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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Doreen Jussieu Mar Sep 24, 2013 12:28 am

"Dame los primeros siete años de vida de un niño
y te diré lo que será el hombre del mañana."

Los días pasaban, pero no por eso el pasado se olvida, simplemente aparece la resignación, eso le ha permitido seguir adelante; Las horas se habían vuelto eternas, ¿qué decir de los meses? Un suceso provocó que ella cambiara, no por completo, pero si cierta dosis de su esencia. La tristeza acompañó su rostro, aunque la vida misma le ha puesto momentos, y personas que le dan felicidad, ese estado es tan efímero que le impide conformarse; las muertes de esos sus seres amados la han destrozado por dentro. El llanto, la suplica, los gritos, y la compasión, nada de eso los devolverá a la vida, lo sabe, sin embargo buscó poder tener en vida sus recuerdos. ¿Cómo poder tenerlos a su lado? La idea de buscar a un brujo para hablarles, despedirse de ellos, o pedirles que volvieran tomando el cuerpo de algún desconocido siempre le pareció atrayente, pero no lo hizo. ¡Que descansen en paz! Se habían ido para siempre, o al menos hasta que a ella le llegara la muerte, pues cuando su vela interna se consumara, ellos serían recordados en libros de historia. Larga vida entonces, toda lucha y sacrificio será reconocido.

Doreen sabe que durante la vida, muchas personas aparecerán, pero así mismo se irán, y son pocas las que permanecerán a su lado. Todos tienden a buscar sus propios caminos, o la vida misma se les priva. A pasado algunos meses de falsa felicidad, pero los aprecia, incluso atesora, estos mismos han dejado que ella se reanime y siga adelante. Darcy Trudeau no la dejó en peligro del mundo, le dejo dinero, joyas, propiedades, una hermosa galería, y demasiada protección, sin contar la cantidad de personas que ahora le conocían y la querían, pero la campesina jamás ha codiciado las riquezas, lo que siempre ha anhelado es el amor. Un amor sin importar la manifestación, sin ni siquiera relacionarlo con lo que el dinero pudiera comprar. Es por eso que ha decidido darle a aquellos que no han tenido, niños recogidos de la calle, abandonados, golpeados, sufriendo, todos ellos que permanecen en los orfanatos porque la vida ha sido un poco más "amable", tienen un techo, comida caliente (no en el mejor estado, pero lo tienen), sabanas para calentarse, y amiguitos para poder recordar su estancia en ese lugar.

En el orfanato las cosas han ido mejorando últimamente, el dinero que la joven Caracciolo ha donado alcanza para darles una mejor calidad de vida a los niños. Se hizo limpieza profunda de la estructura, pero también de los jardines, se pintaron las paredes, incluso se acondicionaron lugares de juegos, el despacho de la dueña se modernizó. Aquello iba viendo en popa, por esa razón un día de diversión después de trabajo en equipo, era bien merecido. Doreen organizó un viaje al circo de la ciudad. Contrató varios carruajes, pidió ayuda a los empleados de su casa para poder organizar equipos de cinco: Un adulto, cuatro niños. De esa forma llegaron antes de la hora estipulada, compraron algunas golosinas, y entraron a la función, pero ella no se adentró a la carpa, pues montó guardia con otro de sus compañeros de la zona, quizás algún niño curioso salía a rondar, no debían dejarlos desprotegidos; al cabo de unos minutos, los aplausos se hicieron presentes, ella sonrió pero siguió caminando al rededor de la carpa.

- ¿Quién anda ahí? - Comentó intrigada, su mirada viajaba de derecha a izquierda, observaba intentando acoplar su vista a la oscuridad menguada por las lamparas de parafina. Entre los arboles y los setos se habían escuchado pasos, alguna que otra risa. Quizás su paranoia se estaba yendo a lo alto de manera descomunal. - ¿Disculpe? - Musitó de nueva cuenta, pues el sonido volvió a interrumpir, al cabo de unos minutos de no recibir respuesta alguna, siguió avanzando. Animales ¿qué más podría haber?


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Mensaje por Julius/Maximus Gaffigan Jue Oct 03, 2013 11:31 pm

Julius estaba a punto de sufrir un infarto. Max había – para nada novedad – desaparecido. ¿A dónde demonios se había metido el pequeño diablillo? Hacía tan solo unos minutos le había visto contando una y otra vez los francos que habían ganado la noche anterior en su camastro y luego bum, como por arte de magia, el mocoso ya no estaba. De acuerdo. ¡De acuerdo! ¡Estaba mintiendo! Se había quedado dormido hacía más que unos minutos. ¿Pero que se suponía que debía hacer mientras esperaba a que la bruja de su cuñada apareciera para ser rebelado de su papel como niñero? ¡Demonios! Si había estado ocupado toda la madrugada, buscando a Maximus por las calles parisinas. ¿Es que nadie pensaba nunca en él? Ser un ladrón no era fácil, mucho menos cuando tenías a una fanática bola de pelos pisándote los talones. Dejó escapar un gruñido de frustración mientras se pasaba la mano por el cabello. Estaba tirando de ellos, como si de esa forma las ideas pudiesen asaltarle con mayor rapidez. No había ni rastro de su sobrino y ni de ninguno de sus francos. Frunció el ceño ante ese hecho. El niño guardaba sus ganancias con demasiado entusiasmo, siempre murmurando para sí. Movido por un impulso, buscó en su escondite la última joya que habían hurtado. Gimió cuando no lo encontró. ¡No podía ser! Maldita sea. ¡No podía ser! A esas alturas, Max ya habría acudido a la tienda para cambiarlo por unas cuantas monedas. El anciano iba a hacer el mejor trato del mundo transándole a su sobrino. No dudaba que éste diría que sí a la primera oferta. Todo su tiempo invertido entrando a la casa de aquélla viuda había servido para nada. Se dejó caer en la primera silla que encontró soltando un bufido. Algunas veces – como esas – lamentaba que el pequeño no fuese tan tranquilo como su gemelo. ¡Pero todo era culpa de sus padres! ¿Para qué dejaban que pasara tanto tiempo con él? Y… ¡¿No debían ellos presentar su número?! Se levantó con inmediatez cuando cayó en la cuenta de que Sonnenschein – su cuñada – no tardaría en volver. Mejor que no le encontrase en la tienda sin su retoño. Lo último que necesitaba era ser el objeto de sus maldiciones o amenazas. Salió de la tienda, no sin antes coger un pedazo de pan que había sobre la mesa. Maximus Ward le iba a escuchar.

✖ ✖ ✖

- ¿Qué nombre le pondremos, Copito? Maximus apenas y podía cargar con su nuevo conejo. Era tan blanco y peludito como su perrito. El animalito le había mirado con sus enormes ojos suplicantes desde hacía un par de días y él, había prometido que regresaría y le liberaría. Por supuesto, para liberarlo había necesitado pagar y como no completaba con sus ahorros, había tenido que tomar ‘prestado’ el nuevo objeto que su tío favorito había robado para canjearlo. El noble anciano le había dado lo que le faltaba sin molestarse en preguntar por alguien mayor. ¡Solo le había preguntado cuánto necesitaba y sin siquiera pensárselo, le había soltado los francos! Julius habría estado orgulloso de haberlo visto. Su tío siempre tardaba en ponerse de acuerdo con ese señor, pero él no, él en un santiamén había entrado y salido de la tienda de antigüedades. Y ahora tenía a… - ¿Te gusta Orejitas? El conejo, que sostenía con tan solo una mano contra su costilla, debió haberle contestado de alguna forma porque él prosiguió diciendo nombres. - ¿Bigotes? Y no había que obviar la tarántula que se movía en un frasco en su otra mano. - ¿Dr. Bigotes? El perro soltó un ladrido en acuerdo y Max soltó una carcajada. – Ese será entonces. Dale la bienvenida, Copito. Se agachó, maniobrando con el frasco y el animalejo, para quedar a la altura de su compañero. El can olisqueó con cierto recelo, pero eso fue suficiente para el niño, que sonreía toda inocencia. A su madre le iba a dar un infarto, pero no antes que a Julius, quien tenía que convencerla de que le dejara tenerlos si no quería que le dijera que habían estado a punto de adoptarlo. Era cierto que era un gatito muy mono, pero eso no significaba que cualquiera podía quedárselo. Lo mar de bien que la pasaba cuando su tío tenía que ir a buscarlo. Apartó la mirada del saludo del Dr. Bigotes y Copito, para mirar a la tarántula. ¿Se había dormido? Agitó el frasco levemente para despertarla. ¡Aún no la había bautizado! Estaba casi llegando al Circo, cuando dio con el nombre perfecto para ella. – ¡Maximus! Oh, oh. Alguien estaba enfadado. Su tío iba enfurecido en su dirección. Como si no lo hubiese escuchado, cambió de rumbo. – Corre, Copito. ¡Creo que no nos ha visto! Era evidente que mentía. Su risa traviesa le delataba. – Lo hemos perdido. Casi choca con una mujer cuando se detuvo a mirar atrás, por si su tío le estaba dando alcance. Julius no tardó en aparecer. El niño improvisó con increíble rapidez. – ¿Ve a ese señor? ¡Quiere llevarme con él! ¿Podría entretenerlo mientras yo me escondo? Max, al parecer, era tan buen actor como el cambiaformas que quería ponerle las manos encima, porque su rostro mostró un miedo que no sentía.


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Mensaje por Doreen Jussieu Jue Oct 10, 2013 5:36 pm

Patrullar, estar alerta, avanzar al rededor de la carpa no era nada difícil. Lo que si le complicaba todo, era el nervio pero sobretodo el miedo de que alguno de los niños se fuera a salir, escapar o extraviar. Muchos eran inquietos, les apasionaba explorar los lugares nuevos. La malicia no les acompañaba, pero a veces, por más bueno que fuera todo, las tragedias llegaban a ocurrir, es por eso que ella prefería prevenir que lamentar; sus orbes iban y venían de entre la maleza cercana, hasta el suelo empedrado. El circo no se había colocado en una zona peligrosa, para nada, pero siempre habían mañosos que deseaban conseguir dinero fácil, los menores de doce años eran una mina de oro. Nadie puede engañarle sobre eso cuando lo ha visto con sus propios ojos. Paris podría decir una de las ciudades más importantes en esos tiempos, pero con ese poder también acarreaba crímenes atroces que podían destruir a cualquier individuo o familia con tan solo dar un suspiro; Doreen negó un par de veces para alejarse esos pensamientos tan negativos, siguió su andar de forma despreocupada y feliz, pero todo fue breve, pues una vocecita tierna le hizo voltear, agacharse y poner atención al pequeño. Con una simple mirada su corazón se aceleró. Le recordaba algo ¿o a alguien? No se sabía con exactitud.

- ¿De quién hablas? ¿A que te refieres? - Pero ella apenas pudo reaccionar, pues cuando su silueta se puso de pie y pretendía girarse para enfrentar al agresor, un poste se le colocó encima haciendo que se tambaleara y al poco tiempo cayera de sentón sobre la tierra. Algunas piedras mal colocadas hicieron de las suyas provocando el golpe doblemente incomodo, pues se incrustaron bajo sus enaguas magullando su piel. - ¡Ouch! ¡Que dolor! - Fue lo primero que pudo articular, pues el golpe la había aturdido. Mareada y con la visión nebulosa, la mujer de rubios cabellos se puso de pie, se limpió los restos de la suciedad acumulada por la caída. Hizo una mueca apenas perceptible, tragó saliva, incluso tosió para aclarar su garganta - Es una zona de niños, por lo tanto, debería tener más cuidado - Después de limpiar sus manos dando "aplausos", la tierra se había esfumado. - ¿Y por qué ese niño huye de usted? - Masculló de mala gana lista y dispuesta para poderse al tu por tu con aquella persona, sin importar quien fuera. Doreen había aprendido a tomar la vida con valor, y enfrente al adversario con el carácter ya forjado. En ocasiones mostraba seguridad, una que no tenía, pero que le había servido actuar bien.

- ¡Julius! - Su sorpresa ahora era más grande de lo imaginado, no se trataba de un burgués, pero tampoco de un egocéntrico hombre de clase media que tenía un poco de poder y se creía el mandamás. A ese que tenía enfrente lo conocía, por su humor, por la forma en que se despreocupada de la vida, pero también, por el estomago sin fondo que poseía. - ¿Qué haces siguiendo a este pobre niño? - Se cruzó de brazos, pero como acto reflejo, sintió que estaba por ignorarla y seguir su camino hasta su objetivo, por eso, tomó las telas de su falda de nuevo, y se puso a dar saltos de un lado a otro para intentar cubrirle el paso - ¡Pero basta! - Volteó a ver al niño, enseguida avanzó hasta él, le colocó el brazo en el hombro - No, no te vayas, ese señor no te va a hacer nada o yo le jalo las orejas - Sentenció con el semblante tan serio que parecía otra chica, pero pronto se suavizo para sonreírle al pequeño - ¿Está todo bien? ¿Qué te hace este hombre? ¿Te quiere quitar su comida? - La rubia no es que fuera la mujer más fuerte existente del mundo, para nada, pero algo de ello debía de tener, por eso se inclinó hacía el frente y tono en sus brazos al niño, lo cargó pero pronto lo colocó sobre su cadera para de esa forma no tener que cargar de más y resistir, ambos le hicieron frente al cambiante.

- Tal parece que tu no cambias - Musitó con una sonrisa torcida, sin soltar al niño.


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Mensaje por Julius/Maximus Gaffigan Dom Dic 15, 2013 2:37 pm

¡Ajá! ¡Lo había encontrado! Max se iba a enterar en cuanto le pusiera las manos encima. ¡Si es que lograba atraparlo en primer lugar! Sus ojos parecían soltar pequeñas chispas cada que lo escuchaba reírse. ¡De él! No con él. Su sobrino no le tenía ni una pizca de miedo y, no era gracioso en esos momentos. Además, ¿qué era eso que cargaba? ¿Había visto bien? ¡¿Era un conejo?! Esperaba que no. Cuando Copito se le había pegado como lapa y había decidido adoptarlo, su cuñada apenas y lo había aprobado. Le había dicho que, la próxima vez que llevase un animal sin su permiso, sería él quien dormiría fuera. Tragó con fuerza. Solo tendría que convencer a la pequeña bola de pelos, que no podían recibir nuevos miembros en la familia. Desgraciadamente, el niño era más terco que una mula y, solo para evitar malos entendidos, esa fea cualidad no provenía de los Ward (aunque Sonnenschein afirmase lo contrario). Con su muy desarrollado sentido auditivo, escuchó cómo Maximus pedía ayuda a una desconocida. El diablillo había pulido sus actuaciones con el paso de los años. Sabía sonar convincente. Solo apretaré un poco sobre tu cuello, lo suficiente para noquearte”, pensó con malicia. “Tus padres pensarán que te quedaste dormidito.” Se detuvo tras la espalda de la dama y le fulminó con la mirada. El infante no se amedrentó, puso esos ojos que derrochaban ternura e inocencia. ¡Jáh! ¡Y él era El Señor No Me Trago Tu Actuación! Estiró la mano para agarrarlo de las solapas de su camisa cuando comprobó que, evidentemente, ¡era un conejo! ¡Y una tarántula! ¿En eso había gastado su dinero? ¡Oh sí! Para la cena, habría Asado a la Maximus. Su movimiento se vio interrumpido por la Salvadora, que se giró en último momento y golpeó contra su pecho. La vio caer sobre su trasero y eso, fue casi suficiente para arrebatarle una sonrisa. En otra situación, seguramente se habría partido de la risa, pero resultaba que la joven se interponía entre él y su objetivo. Ella no se había sumando puntos a su favor. – Ese niño es un ladrón. Le advirtió. El susodicho esbozó una sonrisa descarada, a sabiendas de que la dama no le miraba. – No es cierto. Él… él es quien quiere robarme. – Vas a ver. Él sí que se puso al tú por tú.

Fue en ese momento que escuchó su nombre de los labios de… - ¿Doreen? Antes, había pensado que esa voz se le hacía conocida. Apartó la mirada de su sobrino para clavarla en el rostro de la dama. ¡En efecto! Era ella. Hacía mucho tiempo que no la veía, pero la recordaba perfectamente. “¿Te estás sonrojando, tío?”, le preguntó por telepatía el niño. Y así como así, el momento del encuentro se rompió. Julius volvió al ataque. – Ya te dije, ese niño me robó. Pero ella no lo escuchaba, estaba enfrascada en una conversación con Maximus. – Robar es malo. Mi papaíto no me deja robar. Él dice que por eso trabaja honradamente. Maldito. – Y mamá dice que arderé en el Infierno si una vez tomo algo que no es mío. Cuando el niño hablaba, con tal seriedad, no apartaba la mirada de su receptor. – No te dejes engañar por ese crío. Su papaíto y su mamaíta, se burló, lo dejaron a mi cuidado. Yo solo estaba buscándolo. “Para castigarlo”, agregó en su mente. – Tú… ¿crees que es malo robar? Max ni siquiera apartó la mirada de la rubia. Parecía embelesado. No lo culpaba. La dama era hermosa y, con esa sonrisa curvando sus comisuras, estaba impresionante. – Porque ese señor, le señaló, lo vi robando. Cuando vio que lo vi, me asusté y corrí. Si me dejas, me va a amenazar. Su sobrino hizo un puchero. – Y yo estoy chiquito. No puedo defenderme. Se lamentó. – Mierda. Exclamó Julius. – Pequeño e infernal demonio. Si su cuñada escuchara cómo llamaba a su hijo, seguro que le lanzaba un hechizo. ¡Pero es que la frustración lo estaba carcomiendo! Doreen no le estaba escuchando. – Ese es el porqué no tengo hijos, son bastante monos un día y al otro, un dolor de trasero; precisamente como el que te has dado. Al parecer, eso sí que captó la atención de la fémina. Le sonrió. – Puedes bajarlo, no voy a comerlo, ¿sabes? No creo que me guste su sabor. Masculló, molesto. – Pero el conejo, quizás… Insinuó, carcajeándose cuando el niño apretó al peludo animal contra su pecho.


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Mensaje por Doreen Jussieu Sáb Ene 04, 2014 8:09 pm

Doreen podía notar la diferencia de los tamaños. Ella debía alzar el rostro para poder llegar a ver la cara del cambiante. Era alto, mucho, ella a penas le llegaba al pecho, sin embargo, eso no le intimidaba. Lo conocía de hace unas primaveras atrás. Apenas era un joven delgado con una sonrisa burlona. Quizás era lo que más le caracterizaba. Ese humor bromista, despreocuparse por la vida, comer mucho. Todo eso y más. Lo que no recordaba de él es que fuera violento, agresivo, que dañara a los demás sin un porqué, ni siquiera con un porqué. Por eso se le ponía enfrente, se le plantaba sin sentir intimidación alguna. Antes de mostrar miedo o preocupación, la rubia se mostró alegre, sonriente, y por primera vez frente a él, burlona. Le causaba mucha gracia notarlo tan inquieto e irritado por un pequeño niño inocente. Ella podría jurar que el infante lo era, ¿qué niño no lo era? Incluso en medio de sus travesuras no había nada de maldad. ¿Por qué entonces lo acusaba? Sin duda lo averiguaría de alguna u otra manera. Ya fuera de voz del niño o del adulto. “¿Los dos eran niños?”. Se preguntó. Probablemente lo eran tomando en cuenta las manías de Julius.

- Si dejan de hablar al mismo tiempo podría entender un poco más la situación - Meneó un poco más la cadera hacía la derecha para que el pequeño se acomodara y no le lastimara. Lo volteó a ver a los ojos, sonriendo con ternura, incluso lo estrujó - No me dirás mentiras ¿verdad? - Pestañeó al pequeño unos segundos - Si me dices toda la verdad, sea buena o mala, prometo que intercederé por ti. Qué él - Señaló al cambiante - No tiene porque hacerte daño, peores cosas ha hecho, te lo aseguro, podría contarte un par de historias - La rubia le guiñó un ojo con complicidad al niño - No le harás nada, Julius, has encontrado la horma de tu propio zapato, debes lidiar con eso - Arqueó una ceja de forma inquisitiva para que le quedara en claro que hablaba muy en serio. - ¿Alguien te dejó al cuidado de su hijo? Debe estar muy necesitado de niñero para que te hubiera puesto - Suspiró - Todo esto no hubiera pasado si pusieras atención, Julius ¿cómo se te puede escapar el niño? ¿Estabas durmiendo? ¿Comiendo? - Doreen recordó entonces porqué de un momento a otro él legaba a sacarle de quicio. ¡Era un descuidado! ¡Un inconciente!

- ¡No digas malas palabras frente al niño, Julius! - Lo reprendió de nueva cuenta, a como pintaba la noche, ella estaba segura que lo reprendería un montón de veces más - Y no tienes hijos porque nadie te soporta por mucho tiempo - Eso último no era cierto, ella se divertía a su lado aunque la hiciera enojar, la hacía reír tanto que una vez tuvo que aplastarse el abdomen de la risa, porque le dolía mucho. Cualquiera que quisiera una vida más libre, risueña y feliz estaría con él Julius tenía un buen corazón, o al menos ella eso creía. - Ahora si, explíquenme por favor, ¿qué ha pasado? ¿Quién robo a quién? ¿Y como se llama el conejo? - Bajó por un momento al niño, pero lo dejó detrás de ella, escondido para que el hombre no se atreviera a jalarlo en un momento de descuido. - Por cierto, pensé que estabas lejos de Paris, creí que habías emprendido un largo viaje, hace mucho que no te veo, acababa yo de escapar de casa cuando fue la última vez que nos encontramos ¿recuerdas? - Preguntó ilusionada, esperaba que de verdad él no se estuviera olvidando de ella.


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