AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ya puedo oler la pólvora y el bramido de los cañones [Privado]
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Ya puedo oler la pólvora y el bramido de los cañones [Privado]
Podía oler ya la pólvora, desde la lejanía, pero la olía, al igual que escuchar el bramido de los cañones. Nunca llovía gusto de todos. La situación se podía resumir en pocas palabras, la república había desagradado a un importante sector de la sociedad –principalmente aquellos que ostentaron importantes cargos en el antiguo régimen o que no se habían visto favorecidos en la nueva cadena de mando sea cuales fueran sus razones –sector que por mucho que incomodase a la futura soberana, tenía su influencia, y su poder. Sobre Francia se cernía una Guerra Civil. Aquel aterrador futuro, pues todo lo que habían erigido se podría ir a pique, la habían llevado a tomar ciertas medidas. La más importante, sin lugar a dudas, al menos para ella, había sido la creación de un nuevo consejo de guerra, sin olvidarse de aquellos que ya habían luchado lealmente a su lado, no era cuestión de ir creándose nuevos enemigos. Los nuevos dirigentes de las guardias habían sido citados por Bonaparte en su estudio en el palacio que había tomado como sede el gobierno republicano. Les esperaba, del mismo modo que esperaba que todos y cada uno de ellos se dignase en aparecer y lo que era aun más, a la hora. No muy dada al protocolo, pero sí a la disciplina. El ejército había moldeado así a la mujer en cuestión. No se arrepentía de las decisiones que había tomado, pero no podía negar, que la situación la sobrecogía en cierta manera. Habían sido decisiones rápidas, lo más meditadas posibles, pero en aquellos tiempos, era difícil ver a los traidores o a los agentes encubiertos. Aquellos hombres saldrían de entre aquellas cuatro paredes con importante información, información que por el momento sólo Napoléone y algunos senadores poseían.
Vestida con el uniforme militar, todavía se mostraba reticente a portar cualquier otra ropa ceremonial. Los corsés y vestidos seguían siendo un terror y algo innombrable para ella. Pero en aquella ocasión, nadie podría reprocharle sus actos. Aquella sería una reunión entre militares, entre sus por compañeros de armas en un sentido figurado, aquella era la imagen que quería dar. Todavía bajo el nombre de cónsul, seguía siendo militar y era, una parte de sí que no estaba dispuesta dar. Los militares llegaron, y se puso en pie. Trasmitió al mensajero de turno, con un gesto, que pasaran a la sala. Respiro hondo y se recolocó la casaca, apoyando de forma sosegada una mano sobre su vientre y otra, sobre el pomo del sable ceremonial. -Caballeros.-hizo una pausa, posando su mirada en ellos tres. -Sobra decir de la delicadeza de la situación, al igual, que espero su lealtad más absoluta.-con aquellas últimas palabras su mirada se endureció, la traición, al menos en el ejército, estaba severamente castigada. Instantes más tarde, la suavizó, dejando entrever una pequeña curvatura de las comisuras de sus labios. -Aun así, me agrada que hayan respondido a mi llamada y se encuentren hoy aquí, al igual, que poder encontrarnos, otra vez.-a muchos, ni les conocía, pero sí había podido entablar breves palabras con ellos durante diferentes eventos oficiales o en el momento de comunicación de su nuevo cargo.
Vestida con el uniforme militar, todavía se mostraba reticente a portar cualquier otra ropa ceremonial. Los corsés y vestidos seguían siendo un terror y algo innombrable para ella. Pero en aquella ocasión, nadie podría reprocharle sus actos. Aquella sería una reunión entre militares, entre sus por compañeros de armas en un sentido figurado, aquella era la imagen que quería dar. Todavía bajo el nombre de cónsul, seguía siendo militar y era, una parte de sí que no estaba dispuesta dar. Los militares llegaron, y se puso en pie. Trasmitió al mensajero de turno, con un gesto, que pasaran a la sala. Respiro hondo y se recolocó la casaca, apoyando de forma sosegada una mano sobre su vientre y otra, sobre el pomo del sable ceremonial. -Caballeros.-hizo una pausa, posando su mirada en ellos tres. -Sobra decir de la delicadeza de la situación, al igual, que espero su lealtad más absoluta.-con aquellas últimas palabras su mirada se endureció, la traición, al menos en el ejército, estaba severamente castigada. Instantes más tarde, la suavizó, dejando entrever una pequeña curvatura de las comisuras de sus labios. -Aun así, me agrada que hayan respondido a mi llamada y se encuentren hoy aquí, al igual, que poder encontrarnos, otra vez.-a muchos, ni les conocía, pero sí había podido entablar breves palabras con ellos durante diferentes eventos oficiales o en el momento de comunicación de su nuevo cargo.
Napoléone Bonaparte- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/09/2012
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Re: Ya puedo oler la pólvora y el bramido de los cañones [Privado]
Ismael se despertó aquel día antes de lo normal. En su mente solo estaba la reunión de aquel día. Había visto una Paris caer en la miseria a manos de los monarcas absolutos y había ayudado a librarse de ellos. Pero todavía quedaba mucho por hacer y sabía cuál sería su prioridad. Por eso llevaba esa doble vida. Él siempre había tenido claro que él servía los intereses del pueblo y que así sería hasta el final de sus días. Se miró en el espejo. A veces veía un desconocido. Su vida era un secreto que no compartía con nadie. Incluso para ocultar su posición social había comprado una pequeña casa cerca del bosque. Dónde su armario tenía un doble fondo, separando los lujosos trajes y el uniforme militar con las ropas sucias y viejas que usaba para salir a la calle. Así era su vida, una mentira tras otra que solo buscaba el bien común.
Se vistió con su traje militar y se acicaló como el reglamento lo pedía. El pelo le había crecido bastante desde la última que se afeitó y tuvo que tardar en domarlo. Satisfecho con su aspecto serio y displaciendo salió a la reunión. Siempre había admirado a la General y le daba igual las etiquetas sociales. Era una mujer pero ningún hombre le llegaba a la suela de los zapatos. En vez de llevar su preciosa nodachi cogió ropera francesa que solo había usado en ese ámbito y que carecía del recubrimiento de plata que tenía su nodachi. A pesar de ser una buena espada le resultaba demasiado ligera, le gustaba las espadas pesadas.
Se paró delante de la puerta del despacho de la General y vio a más hombres. Algunos le sonaban, otros los conocían y algunos ignoraban que hubieran existido antes. Entró junto a los demás y escuchó las palabras de Napoléone. Cuando la mujer miró a Ismael este no apartó la mirada. - General.- dijo en modo de saludo Ismael tras sus palabras.- Consciente soy de esos problemas y algunas ideas tengo pensadas para normalizar del todo la situación.- le comunicó a su superior a la espera de que aceptara su ayuda o no.
Se vistió con su traje militar y se acicaló como el reglamento lo pedía. El pelo le había crecido bastante desde la última que se afeitó y tuvo que tardar en domarlo. Satisfecho con su aspecto serio y displaciendo salió a la reunión. Siempre había admirado a la General y le daba igual las etiquetas sociales. Era una mujer pero ningún hombre le llegaba a la suela de los zapatos. En vez de llevar su preciosa nodachi cogió ropera francesa que solo había usado en ese ámbito y que carecía del recubrimiento de plata que tenía su nodachi. A pesar de ser una buena espada le resultaba demasiado ligera, le gustaba las espadas pesadas.
Se paró delante de la puerta del despacho de la General y vio a más hombres. Algunos le sonaban, otros los conocían y algunos ignoraban que hubieran existido antes. Entró junto a los demás y escuchó las palabras de Napoléone. Cuando la mujer miró a Ismael este no apartó la mirada. - General.- dijo en modo de saludo Ismael tras sus palabras.- Consciente soy de esos problemas y algunas ideas tengo pensadas para normalizar del todo la situación.- le comunicó a su superior a la espera de que aceptara su ayuda o no.
Ismael Gómez- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/10/2012
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Re: Ya puedo oler la pólvora y el bramido de los cañones [Privado]
" Escucha el rumor de los insatisfechos y tiembla, porque pronto, las mujeres llorarán a sus hijos".
Caminó por el largo pasillo del Palacio, dejando que sus botas recién lustradas, hicieran eco de sus pasos. Se dirigía a la puerta en la que se encontraba la mujer que lo había convocado. La misma mujer que le había permitido tomar la espada entre sus manos, y volver al fragor de la batalla. Una de las cosas que le había hecho ganar su respeto, eran los barcos que le había facilitado, tan raudos y ligeros, que casi eran imposible de alcanzar. Volver a tripularlos había sido un inmenso placer, permitiéndole volver a vivir como lo que era, una bestia marina, capaz de devorar a todo el que se colocase bajo sus cañones. Todos conocían su carácter. Su silenciosa presencia ponía nerviosos a muchos, porque solía explotar con una fuerza imparable. Hacía mucho, mucho tiempo que no había dejado que su boca se contrajese, rugiendo ante sus víctimas, antes de nublar su mente con la pasión única de la autodestrucción.
Ahora, el rumor de los susurros insatisfechos, podían escucharse en París. Creando un zumbido desagradable, un continuo seseo de insultos, engaños y tribulaciones. Si algo había aprendido, era que a pesar de los buenos principios que inspiraban una causa, siempre habría algo que viciaría el poder. Como dicen algunos sabios de esta época, llamados a sí mismos filósofos, el poder atrae al poder. Todos quieren más. No basta con la adquisición de derechos, con la posición de "igualdad", sino que necesitaban más. Pobres insulsos, petimetres codiciosos. Lo jóvenes insatisfechos eran marionetas en manos de políticos caídos en desgracia. Los mismos que antes habían gritado: " que le corten la cabeza" a los aristócratas, que habían disfrutado con la sangre azul derramada por la guillotina, ahora escuchaban los susurros de los traidores.
Hubiese comenzado a reír, si un hombrecillo de andar nervioso, no hubiera aparecido para invitarlo a pasar al despacho de Napoléone. Andó con seguridad, ignorando las miradas serias de sus compañeros militares, y escuchó las palabras de su superior. La mirada fría de la mujer, era capaz de competir con la suya, aunque, por supuesto, ella no había tenido tanto tiempo para ensayarla como él. Le dedicó una reverencia corta, un mero movimiento de cabeza y hombros, acompañado de un movimiento grácil de manos blancas. - Napoléone, es un placer veros de nuevo-. Le dedicó una sonrisa cruel. No había mentira en sus palabras, adoraba a aquella mujer. Siempre que lo convocaba, le daba carta blanca para tomar las decisiones pertinentes en el puerto. Todo lo necesario para evitar la entrada de otros barcos enemigos a Francia, y eso, para alguien que había sido una saqueador de barcos y puertos, era diversión. La miró como un gato espera que su amo le de crema, algo jugoso que comer, o un ovillo de lana con el que jugar con sus garras.
Caminó por el largo pasillo del Palacio, dejando que sus botas recién lustradas, hicieran eco de sus pasos. Se dirigía a la puerta en la que se encontraba la mujer que lo había convocado. La misma mujer que le había permitido tomar la espada entre sus manos, y volver al fragor de la batalla. Una de las cosas que le había hecho ganar su respeto, eran los barcos que le había facilitado, tan raudos y ligeros, que casi eran imposible de alcanzar. Volver a tripularlos había sido un inmenso placer, permitiéndole volver a vivir como lo que era, una bestia marina, capaz de devorar a todo el que se colocase bajo sus cañones. Todos conocían su carácter. Su silenciosa presencia ponía nerviosos a muchos, porque solía explotar con una fuerza imparable. Hacía mucho, mucho tiempo que no había dejado que su boca se contrajese, rugiendo ante sus víctimas, antes de nublar su mente con la pasión única de la autodestrucción.
Ahora, el rumor de los susurros insatisfechos, podían escucharse en París. Creando un zumbido desagradable, un continuo seseo de insultos, engaños y tribulaciones. Si algo había aprendido, era que a pesar de los buenos principios que inspiraban una causa, siempre habría algo que viciaría el poder. Como dicen algunos sabios de esta época, llamados a sí mismos filósofos, el poder atrae al poder. Todos quieren más. No basta con la adquisición de derechos, con la posición de "igualdad", sino que necesitaban más. Pobres insulsos, petimetres codiciosos. Lo jóvenes insatisfechos eran marionetas en manos de políticos caídos en desgracia. Los mismos que antes habían gritado: " que le corten la cabeza" a los aristócratas, que habían disfrutado con la sangre azul derramada por la guillotina, ahora escuchaban los susurros de los traidores.
Hubiese comenzado a reír, si un hombrecillo de andar nervioso, no hubiera aparecido para invitarlo a pasar al despacho de Napoléone. Andó con seguridad, ignorando las miradas serias de sus compañeros militares, y escuchó las palabras de su superior. La mirada fría de la mujer, era capaz de competir con la suya, aunque, por supuesto, ella no había tenido tanto tiempo para ensayarla como él. Le dedicó una reverencia corta, un mero movimiento de cabeza y hombros, acompañado de un movimiento grácil de manos blancas. - Napoléone, es un placer veros de nuevo-. Le dedicó una sonrisa cruel. No había mentira en sus palabras, adoraba a aquella mujer. Siempre que lo convocaba, le daba carta blanca para tomar las decisiones pertinentes en el puerto. Todo lo necesario para evitar la entrada de otros barcos enemigos a Francia, y eso, para alguien que había sido una saqueador de barcos y puertos, era diversión. La miró como un gato espera que su amo le de crema, algo jugoso que comer, o un ovillo de lana con el que jugar con sus garras.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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Re: Ya puedo oler la pólvora y el bramido de los cañones [Privado]
El honor consiste en hacer hermoso aquello que uno está obligado a realizar
Alfred Victor de Vigny (1797-1863)
Alfred Victor de Vigny (1797-1863)
“Grandes ideas se ciernen sobre el suelo fértil de esta nueva Nación, ideas de progreso, de igualdad, de justicia. Sin embargo, estas ideas son solamente alcanzables por aquellos quienes logran comprenderlas. La muerte, así como el pensamiento, no discrimina entre ricos y pobres, pero busca siempre, ensañarse con los últimos”
“¿Por qué?” ha sido la pregunta que me he estado haciendo toda esta mañana y parte de la noche anterior. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no tengo una respuesta a esa pregunta? ¿Por qué me pregunto todas estas cosas? Son tan solo algunas de ellas. Cerrar los ojos no ayuda, el cigarrillo habano tampoco.
Sin una respuesta clara, abandono la pretensión de obtenerla por completo, no será la primera vez que me rindo ante mí mismo.
Esta mañana visto uniforme militar, no lo hacía desde hace más de 15 años. Aún a pesar de la lejanía de aquellos tiempos no siento la incomodidad que supone el paso del tiempo. Al contrario, siento que una parte de mi me ha sido devuelta. La abrazo con avidez pero muy en el fondo le temo.
Mientras espero frente a la puerta, sé, que es esta, quizá, la única oportunidad que tenga de retroceder. Me veo frente a hombres de guerra, algunos novatos, con ideales; otros experimentados, con porte; unos más, de los menos, con honor. Yo, yo no soy más que la combinación y la carencia de todos ellos a la vez. Yo fui y deje de ser.
Soy el menos indicado para estar aquí, sin embargo aquí estoy. Yo conquiste naciones y las defendí; hombres revolucionarios, como los que hoy abrazo fueron mis enemigos más de una vez, y como hoy, también reflexione entre las secuelas de la guerra, llore por ambos bandos y regrese a mi país entre honores y riquezas. Yo no ansió poder pero tampoco lo desprecio, mis ideas son las del pueblo y las del hombre burgués; las de los radicales y de los convencionales. He votado, no por la muerte del rey, de cualquier rey, sino por la muerte de la ignorancia. Reconozco el derecho de cualquier hombre a alimentar a su familia con el sudor de su frente. Sin embargo, todo y nada vale cuando mi veneno se hace presente, mis fantasmas, mi condena… mi venganza.
Ya no soy el hombre que solía ser, incluso si me siento tan cómodo con el uniforme. Ya nada es como hace 20 años, la guerra no es la que cambia, lo hacemos nosotros.
Y aun sabiendo todo eso, decido no tomar esa última chance. Camino despacio, entro de último en el grupo y me coloco detrás de todos. Su voz es lo primero que me recibe, incluso antes de captar sus ojos. La escucho con detenimiento, lo que dice con palabras y lo que no. El tono de voz, esa pequeña sonrisa, el latir de su corazón, todas señales.
Asumo mi papel sin dificultades. Permanezco callado en el fondo, casi como espectador. Soy el oficial de menor rango en la sala, soy el inexperto, dirijo a los inexpertos y me comporto como tal.
A sabiendas de que mi actitud pudiese acarrear más desconfianza de la que poseo entre mis colegas, asumo bien la idea de que así debe ser. No me interesa hacerme notar. Luzco distraído en ocasiones. Atiendo las palabras de los Generales, son sin duda muy diferentes entre sí. Poseedores de los extremos opuestos de la balanza.
He decidido no hablar sino hasta que me sea ordenado. Aunque sí hablo conmigo mismo y entre tantas cosas me sigo preguntando ¿por qué?
Sin una respuesta clara, abandono la pretensión de obtenerla por completo, no será la primera vez que me rindo ante mí mismo.
Esta mañana visto uniforme militar, no lo hacía desde hace más de 15 años. Aún a pesar de la lejanía de aquellos tiempos no siento la incomodidad que supone el paso del tiempo. Al contrario, siento que una parte de mi me ha sido devuelta. La abrazo con avidez pero muy en el fondo le temo.
Mientras espero frente a la puerta, sé, que es esta, quizá, la única oportunidad que tenga de retroceder. Me veo frente a hombres de guerra, algunos novatos, con ideales; otros experimentados, con porte; unos más, de los menos, con honor. Yo, yo no soy más que la combinación y la carencia de todos ellos a la vez. Yo fui y deje de ser.
Soy el menos indicado para estar aquí, sin embargo aquí estoy. Yo conquiste naciones y las defendí; hombres revolucionarios, como los que hoy abrazo fueron mis enemigos más de una vez, y como hoy, también reflexione entre las secuelas de la guerra, llore por ambos bandos y regrese a mi país entre honores y riquezas. Yo no ansió poder pero tampoco lo desprecio, mis ideas son las del pueblo y las del hombre burgués; las de los radicales y de los convencionales. He votado, no por la muerte del rey, de cualquier rey, sino por la muerte de la ignorancia. Reconozco el derecho de cualquier hombre a alimentar a su familia con el sudor de su frente. Sin embargo, todo y nada vale cuando mi veneno se hace presente, mis fantasmas, mi condena… mi venganza.
Ya no soy el hombre que solía ser, incluso si me siento tan cómodo con el uniforme. Ya nada es como hace 20 años, la guerra no es la que cambia, lo hacemos nosotros.
Y aun sabiendo todo eso, decido no tomar esa última chance. Camino despacio, entro de último en el grupo y me coloco detrás de todos. Su voz es lo primero que me recibe, incluso antes de captar sus ojos. La escucho con detenimiento, lo que dice con palabras y lo que no. El tono de voz, esa pequeña sonrisa, el latir de su corazón, todas señales.
Asumo mi papel sin dificultades. Permanezco callado en el fondo, casi como espectador. Soy el oficial de menor rango en la sala, soy el inexperto, dirijo a los inexpertos y me comporto como tal.
A sabiendas de que mi actitud pudiese acarrear más desconfianza de la que poseo entre mis colegas, asumo bien la idea de que así debe ser. No me interesa hacerme notar. Luzco distraído en ocasiones. Atiendo las palabras de los Generales, son sin duda muy diferentes entre sí. Poseedores de los extremos opuestos de la balanza.
He decidido no hablar sino hasta que me sea ordenado. Aunque sí hablo conmigo mismo y entre tantas cosas me sigo preguntando ¿por qué?
- off:
- Despulpen la demora, procurare ser más puntual ^^
Larden- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 154
Fecha de inscripción : 10/06/2012
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