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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Deirdre Cárthaigh Lun Ago 20, 2012 2:08 am

Tus brazos siempre se abrían cuando quería un abrazo.
Tu corazón comprendía cuando necesitaba una amiga.
Tus ojos tiernos se endurecían cuando me hacía falta una lección.
Tu fuerza y tu amor me guiaron, y me dieron alas para volar.


No hay amor más grande que el dado por aquella que te mantiene nueve meses en su interior. No hay apoyo más sincero de quien ha sufrido el traerte al mundo. No hay amor más grande que el de esa mujer a la que puedes llamar mamá. La joven de largos y negros cabellos sabía lo importante que su madre era, para ella no existía persona más valiosa, ser humano más significativo que esa mujer, quizás no eran muy parecidas físicamente, pero algunos rasgos importantes, gestos, y formas de ser dejaba en claro que las gotas de agua no tenían que ser cien por cierto parecidas para provenir de la misma raíz. Los cabellos de su madre eran tan brillantes como la luz del sol, los de ella se perdían con la oscuridad de la noche, la piel de ambas era tan blanca, incluso pálida como la pureza de alguien sin profanar, ambas poseían bellezas distintas, pero una ambición de la vida amplia, retiradas de los deseos mezquinos de los hombros, de la esclavitud de la sociedad. Su inteligencia no se encerraba por el miedo a ser juzgadas, mujeres que sabían lo que valían, y que gracias a ello, no caían en el juego de la intimidación del sexo opuesto.

Deirdre había notado que en su mundo todo había cambiado, que no sólo sentía un amor profundo por su madre, ahora existían una especie de amor distinto en ella, que era difícil de describir, e incluso estúpido de sentir, pero que ahí estaba dentro de su cuerpo. Su nuevo amor era la noche, lo cual era irónico por su ahora odio hacía la luna llena por aquella transformación tan dolorosa. Ella tenía un secreto, él único que guardaba en el interior, uno que no le avergonzaba, pero que le daba miedo sacar a la luz. No lo había comentado a nadie, sólo la habían descubierto aquellos que la adoptaron como su nueva familia, pero quien verdaderamente le importaba aun no lo conocía, y esa noche, cuando su madre tuviera el tiempo libre lejos de la casa del inquisidor, sería el momento de la confesión.

Aquel día había amanecido con el pulso acelerado. Su cuerpo sudaba bajo la luz del sol. Gruñó cuando sus párpados fueron encontrados por aquella luz, se removió de la cama, y a regañadientes se levantó de la cama. La cambiante ahora necesitaba más tiempo de descanso, buscaba desesperadamente más horas de sueño, aquello era parte de su ahora naturaleza, pues quemaban energía de una forma acelerada, y el agotamiento la azotaba con fuerza en la cama; a pesar de haber dormido muy poco, se metió al cuarto se aseo, y se dio una ducha larga y refrescante, que duró aproximadamente una hora. Hace ya un tiempo, su madre le había comprado un vestido blanco con detalles rosáceos, un vestido muy bonito, que la hacía ver inocente, y al mismo tiempo hermosa; decidió que era momento de utilizarlo, a fin de cuentas era una noche especial, la noche de su verdad.

Con el vestido ajustado a su silueta, sus cabellos negros cayendo por los hombros, los labios rojos asentando su sensualidad, y una canasta en mano, Deirdre tocaba la puerta de enorme y costosa mansión. Las puertas se abrieron al notar a la bella Cárthaigh en la entrada. El mayordomo (un joven de quizás unos 22 años), se había enamorado a primera vista de la licántropo, lo cual la hacía tener privilegios al entrar a ese hogar, sin ni siquiera notarlo. El joven le regaló una flor que colocó entre la oreja y el cabello de la jovencita. Ella agradecida lo envolvió en un cariñoso y atrevido abrazo. Lo que la sociedad reprochaba, ella lo hacía porque su corazón se lo dictaba.

- Buenos días, mamá - Deirdre había percibido el olor de su madre acercarse, y escuchado sus pasos por los pasillos aproximarse. Esa era una de las ventajas de su nueva condición, poder identificar con sus sentidos quien se aproximaba o que lo hacía. Se separó del mayordomo buscando con la mirada la figura esbelta de su madre. - Traje un poco de frutas para tomar el desayuno en el prado ¿Está bien? Deseo hablar de algo importante contigo fuera de toda interrupción - Lanzó una mirada cómplice al mayordomo, quien se disculpo y salió de la sala. Poco tiempo después se acercó a abrazar a su madre con fuerza. - ¿Cómo has estado? - La soltó, jalándola con emoción de la mano, saliendo de ese lugar, porqué aunque no se lo confesara a su madre, Gregory le daba cierto miedo.
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Mensaje por Fiorella Peiten Mar Ago 21, 2012 12:08 am

Nueve meses en mi vientre,
Siempre quise que permanecieras allí,
Ahora que estás frente a mí,
Veo a la niña…y veo a la mujer.


La dulce brisa primaveral movía suavemente las flores en maseta que tenía en su ventanal. El perfume le envolvía las fosas nasales mientras las regaba. Eran el único bien material que poseía, junto a algunos vestidos y una fragancia de jazmines que siempre llevaba en la piel. Mujer de costumbres simples, Fiorella jamás destinaba su dinero a objetos para ella, todo era para el amor de su vida, su adorada hija, y la prueba estaba en que sólo poseía cinco atuendos, todos muy sencillos, en colores oscuros, y obtenidos de segunda mano, sin embargo, siempre los mantenía en perfectas condiciones. Ella era el ama de llaves de una prestigiosa mansión, no podía darse el gusto de vestir harapos. Ese día especial, como todos los días que tenía libres cada dos semanas, vería a Deirdre, la estrecharía entre sus brazos, olería su cabello, acariciaría sus mejillas y le daría tranquilidad. Todas las noches la soñaba, eran pesadillas con sangre, barro, lobos, llantos, gritos, y comprendía que no eran simples temores, había descubierto hacía un tiempo, algo que le aterraba, no porque no confiara en la capacidad de la joven, si no, por los peligros que implicaba y las inseguridades que podría sentir su niña con respecto a ello. Y aunque en ocasiones se planteó la idea de sincerarse con ella, lo descartó sistemáticamente, no la presionaría, era algo demasiado personal.

Fiorella había soñado con que la vida en París de su hija fuera distinta a la de ella, que quizá tendrían algunos aprietos económicos, pero que sería normal y disfrutaría de algunas cosas que en su ciudad natal no había podido. Fiorella había soñado que Deirdre sería libre. Pero la vida, una vez más, le demostró lo equivocada que estaba con sus deseos, que nunca nada sería como ella quería, si no, como tenía que ser. Su pequeña –así la pensaba, a pesar de saber que ya tenía edad suficiente para independizarse- estaba atada a lo que ella podría considerar una maldición. Recordaba su infancia y su adolescencia con verdades que eran más pesadas que ella misma, con profundos miedos que la asolaban y azotaban como una tormenta sin final, y, si bien su primogénita no había heredado nada de su naturaleza ni la de su padre, un revés del destino la convirtió en un ser sobrenatural. Las primeras noches que tal realidad se le había revelado, despertaba llorando amargamente, sofocando los quejidos contra la almohada. La tristeza era tan profunda, que tenía la sensación de que se quebraba por dentro.

Por un instante, las fuerzas le abandonaron el cuerpo, dejó la regadera y se sentó sobre la cama, con una mano se abrazaba el regazo, con la otra se sostenía la frente. A pesar de mantener sus ojos cerrados, las lágrimas desbordaban por sus mejillas. Sabía de lo que eran capaces esas criaturas, sabía de lo que era capaz su hija, y aunque se repetía que no debía preocuparse, que había muchos como ella allí afuera y que seguramente lograría sobrevivir, nada la convencía, su muchacha estaba expuesta y ella poco podía hacer. Se instó a tomar fuerzas, pronto llegaría y no podía encontrarla en ese estado. Se levantó y se dirigió a su tocador, donde secó los pómulos y colocó un poco de polvo de arroz en su rostro para simular que había llorado, se ajustó el rodete que llevaba tirante en la coronilla y alisó con las manos los pliegues de la falda de su vestido morado, que realzaba la palidez natural de su piel. A pesar del clima cálido, siempre llevaba atuendos con mangas y sin escotes, por lo que había optado por el de tela más fina. Se puso un poco de perfume detrás de las orejas y en los puños, y cuando escuchó que tocaban la puerta salió de la habitación.

Allí estaba, tan hermosa y radiante como siempre, con ese vestido que le había costado un dineral, pero que le sentaba de maravillas, como todo lo que se pusiera. Era cierto que en nada se parecían, pero también lo era que hacía dieciocho años la había llevado entre sus entrañas y la había parido entre sangre, sudor y lágrimas, viviendo la experiencia más enriquecedora de sus treinta y nueve primaveras. Pudo ver los destellos que lanzaba con la mirada el mayordomo a prueba, y cuando el joven cruzó los ojos con Fiorella, ésta lo fulminó, no porque le molestara que se sintiera atraído, no lo culpaba, su bebé era bellísima, una verdadera musa, si no, porque si quería conservar el trabajo, debía tratar a todos por igual. Agradeció que ese día su jefe no estuviera en casa, raramente salía, y cuando lo hacía, no avisaba a dónde, por lo que prefería salir pronto de allí, conocía que era intimidante y no quería que Deirdre se pusiera nerviosa, aunque en lo profundo de su alma, hubiera deseado que a ella le agradara. Lo ocultaba muy bien, pero Zarkozi le robaba el aliento y sin dirigirle si quiera una mirada seductora, la hacía sentir una tonta jovencita inexperta. Lo amaba en secreto, profundamente, como nunca pensó que amaría a alguien.

Buenos días, hija —y su voz se suavizó acompañando todos los músculos de su rostro. Deirdre la desarmaba. —Las frutas me parecen muy bien, cariño. Nos ha tocado un bonito día —ignoró lo de la charla importante, la había sorprendido, aunque no lo demostró. Recibió el abrazo con profunda emoción, y una de sus manos acarició la espalda de la joven, quería transmitirle seguridad. Sintió la ansiedad con que la sacó rápidamente de la mansión, no le dio tiempo a llevarse ni una mantilla, pero prefirió que Deirdre llevara las riendas. —He estado muy bien, ¿y tú? El vestido te queda precioso, pareces una verdadera princesa —agregó mientras se encaminaban por el jardín delantero. Una jornada al aire libre haría todo más fácil. No pudo evitar pensar que en el bosque, su hija, se sentiría en su propio terreno. El alma se le hacía un nudo.
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Mensaje por Deirdre Cárthaigh Dom Ago 26, 2012 12:08 am

A la castaña le gustaban los largos cabellos de su madre. Le recordaban al final feliz de las historias que su padre le contaba ¿Por qué? Quizás porque tenían luz propia y cubrían la cabeza y el rostro de una reina. Para la joven su madre eso era, una reina que no era descubierta, una mujer de corazón enorme, con principios únicos, que a pesar de ser noble, tenía un carácter fuerte, defendía con uñas y dientes aquello amado, por ejemplo a ella. La chica percibía el aroma de su madre, una mezcla de dulces, algo sumamente delicioso, pero sin duda no deseaba alimentarse de ella, quizás, era su lazo, la sangre que las unía, que ella provenía de su interior. Sintió un gran alivio al darse cuenta que su madre no correría peligro a su lado, pues de correr el riesgo de lastimarla, sabría que nunca la volvería a ver, porque se pondría limites, o al menos hasta que pudiera controlar esa parte animal que la volvía tan temperamental y peligrosa. Deirdre notaba que no sólo su madre podría correr peligro gracias a ella, también por todos aquellos seres que existían y apenas podía identificar. Se encargaría de cuidarla, quizás a lo lejos, pero haciéndolo para hacer que su madre pudiera ser feliz por lo que le quedara de vida, lo merecía, ella sabía que nadie más en la faz de la tierra lo merecía, pues en el poco tiempo que llevaba en esa sociedad, era la única que había sabido amar sin condiciones, y sin restricciones .

- Huele mal - Susurró muy bajo, pero ella no entendía porque la mansión mantenía efluvios de esa manera. Será quizás por el hecho de que, Gregory trabajaba en la santa inquisición, y que en ese lugar se manejaban aromas de los vampiros, los cuales ahora gracias a su naturaleza, la joven aborrecía. - Pareces feliz mamá, tú rostro te lo delata - La chica pudo captar una especie de brillo en los ojos de su madre, algo que hace mucho tiempo no veía, quizás desde que habían perdido a su padre, pero que no podía identificar del todo. No quiso hacer preguntas al respecto. Se sabían todo la una de la otra, pero había cosas que tardaban en confesar, pues el ser humano teme por el que dirán, y buscan un poco de resguardo y comprensión. Deirdre dejaría que su madre le contará lo que tenía dentro de su piel, así como su madre le estaba dando espacio para confesar su secreto. No es que se tuvieran más o menos confianza, de hecho, eran confidentes, pero siempre había respeto. La castaña amaba eso de su madre, el respeto que le tenía, la amistad que había y la forma en que ambas no cruzaban la linea de la falta de respeto entre madre e hija.

- ¿Te gusta vivir aquí, mamá? Sabes que cuando te canses puedes dormir en mi casa, hay un cuarto grande con una cama que te espera siempre que necesites de ella, no tengas vergüenza, además hay formas de vivir sin presiones, pronto buscaré un candidato para cumplir mi función en está sociedad tan descabellada, y no tendrás que trabajar para mantenerme, ya tengo edad para darte ciertos privilegios - Sonrió de manera amplia hacía su madre, dejando en claro que nunca sería una carga para ella tenerla cerca, además que descubriendo que no deseaba que fuera su cena, las cosas eran mucho mejor de lo que imaginaba. Sus brazos estaban enredados, y la joven la estrechó con fuerza para sentirla más cerca, ese amor que se tenían era tan único y especial, uno difícil de igualar, pero sobretodo uno que nadie podría sustituir, se tenían la una a la otra, y se tendrían siempre ¿Así sería? Ella temía de verdad que su madre la fuera a despreciar por su nueva naturaleza, pero si de algo debía estar segura la licántropo es que aún siento la peor de las vestías, su madre siempre estaría ahí, amándola de manera incondicional.

- ¿Duermes bien? ¿Comes bien? - Hizo sus preguntas rutinarias, tenía que hacerlo, le importaba la estabilidad de su madre, la salud que ella tenía, y todo lo que estuviera a su alrededor, sumando claro, el hecho de que temía por su bien junto a ese hombre que no le daba buena espina - ¿El señor Zarkozi, te trata bien? Debes decirme, ya te he dicho que no necesitas trabajar todo el tiempo, puedo ayudarte, pero no me dejas hacer nada, en eso me recuerdas tanto a mi padre, siempre deseaba que estuviera feliz en mi mundo, sin perecer nada. ¿Crees que no este viendo en este momento? Seguro que si, era muy bueno, y lo extraño - En la actualidad, la joven no se entristecía por el recuerdo de su difunto padre, de hecho los tiempos la habían apremiado, le ayudaron a rescatar todo lo bueno que ese hombre le había dado, y es que ella simplemente le había otorgado alegrías, las penas las dejaba a los demás, y hasta el final de sus días, la joven sintió el amor incondicional que su padre le tenía, les tenía.

- El clima es bueno mamá, tal parece que Dios ha querido que está reunión se realice a la perfección, me gusta cuando las cosas salen con el pie derecho en un inicio, me da la impresión de que terminará bien. - Se encogió de hombros, avanzando entre calles que tenían caminos trazados entre el pasto. La primavera se podía ver en todo su esplendor, todo estaba vivo, lleno de colores que daban una felicidad incomprensible, y si tomabas tiempo de reflexión, quizás existiría la conexión con la naturaleza, y el descubrimiento de lo que verdaderamente deseas para tú vida. ¿Acaso es malo eso? Quizás por eso Deirdre amaba tanto los lugares como el bosque, los lagos, fuera del bullicio de la ciudad, porque eso le ayudaba a conocerse por completo. O quizás era un pretexto para andar con libertad.
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Mensaje por Fiorella Peiten Miér Oct 31, 2012 9:54 pm

En compañía de su hija, su extenso mundo interior se reducía simplemente a ella, a la calidez de su voz, a sus ojos brillantes y transparentes, a sus gestos, a ese profundo e infinito amor que le inspiraba, a ese sentimiento puro, sin egoísmos. Fiorella era consciente de que el excesivo cariño podía ser dañino, sin embargo, sabía que su pequeña se estaba convirtiendo en una mujer maravillosa, y eso la llenaba de orgullo, porque sabía de su rol en ello. Quizá si hubiera dejado de luchar por lo que creía lo correcto, nada hubiera sido como era, pero las cosas se habían dado para que juntas salieran adelante y se renovaran, como el ave Fénix, que resurgió de sus propias cenizas, así había ocurrido con ellas, se habían reinventado y adaptado a la nueva vida de cada una. Existía esa tácita concordia que las hacía una sola, que las volvía eternas, que las elevaba hasta aquellas alturas inalcanzables, que sólo las relaciones supremas alcanzaban. No tenía todo lo que quería darle a su hija, pero la tenía a ella, y eso era suficiente para hacerla feliz.

¿Candidato, dijiste? —preguntó sorprendida, deteniéndose en el camino. —No quiero que busques ningún candidato, todavía puedo trabajar, me gusta hacerlo, estoy cómoda, no necesito que inmoles tu existencia y tus sentimientos para mantenerme. No seré una carga para ti, jamás, hija, ¿me oíste? Jamás. —acentuó la palabra final. Tenía la profunda necesidad de aclararle a su primogénita aquello. Fiorella era una mujer adulta, pero conservaba su estado físico y su salud mental en perfectas condiciones. —Se que no soy una jovencita, pero tampoco tengo los huesos rotos ni enfermedades, Deirdre, me manejo perfectamente sola y en total independencia. No te privaré de trabajar si es lo que quieres, pero sí quiero saber dónde y a cargo de quien estarás, no harás nada dañino para ti. Tu padre hubiera querido lo mismo —esto último no lo dijo con nostalgia, de hecho, no extrañaba nada de su difunto marido, y eso era lo que realmente le molestaba, el haber estado tantos años al lado de alguien para que luego de su paso terrenal, se convirtiera en una mera imagen borrosa, en la causa de la consecuencia más hermosa de su vida.

El aroma silvestre le traía gratos recuerdos de su infancia. El sendero por el que caminaban se encontraba surcado por esas florcitas amarillas que parecían pequeñas campanas que brillaban en aquellos sectores por los cuales el Sol conseguía filtrarse. La espesura armónica del verde y los cantos de los pájaros, la trasladaban hacia los años felices, porque hubo años felices, no solía tenerlos presentes, en realidad, se obligaba a no hacerlo, pero la paz que experimentaba en aquel momento le hacía desaparecer aquellas armas de las cuales se había hecho para darle pelea a todo lo que había intentado hacerla flaquear. Había conocido las injusticias, las desilusiones, vivido todo aquello de lo que quería preservar a su hija, por ello, se esmeraba tanto en que Deirdre siguiera otros pasos. Sabía que le sería difícil debido a su condición, pero ella era su madre y la iba a guiar, la iba a sostener, no la dejaría a la deriva, sólo faltaba el último paso: la confianza ciega.

La naturaleza es muy sabia, si nos ha regalado éste día tan maravilloso, es porque desea que todo vaya bien. De todas maneras, no veo por qué tenga que ir mal. —sonrió, casi de manera imperceptible. Se detuvo. —Aquí, aquí me gusta para que nos quedemos —se habían alejado lo suficiente como para no ser interrumpidas. — ¿A ti te gusta? —giró lentamente para observar el panorama que el bosque le regalaba. A lo lejos descubrió unos pájaros juntando pequeñas ramas para armar su nido, el movimiento en un árbol le dijo que posiblemente había ardillas, la brisa levemente fresca le indicó que no padecerían calor que la comida se conservaría en buen estado el tiempo que estuviesen allí.

Extendió la sábana sobre la cual reposarían. Se sentó sobre sus talones y comenzó a organizar los alimentos, con prolijidad los fue ubicando hasta que quedaron en perfecta sinfonía. Aquellos pequeños detalles de protocolo le eran inolvidables, se le habían hecho carne, le corrían por las venas, eran parte de lo más intrínseco de su ser. Se alisó la falda y luego se ubicó con las piernas flexionadas a un costado. Tronó los dedos de su mano antes de servir el jugo de arándanos en los hermosos vasos de cristal que utilizaban, un pequeño capricho que se habían dado el gusto de cumplir hacía un tiempo. No eran de grandes bienes, pero lo que tenían, lo valoraban y lo habían conseguido con esfuerzo.

Te extrañaba, hija —estiró su mano para tomar la de ella—Te extrañaba enormemente —la apretó son suavidad y a la vez con firmeza.
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Mensaje por Deirdre Cárthaigh Mar Dic 11, 2012 1:41 am

Fiorella es una persona bastante refinada, con la educación que incluso la reina estaría envidiada de tener, hermosa, culta, pero sobre todo única. Si, la mamá de la licántropo no era la típica mujer buscando deshacerse de sus hijos no, tampoco era codiciosa, intentando dejar que sus hijas (aunque Deirdre solo fuera hija única) se casaran para hacer grandes pactos y poder recibir un tajo, tampoco era de las que obligaban a la sangre de su sangre a asistir a grandes fiestas, cumplir con una sociedad, y después volver a casa habiendo dejado una buena impresión, no, ella era todas esas superficialidades que las mujeres añoran romper pero que ellas misma se encadenaban a ellas. Quizás esa era una de las razones por las cuales la jovencita de largos y oscuros cabellos siempre alzaba su cuello orgullosa a la hora de hablar con su mamá. se sentía feliz, libre, autentica, única, amada, aceptada, todo eso y muchas cosas más gracias a ella, era una bendición tenerla, mirarla, abrazarla. ¡El mundo se podría morir de envía, pero era su madre, y de nadie más! Esa era una de las razones por las cuales diariamente sonreía, y sin que la forzaran a hacerlo, su madre era todo y más, por esa razón misma estaba decidida a contarle su verdad.

- ¿Por qué crees que la sociedad es así madre? Siempre buscando de dónde cojea la persona de enfrente para criticar, molestar, y hacer sentir mal, aunque te he de confesar que ellos no me hacen sentir mal - Hizo una pausa, mientras caminaban y después dispuso a hablar - Tengo dos amigas nuevas, Agatha y Marlene, ambas son de Paris, y son de buena posición económica, pero son infelices - Hizo una pequeña pausa - Llegaron a mi en un momento de desesperación, las encontré llorando, a ambas, son hermanas, y sus padres las hacen casarse con dos hombres repulsivos, se quedaron un tiempo en mi casa, pero pronto las encontraron, su padre me dio las gracias por cuidarlas, pero su madre - Hizo una mueca, incluso puso los ojos en blanco - Me dijo muchas cosas feas que me dieron gracia, pues seguramente está tan tristes cómo las hijas… ¿Por qué entonces nos juzgan tanto, mamá? Nosotras no seguimos reglas, pero al menos somos felices - Dice orgullosa, mucho de la vida que tienen.

- Mamá… - Dijo con una especie de molestia en su voz, pero lo que ella había dicho puso de malas por completo a Deirdre, o no por completo, pero le irritaba que pensara esas cosas - Nunca serías una carga, ¿entendiste? - ahora ella parecía la mamá en la situación -Debes comprender eso, para mi nunca sería una carga cuidarte, ni darte de comer, ni que vivieras en mi mismo techo, yo te amo mamá, y ante eso nadie podría hacer al respecto, quien llegue a quererme tendrá que hacerlo con el paquete de dos, pues siempre serás mi guía - Se sentó frente a su madre, ya en el lugar que habían seleccionado para pasar la tarde. Sin duda era un buen lugar, dónde se veían los prados llenos de flores de mil colores, y también se escuchaba el canto de los pájaros, tenían una sombra grande por las copas de los arboles, se sentía el aire fresco acariciar su rostro, y también la forma de sus figuras, incluso sabiendo que daría a los oídos de su madre un secreto peligroso, había dejado a un lado el miedo.

- Yo también te extrañaba mucho, es complicado estar sin ti tanto tiempo, estaba ya sabes, acostumbrada a tenerte encima de mi incluso a la hora de bañarme, pero la vida cambia, y nosotros tenemos que avanzar, no podemos seguir siendo las misma, ya no tengo cinco años - Musitó eso último con cierta melancolía, para ella habían sido buenos tiempos, ignorando todo lo malo que sus padres habían vivido en su momento, pues ellos siempre se habían encargado de alejarla de todos los males, de todas las noticias feas, sin embargo siempre la apegaban a la realidad de la vida, de sus posibilidades, pero "clase media" no significa infelicidad, en realidad significa más libertades de pensamiento y de elección al amor, si es que realmente existía. Deirdre quería creer que si existía un amor, y que la estaba esperando con los brazos abiertos.

- No había venido mucho, necesitaba poder controlar nuevos patrones de vida madre, hay cosas que han cambiado demasiado en mi, así cómo cuando papá decía que debíamos permanecer en casa cada luna llena, ya sabes - La volteó a ver de reojo, no estaba acostumbrada a tener secretos con su mamá, pero tampoco estaba acostumbrada a decir secretos que nunca había tenido, y menos siendo tan importantes y delicados - Han habido cambios en mi, y espero no por eso me dejes de amar, o creas que lo mejor es estar alejadas, estoy aprendiendo, cuesta trabajo, pero poco a poco aprendo a vivir así - Susurró, y entonces bajo la mirada, nerviosa, sabía que su mamá era excesivamente lista, tendría que entender sus palabras.
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Mensaje por Fiorella Peiten Jue Dic 27, 2012 7:10 am

El orgullo por la mujer que tenía en frente le inflaba el pecho. A pesar de querer ver a Deirdre como esa hermosa niña que había sido en su infancia, ante sus ojos tenía la inminente realidad, la madurez y la adultez habían convertido a la pequeña en una dama. A pesar de pregonar sus libertades y de siempre desear que su hija tomara las propias decisiones, había sido muy sutil a la hora de imponer las reglas en el hogar, de a poco le había formado la consciencia de lo bueno y de lo malo, de lo correcto y de lo incorrecto. Le había dado las armas para que se defendiera en la vida, porque algún día, ella no estaría más para socorrerla o para consolarla, y estaba orgullosa de que su hija supiera usarlas tan bien. Le faltaba pulirla, pero no podía pedirle más a una joven de su edad, cuando muchas sólo deseaban casarse con un hombre acomodado, su retoña tenía una visión de futuro muy superior, proyectaba. Fiorella jamás se lo confesaría, pues no quería influir en sus sueños, pero siempre quiso que estudiara, y a pesar de que no había centros para que las mujeres realizaran sus estudios, ella tenía muchos conocidos y hasta buenos amigos que instruirían a su hija en la medicina, en el derecho o en el arte, pero esa decisión tan íntima debía surgir de la mismísima Deirdre, sin factores externos que supusieran injerencia. La escuchaba hablar y a pesar de la catarata de comentarios, no la detenía, disfrutaba de la cadencia de su voz, de sus ademanes, del modo en que gesticulaba, eran absolutamente diferentes en cuanto al aspecto físico, pero, sin ánimos de parecer carente de humildad, había heredado sus modos, era como verse en un espejo, agradeció que no haya sacado la educación de la familia de su padre, la mayoría eran vulgares por naturaleza, a pesar de haber recibido instrucción privilegiada.

Lamento mucho que hayas tenido que pasar por esa situación —comentó mientras le pasaba un vaso con un aperitivo —También lamento que tus amigas no tengan la posibilidad de elegir al hombre con el que compartirán el resto de sus vidas. Y entiendo que te sientas impotente, pero hay asuntos familiares que deben resolverse o entramarse dentro del seno del hogar, y ni tu ni nadie deben meterse. Hiciste mal en darles cobijo a esas dos jóvenes, ellas recibieron otro tipo de educación, al igual que su madre, ni mejor ni peor que la nuestra, diferente. Me daría mucha tranquilidad que me prometieras que no volverás a cometer semejantes actos, puede traerte problemas serios. —Suspiró y bebió un poco del jugo que habían llevado— Juzgan lo que es distinto, hay personas que no aceptan la variedad. Nosotras sí seguimos reglas, otras, vivimos con menos presiones, pero eso no significa que no tengamos noción de lo que hacemos y rompamos límites cotidianamente —sonrió divertida, ya que no se había dado cuenta de que había tomado un tono de voz algo duro.

No, no, y no a todo lo que dices. Cuando formes una familia, no viviré contigo. Vivirás junto a tu esposo y a tus hijos, a los cuales cuidaré y mimaré, pero cuando me visiten o te visite. No he trabajado tantos años de mi vida, y no lo hago actualmente, para terminar dependiendo de mi hija y/o de su marido —la sola idea le crispaba los nervios. Su independencia siempre había sido fundamental durante todo el trayecto que había recorrido, era lo que la había sacado adelante en las peores crisis, la que la había llevado a huir, a sobrevivir, a formar su propia familia, a tener una hija, escapar e instalarse con ella en un lugar dentro de todo apacible para que creciera. —Tu guía eres tú, yo soy tu madre y siempre que necesites de mi voy a estar, pero eres una muchacha inteligente —estiró su mano, tomó la de Deirdre y la palmeó levemente— y criteriosa, algún día moriré y no puedes tomarme como un mapa, porque soy una simple humana que se ha equivocado más veces de las que crees y que tiene más defectos que virtudes. Lo que marca la diferencia, querida hija, es aceptar lo que uno es y asimilar las limitaciones, o creerse más y volverse un idiota —podría hacer un papiro extensísimo con la lista de idiotas que había en cada manzana de París y del mundo—, lo que a ti te puede guiar, lo que siempre será tu norte, tu brújula, es el conocerte y el quererte, es lo que te dará la fuerza para seguir adelante —habría nombrado a Dios, pero lo consideraba un despropósito dado a su condición de bruja. Y a pesar de creer en el Ser Superior, y tener completa fe en Él, no lo ensuciaría con su existencia pagana.

Asintió y no hizo comentarios sobre lo que había dicho Deirdre a continuación. Era cierto, la había sobreprotegido desde que era bebé, y al mismo tiempo la había tenido que soltar y darle alas para poder llevarle el pan a la boca. Deseaba no haberle hecho un daño irreparable, los caminos que siempre tomaban eran bifurcados y repletos de escollos, la vida no había sido fácil para ninguna de las dos. En ocasiones, cerraba los ojos y podía verla correteando por el campo con el cabello suelto, la risa fresca y sus ojos brillantes, siempre había parecido un ángel, y, actualmente, no había perdido ese halo divino que la recubría. Solía creer que tenía sobrevalorada a su hija, pero cuando estaban juntas, se percataba que no, que jamás llegaría a percibir la magnitud de su alma, que era noble y pura, a pesar de todo. Se había preparado para que la joven le contara su secreto sin prisa y sin pausa, sabía que no lo diría de manera directa, que no sería un cachetazo, que sería suave a la hora de confesarlo, si podía llamarse confesión, puesto que ella no era un sacerdote para que le contara sus pecados, así que escuchó con atención, con su vista clavada en su hija, pero con la mirada tranquila, instándola a que hablara, a que se sacara la gran piedra del corazón, ella misma sabía lo que era no tener a quién revelarle una confidencia, o no tener un abrazo en el cual cobijarse. Podía sentir la incomodidad de su hija, y no era para menos, los miedos se agolpaban, pero rezaba para que consiguiera paz tras haber hablado con ella.

Jamás te dejaré de amar —y su voz sonó tan suave como la caricia del ala de un querubín —Hagas lo que hagas, pase lo que pase, jamás te dejaré de amar —se puso de pie y caminó hacia ella y se sentó a su lado para rodearle los hombros con un brazo, y apoyó su cabeza en la de Deirdre. La mano que quedó libre, la utilizó para levantarle el mentón y se pudieran mirar a los ojos —No es fácil el estado al que pasas, ni siquiera eres consciente de ello, se que hay una laguna en tu mente, que no sabes lo que sucede y ni siquiera puedes controlarlo. Puedes llegar a desesperarte intentando encontrar soluciones que no hay. Ya te dije, mi amor, debes aceptar lo que eres y ser feliz así, sin importar qué suceda cuando te transformes. Puedes venir a mi cuando te sientas angustiada, cuando te invada la congoja y no sepas qué hacer, a mi no me harás daño, y yo no dejaré que nadie te haga daño. Debes ser cuidadosa, pocos piensan como yo o no se horrorizarían, y por tu bienestar, tienes que preservarte de la gente mala, de aquellos que intenten aprovecharse —le besó la frente y la apretó levemente —Gracias por confiar en mí, cariño, gracias. No estás sola, me tienes y siempre me tendrás. Eres mi gran tesoro, mi vida, mi luz, mi alma, eres todo, y si a alguien si quiera se le ocurre intentar hacerte daño, lo destrozaré y haré que la eternidad sea un infierno —las últimas palabras las pronunció casi enajenada. Sobraban los relatos sobre aquellos que se encargaban de asesinar a los licántropos, pero, por sobre todas las cosas, los sueños y las visiones que tenía últimamente, la estaban atormentando, y si bien todavía no eran claras, estaba segura que era Deirdre la que gritaba.
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Mensaje por Deirdre Cárthaigh Mar Ene 08, 2013 11:04 pm

Nunca antes había notado un tono tan firme en su madre, nunca había sentido que la regañara, o que desaprobara alguna de sus acciones, por una vez sintió flaquear, casi salir huyendo, porqué si su madre desaprobaba lo que había hecho con sus amigas, ¿Desaprobaría acaso también su parte animal? Muchas preguntas estaban en su cabeza, iban y venían, pero al final se fueron acomodando por orden de importancia, su madre, quien parecía estar leyendo su cabeza, le iba respondiendo cada una sin que ella pronunciara una sola palabra. La amaba, Deirdre amaba con locura y desenfreno a su madre, porque podía ser firme, pero al mismo tiempo dulce. La sonrisa que le dio, que le regaló y que llegó hasta sus oídos, fue reconfortante, y dejó de lado toda aquella inseguridad. Su madre no sólo era su autoridad, no sólo era quien le enseñaba a dar sus pasos sin caer, aunque si caía, la ayudaba a levantarse, su madre era su confidente, su mejor amiga, la mujer de su vida, porque no había ser más importante que ella. Simplemente se relajó, se dio cuenta que estaba haciendo quizás una tormenta en un simple vaso de agua. Debía serenarse, calmar sus heridas, hacerse ver cómo una mujer madura, hablar, no sufrir.

- ¿Entonces hago mal? ¿Hago mal por ayudar a quienes necesitan una mano amiga? ¿Acaso creerías justo si ellas me dejarán a la deriva? Lo siento madre, pero no puedo, no puedo simplemente hacer lo contrario a lo que mi corazón me dicta ¿No eras tú quien me decía que lo siguiera? Pues entonces dime que hago bien, que mi corazón ha obrado bien, no puedo simplemente dejar de hacer, porque no me gustaría que a ti te dejaran sola, triste, y sin protección - Comentó en un tono de voz firme, pero sin querer parecer ruda. Sintió los brazos de su madre, el abrazo fuerte y dulce, el abrazo firme y lleno de amor. No había más que decir, se quedó en silencio, disfrutando de la complicidad que la falta de voz ejercía, muchas veces no hay palabras para satisfacer las situaciones. Cerró los ojos, disfrutando del momento, ¿Acaso su madre podría ser más perfecta? Si, seguramente lo sería, si hubiera mucho más aparte de su perfección, todo lo alcanzaría su madre, porque no había mejor mujer que ella, y quien dijera lo contrario, estaría más que loco.

Deirdre se sorprendió de las palabras de su madre. Incluso entreabrió los ojos sorprendida, no comprendía como ella sabía lo que pasaba en su interior, no entendía como su madre era capaz de ver con tanta claridad a través de sus ojos. Abrió los labios para intentar articular palabra, pero no podía musitar nada, simplemente se quedó en el shock, ¿acaso era tan obvia? ¿que pasaría si alguien más le había dicho la noticia? Quizás eso era lo que pasaba, alguien la había visto, alguien había contado su secreto a su madre, la inseguridad la abarcó, pero de nueva cuenta su madre la tranquilizó, la calló de la manera más amorosa y sutil. Cerró de nuevo los ojos, y acercó su cuerpo para abrazar a su progenitora. Se sentía, como hace mucho tiempo no lo hacía, liberada de secretos y ataduras, pero sobretodo, plena, completa, enterada, y amada. ¿Le importaba acaso que alguien más la amara? Ella podría estar sola siempre, sin importar que, pues sabía que su madre siempre la amaría, para su mala suerte una madre no era eterna. Nunca lo serían.

- ¿Cómo lo pusiste? - Se separó de inmediato, pero no colocó demasiada distancia. Se abrazó de las piernas con fuerza, sin dejar de verle a los ojos, en vez de preocuparse, se dedicó a sonreírle agradecida, no necesitó hacer más, ella lo dijo todo - Si mamá, no recuerdo mucho, pero sé que pasa, he conocido demasiadas personas con está condición, por esa razón no me siento demasiado mal, pero es algo frustrante, no entiendo con exactitud si atacaré a alguien, si lo mataré, y me da miedo, nunca antes tuve miedo de algo, y no me considero una asesina, pero esa parte no la puedo cambiar - Suspiró de forma profunda, después se recostó, dejándose llevar por la relajación. - No la quiero cambiar, no necesito cambiarla, porque soy lo que soy, pero quisiera aprender a controlar ese miedo, sino, no viviré en paz, espero sepas comprender mis palabras - Terminó de hablar, y carraspeó, aclarando su garganta.

- La luna llena me encanta, me relaja, pero al día siguiente mi cuerpo duele, demasiado, son cosas que también he aprendido a controlar gracias a tus remedios, ¿lo ves? Siempre estás presente madre, siempre - Le sonríe de forma amplia, pero sin moverse demasiado, sin abrir los ojos, pues el sol le daba de lleno al rostro. - Ahora, pasemos a un tema más importante, uno que deseo saber, y que no deseo me mientas, pues yo no te he mentido - Abrió uno de sus ojos, para echarle un vistazo - ¿Por qué tienes tanto amor a tú trabajo? Dime la verdad - Si su madre sabía sus secretos, ella también tenía manías para conocer los secretos de su madre, nadie mejor que ellas mismas se conocían. - ¿Recuerdas a Aleksei? - Comentó con un sonrojo en sus mejillas - Ha vuelto… - Susurró, intentando ocultar su emoción.
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Mensaje por Fiorella Peiten Lun Ene 14, 2013 4:20 pm

El Sol se filtraba, luminoso, a través de las ramas entramadas. Como una apología de la vida de las dos mujeres que se escondían bajo ellos, los árboles brindaban un juego de luces y de sombras enredadas, sin principio y sin final. Los pajarillos ya se habían acostumbrado a los leves movimientos y a las voces, por lo que cantaban y paseaban de aquí para allá, podía escuchárselos aletear o cruzar entre las hojas que formaban las copas de los centenarios troncos. Los topos hacían sus huecos en la tierra y se escondían rápidamente, dejando pequeños montículos a su paso. La flora y la fauna silvestres formaban parte de la misma naturaleza que el amor de un padre hacia un hijo, el amor más puro y más grande. Fiorella nunca, ni remotamente, imaginó el sentir que le generaba su joven Deirdre, era lo más maravilloso y lo más aterrador al mismo tiempo. Sabía que la muchacha la tomaba como ejemplo, tenía conocimiento de la profundidad del sentimiento, y también, tenía noción del poder que tenía para destruirla o para enaltecerla: la devoción que profesaba por ella y viceversa. Al tenerla en sus brazos, al sentir su calidez, su figura esbelta y su perfume de flores, sabía que nada existente podía comparársele, que ningún hombre ni ningún ser sería capaz de generar en ella tanta emoción. Disfrutaba de su compañía, y pensó en que, alguna vez, su madre se sintió así con ella, ¿habrá sido la misma intensidad? Imaginó que si, o es lo que quiso creer y de lo que se convenció. La abuela de Deirdre había sido una buena mujer, muy piadosa, pero sometida. Su Bélgica natal era pequeña, por lo que sus valores y tradiciones eran mucho más cerradas que los países grandes. No recordaba Bruselas con cariño, ya que de haber permanecido unas horas más, su cuerpo habría ardido en la hoguera, y lo último que habría escuchado hubieran sido insultos. Muchas noches había soñado con aquel cuadro, ella desnuda en medio de troncos, atada de pies y de manos, con el cabello y el rostro sucios, con sangre corriendo por su cuerpo, y era escupida y blasfemada por todos sus vecinos, sin siquiera saber que ella no había elegido tener poderes, si no, que habían venido consigo. Deseó, profundamente, que su hija fuera una muchacha normal, que no heredera esas capacidades, pero el revés del destino se las había ingeniado para golpearla, no porque le causara repulsión la condición de licántropa de Deirdre, si no, por el terror que le producía que la información llegara a las personas menos indicadas, y que Dios las ayudara si se atrevían a tocar a su pequeña.

Comprendo, hija, comprendo tus sentimientos, pero hay cosas que escapan a nosotras, que, simplemente, no podemos cambiar, por más injustas que nos parezcan —le dio un leve apretón en una de sus manos—. A mi, como madre, no me gustaría que un desconocido venga a querer meterse entre nosotras dos, o que te apañe en cuestiones que yo considero incorrectas o que van en contra de lo que te enseñé. Y no digo que lo que le hacen a esas jóvenes esté bien —ella había padecido el que la comprometieran con alguien que apenas conocía, pero esa era una parte de su pasado que nunca compartiría con Deirdre, porque por más que ella fuera madura, debía preservarla de ciertas cuestiones— a nuestra manera de ver, pero sí lo está para sus padres. ¿Entiendes mi punto? Todavía eres muy joven, te falta mucho por aprender, pero yo, cariño, he visto mucho en éste mundo, muchas cosas buenas y muchas cosas malas, por eso, prefiero no posicionarme en asuntos de índole tan privada, siempre y cuando no te afecten a ti, como es éste caso —le sonrió—. Cuando seas madre, comprenderás el accionar de muchos padres, en la gran mayoría no lo compartirás, pero verás que cada familia es un universo a parte, que tiene sus propias reglas y sus propios mandatarios, y que los de afuera…los de afuera terminan siendo un mero adorno sin importancia.

El punto de Fiorella estaba más allá de mostrarle cómo eran las cosas, era su instinto de protección lo que quería preservarla del peligro. Nunca era bueno enemistarse con personas poderosas, podía tener consecuencias terribles; y lo último que deseaba era que su hija tuviera inconvenientes legales o sufriera daños corporales. Ella conocía la calaña que se movía en las arcas del poder, su propia familia tenía un gran caudal económico e injerencia política, y por su reputación, habían sido capaces de condenar hasta a su propia hija, ¿qué no le haría cualquiera a una total desconocida como era Deirdre para los padres de sus amigas? La rubia le dio su lugar para que se acomodara, y cuando se abrazó las piernas, le recordó a cuando era una niña y se acurrucaba entre sus piernas en esa misma posición. Fiorella le acarició el cabello largo y sedoso con una mano, tranquilizándola, aletargándola, dándole su apoyo para que asimilase que ella ya estaba enterada de su cambio y que no debía preocuparse, que nada de eso cambiaría su relación, todo lo contrario, las unía más. Se volvían un escudo más poderoso, mucho más de lo que ya eran. Juntas se convertían en el poderoso ejército hoplita de los espartanos, con sus hoplon protegiéndose unos a otros, eran la falange del ejército macedonio que conquistó a los persas bajo las órdenes de Alejandro Magno. Pensó que quizá se había adelantado a revelarle la realidad, por lo que se las ingenió para no asustar a la muchacha, tampoco podía decirle que su madre era una bruja, eso era un secreto demasiado pesado para que llevase. Quizá más adelante, cuando ella se acostumbrara a sus transformaciones y hubiera madurado lo suficiente, le contaría a grandes rasgos lo que ella era, pero eso también suponía ponerla en riesgo en caso de que la interrogasen.

Lo supe, cariño, porque me lo diste a entender al mencionarme a la Luna llena y tus cambios —respondió con serenidad—, no olvides que tengo bastantes años más que tu y que no soy una muchacha ingenua —le guiñó el ojo con complicidad—. Claro que matarás y te alimentarás de humanos y de animales, es tu naturaleza, es lo que eres, y como dices, no puedes cambiarlo. Vivimos en un mundo donde está lleno de seres como tu, y de muchos otros que son peligrosos y malos, tu actúas bajo estado de inconsciencia, para sobrevivir. Entiendo tu miedo —¿cómo no entenderlo?—, pero debes expulsarlo. Que asesinarás gente inocente lo harás —no debía ser dócil al hablar—, que te despertarás sobre sus cadáveres, también, no hay más que eso. No tengas temor de ti misma, porque es lo peor que puedes hacer —entrecerró los ojos por un rayo de Sol que se colaba y le daba en el rostro—. ¿Tanto amor a mi trabajo? —simuló que no la tomó por sorpresa la pregunta, en realidad, la dirección que pretendía tomar esa interrogación— Porque es lo que me ha sostenido durante muchos años, como ya te dije y como bien sabes, mi independencia es fundamental, y el día que deje de ser útil, simplemente, prefiero morir. No soporto el ocio, no puedo estar sin hacer algo, y al trabajo le debo haberte podido criar y que hoy tengamos una vida más tranquila —habló con firmeza, rogando que Deirdre no se pusiera inquisitiva—. ¿Con que Aleksei? —rió con picardía y le dio un leve golpecito en el brazo— Así que ha vuelto… Y cuéntame, ¿te ha besado, te ha tomado de la mano? No me dejes con ésta intriga —imaginó que su hija debía procesar todas las emociones y que lo mejor era cambiar de tema.
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Mensaje por Deirdre Cárthaigh Dom Feb 03, 2013 4:13 pm

Supo que no debía preocuparse por nada, que el tema de su licantropía era punto y aparte, que había hecho demasiadas conjeturas, eso no había sido bueno, pues había sido demasiada la tortura que se proporcionó sola. Se dio cuenta que ese era uno de sus tantos defectos, pero que sin duda, ese pequeño detalle era el que más le dolía. La chica siempre se hacía de ideas, por una u otra razón siempre terminaba creyendo lo peor en los demás hacía con ella, quizás era porque ahora se sentía frágil sin su padre, sumado a que poco conocía de su estado nuevo. Para su buena suerte con su madre no se necesitaba tocar más de una vez un tema, aquella mujer no era de esas insistentes, no era fastidiosa para nada, era una madre comprendía, que sabía escuchar cuando se necesitaba simplemente ser escuchado, y daba su opiniones que las creía necesarias, desde pequeña le había dado las libertades para formarse en base a sus deseos y pensamientos, quizás esa confianza excesiva que le había otorgado su madre, la había hecho frenarse en muchas actividades ilícitas, quizás por eso era tan buena joven, para no decepcionarla.

Lo que no pudo pasar completamente por alto, fueron las palabras que su madre le había regalado, era cierto, sin duda, ella no podía evitar matar a alguien, o alimentarse de un cuerpo humano, su loba interior le exigía aquello, le pedía a gritos carne cruda, su boca animal adoraba el sabor del liquido carmesí, no había más. Negó, más que nada para ella, no para las palabras de su madre. Llorar más de cincuenta días o cincuenta noches no le curaría su nuevo estado, nada lo haría, más valía que se hiciera a la idea; recordando un poco a su padre, se dio cuenta, o al menos supo reconocer, que quizás su nuevo estado era una señal, algo que el destino le había otorgado para cumplir alguna especie de misión, quizás esa idea valdría muchísimo más la pena, que simplemente recordar todo lo malo que podía hacer. Lo bueno siempre llega en cantidades grandes, no debemos pasar la señal desapercibida, ella debía buscarle el lado amable a lo que ahora vivía. Quizás que su cuerpo era más resistente, si, eso si que valía la pena resaltar.

Ella debía ser honesta, por más amor que le tuviera a su mamá, algunas cosas le desesperaban de ella, por ejemplo, esa manera tan extraña de quererse saber siempre útil. Le molestaba por completo que la mujer no se diera cuenta que los años pasaban, y que se encargaba de pasarle factura a todos, que no siempre tendría el físico para poder hacer las actividades que quisiera. No siempre podría trabajar, o lavar, o incluso darse la limpieza propia, era la naturaleza del ser humano, y no por eso debía preferir morir, egoísta aquellos que creen que sólo pueden hacer algo, que se las valen solos, en el mundo en que ellas vivían siempre se necesaria al menos de una mano amiga, quisieran o no esa era la cruel realidad, o al menos podría conformarse con la mano de una hija, eso debería seguramente ser menos vergonzoso que pedirle ayuda a un desconocido. Para Deirdre nada daba vergüenza, al menos que quisieran robar, o matar, lo demás eran cosas que se podían hacer si no mantenían prejuicios.

- Bueno… Aleksei - Ese tema era verdaderamente complicado para la chica, porque su amigo era una especie de… ¿Alma libre? ¿Qué eran en realidad? Siempre que estaban juntos lo pasaban bien, ella podía ver el aprecio especial que le tenía cuando se miraban a los ojos, pero nunca se atrevían a más, la cosa era difícil cuando su amigo se la vivía en alta mar, y cuando los periodos de tiempo en los que se veían eran muy cortos. Lo que compensaba la platica de ese momento, era que su madre no discutía con ella al respecto, sino más bien, parecía emocionada con el tema, cosa que le daba demasiada alegría a la chica. - Llegó hace dos días mamá, me mandó una misiva antes para poder recibirlo al puerto, le llevé desayuno - Explicó, como quien no quiere la cosa, pero era evidente que algo más había ahí, porque sus mejillas se tornaban rosáceas.

-A veces no entiendo como motivas mis maneras distintas de ser, pero te agradezco infinitamente, tomar decisiones con el corazón es mejor que seguir papeles curriculares - Sonrió de forma amplia, muy sincera con su madre, porque no había otra forma de ser con ella, Deirdré era feliz porque su madre la había dejado ser feliz, ser simplemente ella - Si, me ha besado - Comentó desviando la mirada - También me toma de la mano cuando caminamos, y cuando marineros como él me observan, me toma de la cintura para protegerme, es todo un caballero - Le comentó emocionada, suspirando - Pero simplemente no podemos pasar a más, porque yo amo mi libertad, amo estar en la tierra, y él ama estar en el mar… - Concluyó, aunque estaba con el mismo animo del principio, ella aceptaba la naturaleza de ambos.
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Mensaje por Fiorella Peiten Mar Feb 19, 2013 11:24 pm

Las palabras de su hija, inevitablemente, la llevaron hacia muchos años atrás. Cuando se aventuró por el mundo huyendo de la casería de brujas, conoció a muchos jóvenes guapos e interesantes que la cortejaban sin tener noción de su condición. A algunos les había entregado besos y otros fueron merecedores de caricias, abrazos y promesas de reencontrarse, sin embargo, si situación era delicada y cada día era poseedor de una ambivalencia natural. Fiorella había jugueteado con la muerte en varias ocasiones y coqueteado con muchachos la misma cantidad. En su juventud había sido una muchacha hermosa, con el cabello rubio larguísimo, los ojos chispeantes, la piel tersa y suave y un deseo irrefrenable de seguir adelante. Con la madurez había llegado la estabilidad, el matrimonio y lo más maravilloso, la maternidad, y supo que desde el instante en que se enteró que llevaba una vida en su vientre, no necesitaría de nada más para ser feliz. Pero su personalidad fogosa y la carencia del amor de un hombre la arrastraron a los brazos de un estafador emocional, que la llenó de ilusiones y se las arrebató con igual facilidad. Era un gran peso el nunca haberse arrepentido de aquel affaire que acabó con la existencia de su marido y con la estructura que tanto le había costado formar, pero los recuerdos que atesoraba –porque lo hacía, por más tortuoso que pareciese– le hacían sentirse mujer otra vez, nunca la volverían a tocar de aquella manera ni le harían gozar así, daba por sentado que lo relacionado al amor y al sexo había llegado a su fin, por más que aquella decisión, en ocasiones, abdicara ante la presencia de su jefe. Aún era hermosa, su cuerpo continuaba siendo esbelto y no había caído en el sobrepeso como la mayoría de las de su edad, ni siquiera las necesidades le habían arrebatado la elegancia, y seguía teniendo aquel porte de dama honorable que tanto conectaba con los recuerdos que guardaba de su madre; de hecho, cuando se miraba al espejo, veía a aquella piadosa y dulce mujer que le había dado la vida y la había ayudado a conservarla. Pero las experiencias le habían forjado aspectos que nunca nadie de su familia ni del entorno que la rodeaba hubiera aceptado. Amaba su trabajo, amaba trabajar. Fiorella se manejaba como una máquina, se despertaba antes del alba y sus tareas estaban organizadas taxativa y metódicamente para no fallar, ¡y no lo hacían! El orden alcanzado era producto de toda la desorganización que había sido aquel pasado, del cual no renegaba y del cual estaba orgullosa, porque si no hubiera pasado por todas aquellas penurias, no sería quien era en ese momento y no habría logrado criar a una mujer de bien como lo era Deirdre.

<<Ay Deirdre…>> su luz, su alma, el todo que la envolvía. No pudo evitar estirar su mano y apretar la de su niña, le dedicó una sonrisa instándola a continuar con su relato. Veía en sus mejillas el sonrojo del enamoramiento correspondido, en su mirada, el brillo pícaro de los besos robados y en sus palabras se escuchaba a sí misma a esa edad. Se preguntó si aquella independencia que con tanto ahínco había forjado en su hija y se había esmerado en fomentar, no se volvería contraproducente cuando se tratase de sus sentimientos. Un mismo relato parecía estar contado en dos versiones diferentes, le gustaba saber que su pequeña experimentaba aquel deseo tan humano y tan propio de su edad, del despertar de la pasión y aquellos roces tímidos que con el tiempo se convertirían en la forma más visceral de expresar los sentimientos, pero no era de su gusto la negatividad posterior. Le agradó que la protegiera y hasta rió sin burla, aquello era tan propio de la juventud… La embargaba una nostalgia que hacía mucho tiempo no sentía, de aquellos primeros momentos de felicidad junto a quien eligió como marido, y nunca había caído en la cuenta, hasta ese momento, que fue al que más rechazó de todos los caballeros, quizá porque había sido el único capaz de sembrar en su alma y en su piel emociones tan profundas, pero cayó presa del hechizo del amor –una verdadera ironía, tratándose de una bruja–, lo había adorado y admirado, había sido su inteligencia privilegiada la que detonó la aceptación de la propuesta, pero esa misma inteligencia lo había enloquecido, aunque siempre creyó que él estaba loco desde antes de conocerla y que el comienzo sólo había sido un lapsus de lucidez en la maroma emocional del finado Fidelis. Había soñado con envejecer junto a él, dos ancianos tomados de la mano viendo a sus nietos corretear a su alrededor, pero siempre sus sueños le habían sido hurtados, por eso, había dejado de soñar. Apretó un poco más la mano de Deirdre, no porque le molestara lo que ella decía, si no, porque nuevamente la asaltaron aquellas visiones espantosas. El rostro de su hija se desvanecía, ella estaba demasiado enajenada en su historia para advertir el desconcierto que atravesaba su madre, hasta que Fiorella, por sus propios medios, logró que dejaran de turbarla. Habría llorado de desesperación, acunado a Deirdre y luego la habría regresado a su útero, donde nada malo le sucediera y pudiera protegerla con su cuerpo y con su alma. Se percató que había llegado el final y que debía hablar.

Oh, cielo… —la voz le salió terriblemente forzada y bebió un sorbo de jugo para aclarar su garganta— Disculpa… —soltó la mano de la muchacha y juntó las propias sobre el regazo, ocultando el temblor— Tu libertad… ¿No crees que la tienes sobrevalorada? Mira, hija, el amor implica sacrificios que nunca te imaginas que llegarás a hacer, es dejar de lado muchas cosas propias para construir muchas otras juntos, es acompañarse y ser libres en sus sentimientos, no reprimir los deseos ni los proyectos. Tu libertad, Deirdre —la miró fijamente—, puede convertirse en tu principal opresora. Quizá aún no caes en la cuenta, pero optar por la persona a la cual se ama, te llena el alma de tranquilidad, de paz, de regocijo. No puedo explicártelo, debes sentirlo, y no quiero forzarte a que tomes decisiones apresuradas, pero piensa si tu felicidad se encuentra en tus pies descalzos sobre la tierra o en los brazos de Aleksei, o de cualquier muchacho que logre enamorarte —Fiorella bajó la vista, se alisó el vestido con delicadeza y volvió a elevarla— Cuando me casé con tu padre tuve muchos miedos, yo había llevado una vida con cierta turbulencia, y asentarme fue un desafío del cual no me arrepentiré nunca porque te tengo a ti, porque gracias al haber optado por Fidelis, naciste, y no hay nada en éste mundo que adore tanto.

Hubiera continuado con sus palabras pero las imágenes se hicieron presentes nuevamente, con más nitidez. Su hija la llamaba bañada de sangre rodeada de cadáveres descuartizados. Los pasajes de irrealidad se intercalaban con la visión del bosque y de Deirdre. Sus dedos índices se elevaron hasta sus sienes y las masajearon, los párpados comenzaban a dolerle por la fuerza que hacía al apretarlos. Le costaba respirar y fue consciente de que comenzaba a preocupar a su primogénita. —Tranquila, tranquila, ya pasa… —aquel aliento estaba destinado a las dos, a madre e hija. Debía ahondar más en aquellas escenas, pero no era el lugar ni el momento. Lentamente, comenzaban a abandonarla y su pecho se elevaba y bajaba con mayor tranquilidad. Inhaló profundo y exhaló sonoramente, el caos había pasado. —No te preocupes, mi amor, ya estoy bien —le acarició la mejilla— pero necesito saber algo… —era increíble la tranquilidad que experimentaba tras aquellos intervalos de anarquía, en los cuales perdía completo dominio de sí— ¿hay alguien que esté tras tus pasos o tras alguno de tus amigos? —claramente se refería a los otros licántropos— Es menester que seas sincera conmigo, debo saber la verdad.
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Mensaje por Deirdre Cárthaigh Vie Abr 19, 2013 8:27 pm

Deirdre siempre disfrutaba los tiempos a solas con su madre, para ella eran mucho mejor que cualquier libertad, era cierto que cuando no estaban juntas ambas hacían una gran tira de actividades por tachar en una lista, pero ella prefería quedarse tomando alguna buena bebida mientras compartían experiencias, cada que se veían las dos dejaban listas todas las cosas en sus respectivas casas para no tener ningún inconveniente, ningún retraso, o algún motivo para regresarse con rapidez. Las tardes eran entregadas exclusivamente para ellas, por ellas. Ni siquiera el mejor de sus amores, el mejor de los hombres, o la mejor fortuna podría separarlas de su momento a solas. Algunas veces que quisieron interrumpir sus momentos, la más joven de la familia terminaba corriendo a las personas de la forma más educada posible. No se caracterizaba por ser una agresiva o grosera criatura, por eso las personas nunca hacían una mala cara o se oponían al darles su espacio. Si tiempo era su tiempo, punto.

Suspiró, en realidad poco sabía del amor, era cierto que algunos hombres les parecían muy atractivos, pero hasta ahí, nunca había intentado divagar un poco sobre la unión de los sentimientos. Muchas de sus amigas, en realidad no es que tuvieran muchas, pero la mayor parte de ellas tenían problemas serios con el tema del amor, siempre terminaban embobadas por esas personas que según, decían amar, y que las amaban. De igual manera quizás ya había tocado su hora, no podía esconderse de la lluvia cuando no tenía un techo de que cubrirse, siempre se decía así cuando tenía ciertos problemas, debía tomar el toro por los cuernos, afrontar que su amor no sólo podía ser para siempre con su madre, sino por el contrario, había para ella otros horizontes los cuales descubrir. Pensarse enamorada simplemente le aterraba, porque siempre le daba miedo lo desconocido, y porque lo desconocido en ocasiones terminaba siendo doloroso, así como su nuevo estado, ser licántropo no era tarea fácil.

Alekséi siempre llegaba a su mente, incluso en medio de dolores, porque de cierta manera el ocupaba casi todos sus pensamientos, pensarse que podía estar atada a alguien de esa manera no le gustaba demasiado, era depender de un sentimiento que podía alejarle de todo aquello que creía correcto en sus vidas. Si se amarraba a alguien probablemente sentía que traicionaba el recuerdo de su padre, no podía amar a otro hombre que no fuera él, extrañaba su recuerdo, sus abrazos, quizás por eso se refugiaba tanto en aquel capitán del navío, resopló sin mucho animo, suspiró repetidas veces de forma profunda, solo buscaba relajarse por completo, eso era lo único que necesitaba, pero no importaba demasiado, quizás no era el momento correcto para hablar, o quizás si, ya que esa tarde habían confesiones, entonces las daría.

- Mamá, no quiero pensar demasiado en el amor, en realidad apenas y nos podemos ver, quizás no sea amor, además Aleksei tiene una vida distinta, quizás mientras yo piense en tener una relación un poco más estable, el piense en su siguiente parada, donde quizás otra señorita pueda esperarle, no pienso dar mi brazo a torcer si él mismo no lo dice con claridad. Por el momento puedo decirte que lo quiero, y mucho, pero ahora mismo no me siento segura de un tema tan serio como el amor, es un tema con el que no se juega, precisamente en este momento no quiero tentar a mi suerte, ya veremos con el paso del tiempo, ten por seguro que te diré que es lo que me ocurre - Terminó por decir, tomó una bocana de aire, hablar tanto le había quitado parte del aliento, ladeó el rostro un poco para dedicarle una sonrisa, intentando ignorar lo mal que se veía su madre, no porque no le importaba, sino porque sabía lo orgullosa que en ocasiones podía ser con esos temas relacionados a los cuidados propios.

- Uhmmm - Hizo una mueca cuando su madre le preguntó aquello último. No tenía enemigos en realidad, o eso era lo que creía - Veamos… en realidad no hay quien me siga, ni quien perturbe mi zona de paz y tranquilidad, eso si, me reúno con un grupo de licántropos con los cuales estamos buscando no sólo la paz entre los nuestros, sino también entre otro tipo de criaturas mamá, pero no es nada peligroso, siempre estamos en medio de diálogos - Se encoge de hombros tomando las manos de su madre, sólo para darle serenidad, tranquilidad, que no se preocupara demasiado por las cosas que estuvieran pasando a su alrededor - Se cuidarme sola, creo que siempre lo he hecho ¿no lo crees? - Le miró a los ojos de forma directa, intentando que de verdad creyera en sus palabras.
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Mensaje por Fiorella Peiten Dom Mayo 26, 2013 1:18 am

Que su joven hija le dijera que podía cuidarse sola, era un ataque a lo hondo de su corazón, de su orgullo, de sus sentimientos. Pero el agravante estuvo en la palabra “siempre”. Eso implicaba que su tarea como madre en algún punto había fallado, quizá la libertad que le otorgó a Deirdre terminó convirtiéndose en algo contraproducente. Fiorella admitía que el tener que sobrevivir las había llevado a pasar tiempo separadas, tiempo valioso que muchas madres de posición acomodada y casa estable podían invertir en lecciones, en mimos, en conversaciones de interés o simples banalidades, en cambio, ellas habían usado ese tiempo para aprender a estar separadas, a no depender una de la otra. La independencia había sido tanto para la madre como para la hija, pero ante los ojos de Fiorella, ella era una mujer experimentada, que antes de tener a su hija había vivido lo suficiente para que ciertas lecciones que sólo la vida da, las hubiera aprendido en un estado de madurez suficiente. En cambio, por más que Deirdre fuera inteligente, no dejaba de ser joven e inexperta, y si bien los padres no deben cortar las alas de sus hijos y dejarlos que en sus propios errores adquieran la experiencia, también deben significar un puntal y un punto de apoyo, sumado a la mano firme. Sus errores como madre se hicieron tan tangibles, que Fiorella sintió deseos de llorar, como hacía tantos años de su vida que no hacía.

De pronto, las palabras de su hija se hicieron mudas. No escuchaba lo que le contestaba, y la nitidez de su rostro se vio nublada. La mujer dejó de ver a su adolescente retoña, y vio a la niña inocente que jugaba en la tierra, con las mejillas llenas de barro, las manitos sucias y su sonrisa desdentada que iluminaba todo lo que la rodeaba. Vio a su difunto marido observándola sentado con un libro en su regazo, pocas veces él interrumpía sus experimentos, pero si Deirdre requería de su atención, él estaba. Había sido un buen padre… Se vio a sí misma llegar de las horas de lujuria junto a aquel amante secreto y saludar a su esposo como si hubiese estado en la botica o ayudando a algún enfermo –como siempre se excusaba-. Y luego, tomaba entre sus brazos a su pequeña, los mismos brazos que habían cobijado el adulterio. Fiorella sentía que el fin de su tranquilidad y la muerte de Cárthaigh, de aquella manera tan estrepitosa y angustiante, era el castigo divino que se merecía por haber deshonrado los votos que prometió ante Dios. Y lo más doloroso de aquella situación, era que jamás se había arrepentido de entregarse al placer que el traidor le propició. A pesar de las consecuencias funestas, él fue luz en un momento de oscuridad, él le devolvió el deseo de vivir, la ayudó a sentirse mujer nuevamente, le provocó el sentirse atractiva una vez más. Su esposo no era un mal hombre, pero su mente brillante lo terminó aislando, y Fiorella terminó detestando eso que la había enamorado de él. Nunca supo los motivos exactos que la arrojaron a una relación clandestina, y tampoco supo cómo no fue capaz de darse cuenta las verdaderas intenciones de su amante. "La carne es débil" terminó consolándose en los primeros días de confusión.

Irrumpiendo cualquier charla que podían estar teniendo, estiró sus brazos, tomó a Deirdre y la apretó contra su pecho. Cerró los ojos e inspiró el aroma floral de su cabello, lo acarició, y la sorprendería eternamente el negro azabache de su color, que resaltaba con su suave piel, que toda su vida había creído era de porcelana. Cuando era niña, Fiorella la admiraba como si se tratase de una muñeca, y con aquellos vestidos que le confeccionaba o que podía darse el gusto de comprarle, la mujer tenía la certeza de que su pequeña era una verdadera princesa. Le gustaba contarle el cuento de una princesa guerrera de los bosques, que protegía a los animalitos y a la flora del peligro de los malos hombres. Deirdre siempre se terminaba durmiendo y jamás conoció el final de la historia. Al día siguiente, le prometía no dormirse para lograr escuchar cómo terminaba el cuento, pero sus párpados adornados de esas espesas y arqueadas pestañas, terminaban cerrándose. Y Fiorella sonreía, y observaba su boquita con forma de corazón entreabierta, su respiración acompasada, sus mejillas y nariz surcadas por adorables pecas, luego sus bracitos delgados abrazar a su muñeca. Sus manos…siempre le había llamado la atención la belleza de su mano, de dedos finos y largos. La bruja tomó una de ellas y mientras la acunaba, se dedicó a memorizar la forma que había adoptado con los años, ya no era la de una nena, pero seguía conservando su hermosura.

Hija —susurró— ¿recuerdas el cuento de la princesa guerrera? —y temió que lo hubiese olvidado. Fiorella debía aprender que había aspectos de la vida de Deirdre que no podría modificar, por más que el corazón se le hiciese un nudo de pensarla sola y sin el control de sus transformaciones. ¿Qué sentiría al despertarse repleta de sangre? ¿Observaría su obra con horror o con satisfacción? Al fin de cuentas, era su instinto, y no podía juzgarla. Depositó un suave beso en la coronilla de la joven y la mantuvo así, contra ella, como la hubiera querido mantener para toda la vida, donde la podría cuidar y preservar. —Nunca supiste cómo terminaba la historia…
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Mensaje por Deirdre Cárthaigh Dom Jun 09, 2013 1:47 am

El silencio. ¡Oh tan mal amigo entre ellas dos! Pues no había mejor complicidad entre ellas que hablar por horas, compartir sus pensamientos, sus sentimientos, y aquello que surgiera en el momento. Ella sabía que había algo mal con su madre, que por esa razón seguramente no emitía palabra alguna, por el contrario. Se podía apreciar el cantar de los animales, como el de los pájaros por ejemplo, también algunos grillos haciéndose presentes, como pasando lista para ser conocidos en medio de silencios. La mujer de cabellos negros quiso hablar, decir infinidad de cosas, pero prefirió seguir en la postura silencio al menos unos minutos más, dejar que su madre se tranquilizara de lo que la hubiera puesto de mala manera, y hacer que todo se sintiera un poco más cómodo, conforme la reunión se efectuaba, además si la señora deseaba guardar sus palabras para volverlas pensamientos, entonces ¿quién es ella para decir lo contrario? Nada, sólo una hija que debe respetar y mantenerse al margen.

Ellas eran distintas, y al mismo tiempo tan parecidas, con aquella independencia que habían adquirido en muchos aspectos durante toda su vida, sin embargo ese carácter tan fuerte, dominante y en algunas ocasiones tan altanero no se podía hacer a un lado, sin embargo Fiorella era una mujer completamente experimentada, y la castaña, bueno, ella a duras penas y había dado un par de veces durante sus cortos dieciocho años, quiso hablar con su madre un par de veces sobre el tema del amor, del sexo y otros vicios, sin embargo guardó silencios que le parecieron prudentes, no cómo el que estaban teniendo, a veces, o en algunas ocasiones, la joven creé que puede llegar a producirle un infarto a su madre, pues la pobre en ocasiones aunque quiera evitarlo, muestra muecas de espanto a cada conversación, aunque en otras infla su pecho de orgullo, tan parecidas, tan poco iguales, depende del enfoque que se les de claro. Por lo pronto ella, la de cabellos negros y mirada profunda decide abrazar a su madre. como cuando era pequeña, como cuando su único temor eran los malos de los cuentos de hada, ¡que tiempos! ¡cuantas añoranzas!

Está vez el silencio ya no le pareció incomodo, por el contrario, se aferró a su madre, sabiendo que esos brazos jamás la dejarían caer o le causarían algún daño, no sólo eso, también se acunó un poco, pues quería sentir esas sensaciones que se habían borrado con el paso del tiempo. Cerró los ojos imaginando que era tan pequeña que su padre estaba ahí, con ellas, sin importar la muerta, ni el bien o el mal, ni las criaturas sobrenaturales o los puros humanos. Su vida había cambiado tanto, necesita que todo vuelva a ser como antes, extraña a su padre. Se ha mordido el labio inferior un par de veces intentando que el dolor se quede en el mero físico, que no se muestre en forma de lagrimas. sus dedos están haciendo verdadera presión en los brazos ajenos, pues la mujer se aferra a su madre con necesidad.

- Claro que lo recuerdo, mamá, ¿cómo iba a olvidarlo? Es la historia de mis sueños, muchas veces, cuando quedaba dormida yo hacía mi propia historia cuando dormía, ¿no es fantástico? Siempre una distinta, a mi conveniencia, a mi gusto, siempre había amor en medio de tormentas… - Le gustaba reconocer que tenía una madre modelo, que era una señora autentica que se había esforzado por borrar sus errores y que día con día daba lo mejor de si en todo aspecto, pero prefería callarlo, como muchas cosas más, pues reconocer demasiado las virtudes ajenas también es malo, pero es su madre ¿qué hay de malo en eso? Con ella debe estar segura, se supone que así son las cosas, pero Deirdre como siempre se queda callada, como su corazón implorando amar cuando no se puede hacer nada. Que difícil todo.

- ¿Me la vas a contar? Sería bueno, lo cierto es que nunca quise leer aquel cuento esperando a que me lo terminarás de contar, pero pasó el tiempo, pasaron los años, y jamás te la pregunté, supongo que cuando vamos creciendo existen otras prioridades más grandes, como saber si se tendrá que comer un día, o donde dormir al otro - Se encogió de hombros, giró su cuerpo para ver a su madre pero por ningún momento se separó de ella, por el contrario, se acomodó completamente en su regazo, gozando del momento tan cómplice que estaban teniendo - Cuéntamela, espero no quedarme dormida está vez, es más lo prometo, no me dormiré pero cuéntamela - Le insistió demasiado emocionada, como en aquellos viejos tiempos cuando todo era perfecto y los dolores y preocupaciones se limitaban a saber que jugar cada día
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Mensaje por Fiorella Peiten Sáb Ago 10, 2013 6:58 pm

Volvió a ver, por un fugaz instante, a la niña que fue. No supo decir cuánto duró, seguramente una milésima de segundo, pero para Fiorella fue una eternidad. Deirdre corrió de sus pupilas el velo de mujer y le mostró a su madre que, dentro de ella, continuaba encendida la luz de esa hermosa criatura inocente que ella acunó en sus brazos. La mujer sonrió ampliamente, rememorando épocas duras pero llenas de amor y felicidad, frías noches en las que sólo se tenían a sí mismas, o tardes dulces de Sol en las que eran tres, en las que eran una familia. Siempre se preguntó por qué Dios no le dio más hijos, siempre había soñado con una prole numerosa, sin embargo, frente a ella, tenía todos los retoños que necesitaba en uno sólo. A pesar de su condición, había comprobado que no había magia más poderosa que el amor, era una energía que reavivaba hasta a los caídos, que daba fuerzas para continuar y que llenaba de paz la existencia de quien lo sentía. Así se sentía ella, a pesar de sus sombras, oscuras, profundas y siniestras, la maternidad la había iluminado y trazado un delgado camino que la había arrancado de un desconsuelo casi sin fin, que la había hecho dejar atrás las decepciones y le había cambiado las perspectivas, para mirar siempre hacia adelante, con el mentón en alto y dejando de lado sus propios egoísmos. Ser madre era la mayor responsabilidad, pero disfrutaba tanto de ella como el día que había dado a luz a su hija.

Apoyó la espalda en el árbol que había detrás, y dejó que Deirdre asentara su cabeza en su regazo. Los dedos de Fiorella acariciaron el cabello de la joven, con delicadeza, con dedicación, enredándolo en sus dedos y soltándolo con suavidad. La observó desde lo alto, y pudo distinguir la mayor parte de los rasgos de su esposo, pero la nariz era Peiten, Peiten de pura cepa, la misma que la hermana de su padre, su tía Christine, y la de su sobrina Anne, hija de ésta, y de las dos más pequeñas, que no recordaba sus nombres, porque habían nacido mellizas poco antes de los sucesos desafortunados. Lamentablemente, de ella no había sacado casi nada, aunque si se ponía minuciosa, quizá sus pómulos podían parecerse. Cuando Deirdre era aún una infante, competían a ver quién encontraba más rasgos parecidos, y siempre llegaban a la misma conclusión: totalmente distintas. Pero el carácter era, con sus diversas tangentes, idéntico. Serenas, altivas, compañeras. Se preguntaría, eternamente, si su influencia era buena. Por supuesto que Deirdre había tenido la posibilidad de elegir, no sólo una, si no, cientos de veces, y a Fiorella la sorprendía que su joven hija tomaba las mismas decisiones que ella hubiera tomado, o que había tomado cuando tenían casi la misma edad. Claro que eran otros tiempos, y gracias a Dios, la situación de una y de la otra, muy opuestas. La bruja pasó su juventud huyendo, y había conseguido darle una cierta tranquilidad a su familia, hasta que ese maldito gen contaminó su sangre.

Déjame recordar cómo empezaba… —cerró sus ojos, y sólo se escuchó el sonido de la naturaleza, ni siquiera las respiraciones acompasadas de ambas mujeres, lograban frenar los cantos de los pájaros, los animales caminando sobre la hierba o el viento meciendo las copas de los árboles. Aquella historia se la habían contado una vez, había sido un error, pues trataba de una princesa que se volvía en contra de su educación. Cuando su madre descubrió a una de sus nanas relatándosela, casi azotan a la pobre joven. La habían echado a la calle como a un perro, sus cosas habían quedado tiradas en el suelo de la entrada, y ella lloraba, pero de una manera tan tranquila, que seguía conservando la dignidad, aún en el recuerdo difuso de Fiorella. Ella la había observado desde la ventana de su habitación, en el piso superior. La muchacha de carita redonda y cachetes rosados, le había sonreído con los ojos brillosos y el rostro demacrado. Se había sentido muy culpable por no defenderla, pero supo que estaba perdonada. La miró y la miró recoger sus pertenencias, una a una las fue guardando, y ella no se había movido de la ventana, hasta que la vio perderse en el sendero que conectaba la entrada principal de la residencia con el enrejado delantero. Nunca más supo de ella, y con el tiempo había terminado olvidándola, hasta ese momento… <<Me estoy poniendo vieja>> pensó casi con tristeza.

Listo, cariño —la imagen que había creado en su infancia, apareció de súbito— Había una vez, hace cientos de años, una princesa llamada Genoveva. Genoveva tenía el cabello negro, largo y con unos hermosos bucles. Sus ojos eran verdes como la hierba, y se decía que su sonrisa perdía a quien la viera. Genoveva se enamoró de un caballero fanfarrón, de nombre Christoph, pero hermoso como el Sol, de cabello rubio, espeso, lacio y perfumado, y sus ojos eran dos brasas negras que lanzaban chispas que encantaban a todas las damas. Su amor fue correspondido, y ambos huyeron, pues a Genoveva le habían concretado un matrimonio —suspiró, hacía tiempo que no contaba una historia de amor, una triste historia de amor…— Se asentaron en un pequeño poblado. La muchacha se dedicó a coser vestidos para las señoritas que podían pagarlos, y Christoph reparaba las casas. Tuvieron dos hijos, y fueron muy felices durante años… —sonrió, el relato no había perdido su encanto, a pesar de todo lo transcurrido— Sin embargo, la guerra llamó a filas a Christoph. Diez años pasaron, y él nunca más volvió, la peste se llevó la vida de los hijos que habían tenido, y Genoveva pasaba días enteros llorando —se secó una lágrima que rodó por su mejilla—, pero decidió que buscaría a su amado, aunque sea, debía tener un cuerpo que enterrar. Se cortó su cabello al ras, se vendó el pecho, robó una armadura de un anciano que había muerto, tomó su caballo, y se alejó al galope. Se alistó en la caballería del señor feudal de la región, y ganó batallas, recibió títulos honorables, pero lo que ella quería, nunca lo conseguía. Preguntó por Christoph a todos quienes conocía, sin embargo, nunca recibió respuesta… —miró a su hija— Ya te dormiste… —susurró y sonrió abiertamente.
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Mensaje por Deirdre Cárthaigh Lun Sep 02, 2013 12:28 am

Recordar aquellos viejos tiempos siempre le sentaba bien. No se trataba solo de la historia, sino también de la forma en que ella y su madre pasaban tiempo. La memoria de su padre vino hasta su mente. Aquel hombre muchas de las ocasiones en que su progenitora la deleitaba de historias, las observaba desde el marco de la puerta de aquel cuarto. Las contemplaba embelesado, algunas veces se escondía para que no lo interrumpieran al mirarlas, pero otras tantas ambas mujeres lo descubrían y lo invitaban a formar parte de la fantasía del momento. Anhelar de vuelta esos tiempos era inevitable, pero que ocurrieran ya resultaba imposible, pues el tiempo había pasado logrando que la edad dejara atrás esos momentos, además, su padre se encontraba tres metros bajo tierra, y aquello no se podía revertir. Para ella era mucho mejor intentar evitar aquellos recuerdos, imposible no sería, porque si el día a día los pasaba sin problema, entonces después de todos esos años, se podía lograr vivir tranquilo.

A la licántropo le gustaba demasiado escuchar la voz de su madre, le encantaba su tono, las emociones que la mujer podía emplear al hablar, pero cuando contaba una historia, se daba cuenta que también al pronunciar alguna palabra el corazón lo ponía para hacer que ella se emocionara. Parpadeó, mientras la mujer hablaba, pues no deseaba perder detalle alguno, o algún gesto que la rubia pudiera dirigirle, ellos decían mucho de algunas parte de la historia, por ejemplo, la parte favorita, la más romántica, o la más desagradable para ella. Quizás era la unión que ambas tenían, o el tiempo que llevaban juntas lo que le hacía notar cada uno de esos detalles de la mujer, pero mientras más los veía o percibía, su ejemplo a seguir le resultaba más fascinante o hermosa. Quiso decir muchas veces en voz alta que cuando grande buscaba ser como ella, pero entonces prefirió no interrumpir el relato y disfrutar.

- ¿Habrías hecho algo así por papá, mami? - Ahora su mirada no sólo detallaba cada hermosa facción de la mujer de entrada edad, sino que sus ojos se habían puesto en los orbes ajenos, pues Deirdre era fiel creyente que cualquier mínimo movimiento en ellos te marcaba la verdad, o la mentira, aunque bueno, dependía de cada persona, y lo mucho que lo conocieras - ¿Crees que el amor es tan profundo que puede llegar a hacer ese tipo de cosas? Porque, muchas historias suelen ser dramáticas, pero… la realidad debe ser tremendamente distinta… - Suspiró, ella misma no sabía si era capaz de eso, incluso se dio cuenta que amar, en toda la extensión de la palabra, nunca lo había experimentado, y que los cuentos rosas no le iban. O quizás si, aquello estaba por verse.

- No, no me he dormido, puedes seguir contando la historia - Se río, con timidez, como si de verdad fuera una pequeña, porque así se sentía siempre con su madre, una nena dispuesta a estar bajo sus reglas, su protección, su amor. Debía reconocer que la voz de su madre, aparte de hermosa la había arrullado un poco, y entendió el porqué se dormía todo el tiempo en esa parte. La seguridad, el amor, eso y muchas cosas más le eran una combinación digna para poder tener un sueño tranquilo, lleno de paz, sin embargo esta vez luchó con todas sus fuerzas contra el traicionero Morfeo y resultó victoriosa, por fin ella iba a conocer el final de la historia. Aquello era como cerrar un capitulo de la historia de su vida. Si, algo extraño, incluso simple, pero muy cierto. La única que podría comprenderla en ese aspecto sería su madre.

- Bueno, no te detengas, anda mamá, sigue, no le hagas de emoción - Le reclamó haciendo una mueca de disgusto por que no proseguía, de hecho ni ella misma se había dado cuenta cuando sus manos se cruzaron sobre su pecho como queriendo hacer alguna especie de berrinche. Hizo un puchero, y observó a su madre de manera triste, como pidiendo a gritos que terminara de contar, aunque quizás su irritabilidad se había formado también por el sueño que le había producido el momento. Aquellos viejos tiempo se volvían a revivir, y eso le llenaba el alma, pero sobretodo el corazón.
Deirdre Cárthaigh
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Sigues ahí, parada frente a mi, y aunque sabes que soy un monstruo, sigues amándome como cuando nací {Privé} Empty Re: Sigues ahí, parada frente a mi, y aunque sabes que soy un monstruo, sigues amándome como cuando nací {Privé}

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