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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Dom Mayo 05, 2013 2:07 pm

Mientras la Inquisición siguiera estando tan contaminada y anquilosada como lo estaba mi padre, uno de sus veteranos más valiosos, yo tendría que buscar salidas fuera de ella para llevar a cabo mi guerra particular. No es como si me importara, en realidad, sobre todo teniendo en cuenta que yo trabajaba mejor sola y por eso mismo ni siquiera me había buscado una manada con la que juntarme durantes las noches de luna llena, pero eso me obligaba a aceptar encargos que, habitualmente, un inquisidor rechazaría, totalmente escandalizado. Bueno, era una suerte para todos que yo no fuera amiga de escandalizarme, ¿verdad? Además, ¡no era culpa mía que para conseguir mis objetivos tuviera que recurrir a cosas ilegales, inmorales o peligrosas! Y la muerte de mi padre para poder liberar a mi hermano de sus cadenas, que portaba cada vez que lo atrapaban y lo sometían a experimentos entre Gregory y su científico Xavier, era algo por lo que valía la pena volverme (aún más) de espaldas a la Inquisición. Cualquier cosa con tal de buscar nuevos aliados... aunque muchas veces esos nuevos aliados se sorprendieran porque aceptaba prácticamente cualquier misión que decidieran darme aunque no tuvieran absolutamente nada que ver con lo que se suponía que era mi campo. Mejor para mí, en realidad, porque así podía darles una mejor impresión cuando completaba la misión con éxito y, así, también me garantizaba aliados contra Gregory Zarkozi, mi propio padre.

Aquella vez, los que habían contactado conmigo eran ingleses, se les notaba en aquel acento tan raro que se les ponía cuando hablaban mi idioma natal, pero la misión que me ofrecieron significaba que, por una vez, no tendría que matar a nadie. ¡Vaya, y yo que ya me había hecho ilusiones...! No, lo que me habían pedido era que espiara y no a un inglés cualquiera, no, sino al mismísimo monarca del país. ¿Debería sentirme honrada...? Me lo describieron como mujeriego, motivo por el cual habían preferido que fuera una mujer quien se encargara de espiarlo (sí, desde luego debía sentirme honrada... tanto como un filete delante de un muerto de hambre), pero también como un monarca que, pese a todo, era justo. Me pareció entender, aunque con acentos tan fuertes como los suyos no podía asegurarlo y era bien probable que me equivocara, que pertenecían a una facción de la nobleza que no estaba de acuerdo con la subida de los Wessex al poder, pero a mí, honestamente, me importaba tanto como nada. Allá los ingleses con sus políticas y sus líos de cortes, a mí me era indiferente qué familia real reinara en cada momento, como si querían hacerlo (otra vez) los franceses, porque lo único que me interesaba de aquel encargo era que extendieran mi buen nombre y me buscaran aliados, algo que parecían bien dispuestos a cumplir siempre y cuando yo les contara lo que había averiguado. Una vez me informaron, no obstante, estuve sola, y tuve que apañármelas por mí misma para averiguar el aspecto del rey y, sobre todo, por qué ambientes se movía.

Si tenías dinero, inteligencia y labia, podías conseguir que los bajos fondos te contasen hasta el color de los pololos de la reina de Francia (que en paz descanse), no tanto porque la reina haya estado en los suburbios sino, más bien, porque los que estaban en el suelo veían mejor que nadie a quienes se alzaban al cielo. Por eso mismo supe que se estaba alojando en el Hotel des Arenes, y que sería sumamente fácil colarme allí... aunque lo sería más si estuviera dispuesta a disfrazarme de criada. Mi orgullo me impedía mostrarme sumisa, como se suponía que tenían que ser aquellas mujeres, y prefería mostrarme tan altiva como decían que lo era (y exageraban, que lo sabía yo) porque, así, podía aprovecharme mucho mejor de mi naturaleza femenina que si iba totalmente de negro, con delantal y con cofia. ¡Por favor, quién me había visto y quién me veía! Por eso, opté por domar mis rizos rebeldes en un peinado que los dejaba sueltos sobre mis hombros y que hacían que mis ojos, delineados con negro, refulgieran aún más como esmeraldas que normalmente. Había una cena de gala allí, algo que juntaría a las mejores familias de uno y otro lado del Atlántico, y mi “disfraz” era, sencillamente, algo acorde a mi posición social: un vestido largo, ceñido y de suave seda, en colores verdes que según la luz parecían de una o de otra tonalidad y que resaltaban mi piel morena, igual que mi talle por el ajustado corsé que portaba y, sobre todo, el generoso escote. No me dejarían entrar si no era sutil, claro, pero tampoco lo harían si parecía una mojigata; era un equilibrio complicado que supe resumir a la perfección con mi atuendo, que junto a una deslumbrante sonrisa dirigida a los botones del lugar no tuvieron nada que objetar a mi entrada.

Una vez allí, sólo tenía que buscarlo. Era evidente que, por mucho que estuviera evitando salir a la luz pública, su porte de monarca le traicionaría, y además había visto bocetos suyos a lápiz que me permitirían reconocerlo, por lo que estaba preparada. Por eso, cuando entré en la sala llena de gente no tuve ningún problema a la hora de localizarlo, y por descontado de estudiarlo, aunque no llegué a aproximarme porque eso habría sido demasiado obvio, y no era mi estilo para nada. Preferí sumirme en conversaciones vacías con los invitados, al menos con los que hablaban mi lengua a la perfección y eran también franceses, y dar un cierto margen, aunque me distraje lo suficiente para perderlo de vista por un momento. ¡Maldito fuera, era escurridizo! Pero yo era más inteligente que eso, y en vez de rendirme, en vistas de que no estaba en la sala, opté por la otra opción: buscarlo fuera de allí. Él no podía saber que me habían enviado a buscarlo, su salida de aquel lugar habría estado motivada por cualquier otra razón, y por eso estaba tranquila, todo lo tranquila que yo pudiera estarlo al menos. Decidí que lo mejor sería buscar por los pisos superiores, y para ello me dirigí hacia el ascensor abierto, que parecía estar esperándome para obedecer a mis deseos... aunque no estuviera vacío. Nada más entrar en el cubículo, mi sorpresa fue mayúscula al encontrarme precisamente a quien había estado buscando, como si la casualidad estuviera de mi parte, y le dediqué una sonrisa coqueta, discreta, de esas que auguraban mucho más de lo que realmente decían... porque el juego sólo acababa de empezar.

– Tenéis que tener un muy buen motivo para desear alejaros de un evento tan delicioso como el que tenía lugar en el salón central, monsieur.
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Mensaje por Adrian J. Wessex Dom Mayo 26, 2013 10:43 am

La llegada a París había resultado mejor de lo esperado. Teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba con respecto a Inglaterra, Adrián no se esperaba una cálida bienvenida. Al menos, no voluntaria. Porque sí, él estaba acostumbrado a grandes recibimientos, y sabía que por la cuenta que le traía a los Franceses si necesitaban aparentar para tenerlo mínimamente contento; aparentarían. Estuviesen aparentando o no, la cuestión es que su sensación fue ligeramente acogedora. El hotel “Des Arenes”, el más destacado de París, lugar en el que se alojaría durante unos cuántos días, había decidido inclusive hacer una cena de gala ese mismo día en su honor. Si bien él apenas había llegado al lugar a las cinco de la tarde y pensar en no poder descansar como es debido le mosqueaba, obviamente no podía no hacer acto de presencia en un evento justamente en su honor. Imposible. De esa manera, a regañadientes por dentro, sólo se permitió recostarse poco más de una hora, advirtiendo a la gente de seguridad que aguardaba frente a la puerta de su habitación que se encargara de despertarlo transcurrido el tiempo. Y como era de esperarse, no se tomó demasiado bien tener que levantarse. Agotado sería la palabra más adecuada para definir el estado en el que se encontraba Adrian mientras se preparaba, a escasos minutos de comenzar la celebración, para bajar a la sala de actos del hotel. Despachando a los guardias de seguridad que todavía seguían allí, como si fueran muebles y no humanos (algo bastante habitual), se aseguró de no tener compañía alguna por aquella noche. No más de aquellos que se le acercaran para darle la bienvenida y socializar con el Rey, que lo más seguro serían unos cuántos. A pesar de lo mucho que le gustaban ese tipo de cosas, simplemente estaba exhausto, con esfuerzo no dejaría que los bostezos se escaparan de su boca cada cinco minutos. Aunque era el Rey y, por tanto, no le llamarían la atención sí sería una falta de respeto para los que se habían esforzado en preparar el evento. Fuera por aparentar o no. Acababa de llegar a la ciudad, durante unos días al menos, mantendría las cosas estables y sin escándalos. O eso pretendía. ¿Sería capaz?.

Tras dar un último suspiro de cansancio justo antes de que se abrieran las puertas del ascensor, se encontró en pleno recibidor del hotel. Las miradas, frecuentes en aquellos que se percataban de su presencia, le pareció que allí se intensificaban. Tal vez porque su llegada había supuesto un cierto revuelo en la sociedad, en la sociedad adinerada por dónde él se habituaba a mover, o quizás sólo era el cansancio que lo hacía tener sensaciones extrañas. En cualquier caso, el recepcionista le indicó amablemente hacia dónde debía dirigirse; lugar en el que estaban esperándole. Los aplausos cuando cruzó el arco que separaba aquella sala del pasillo fueron abrumadores para Adrian. ¿Irónico, no? Un Rey, sintiéndose abrumado por unos simples aplausos, cuando tenía que lidiar a menudo con ese tipo de cosas; o incluso peores. Pero el agotamiento del viaje, tomando en cuenta que tampoco había dormido demasiado en días anteriores, hacía demasiada mella en él. Y lo sabía. Lo notaba en cada poro de su piel, era consciente de que por mucho que tuviera que aparentar se retiraría tan pronto como le pareciese oportuno. Tan pronto como considerase que ya no sería una ofensa para aquella gente. Poco le importaba lo que pudieran cotillear de él, es cierto, pero allí debían estar muchos de los pilares del país francés. Estaba convencido. Si su llegada había sido tan comentada cómo le habían dicho, cosa que no dudaba en absoluto, los más interesados habrían procurado asistir a la “bienvenida”. Pues bien, les daría una cara completamente diferente a la que esperaban encontrar. Al menos durante los primeros días, se tomaría las apariciones públicas (cualquiera de ellas) como se tomaba el trabajo. Sacaría su vena más seria por unos días, dejando a un lado el auténtico Adrian. No un alocado cualquiera, tampoco eso, pero sí mucho menos serio en lo que se refería a eventos y celebraciones o apariciones públicas. Pensar en actuar fuera de su país se le antojaba un reto; lo único que le mantenía despierto en ese momento. A decir verdad.

Sonrisas, estrechar manos, cordiales palabras de bienvenida y palabrería por doquier. En eso transcurriría la noche, no importaba lo larga que se hiciera. Eso sí, su copa de champán la necesitó para poder mantenerse ocupado, además de mantener el cuerpo de pie y los ojos abiertos. Y tragarse los bostezos que, de vez en cuando, amenazaban con visitar el exterior. Lo prohibido era mucho más tentador, claro. Pero no, él podía con eso, y mucho más. Aparentar al fin y al cabo para él era una forma de vida desde que tomó la corona, no había pasado ni un sólo día en que se pudiera mostrar al cien por cien frente a la sociedad. A veces, ni siquiera se podía permitir tal cosa frente a su familia o amistades más allegadas. Había cosas que sólo podía compartir consigo mismo, en la soledad de su despacho o sus aposentos. En la más absoluta soledad.

El tiempo transcurría y, según lo previsto, el monarca se encontraba cada vez más agotado. No importaba cuánto alcohol ingiriese, no iba a aguantar más de media hora rodeado de aquellas personas que hablaban y hablaban y hablaban sobre asuntos, cabe destacar, bastante aburridos en ese momento. Y no es que no le interesara el país, no había decidido ir a Francia sólo para pasar el rato, pero no aquella noche. Si había que hablar de política, necesitaba estar descansado. Un mínimo. Y su batería estaba cada vez más descargada. Excusarse en aquel momento, precisamente con que había llegado hacía unas horas del viaje y estaba exhausto, no parecía una mala idea ¿Verdad? Justamente, eso fue lo que hizo. Excusa (esta vez, cierta), que parecieron aceptar particularmente bien. Al menos, aquellos con los que había cruzado más palabras aquella noche. Un par de personas de importancia que procuraría no olvidar durante el sueño, a pesar de todo, era muy importante recordar nombres y relacionarse cuánto más, mejor. No, Adrían no había ido a París de vacaciones. Dato que, nuevamente, sólo él conocía.

Tenéis que tener un muy buen motivo para desear alejaros de un evento tan delicioso como el que tenía lugar en el salón central, monsieur.

Ya en el ascensor, creyó estar “a salvo”, sólo pensaba en lo a gusto que cogería la cama después de desvestirse; hacía bastante calor allí, un país soleado, acostumbrado a las nubes que constantemente permanecían sobre Inglaterra y le daban un clima mucho más frío y seco. Otra cosa a la que tendría que acostumbrarse. Sin embargo.. No todo había acabado. Un pequeño personaje apareció en el último momento. Se podría adivinar que el humor de Adrian no iba a ser el mejor a la hora de responderle. Y no lo habría sido, de no ser porque era toda una belleza lo que se le presentaba ante sus ojos. Acostumbrado a las pieles blancas inglesas, la morenez de aquella mujer lo pilló por sorpresa. Y no es que no estuviera acostumbrado a las mujeres.. en sus viajes, había estado con todo tipo de ellas, durante muchos años, pero aquella.. aquella parecía tener algo. Su piel. Sus ojos. Esa mirada, decidida. ¿Puede que no supiera de su identidad? Le hablaba con cordialidad, pero no de forma pegajosa. ¿O sería sólo su impresión?.

En cualquier caso, no tenía tiempo para mujeres en ese momento.. Por muy exuberantes y adorables que estas pudieran ser. No, nada de mujeres. Nada de nada.. — Lo cierto es, que lo tengo. Estoy tan exhausto que si no fuera por el alcohol, en estos momentos me encontraría dormido en algún lugar del salón. ¿Cuál es su excusa, madame? — Se carcajeó de si mismo, dejando por unos momentos la fachada de rey y comportándose como lo que era en el fondo; un simple hombre cansado. Y si ella no conocía de su posición, mejor que mejor.
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Mensaje por Invitado Mar Mayo 28, 2013 2:27 pm

Una de las primeras indicaciones que me habían dado, con muy poca sutileza a decir verdad, cuando me habían encargado la misión era que si me habían elegido a mí y no a cualquier simple cazarrecompensas era, precisamente, porque tenía un par de pechos y algo entre las piernas que podía atraer a alguien con fama de mujeriego. Innumerables veces me había valido de mi naturaleza femenina para llevar a cabo un trabajo, era algo a lo que estaba acostumbrada ya que lo utilizaba como un arma más, pero nunca me lo habían dicho tan directamente, y nunca me habían, tampoco, instado a que lo sedujera a propósito. ¡Por favor, como si necesitara que me lo dijeran! Yo ya iba a hacerlo, precisamente porque era divertido jugar con los hombres, y si ya encima eran tan atractivos como el señor rey de Inglaterra, quizá incluso me merecía la pena ir pidiendo la nacionalidad y hacerme su cortesana... Por el bien de la misión, claro estaba, no porque fuera a disfrutar jugando a aquella partida con él en la intimidad de un ascensor, aunque si estaba tan cansado como decía tendría que buscarme una buena excusa para subir con él y no perderlo de vista, ahora que lo había encontrado. Y si quería hacerlo, tendría que confiar en mi labia y en mi escote, ambos elementos indisolublemente unidos a mi sonrisa y el encanto natural del que pudiera hacer acopio. Sonaba divertido.

– El alcohol... He oído de alguien fiable, del servicio nada menos, que arriba esconden absenta de la mejor calidad, y no he podido resistirme a comprobar si es cierto y puedo sumirme bajo el embrujo del hada verde.

Mi actitud cambiaba enormemente cuando se trataba de hombres (o de mujeres de buen ver). Algo dentro de mí parecía olvidar la misión que estuviera cumpliendo en ese momento y simplemente me centraba en seducirlo para llevármelo a la cama, o quizá incluso para que me llevaran a las suyas, como en aquel caso. Nunca había sido demasiado cauta, a fin de cuentas había sido precisamente gracias a eso que me había convertido en lo que era una noche de luna llena, pero a veces lo era un poquitín menos de lo habitual. Y esa era, precisamente, una de esas veces. Por eso había ampliado la sonrisa de mis labios, que se había vuelto juguetona, más que coqueta. Por eso en mis ojos brillaba la posibilidad de una aventura y la excitación era genuina, no provocada por una simple idea de seducción que sólo en parte compartía. ¿Qué podía decir en mi defensa? Aquella misión mezclaba mis cosas favoritas, no podía evitar dejarme llevar y hacerlo todo a mi manera, y si encima al final funcionaba, porque normalmente solía hacerlo, ¡pues mejor que mejor! Además, era preferible eso a dejar que se fuera a descansar a su habitación, ¿cuándo volvería a tener la oportunidad de cazarlo, si ni siquiera era seguro que fuera a quedarse mucho tiempo en París? No, desde luego tenía que lanzarme a por él, no literalmente (al menos, no aún).

– Quizá un trago de absenta pueda hacer que despertéis y dejéis de estar cansado un rato. Si fuera vos lo probaría...

Mordía mi labio inferior, y tenía la mirada clavada en sus ojos oscuros, que parecían esconder por detrás del agotamiento una fuerza tan interesante como el resto de su figura. El trabajo simplemente implicaba que lo sedujera, pero nadie había prohibido que disfrutara haciéndolo, y ese era de los mejores pagos que podía obtener como recompensa. Sí, bueno, la reputación y la recomendación seguramente ayudarían a conseguir trabajos futuros, pero ¿y el buen rato que me llevaría si lo conseguía, eh? ¿Es que nadie pensaba en esas cosas? ¡Vamos, no podía creerme que yo fuera la única...! Seguro que él, en el fondo, también disfrutaría de conseguirme, y si no yo conseguiría que lo hiciera, que para algo me gustaba emplearme al máximo en lo que hacía. Si era capaz de convertir una obligación en algo placentero para los dos implicados, ¿no era mucho mejor que ir a descansar a una simple cama? Se me ocurrían cosas mucho mejores que hacer sobre una de esas, la verdad, y ninguna de ellas implicaba dormir, pero lo complicado era convencerlo sin usar esas palabras. Yo no solía cortarme y limitarme por las normas de etiqueta, que me parecían sumamente aburridas, pero con alguien como él, acostumbrado a tener a gente siempre tras de sí, tenía que controlarme. ¿Y si pensaba, acertadamente por cierto, que yo quería algo de él? Seguramente saldría corriendo por piernas de allí, y yo no podía ni quería permitírmelo, así que no cabía dentro de las posibilidades.

– A no ser que prefiráis ir a descansar, monsieur. La elección es vuestra.

Por fin, el ascensor llegó a su destino y las verjas metálicas se abrieron para dejarnos salir al mismo piso. No había mentido (demasiado) al decir lo de la absenta, sabía de hecho dónde la escondían y también dónde habría cucharas y azucarillos para hacerla bebible, pero por descontado no era mi principal motivo para haberme ido de la fiesta. Ahora que lo había dicho, no obstante, ya no iba a retractarme y bebería, porque tenía sed y porque me apetecía, en resumen. Por eso salí del ascensor, pero en vez de dirigirme hacia la sala donde la tenían guardada, seguramente en uno de los armarios, me quedé en el rellano, iluminado débilmente por velas que le daban un toque místico y misterioso al lugar, erótico incluso si se quería ver así, aunque no era mi caso, al menos no aún. Él también salió, y dado que nos encontrábamos en una encrucijada teníamos dos opciones: o ir cada uno por nuestro camino, separados, o acompañarnos mutuamente... Y mi objetivo era conseguir que él ni siquiera considerara la primera opción. Vamos, ¿qué había de malo en conseguir algo de absenta? No era como si nadie nos estuviera vigilando o como si le fueran a decir algo al rey de Inglaterra por coger lo que quería cuando lo quería, ¡que para algo era el rey y el invitado de honor! Además, ¿no se suponía que eso era lo que hacían los reyes y que eso era lo que había hecho que aquí en Francia los defenestráramos? Pues eso.

– Creo que nuestros caminos se separan aquí, monsieur... A no ser que queráis acompañarme. Prometo portarme bien y dejar que el hada verde os toque con su varita a vos también para libraros del sopor.

Como una niña con un juguete nuevo, mi expresión no era tanto de súplica como de ganas de jugar, y eso incluso traslució en mi tono de voz, que era convincente, tanto como mi expresión. Quería que viniera conmigo... Era una misión, sí, pero también era un capricho, y todo se vería mejor una vez la absenta eliminara con su verde espada la capa de cansancio que nublaba su mente y sus ojos. Entonces sí que empezaríamos a divertirnos de verdad y nos dejaríamos de promesas no verbales de hacerlo, que era lo que habíamos estado haciendo hasta aquel momento, lo supiera él o no. De hecho, ¿lo sabría? ¿Sería consciente el rey de que estaba jugando a una partida conmigo que no tenía demasiadas posibilidades de ganar? No, seguramente no. Los reyes no suelen considerar que los plebeyos puedan igualarlos o incluso superarlos, y él no parecía ser una excepción por muy nobles que parecieran mis ropas y me hicieran aparentar serlo a mí. Pero eso me daba una ventaja, porque si no sabía que iba a perder o que mi objetivo era seducirlo era mucho más fácil convencerlo para que se uniera a mí, y lo haría aunque para ello tuviera que poner en juego hasta la última de mis cartas bajo la manga, porque una vez se me metía algo entre ceja y ceja no había forma de sacarlo.
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Mensaje por Adrian J. Wessex Dom Sep 01, 2013 3:37 pm

La idea de ir a dormir todavía permanecía en la mente de Adrian. Prácticamente entera. Sin embargo.. Sin embargo, a aquella mujer de pelo oscuro y mirada seductora le estaba costando muy poco hacerle cambiar de opinión. ¿Cómo demonios iba a resistirse a esa petición silenciosa? Porque ya podía invitarle a lo que fuera. Beber, bailar, charlar o lo que se le ocurriera; que se lo estaba comiendo con los ojos. Esa mujer puede que tuviese ganas de beber alcohol, pero sin duda había otras cosas que deseaba con más fervor hacer con él. En su cama, concretamente. O, mejor dicho, en sus aposentos. No tenía porque ser sobre la cama. Ya puestos, no tenía porque ser ni siquiera en la habitación. Tal vez, de haber sido otra situación y con esas vibraciones de sexo tan fuertes que le llegaban de la muchacha, se la habría agarrado allí mismo sin miramientos. Pero no podía ser. Primero; realmente estaba agotado para tener sexo tan espontáneamente. Hacer locuras requería un cierto nivel de fuerza. Segundo; la fiesta que se celebraba en ese hotel era en su honor. Por lo general no es que le importara demasiado hacer escándalo, realmente se pasaba por el forro que lo pudieran pillar en medio del acto. No sería la primera vez. Era el rey, después de todo, aun sin estar en su propio país un simple plebeyo no se atrevería a llamarle la atención. Y, además, eran tan puritanos que por lo general simplemente se avergonzaban y salían corriendo. En resumen, que aunque era un motivo considerable no se contuvo por ese. La cuestión principal, a fin de cuentas, era sin lugar a dudas que se había propuesto no dar el cante nada más llegar. Dar un margen de, al menos, un par de semanas sin escándalos en su vida privada. Impresionar así a los Franceses que de seguro tanto esperaban verle montar follón aquí y allá. Como siempre, la gente creía demasiado fervientemente en los rumores y a Adrian a veces le gustaba sobreactuar sólo para darles la razón, tanto como hacer todo lo contrario y comportarse como el buen samaritano que pocas veces resultaba.

Lo que, precisamente, debería haber hecho en ese instante. Ser un buen samaritano, negarse con cordialidad a la generosa invitación de la mujer y retirarse a su habitación para dormir hasta que lo despertaran al día siguiente. Que, por cierto, iba a tener un día ajetreado desde primera hora de la mañana. Sí, debería haberlo hecho. Hubiese sido lo realmente correcto. — ¿Absenta? Vaya, y yo que creía que lo más fuerte que servían en estos hoteles era el whisky — Y así, con una risotada, salió del ascensor y se dispuso a seguir a la muchacha por los pasillos hasta dónde estuviera “escondido” el absenta. Si ella supiera que en la mejor habitación del hotel, la suya por supuesto, tenía disponible una jarra de ese alcohol siempre que deseara. De ese, y de cualquier otro que se le antojara. Sólo tenía que pedirlo. Pero así resultaba más divertido para él. La mujer no había dejado entrever si conocía quién era en realidad Adrian. Si era así, desde luego, no se comportaba como lo hacían habitualmente las mujeres. No daba señales de una sumisión característica, más que la de una mujer que desea a un hombre. En cuyo caso, no podía dejar escapar esa oportunidad, aunque al día siguiente no pudiera levantarse. No todos los días se encontraba con una mujer de semejantes características cortejándolo por propia voluntad y sin que su fortuna ni su rango tuviesen nada que ver. Definitivamente, no podía dejarla escapar.

La última planta era tan grande como el resto del hotel y, en esos momentos, silenciosa. Todos estaban en la fiesta del gran salón o recogidos en sus habitaciones. Pocos merodeaban por el lugar, para su suerte. Suerte que no duró demasiado, pues no tardaron en divisar una figura a lo lejos. Acompañada de un carrito, la mujer sólo podía ser una de las asistentas. Mierda. Maldijo para sus adentros. Si se topaban con ella de frente estaba seguro de que no pasaría por alto quién era él. Le haría, como mínimo, una reverencia si es que no se ponía a saludarle con palabras mayores. Y entonces se rompería la magia de aquel encuentro. No sabía cómo iba a reaccionar su acompañante cuándo supiera quién era él. ¿Aumentaría su interés descaradamente o, por el contrario, se alejaría con temor? Temor de decir algo inapropiado, tal vez. No la creía capaz, pero no se arriesgaría a comprobarlo. Antes de que fuera demasiado tarde la agarró de la muñeca y se escabulló con ella por la primera salida que encontró, a la derecha. Un pasillo más dónde no se divisaba a nadie de nuevo. — Conozco otro sitio dónde podemos conseguir lo que buscamos — Aunque ya había pasado el “peligro” por el que se vio impulsado a tomarle de la muñeca, no aflojó el agarre. Por el contrario, acabó deslizando la mano hasta enredarse con la de la mujer. — Por cierto ¿Cómo debo llamarte? Yo soy.. James — Sonrió, pensando que había hecho lo mejor. Adrian podía ser demasiado conocido y prácticamente nadie lo conocía por su segundo nombre. Sólo sus familiares y más allegados sabían de él. Ella seguro que tendría un nombre bonito, se dijo. Exótico, pues esa piel de canela no era Francesa ni parecida a nada que estuviera cerca de allí. En caso de que decidiera revelarle su verdadero nombre, claro. Al igual que él, puede que ella también tuviera cosas que ocultar. Cosas que, en ese momento, no podían importarle menos.

Sin ninguna otra opción, acabó guiándola hasta su habitación. Al fondo de todo, los aposentos más grandes se encontraban separados de los demás. Por suerte, había despachado a los de seguridad por aquella noche, asegurándoles que ya que ni su madre ni su hija venían con él, ellos eran innecesarios. Él sabía defenderse solo perfectamente, como había hecho desde temprana edad. En un abrir y cerrar de ojos había abierto la puerta con la llave, lo suficientemente rápido para que ella no se entretuviera a preguntarle. Si tenía que hacer preguntas, que fuera cuándo tuviera el vaso de absenta en la mano.

Y una vez dentro, ya no habría escapatoria para ninguno de los dos. No por aquella noche.
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Mensaje por Invitado Sáb Sep 21, 2013 5:37 am

Estuve a punto de hacer una cuenta descendiente desde el momento en el que solté el cebo hasta que él, como yo sabía que iba a hacer, cayó en mi trampa, pero es que ni siquiera valía la pena porque había sido demasiado fácil... Sabía perfectamente que yo tenía un dominio de mis armas de mujer tan bueno como el de las estacas para matar a los chupasangres con los que me enfrentaba casi a diario, pero había esperado que el rey de Inglaterra fuera un desafío algo más complicado. ¿Tan fácil, de verdad, era conseguir tenerlo comiendo de mi mano? Porque, entonces, la política de aquel país tenía que ser muy fácil de manipular y de pronto entendía el enorme interés que habían tenido quienes habían contactado conmigo por escoger, precisamente, a una mujer, pero ya que me había puesto y me apetecía divertirme el resultado era, de momento, algo decepcionante... aunque no iba a rendirme tan pronto. A fin de cuentas, parecía que la cosa no iba a terminar allí porque, atención, ¡me había cogido de la mano! Cualquier niña de las muchas que conocía que jugaban a ser mayores se habría sonrojado, ¿y qué hice yo en comparación? Sonreír. Era un contacto sumamente simple, y yo iba buscándolo deliberadamente, además de que había sido provocado por la asistenta que iba a limpiar las habitaciones después de noches de pasión y demás secretos impúdicos que quedarían entre ellas y los antiguos ocupantes de las estancias, pero no sólo no me la había soltado, sino que encima me había agarrado mejor. Eso era a lo que yo ganaba una victoria... Al menos hasta que él decidió darme aún más la razón y me condujo hasta su habitación.

Una parte de mí sabía que no se podía llamar exactamente triunfo a algo que había sabido que terminaría así desde el principio, pero otra lo estaba saboreando, y con razón. Más que una misión, el señor monarca de Inglaterra se había convertido en mi objetivo de la noche, y como todo capricho yo lo conseguía al precio que fuera, aunque eso supusiera cambiar mi identidad como él había hecho. ¿Pensaba de verdad que no sabía que se trataba de alguien de familia real...? Bueno, sí, evidentemente que lo hacía porque era muy buena actriz, algo que añadir a mi lista de virtudes para aquellos que quisieran contratar mis servicios, pero si él no utilizaba el nombre de siempre yo tampoco lo haría. En el fondo me repugnaba utilizar algo que mi padre siempre utilizaba para denominarme, pero él no tenía por qué saber (ni sabría, eso estaba fuera de toda discusión) que yo odiaba mi segundo nombre ni, tampoco, que yo era una inquisidora: esa era la magia de nuestro encuentro, y el hada verde de la absenta que pronto tomaríamos no tenía nada que ver con el hechizo en cuestión, al menos de momento. Además, todo fuera por conseguirlo... O por continuar haciéndolo, porque a aquellas alturas yo ya no dudaba de que aquel inglés había decidido conocer la cultura francesa de la mejor manera posible: sobre mí. O debajo de mí, eso me era indiferente, podía encontrarlo todo sumamente intenso de la manera que prefiriera, esa era la gracia del asunto, esa junto a, claro, la parte en la que yo se suponía que lo estaba espiando y estaba absorbiendo la mayor cantidad de datos posibles respecto a él.

– Podéis llamarme Solange, monsieur.

Él era inglés, y además anglicano, así que aunque supiera que existía la Inquisición no creía que conociera el apellido Zarkozi por muy legendario que pudiera ser en Francia, sobre todo en lo relativo a la quema de brujas y de sobrenaturales, algo por lo que cualquiera en su sano juicio querría ser reconocido... siempre y cuando por sano juicio se entienda la locura más absoluta. En fin, tampoco iba a utilizar mi apellido con él cuando el propio Adrian (o, mejor dicho, James) se había limitado a los nombres propios, así que me limité a seguir pareciendo sumisa con lo mucho que me costaba hacerlo porque yo de eso tenía lo mismo que de casta y pura, y esperé a que él me indicara el camino como lo haría un perfecto caballero antes de pasar. Además, para hacer que su hombría se sintiera aún más halagada, permití incluso que me escoltara y que fuera él quien se encargara de servir las bebidas en los vasos, sobre los cuales colocó, a la manera habitual de beber aquel licor, sendas cucharas con un par de terrones de azúcar encima. Y yo, claro, no pude evitar acercarme a la mesa y coger uno de los azucarillos que aún había por allí para lamerlo y dejar que el terrón se derritiera en mi lengua, tan dulce que podía resultar incluso empalagoso y que hacía que mis dedos se quedaran pegajosos, al menos hasta que los lamí lentamente, mirándolo a los ojos, para eliminar todo resto dulzón de ellos.

– Lo lamento... Supongo que soy un poco golosa y que cuando veo algo dulce en mi camino no puedo pensar en más que en eso, por mucho que sepa que el azúcar, cuando mejor sabe, es en compañía... de un buen vaso de absenta, claro.

Cualquier rastro de aquella joven modosa e incluso tímida que nunca había sido y que la sociedad exigía que fuera había desaparecido con la misma rapidez con la que había aprecido en la puerta, cuando había dejado que alimentara su ego al hacerle creer que necesitaba su ayuda. Las mujeres solían ser más complicadas, pero a la hora de conquistar a los hombres la combinación perfecta era una mezcla de picardía y mojigatería, de estrechez y de ganas de comerse... el mundo. Les gustaban las contradicciones, y sobre todo el instinto animal que probablemente ignoraban que tenían, especialmente los humanos, disfrutaba de ser nombrado el macho alfa de una manada inexistente, lo cual me hacía preguntarme hasta qué punto los lobos eran diferentes de los humanos en cuanto a comportamiento... A fin de cuentas, a ambas razas les gustaba marcar su territorio, que las hembras los cortejaran (y cortejarlas, a poder ser públicamente para poder alardear de sus capturas) y ser los líderes indiscutibles del grupo en el que se encontraban, todo sumamente primitivo... Aunque, bueno, yo que tenía mi lado animal tan a flor de piel, literalmente cuando se acercaba la luna llena, no era nadie para criticar algo que yo también compartía, así que en lugar de lanzarme hacia diatribas mentales que no llevaban a ninguna parte opté por acercarme a él, ya que eso sí me llevaría a alguna otra parte, con suerte a una muy placentera.

– Decidme, James, ¿quién sois? Un miembro cualquiera de la alta sociedad, por poderoso que sea, no dispone de habitaciones como estas tan fácilmente, así que debéis de ser importante...
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Mensaje por Adrian J. Wessex Dom Oct 27, 2013 11:44 am

Decidme, James, ¿quién sois? Un miembro cualquiera de la alta sociedad, por poderoso que sea, no dispone de habitaciones como estas tan fácilmente, así que debéis de ser importante..

Todo había salido bien; todo hasta ese momento. Hasta esa frase. Se había pasado de rosca al llevarla a su suite, al menos, al llevarla tan rápido. Debía haber esperado tal vez a tomar la absenta en otro lugar y una vez algo ebrios, entonces sí. Entonces no hubiese importado el lugar al que lo llevara, ni le estaría haciendo una pregunta que tanta lógica e inteligencia demostraban por parte de la dama. No era, ni por asomo, un cordero inocente. En ningún sentido. Sólo por su apariencia Adrian había acertado al deducir que era ya una mujer y no una jovencita. Pero ser una mujer, físicamente hablando, no garantizaba en absoluto una personalidad madura y propia de cualquier mujer que se hiciese llamar como tal. Se había permitido ese asomo de duda. Hasta entonces. Una vez solos en la habitación, ya no cabía duda de nada. Con una sola mirada Adrian acertó a saber cómo era esa mujer, y no se equivocaba, estaba seguro. Esta vez no había lugar a dudas. ¿Un reto, tal vez? Se preguntó, fugazmente. Un reto en forma de mujer, y no de batalla o enemigo, no se presentaba con frecuencia. Por ello, de ser así, no podía desperdiciar semejante oportunidad.

Sonrió muy discretamente, pero suficiente, como una forma de responder y reconocer su audacia. Las cosas, sin embargo, no terminarían tan fácilmente. ¿De verdad quería jugar a ese juego? Entonces, por Cristo que él sería el vencedor.

— Creo que he sido descuidado al creer que no estarías interesada en saber de dónde he conseguido todo esto — Con una mueca de fingida resignación, dio un paso al frente. Puesto que ella hizo lo mismo segundos atrás, se tomó las libertades de alguien que sabe que no intimidará al contrario. Si había algo que le motivara más que la inocencia, era su antónimo. Y es que Solange parecía estar dispuesta a todo esa noche. A todo, con él. — Sin embargo, pensé que así erais vosotras — Y procuró hacer incapié a la hora de señalarla como parte de un amplio grupo de incluía al género femenino. — Mientras os veáis rodeadas por lujos y comodidades, no os molestaréis en preguntar de dónde provengan, simplemente os limitaréis a disfrutarlas el tiempo que duren — Su voz terminó siendo un simple susurro, perfectamente audible en la corta distancia que ahora les separaba. Nada más que unos cuántos milímetros. En toda su estatura, Adrian se inclinó hasta que alineó sus ojos con los de ella. — ¿Acaso me equivoco, Solange? ¿Eres tú diferente a todas? — No apartó la vista ni un ápice, continuaba sosteniendo la mirada. Una firme pero, para qué negarlo, excitante mirada. — Dime, mujer, ansío saber si absenta es lo único que puedo obtener de ti esta noche.

Irónicamente, era a él ahora a quién le corroían las ganas por lanzarse encima de ella cual bestia enloquecida por el hambre. Y tenía hambre, un hambre voraz que por suerte o por desgracia sólo Solange podría apaciguar en ese momento. Hacía tanto tiempo que no se ponía serio con una mujer. Tanto tiempo que una mujer no le ponía una sola traba ante de abrirle sus piernas. Tanto tiempo en el que no se había acostado con nadie que no supiera de su existencia, de lo que significaba mucho más allá de un buen revolcón. Si algo tenía asumido Adrian es que no importaba lo fugaz que fuera, que no se acordara de sus caras o sus nombres, o ni de dónde se conocieron, ellos recordarían todo eso y más por él. Por eso no se molestaba en memorizar, era completamente absurdo. Nadie hacía la diferencia. Nadie en mucho tiempo. Pensar que había encontrado, después de tanto, a alguien que sí podría hacerla. Tal vez de Solange si se acordara pasados los meses. Aunque sólo fuera una noche, no esperaba más.

Si ella era especial, no necesitaba más.


Siento una respuesta tan corta, pero tenía tan claro lo que quería poner que no me quise andar por las ramas, jaja.
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Mensaje por Invitado Dom Nov 10, 2013 9:27 am

Haber defenestrado a nuestros propios reyes no mucho tiempo ha debía de habernos vuelto, a los franceses, poco precavidos respecto a los extranjeros, porque él era más inteligente de lo que aparentaba a simple vista incluso aunque hubiera caído fácilmente ante mis juegos. De todas maneras, ¿qué hombre no lo haría...? Bueno, hombre o mujer, realmente lo mismo me daba porque podía conseguir a cualquiera con la misma facilidad gracias a la técnica que había depurado durante un tiempo de seducirlos para llevarlos a mi terreno costara lo que costase, igual que al resto aunque no fueran sus cuerpos lo que deseara... Pero no era el momento ni el lugar de pensar en estrategias, no cuando él deseaba saber más, y ¿quién era yo para desobedecer los deseos del rey de Inglaterra! Solamente era una francesa díscola más, una que no iba a igualar nada de lo que conociera ni conocería nunca en sus recuerdos en cuanto amaneciera el día siguiente, y esa era mi principal arma contra él, puesto que si que si quería jugar a la ignorancia yo también podía hacerlo, porque no era, para nada, el único con un secreto... Aunque poco cambiaría que supiera que formaba parte de la Inquisición alguien que dominaba un país con su propia religión. Ah, si Francia hubiera hecho lo mismo y hubiéramos podido librarnos de Roma a tiempo seguramente mi familia habría sido menos disfuncional, mi hermano Raoul no estaría muerto, mi hermano Roland no permanecería capturado y mi padre no tendría una sentencia de muerte escrita de mi puño y letra sobre su cabeza. Pero eso eran sólo casos hipotéticos, probablemente habría acabado odiándolo de todas maneras porque lo conocía lo suficiente para saber que no había nada de él que pudiera amar, y además si él no hubiera sido un déspota yo no me habría convertido en la Abigail rebelde por la que me tenían todos y que en el fondo era... o no tan en el fondo, porque era muy evidente que obedecer órdenes no iba conmigo hasta si se me acababa de conocer.

– Sí, en efecto os equivocáis. No en que disfruto del lujo, creo que nadie rechazaría algo así si se le pone delante por fuerte que sean sus convicciones o sus votos de pobreza. Me interesa su procedencia, pero no juzgo la manera de conseguirlo, ¿para qué? Sois de una cultura distinta, podría tratarse fácilmente de algo que vosotros veis como normal pero que para mí resulta extraño. ¿Creéis aún que soy la misma mujer que todas las que habéis dejado en el salón de la planta inferior...?

La lógica de mis palabras había sido tan absolutamente aplastante como la mirada que no dejaba de dirigirme él y que, con la misma intensidad, le devolvía, en tonos verdosos en vez de los profundamente oscuros y caobas de sus ojos tan profundos y en los que me apetecía nadar hasta ahogarme, igual que en su cuerpo. ¿Era un juego o realmente era tan estúpido que no sabía interpretar esa clase de miradas que gritaban insultos variados a lo puritano e incitaban a la acción en vez de a la muda contemplación? La tensión entre nosotros era casi palpable, pero no iba a ser yo quien diera el primer paso aunque el lobo de mi interior se muriera por hacerlo y dejar claro quién era su presa de la noche; iba a ser él, pero guiado por mí, porque al paso que iba su incapacidad para captar indirectas que más bien eran directas iba a dejarnos con las ganas a los dos. Por ello, llevé mis manos a la espalda, donde los nudos del corsé hacían formas de lo más variadas y complicadas, para ir deshaciéndolo con la maestría de alguien que, sin criadas de ningún tipo, está acostumbrada a repetir el proceso en numerosas ocasiones. En apenas unos segundos, del corsé apenas quedó una estructura informe que aparté de nuestra vista y que dejé caer al suelo junto al resto de mi vestido, quedando con una ropa interior tan elaborada que bien podría asemejarse a otro vestido cubriendo mi cuerpo y dejando a la vista únicamente lo más interesante, como el nacimiento de mis pechos o parte de mis muslos, que las medias con ligueros no terminaban de cubrir. Con toda la tranquilidad del mundo, además, di un pequeño salto para salir del montón de tela arrugada en el que se había convertido mi vestido y apoyé las manos en las caderas, las cuales no pude evitar balancear un instante, con cierta impaciencia y una sonrisa divertida que contrastaba enormemente con el resto de mi lenguaje corporal.

– ¿Y bien? ¿Sólo una mirada intensa, un viaje a tus habitaciones, un curioso interrogatorio y una falta total y absoluta de respuestas a mis preguntas es lo que voy a conseguir de ti esta noche?

No importa, la respuesta me ha encantado e inspirado un montón, así que no te disculpes :3
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