AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sinfonía de bichos ( Bernardine)
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Sinfonía de bichos ( Bernardine)
Llevaba días deambulando por las calles Parisinas en las noches como una verdadera alma en pena, lo cual le quedaba bien, teniendo en cuenta de que estaba muerto hacía ya un buen par de años, sin embargo la razón de su rezagar nocturno era bastante paupérrima; se había quedado sin casa. Oh, si, alguien había tomado su casa durante su ausencia de casi un año y no era de esperarse, una casa abandonada por tanto tiempo es objetivo perfecto para los ladrones o los indigentes y justo ahora una familia completa la estaba habitando.
Soren suspiró mientras olía un crisantemo bajo la tenue luz de la luna, a veces le gustaría tener las agallas para echarlos a la calle, de hecho en su condición sería muy fácil darles un buen susto y hacerles creer que la casa estaba embrujada o algo por el estilo, pero no podía "Hay bebes allí" Pensaba siempre que se asomaba por la ventana de lo que era su antigua habitación y veía al par de querubines dormidos en su cama.
"Malditas bolas de grasa que sólo sirven para comer y defecar"
Suspiró por segunda vez, por lo menos las cosas importantes (y peligrosas) como sus armas o reliquias estaban escondidas en el sótano y no había forma de que llegaran a ellas. Tomó el crisantemo con delicadeza en sus manos enfundadas en guantes negros de tela de cordero y arrancó un pétalo para meterlo dentro de las hojas de un libro que sostenía en la otra mano. Ese jardín siempre conseguía traerle paz, el olor de las flores siempre le transportaba a lugares más gratos donde no debía preocuparse por tonterías y los sonidos de los insectos nocturnos tocaban una sinfonía distinta cada vez.
Esta noche le tocaba el turno a la señora rana, que desde su estanque se hacía notar con su gutural voz, luego le seguía un saltamontes que parecía ser anciano y sabio (o eso se imaginaba Soren) con su 'cri cri' afinado pero cansino, ¡Oh y allí estaba la cigarra!.
- Llega usted tarde a la sinfonía como siempre señora Cigarra - Comentó Soren señalando con el dedo indice a un arbusto, sonrió divertido y comenzó a mover las manos como un conductor de una orquesta sinfónica, como si pretendiera guiar los sonidos de los bichos.
Soren suspiró mientras olía un crisantemo bajo la tenue luz de la luna, a veces le gustaría tener las agallas para echarlos a la calle, de hecho en su condición sería muy fácil darles un buen susto y hacerles creer que la casa estaba embrujada o algo por el estilo, pero no podía "Hay bebes allí" Pensaba siempre que se asomaba por la ventana de lo que era su antigua habitación y veía al par de querubines dormidos en su cama.
"Malditas bolas de grasa que sólo sirven para comer y defecar"
Suspiró por segunda vez, por lo menos las cosas importantes (y peligrosas) como sus armas o reliquias estaban escondidas en el sótano y no había forma de que llegaran a ellas. Tomó el crisantemo con delicadeza en sus manos enfundadas en guantes negros de tela de cordero y arrancó un pétalo para meterlo dentro de las hojas de un libro que sostenía en la otra mano. Ese jardín siempre conseguía traerle paz, el olor de las flores siempre le transportaba a lugares más gratos donde no debía preocuparse por tonterías y los sonidos de los insectos nocturnos tocaban una sinfonía distinta cada vez.
Esta noche le tocaba el turno a la señora rana, que desde su estanque se hacía notar con su gutural voz, luego le seguía un saltamontes que parecía ser anciano y sabio (o eso se imaginaba Soren) con su 'cri cri' afinado pero cansino, ¡Oh y allí estaba la cigarra!.
- Llega usted tarde a la sinfonía como siempre señora Cigarra - Comentó Soren señalando con el dedo indice a un arbusto, sonrió divertido y comenzó a mover las manos como un conductor de una orquesta sinfónica, como si pretendiera guiar los sonidos de los bichos.
Soren Kaarkarogf- Vampiro Clase Baja
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Re: Sinfonía de bichos ( Bernardine)
Te gusta, bruja. Admite lo que sientes en este momento, escuchándome. La muerte te atrae, te fascina. Te excita sentirla, oírla. Adoras ser violada por ella. No eres más que la puta de la muerte, ¿no es así? En cuanto tienes a uno cerca no puedes parar de pensarlo: “Quiero que me use. Que me profane. ¡Tómame! ¡Tómame de una vez y haz conmigo lo que quieras!” Eres patética. Te gusta que los muertos te follen… no, eso no te importa. Te gusta que te coman, lo cual es aún más vergonzoso. Más enfermo. Encantada dejarías que beban hasta la última gota de tu alma, ¿no? Tan bonita por fuera pero por dentro no eres más que una muy sucia hija de perra. Anda, corre con ese sujeto. Déjalo clavarte sus colmillos y todo lo que se le antoje, después de todo solo eres su herramienta y tu destino es ser utilizada como le plazca a cada vampiro que se cruce en tu camino. Sé que comienzas a humedecerte solo con imaginar sus incisivos desgarrando tu carne, lo pides a gritos aunque no hables. Ve. Déjalo meterse entre tus piernas, colarse en tus venas.
Lo podía sentir y lo podía ver. Vampiro. En cuanto lo percibió se había quedado oculta entre las sombras, sin hacer ni decir nada. La voz en su cabeza había comenzado con un muy bajo volumen aunque al encontrarse tan expuesta a aquella criatura poco a poco había subido su tono hasta volverse casi en gritos. El cuerpo de la bruja temblaba, no se sabía con exactitud si perdida en las palabras que la atormentaban o en la hermosa efigie que a poco más de los veinte metros se encontraba. ¿Hermosa? Si con su defectuosa mirada y a esa distancia apenas la percibía, ¿cómo la podía juzgar así? Bueno, era simple. Los vampiros no podían ser feos; impactantes, inquietantes quizá, pero todos eran hermosos a su manera ante la débil vista de la rubia, pues todos ellos eran capaces de morder y eso era todo lo que ella podría necesitar.
En su diestra sostenía un tomo grande, en la tapa podría leerse la palabra “Diccionario”, en español. Dio un paso, dubitativa. Seguramente el hombre, aquella bestia, sabía de su presencia. Todos y cada uno de ellos eran bastante sensibles en ese sentido; incluso buscándolos, ellos siempre la encontraban primero. Sus voces eran aviso suficiente para saber que ya la tenían, nunca para prevenirle ser encontrada. Y es que nunca intentaría escaparse de ellos tampoco. Manteniendo un paso lento, reflejando en aquello su inseguridad, se acercó hasta una banca que estaba algunos metros delante del vampiro. Ahí ella quedaba bajo la luz de la luna, bañada por aquel haz de luz platinado. Tragó saliva; sentía los latidos de su corazón, frenéticos, y del mismo modo sabía que él los podía sentir. Se quedó atenta a sus acciones, porque él a pesar de todo no parecía estar muy atento en ella sino en su juego, en aquellos movimientos tan curiosos que sin lugar a dudas, vampiro o no, captarían la atención de la rubia y de muchas otras personas que presenciaran aquel espectáculo que parecía ser algo tan privado del varón, porque Bernardine no comprendía que fuera algo más allá de una imitación al director de una orquesta.
Pensó decir algo, ¿pero qué? No quería interrumpirlo en tan perfecta demostración. Además, quizá de ese modo tendría tiempo de huir antes de que fuera tras ella. No temblaba por deseo sino por miedo, tenía pavor de lo que pudiera ocurrir ahí pero deseaba experimentarlo, y si el vampiro quería darle la muerte por beber de su sangre que así fuera. Venga la muerte y venga su beso apasionado y frío. Si con mi calor puedo calmar tu tormento, entonces con tu hielo haz de calmar al mío.
Lo podía sentir y lo podía ver. Vampiro. En cuanto lo percibió se había quedado oculta entre las sombras, sin hacer ni decir nada. La voz en su cabeza había comenzado con un muy bajo volumen aunque al encontrarse tan expuesta a aquella criatura poco a poco había subido su tono hasta volverse casi en gritos. El cuerpo de la bruja temblaba, no se sabía con exactitud si perdida en las palabras que la atormentaban o en la hermosa efigie que a poco más de los veinte metros se encontraba. ¿Hermosa? Si con su defectuosa mirada y a esa distancia apenas la percibía, ¿cómo la podía juzgar así? Bueno, era simple. Los vampiros no podían ser feos; impactantes, inquietantes quizá, pero todos eran hermosos a su manera ante la débil vista de la rubia, pues todos ellos eran capaces de morder y eso era todo lo que ella podría necesitar.
En su diestra sostenía un tomo grande, en la tapa podría leerse la palabra “Diccionario”, en español. Dio un paso, dubitativa. Seguramente el hombre, aquella bestia, sabía de su presencia. Todos y cada uno de ellos eran bastante sensibles en ese sentido; incluso buscándolos, ellos siempre la encontraban primero. Sus voces eran aviso suficiente para saber que ya la tenían, nunca para prevenirle ser encontrada. Y es que nunca intentaría escaparse de ellos tampoco. Manteniendo un paso lento, reflejando en aquello su inseguridad, se acercó hasta una banca que estaba algunos metros delante del vampiro. Ahí ella quedaba bajo la luz de la luna, bañada por aquel haz de luz platinado. Tragó saliva; sentía los latidos de su corazón, frenéticos, y del mismo modo sabía que él los podía sentir. Se quedó atenta a sus acciones, porque él a pesar de todo no parecía estar muy atento en ella sino en su juego, en aquellos movimientos tan curiosos que sin lugar a dudas, vampiro o no, captarían la atención de la rubia y de muchas otras personas que presenciaran aquel espectáculo que parecía ser algo tan privado del varón, porque Bernardine no comprendía que fuera algo más allá de una imitación al director de una orquesta.
Pensó decir algo, ¿pero qué? No quería interrumpirlo en tan perfecta demostración. Además, quizá de ese modo tendría tiempo de huir antes de que fuera tras ella. No temblaba por deseo sino por miedo, tenía pavor de lo que pudiera ocurrir ahí pero deseaba experimentarlo, y si el vampiro quería darle la muerte por beber de su sangre que así fuera. Venga la muerte y venga su beso apasionado y frío. Si con mi calor puedo calmar tu tormento, entonces con tu hielo haz de calmar al mío.
Bernardine Bonheur- Hechicero Clase Media
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Re: Sinfonía de bichos ( Bernardine)
Los sonidos de la noche le llenaban la cabeza y esa era la razón por la cual le gustaba visitar ese lugar, los bichos llenaban de vida los arbustos con sus bulliciosos cantos, le gustaba pensar que había algo de vida en ese paisaje dormido, que la rana noctámbula acompañaba su deambular por la oscuridad susurrándole cosas sobre lo que ocurría en el día, toda esa aventura que el se perdía debido a su condición. Pero esa noche había alguien más allí, una criatura de sangre caliente ajena a su mundo de bichos.
Soren la notó quizás un poco tarde, pues concentrado en escuchar los diferentes sonidos de los animales, no había reparado en la presencia de ella, pero entonces el olor de carne humana se le filtró en la nariz, ese olor particular de los vivos que no podía pasar por alto. Bajó las manos rápidamente avergonzado por sus movimientos de director amateur. "Seguramente me ha visto... que idiota" Pensó frunciendo el ceño y girándose en su dirección. La piel pálida se le coloreó tenuemente de rosa en las mejillas.
Reparó en la mujer, era rubia y su cabello caía en ondas grácilmente sobre sus hombros y espalda, el vampiro escondió las manos tras de la espalda y carraspeó, sin saber que decir. Soren no era muy bueno en eso de las relaciones sociales, casi 300 años y aún no lograba manejar esas artes oscuras. Intentó sonreír pero no le salió sino una mueca extraña, volvió a carraspear.
- Buenas noches Madame - Dijo al fin caminando hacía ella intentando ser casual - Bonita noche ¿eh? - Comentó desviando su mirada hacía el oscuro cielo - Las estrellas parecen luciérnagas palpitantes -
Y dale con los bichos Soren.
Soren la notó quizás un poco tarde, pues concentrado en escuchar los diferentes sonidos de los animales, no había reparado en la presencia de ella, pero entonces el olor de carne humana se le filtró en la nariz, ese olor particular de los vivos que no podía pasar por alto. Bajó las manos rápidamente avergonzado por sus movimientos de director amateur. "Seguramente me ha visto... que idiota" Pensó frunciendo el ceño y girándose en su dirección. La piel pálida se le coloreó tenuemente de rosa en las mejillas.
Reparó en la mujer, era rubia y su cabello caía en ondas grácilmente sobre sus hombros y espalda, el vampiro escondió las manos tras de la espalda y carraspeó, sin saber que decir. Soren no era muy bueno en eso de las relaciones sociales, casi 300 años y aún no lograba manejar esas artes oscuras. Intentó sonreír pero no le salió sino una mueca extraña, volvió a carraspear.
- Buenas noches Madame - Dijo al fin caminando hacía ella intentando ser casual - Bonita noche ¿eh? - Comentó desviando su mirada hacía el oscuro cielo - Las estrellas parecen luciérnagas palpitantes -
Y dale con los bichos Soren.
Soren Kaarkarogf- Vampiro Clase Baja
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Re: Sinfonía de bichos ( Bernardine)
Desde la perspectiva de la bruja, el vampiro percibió su presencia en el momento justo, unos cuantos segundos después de haberse sentado. Lo observó intrigada, mordiendo su labio inferior. Su mano se aferró al libro y tragó saliva; pudo sentir los ojos del contrario sobre de ella aunque a diferencia de otros de su raza, la mirada del que tenía enfrente era muy ligera. No percibía malicia, si a caso la misma curiosidad que ella tenía. Esbozó una pequeña sonrisa y se acomodó el cabello, nerviosa. Su corazón latía fuertemente, bombeando sangre sin descanso, y dentro de su cabeza una voz destacaba por encima de los cientos que podía escuchar, la única que podía entender por completo.
Anda, bruja, pídele al chico que viole a tus arterias. Sabes que es lo que deseas, no, lo que necesitas. Te humedeces solo de pensarlo, bruja. Te da miedo pero quieres sentir como te arranca una parte de tu vida.
La última vez que un vampiro la había mordido ocurrió casi dos meses en el pasado y al que ahora tenía adelante era el primero que veía desde entonces; y no mentiría si se lo preguntaran, extrañaba la sensación. Respiró hondo, tratando de percibir el aura del sujeto solo para asegurarse de que en efecto se tratara de una de aquellas criaturas que creía. Inhaló. Exhaló. De pronto sentía miedo, porque de estar sediento aquel ser bien podría desangrarla; su autocontrol era poco con los de esa estirpe y peor aún, ni siquiera tenía la fuerza para tratar con ellos como con otras criaturas. Si seguía viva para entonces era por suerte, pues nunca alguno de los varios vampiros que la habían mordido tuvo la intención de matarla.
Cuando menos preparada estaba, la voz del vampiro rompió con el silencio entre los dos, ya estando muy cerca de ella. Lo miró absorta, extasiada por aquella voz que parecía la de un ángel; irónico siendo que la iglesia pensaba todo lo contrario de los vampiros. Pero, ¿desde cuándo Bernardine tenía en cuenta lo que la iglesia pudiera opinar? Considerando todas sus contradicciones, no le sorprendería que ni siquiera existiera un dios en lo alto como los sacerdotes predicaban. De cualquier modo, las inquietudes religiosas tendrían que esperar otro momento, uno más apropiado. Ahora mismo lo que tenía atrapada a la rubia no era algo más que los ojos azules del vampiro; luego de unos segundos asintió, más motivada por el miedo que por el deseo -Una noche realmente hermosa, tiene toda la razón- Reconoció y conforme estaba más cerca el vampiro ella tensaba su diestra, clavando las uñas en la cubierta del libro ”Necesitas calmarte, Bernardine. Respira, respira… No te pondrá ni un dedo encima, estarás bien”
No quieras engañarte mujer; sabes que eres tan patética como para rogarle ahora mismo que beba tu sangre. Es tu naturaleza.
Ignoró el coro de voces en su cabeza como pudo; las palabras del chico en realidad le ayudaron. Ladeó la cabeza y arrugó las cejas -¿Luciernagas?- Elevó la vista al cielo y lo contempló unos segundos. Quizá; entendía el punto aunque no les veía demasiada similitud. Ya tan cerca como estaban le resultó más fácil apreciar las facciones del varón; su vista y la oscuridad no le ayudaban demasiado a la distancia pero ahora incluso con tales inconvenientes podía apreciarlo adecuadamente. Quizá la luz de día ayudaría mucho más, pero en la situación de su interlocutor aquello sería complicado; la iluminación interna de una casa seguramente también cumpliría con el propósito pero también quedaba descartado en la situación actual. Sentía en él algo muy diferente a otros vampiros, no único pero si poco común; no veía ninguna intención dañina, ninguna amenaza. Su aura era tranquila, casi conseguía incluso calmar a la propia bruja. Su expresión se relajó y buscó los ojos del vampiro nuevamente -¿Por qué se lo parecen?- Preguntó, ahora intrigada por saber lo que pasaba en su cabeza más por la pregunta que antes se planteaba, ¿me morderá? Mientras el chico respondía ella se levantó y realizó una muy pequeña reverencia - Si es que puedo exigirlo, quisiera saber su nombre monsieur. Bernardine Bonheur, es un placer-
Anda, bruja, pídele al chico que viole a tus arterias. Sabes que es lo que deseas, no, lo que necesitas. Te humedeces solo de pensarlo, bruja. Te da miedo pero quieres sentir como te arranca una parte de tu vida.
La última vez que un vampiro la había mordido ocurrió casi dos meses en el pasado y al que ahora tenía adelante era el primero que veía desde entonces; y no mentiría si se lo preguntaran, extrañaba la sensación. Respiró hondo, tratando de percibir el aura del sujeto solo para asegurarse de que en efecto se tratara de una de aquellas criaturas que creía. Inhaló. Exhaló. De pronto sentía miedo, porque de estar sediento aquel ser bien podría desangrarla; su autocontrol era poco con los de esa estirpe y peor aún, ni siquiera tenía la fuerza para tratar con ellos como con otras criaturas. Si seguía viva para entonces era por suerte, pues nunca alguno de los varios vampiros que la habían mordido tuvo la intención de matarla.
Cuando menos preparada estaba, la voz del vampiro rompió con el silencio entre los dos, ya estando muy cerca de ella. Lo miró absorta, extasiada por aquella voz que parecía la de un ángel; irónico siendo que la iglesia pensaba todo lo contrario de los vampiros. Pero, ¿desde cuándo Bernardine tenía en cuenta lo que la iglesia pudiera opinar? Considerando todas sus contradicciones, no le sorprendería que ni siquiera existiera un dios en lo alto como los sacerdotes predicaban. De cualquier modo, las inquietudes religiosas tendrían que esperar otro momento, uno más apropiado. Ahora mismo lo que tenía atrapada a la rubia no era algo más que los ojos azules del vampiro; luego de unos segundos asintió, más motivada por el miedo que por el deseo -Una noche realmente hermosa, tiene toda la razón- Reconoció y conforme estaba más cerca el vampiro ella tensaba su diestra, clavando las uñas en la cubierta del libro ”Necesitas calmarte, Bernardine. Respira, respira… No te pondrá ni un dedo encima, estarás bien”
No quieras engañarte mujer; sabes que eres tan patética como para rogarle ahora mismo que beba tu sangre. Es tu naturaleza.
Ignoró el coro de voces en su cabeza como pudo; las palabras del chico en realidad le ayudaron. Ladeó la cabeza y arrugó las cejas -¿Luciernagas?- Elevó la vista al cielo y lo contempló unos segundos. Quizá; entendía el punto aunque no les veía demasiada similitud. Ya tan cerca como estaban le resultó más fácil apreciar las facciones del varón; su vista y la oscuridad no le ayudaban demasiado a la distancia pero ahora incluso con tales inconvenientes podía apreciarlo adecuadamente. Quizá la luz de día ayudaría mucho más, pero en la situación de su interlocutor aquello sería complicado; la iluminación interna de una casa seguramente también cumpliría con el propósito pero también quedaba descartado en la situación actual. Sentía en él algo muy diferente a otros vampiros, no único pero si poco común; no veía ninguna intención dañina, ninguna amenaza. Su aura era tranquila, casi conseguía incluso calmar a la propia bruja. Su expresión se relajó y buscó los ojos del vampiro nuevamente -¿Por qué se lo parecen?- Preguntó, ahora intrigada por saber lo que pasaba en su cabeza más por la pregunta que antes se planteaba, ¿me morderá? Mientras el chico respondía ella se levantó y realizó una muy pequeña reverencia - Si es que puedo exigirlo, quisiera saber su nombre monsieur. Bernardine Bonheur, es un placer-
Bernardine Bonheur- Hechicero Clase Media
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Re: Sinfonía de bichos ( Bernardine)
Encontrarse a una dama en la noche era más común en esos días, Soren recordaba una época en la que la gente no se atrevía a salir luego de la puesta del sol (mucho menos una dama) pero en París, la noche le pertenecía a los humanos, en esa nueva época la noche estaba llena de movimiento, luces y pasión, era como si, los humano no le temieran a la oscuridad nunca más ni a las criaturas que se escondían en ella.
Cuentos para asustar niños debían de pensar. El vampiro observó con más detenimiento a la mujer, percibiendo esa deliciosa sensación que todo depredador añora en su presa: El miedo. La mujer estaba asustada y ese miedo hacía que su delicioso elixir escarlata se bombardeara con fuerza en sus venas, Soren casi se relamió los labios al imaginarse su sabor. Mientras la escuchaba hablar se acomodó las gafas que se le habían deslizado suavemente por el puente de la nariz, debía recordar comprar unas nuevas, esas viejas gafas estaba demasiado anchas por el trajín de los años.
- Porque las luciérnagas se encienden y se apagan - Comentó sin dejar de mirarla, con unos ojos de pupilas dilatadas más parecidos a los de un felino escondido en la hierva dispuesto a atacar - Las estrellas titilan, parecen encenderse y apagarse muy rápido - Comentó y se llevó una mano al mentón - Aunque están tan lejos que dudo que algún día podamos comprobarlo - Iba a agregar algo más cuando la joven se presentó con cortesía. El vampiro hizo una venia educada y aunque su ropa raída y mustia no parecía la de un hombre de la pomposa clase alta, su actitud denotaba un grado de refinada educación. Su madre siempre le repetía que los modales eran importantes sin importar la ocación.
- Es un placer - Comentó sin tomar la mano de ella, a Soren no le agradaba el contacto físico con extraños - Mi nombre es Soren Kaarkarogf, soy profesor de historia del Arte... o bueno solía serlo ¿A que se dedica usted? - Le preguntó llevándose las manos a los bolsillos, lo que en realidad quería preguntar era ¿Porqué está tan asustada? ¿Porqué el miedo? A lo mejor y venía huyendo de algo o alguien o quizás había escapado de casa. Aunque no parecía una adolescente rebelde ni nada por el estilo.
- ¿Se encuentra bien Madame Bernardine? - Preguntó al fin - La noto un tanto nerviosa - Finalizó con tranquilidad.
Cuentos para asustar niños debían de pensar. El vampiro observó con más detenimiento a la mujer, percibiendo esa deliciosa sensación que todo depredador añora en su presa: El miedo. La mujer estaba asustada y ese miedo hacía que su delicioso elixir escarlata se bombardeara con fuerza en sus venas, Soren casi se relamió los labios al imaginarse su sabor. Mientras la escuchaba hablar se acomodó las gafas que se le habían deslizado suavemente por el puente de la nariz, debía recordar comprar unas nuevas, esas viejas gafas estaba demasiado anchas por el trajín de los años.
- Porque las luciérnagas se encienden y se apagan - Comentó sin dejar de mirarla, con unos ojos de pupilas dilatadas más parecidos a los de un felino escondido en la hierva dispuesto a atacar - Las estrellas titilan, parecen encenderse y apagarse muy rápido - Comentó y se llevó una mano al mentón - Aunque están tan lejos que dudo que algún día podamos comprobarlo - Iba a agregar algo más cuando la joven se presentó con cortesía. El vampiro hizo una venia educada y aunque su ropa raída y mustia no parecía la de un hombre de la pomposa clase alta, su actitud denotaba un grado de refinada educación. Su madre siempre le repetía que los modales eran importantes sin importar la ocación.
- Es un placer - Comentó sin tomar la mano de ella, a Soren no le agradaba el contacto físico con extraños - Mi nombre es Soren Kaarkarogf, soy profesor de historia del Arte... o bueno solía serlo ¿A que se dedica usted? - Le preguntó llevándose las manos a los bolsillos, lo que en realidad quería preguntar era ¿Porqué está tan asustada? ¿Porqué el miedo? A lo mejor y venía huyendo de algo o alguien o quizás había escapado de casa. Aunque no parecía una adolescente rebelde ni nada por el estilo.
- ¿Se encuentra bien Madame Bernardine? - Preguntó al fin - La noto un tanto nerviosa - Finalizó con tranquilidad.
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