Dicen del camino, no del destino [Virginia Hlawatsch]

por **Lenhard S. Goetschl** Lun Abr 29, 2013 8:09 pm

En algún lugar entre los amplios sembradíos, en límite con las viviendas de quienes vivían de la tierra y en conjunción, trino, con las fronteras del jardín botánico, Lenhard encontró la reminiscencia del sueño que había guiado sus pasos hasta entonces.

Tanto lo traía a su mente desde sus recuerdos, tanto más se convencía de que allí era el lugar. Funcionaba en forma similar en la que se llega por primera vez a un lugar y, por alguna razón, se reconoce en lo profundo una ambigua familiaridad. Resultaba, pues, una sensación de conexión con plano abstracto, subyacente y común. Pensar en aquello le enviciaba la mente, seducido por delirios de poder.

¿Qué tanto había cambiado para entonces? No habían sido más que meses y, de pronto allí, en la cúspide de una colina que desembocaba en el panorama compuesto, ennegrecido por un cielo azabache, se preguntaba el alcance de sus capacidades. No había genuina inquietud existencial o altruista en la pregunta; sólo hedonismo.

Respiró profundo, triunfal y lleno de entusiasmo, con la satisfacción de quien ha conquistado territorio enemigo. ¡Allí está, pues, el inicio! La primera página del siguiente capítulo. Algún lugar habitado, entre colinas y sembradíos, a un lado de un frondoso jardín. ¿Te suena? La única diferencia, y no por ello insignificante, era el sol. En sus sueños, el paisaje se veía soleado. La punzada de una incipiente herida que de pronto recordó sobre su cuello le obligó a tensar la mandíbula, pero sonrió. No queda más que sonreír al destino de uno, una vez se sabe irrefutable.

- Bienvenida, Madame Hlawatsch - el francés lo pronunció con tono endurecido por el acento germánico -. Aquí se encuentra nuestra próxima pista, me parece. Lo próximo es encontrar al campesino de cicatriz en el rostro.

Sonreía. Llevaba buen ánimo. De pronto se sentía oráculo de antiguas epopeyas griegas, y ahí no había placer que nutriera el ego sino auténtica alegría.

El sueño, a decir verdad, había sido relativamente simple. Fuera transiciones abstractas, propias de las representaciones oníricas, la visión se componía de una primera imagen, el paisaje, lugar en el que se encontraban; la segunda, el rostro con cicatriz, que presumía se trataba de un campesino, a juzgar por los harapos que vestía; el tercero, una habitación, un tocador y sobre él una carta en cuyo sobre se leía: Virginia.

¡Tanto por descubrir! Lenhard experimentaba una excitación característica. La idea de descubrir un misterio de intriga alimentada por tanto tiempo le quitaba el sueño, aunque jamás literalmente. Impaciente, se aventuró colina abajo, atravesando los campos como deslizándose sobre la hierba. Nada más verlo se podía advertir la raíz sobrenatural que había adquirido. Junto a la superficie de un riachuelo, observó su reflejo difuso por segundos y volteó a ver a Virginia.

- ¡¡Eh, Virgen*!! ¡Apresúrate, mujer, que se nos va la vida en ésto!

Hacía voz de su imprudencia y, sobretodo, de su fracaso como comediante.

*Del inglés Virgin, como apodo a Virginia.

por **Virginia Hlawatsch1** Mar Abr 30, 2013 2:47 am

Fui literalmente arrastrada a aquel espacio abierto por el anhelo de encontrar de una vez a Ylithia, nada más. Las Lunas que había contado desde su inexplicable desaparición ya eran muchas, suficientes como para que mi paciencia comenzará a afinarse, inclusive cuando sabía que tenía a la mismísima eternidad de mi lado, abrazándome incansablemente para buscarle. Lo extenuante no era la tarea en sí, pues no dudaría en caminar silentemente cada noche en busca del gélido rostro de mi creadora en algún recoveco de Europa, no, lo molesto y agobiante era hacerlo con aquel maldito novato.

Le dejé adelantar camino, prometiéndole que le seguiría cuando encontrase aquello que juraba haber visto en sus mágicos sueños, esos que venían jurando darme las respuestas que buscaba. Escuchaba sus entusiasmados pasos veloces, ansiosos cuan infante. Alcé una ceja al no poder evitar aquel gesto de repugnancia por esa estúpida sensación ajena, seguramente de creerse todopoderoso por contar con nuevas habilidades, magnificencias que caracterizaban a los hijos de Lilith.
El choque de la brisa nocturna contra mi inexpresivo rostro para aquel entonces me susurro una pregunta que había dejado pasar por alto hacía un par de meses; “¿Había tomado el camino correcto?”. Liberé un suspiro inerte, escarchado y tense la mandíbula. Quise gritar el nombre de mi Sire con todas las fuerzas, pero contaba con siglos de racionalidad sobre mis hombros como para realizar tal tontería.

Estaba perdida e incrédula por lo que sucedía. Tanto así que me avergonzaba de seguir los pasos de un niño que con un supuesto y no tan bien manejado “don” garantizaba encontrar a mi creadora. A tal punto había llegado mi callada desesperación que mordía mis labios para no escupirle todas las realidades que pensaba de él. No podía espantarle, pero me era imposible demostrarle una faceta tan alejada de la realidad constantemente. El mocoso estaba al tanto que su presencia generaba todo menos felicidad en mi apagado interior ¿Pensaría en escapar de vista? Estaba segura que no, pues lamentablemente ahora nos unía un lazo gigantesco que curiosamente podía ser tan invisible como un pequeño hilillo carmesí, que flotando en el aire nos ataba a ambos, uno en cada extremo. Le había convertido sin desearlo y ahora, podía sentir la esencia de su veleidosa “no vida” a kilómetros de mi persona.
¿Ylithia podría sentirme de la misma forma? Añoraba porque así fuese, para que la melodía de sus palabras llegase a mi mente cuanto antes. Lo necesitaba. Paulatinamente me estaba tornando un ente imbécil, sentimental. Un trozo de mierda inmortal.

- ¿Pretendéis que golpee cada puerta de este pueblo olvidado para encontrar a vuestro campesino? – pregunté, dejando más que en claro que en el dúo que conformábamos yo no era precisamente quien ocupaba el papel de empleada. Era increíble como aquel bastardo había tomado más prestigios de los que realmente le correspondían ¡Claro! El pequeño hijo de puta –porque no se me ocurría otra forma de llamarle en ese instante- sentía el deleitante gusto del poder. Ya podía imaginármelo; creyendo que su don le ofrecía un manjar que su lengua -virgen en cuanto a ese asunto- comenzaba a degustar suavemente. Poco a poco la intensidad del sabor aumentaba y el chiquillo ansiaba más y más ¡Pues no lo tendría! ¡No se reiría de su momentánea victoria en mi propia cara!

Me planté a sus espaldas en lo que un humano cualquiera generaría un chasquido con sus dedos. Anulé por completo en mi persona la sensación de estar rodeada por la vivacidad de naturaleza, la frescura del aire y la negrura de la noche. Sin mirarle a los ojos traté de digerir aquellos vocablos impartidos de la mejor forma posible, no era un momento conveniente para darle clase de modales al maldito – Me cuesta creer que el paradero de Ylithia resida en las líneas de una carta que un pobre muerto de hambre y seguramente analfabeto pueda poseer – no podía ver la relación, incluso cuando tenía presente por mi longeva experiencia de que todo era posible en este pútrido Universo. De todas formas la idea de aquellas palabras despojadas con convicción actoral buscaban probar al vidente, desmesurar su seguridad respecto a lo que en sus sueños había vislumbrado – Pero por algo estamos aquí ahora, así que mejor dirigíos al grano del tema antes de que amanezca – noté un constante punzar en mi garganta, y juraría poder sentirlo aunque cada esquina de mi tejido estuviese completamente muerto. Era la molestia de sentirse inferior, cabizbaja ante un inútil que meses atrás era un humano más. Pero aquella noche, y otras tantas atrás había le habían entregado un protagónico que me exasperaba.

Y allí estaba, aguardando su indicación solamente por estar un paso más cerca de Ylithia.

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