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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Cocó A. Cavendish Lun Abr 01, 2013 4:13 pm

La noche se habría pasó expulsando al sol y con ella el burdel comenzaba a despertar de su letargo. Durante el día las ventanas estaban cerradas y el silencio era dueño y señor de aquel pequeño trozo de infierno en la tierra mientras su habitantes eran mecidos por los brazos de Morfeo. Nadie quería ver los demonios que allí habitaban cuando sus trajes de cordero reposaban sobre el suelo. Aquel era un lugar hostil cuando no era necesario guardar las apariencias, nadie se cortaba a la hora de imponer su voluntad y mucho menos a la hora de demostrar su alma corrompida a base de sexo sin placer y mentiras venenosas. Sin embargo todo era distinto cuando la luna reinaba y sus fieles siervas adornaban sus cabellos y escondían su podredumbre bajo capas de maquillaje y colonia barata que lograba embotar los sentidos de los clientes. Esas indómitas mujeres no se paraban ante nada, eran capaces de vender su alma al mejor postor a cambio de un par de monedas y los clientes que aquella noche comenzaban a hacerse oir en el burdel estaban a punto de comprobarlo. Algunos eran clientes habituales, otros presas que habían de ser cazadas para asegurarse futuros clientes. Las mujeres comenzaban a bajar, el festín de la carne había comenzado en la planta baja y pronto tocaría su punto más alto en las alcobas de la primera planta. Pero no todas estaban allí presentes, no todas estaban ya denigrando su alma entre las piernas de un hombre, no.

Una joven rubia miraba por la ventana de una de las alcobas y contemplaba desde allí la entrada al local, quería cerciorarse de tenerlo todo bajo control, de saber cual sería el mejor postor y cual no. Aquella indomable mujer era la guinda de aquella fiesta de frivolidad y deseos, ella era la viva imagen de la ambición, la astucia y la manipulación. Ella era el alma, o, teniendo en cuenta el contexto, la maldición de aquel lugar, el demonio encarcelado que lograba provocar dolor y deseo a partes iguales a su paso. Las demás prostitutas no querían ni verla porque eran conscintes de su poder y de que enfrentarse a ella suponía caer en desgracia. Aquel estupido rumor que corría y que decía que cualquiera que se enfrentase a la indomable mujer terminaba muy mal parado había sido una bendición para Cocó, una increible desfachatez que le había otorgado el poder de hacerse valer por aquella panda de gallinas cluecas. En realidad la verdad no distaba tanto del rumor, pero, eso sí, se alejaba considerablemente de las afirmaciones que la ligaban con el demonio. La verdad era simple y llana: ella había llegado a ese lugar con poco más que su cuerpo y su anstucia pero se había ganado el favor de cuantiosos hombres contando con el dueño del local y esto la dava el divino derecho a pasearse como una reina y a exigir lo que alguien con un ego como el suyo considera merecer.

El ruido abajo fue a más y pensó que había llegado su hora, el camino ya había sido allanado y nada tenía que perder. Su cabello caía sobre sus hombros en unos perfectos y sedosos tirabuzones que le daban un aire exótico y fiero que volvería loco al más estóico de los hombres. Su figura se veía estrechada por un corse más apretado de lo necesario que oprimía sus prominentes pechos realzando su figura. Esta noche no pensaba salir en busca de sus presas, dejaría que llegasen al burdel por su propio pie así que en vez de ataviarse con uno de sus vestidos más llamativos, se limito a ponerse una especie de camisola blanca de gasa fina que marcaba sus curvas. El festival de gemidos ya había comenzado en las habitaciones próximas a la suya, su hora había llegado. Bajó por las escaleras sin siquiera inmutarse cuando tanto hombres como mujeres se hacían a un lado, unos para contemplar el fruto de su deseo y otros para evitar estupidas maldiciones. La embrujada, la hija de Lucifer, esa era ella. Le gustaba calcular su jugada, tenerlo todo controlado, y para ello necesitaba pensar, ver y oír. El aire olía a sudor, tabaco y whisky barato, la noche acababa de comenzar.
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Mensaje por Deliah Reeves Lun Abr 01, 2013 6:57 pm

El eco proveniente del golpeteo dado por los zapatos sobre el frío asfalto era lo único que podía escucharse en ese solitario y sucio callejón. Aquel sonido se hacía más y más fuerte por la cercanía del individuo, pero de igual forma se percibía algo irregular por la torpeza de sus pasos. Rindiéndose ante un leve mareo, decide recargar su hombro izquierdo a uno de los muros sólo con el fin de cerrar sus profundos ojos y dejarse llevar por la calma momentánea. Suspira un par de veces y alza la mirada mientras su expresión se torna algo molesta. A la distancia se observaba aquel lugar que desprendía cierta esencia de repulsión y morbo mixtos a ojos de los ciudadanos. La pelinegra se preguntaba constantemente los motivos por los cuales se encontraba ahí, especialmente al saber que no tenía ni el aspecto y mucho menos los motivos para “trabajar” en ello. Empezando por su apariencia, su largo vestido negro de moderado escote no despertaría ni el más mínimo deseo de cualquier observador; su rostro no tenía una pizca de maquillaje, por lo que su natural belleza sería lo único que se reflejaría en el mismo. Finalmente su cabello estaba apenas agarrado por unas pinzas que dejaban escapar unas cuantas hebras a la altura de sus mejillas… así que definitivamente su aspecto físico no le ayudaría en convencer siquiera al más ingenuo de los clientes, o eso pensaba ella. ¿Y qué decir de los motivos? Sinceramente se sentía tan hastiada en esos justos momentos al punto de amenazar al primero que se le acercara, contando que a su disposición tenía numerosas y pequeñas dagas en diferentes partes del vestido. Entonces... ¿por qué estaba ahí?

-No quiero regresar… -se responde a sí misma en leves susurros. Últimamente, Deliah había estado experimentado un vacío que no le había dejado dormir tranquilamente hasta la fecha. Ni sus interminables negocios con la venta de opio, ni los diferentes trabajos de medio tiempo y ni siquiera sus constantes visitas al orfanato han sido suficientes para mantener su cabeza ocupada dado que esa incómoda sensación se mantenía. No quería llegar al inmundo cuarto que tenía por hogar para hacer nada, hundirse en un inexplicable temor y rendir culto al insomnio. ¡No señor! Ella debía salir, asumir una postura casi nómada frente a sus andanzas y ver el amanecer en donde fuera que estuviera. ¿Entonces por ello se encontraba cerca del burdel? En verdad... no. La razón, muy pero muy a su pesar, se encontraba justamente en esos momentos en uno de los balcones de la casona, divisando cual emperatriz los límites de su territorio; seguramente no le habría visto debido a la distancia en la que ella aún se encontraba del lugar. Aferra la botella de vino con su zurda mientras se impulsa para incorporarse y vuelve a caminar a paso lento. No se encontraba borracha ya que simplemente había tomado la mitad del contenido, y tampoco drogada a pesar de llevar consigo opio en sus bolsillos, suficiente para noquear a cualquiera; extrañamente su alma pesaba y a veces ni ganas de respirar tenía la joven mujer.

-No puedo creer que esté aquí… -murmura mientras rueda los ojos. El asunto era que si bien Deliah buscaba algo que llenara su alma y que le reconfortara de alguna u otra forma, Cocó para nada sería la solución; bien lo sabía ella al sólo recordar las desagradables situaciones que ha tenido con la susodicha. ¿Entonces qué máscara requería para tratar con ella? Al pensar aquello cambia inmediatamente a una postura más confiada y sin más acelera el paso hasta llegar al burdel. Enciende un cigarro con uno de sus cerillos y al ver que ella había bajado, sencillamente le sonríe con encanto. Se acerca a ella de forma lenta y ciertamente cuidadosa para terminar al frente suyo. Expulsa el humo a un costado y finalmente le mira de reojo mientras murmura.

-Me extraña de sobremanera que no te encuentres ocupada ahora mismo –cierra sus ojos tranquilamente y prosigue- He venido porque… porque dejé mi antifaz. La última vez no soporté un cliente y me largué sin él –estúpidas excusas que seguramente la menor no creería al saber muy bien que aquel objeto es como su segunda piel; era imposible que Deliah lo dejara- ¿Le has visto? –antes de que respondiera, alza la botella a la altura de su rostro para ofrecerle de aquel vino semi-seco- ¿Gustas? –muy a diferencia de la mayoría de las personas de ahí, la joven Reeves tenía la osadía de interactuar lo necesario con Cocó. Sin embargo, el asunto tenía lógica: en cualquier pacto con el diablo, sencillamente las posibilidades de abandonar el mismo son casi nulas. Deliah simplemente se acostumbró a aquella mujer... quiéralo o no.
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Mensaje por Cocó A. Cavendish Jue Abr 04, 2013 7:08 am

Al llegar a la barra, se apoyó en esta de con sus codos de manera sugerente y provocativa, acariciando con su dedo indice su labio inferior y echando hacia atrás sus caderas de forma que sus nalgas se marcasen en la fina gasa trasparente que cubría su cuerpo. Todo estaba calculado. Sabía donde poner la mano, como sonreír e incluso como pestañear para obtener lo que quería. Cocó era una artista y tenía absoluto dominio sobre su cuerpo. Era tan extremadamente calculadora que con el fin de obtener lo que ansiaba era capaz de incluso calcular y controlar sus sentimientos. Aunque, cierto es que eso no escondía ningún misterio ya que de su frío y gélido corazón apenas brotaba ningún sentimiento que no fuese dirigido a ella misma.

El mesero, un hombre de unos cuarenta años, con entradas y barriga cervecera se acercó. Baptiste, que así se llamaba, era un hombre rudo y de pocas palabras que olía a whisky barato y tabaco de pipa. Nunca se había casado ni tampoco ansiaba hacerlo, su mayor placer era beber hasta desfallecer y a poder ser despertarse junto a alguna de las jóvenes que allí trabajaba. No era exigente, con algo caliente le bastaba. Había malgastado su vida entre partidas de poker y peleas de borrachos y de haberle quedado algo de amor propio lo lamentaría. -Querido, sírveme una copa de ese vino que tanto me gusta.- le dijo Cocó en tono seductor y le guiñó un ojo. Aquello, consiguió poner nervioso a Baptiste, cosa que pocas veces le pasaba, pero misteriosamente aquella mujer siempre lo lograba. Con manos temblorosa y con el sudor resbalando por su frente, le sirvió la copa que ella había pedido. Gratis, como no. -Gracias.- respondió ella y se mordió el labio inferior. Él quiso continuar la conversación pero tras obtener lo que quería ella ya le había dado la espalda. "Estúpido..." pensó.

Pero la fiesta tan solo había comenzado. De improviso y sin darle ningún tipo de margen para maniobrar ella se presento frente a Cocó. Ella, siempre ella. Se trataba de una mujer morena de rasgos elegantes y seductores que le miraba a los ojos mientras expulsaba el humo de entre sus labios. Nadie más osaba hacerlo. Le sostuvo la mirada y sonrió en una mezcla de picardía y amabilidad. "Ahora no." se tuvo que recordar a si misma. No podía permitirse perder el tiempo con ella, tenía que seguir buscando a ese necio que la sacaría de allí. Escucho su comentario y rió irónicamente- Cierto, ahora mismo debería de estar cabalgando sobre algún hombre rico y no aquí.- le espetó. Lo cierto es que le guardaba demasiado rencor a esa mujer. La atracción que sentía por ella le hacía débil, se había convertido en la mayor piedra en su camino hacia la nobleza. Su actitud para con Deliah, que así se llamaba, era cruel y altanera porque por dentro podía comenzar a sentir como su gélido corazón comenzaba a descongelarse y no podía permitirlo.

Dio un paso hacia atrás y justo cuando iba a darle la espalda y a salir de ahí escuchó su comentario sobre el antifaz. La irónica risa previa se transformo en un risa sincera. -¿Tu antifaz?- No podía creérselo. ¿Deliah perder su antifaz? Aquello era imposible, jamás se apartaba de él. Sabía que era una excusa y también sabía que Deliah era consciente de que no se lo iba a creer. ¿Qué quería entonces? Fuese lo que fuese había conseguido que mordiese el anzuelo. Los demás hombres con dinero en los bolsillos pasaron a un segundo plano, ahora le interesaba ella. -La verdad es que no lo he visto desde aquella noche...- dejo caer mientras clavaba sus ojos en los de ella y alzaba una ceja con picardía. Aquella noche había sido la noche en la que ambas habían yacido juntas, una de las pocas noches en las que Cocó se permitía disfrutar y olvidaba sus ambiciones. Negó con la cabeza a su ofrenda de vino, mas sin embargo se tomo sin pedir permiso el cigarro de Deliah de entre sus dedos y lo llevó a sus labios.-¿Qué haces por aquí?- le preguntó sin miramientos mientras dejaba escapar el humo.-No me digas que me echas de menos...-dejó caer de forma cruel y despiadada con una sonrisa acida en sus labios. Sus crueles maneras siempre salían a relucir como mecanismo de defensa de su inexistente alma. De esa manera Cocó siempre sería Cocó.
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Mensaje por Deliah Reeves Lun Abr 08, 2013 4:51 pm

El asunto no iba a ser para nada sencillo, teniendo en cuenta que ambas estaban en ese entorno en el que el mantener una conversación medianamente coherente no era una prioridad. Para empeorar las cosas, era complicado tratar con esa preciosa mujer y más al saber que ella debía aprovechar algún hombre para que le diera eso que tanto le complacía: poder. Y efectivamente se lo hizo saber cuando hablo aquello de “cabalgar” sobre un hombre rico, lo cual hizo que Deliah se mordiera la lengua de sólo imaginarla completamente desnuda sobre el cuerpo de aquel que le daría un buen dineral al final de la sesión. ¿Una reacción deseable? ¡Por supuesto que no! Se trataba de sentir incomodidad de saber que ella se acostaba con cualquier tipo que se le acercara con dinero… ¡Estabamos hablando de una prostituta! Además ¿qué decir de ella misma? A pesar de que fueran una o dos veces cada dos semanas, ella también lo era. Después de repasar la absurda y enormemente ilógica situación, Deliah se limitó a sonreír de manera tenue aunque con cierto toque de ironía.

Y ahora la mujer se disponía a irse sin siquiera dar explicaciones, como si le diera a entender que se daba el lujo de dar la pauta a todo lo que estuviera a su disposición. Sin embargo, la pregunta hecha sobre el antifaz que no resultaba para nada convincente, fue efectiva para mantenerle aún cerca. Al escuchar su respuesta no pudo evitar tomar una bocanada de aire para retenerlo y así no explotar en nerviosismo- Desde aquella noche… -parafrasea en murmuros, aún manteniendo su intensa mirada en los orbes de la castaña. Inmediatamente sus recuerdos comienzan a jugar con su inestable cabeza, mostrando como sus cuerpos desnudos batallaban para satisfacerse mutuamente. De igual forma recordaba la manera en que había terminado sobre su cuerpo, jadeando contra aquella piel de agradable aroma. Inmediatamente peina hacia atrás su cabello con los dedos de su diestra y disfraza su estado mental con una mirada pensativa, para luego cerrar sus ojos con tranquilidad- Esa noche en la que para tu desgracia no ganaste siquiera un centavo –soltó sin miramientos y ya un poco molesta. Aquel comentario fácilmente se malinterpretaría como una especie de provocación, pero que en el fondo no era más que algo que quería recordarle a esa mujer: ambas lo deseaban y el dinero jamás estuvo de por medio.

Refunfuña en respuesta a como su cigarrillo es arrebatado por una de las finas manos de la menor- Hmm… adelante –luego arquea una ceja al escucharle decir lo último- ¿Echarte de menos? Por favor… -suelta una leve carcajada que apenas flaqueaba al sentirse entre la espada y la pared- ¿Acaso no puedo venir a este sitio cada vez que me place? No tengo por qué echarte de menos –baja su voz cuando dice lo último, evidenciando así su poco convencimiento al respecto. Estaba bastante enojada consigo misma ya que podía sentir la manera en que su autocontrol se iba desmoronando poco a poco a manos de aquella mujer. Debía hacer algo, así que le quitó de la misma forma el cigarro y se le queda mirando en silencio al tiempo que da una lenta calada.

-Esto está infestado de gente. Parecen cerdos cuando les llevan comida. –dice con cierta molestia justo antes de echar un vistazo a su alrededor, notando así la presencia de un hombre que miraba fijamente a Cocó. De manera inconsciente abre y cierra su puño con lentitud- Parece que ese hombre busca algo de ti… se le nota a leguas –frunce el ceño– Y es uno de los ricos, por lo que veo de su traje –completa mientras da unos cuantos pasos hacia atrás, asumiendo que la menor no tendría ni la más mínima razón para no aceptar estar con él. Sin embargo, iba a intentar algo, y si aquello no funcionaba, sencillamente se iría de allí- Hoy siento insoportable el ruido y no creo poder quedarme más tiempo. Entonces… ¿Te irás con ese tipo o me llevarás a un sitio más tranquilo? -tal vez fue una acción bastante estúpida, especialmente al imaginar una carcajada por parte de la joven mujer como respuesta. Sólo le quedaba esperar.
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