunque nunca con tanta proximidad. El viejo cerdo, porque así es que muchas lo llaman, la mira en especial a ella con ese rostro sudoroso y los ojos llenos de una lujuria que le provoca nauseas. Ahora entiende todo, la muchacha junto a ella también debió de hacerle algo a la encargada y este es el modo que tiene de vengarse. Es eso o que realmente se aprovecha de su poca experiencia. Sus planes de la maravillosa noche con ese hombre guapo se van a la basura y son reemplazados por lo que sea que el asqueroso tipo ese desee hacer con ellas. — Aquí estamos Señor, para usted y para lo que usted guste… debe elegir a una de nosotras para que lo atienda esta noche… — siempre servicial, siempre con el rostro que no demuestra sus reales emociones. Al parecer Simona no conoce cómo comer con los cubiertos adecuados pero si puede fingir perfectamente sentirse a gusto dejando que un engendro como ese la folle.
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Mensaje por Larden Dom Mar 31, 2013 3:28 am

Tus cuernos que se prolongan
como tus brazos que desean,
son de todos los pecados,
las más viriles antenas.


"Decir que no significa nada sería mentirme a mí mismo. Quitarle la vida a un hombre siempre significa algo. Sin embargo, cuando no se puede elegir a quien matar, siempre se puede elegir como hacerlo.



Cambio de opinión tan luego percibo las señales que aquel hombre despide al ver sus deseos encaminados justo cuando sus ojos notan al par de féminas entrar al cuarto. Ni siquiera me molesto en observar la escena, tampoco en escuchar, de repente el estómago se me ha revuelto, ya no quiero ser parte de esto, no me lo imagino, no lo quiero imaginar. Bajo la mirada para no encontrar ninguna ajena, hasta que soy obligado a hacerlo — Jack, vamos elige a una mientras yo me preparo, me viene bien cualquiera – Me dice aquel hombre mientras trata de quitarse los zapatos, difícil tarea tratándose de él, incluso eso le demanda más esfuerzo que el mismo acto que está a punto de realizar. O eso pensaba, lo pensaba yo, las dos putas y seguramente él.

Asiento con la cabeza como buen empleado < mi último gesto como tal >. Que tenga que elegir no ayuda en nada, que mi elección sea fácil, coloca en un mismo nivel las cosas en la balanza, supongo que aun puedo considerar mi suerte; porque ¿qué es un hombre sin sus rituales? Quién soy yo sin lo que creo, quien soy sin mis fantasmas.

Con tan solo acercarme percibo a dos mujeres de diferentes mundos, las dos putas pero ninguna como la otra. A una de ellas es incluso incorrecto llamarle mujer, aunque se esfuerce en aparentarlo. Resulta inevitable no tomarse un segundo para pensar que circunstancias la hicieron estar ahí, pero tan solo es un segundo — Vamos, lárgate – La chica abre sus grandes ojos de par en par, parece que está a punto de llorar, trata de decir algo pero sus labios no funcionan, le falta el aire; puede ser que realmente el rechazo le haya dolido < si es que existe tal cosa como el “orgullo de puta” > o es que tiene una razón para no poder ser rechazada.

— Pero… señor, le puedo asegurar que no hay nada malo conmigo, si le preocupa mi falta de expe… - No le permito terminar, necesito acabar con esto rápido, la tomo del brazo y la dirijo gentilmente a la puerta, me detengo justo afuera y me inclino para que solo ella pueda escucharme — Toma esto < un par de billetes > , ve a tu habitación o a algún lugar donde puedas estar sola, asegúrate de que nadie te vea salir ni entrar, espera ahí hasta que ella vaya por ti, mientras, piensa en una historia para las dos, algo grotesco por si alguien te pregunta – Cierro la puerta de golpe, espero hasta que escucho sus pasos alejándose y me doy la vuelta; el gordo aún no logra zafarse el par completo, el izquierdo ya está afuera pero el derecho se resiste.

Miro a la “otra” y es diferente, no sé por qué pero tampoco lo puedo negar, aunque creo que, elegí bien. Camino despacio hacia ella, me aseguro de ser sutil para no llamar la atención del gordito pero también de que ella sepa que estoy ahí… porque lo que estoy a punto de hacerle, requiere de toda, de toda su atención.

Mientras avanzo lentamente, acortando la distancia entre nosotros, no pierdo sus ojos, tienen este, azul profundo; un azul que me recuerda un par de cosas que creía haber olvidado. Su apariencia; es decir, todo el paquete, es extraña y al mismo tiempo cautivadora. Tiene cualidades, y me pregunto si ya ha matado antes, si algún hombre ha muerto perdido en esos ojos azules. Ser muerto por unos ojos como esos debe ser lo más dulce del mundo, tal vez no lento, ni suave, pero si dulce. A mí, a mí me gusta matarlos rápido, suavemente; y es que detesto a los hombres cuando saben que van a morir, de repente ya no son tan rudos y todos esos sentimientos reprimidos salen a flote, el lloriqueo, su nariz escurriendo, ruegan por su vida, prometen cambiar; no, en lugar de eso, los mato rápido. Y si me preguntas, no me gustaría morir así, yo preferiría morir viendo un azul profundo. Ese azul de sus ojos.

Quiero que me pongas atención, escucha con cuidado y todo saldrá bien – He alcanzado su oído y le susurro de lado — Vas a matar a ese hombre – Tomo una daga del cinturón y la coloco en su cuello, justo debajo del ángulo izquierdo de la mandíbula – Tomaras esto y lo clavaras justo donde yo lo hago ahora – muevo un poco la hoja, incluso podemos escuchar el sonido del metal contra su piel — Hundirás la navaja hasta el fondo y la dejaras ahí, no la tuerzas ni la gires y ni se te ocurra extraerla. Si lo haces bien, todos nos vamos a casa como si nada, si fallas, yo mismo la hundiré en tu cuello – Retiro el arma y la coloco en su mano izquierda, es pequeña y cabe justa en su palma.

Doy dos pasos hacia atrás y gire hacía el gordito Viens justo a tiempo para que él nos dedicara un par de inspiradoras palabras — Malditas botas, estúpida etiqueta. Bien, veamos. Buena elección Jack, aunque la otra también pudo haber funcionado, me recordaba a mi sobrina… asegúrate de obtener su nombre cuando salgamos, la visitare de nuevo. Pero ahora, cariño, por qué no haces uno de esos bailes que ustedes hacen y te vas quitando la ropa lentamente, así podrás ayudar a papi a levantar a su amiguito < se toma la entrepierna mientras hace un gesto poco sutil > ya verás cómo nos divertimos una vez que lo despiertes –
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Mensaje por Simona Pond Dom Abr 21, 2013 2:07 am

Tengo todas las páginas para escribir,
tengo el silencio, la soledad, el amoroso insomnio;
pero sólo hay temblores subterráneos,
hojas de angustia que aplasta una serpiente en sombra.
No hay nada que decir:
es el presagio, sólo el presagio de nuestro nacimiento.

Para hacer funcionar a las estrellas - Jaime Sabines



— Pero… — ¿Dónde queda el derecho a réplica? ¿La duda que sigue siendo parte de esa mirada de cervatillo? ¿Dónde? Al menos dentro de esa habitación no está. Ni Simona ni la muchacha que acaba de salir entienden algo de lo que sucede. La pelirroja es a veces un poco lenta e intenta comprender la situación antes de escuchar alguna instrucción, pero todo lo que logra captar son aquellas imágenes que se interponen una sobre otra y que de paso la confunden un poco más. Mientras ve a su compañera salir y dejarla sola con aquellos dos hombres, no nota como uno de ellos se acerca ni tampoco que esa distancia que se acorta es sólo el preámbulo de lo que próximamente llega. Tiene ideas vagas de lo que puede hacer a partir de ahora, como pequeños hilos que no alcanzan a formar una bola de estambre completa. Su boca se abre y cierra tal como aquellos peces que ha visto cuando recién son sacados del agua, pero ella tiene aire para respirar, se nota en su pecho que sube y baja con tal rapidez que los agujeros de la nariz se mueven como las alas de un pequeño pajarillo que desea emprender el vuelo. — Yo… — no hay algo que pueda decir porque su mente está en blanco, vacía de ideas o alguna respuesta rápida a la situación en la que se encuentra. Lo peor de todo es que lo primero que aparece es la tontería más grande de todas. Ojalá el gordo se duerma y deba atender sólo al otro.

Podría moverse y arriesgarse, podría hacerlo a propósito y dejar que la daga se deslice por la piel de su cuello hasta abrírsela como la cáscara de una fruta muy madura. Las instrucciones son claras, ellas las entiende, todo lo que sus oídos escuchan es la voz rasposa y profunda del hombre que la amenaza. Pero, pese a sentir la punta de mental clavando, todo mas bien parece una lección que debe aprender y no realmente una advertencia de que quien terminará muerta será ella. — Entiendo… — la verdad es que apenas puede procesar todas las palabras que sigue repitiéndose en su cabeza. ¡El hombre debería saber que ella es una puta flacucha que apenas es capaz de comprender lo que le dicen y muchas veces se lo tienen que repetir! ¿Cómo mierda se metió en todo este embrollo? El asunto es que nada sucede aún pero no existe la opción de elegir algo distinto. Es su vida o la del gordo ese que todo lo que quiere esta noche es usarla hasta cansarse como si ella no fuera más que una muñeca con agujeros en los cuales introducir lo que sea que desee meter en ese momento. Las palmas de Simona sudan y la pequeña daga podría resbalarse si no la retiene con la fuerza justa para afirmarla bien sin causarse daño, necesita planificar cómo lo hará, cambiarla de mano y más encima seguir fingiendo que todo anda bien para que no sospeche lo que sucederá. Por si ya no es obvio, está decidida a terminar con la vida de ese hombre justo ahora.

Ella sonríe, camina, se mueve como un felino aunque sólo conoce los movimientos de los gatos que ronronean a sus pies en los días que puede perder el tiempo en la terraza. El viejo la mira con los ojos como platos y ella aprovecha todo esto para seguir bailando y centrando su atención en el movimiento que su cuerpo hace. Simona mantiene la nerviosa sonrisa en todo momento, mira al gordo a los ojos y responde a sus instrucciones con movimientos aprendidos y sin cambiar ni por un momento esa careta de seducción que necesita mantener para no perder la vida. El corazón le late desbocado, la sangre fluye más rápido llena de adrenalina y miedo a medida que se acerca y se encuentra a menos de un paso del regazo de aquel que se supone debe ser su cliente. Los olores que el hombre desprende le llegan a la nariz como una bofetada súbita que le revuelve el estómago, cosas como estas no le habrían molestado antes ni aunque el hedor fuera peor, habría incluso reído después al contar la anécdota. Pero ahora todo lo que siente son las nauseas y la mirada en su nuca del dueño de las amenazas que está segura cumplirá si ella no realiza su labor como debe hacerlo. — ¿Le gustaría que le hiciera un masaje a su… a su amiguito… para ayudarlo? — y repentinamente luce como una chica de su edad, muestra una imagen coqueta, ojos apenas abiertos, todo en ella es tentación y también mentira.

El viejo ríe con ganas, comienza a excitarse ante la visión de esa muchachita ingenua a la que podrá llenar con sus fluidos plagados de aberraciones, parece incluso portar en el rostro una máscara con las intenciones que posee. — Cierre los ojos, Señor… sólo relájese… — último error que cometerá, obedecerle a una puta siempre significa problemas y esta vez es el más serio de todos. La mano de Simona tiembla, su mandíbula apretada casi causa que sus chuecos dientes suenen y la delaten. La daga se alza, el cuello del gordo se mueve al ritmo de su respiración rápida, de seguro las venas llenas de grasa deben estar repletas de excitación creyendo que recibirá una mamada o que al menos la puta esta le hará una paja, pero en cambio apenas abre los ojos su réplica se ve acallada por el metal que le atraviesa la garganta. No es exactamente el punto donde debía hacerlo sino que mucho más al centro y más cerca de la tráquea. Ahora quien boquea intentando decir algo es él, ni siquiera se lleva las manos al cuello del asombro. ¿Morirá primero por la falta de aire o por la pérdida de sangre? Simona no puede retirar la vista de lo que acaba de hacer. Es la segunda vez que mata a un hombre, la diferencia es que la primera vez fue mas bien un accidente de trabajo y ahora debía hacerlo si pretendía seguir viva. — Fallé… — ahora las palabras están dirigidas a alguien más, se gira con los dedos bañados en sangre y espera. No puede arrancar, no planea hacerlo, sólo espera y comienza a contar cuantos segundos faltan para su propio final.
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