Tenemos compañía [libre]

por **Antonia Molinari** Vie Mar 22, 2013 8:04 pm

Una vez más estaba sentada en el techo de lo que parecía ser un almacén abandonado. Tocaba su flauta como siempre, la melodía no conseguía agradarle pero no podía dejar de tocarla. -maldita sea - se interrumpió y siguió tocando las mismas notas una y otra vez. No pensaba en nada, observaba como en la calle deambulaban marineros borrachos, hombres que vigilaban los botes atracados, sin saber si lo hacían por propiedad o por intención de hurto, no le dio importancia.

Llevaba más de 2 días sin beber sangre y la necesidad empezaba a apoderarse de ella, la sed le quemaba la garganta más y más a cada segundo, tocaba la canción con más fuerza sin notar que la flauta desafinaba. Sintió que alguien subía hacia donde ella estaba, no podía reconocer que o quién se acercaba lentamente.

Segundos más tarde, al fin pudo verlo: un joven humano de cabellos dorados había trepado hasta allá. -Lo siento, no pensé que estuviera alguien aquí arriba, a veces vengo aquí para pensar- se disculpó - ¿puedo quedarme? - Preguntó sin obtener respuesta, la mujer continuaba mirando a los pocos transeúntes que quedaban por ahí y tocando su instrumento.

Antonia estaba a punto de perder el control, sentía como la sangre recorría cada centímetro del cuerpo del joven, podía sentir el pulso que pasaba por sus muñecas, cuello, pecho y piernas, ni hablar de lo que sintió al verle la cara, aquellas mejillas sonrojadas le garantizaban una cena dulce, una cena por la que esperaba. No podía concentrarse más, detuvo sus notas y guardó la flauta en el bolsillo, miró al joven y él retrocedió con una expresión de miedo, pero éste no huyó.

Ella le hizo espacio en donde estaba sentada y él se acercó, tuvieron una larga charla sobre botes, transeúntes y el nuevo mundo, pasada la media noche y pasado el límite de su auto contról, Antonia se levantó y agarró al joven por el cuello y el pulso del muchacho incrementó su velocidad en instantes - déjame o mátame -dijo él con valor, acto seguido, Antonia lo lanzó contra una pared sin gran esfuerzo, pero rompiendo cada uno de los huesos del cuerpo del humano, éste cayó sin vida sobre un tragaluz que se quebró bajo su peso ocultando el cuerpo. Sin explicarse por qué, ella no bebió de su sangre.

Antonia escuchó las campanadas de la iglesia cercana que anunciaban las dos de la mañana, bajó de aquel techo y atrapó a un marinero que bajaba de su barco, lo llevó consigo dentro del almacén y bebió su de sangre sin saciarse, regresó al techo y empezó a tocar su flauta.

-Alguien más se acerca- se dijo.

-