AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Limpiando la ciudad de espectros [Bastian]
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Limpiando la ciudad de espectros [Bastian]
La furtiva noche lo había acorralado en la catedral, las titilantes lenguas de fuego que calentaba la estancia e iluminaban pobremente el lugar le impidieron comprender a ciencia cierta la hora que exigía el reloj por mandato directo de la ubicación de los astros. Las horas pasaron sin dejar ningún rastro tras de si, ningún vestigio que pudiese indicarle el tiempo que había permitido pasar asistiendo y orando en la casa de su Señor padre. Retraso su partida tanto cuanto el sacerdote le permitió merodearse entre las altas paredes y beatos, aquellos santos inmortalizados en las figurillas de metal, con aquellos orbes huecos que parecían seguirlo en un eterno silencio.
El motivo de su necedad y casi necesidad de postergar su partida era una verdad que no se preocupaba en negarse a si mismo. La estadía en la casa de su tío lo había viciado, las discusiones y promesas de venganza se hacían escuchar con temerosa continuidad, la incomodad y el enojo se habían impregnado en las cortinas, las ofensas se habían acunado en la madre hueca. Era inevitable intoxicarse con aquella monotonía cuando el aire saturado del lugar los invitaba tan cínicamente a volver a la rutina, una palabra bastaba para comenzar la discusión. El sacristán había optado por alejarse de ese lugar envenado, buscaba refugio en la catedral, en las palabras amigables del sacerdote y su fidelidad en Dios. Rezaba por su tío, para que algún día el pobre hombre pudiese darse cuenta de la realidad, esperaba que su oración le encontrase un lugar mejor en los cielos.
Había decidido que era hora de partir cuando sintió los labios secos de tanto articular y los parpados pesados por no dormir las horas rudimentarias, sus claros orbes se empañaban en el cansancio. Avanzaba sobre el empedrado de regreso a su vivienda, había dejado de llamarle hogar cuando el sentimiento de calidez y pertenencia se había extinto suplido por el desasosiego y la desesperanza. Sabía que los primeros meses en París habrían sido imposibles sin su ayuda, sabía que de no ser por el jamás habría llegado a aquel lugar, comprendía que le debía en gran medida su nueva vida y por ello, y por haber sido hermano de su madre, soportaba sus desprecios. Cuanto más fácil seria todo si sus padres siguiesen con él, extrañaba sobre todo a Teva y su graciosa manera de contonear las carnes al caminar. Se odio por extrañar más a su amiga que a sus padres.
Escondió el cuello entre los hombros cuando el halito otoñal meso sus cabellos colándose por debajo de su ropa, una promesa del duro invierno que azotaría la ciudad, se prometió que llevaría sabanas y cobertores al orfanato. El ladrido lejano de un lebrel y el maullido austero de un gato clamaron su atención obligándolo a detenerse en seco y observar en derredor, la tenue luz de las farolas se refractaba sobre el suelo como cuadros luminosos de contornos bien delimitados. Un escalofrió erizo el vello de su nuca obligándolo a continuar su andar “Dulce Madre, no te alejes…”
El motivo de su necedad y casi necesidad de postergar su partida era una verdad que no se preocupaba en negarse a si mismo. La estadía en la casa de su tío lo había viciado, las discusiones y promesas de venganza se hacían escuchar con temerosa continuidad, la incomodad y el enojo se habían impregnado en las cortinas, las ofensas se habían acunado en la madre hueca. Era inevitable intoxicarse con aquella monotonía cuando el aire saturado del lugar los invitaba tan cínicamente a volver a la rutina, una palabra bastaba para comenzar la discusión. El sacristán había optado por alejarse de ese lugar envenado, buscaba refugio en la catedral, en las palabras amigables del sacerdote y su fidelidad en Dios. Rezaba por su tío, para que algún día el pobre hombre pudiese darse cuenta de la realidad, esperaba que su oración le encontrase un lugar mejor en los cielos.
Había decidido que era hora de partir cuando sintió los labios secos de tanto articular y los parpados pesados por no dormir las horas rudimentarias, sus claros orbes se empañaban en el cansancio. Avanzaba sobre el empedrado de regreso a su vivienda, había dejado de llamarle hogar cuando el sentimiento de calidez y pertenencia se había extinto suplido por el desasosiego y la desesperanza. Sabía que los primeros meses en París habrían sido imposibles sin su ayuda, sabía que de no ser por el jamás habría llegado a aquel lugar, comprendía que le debía en gran medida su nueva vida y por ello, y por haber sido hermano de su madre, soportaba sus desprecios. Cuanto más fácil seria todo si sus padres siguiesen con él, extrañaba sobre todo a Teva y su graciosa manera de contonear las carnes al caminar. Se odio por extrañar más a su amiga que a sus padres.
Escondió el cuello entre los hombros cuando el halito otoñal meso sus cabellos colándose por debajo de su ropa, una promesa del duro invierno que azotaría la ciudad, se prometió que llevaría sabanas y cobertores al orfanato. El ladrido lejano de un lebrel y el maullido austero de un gato clamaron su atención obligándolo a detenerse en seco y observar en derredor, la tenue luz de las farolas se refractaba sobre el suelo como cuadros luminosos de contornos bien delimitados. Un escalofrió erizo el vello de su nuca obligándolo a continuar su andar “Dulce Madre, no te alejes…”
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: Limpiando la ciudad de espectros [Bastian]
Vampiros… Le encantaría describirlos como simples bestias chupa sangre pero, en realidad eran más que eso, menospreciarlos siquiera un poco podría costarle la vida y subestimarles asegurar su muerte. Por eso no pretendía comprenderles, solo buscaba cazarles…
Su encargo del día era un joven rubio recién convertido, por su nula experiencia era más fácil cazarles, pero al estar un poco más vivos que los vampiros comunes eran de mayor cuidado, tenían más resistencia, más fuerza y podían recuperarse más rápido de las heridas, pero también, eran más impulsivos y descuidados, este mismo defecto ayudó a que el pelirrojo le encontrase pronto, aunque poco pudo hacer por unos cuantos desdichados que se atravesaron en el camino del incontrolable y sediento vampiro. Su rostro era la más fehaciente muestra de que el poder alcanzado tras ser convertido podría enloquecer a cualquiera, no tenía remordimientos, la ansiedad se había adueñado de él, y poco a poco su comportamiento se iba tornando más parecido al de una bestia.
Bastian, aprovechando el descuido del rubio afinó su puntería con su ballesta y se dispuso a dispararle antes de que notase su presencia. Un enfrentamiento cuerpo a cuerpo podría salirle caro y perseguir a alguien tan rápido no estaba entre sus opciones, así que la mejor opción era acabar con él cuanto antes, además, no tenía ningún tipo de interés en mantener una conversación con alguien como él. Pero justo antes de que estaca saliera disparada, alguien más le atacó por la espalda, otro de esos, otro neófito. Controlarle había sido todo un desafío, pero a tiempo sacó una de sus tantas armas y disparó en su pecho, luego, y para mayor seguridad traspasó este mismo con una estaca, él no sería más un problema, pero el rubio de turbio semblante era una historia totalmente diferente…
Con una contundente herida a un costado de su cuerpo y con el mismo dolor que cualquier humano sentiría el vampiro huyó del lugar, desangrándose descuidadamente al hacerlo, si antes tenía necesidad de sangre ahora de verdad ansiaba adueñarse de aquel vital líquido, pero antes que nada, debía tratar esa profunda herida. Apretó sus dientes por el dolor y redujo considerablemente su velocidad, su sangre aun estaba cliente, por lo que su apariencia y todo él se veían como un humano completamente normal, y él lo sabía, por eso no dudó en sacar ventaja de esta situación antes de debilitarse por completo.
-Ayuda…- Se quejó del dolor en varias oportunidades, mientras arrastraba consigo un hilo de sangre, poco a poco su consciencia comenzaba a cegarse, pero no todo parecía estar mal para él, divisó a alguien más en su camino y adquiriendo la pose más lastimera posible avanzó en su dirección –Por favor ayúdame…- La estaca ya no estaba en su cuerpo, la había dejado un par de calles atrás, la herida la cubría con su propia mano y de ésta había brotado tanta sangre que difícilmente podría deducir que el color escarlata que bañaba sus ropas procedía en parte de las víctimas que antes había atacado.
Su encargo del día era un joven rubio recién convertido, por su nula experiencia era más fácil cazarles, pero al estar un poco más vivos que los vampiros comunes eran de mayor cuidado, tenían más resistencia, más fuerza y podían recuperarse más rápido de las heridas, pero también, eran más impulsivos y descuidados, este mismo defecto ayudó a que el pelirrojo le encontrase pronto, aunque poco pudo hacer por unos cuantos desdichados que se atravesaron en el camino del incontrolable y sediento vampiro. Su rostro era la más fehaciente muestra de que el poder alcanzado tras ser convertido podría enloquecer a cualquiera, no tenía remordimientos, la ansiedad se había adueñado de él, y poco a poco su comportamiento se iba tornando más parecido al de una bestia.
Bastian, aprovechando el descuido del rubio afinó su puntería con su ballesta y se dispuso a dispararle antes de que notase su presencia. Un enfrentamiento cuerpo a cuerpo podría salirle caro y perseguir a alguien tan rápido no estaba entre sus opciones, así que la mejor opción era acabar con él cuanto antes, además, no tenía ningún tipo de interés en mantener una conversación con alguien como él. Pero justo antes de que estaca saliera disparada, alguien más le atacó por la espalda, otro de esos, otro neófito. Controlarle había sido todo un desafío, pero a tiempo sacó una de sus tantas armas y disparó en su pecho, luego, y para mayor seguridad traspasó este mismo con una estaca, él no sería más un problema, pero el rubio de turbio semblante era una historia totalmente diferente…
Con una contundente herida a un costado de su cuerpo y con el mismo dolor que cualquier humano sentiría el vampiro huyó del lugar, desangrándose descuidadamente al hacerlo, si antes tenía necesidad de sangre ahora de verdad ansiaba adueñarse de aquel vital líquido, pero antes que nada, debía tratar esa profunda herida. Apretó sus dientes por el dolor y redujo considerablemente su velocidad, su sangre aun estaba cliente, por lo que su apariencia y todo él se veían como un humano completamente normal, y él lo sabía, por eso no dudó en sacar ventaja de esta situación antes de debilitarse por completo.
-Ayuda…- Se quejó del dolor en varias oportunidades, mientras arrastraba consigo un hilo de sangre, poco a poco su consciencia comenzaba a cegarse, pero no todo parecía estar mal para él, divisó a alguien más en su camino y adquiriendo la pose más lastimera posible avanzó en su dirección –Por favor ayúdame…- La estaca ya no estaba en su cuerpo, la había dejado un par de calles atrás, la herida la cubría con su propia mano y de ésta había brotado tanta sangre que difícilmente podría deducir que el color escarlata que bañaba sus ropas procedía en parte de las víctimas que antes había atacado.
Bastian Leroy- Cazador Clase Media
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Re: Limpiando la ciudad de espectros [Bastian]
Creía que se volvía loco, escuchando voces inexistentes que el viento se encargaba de arrastrar a sus oídos, ecos distantes que parecían más un engaño de su imaginación que la realidad. Fue entonces, mientras avanzaba intentándose convencer de su cordura, que la voz que antes pareció emergida de su mente se materializo en el aire a su alrededor. Una voz ronca y trémula que lo obligo a cesar su andar y girar sobre sus talones para encontrarse así con el locutor, lo que vio, le aterro. Y habría preferido saberse loco antes de ver a alguien más en una desgracia como la que tenia frente a sus ojos, la sangre escarlata encontraba camino entre sus dedos desbordándose hacia el suelo. Espesas gotas que se adhirieron al empedrado.
Habría deseado forjarse una educación que incluyera conocimientos básicos de la medicina y los cuidados, entonces no estaría titubeante como lo hacía ahora al ver la cantidad de sangre emergiendo de las entrañas del desconocido hombre. Avanzo con pasos rápidos aunque torpes para encontrarse próximo al desdichado ser que se desangraba frente a sus ojos -¿Qué le ha pasado?- observo en derredor esperando encontrar alguna ayuda que nunca llego. Sin pensarlo, se despojo de la gabardina que hasta entonces cubría sus hombros para intentar detener el profuso sangrado. Nunca antes había estado en una situación similar y eran los nervios y el desentendimiento lo que lo orillaban a un actuar tan precipitado.
La catedral era el lugar más cercano que conocía donde alguien los podría ayudar, la idea de llegar hasta el hospital le parecía descabellada, seguramente el hombre no tendría las fuerzas para caminar el arduo camino y él, no tenía la condición para llevarlo a cuestas. Pronto sus manos se tiñeron con la sangre del otro -¿Cree poder llegar a la catedral? Desde ahí podemos usar el carruaje del sacerdote para llevarlo al hospital- sabía que el canoso hombre no tendría ningún inconveniente en prestarle su medio de transporte para salir la vida de un hijo de Dios. Sujeto el brazo del hombre aun sin nombre y los coloco entorno a sus hombros para ayudarlo a caminar de regreso sobre sus pasos, creía que no se había alejado más de algunas calles.
-¿Cuál es su nombre?- necesitaba mantenerlo despierto porque si dormía nadie le podría asegurar que volviese a despertar, era el mundo apócrifo un lugar mucho mejor cuando el dolor azota el cuerpo. El monaguillo lo sabía, no dudaba del sufrimiento por el que atravesaba el hombre a quien intentaba ahora ayudar de una posible muerte, por lo menos, prometía no dejarlo solo hasta saber que estaba mejor.
Habría deseado forjarse una educación que incluyera conocimientos básicos de la medicina y los cuidados, entonces no estaría titubeante como lo hacía ahora al ver la cantidad de sangre emergiendo de las entrañas del desconocido hombre. Avanzo con pasos rápidos aunque torpes para encontrarse próximo al desdichado ser que se desangraba frente a sus ojos -¿Qué le ha pasado?- observo en derredor esperando encontrar alguna ayuda que nunca llego. Sin pensarlo, se despojo de la gabardina que hasta entonces cubría sus hombros para intentar detener el profuso sangrado. Nunca antes había estado en una situación similar y eran los nervios y el desentendimiento lo que lo orillaban a un actuar tan precipitado.
La catedral era el lugar más cercano que conocía donde alguien los podría ayudar, la idea de llegar hasta el hospital le parecía descabellada, seguramente el hombre no tendría las fuerzas para caminar el arduo camino y él, no tenía la condición para llevarlo a cuestas. Pronto sus manos se tiñeron con la sangre del otro -¿Cree poder llegar a la catedral? Desde ahí podemos usar el carruaje del sacerdote para llevarlo al hospital- sabía que el canoso hombre no tendría ningún inconveniente en prestarle su medio de transporte para salir la vida de un hijo de Dios. Sujeto el brazo del hombre aun sin nombre y los coloco entorno a sus hombros para ayudarlo a caminar de regreso sobre sus pasos, creía que no se había alejado más de algunas calles.
-¿Cuál es su nombre?- necesitaba mantenerlo despierto porque si dormía nadie le podría asegurar que volviese a despertar, era el mundo apócrifo un lugar mucho mejor cuando el dolor azota el cuerpo. El monaguillo lo sabía, no dudaba del sufrimiento por el que atravesaba el hombre a quien intentaba ahora ayudar de una posible muerte, por lo menos, prometía no dejarlo solo hasta saber que estaba mejor.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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Re: Limpiando la ciudad de espectros [Bastian]
La herida en su cuerpo era realmente dolorosa. Jamás había experimentado sensación igual, haber sacado aquel objeto de su cuerpo solo había empeorado su estado, pero le ahorraba largas y tediosas explicaciones, no tenía tiempo que perder, cada gota que escapaba de su cuerpo era un grito ahogado de la necesidad de aquel precioso líquido, pero debía resistirse, debía estar medianamente curado antes de arrebatarle la vida aquel quien le estaba tendiendo la mano.
-Alguien me ha atacado, ayúdame por favor…- Sus ojos cristalizados y quebrantada voz dejaban traslucir aquel inmenso padecimiento que el rubio estaba atravesando en esos momento. Se abrigó como pudo con la gabardina ofrecida; tenía frio, un frío indescriptible que no sería aliviado simplemente con aquella prenda, pero para un cuerpo quebrantado como el suyo cualquier migaja de calor era más que valorable. Con firmeza, se sujetó al moreno a su lado encontrando en él el apoyo perfecto para poder desplazarse sin tantas complicaciones
–Vayamos donde tú quieras, pero hagámoslo pronto…- Pasó su brazo por los hombros del otro, rosando su cuello al hacerlo, le estaba tentando, estaba sediento, no sabía cuánto podía aguantar solo sabía que debía hacerlo, aunque aun sabiendo esto, en más de una oportunidad vio la tersa piel del moreno con esas mismas ansias con las que un ambiento observaba un suculento manjar. Se veía esquicito… Antes de ser convertido había escuchado rumores de que la sangre tenía diversos sabores, que algunas eran más apetecibles que otras, y que había ocasiones en que esta era tan deliciosa que los vampiros dejaban secas a sus víctimas ¿Qué sabor tendría moreno? Un corrientazo de dolor consiguió apagar el brillo adquirido por sus ojos recordándole que necesitaba ayuda y pronto, así que hizo a un lado sus ansiosos pensamiento y se concentró solo en escuchar al otro –Me llamo Daviel…- Respondió con gran esfuerzo, pero poco a poco fue regulando su respiración para así poder hablar mientras dada tortuosos pasos.
Con mucho esfuerzo lograron acercarse a la iglesia, dudaba que en ese lugar pudiese obtener la ayuda necesaria, pero no le quedaba más que tener fe, esa misma fe que solo era trasmitida a su cuerpo gracias a la presencia y cercanía del otro –Estás nervioso ¿cierto?- Adornó su empalidecido rostro con una simpática sonrisa, al tiempo que buscaba la mirada del moreno –Gracias…- habló en voz baja soltando un prolongado suspiro a la vez que cerraba fuertemente sus ojos, pero luego y muy lentamente volvió a abrirlos fijando ahora su mirada en el que fuese el camino más difícil que hubiese recorrido en toda su vida –Yo aun no sé tu nombre… me haría bien saberlo- rió un poco, pero luego soltó un fuerte quejido, su situación física era de consideración, seguramente si todavía fuese un simple humano hace mucho que ya hubiese muerto.
-Alguien me ha atacado, ayúdame por favor…- Sus ojos cristalizados y quebrantada voz dejaban traslucir aquel inmenso padecimiento que el rubio estaba atravesando en esos momento. Se abrigó como pudo con la gabardina ofrecida; tenía frio, un frío indescriptible que no sería aliviado simplemente con aquella prenda, pero para un cuerpo quebrantado como el suyo cualquier migaja de calor era más que valorable. Con firmeza, se sujetó al moreno a su lado encontrando en él el apoyo perfecto para poder desplazarse sin tantas complicaciones
–Vayamos donde tú quieras, pero hagámoslo pronto…- Pasó su brazo por los hombros del otro, rosando su cuello al hacerlo, le estaba tentando, estaba sediento, no sabía cuánto podía aguantar solo sabía que debía hacerlo, aunque aun sabiendo esto, en más de una oportunidad vio la tersa piel del moreno con esas mismas ansias con las que un ambiento observaba un suculento manjar. Se veía esquicito… Antes de ser convertido había escuchado rumores de que la sangre tenía diversos sabores, que algunas eran más apetecibles que otras, y que había ocasiones en que esta era tan deliciosa que los vampiros dejaban secas a sus víctimas ¿Qué sabor tendría moreno? Un corrientazo de dolor consiguió apagar el brillo adquirido por sus ojos recordándole que necesitaba ayuda y pronto, así que hizo a un lado sus ansiosos pensamiento y se concentró solo en escuchar al otro –Me llamo Daviel…- Respondió con gran esfuerzo, pero poco a poco fue regulando su respiración para así poder hablar mientras dada tortuosos pasos.
Con mucho esfuerzo lograron acercarse a la iglesia, dudaba que en ese lugar pudiese obtener la ayuda necesaria, pero no le quedaba más que tener fe, esa misma fe que solo era trasmitida a su cuerpo gracias a la presencia y cercanía del otro –Estás nervioso ¿cierto?- Adornó su empalidecido rostro con una simpática sonrisa, al tiempo que buscaba la mirada del moreno –Gracias…- habló en voz baja soltando un prolongado suspiro a la vez que cerraba fuertemente sus ojos, pero luego y muy lentamente volvió a abrirlos fijando ahora su mirada en el que fuese el camino más difícil que hubiese recorrido en toda su vida –Yo aun no sé tu nombre… me haría bien saberlo- rió un poco, pero luego soltó un fuerte quejido, su situación física era de consideración, seguramente si todavía fuese un simple humano hace mucho que ya hubiese muerto.
Bastian Leroy- Cazador Clase Media
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Re: Limpiando la ciudad de espectros [Bastian]
No entendía, la violencia humana sobrepasaba su capacidad de entendimiento. La voluntad del hombre, como especie, de destruir su entorno le sorprendía en la medida que le hacía dudar sobre la verdadera relación de Dios con sus hijos ¿Era acaso como un padre ausente? Se rehusó a creer aquello, debía ser como la fe de madera. Los hombres, en antaño y hogaño, se enojaban con santos y beatos por ser estos incapaces de sanar sus plegarias, se enojaban con sus dioses por no ayudarlos. Decidían creer que en realidad no existían, se enojaban con dioses de madera por no cumplir sus plegarias, el Dios de verdad, no se encontraba atrapado en una estatuilla. Dejaban de creer en lo que jamás había existido.
Sus pensamientos divagaron para no verse obligado a centrar su atención en la espesa sangre que emergía de las entrañas del hombre –Daviel…¿Eres de aquí Daviel?- necesitaba saber a quién avisarle de su accidente, si alguna familia, madre o hermana se encontraba preocupaba en el alfeizar de su casa necesitaba saber. Para que fueran a visitarlo al hospital, el monaguillo haría que el desdichado hombre llegara con vida al hospital, si Dios se lo permitiría así lo haría –Un poco, si- las manos le temblaban y la adrenalina que recorría haría su torrente le hacía sentir el cuerpo ajeno liviano. Ligero como un saco sin relleno –Yo me llamo Cyrille- un nombre fácil de pronunciar, no como aquellos extranjeros en los que su lengua se atoraba entre sus dientes y los sonidos se deformaban antes de emerger. Cyrille, le agradaba como se sentía sobre sus labios.
-Porfavor no te duermas- y aunque era una orden le sonó como una súplica, una petición que empaño su visión y lo orillo a avanzar con mayor rapidez ¿Qué haría si la vida de Daviel se le escapaba entre las manos? Apoyo una de sus manos sobre la pesada puerta de madera que mantenía el interior de la catedral resguardada de cualquier imprevisto natural. Empujo con su hombro la puerta para entrar en el templo del Señor, en la parte trasera del lugar se encontraba una portezuela que dirigía a la casa de los curas, ahí mismo se encontraba el carruaje que posas veces se ausentaba. Uno nunca sabia cuando uno sacerdote tendría que acudir urgentemente con un enfermo –Ya casi llegamos- se preguntó si estaría el conductor, de cualquier manera el francés tenía un vasto conocimiento en caballos y equitación. Lo suficiente para llevar al hospital –Daviel, ya casi llegamos- .
FDR: Lamento la demora!
Sus pensamientos divagaron para no verse obligado a centrar su atención en la espesa sangre que emergía de las entrañas del hombre –Daviel…¿Eres de aquí Daviel?- necesitaba saber a quién avisarle de su accidente, si alguna familia, madre o hermana se encontraba preocupaba en el alfeizar de su casa necesitaba saber. Para que fueran a visitarlo al hospital, el monaguillo haría que el desdichado hombre llegara con vida al hospital, si Dios se lo permitiría así lo haría –Un poco, si- las manos le temblaban y la adrenalina que recorría haría su torrente le hacía sentir el cuerpo ajeno liviano. Ligero como un saco sin relleno –Yo me llamo Cyrille- un nombre fácil de pronunciar, no como aquellos extranjeros en los que su lengua se atoraba entre sus dientes y los sonidos se deformaban antes de emerger. Cyrille, le agradaba como se sentía sobre sus labios.
-Porfavor no te duermas- y aunque era una orden le sonó como una súplica, una petición que empaño su visión y lo orillo a avanzar con mayor rapidez ¿Qué haría si la vida de Daviel se le escapaba entre las manos? Apoyo una de sus manos sobre la pesada puerta de madera que mantenía el interior de la catedral resguardada de cualquier imprevisto natural. Empujo con su hombro la puerta para entrar en el templo del Señor, en la parte trasera del lugar se encontraba una portezuela que dirigía a la casa de los curas, ahí mismo se encontraba el carruaje que posas veces se ausentaba. Uno nunca sabia cuando uno sacerdote tendría que acudir urgentemente con un enfermo –Ya casi llegamos- se preguntó si estaría el conductor, de cualquier manera el francés tenía un vasto conocimiento en caballos y equitación. Lo suficiente para llevar al hospital –Daviel, ya casi llegamos- .
FDR: Lamento la demora!
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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