Como el perro y el gato [Julius Ward]

por **Lucius Webber** Lun Feb 25, 2013 12:06 am

Si algo le gustaba de Paris era la actividad. Ir al mercado, a la iglesia, pasear, recorrer cada día un poquito más de la ciudad… siempre había alguna cosa nueva que hacer fuera del hogar. A pesar de todo, ese día había sido menos intenso que de costumbre y le permitió un poco más de tiempo para pasarlo en casa. Incluso pudo meterse en la cocina por la noche. Dios no quisiera que alguien más se enterara de ello, pero le gustaba cocinar y, estando tan sola en una casa tan grande, le venía bastante bien compartir y reírse con sus sirvientes.

Sin embargo no todo puede ser perfecto, aún cuando se llevase muy bien con sus sirvientes debía estar pendiente del que dirán los demás porque ante cualquier comportamiento extraño podría ser acusada por el pueblo, por ello es que ahora que ya habían pasado un par de horas desde que el sol se había ocultado, estuvo sola nuevamente. Las horas de trabajo de los sirvientes ya habían terminado, por ello es que estos se encontraban en los cuartos traseros profundamente dormidos mientras ella aún terminaba de sacar los últimos vestidos que había traído, los que estiraba y colgaba con mucha delicadeza en el armario indicado para ello.

No tardó demasiado en acabar la labor, por lo que cerró las cortinas de su cuarto y encendió una pequeña vela como única compañera mientras ella empezaba a desarmar lentamente, con dedos ágiles, su complicado peinado. La vela se consumía lentamente mientras se cepillaba, lavaba su rostro, cepillaba sus dientes y retiraba lentamente, botón a botón, su vestido. Sin embargo, cuando ya casi terminaba de quitárselo, un sonido distinto al frufrú de sus telas le llamó la atención. Más bien parecía un crack en el estudio.

Cerró los ojos y se acercó a la puerta, olfateando para ver si captaba algún olor distinto a los que suponía, pero de momento aún no podía reconocer algo y pensó que, tal vez, estaba imaginándoselo… pero este crack volvió a sentirse, como una pisada sobre los pisos de madera de la planta inferior.

¿Qué hacer? Estando tan lejos de los sirvientes dudaba de que pudiera llamarlos… sin embargo tenía su propio medio de defensa. Terminó de quitarse el vestido, lo metió en el armario, apagó la vela y se ocultó tras la puerta (nunca sabía si acaso alguien estaba mirando) para iniciar la transformación al gran perro que sin duda intimidaría a cualquier extraño. Un perro que medía un metro de alto sobre sus cuatro patas, negro como la noche y que era perfectamente capaz de mostrar los dientes y gruñir para ahuyentar a cualquiera… y ciertamente funcionaba, ni siquiera ella se acercaría a un lobero irlandés sin antes estar segura de que no atacaría, por ello, con sumo cuidado y en silencio se arrastró escaleras abajo para ver que sucedía en las habitaciones inferiores.