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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Dalmau Bonmatí Dom Ago 08, 2010 9:49 pm

París, la ciudad del norte francés, destino de pensamientos, sueños efímeros y deseos perdidos. Según algunos, todo lo que mereciera la pena en el mundo comenzaba en el centro de esta ciudad y terminaba en cuanto los edificios decrecieran hasta convertirse en la verde tierra de campo. París, para muchos, la ciudad de las luces o del amor; para otros, simplemente, ”La Ciudad”.

Aquel lugar siempre había permanecido en la intangible lista en la que figuraban, en un aparente desorden, los destinos que me restaban de visitar de aquel mundo, situándose junto a nombres como Viena, Berlín o la lejana Rusia, pero siempre con una presencia imperante. Sin embargo, los motivos que habían terminado por llevarme a aquella caótica masa de edificios, que crecían a riberas del Sena, no terminaban de aclarárseme. Mi hermana, Laia, había insistido en que debíamos abandonar Barcelona para aventurarnos a atravesar los Pirineos y visitar París y, cuya razón para tamaña empresa, no acababa de sobrepasar el rango de presentimiento. Yo, cegado por su obstinación, había terminado aceptando y las consecuencias de tal consentimiento habían terminado por llevarnos al lujoso “Hôtel de Crillon”, donde nos hospedábamos.

Había dejado a Laia encerrada en la habitación, sumida en el apacible letargo al que ya nos habíamos acostumbrado, ella de sufrir y yo de contemplar. Tras abandonar los distinguidos salones, frecuentados por la selecta clase alta parisina, y excusando a mi hermana por un supuesto malestar, me dispuse a abandonar las arcadas de ese significativo edificio que se abría a la ”Place de Louis XV”. Mis pasos resonaban contra el embaldosado de esa explanada de piedra, dominada por la estatua ecuestre del monarca, mientras me dirigía a internarme entre las callejuelas de esa aparentemente idílica ciudad, que encerraba entre sus fachadas el jolgorio de una ciudad en la época estival. Por suerte el clima que dominaba la región era bastante más suave que el de la costa mediterránea, que tan insoportable llegaba a hacérseme en mi ciudad natal.

La gente caminaba sumida en una improvisada y extraña, aunque no por ello menos interesante, coreografía que llevaban en sus quehaceres diarios. Las amas de casa rodeaban los puestos de comerciantes, los cuales gritaban a los cuatro vientos las dudosas exquisiteces de sus mercancías, al tiempo que los niños correteaban felices, esquivando las piernas de sus mayores y haciendo oídos sordos a alguna que otra regañina. París se mostraba cotidiana, algo que, lejos de desilusionarme, provocaba en mí una sensación de calma, como si yo, de alguna manera, estuviera empezando a formar parte de eso. Con una sonrisa en los labios retomé mi camino. ¿Cuál debiera ser mi destino? ¿Quizás el palacio del Louvre o ”Les Invalides”? ¿Los jardines de Luxemburgo o la lejana plaza donde se emplazara la demolida Bastilla de San Antonio? París se abría por completo ante mí y mis extremidades parecían hartas de energía como para andar un largo trecho.

Habíamos llegado a la ciudad el día anterior, poco después de que el sol se ocultara y, tras haber pedido un carruaje que nos acercara a aquel lugar que debiera ser nuestra residencia tanto tiempo como permaneciéramos allí, nos dispusimos a deshacer las pesadas maletas que configuraban nuestro equipaje. Laia había insistido en que, tanto ella como yo, lleváramos ropa de sobra y enseres varios, tesitura que no hacía si no revelarme que nuestra estancia en París iba a prolongarse, quizás, más de lo que hubiera supuesto en un primer momento. Tampoco era que me importara demasiado, en Barcelona no me esperaba nada que no fuera monotonía y el pesado yugo de la moralidad imperante en el reino hispánico.

Perdido en mis pensamientos, no había caído en la cuenta de que había terminado por desviarme de mi itinerario original para comenzar a internarme en callejuelas algo más estrechas y que, lejos de parecerme iguales, se me antojaban tan dispares como caprichosas, configurando un laberinto del que sería difícil escapar. Tragué saliva. Perdido en una ciudad extraña, en un país al que no se pertenecía; no era una situación digna de ser envidiada. Cierto era que mi dominio del idioma local rozaba la perfección, quizás salvando el hecho de mi acento, pero aún así no me atraía demasiado la perspectiva de encontrarme vagando al anochecer, por muchas horas que aún distaran del ocaso. Dispuesto a solucionar mi situación, me dirigí a preguntar a una de las personas que frecuentaban aquella estrecha calle empedrada, al resguardo de la sombra que prestaban los edificios de varias plantas.

- Perdone, mademoiselle, – llamé la atención de la susodicha esperando no importunarla - ¿sabe cómo llegar a la rivera del Sena? – pregunté a sabiendas que, a partir de ahí podría guiarme facilmente


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Mensaje por Giselle Laroche Lun Ago 09, 2010 12:30 am

Me moví entre sueños. De alguna manera sentí que me encontraba en una blanda superficie pero mis párpados se encontraban reacios a abrirse. Me encontraba en ese sopor en el cual presientes que estás durmiendo y tratas de abrir los ojos porque una vocecilla interna te indica que deberías de hacerlo, vocecilla que va aumentando poco a poco a medida que lo intentas. Quieres salir del sueño y volver a la realidad pero tus párpados se han tornado demasiado pesados y se rehúsan a prestarte el menor caso. Entonces me volteé sobre esa superficie y sentí que al moverse mi brazo me producía una ligera sensación de dolor. Podía producir golpes a grandes velocidades o con fuertes impactos sin sufrir necesariamente muchos estragos, poco a poco me había acostumbrado a eso, aunque quería creer que no me sería posible acostumbrarme a mis heridas. Sentirme abotargada, adormecida, carente de cualquier sensación, no estaba tan mal si el hecho duraba solo unos minutos, pero si a medida que el tiempo transcurría en algún momento dejase de sentir dolor, entonces estaría a completa merced de mi segunda naturaleza. Necesitaba conservar ese recordatorio de mi condición humana por lo que esperaba nunca llegar a deshacerme del todo de el.

El dolor que recorrió mi brazo al moverlo fue suficiente motivo para hacerme abrir finalmente los ojos. Lo hice poco a poco notando como los rayos del sol entraban por la ventana de la habitación. Me senté sobre la cama con rapidez. Dónde me encontraba? El lugar me era completamente desconocido pero al menos resultaba más agradable que en previas ocasiones. Inspeccioné la habitación. El aspecto era austero y modesto por lo que deduje que los dueños del lugar no deberían de ser nada acaudalados. Mejor... así me sería más fácil recompensar cualquier tipo de silencio que resultase necesario.

Me levanté repasando en mi mente la noche anterior. La luna llena había hecho acto de presencía. No tuve tiempo de tratar de reparar en los pormenores de lo acontecido durante esas horas. Escuché el rechinar de la puerta al abrirse y una señora bastante joven aún pero con aspecto cansado entró con una palangana de agua y algunas toallas en su brazo, notó que me encontraba despierta y se paró en seco.

Me apresuré a saludarla asumiendo un tono de autosuficiencia del cual sabía apropiarme fácilmente. Lo había presenciado tantas veces entre las damas de alcurnia... Los siguientes acontecimientos fueron un tanto predecibles. La joven señora era en realidad una viuda. Su esposo la había dejado cargada de deudas y con tres chiquillos de los cuales hacerse cargo. Me había encontrado al amanecer desvanecida ante la puerta de su casa. Alguien había aporreado la puerta con mucha insistencia lo cual le había provocado a sus niños un terrible sobresalto. Me disculpé por las molestias ocasionadas. Le agradecí ese acto tan noble que denotaba un gran corazón al haberme procurado descanso bajo su techo en estas circunstancias. Mi tono pareció asombrarle y luego convencerla de mi posición social. Le aseguré que me encontraba en perfectas condiciones. Me detuve brevemente a observar mi brazo y noté como esa profunda herida de la noche anterior apenas dejaba alguna marca que pronto se desvanecería en el mismo. Le dí las señas de mi hogar, prometí recompensar su discreción amplia y generosamente. Al parecer me encontraba de buena suerte, decía ella, ya que podía procurarme un vestido que me quedaría a la perfección y que pertenecía a una de las hijas jovenes de un matrimonio para el cual ella trabajaba. Aunque me miró con suma curiosidad queriendo conocer el destino de mi propia vestimenta, no emití explicación alguna lo cual finalmente la hizo desistir y dejarme a solas para que pudiese cambiarme y peinarme apropiadamente.

Poco después salía por la puerta de enfrente y miraba a mi alrededor. Me encontraba en uno de esos barrios de la clase baja de Paris. El sol se encontraba más resplandeciente que nunca como si la noche anterior no hubiese existido jamás. A veces cuando notabas una luz así podías ponerte a fantasear un poco y pretender que nada había sucedido, que todo lo habías soñado y que ahora que te encontrabas realmente despierta podías olvidarte de cualquier cosa. Aunque también sabías que te estabas engañando pero que había de malo en pretender?

Al caminar por entre las callejuelas sentía la fresca brisa del día acariciar suavemente mi rostro y veía a algunos chiquillos correr frente a mi. Sus risas eran ligeras y despreocupadas y se perseguían los unos a los otros fingiendo ser alguien más, inmersos en sus fantasías. Mi semblante cambió y sonreí al observarlos mientras uno de ellos en su trayecto chocaba conmigo, se apresuraba a disculparse y no me daba tiempo de responder antes de salir al trote para alcanzar a los demás.

Sufrí un ligero sobresalto al escuchar una voz masculina que parecía salir de detrás de mi. Volteé hacia la misma y observé a un joven que por su buen aspecto denotaba su buena cuna. -Ahh... si, está un poco lejos de acá me temo.- respondí rápidamente, sobreponiendome a la sorpresa. -Tal vez le resultaría mejor alquilar algún coche.-



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Mensaje por Dalmau Bonmatí Lun Ago 09, 2010 10:01 am

Una mueca de leve desagrado se instaló en mi rostro al escuchar la contestación a mi pregunta. La muchacha, cuyos cabellos presentaban un tono rubio claro que reflejaba los escasos y radiantes rayos de sol que se filtraban hasta nosotros, había hecho desmoronarse mis esperanzas de que el lugar donde nos encontrábamos no distara mucho del curso de agua que dividía el entramado de callejuelas de la villa gala. Su propuesta de que me dirigiera a alcanzar un carruaje no lograba terminar de convencerme, dado que, poco previsor, no había cogido demasiado dinero para aventurarme por la ciudad y no tenía la intención de volver al hotel tan pronto, donde con seguridad pudiera reunir los suficientes que almacenábamos en la caja fuerte de nuestra habitación.

Aquella joven fémina, de iris azules y que aún debía distar varios años de la veintena de edad, se había vuelto hacia a mí en cuanto hubiera llamado su atención, mostrando una tez tan blanca que hubiera hecho de ella el blanco de los celos de muchas de las aristócratas de Barcelona, donde el sol brillaba con demasiada fuerza como para no que la piel no llegara a adquirir un cariz algo más oscuro del que, según ellas, merecían. El ambiente de París, aunque también cálido en verano, difería bastante del sofocante sopor que inundaba la atmósfera de mi ciudad natal y, por lo tanto, era mucho más agradable. Lo cierto era que aquella a la que llamaban ciudad de las luces, a la par de ser una urbe cosmopolita, no acababa de perder ese carácter provinciano y costumbrista que podía hacer que, fuera quien fuese y fuera donde fuese, lograra sentirse como si ese fuera su hogar. De todas formas, por muy apetecible que fuera esa ciudad, aún no había terminado de solucionar la pequeña contrariedad que se presentaba frente a mí. Llevé mi mano izquierda por encima de mi oreja para dejar que mis dedos rozaran mi cabello hasta casi llegar a la nuca; luego recobré la compostura.

- No creo que fuese una buena idea... - dije en voz baja, quizás pensando a la par que hablando, a pesar de usar la lengua francesa para pronunciar tales divagaciones. Quizás debiera seguir callejeando, a la espera de encontrar algún lugar donde poder descansar, relajarme y, a la vez que contemplar el panorama, dejarme caer en el torbellino de reflexiones que acostumbraban a inundar mi mente, sin destino o conclusión final alguna. "Cavilar para perder el tiempo" pensé. Irónicamente algunos otorgaban al ser humano el privilegio de contar con una inteligencia que, un buen número de veces, se escapaba de nuestra mano -. ¿Sabe de algún lugar donde poder descansar o pasear? ¿Quizás una bodega, un paseo o un parque? - dije recuperándome de mi indecisión de pronto, restableciendo por momentos la esperanza por no perder las horas del día que aún restaban antes de que debiera volver junto a mi hermana; aún tenía que discutir un buen número de pormenores, y una no menor cuantía de temas importantes a tratar.

Seguramente aquella muchacha de ojos claros fuera a pensar que era un demente por preferir quedarme por esa zona donde era evidente la escasez de recursos económicos que buscar un transporte que me llevara a alguna zona más segura de la ciudad. Lo cierto era que mi propio instinto me urgía a abandonar el distrito, aunque la curiosidad y mi necesidad de andar y descubrir pesaban más en la balanza de mis preferencias que la aparente carencia de confianza que imperaba en esa estrecha callejuela.


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Mensaje por Giselle Laroche Lun Ago 09, 2010 3:42 pm

Observé al joven caballero durante unos segundos. Por su expresión pude apreciar que mi sugerencia no resultaba muy de su agrado. No comprendí del todo el por qué. Por su manera de vestir se notaba que pertenecía a las altas esferas. A la mayoría de las personas que formaban parte de las mismas no les hubiese resultado difícil el alejarse rápidamente de estas callejuelas las cuales les presentaban un aspecto de la ciudad que en nada concordaba con el ambiente que solían transitar. Para muchos la escena resultaría un poco chocante, no para mí que me parecía más bien refrescante y pintorezca. Me aburría de encontrarme siempre en los mismos entornos y aunque no había llegado aquí precisamente por elección, no me importaba aprovecharme de las circunstancias y enfrascarme en una caminata por el lugar.

Afortunadamente el clima era agradable y se prestaba para eso. Lo único malo era que a algunos podría resultarles un poco extraño que una chica como yo anduviese por estos rumbos sin ningún tipo de escolta, como bien lo apreciaba en este momento al observar como un trío de personajes de aspecto malcarado pasaban por enfrente de nosotros mientras yo volvía a pretender y hacía como si conociese al joven frente a mi de toda la vida y me acercaba a él y me comportaba como si estuviesemos enfrascados en una simple caminata por estos rumbos.

El trío pasó de largo mientras yo los atisbaba disimuladamente. Francamente no le tenía ningún miedo a los forajidos que solían presentarse en alguna que otra calle de Paris, pero después de anoche no tenía ganas de involucrarme en ningún tipo de escena desagradable aunque los resultados fuesen a mi favor. Más bien quería pensar que por lo menos durante un rato me vería libre de cualquier tipo de posible trifulca y podría hacer lo que mejor le sentase a mi estado de ánimo.

Entonces volteé a ver al joven y le sonreí con aire de disculpa. -Si no le importa monsieur, aunque el Sena no queda precisamente cerca de nosotros, resulta que voy en esa dirección. Puedo mostrárselo con facilidad si gusta de las largas caminatas y si estas no le resultan del todo fastidiosas. O si prefiere la alternativa del parque también conozco uno por el mismo camino que tal vez sería de su agrado. -Aparte mataríamos dos pájaros de un tiro. El se dirigiría adonde deseaba y yo caminaría acompañada de un caballero lo cual servíría a mis propósitos. Aunque aún faltaba ver que me respondía él. No a todos las personas les agradaba la perspectiva de recorrer varios kilómetros a pie.



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Mensaje por Dalmau Bonmatí Lun Ago 09, 2010 6:48 pm

Esperando una respuesta a la pregunta que segundos antes hubiera formulado pude darme cuenta de que la muchacha había desviado momentáneamente su atención hacia el grupo de tres muchachos que pasaba a nuestro lado. El aspecto de tal trío se me antojó poco singular para el lugar en el que nos encontrábamos, pero no por ello una oscura sospecha dejó de cernirse sobre mí al percatarme de la mirada que dos de ellos lanzaron hacia la joven que tenía enfrente. La reacción de ella fue simple: aparentar que estaba acompañada y que contaba con la dudosa protección de mis brazos los cuales, aunque algo trabajados, quedaría mermada en una lucha en tal inferioridad numérica. Fuera como fuese, aquella cuadrilla dejó nuestro lado sin mayores altercados. Sinceramente me alegraba del resultado de la resolución de tal pequeño contratiempo, no era mi intención inmiscuirme en problemas en mi estancia en la ciudad que, aunque me estuviera resultando agradable, esperaba no fuera demasiado larga.

Ella les siguió con la mirada por unos instantes para luego girarse a mi dirección, sonrisa en los labios, dispuesta a cambiar el pequeño discurso que había efectuado momentos antes. La perspectiva de pasear acompañado a un lugar desde el que me pudiera guiar no era de mi desagrado, es más, precisamente la posibilidad de conocer a alguien allí era una oportunidad que no podía dejar pasar, en especial si era una joven tan agradable a la vista como aquella. ”¿Qué, Dalmau? ¿Es que va a ser esta señorita quien has decido que deba rondar tus deseos y tus sueños por las noches? ¿Quizás tu Julieta o tu Laura de Petrarca?” me reprendí burlándome de mí mismo, a sabiendas que no debía pensar así de una mujer. ”Al menos no es un hombre” me excusé interiormente. Molesto nuevamente por entablar una corta conversación conmigo mismo, me dispuse a dirigir mis palabras hacia quien realmente debía ser la receptora de tal gasto de fuerzas.

- Sería un placer – acepté con gusto respondiendo a su sonrisa con una mueca idéntica en la entrada de mi boca -. No me importa caminar, estoy bien acostumbrado a tal ejercicio – y no mentía al afirmar tal cosa, siendo bastante asiduo a transitar las calles de Barcelona o Valencia con un lento, o quizás rápido, divagar - ¿Vamos pues? – le propuse ahora yo, solo para darme cuenta de mi falta de cortesía al no haberme presentado, por lo cual me dispuse a enmendar mi error -. Mi nombre es Dalmau, nuevo en la ciudad - aclaré por si mi desconocimiento del terreno o mi, aún no sabía si torpe, acento me hubieran delatado



Off: perdón por las prisas al final del post, pero me encuentro mal. Me voy a dormir ^^ un saludo


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Mensaje por Giselle Laroche Miér Ago 11, 2010 2:00 am

Durante los breves segundos en que tardó en darme una respuesta observé realmente al joven frente a mi por primera vez. Parecía agradable, al menos en lo que respecta a primeras apariencias, y aunque no siempre ha de uno fiarse de ellas, no veía porque no había de tratarse de lo que parecía a primera vista. Un caballero unos cuantos años mayor que yo, al menos en lo que concernía a años calendario porque, aunque yo no fuese precisamente la mayor de mis hermanas y aún me faltase para la mayoría de edad, creo que no exageraba al pensar que ya había atravesado demasiadas experiencias como para llenar toda una vida. De repente me sentía mucho mayor de lo que era y aunque muchas de mis vivencias en el pasado me habían perturbado en demasía, aún existía una que resaltaba entre todas ellas y que sin esperarla en lo absoluto había logrado renovar mis esperanzas y reafirmar que aún podía sentirme dichosa en un día de clima agradable como éste.

-De acuerdo entonces.- contesté sonriente, pensando que a pesar de la noche anterior esta mañana no se presentaba tan mal. Primero me había encontrado resguardada al despertar y ahora parecía que volvería a encontrarme resguardada otra vez o al menos escoltada con la mera presencia de este joven. De la manera más inusitada me encontraría tranquila ante la vista de cualquier otro personaje de mal ver que pudiesemos encontrarnos durante el trayecto.

Comenzamos a caminar a buen paso, si seguíamos así podríamos llegar a la rivera del Sena antes de que estuviese demasiado entrada la mañana y de allí no me resultaría tan difícil dirigirme a casa. Lo malo sería tener que volver a explicar el por qué de la ausencia de la noche anterior. Pero bueno, cada cosa a su tiempo...

Me di cuenta de que me extraviaba demasiado en mis pensamientos y no quería parecer descortés, así que inmediatamente devolví mi atención al joven que acababa de presentarse. Su nombre me pareció singular, no habiendo escuchado ninguno parecido antes y también era cierto que su acento delataba que no era de los alrededores, aunque su pronunciación del francés no me pareció del todo mal. Traté de adivinar de dónde sería su procedencia. De algún país nórdico tal vez? Su aspecto no me me lo indicaba del todo así que mejor satisfacía mi curiosidad. -Soy Giselle Laroche.- respondí, esbozando una sonrisa en respuesta a la suya. -Si no le parece demasiado impertinente de mi parte, puedo preguntarle, de dónde proviene?-

off: disculpa la tardanza...



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Mensaje por Dalmau Bonmatí Jue Ago 12, 2010 7:39 am

Antes de contestar a mi pregunta creí percibir en sus ojos claros una observación de la que yo era objetivo, quizás evaluándome o estimando nuevamente el grado de confianza que mereciese. Fuera como fuese, al final volvió a tomar la determinación de mostrarme el camino hacia aquel lugar donde nos dirigiésemos, al Sena o al parque, ya que yo no había mostrado una inclinación por ninguno, a pesar de preferir, claramente, la primera opción.
Nuestras piernas comenzaron a moverse, en involuntario ejercicio de caminar hacia el frente, siempre hacia el frente, o al menos, hasta que aquella señorita decidiera que era menester torcer alguna esquina para llegar antes al final de nuestro viaje, o, sencillamente, llegar. Al principio de nuestra marcha, a cuyo ritmo, quizás algo rápido, estaba bien acostumbrado, por lo cual agradecí los largos paseos dados a lo largo de mi vida, el ruidoso y jovial ambiente de la mañana parisina parecía demasiado acallado, aunque no lograba hallar las palabras para romperlo, por lo cual hube de esperar a que ella fuera quien terminara por hablar primero.

- ¡Oh! Provengo de España, de la ciudad condal, Barcelona – especifiqué por si no sabía la otra denominación de mi ciudad natal; ni siquiera sabía si en francés se la llamaba de dicha manera. Al parecer mi acento o, quizás mi aspecto, me delataban como extranjero en tierras galas, algo que creía quizás más desventaja que atributo -. Apenas llevo unos días en la ciudad – continué, arrepintiéndome al momento de mis palabras por haber dado posible pie a que preguntara los motivos que me hubieran llevado a París, los cuales no sabía, a pesar de una leve sospecha -. ¿Y usted? Supongo que es de esta ciudad, ¿o me equivoco?

Nuestro camino seguía imperturbable y nuestro compás estable y constante. Los edificios a nuestro alrededor, claramente diferentes, mostraban una uniformidad apabullante, seguramente debido a los pobres materiales con lo que estaban fabricados, entre los que se podían ver alguna pequeña y mugrienta tienda o alguna que otra taberna. La gente que paseaba por el lugar tampoco destacaba demasiado en el ambiente, pues sus ropas aparecían algo desgastadas y decoloradas, aunque había que reconocer que las mujeres se esmeraban en mantener su atuendo en las mejores condiciones posibles, sin una perceptible mota de polvo sobre las telas, siquiera. Los niños, como ya me estaba acostumbrando, eran omnipresentes, con sus simples o endiabladamente incomprensibles juegos, moviéndose de un lado al otro de la calle, colisionando con algún que otro desprevenido viandante. Su jovialidad era contagiosa hasta el punto que lograron arrancarme una sonrisa, que, si bien, no dejaba de tener un tinte amargo, dada la situación.

- Es maravilloso como los niños se pueden divertir con tan poco, mientras que los adultos siempre parecemos necesitar más y más para querer alcanzar la felicidad – aunque en mi no tan larga vida había podido comprobar que muchos aristócratas o ricos burgueses no eran ni de cerca tan felices como algunas familias con una evidente escasez


Off: no te preocupes... ahora discúlpame a mí xD


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Mensaje por Giselle Laroche Jue Ago 12, 2010 5:08 pm

Acallando por el momento cualquier inquietud que pudiese tener con respecto al lugar por el que andábamos, comencé a dejar a un lado cualquier pensamiento al respecto y a interesarme más en el joven que avanzaba a mi lado. Su manera de andar me confirmó lo que había dicho acerca de estar acostumbrado al ejercicio. Me agradó descubrirlo puesto que había más de una persona con la que de vez en cuando me había animado a salir en alguna caminata únicamente para descubrir que, después de tan sólo unos minutos, todos esos aires de atletismo de los cuales se vanagloriaba caían por los suelos. Sin haber caminado ni siquiera unas cuantas cuadras más de uno, aún encontrándose en la plenitud de su juventud, comenzaba a desanimarse al darse cuenta de que la caminata proseguía y preferían interrumpirla indícándome algún lugar en las cercanías adonde pudieramos tomar asiento, lo cual me hacía suspirar internamente sin más remedio que ceder ante el paseo interrumpido.

Comencé a disminuir ligeramente el paso mientras escuchaba de donde provenía. La respuesta me hizo sonreir. -España! Un lugar del que guardo gratos recuerdos. Tuve la fortuna de visitar su país hace unos cuantos años...- Mi mente viajó a aquel entonces, cuando contaba con quince años y me había embarcado en un viaje que consideraba toda una aventura, cuando aún era una chica como cualquier otra y la idea de atravezar las fronteras francesas siempre lograba emocionarme. En aquel entonces me ilusionaba la perspectiva de poder ver que había más allá de lo que había conocido hasta el momento.

-Me encantó la experiencia y siempre quise tener la oportunidad de volver pero por... una razón u otra nunca pude hacerlo.- Volví a mirar al joven y al entremezclar un poco mis recuerdos con su presencia comencé a asociar su acento con las personas que había conocido en su tierra. La manera de conducirse de los españoles, los vestidos de las damas... y no me refería a las de sociedad pues odiaba esta vestimenta que por norma nos era impuesta a las francesas. No, me refería a las bailarinas, a sus notorios vestidos, a la manera en que irradiaban sensualidad cuando se movían entre los clientes del lugar, a sus danzas nocturnas, a sus cabellos negros y largos como el ébano. Y todo esto yo lo había visto una noche al entrar en un local únicamente por casualidad... y después había deseado poder ser una de ellas, durante un breve período odié mis cabellos rubios y mi tez blanca que me hacía sentir insípida a la par de estas fascinantes mujeres, a las cuales yo hubiese querido parecerme más...

-Supongo que le parecerá bastante contrastante la ciudad de Paris...- al decir esto disminuí un poco el paso para observar un poco más a nuestro alrededor. Ciertamente nos encontrábamos en una de las áreas más pobres del lugar y sin embargo nuestra capital no dejaba de presentar un cierto encanto, aún en este medio, tal vez debido a la manera en que los hombres y mujeres aún vestidos de manera pobre, compensaban esa carencia desplazándose por estas calles con un aire de determinación en su rostro. Determinación que les conducía día a día, para despertar a pesar de sus carencias y alegrarse con la compañía de sus niños y de esa persona especial con la que habían decidido pasar el resto de sus días...

-Tiene usted razón...- comenté siguiendo la mirada de él para apreciar a los niños que reían al pasar corriendo por delante de nosotros. -A la mejor es parte de la condición humana. Tener que perder demasiado para poder comenzar a apreciar lo que verdademente vale la pena conservar y tener por delante... lo que verdaderamente te hará feliz...- Continué observando a las personas pasar y me perdí un poco en la influencia del ambiente en que nos encontrábamos. -He recorrido estas calles varias veces en el último año y siempre hay algo nuevo para apreciar, como si volvieses a ver todo por primera vez.-

Miré al joven de soslayo preguntándome de repente si no sería inapropiado estar hablando de estas cosas con un extraño, o tal vez eso era lo qué lo hacía más fácil... -Le importa que lo tome del brazo?- pregunté, mirándolo interrogativamente. Por supuesto eso le daría más tono de veracidad a la charada de que caminaba con un amigo de toda la vida. -Ha dado usted en el clavo. Soy parisina de nacimiento... Por un momento pude haber pensado que usted también lo era... Ha practicado el francés con regularidad?-



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Mensaje por Dalmau Bonmatí Jue Ago 19, 2010 2:14 am

Al tiempo que la joven se disponía a hablar, maravillándose, al parecer, con los recuerdos de aquel viaje que debiera haber hecho en su juventud, de la cual no había acabado de salir, al menos en lo que a físico se refiere, pude percatarme como la agilidad con la que nos movíamos comenzaba levemente a decrecer. Alcé la vista hacia su rostro, esperando ver alguna muestra de cansancio, pero lo único que pude contemplar fue un gesto apacible, sumida ella en una ensoñación que parecía viajar a ese tiempo pasado, por los caminos de lo que supuse mi tierra. Lo cierto es que supuse que debía de tratarse de una muchacha de clase pudiente, dado que no mucha gente disponía de los fondos necesarios como para visitar un país extranjero. Por suerte, yo también me encontraba entre ese selecto grupo de personas que podía permitirse viajar, lo cual había aprovechado para adentrarme en la agreste Suiza o en la siempre lluviosa Inglaterra, donde había entablado contacto con las incipientes corrientes artísticas que comenzaban a tomar fuerza en aquel principio de siglo.

- No crea. Barcelona no es tan diferente de París como uno cabe esperar – contesté con una sonrisa, esperando no contrariarla, a pesar de dar mi sincera opinión -. Aunque en el país hispánico se rechace todo aquello de procedencia francesa, en Barcelona, las clases altas casi parecen haberse obcecado en contradecir los deseos de Madrid y Castilla, por lo que el ambiente no es tan distinto a como yo creía antes de venir aquí – me sinceré exponiéndole mi sorpresa, que no desilusión, al llegar a la ciudad. Lo cierto era que esa parte de España siempre había sido bastante independiente, solo había que buscar en la historia, cargada de revueltas, a pesar de ser una región impositivamente favorecida, y que ya en el siglo XVII se había entregado a Francia para evitar el dominio hispánico -. Lo cierto es que me esperaba algo más espectacular, una ciudad más imponente, pero eso no quita que sea igualmente un lugar maravilloso. Aún me queda una infinidad de lugares que visitar y no sé cuánto voy a permanecer por aquí, por lo cual debería aprovechar mi tiempo, ¿no cree? – aún ni siquiera me había acercado a la entrada del Louvre o a contemplar el juego de luces que, según me habían contado, provocaba la luz del sol en la ”Sainte Chapelle”, en especial durante la hora del atardecer.

Suspiré. Tantos sitios que visitar y una vida corta que no podría dar de sí para ir a todos y cada uno de ellos, y ya no me refería exclusivamente a París, que ya de por sí daba un buen número de posibilidades, si no que el mundo entero era un menú demasiado grande por degustar. Aún ansiaba poder explorar los edificios de la imperial Viena, de la milenaria Praga o perderme por las callejuelas de la siempre sacra Moscú o de la ciudad de los zares, San Petersburgo. Pero las cosas no acababan ahí. Soñaba con poder adentrarme en los países árabes y ver sus mezquitas que, al parecer, tanto se asemejaban a los edificios que plagaban el sur de España y que tanto adoraba. También quedaba dentro de mis aspiraciones poder llegar a la lejana India o, quizás, a la China o a la tierra de Cipango al que Colón nunca llegara, al cual se le estaba comenzando a llamar como Japón.
- Pero dígame, ¿qué parte de España ha visitado? Mi país presenta muchas diferencias de una región a otra – y no podía decir nada más acertado. Mientras que otros países se jactaban de una riqueza impresionante, su cultura no dejaba de ser cristiana y europea, mientras que España era una mezcla de tradiciones de las más variopintas procedencias, a las cuales ni Inquisición ni imposición real parecía capaz de vencer. Era conocido el rechazo de los borbones a fiesta tan tradicional castellana, como eran los toros, y sin embargo habían sido incapaces de vencerla, y muchos eran los amantes de los restos de la cultura islámica en mi país, tan aberrante para algunos, entre los que se encontraban incluso varios eclesiásticos o antiguos reyes y emperadores del país. Lo cierto era que cada región tenía su belleza, fuera por parajes, edificios, bailes locales, una rica gastronomía o, sencillamente, por esos trajes regionales que los borbones habían impuesto como traje de gala, tan diferentes y a la vez semejantes entre las distintas y múltiples regiones que componían el Reino de España.

De pronto noté su mirada clavarse en mí nuevamente, solo para seguir moviendo sus labios en contestación a la observación que había efectuado segundos antes, refiriéndome a la facilidad de los niños de poder olvidar su desgracia y convertirse en propietarios de una felicidad tan sublime como solo un infante pudiera llegar a sentir. Estaba a punto de contestar de nuevo cuando, de pronto, ella se dispuso a hacerme una proposición que me pilló algo desprevenido. No sabía si era costumbre y de buenos modales que dos personas desconocidas anduvieran tomadas del brazo, pero, suponiendo que ella sería una jovencita respetable, no pude por más que flexionar levemente la articulación del codo, al tiempo que alzaba la extremidad más próxima a ella.

- Desde luego – contesté al fin con una sonrisa, invitándola a acomodarse a mi lado para proceder a contestar a su nueva pregunta -. Lo cierto es que no he hablado con demasiados nativos a lo largo de mi vida, solo con una profesora que nos enseñaba a mí y a mi hermana y con varios individuos con los que pude entablar conversación en tierras helvéticas, a excepción, claro está, de alguna persona con la que he dialogado en mi estancia en esta misma ciudad, por gusto o necesidad, entre las que, claramente, se encuentra usted – la volví a sonreír, mostrando que ese hecho no hacía sino que complacerme -. ¿Y usted? ¿Aprendió algo de algún idioma peninsular en su estancia en mi país?

Las calles seguían avanzando a nuestro alrededor y, poco a poco, parecían cobrar un mejor aspecto, aunque éste era casi imperceptible. De vez en cuando podía verse algún edificio que no parecía estar a punto de desmoronarse, a pesar de las robustas vigas que soportaban el adobe del resto de construcciones, lo cual comenzaba a augurar el tránsito hacia zonas de una mayor capacidad económica, aunque no hubiera apostado que ya hubiéramos abandonado los barrios bajos.


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Mensaje por Giselle Laroche Vie Ago 20, 2010 9:24 pm

A medida que escuchaba hablar a Dalmau comenzaba a mirarlo bajo una luz diferente. Al principio había pensado que caminar con él me resultaría favorable pero no suponía que su conversación me resultaría tan amena. En verdad era un joven muy culto y con las pocas apreciaciones que compartía ya me daba cuenta de que no sólo tenía conocimiento de lo que estábamos hablando sino también sus propias opiniones al respecto y las expresaba con una convicción que me pareció de lo más refrescante, aún si estas no coincidían del todo con las mías. Su manera de expresarse iba de acorde con lo primero que había pensado al verle, que era un joven de buena cuna, pero no como algunos que a pesar de poseer los más nobles títulos denotan una inteligencia tan escasa que tienes que esforzarte en presentar buena cara por normas de educación aunque lo que más quisieras es salir corriendo.

-A la mejor lo que me dice sea así Dalmau, no sé.- contesté con una ligera sonrisa al escuchar su primer comentario. -Me temo que no estoy demasiado versada en la cultura de su país por lo que desconozco cualquier posible influencia francesa que pueda presentarse en él. Aunque me parece muy interesante lo que me cuenta. Supongo que es un defecto mío, ser francesa de nacimiento y por lo tanto que mi amor por esta ciudad me induzca a cometer el pecado de arrogancia y asumir que no hay ninguna otra que pueda asemejársele.- Esperaba que él pudiese comprender eso y me perdonase por que era cierto que a pesar de todas y cada una de las visicitudes que pudiese habido atravesar en estos suelos también habían muchos gratos recuerdos que compensaban cada una de ellas y que me hacían amar este lugar sin atreverme a imaginar el dejarlo de manera permanente.

-Lamentablemente el único lugar que llegué a conocer fue Madrid.- añadí a medida que escuchaba sus observaciones. -Peco otra vez al asumir que su país es igual de una frontera a la otra y me anima más el que me diga lo opuesto, para querer regresar en algún momento y poder recorrerlo mejor.- Sonreí animadamente al darme cuenta de que no tomaba a mal mi proposición de tomarle del brazo, cosa que hice acomodándome a su ritmo al andar, mientras continuábamos nuestro recorrido por las calles que comenzaban a mostrar ligeros cambios en sus fachadas, dejándo un poco atrás las construcciones más deterioradas para mostrar otras mejor construídas.

-Eso sí, hay muchos lugares atractivos para visitar en la ciudad si al final su estadía resulta ser corta.- Lo miré un tanto curiosa, preguntándome porque si venía en plan turístico no estaba aún muy seguro de la duración de la misma pero no quise incomodarle con preguntas al respecto. Si él deseaba compartir más tocante a eso seguramente lo haría y si no para qué echar a perder el paseo. Este comenzaba a hacerme sentir como si de repente fuese una chica mortal como cualquier otra sin más distracciones que el de pasear en una mañana que afortunadamente resultaba tener un clima más que apropiado para ese propósito.

Negué rápidamente al escuchar su último comentario. -En su momento traté de aprender algo de español pero mi profesora no habrá resultado tan paciente como la suya al notar la mala pronunciación de su alumna o acaso haya sido la alumna en sí la que no supo aplicarse demasiado a la tarea.- Sonreí un tanto avergonzada al confensar que en realidad no había prestado mayor empeño en aprender el idioma. -Mi conocimiento no va más allá de algunas frases básicas con las que seguramente yo no me habría defendido tan bien como usted si nuestra situación hubiese sido la inversa y yo me hubiese encontrado en España. Claro que tampoco sabemos si en dicho caso hubiese tenido la fortuna de encontrarme con alguna compañía similar a la presente.- añadí esto último sonriendo y correspondiendo así a su comentario anterior, y a la vez dándole a entender que a mi también me resultaba agradable conversar con él.



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