Salazar V. Krasnoff

El filo de la eterna venganza danzando en el velo de la desesperación. Finge lástima y dolor, o siéntelo, ¡qué más da! Su alma torturada siembra anhelos de atención, y Salazar lo sabe. Y lo usará, contra ti o contigo, eso dependerá únicamente de tu utilidad. Malhablado por naturaleza, mantendrá si lo requieres la fachada que ansíes, pero te la cobrará a precio de consumidor. No te regalará más que aquello en lo que tú salgas perdiendo, que es lo habitual.

Caballeroso, sí, y brutal también. El contexto hace a Salazar, y no al revés. Puede pasar de una velada silenciosa a la más cruenta masacre, y aún le dará tiempo a pedir la cuenta. Camaleónico, polifacético, sarcástico y cruel, y todo eso bajo una fachada armónica de tranquilidad y tristeza que rivaliza con los condenados más dolientes.

El silencio aturde, y mata y envejece, pero transforma los recuerdos en motivación, en venganza, en latido. Y esa es la clave de su existencia. Un vampiro atormentado, un dolor que acecha cada esquina de su mente, un hecho para siempre, es el único motivo que trasciende la solitaria agonía de quién se sabe merecedor de una muerte tan plena como vacía. ¡Disfruta! Clama su cuerpo, y Salazar obedece a cada poro de su pìel. Pero cuando el tiempo frena y el cansancio aflora, la oscuridad se cierne sobre sus recuerdos, el frío encoge su corazón de piedra y es entonces, sólo entonces, cuando la venganza levanta su alma muerta y le da vida.

Hijo de quién sabe su nombre. Nacido en un suburbio del que poco le interesa recordar, en los brazos de una puta alcohólica y de un chulo traficante, su niñez transcurrió entre la miseria y el conocimiento de lo peor de las personas. No le interesa demasiado esa época de su vida, pese a haberlo marcado por completo. ¿Cómo iba a salir algo distinto de un jodido animal de aquel entorno salvaje y malévolo?
Solo las hostias de su padre le recuerdan el calor de aquél infierno y exactamente qué hacer para defenderse.

Lucrezia, su mediohermana, lo mantuvo cuerdo durante muchos años. Aquella zorra idiota amaba a su progenitora con una devoción tan insana como estúpida. No concebía la idea de marcharse de allí, y esperaba, mientras los hombres se desquitaban con su cuerpo inmaduro, una salvación que llegaría.

Y llegó, sólo que no para ambos. Salazar contaba dieciséis años cuando su mundo se vino abajo. Mientras el incendio abrasaba el cadáver de su madre, su hermana desapareció como los cimientos de lo que había sido su único hogar, un prostíbulo de mala muerte. Se marchó de allí, sin mirar atrás. El rostro de Lucrezia se mantenía en su mente, como la falta de su cadáver, como lo inexplicable de su desaparición.

Su vida como mercenario a sueldo comenzó en una taberna y se selló en el cuello de su primera víctima. El tiempo era eso que pasaba entre putas, whiskey y sangre. Aquella calma desesperada lo convertía en peligroso. Pensó en acabar ese destino cruel un millón de veces.

Pero el azar es divertido y caprichoso, y lo llevó a las fauces de la muerte más sombría. Su encargo, una zorra poderosa cuya reputación se extendía entre los mercenarios. El precio a su cabeza era altísimo, Salazar incluso rió al pensar lo caro que resultaba matar a una mujer.

A una mujer no, Lucrezia, o cualquiera que fuese el nombre que usaba en aquél momento era la desdichada. El fantasma de su hermana se apareció ante sus ojos, apenas había crecido desde la última vez que la vió, y aquel brillo en sus ojos…

Ella le otorgó una nueva vida, no deseada, su odio hacia el vampirismo lo convirtió en un ser diabólico. El poder lo consumía mientras la carnicería comenzaba. Fueron siglos gloriosos, en los que la sangre corría en el lecho como en la calle.

Todo cambió hace exactamente 25 años. Madeleine Hawkwood, la esposa de un aristócrata, madre de una niña preciosa y dueña de una familia impecable, arrastró su condenada alma al extásis de la comprensión y el amor. O al menos, eso creyó él.

Y lo creyó lo suficiente como para ayudarla a dejar su vida, transformarla en vampiro y hacer de ella su compañera. Un fracaso. El día de la conversión, Lucrezia se quedó con ella, mientras Salazar buscaba el rastro de las amenazas recibidas por Madeleine. Las piezas del puzzle dejaron de encajar y la mujer desapareció en el aire. Asesinada, pero…¿por quién? ¿Lucrezia? Su buen amigo Darren estaba con él. Nadie más lo sabía…¿Verdad?

El único testigo, una niña de 4 años, cuyos ojos se abrían en shock, no recordó nada.


Ahora, esa niña ya no lo es. El tiempo ha pasado y puede, sólo puede, que sea el momento que Salazar ha estado esperando.