AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La confusión está clarísima [Priv.]
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La confusión está clarísima [Priv.]
Si alguien me hubiera preguntado cómo me sentía justo ahora hubiera usado uno y mil adjetivos que seguramente sobrepasaban mi capacidad para entender, habría pronunciado alguna palabra estética que sonara melódica sobre mis labios. La verdad era mucho más simple que cualquier intento de racionalismo, estaba feliz, sentía como mi pecho latía victorioso al saber que aquella noche mi familia podría sentirse orgullosa de mí. Había pasado los últimos días trabajando en un lugar apartado y ahora que tenía la oportunidad regresaba a mi hogar para cambiar los francos de dueño, yo ya no los necesitaba con todas las atenciones que me daban en la casona, mayor provecho harían calentando las manos de mis hermanos con ropa y llenando sus estómagos con comida. Por fin, podría darles lo que tanto tiempo nos falto.
Avanzaba por las calles descuidadas de París, no las que se encontraban aledañas a la catedral y los teatros sino, las que estaban más cerca de la parte sur, entre callejones y callejuelas que muchos en su sano juicio no se hubieran atrevido a transitar. Pero vestía yo con las prendas de un pobre hombre a quien nada podían quitarle, mis bolsillos llenos daban una historia diferente pero eso no lo sabían los ladronzuelos y prostitutas que seguramente se asomaban aquí y allá. A nadie le importa un triste mendigo más o por lo menos eso pensaba yo cuando decidí adentrarme en estas zonas que conocía tan bien desde temprana edad. Levine me llevaba bajo su brazo cuando la noche nos atrapaba en medio de la ciudad y la madre luna se rehusaba en cobijarnos bajo su manto. Ahora él no estaba y esta sensación de ser observada se coló entre mis huesos hasta perforarme el alma.
Mire por el rabillo del ojo al dar la vuelta en la esquina más cercana y casi de forma mecánica, casi sin pensarlo, permití a mis piernas emprender la huida en una frenética carrera que había olvidado tiempo atrás, cuando huíamos de los gendarmes por haber intentando robar una manzana para comer. Como un ratón asustado de un gato corría entre las calles que se me antojaban ahora como laberintos, no sabía bien a que se debía mi temor y sin embargo, no estaba dispuesta a detenerme y analizar. Avanzaba más por instinto que por cualquier otra cosa, había aprendido a seguir esas corazonadas que de vez en vez me punzaban en el pecho, las seguía sin pensarlo dos veces pues bien decía Levine que quien mucho piensa poco vive.
Me encontré de pronto azotando contra la pared de forma involuntaria, el tacto irregular y áspero de la piedra me recordó las heridas de la pelea con el capataz, no estaba dispuesta a volverme a quedar de brazos cruzados mientras caminaban encima de mí con botas de acero, ahora tenía un buen motivo para regresar con bien a mi hogar, un motivo que iba más allá de mi egoísmo individual. Plante una patada en la rodilla del agresor que de buenas a primeras podía decir era mucho más alto que yo – Suéltame animal- soné menos atemorizante de lo que me hubiera gustado pero que se podía esperar, sentía como las manos me temblaban y mi corazón amenazaba con salirse inclusive debajo de las vendas. Apunte la siguiente patada a su entrepierna y lance el rostro hacia enfrente con la frente por delante para atisbarle un buen golpe en la cara. Si este fulano creía que me iba a quitar tan fácilmente el dinero se lo tendría que pensar otra vez.
Avanzaba por las calles descuidadas de París, no las que se encontraban aledañas a la catedral y los teatros sino, las que estaban más cerca de la parte sur, entre callejones y callejuelas que muchos en su sano juicio no se hubieran atrevido a transitar. Pero vestía yo con las prendas de un pobre hombre a quien nada podían quitarle, mis bolsillos llenos daban una historia diferente pero eso no lo sabían los ladronzuelos y prostitutas que seguramente se asomaban aquí y allá. A nadie le importa un triste mendigo más o por lo menos eso pensaba yo cuando decidí adentrarme en estas zonas que conocía tan bien desde temprana edad. Levine me llevaba bajo su brazo cuando la noche nos atrapaba en medio de la ciudad y la madre luna se rehusaba en cobijarnos bajo su manto. Ahora él no estaba y esta sensación de ser observada se coló entre mis huesos hasta perforarme el alma.
Mire por el rabillo del ojo al dar la vuelta en la esquina más cercana y casi de forma mecánica, casi sin pensarlo, permití a mis piernas emprender la huida en una frenética carrera que había olvidado tiempo atrás, cuando huíamos de los gendarmes por haber intentando robar una manzana para comer. Como un ratón asustado de un gato corría entre las calles que se me antojaban ahora como laberintos, no sabía bien a que se debía mi temor y sin embargo, no estaba dispuesta a detenerme y analizar. Avanzaba más por instinto que por cualquier otra cosa, había aprendido a seguir esas corazonadas que de vez en vez me punzaban en el pecho, las seguía sin pensarlo dos veces pues bien decía Levine que quien mucho piensa poco vive.
Me encontré de pronto azotando contra la pared de forma involuntaria, el tacto irregular y áspero de la piedra me recordó las heridas de la pelea con el capataz, no estaba dispuesta a volverme a quedar de brazos cruzados mientras caminaban encima de mí con botas de acero, ahora tenía un buen motivo para regresar con bien a mi hogar, un motivo que iba más allá de mi egoísmo individual. Plante una patada en la rodilla del agresor que de buenas a primeras podía decir era mucho más alto que yo – Suéltame animal- soné menos atemorizante de lo que me hubiera gustado pero que se podía esperar, sentía como las manos me temblaban y mi corazón amenazaba con salirse inclusive debajo de las vendas. Apunte la siguiente patada a su entrepierna y lance el rostro hacia enfrente con la frente por delante para atisbarle un buen golpe en la cara. Si este fulano creía que me iba a quitar tan fácilmente el dinero se lo tendría que pensar otra vez.
Lohane- Humano Clase Baja
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 03/03/2013
Re: La confusión está clarísima [Priv.]
Si los párpados se le cerraban sería su culpa, si no era capaz de aguantar el sueño que sentía a esa hora de la noche podría catalogarse a si mismo como el peor cazador de sobrenaturales que pudiera tener el mundo alguna vez. El error quizás era no saber organizar de mejor manera sus tiempos o probablemente el hecho de siempre encontrar libros que no le permitieran dormir las horas necesarias para no sentirse cansado en las noches en que debía patrullar las calles. Si ser estudiante de filosofía y tener que exponer en un idioma distinto frente a señores mucho más experimentados sonaba complicado, lo es mucho más estar parado durante miles de horas esperando que un ser malvado aparezca, uno que además puede arrancarte la cabeza de una mordida.
De brazos cruzados, apoyado en la pared y protegido gracias a las sombras, se siente en ventaja al creer que es prácticamente invisible. El único movimiento en el lugar es el de su dedo subiendo esos rebeldes anteojos que insisten en deslizarse por la punta de su nariz. Podría habérselos quitado, sobre todo teniendo en consideración que cada noche fuera puede ser sinónimo de una futura batalla, pero ¿qué saca con estar más cómodo si no puede ver bien el rostro o los movimientos de su rival? Algún modo deberá encontrar después para evitar romperlos o perderlos. Theodor sigue creyendo que su lugar natural es en el interior de una biblioteca, pero su deber le exige combatir al aire libre e intentar lograr ese objetivo que persigue desde hace tan poco tiempo.
Tamaño promedio, quizás un poco menor para ser un adulto, es probable que sea sólo un adolescente o un niño que ha dejado atrás recientemente su infancia y al que aún le faltan años para crecer y desarrollarse también. Pero todas esas criaturas malvadas suelen tener formas de engañar a la gente y probablemente este utiliza el cuerpo de alguien más o produce en él una ilusión óptica que lo obliga a no reconocer su real organismo. Mientras lo sigue en secreto espera que nada pueda delatar su presencia en los alrededores, aquel callejón es uno de sus favoritos ya que conoce todos los escondrijos que contiene así como también a sus visitantes humanos más habituales. Mendigos, gente sin hogar, recientes huérfanos con las caras tristes y un agujero enorme en el estómago, todos tienen siempre cabida en las calles de Paris.
Finalmente el momento llega, justo en la esquina donde suele terminar su recorrido decide realizar la maniobra que ha practicado desde hace tanto. ¿Qué será él? No luce enorme como aquellos que pueden transformarse en animales por lo que es probable que sea un vampiro. Theodor hace una nota mental de cuidar su cuello. — ¿Animal? ¡Usted es el animal! ¡Literalmente! — se regaña mentalmente, en vez de esquivar golpes o prevenir que lo dañen, se dedica a pensar en el hecho de que los humanos pertenecemos al reino animal y que en ese caso el muchacho no estaba equivocado en sus palabras. Otro golpe lo saca del ensueño e intenta apresarlo con mayor fuerza contra la pared pese a que el dolor sube por su estómago y lo deja sin respiración. — ¡Re…! ¡Revélese! ¡Muéstrese y dígame qué y quién es usted! — las palabras le salen cortadas, la respiración es dificultosa, a este ritmo su improvisado prisionero será quien termine ganando la batalla.
De brazos cruzados, apoyado en la pared y protegido gracias a las sombras, se siente en ventaja al creer que es prácticamente invisible. El único movimiento en el lugar es el de su dedo subiendo esos rebeldes anteojos que insisten en deslizarse por la punta de su nariz. Podría habérselos quitado, sobre todo teniendo en consideración que cada noche fuera puede ser sinónimo de una futura batalla, pero ¿qué saca con estar más cómodo si no puede ver bien el rostro o los movimientos de su rival? Algún modo deberá encontrar después para evitar romperlos o perderlos. Theodor sigue creyendo que su lugar natural es en el interior de una biblioteca, pero su deber le exige combatir al aire libre e intentar lograr ese objetivo que persigue desde hace tan poco tiempo.
Tamaño promedio, quizás un poco menor para ser un adulto, es probable que sea sólo un adolescente o un niño que ha dejado atrás recientemente su infancia y al que aún le faltan años para crecer y desarrollarse también. Pero todas esas criaturas malvadas suelen tener formas de engañar a la gente y probablemente este utiliza el cuerpo de alguien más o produce en él una ilusión óptica que lo obliga a no reconocer su real organismo. Mientras lo sigue en secreto espera que nada pueda delatar su presencia en los alrededores, aquel callejón es uno de sus favoritos ya que conoce todos los escondrijos que contiene así como también a sus visitantes humanos más habituales. Mendigos, gente sin hogar, recientes huérfanos con las caras tristes y un agujero enorme en el estómago, todos tienen siempre cabida en las calles de Paris.
Finalmente el momento llega, justo en la esquina donde suele terminar su recorrido decide realizar la maniobra que ha practicado desde hace tanto. ¿Qué será él? No luce enorme como aquellos que pueden transformarse en animales por lo que es probable que sea un vampiro. Theodor hace una nota mental de cuidar su cuello. — ¿Animal? ¡Usted es el animal! ¡Literalmente! — se regaña mentalmente, en vez de esquivar golpes o prevenir que lo dañen, se dedica a pensar en el hecho de que los humanos pertenecemos al reino animal y que en ese caso el muchacho no estaba equivocado en sus palabras. Otro golpe lo saca del ensueño e intenta apresarlo con mayor fuerza contra la pared pese a que el dolor sube por su estómago y lo deja sin respiración. — ¡Re…! ¡Revélese! ¡Muéstrese y dígame qué y quién es usted! — las palabras le salen cortadas, la respiración es dificultosa, a este ritmo su improvisado prisionero será quien termine ganando la batalla.
Theodor Wiesengrund- Cazador Clase Media
- Mensajes : 35
Fecha de inscripción : 04/11/2010
Re: La confusión está clarísima [Priv.]
Sus palabras resultaron confusas, llegue a pensar que el golpe contra la pared me había dejado medio sorda o medio tonta porque no encontraba ningún hilo que seguir en sus palabras. No me amenazaba con una navaja exigiéndome el dinero y lo que llevase encima, ni siquiera parecía interesado en saber qué clase de tesoros resguardaba con tal recelo. Un demente, seguro que se trataba de uno de esos locos que caminaban en compañía de los esporádicos gritos que pronunciaban sin saber de vez en vez rompiendo el silencio que inherente acompaña a la soledad. Una de aquellas personas que culpando al diablo o cualquier otro demonio transitaban las calles parisinas a la espera de cualquier transeúnte para poder decir entonces que le perseguía en búsqueda de su vida un ente con cuerpo pero carente de alma, había visto varios de esos a lo largo de mi corta vida, los suficientes para saber que los fantasmas que originaban sus retorcidas mentes eran suficiente mártir.
-Creía que las gafas se usaban para ver bien- no podía darle una verdad mayor que la que sus propios ojos eran capaces de observar, estire las manos intentando alcanzar su rostro para desmontarle los anteojos del puente de la nariz, si era tan ciego como parecía no tendría modo de seguirme el paso sin la ayuda de aquel artefacto que solo la clase media y alta podían conseguir. No era un ladronzuelo y su ahora evidente demencia no tranquilizaba el tamboriteo de mi pecho, atine en tumbarle las gafas o por lo menos eso pensé cuando escuche el eco de un golpe ligero sobre el empedrado. Cuál fue mi sorpresa al ver sobre el suelo los anteojos y la bolsa con monedas por igual, tal parecía que en medio de la desesperación y los golpes habían encontrado el camino fuera de mi bolsillo, quizás deseaban irse en compañía del extraño, quizás el podría gastarlo mejor que yo. Negué rotundamente ante los alborotados pensamientos que transitaban por doquier, los francos me los había ganado con un esfuerzo legitimo.
-Pisare tus anteojos si no me sueltas- la amenaza no parecía realmente tan siniestra y grave como había sonado en mi cabeza pero los no cuerdos suelen tener otras preocupaciones. La hija del carpintero iba siempre de la mano de su muñeca y la gente solía decir que estaba loca, loca como cuando le pedimos prestada su muñeca y habíamos tenido que salir corriendo por miedo a que sus uñas o dientes se encarnaran en alguna parte de nuestros cuerpos, había perdido el control de si misma y sus ojos achocolatados se habían inyectado de enojo y desesperación. Entonces, era una mala idea amenazar con romperle los anteojos a un loco y si la suerte decidida brillar por su ausencia necesitaría un mejor plan, quizás sencillamente tendría que haber actuado aterrada y desentendida desde un principio. Me limite a aguardar con un pie, o la punta del pie, sobre sus anteojos sin perder de vista la bolsa con dinero que acababa de perder.
-Creía que las gafas se usaban para ver bien- no podía darle una verdad mayor que la que sus propios ojos eran capaces de observar, estire las manos intentando alcanzar su rostro para desmontarle los anteojos del puente de la nariz, si era tan ciego como parecía no tendría modo de seguirme el paso sin la ayuda de aquel artefacto que solo la clase media y alta podían conseguir. No era un ladronzuelo y su ahora evidente demencia no tranquilizaba el tamboriteo de mi pecho, atine en tumbarle las gafas o por lo menos eso pensé cuando escuche el eco de un golpe ligero sobre el empedrado. Cuál fue mi sorpresa al ver sobre el suelo los anteojos y la bolsa con monedas por igual, tal parecía que en medio de la desesperación y los golpes habían encontrado el camino fuera de mi bolsillo, quizás deseaban irse en compañía del extraño, quizás el podría gastarlo mejor que yo. Negué rotundamente ante los alborotados pensamientos que transitaban por doquier, los francos me los había ganado con un esfuerzo legitimo.
-Pisare tus anteojos si no me sueltas- la amenaza no parecía realmente tan siniestra y grave como había sonado en mi cabeza pero los no cuerdos suelen tener otras preocupaciones. La hija del carpintero iba siempre de la mano de su muñeca y la gente solía decir que estaba loca, loca como cuando le pedimos prestada su muñeca y habíamos tenido que salir corriendo por miedo a que sus uñas o dientes se encarnaran en alguna parte de nuestros cuerpos, había perdido el control de si misma y sus ojos achocolatados se habían inyectado de enojo y desesperación. Entonces, era una mala idea amenazar con romperle los anteojos a un loco y si la suerte decidida brillar por su ausencia necesitaría un mejor plan, quizás sencillamente tendría que haber actuado aterrada y desentendida desde un principio. Me limite a aguardar con un pie, o la punta del pie, sobre sus anteojos sin perder de vista la bolsa con dinero que acababa de perder.
Lohane- Humano Clase Baja
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 03/03/2013
Re: La confusión está clarísima [Priv.]
Entre la espada y la pared. Quien debería estar en esa posición es la otra persona pero de algún modo se las ha arreglado para tenerlo bajo sus órdenes. Bien hecho. Theodor sin duda le da algunos puntos por eso, después de todo él es un cazador que se supone ha recibido algo de instrucción y debería ser capaz de salir con facilidad de un problema así. No podría estar más equivocado, casi al mismo tiempo que sus lentes vuelan por el aire para terminar en el suelo, descubre que su atacante es en realidad una mujer o podría mejor dicho, ser una chica. ¡Qué mal se siente dando golpes a una dama! Aunque si ella en realidad es un malvado ser sobrenatural no debería sentir culpa alguna, después de todo según lo que ha estudiado, todos estos entes demoniaco suelen no tener compasión alguna ni siquiera por los niños. Entonces en realidad debería atacarla con mucha más fuerza, lo que haría encantado si pudiera ver algo.
— No… no me importa si usted hace eso… — responde con un temblor notorio en la voz que se contrasta con la intención que posee de parecer seguro o amenazador. Carraspea un poco intentando aclarar su garganta y la idea de que ella pueda realmente acabar con sus anteojos no le parece del todo buena ahora, es quizás probable que ella lo haga y ahí sí que su carrera como cazador quedaría terminada. El sueldo como profesor apenas le alcanza para vivir, mucho menos alcanzaría para comprar lentes nuevos, la opción sería entonces comer y poder ver, nunca las dos juntas. — Pero si usted pisa mis gafas no me quedará más opción que matarla… — y al decir esto suena incluso menos creíble que antes, las palabras salen mucho más como las de un niño con un berrinche que un adulto convencido de su misión.
El agarre firme en sus brazos se mantenía constante y aunque la muchachita fuera sobrenatural quizás él aún tenía una ventaja en fuerza al ser un hombre mucho más alto. Eso es lo que intenta creer, podría entonces tomarla de la cintura y elevarla para alejarla de sus anteojos, pero no tiene como deslizar sus brazos sin tener que soltarla por al menos algunos segundos. Muchos le han dicho ya que estos seres son rápidos, impredecibles y ella podría fácilmente correr y alejarse en cuestión de minutos antes de que él alcanzara siquiera a encontrar sus lentes, ponérselos y luego ir en su captura. De todos modos lo intenta y suelta una de sus manos para poder rodear su cuerpo y acercarla más hacia él. Theodor respira profundo y sólo capta aromas humanos en ella, nada distinto, por el contrario, se siente perfectamente normal, demasiado normal.
— Dígame quien es usted… dígame qué es usted… le prometo que si me dice la verdad la dejaré libre, de otro modo juro que la mataré y lo haré sin tener piedad alguna… — ahora ya no tiembla, al hablar el cambio en su decisión es notorio, con claridad se observa que antes podía existir algo de duda y que ahora se ha disipado por completo. ¿Será acaso porque ahora está casi totalmente convencido de que ella es sólo humana? ¿O podría ser entonces que ella es un ser capaz de camuflarse de tal modo que incluso es capaz de confundir su sentido del olfato y además su intuición? La muchacha es pequeña pero no se siente como una niña, mas bien parece una delgada mujer que sabe muy bien lo que desea conseguir. ¿Qué diferencia hay entonces con él? Probablemente sea el hecho de que ella no dudaría, ella iría por su cuello en vez de dedicarse a hablar tanto.
— No… no me importa si usted hace eso… — responde con un temblor notorio en la voz que se contrasta con la intención que posee de parecer seguro o amenazador. Carraspea un poco intentando aclarar su garganta y la idea de que ella pueda realmente acabar con sus anteojos no le parece del todo buena ahora, es quizás probable que ella lo haga y ahí sí que su carrera como cazador quedaría terminada. El sueldo como profesor apenas le alcanza para vivir, mucho menos alcanzaría para comprar lentes nuevos, la opción sería entonces comer y poder ver, nunca las dos juntas. — Pero si usted pisa mis gafas no me quedará más opción que matarla… — y al decir esto suena incluso menos creíble que antes, las palabras salen mucho más como las de un niño con un berrinche que un adulto convencido de su misión.
El agarre firme en sus brazos se mantenía constante y aunque la muchachita fuera sobrenatural quizás él aún tenía una ventaja en fuerza al ser un hombre mucho más alto. Eso es lo que intenta creer, podría entonces tomarla de la cintura y elevarla para alejarla de sus anteojos, pero no tiene como deslizar sus brazos sin tener que soltarla por al menos algunos segundos. Muchos le han dicho ya que estos seres son rápidos, impredecibles y ella podría fácilmente correr y alejarse en cuestión de minutos antes de que él alcanzara siquiera a encontrar sus lentes, ponérselos y luego ir en su captura. De todos modos lo intenta y suelta una de sus manos para poder rodear su cuerpo y acercarla más hacia él. Theodor respira profundo y sólo capta aromas humanos en ella, nada distinto, por el contrario, se siente perfectamente normal, demasiado normal.
— Dígame quien es usted… dígame qué es usted… le prometo que si me dice la verdad la dejaré libre, de otro modo juro que la mataré y lo haré sin tener piedad alguna… — ahora ya no tiembla, al hablar el cambio en su decisión es notorio, con claridad se observa que antes podía existir algo de duda y que ahora se ha disipado por completo. ¿Será acaso porque ahora está casi totalmente convencido de que ella es sólo humana? ¿O podría ser entonces que ella es un ser capaz de camuflarse de tal modo que incluso es capaz de confundir su sentido del olfato y además su intuición? La muchacha es pequeña pero no se siente como una niña, mas bien parece una delgada mujer que sabe muy bien lo que desea conseguir. ¿Qué diferencia hay entonces con él? Probablemente sea el hecho de que ella no dudaría, ella iría por su cuello en vez de dedicarse a hablar tanto.
PS: Lamento mucho la demora u.u
Theodor Wiesengrund- Cazador Clase Media
- Mensajes : 35
Fecha de inscripción : 04/11/2010
Re: La confusión está clarísima [Priv.]
Sus palabras sonaron nerviosas, no creí ninguna de ellas. Me debatía, sin embargo, en pisar sus anteojos o no, porque el hombre parecía demasiado alterado. Más no como aquellos ladrones extasiados por las riquezas que están a punto de conseguir sino, como un niño al que lo han pillado con la boca repleta de migas. Ahora que lo pensaba con tranquilidad, una calma incoherente con el alboroto de la escena, no parecía una mala persona y si la vida de algo me había servido era para reconocer a los hombres que era mejor evitar. Los que habían perdido la esencia humana de sus miradas y parecían más bien movidos por alguna máquina de carbón.
¡Cabrón! Es lo que intento gritar pero las palabras no encuentran espacio entre mis labios apretados. La cercanía de pronto me resulta molesta, intento alejarlo propiciándole algunos golpes sobre el pecho con la mano que me ha soltado para impedirme mover el resto del cuerpo. Siento ganas de llorar, porque ya he pasado por situaciones similares y Levine no está ahora para socorrerme. Cierro los ojos y pienso ahora que lo que el hombre quería no era el dinero, me he equivocado al pensar que podría ser un hombre de buena fe caminando en dirección herrada. Sus palabras, por primera vez, me hacen vacilar y creerle, ya no suena como un niño asustado.
Entre el jaloneo y los golpes me he terminado raspando el codo con la rugosa pared que me mantiene prisionera, un diminuta herida a comparación de las otras tantas que me he hecho en peleas que respaldarían mi fama de varón. En ninguna de aquellas disputas había terminado tan cerca de ningún hombre ¿y si la proximidad le hace comprender lo que nadie sospecha? Abro los parpados con un fuerte rubor en las mejillas que espero la obscuridad del callejón logre disimular, me apresuro a responder porque siento que a pasado una eternidad desde que el hablo – Yo…- acaba de decir que la dejara libre, que me dejara libre, que sabe que soy mujer – No se lo puede decir a nadie- de pronto me preocupa más que pueda pregonar mi verdad a que me mate en el acto.
Apoyo mi mano sobre su pecho y ejerzo cierta presión sobre el, sin empujarlo, solo quiero dejar de sentir su cuerpo presionado sobre el mío, ahora que ha confesado que sabe que no soy un varón parece impropio que sigamos así – Yo no sé qué espera que le diga, soy francesa- quizás era uno de aquellos orates que piensan que las personas nacidas en ciertas naciones no son humanos en realidad sino, una raza menos desarrollada -¿Qué es lo que busca? - habla como un demente y luce demasiado cuerdo, mi madre siempre dijo que esos eran los peores, a los que no se podía leer. He decidido que si me suelta lo convenceré de ir al manicomio, lo siento casi como una obligación moral, no dejar que otro pobre transeúnte pase esta misma desgracia.
Más, a pesar de saber que no está cuerdo como los demás no tengo miedo de estar en una callejuela con él, su promesa de muerte me resulta tranquilizante, como si me hubiera prometido que todo estaría bien – Quizás pueda ayudarlo a encontrar lo que busca-.
¡Cabrón! Es lo que intento gritar pero las palabras no encuentran espacio entre mis labios apretados. La cercanía de pronto me resulta molesta, intento alejarlo propiciándole algunos golpes sobre el pecho con la mano que me ha soltado para impedirme mover el resto del cuerpo. Siento ganas de llorar, porque ya he pasado por situaciones similares y Levine no está ahora para socorrerme. Cierro los ojos y pienso ahora que lo que el hombre quería no era el dinero, me he equivocado al pensar que podría ser un hombre de buena fe caminando en dirección herrada. Sus palabras, por primera vez, me hacen vacilar y creerle, ya no suena como un niño asustado.
Entre el jaloneo y los golpes me he terminado raspando el codo con la rugosa pared que me mantiene prisionera, un diminuta herida a comparación de las otras tantas que me he hecho en peleas que respaldarían mi fama de varón. En ninguna de aquellas disputas había terminado tan cerca de ningún hombre ¿y si la proximidad le hace comprender lo que nadie sospecha? Abro los parpados con un fuerte rubor en las mejillas que espero la obscuridad del callejón logre disimular, me apresuro a responder porque siento que a pasado una eternidad desde que el hablo – Yo…- acaba de decir que la dejara libre, que me dejara libre, que sabe que soy mujer – No se lo puede decir a nadie- de pronto me preocupa más que pueda pregonar mi verdad a que me mate en el acto.
Apoyo mi mano sobre su pecho y ejerzo cierta presión sobre el, sin empujarlo, solo quiero dejar de sentir su cuerpo presionado sobre el mío, ahora que ha confesado que sabe que no soy un varón parece impropio que sigamos así – Yo no sé qué espera que le diga, soy francesa- quizás era uno de aquellos orates que piensan que las personas nacidas en ciertas naciones no son humanos en realidad sino, una raza menos desarrollada -¿Qué es lo que busca? - habla como un demente y luce demasiado cuerdo, mi madre siempre dijo que esos eran los peores, a los que no se podía leer. He decidido que si me suelta lo convenceré de ir al manicomio, lo siento casi como una obligación moral, no dejar que otro pobre transeúnte pase esta misma desgracia.
Más, a pesar de saber que no está cuerdo como los demás no tengo miedo de estar en una callejuela con él, su promesa de muerte me resulta tranquilizante, como si me hubiera prometido que todo estaría bien – Quizás pueda ayudarlo a encontrar lo que busca-.
Lohane- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 03/03/2013
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