Mi estimado testigo silencioso

Mi estimado testigo silencioso:

Jamás se sospecha qué tan bajo puede caer la aristocracia que rodea a la realeza hasta que alguien se encuentra bajo su telaraña de intrigas. Hoy en la Corte tuve otro episodio de conversación supuestamente diplomática con los poderosos del Imperio, pero esta vez fueron mucho más evidentes las intenciones de quienes se acercaron a mí; los partidarios de mi tía Sophia dejaban entrever sus sospechas mediante frases políticamente correctas como “Es un conversador contagioso. Es una lástima que sólo lo hayamos visto en Italia el día en que ocurrió la tragedia del Rey”. Lo sé, quieren que me ponga nervioso para acabar diciendo lo que ellos quieren, que yo fui el asesino de mi tío para que no engendrara un hijo que pusiera en peligro mi reinado a heredar, pero ellos no saben…

No saben que mi tío no era el santo que todos creían que era. Jamás podría haber brindado un futuro rey al país, fruto de sus entrañas, por la innegable realidad de que era un vampiro seco como un desierto y permanente como su condena. Por supuesto que los políticos de la Corte no se darán cuenta nunca ni de la condición de mis parientes ni de la mía, porque viven exageradamente pendientes de no perder su lugar de alta alcurnia como para concebir la idea de que fueron regidos durante años por una sanguijuela de forma humana, y aunque alguien se atreviese a planteárselos, ellos no lo aceptarán. Ese es un componente principal de mi defensa para con la aristocracia y para con mis enemigos dentro del poder real, incluyendo a la Reina de Italia.

Testigo de mis días, he de confesaros algo que me mantiene entre el límite que separa a la preocupación de la expectativa; han llegado rumores a mis oídos de que parte importante de la Corona Rusa está interesada en mí. ¿Información confusa? Claro que sí, pues revelaciones como esas se pueden tomar para cualquier conclusión, sobre todo teniendo a la hermana de mi madre como consejera real. Espero que sólo sean susurros sin eco y no verdaderas fuente de información, porque ya bastante tiempo y energía me quita eludir a los adeptos a mi felina tía política que buscan mi cabeza para asegurar su frágil estabilidad política.

Estoy en la mira de las autoridades y poco tengo para saber si sus propósitos son favorables o perjudiciales para mi persona, pero sin importar qué tan fuerte rompan las olas en las costas de mi tranquilidad, indemne saldrá mi serenidad. No atacaré para defenderme; que en vez de eso rodearé mi fortaleza personal de un campo minado que obligará a mis oponentes a evidenciar sus jugadas para que así, cuando lleguen a mí, esté listo para devolverles el envite bajo la nube protectora de la mundología.

¿Miedo? Muy poco. He pasado demasiado tiempo cerca de la muerte como para despreciarle un estrechón. ¡Por mí la besaría con tal de saborear una vez más la boca de mi amada Lorelei!

Os confío ceremoniosamente
Palabras que no saldrán de mi boca

Valentino de Viscont
Duque del Sacro Imperio Romano Germánico

Mi estimado testigo silencioso:

En tanto mis ojos continúan descansados, mi mente es inhibida de pensamientos pasionales como lo son el extrañar, amar o aborrecer a alguien. Las labores de un viudo Duque son suficientes para no dejar mucho espacio a las emociones que podrían significar mi hundimiento muy por debajo de la corteza terrestre. Vos sois mi más capaz oyente y sabéis de las ocasiones en las que estuve a punto de saborear el desborde de mi oculta maldición por tener sentimientos encontrados con ciertos personajes; bastó con que le tuviera rencor a mi madre para asesinarla con la próxima luna llena y no cabe espacio en mi mente para imaginar cuántos cadáveres llevaría hasta ahora cumulados en mis manos de no haber sido por la determinación que tomé años atrás de encarcelarme en mis mazmorras cada vez que mis astrónomos me lo indiquen.

Os he de contar algo que probablemente esperáis. A pesar de los resguardos que tomo, de lo serena que conservo mi cabeza y de las sensaciones extremas que evito, llega de manera insoslayable el momento de abrazar a Morfeo, mi segundo peor enemigo después de la luna. Es cruel, es despiadado como un látigo de fuego y púas sobre mis espaldas y lo peor de todo es que no hay entrenamiento ni cura para él.

Ha provocado inhumanamente que vuelva a verla a ella, a la joven que al entrar a cualquier salón lo iluminaba co su esplendor, al igual que lo hizo con mi habitación aquella vez en que la conocí huyendo de un pretendiente indeseable simulando ser una ninfa que huía de un sátiro. Mi Lorelei me sonríe mientras duermo, ¿es feliz en donde está? Las dudas quieren envenenar mi cabeza e intoxicarme con la memoria de lo que aún anhelo y he perdido. ¡Así ha sido! ¡He perdido!

¿Qué luz es luz si Lorelei no es vista? ¿Qué gozo es gozo si Lorelei ya no está? Al menos dejadme pensar que ella está ahí, alimentada por la muerte, la perfecta sombra de la inmortalidad. Sólo sé que excepto que vuelva junto a Lorelei de noche no habrá música en mi ensoñación y a menos que estreche a mi Lorelei en mi jornada, no habrá día para mí para volver a mirar.

Os confío ceremoniosamente
Palabras que no saldrán de mi boca

Valentino de Visconti
Duque del Sacro Imperio Romano Germánico

Mi estimado testigo silencioso:

Debo deciros que aquello que estoy viviendo parece un mal chiste del destino. No sé qué pensarían mis fallecidos padres o mi adorada Lorelei al respecto. Os admito que mis instintos licántropos me incitan a expresar en una cortante y seca frase lo que me ocurrió, pero mi parte humana es más lenta, y necesita de los procesos para no decantar en un estado de desconcierto irrefrenable como aquel al que destierran los traumas.

Se suponía que sería otro día en mi mansión en París, uno de los últimos antes de volver a Viena y a mis tareas como Duque, dejando atrás a las personas que había conocido, pero mi criada Marianne me despertó de una manera poco usual. Ella suele ser ruidosa y hasta regañona para ponerme en marcha, pero aquella mañana se limitó a sacudir levemente mi hombro hasta que le abrí mis ojos. La saludé, pero no me dijo nada. Se parecía a esas estatuas de mármol de palacio, así de fría y pálida, como si hubiera sido visitada por un despiadado espectro nocturno. Lógicamente se me hizo extraño que esa fuera su actitud matutina, y le pregunté al respecto. Por toda respuesta, Marianne alzó un sobre entre sus manos.

Se trataba de una carta con el sello real ruso. Deduje que su contenido no sería nada ligero y ordené a Marianne que me dejara solo. Leí cada palabra en silencio, mortificándome con cada frase interconectada con la otra. Olía a peligro, a riesgo, pero también a oportunidades. Me llamaba mi tía, consejera real de Rusia. Decía que se requería mi presencia urgentemente, ahí nada del otro mundo. Comenzó a tornarse turbio el mensaje cuando me habló de problemas con la Zarina, una mujer caracterizada por su egocentrismo y frialdad. No me dio más detalles que esos. Lo decisivo llegó cuando leí la parte final: “La asamblea de nobles os ha elegido Zar de Rusia”

Fue en ese instante que a pesar de mi sangre incandescente, hirviente de temperatura, se heló en un abrir y cerrar de ojos. Llegaron a mí todas las imágenes de mi pasado, inclusive del pasado anterior a mi pasado. Se me vino a la mente la imagen de Zaccharia, mi padre, quien se suponía iba a ser Rey de Italia, me haría Príncipe, y posteriormente me delegaría su cargo con esperanzar de hacer mejor a su nación amada. Encontré el rostro angustiado de mi madre al huir a Viena para dejarme en un buen cargo que me amparara cuando ella ya no estuviera, y la encontré mirándome cómplice ante la noticia que acababa de recibir, como si desde el paraíso hubiera intercedido para convertirme en Zar. Y entonces… vi a mi Lorelei acariciando mi rostro, diciéndome, como siempre, que todo estaría bien y que no me rindiera.

Ese apretón en mi pecho se convirtió en un impulso que no podía ignorar, y apenas despidiéndome de mi servidumbre, tomé el primer carruaje medianamente listo para que me llevara al medio de transporte más veloz y seguro hacia Moscú, Rusia.

¿Podéis creer que apenas sentí el frío del viaje al ingresar en territorio escandinavo? Las interrogantes hacían pedazos mi cabeza. ¿En qué había pensado la nobleza para designar a un italiano Zar de toda una nación? ¿Atendería adecuadamente las necesidades de la nobleza, del clero, y del pueblo? Ni siquiera sé hablar Ruso, y aún no me acostumbro a las prioridades que tienen. Es un mundo totalmente diferente al mío, pero alguien allá arriba decidió que se convirtiera en mi hogar.

Al llegar, mi tía me abrazó. Ella dijo que sería la última vez, porque los súbditos del Zar debían contentarse únicamente con inclinarse ante él. Todavía dudo si podré acostumbrarme a aquello, así que simplemente no pienso en mi postura, y hago lo que debo hacer. Si lo pienso, titubearé tanto que me inmovilizaré, de eso estoy seguro. La nobleza me felicitó por algo que ellos mismos habían decidido, pero lo hicieron de manera muy rápida. Noté la urgencia en sus auras por tener un nuevo monarca que los rigiera. Y la Zarina derrocada, ni rastro de ella. No esperaba que fuera diferente, tampoco.

De pronto me encontré en la Catedral de la Dormición, aquella que formaba parte de mi Iglesia ortodoxa. Pensé que tal vez mi religión había sido un factor importante a considerar a la hora de nombrarme, pero ahora no estoy tan seguro. Observé esa edificación embellecida con frescos pincelados por los mejores inspiradores pictóricos de la vieja Rusia en busca de respuestas a este nombramiento apresurado, a ver si sabían responderme qué reacción tendría mi tía Sophia, la Reina de Italia, ante este acontecimiento, pero no tuve tiempo para dialogar. Sin darme cuenta, ya estaba inclinado recibiendo la bendición, y, posteriormente, el símbolo del poder que me había sido delegado: la corona.

Larga vida al Zar.

Y cientos de cabezas de postraron ante mí, algunas con temor y otras con respeto. No conseguí mirar a ninguno de ellos a los ojos. Sólo miré hacia arriba, como si me estuviese contactando con el cielo. Sólo un pensamiento se apoderó de todo mi entendimiento.

“Hubieras sido mi Reina, Lorelei”

Comienza la partida de ajedrez más larga de mi existencia.

Os confío ceremoniosamente
Palabras que no saldrán de mi boca

Valentino de Visconti
Zar de Rusia