A la luz de la luna llena (Lady Rain)

No lo había conseguido. Mi plan de llegar a las montañas antes de transformarme en un asesino natural había sido un fracaso. Y allí estaba yo, a las afueras de París, bastante alejado al menos de la civilización. La zona era tétrica, y yo ya campaba a mis anchas saltando de roca en roca a cuatro patas. Chocaba fuertemente con los árboles, como intentando destruir todo cuanto estaba a mi merced. Destruí pequeñas chabolas en ruinas, de las que escapaban multitud de ratas, las cuáles no eran suficiente alimento, por lo que perseguí algún que otro ciervo u ovejas, animales de ese tamaño, que cazaba rápidamente y mataba en menos de un parpadeo.
Caos y destrucción, era lo único que yo deseaba en esos momentos. Incapaz de razonar, me dispuse a comerme instintivamente un cordero echado sobre una roca en mitad de aquella zona que décadas atrás pudo ser un buen barrio.

No estaba loca. Sólo tenia una forma diferente de pasar las horas, y pasear por las zonas abandonadas a las afueras de París las noches de luna llena era una de ellas. La gente corriente no entendía la belleza que rebosaba el lugar en esas noches, la gente corriente no lo veía... estaban ciegos, cegados por las luces de la ciudad y los lujos. Oh, como me alegraba de no ser una de ellos.
Tarareba una canción sin fin mientras paseaba entre las caserolas en ruinas, buscando inspiración, ya que no podía ir allí con mi caballete y ponerme a pintar; sencillamente no habia luz, más que la de el blanco astro fluyendo entre la maleza dándole a todo un tono melancólico, precioso.
De pronto un ruido como de animal rompió la calma en la que me veía sumida. Un aullido.
Apenas me inmuté, a pesar de que lo había oído muy cerca. No era una de esas personas que echan a correr por un ruido. Y un aullido era un sonido hermoso, y si provenía como era evidente de un lobo, sería aún mejor. "Como me gustaría ver a ese majestuoso animal...", pensé ensimismada.
Siempre me sentía como dentro de una burbuja, con la absurda idea de que nada podía dañarme. Nada más lejos de la realidad. Era tan estúpida como para considerarme alguien fuerte, cuando lo cierto era que hasta una leve brisa podría tumbarme sin esfuerzo.
Sin embargo, no había pensado en nada de esto, no había pensado en que los lobos atacan y matan a la gente, y, al parecer según contaban las viejas leyendas de París, aquí más que en ningún sitio.
Pero yo, ajena a todo esto, ajena a la idea de dolor, caminé hacia el sonido, como si andara en sueños...

El cordero le duró un suspiro a mis ansias de alimentarme y matar. Estaba insaciable, debía matar y matar, y si no fuera por la salida del sol, no pararía nunca. Y la noche ya estaba bastante avanzada.
Me levanté de la roca para sentir la brisa fresca, y gracias a ella oler nuevas fragancias de seres vivos de las proximidades. Y quién me lo iba a decir, ésta brisa me trajo un olor conocido. Olor a ser humano.
Aullé repetidas veces, ansioso y excitado por el rico bocado que se me presentaba en bandeja. Y, tras ello, bajé de un salto la roca y comencé a correr a gran velocidad entre los árboles y las ruinas de la zona, deseoso de alcanzar a el portador de aquel aroma humano. Pero cuanto más me acercaba y más me concentraba en el olor, más me di cuenta de una cosa.
Reconocía al portador. Mejor dicho, a la portadora.
Lady Rain....maldita sea...¿Qué demonios haces aquí!?
Pero mi pensamiento no podría ser escuchado por ella, y yo era incapaz de retroceder, mi naturaleza me controlaba completamente, y yo me sentía enterrado en vida. Preso en ésta carcel canina. E iba a asesinar a una de las personas a las cuales tenía más respeto.
La visualicé al cabo de un minuto. Allí estaba, con su sucio y viejo vestido y sus inconfundibles maquillajes. Era preciosa. Y yo iba a ser su cruel asesino. Debía hacer algo...pero era incapaz, lo único que conseguí hacer fue frenarme un poco antes de saltar sobre ella, dándole tiempo a apartarse y salir corriendo por una zona repleta de árboles por la cuál me sería difícil desplazarme a gran velocidad.
Me levanté del suelo, en guardia, con el pelaje bufado, y comencé a perseguirla instintivamente por el bosque.
Perdóname, Lady Rain....pero vas a morir aquí y ahora.

Un enorme lobo con el pelaje gris oscuro bufado apareció de la nada coriendo hacia mí. Quedé paralizada cuando este se detuvo a pocos metros. Fue entonces cuando me di por fin cuenta del peligro mortal que se me echaba encima. Por estúpida, por infantil e ingenua. Por todo eso, iba a morir. El corazón empezó a latirme con fuerza, consciente de la cercanía de la muerte. Miedo. Miedo real, y en tanta medida que mis miembros estaban por completo paralizados. Miré a los ojos al monstruoso animal que tenía delante. "Su mirada desprende un brillo inteligente..."
No me detuve a analizarlo más a fondo, y eché por fin a correr, internándome en el bosque. Corriendo como no había corrído en años. Por suerte mi cuerpo joven estaba cargado de agilidad.
"Su mirada... desprendía... un brillo sobrenatural", logré pensar mientras me desplazaba a gran velocidad, intentando perderme para despistar a mi cazador.

Pese a que intentara correr muy velozmente para despistarme, su olor no me abandonaría hasta que se alejara unos kilómetros. Y estaba en mi punto de visión. Estaba perdida.
La joven corría como si se hubiera criado en esos campos, en esas zonas arboladas. Parecía un tierno cervatillo brincando entre árboles. Yo chocaba con numerosos árboles, arrancándo incluso los más jóvenes y débiles, en mi camino hacia mi presa.
Los sentimientos que tenía hacia ella no importaban aquí, me dirigía una fuerza mayor, una fuerza que odiaba y a la que siempre quise controlar. Poco a poco le daba alcance, pero la multitud de árboles, muy próximos entre sí, me dificultaban la cena. Mi robusted y estatura de hombre-lobo eran muy grandes, y casi no cabía entre los árboles. Y mi ansia se disparaba, cada vez me excitaba más la joven presa revoltosa.
Al cabo de unos minutos la joven comenzó a cansarse, numerosos arañazos cubrían ya su bello cuerpo, y algunas prendas impregnadas con su olor iban quedándose enganchadas a las ramas. Se debería rendir ya.
La chica disminuyó su velocidad y, en un instante, conseguí lanzar un zarpazo hacia ella, que desgarró parte de su vestido, pero no la pude atrapar, y torpemente caí al suelo porque puse toda mi concentración en el golpe. Me levanté en un abrir y cerrar de ojos, y la chica ya corría lejos de mi, otra vez.

Seguí corriendo, con la respiración casi insuficiente. El animal había logrado atestarme un zarpazo y yo cada vez estaba más asustada, pero también más consciente, más preparada. Con el vestido hecho jirones me resultaba más difícil correr, las cintas rotas y los ropajes deshilachados se encganchaban en las ramas de los matorrales y en las de los árboles más bajos.
Tras mucho correr y cuando consideré que lo había perdido un poco de vista me refugié en una gran mansión abandonada y ruinosa. Ya dentro busqué ansiosa con la mirada cualquier rincón que pudiera servirme de escondrijo, después de todo, un animal tan grande no cabría con facilidad por allí.
Mi primer pensamiento fue subir las escaleras, pero me percaté entonces de que estaban destrozadas y era imposible llegar a la planta de arriba. Me mordí el labio con impotencia, la escena comenzaba a agobiarme de verdad. Era un auténtico ratoncillo enjaulado, era cuestión de tiempo que el lobo feroz me encontrara y me triturara en sus enormes fauces. Tragué saliva ante el negro pensamiento. Oscuro pero realista.
A fin de cuentas, ¿cuánto tiempo podría seguir huyendo del monstruoso lobo? Sólo era una presa más, como cualquier otro animal que la bestia hubiera devorado antes. Con tanto correr y esconderme ganaba tiempo, pero no la salvación.
¿Qué podía hacer una pequeña humana como yo contra aquella enorme y brutal criatura?
Algo se me pasó entonces por la cabeza; ¿podría luchar contra él? Si iba a morir de igual manera, ¿que menos que intentar defenderme? Pensé con toda la rapidez que pude y encontré enseguida la que fue la cocina de aquella gran mansión. En la busqueda desesperada de cualquier utensilio punzante. No encontré nada.
Con el corazón en un puño empecé a oír las pisadas rápidas del animal, acercandose con sigilo hacia mí. Creí enloquecer.
Queria gritar y golpearle con mis puños desnudos, pero conservaba la suficiente lucidez para abstenerme de hacerlo.
Cuando me había rendido y me dirigia a esconderme en la despensa, pisé algo metálico en el suelo. No pude creer mi suerte cuando hallé debajo de mis finos zapatos de terciopelo negro ni más ni menos que un cuchillo de cocina. No sabía como estaría de afilado, pero tampoco me iba a detener a averiguarlo. Retomé el plan de esconderme en la cocina con un poco más de convicción, aferrándome con fuerza a mi improvisada y rudimentaria arma, esperando. Aunque una duda aún asolaba mi aterrada mente, ¿sería realmente capaz de hacer daño, incluso de matar a un criatura con una mirada tan humana?

La luz del alba amenazaba con asomar por las colinas colindantes. Yo me encontraba a los pies de una gran mansión en ruinas, la cuál habría sido en un pasado una maravillosa casa de una familia acomodada. Ahora era pasto del tiempo.

Mi instinto en aquellos instantes me hubiera llevado a un lugar seguro y alejado, para dejarme lo más protegido posible para volver a la forma humana.

Pero en verdad, en estos instantes estaba demasiado excitado para marcharme, y mi único objetivo era dar caza a la asustada chiquilla. Era el bocado perfecto.

Rompí las puertas de un placaje y entré al recibidor. La casa estaba impregnada con su reciente olor, por lo que empecé a destruir todo lo que encontré a mi paso. Entré a lo que en un pasado fue un lujoso salón, y destuí los muebles y los sillones víctimas del polvo. Y entonces mi agudo oído la escuchó, la sentí, la olí en la cocina.

Comencé a correr a cuatro patas, salivando ya el exquisito manjar. Entré a gran velocidad en la cocina, girando a la derecha. Al doblar otra vez para entrar en la despensa, me puse a dos patas para atrapar a la chica con las dos zarpas delanteras, que las tenía libres.

Pero la chica se defendió con el cuchillo por delante. Fue frío lo que sentí, frío en mi sangre caliente, el frío del metal atravesando mi pecho en el lado derecho, provocándome un fuerte dolor que me hizo aullar, mientras el utensilio se hundía más y más por la fuerza de la estampida. Era un cuchillo bastante largo. Y se partió en dos.

Del fuerte impacto, ambos dimos con la pared de la despensa, y numerosas estanterías cayeron sobre nosotros, cubriéndonos de escombros y polvo.

Cuando me levanté torpemente, la chica estaba algo aturdida. Pero no pensaba en comérmela ahora mismo. Salí hacia la cocina, ensangrentado. Y mientras me sacaba el cuchillo y aullaba de nuevo, los primeros rayos de sol del día entraban por una vieja ventana rota. Llegaba el día, y ahora el dolor era aún mayor. Saqué el arma ensangrentada, y la dejé caer al suelo. Mis manos estaban llenas de sangre, y la herida se cerraba demasiado lentamente. Yo ya comenzaba a ser un ser humano, un ser humano herido de muerte y desnudo. La herida cerraba lentamente. Mi pelaje desapareció completamente, excepto la larga melena negra de mi forma humana. Caí de rodillas al suelo, y con mis últimas fuerzas me giré a Lady Rain.

-Lo...siento....-dije, justo un instante antes de caer de bruces al suelo.

Todo ocurrió demasiado rápido. El lobo avanzaba por la casa destruyéndolo todo a su paso, escuchaba el estrépito desde mi escondite, dónde me tapaba la boca con la mano para no alertarlo con mi respiración acelerada. Fue inútil.
Su sensible olfato dio conmigo enseguida, cuando el amanecer iba siendo inminente. De cerca, el animal era mucho más grande, mucho más aterrador. Sentía su respiración en la cara cuando trato de abalanzarse sobre mí. Yo ni siquiera grité. Con unos reflejos que en mi vida había poseído, inqué el cuchillo en su pecho, en el lado derecho. Haciendo que se alejara y saliera a la cocina de nuevo, no sin antes tirarme al suelo por el impacto.
Me levanté unos segundos después, mareada y aturdida por el golpe y la escena que acababa de vivir. Y a pesar de saber que no era nada inteligente ni sensato, caminé tambaleándome hasta la cocina.
Sin embargo, no estaba preparada para presenciar lo que encontré allí.
La bestia que segundos antes había intentado devorarme se estaba transformando entre alaridos de dolor en un humano. Exactamente como en las leyendas que corrían en París, todo era cierto. El hombre que se transforma en lobo las noches de luna llena, era real. El hombre desnudo que tenía delante murmuro una disculpa antes de caer al suelo, con su melena caoba desparramada a su alrededor tiñiendo el suelo de negro. Aún en shock me fijé más en él, y el corazón se me congeló en el pecho cuando comprendí que conocía a aquel hombre.
Frank Lemoine, mi modelo de la noche anterior se encontraba ahora tirado en el suelo, sangrando, agonizando. Y la herida se la había hecho yo.
No me lo pensé dos veces y me arrodillé a su lado.
-Perdóname, Frank. -murmuré, arrancando un jirón de mi largo vetsido para hacerle una imprivisada venda e intentar detener la hemorragia. -Yo no soy enfermera, ya lo sabes. -gemí, convencida de que de alguna forma hablarle era bueno para él. Tragué saliva. -Dios, si te mueres seré tu asesina. -empezarona temblarme las manos mientras forzaba más la venda, que se teñía de sangre enseguida. "Esto es inútil", pensé fatídicamente. Respiré hondo un par de veces para calmarme y terminé de destrozar mi vestido, en un intento desesperado por curarle. Tras esto, me incorporé mejor quedando cara a cara con él, tan cerca que algunos de los mechones que escapaban de mi recogido rozaban su cara.
-Frank por favor no te mueras... Yo ya no sé que hacer, no puedo llevarte a la ciudad en brazos... -me llevé las manos a la cara. -No sirvo para nada. Me quitas el lienzo de las narices y casi no sé ni dónde estoy. -volví a mirarlo y le aparté el pelo de la frante para posar mi mano: estaba ardiendo y sudaba mucho. Eso me dio una idea. Me levanté del suelo y aranqué la segunda capa de mi vestido para cubrir su perfecta desnudez..
-Sé que esto para la puñalada no sirve pero si no te mueres de eso te morirás de una pulmonía. -volví a la posición de antes, a su lado. -Dios, Frank, dime que hago para no matarte... Tú eres la criatura sobrenatural, tienes que saber...cosas. -murmuré no muy convencida, y aún nada preparada para aceptar que aquellas palabras eran ciertas, él no era humano. Al menos, no del todo.

Comencé a despertar al cabo de unos minutos, la herida ya cerraba mejor gracias a la improvisada venda que me colocó Ophelia. Me había girado y estaba en su regazo, boca arriba, y la joven me hablaba. Ella estaba casi desnuda debido a los forcejeos con mi transformación y a que arrancó numerosas tiras de su vestido elaborando vendas para mi herida.

Yo tenía una capa de dicho vestido tapando mis partes más nobles, estaba completamente desnudo. Intenté incorporarme hasta al menos sentarme, pero me fue imposible debido a la herida. Miré a la chica, que tenía los ojos cargados de lágrimas. Levanté mi mano y acaricié su mejilla.

-Tranquila, Ophelia....no voy a morir. - le sonreí. - El que te tiene que pedir perdón soy yo, ¡intenté matarte!. Debí haberte confesado mi naturaleza y que tuvieras cuidado conmigo....debí haberme mantenido lejos de ti. Aunque quizás, si no te conociera podrías haber muerto. No habría tenido motivos para intentar frenarme. No puedo controlar a mi forma lobuna, únicamente puedo frenar sus ansias de matar un poco en algunas ocasiones extremas, ocasiones en las que mi víctima es una persona muy importante para mi...

Bajé mi mano, acariciando hasta el último instante su mejilla, bajé por su brazo haciendo lo mismo, y dejé el mío caer sobre el frío suelo. Me dolía muchísimo moverlo. Los músculos estaban desgarrados y tardarían en volver a su estado normal. La miré, aún con un pequeño hilo de sangre brotando de mis labios, y unas lágrimas intentaron escapar de mí. Después de todo, los licántropos pasabamos de la frialdaz al estado emotivo con demasiada frecuencia en algunos casos como el mío.

-Gracias por quedarte aquí conmigo, sanándome y cuidándome, Lady Rain.

Forcé una sonrisa y desvié la mirada. Ahora que tenía la certeza de que Frank no iba a morir, empezaba a razonar y asimilar de verdad lo que acababa de suceder.
El hombre que me miraba desde abajo, tumbado sobre mi regazo era, bajo la luz de la luna llena, una bestia. La misma bestia que minutos antes había intentado matarme.
"Y lo habría conseguido", pensé fatídicamente. "Habría muerto... como murió...", cerré los ojos de golpe para que las imágenes de mis traumas infantiles no volvieran a mi mente una vez más. El miedo acorraló mi corazón, y empecé a sentir unas irrefrenables ganas de salir corriendo, lejos de aquel monstruo de afiladas garras. Garras en las que me encontraba en ese instante.
Toda mi cordura me estaba gritando que huyera. ¿Habría luna llena la noche siguiente? Miré a Lemoine, ¿se convertiría en la misma bestia la noche siguiente y se alimentaría de humanos? El corazón me latía con fuerza en el pecho, presa del miedo y el horror. Bajé la cabeza aún con la mirada perdida en otro rincón de la habitación. Realmente....
-¿A cuantas personas has matado, Frank? -pregunté en un susurro, temerosa de la respuesta. Luego reí sin ganas. -Que idota soy, no creo que los cuentes... -me levanté y lo dejé incorporándose mientras caminaba a su alrededor en círculo. Sentía ganas de llorar. No podía dejar de pensar en la muerte de aquella niña, y relacionarla con el monstruo que tenía delante.
-¿Cómo puedes...? -empecé, al borde del llanto. -¿Cómo puedes vivir así? -gemí con un hilo de voz, mirandolo atónita. Enfoqué mi mirada cristalina en sus ojos castaños y de nuevo volvió esa necesidad de correr lejos de allí y encerrarme en mi estudio para siempre, a salvo de aquella criatura.
Le aguanté la mirada unos instantes, para despues girarme y caminar con prisa hasta el agujero que solía hacer de puerta. -Olvídalo. -fue lo último que pude decirle antes de salir prácticamente huyendo de él.
Tenía la conocida sensación de que me perseguía un lobo.

Los cuidados que Ophelia me dió me ayudaron mucho con la regeneración de la herida. Al poco tiempo ya podía oír con claridad y percibir las cosas a mi alrededor. Recuperé la consciencia. Ophelia me echaba la bronca por ser un ser extraordinario. La chica estaba a punto de llorar cuando se dispuso a huír de mí.

Torpemente me levanté y estiré, teniendo cuidado con la herida. Llevaba vendajes hechos con tiras del vestido de la joven, con el que también me hizo una improvisada falda para cubrirme. Me aparté el pelo de la cara y clavé mis ojos en la parte trasera de su cabeza.

- Espera, Ophelia. - dije, aclarándome la voz. - Yo no elegí ser así, ¿sabes?. Intento vivir con la maldición. Unos licántropos arrasaron el campamento donde se asentaba mi familia por el simple hecho de que allí habitaba un maldito vampiro, que por si no lo has deducido, Sí, existen. - cogí aire, la chica seguía igual. - Mi familia murió, y yo fuí convertido a la temprana edad de 8 años. Ni te imaginas por todo lo que he tenido que pasar. Guardo rencor a mi propia raza. Vivo únicamente en busca de una venganza imposible.

La chica no parecía escuchar, podía oler su miedo mientras estaba ya al lado de la entrada.

- No quise ni quiero hacerte daño, Ophelia... no soy responsable de mis actos en forma lobuna, perdóname.

Frank suplicaba perdón. No me giré, no me detuve. Tan sólo tenía claro que no quería volver a verlo.
Me arrepentía de no haberlo matado cuando tuve oportunidad, cuando estaba débil e indefenso. El pensamiento me hizo querer llorar de nuevo. Daría cualquier cosa porque nada de aquello fuera real. Que Lemoine sólo fuera un herrero, humano como yo.
¡Qué idiota! ¡Qué estúpida! Negué con la cabeza para mí misma.
Y pensar que casi le había cogido cariño... ¿Cómo se me había ocurrido sentirme cercana a nadie? Se suponía que había venido a París a "exiliarme". A no dejar que nadie se acercara lo suficiente a mí como para decepcionarme o hacerme daño.
Había fallado a mis propios planes.
¿Qué iba a hacer ahora? ¿Olvidarlo todo y seguir con mi vida? Tras unos instantes me detuve, había recordado algo. El joven que me pidió aquel retrato que nunca pude entregar. Él tampoco era humano. Estaba segura de aquello. Eso explicaría esa extraña mirada cristalina tan… Me estremecí al recordarlo. No podría describir su forma de mirar. Parecía tener muchos más años de los que aparentaba. ¿Tendría Lemoine también más edad? No me gustaba aquello. Tantas dudas, tanta incertidumbre, no saber cómo actuar…
¿Ahora qué? ¿Debería dar la vuelta o huir para siempre de allí? Tal vez debiera incluso marcharme de París. ¿Vendría Lemoine a por mí tras descubrir su secreto? Me había dicho que no quería hacerme daño, pero… ¿cómo creer a un hombre-lobo?
Ahora era de día, el miedo era mucho menor, pero seguía ahí.
Acabé por sentarme a la sombra de un árbol, si Lemoine venía ahora, no huiría. Prefería que me matara allí a que me persiguiera, eso lo tenía muy claro.

Ya me encontraba mucho mejor, pero únicamente en lo que a físico se refería. Lady Rain salió huyendo, dispuesta a no escuchar ninguna de mis palabras. Se la veía traumatizada. La verdad es que era una chica bastante extraña.
Debido a que podría encontrarla y darle alcance rápidamente si así me lo propusiera, salí de la cocina, aún encharcada con mi propia sangre, en dirección hacia las habitaciones de la casa abandonada. Entré y encontré un viejo armario de patas roídas por las ratas. Lo abrí, y apartando un poco el polvo, cojí un viejo abrigo de hombre para cubrirme antes de salir al descubierto. Y tras pensarlo un poco, pensé que también llevaría llevarle uno a la chica, que en un curioso arranque de solidaridad me salvó, para dos minutos después querer perderme de vista para siempre.
Salí de la casa poniéndome el viejo y roído abrigo, y mientras lo cerraba poco a poco divisé a la chica sentada bajo a un árbol, así que me dirigí a ella con cuidado, atento a una más que posible rehuída de la misma. Pero estaba vez no ocurrió, se quedó sentada y se resignó a mi encuentro.
Me puse delante de ella y le ofrecí el abrigo, ya que su vestido estaba algo destruido después de hacerme los primeros auxilios.
- Cógelo, anda.

Mi orgullo me impedía aceptar su ofrecimiento, pero tras pensar unos segundos y, sobretodo, notar el frío del amanecer de París, alcé la mano para coger la chaqueta, sin mirar a Lemoine. Me la eché por encima, pasándola por los hombros, y después de esto permanecimos los dos en silencio, hasta que me atreví a levantar la voz.
-La gente teme y odia lo que no entiende... -empecé, sin saber muy bien lo que estaba diciendo. -Lo que no conoce. -seguí, sin mirar una sola vez a mi interlocutor. -No me estoy disculpando. -aclaré después. -Yo... - sacudí la cabeza. -No me gustan los lobos. -finalmente reuní valor para mirarle a la cara. –Odio los lobos. –sentencié. Después cogí aire para hablar de forma más seguida.
-Sin embargo, tú no eres sólo un lobo. Lo cual, después de aterrarme, despierta una enorme curiosidad en mí. –le hice un gesto para que se sentara a mi lado. -Quiero que me cuentes tu historia, la verdadera. -le pedí.
-¿Cómo te convertiste en lo que eres? Y lo que es más interesante, ¿qué… que se siente al transformarse en un animal? ¿Qué se siente al arrebatar una vida? –le pregunté mirándole fijamente a los ojos, ansiosa por saber, una vez superé el miedo y el… asco.

Suspiré levemente mientras tomaba asiento al lado de Ophelia y apoyaba mi espalda en el gran árbol que nos ofrecía su sombra. Suspiré aliviado porque no era capaz de esperarme una respuesta clara de la chica. No sabías por dónde te iba a salir o atacar. Estaba ida de la cabeza.

Cogí aire y no la miré, posé mi mirada en los pájaros que volaban libres en el claro cielo azul. Cómo me gustaría haber acabado pájaro antes que asesino natural. Después, casi ya como rutina, me tocaba contar mi pequeña historia.

- Yo era un niño normal, con problemas normales. Mi familia era de las más pobres de la periferia, vivíamos casi puerta con puerta con los gitanos. La poca educación que pude recibir me la dieron entre mi padre y un vecino. Mi sueño era ir a París, pero lo más lejos que podía llegar era al portal de mi casa a jugar a la pelota y las cartas con niños gitanos.

- Un dia, a mis siete años, apareció un nuevo vecino en mi barrio. Vivía en una caravana y solo salía por las noches. Un vampiro, dicho en otras palabras. Junto a su gran sabiduría, con la que me enseñó a escribir, leer y hablar bien, también trajo los problemas. Cadáveres en las cercanías y lobos en las montañas cercanas. Una noche de luna llena, en un visto y no visto, vinieron una manada de licántropos a acabar con él. No se lo que pasó esa noche. Todo era fuego y escombros, además de cadáveres inundando el suelo del barrio con su sangre. Lobos alimentándose, y...mis padres y hermanos mayores muertos. Yo quedé inconsciente por el humo.

- Lo que menos recuerdo es lo que vino a continuación. Un adulto con gabardina negra de cuero, grandes botas y pelo rizado y negro, que le llegaba a mitad de espalda, me despertó con unas palmaditas en la cara, y al ver que estaba vivo, ordenó a un lobo convertirme, para culparme a mí de la destrucción ocasionada. Sentí un fuerte mordisco, como que se llevaban una parte de mí. Mucho calor, y luego...frío. El cuerpo me temblaba y sentía mis heridas regenerarse poco a poco. Notaba mis musculos tensos, mi pelo creciendo levemente...las uñas y los dientes endureciendose, y dolor. Noté mucho dolor, más de el que un humano hubiera podido soportar sin desmayarse.

- Desperté al cabo de unas horas, y ya había gente por los alrededores, intentándo apagar fuegos y buscando familiares entre los trozos de carne de la zona. Las últimas palabras del licántropo jefe, las que hablaban sobre responsabilizarme, me hicieron levantarme y arrastrarme sin ser visto hacia el bosque, donde dormí hasta la primera luna llena.

- No fue hasta cinco años después, aunque aparentaba casi los mismos, cuando comencé a recordar lo que hacía en las noches de luna llena. Todo era involuntario. Y todo sigue siendo involuntario en su mayoría, aunque empiezo a ser capaz de controlar algunos pequeños impulsos, por ejemplo el de saltar sobre tí.

Abrí los ojos, que tenía cerrados apuntando al suelo, y miré a la chica. Me desentumecí un poco y volví a hacerme un pequeño ovillo entre mis rodillas.

- Comencé a darme cuenta de que asesinaba animales, pero sólo los necesarios para alimentarme y sobrevivir, como si de un lobo más se tratase. Pero luego necesitaba más y más, incluso descuartizar animales para luego no alimentarme de ellos. Viví en el bosque atemorizado unos cuantos años, hasta que unos mercaderes me encontraron y me llevaron con ellos a una ciudad al sur de París. Trabajé con ellos muchos años, les transformé para no estar solo e indefenso. Finalmente, hace unos años, conocí a una chica. Intenté llevar una buena relación con ella, pero...terminó dándose cuenta y tuvimos que dejarlo. Yo hablé con mis amigos y con mis ahorros y su ayuda monté la herrería en París, donde me mudé a empezar todo de nuevo e intentar no arruinar más la vida de nadie. Pero veo que he fallado...- le dije mientras la miré casi con lágrimas en los ojos.

- Todo lo que hago lo hago sin querer. Yo no lo elegí. Si pudiera arreglar todo el dolor que he ocasionado... Supongo que la única buena idea que se me ha ocurrido al respecto, más que la de donar todo mi dinero de la herrería a París, es la idea del suicidio. Pero tengo un deber en esta vida, acabar con vampiros cuyas ansias irrefrenables de matar les hacen acabar en una sola noche con más personas que yo en uno o dos meses...

Miré a la chica que no se movió durante toda la historia.

- Y esta es mi corta y aburrida historia.. - le dije mientras intentaba sonreirle.

No sabía que decir, esta vez me había quedado muda. Me avergoncé de mi conducta anterior, pero cada vez que pensaba en aquellos animales buscando cualquier carne humana a la que hincarle el diente... Se me encogía el corazón y era incapaz de razonar, sólo quería huir.
Cogí aire y lo solté lentamente, intentando centrarme en Frank, el humano, no la bestia. Acababa de contarme su vida, sus traumas más íntimos y yo permanecía callada. Pero, por otro lado, ¿qué debería decir? ¿Qué se dice en estos casos? ¿"Te acompaño en el sentimiento"? Eso es absurdo... Hasta yo lo sé.
Suspiré y, algo tímida, me acerqué a él, sentándome más cerca.
-Lo siento, Frank... -murmuré en voz baja. -Siento haberte juzgado... o lo que sea. Tengo un gran trauma infantil con los lobos, no es nada personal, ¿sabes? -intenté sonreírle, pero mi intento de disculpa no me convencía ni a mí.
Sin embargo, a pesar de que él me había revelado todo su pasado yo no estaba dispuesta a revelar nada acerca del mío. Era egoísta, sí, pero no me gustaba pensar en ello, recordarlo... Contárselo a alguien era peor que eso, no entendía como Lemoine había sido capaz de hacerlo. Requería valor, cosa de la que, en realidad, yo parecía carecer.
Sacudí la cabeza, pensando en cambiar de tema a algo menos trágico. Me acomodé sentándome de piernas cruzadas.
-¿Puedo hacerte preguntas sobre tu condición de licántropo o existe algún tipo de normal entre “bichos” que lo prohíba? –reí levemente. –Aunque la verdad es que ya te he visto en forma animal, así que, aunque existiera dicha norma, ¿qué más da ya?
Enfoqué mis ojos azul pálido en los suyos oscuros.
-¿Hay muchos más como tú aquí, en París? –fruncí el ceño. –Porque supongo que no estaréis sólo por París… -la idea de enormes bestias como aquellas acechando todas las noches de luna llena por todo el mundo me provocó un escalofrío. Lo cierto es que tenía la leve esperanza de que existieran pocos ejemplares en el mundo, pero por lo que había contado de su transformación, esto parecía poco probable.
Tardé un poco en volver a hablar, sin esperar sus respuestas.
-Y otro tema que me interesa… los… vampiros. Háblame de lo que sepas de ellos después. –sonreí, emociona por este hallazgo. Además de la enorme fuente de inspiración que suponían las criaturas sobrenaturales.
Esperaba las respuestas de Frank con una sonrisa de niña traviesa en los labios; tenía la sensación de estar haciendo algo malo, y eso me gustaba.

La verdad era que me encontraba demasiado cansado de esconderlo todo, y ésta chica estaba tan fuertemente interesada en meter las narices en nuestro mundo que decidí contarle detalles sobre nosotros, aunque no le respondería a todo lo que ella quisiera.

- En Francia, al menos, hay multitud de asentamientos y clanes. En el resto del mundo dicen que también, aunque no lo podemos asegurar del todo. Con los vampiros pasa lo mismo, han venido algunos extranjeros, pero yo al menos nunca he salido de Francia para comprobarlo.

Me desentumecí brazos y piernas a la luz del sol que brillaba con gran intensidad esa mañana. Me puse en pie y sacudí mi abrigo.

- La excursión se ha acabado, debemos volver a París. De camino puedo contarte algunas cosas más.

Ofrecí mi mano como ayuda para que la chica se levantase.

- Si hubieras topado con un vampiro, ahora mismo estarías muerta, por su propia voluntad.