AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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For a king, nothing is impossible | Privado
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For a king, nothing is impossible | Privado
12:30 P.M. ♦ PALACIO REAL
El ambicioso y siempre controvertido rey de Francia se había hecho de cierta fama. Además de insolente, había quien lo consideraba frío, incapaz de conmoverse ante la desgracia ajena o incluso ante la propia. Pero la realidad era que no poseía una naturaleza tan imperturbable como la que aparentaba. Pocos lo sabían, pues guardaba mucho para sí mismo. En ocasiones la angustia y la desesperación lo invadían, en especial ahora que recientemente había enviudado. La ausencia de Claire representaba una herida muy profunda que difícilmente cerraría, mas Nigel se negaba a mostrar debilidad ante los demás e insistía en emplear el viejo recurso de ocultar su dolor tras una máscara de hielo, comportándose como el hombre estoico al que todos estaban acostumbrados. Reservaba sus emociones y sólo cuando se encontraba en soledad era que éstas aparecían, crueles y despiadadas. Sin embargo, pese a su aflicción, entendía una cosa: pasar la vida lamentándose por su esposa era una pérdida de tiempo. Ella no regresaría. Estaba muerta y no había nada que se pudiera hacer al respecto. Para otra cuestión, en cambio, aún estaba a tiempo.
Impaciente, miró el reloj. Si su invitada de esa tarde era puntual, como todos estaban obligados a ser tratándose del rey, en menos de diez minutos la puerta del salón se abriría y uno de sus empleados la anunciaría. Venía desde muy lejos, según tenía entendido, pero Nigel no veía tal cosa como una excusa para que le causara la decepción de la impuntualidad. El motivo que lo orillaba a entrevistarse con ella era serio, de lo contrario jamás habría considerado hacerlo él mismo, designando la tarea a otro de sus muchos subordinados. Eso volvía el acontecimiento mucho más misterioso, logrando despertar la curiosidad en propios y ajenos.
La puerta al fin se abrió. El rey permaneció de pie, frente al enorme reloj, dando la espalda a su invitada y a quien la anunciaba. No fue hasta que escuchó la puerta cerrarse, que se giró, portando una vez más su máscara de fortaleza y dominio sobre sí mismo.
—¿Eliška Přemyslovec? —Preguntó, arqueando ambas cejas, mostrándose genuinamente sorprendido—. Vaya, esto sí que es inesperado. Esperaba reunirme hoy con una criatura vieja, horrorosa y repulsiva, y en cambio viene a mí la reencarnación de Afrodita. Qué afortunado —los labios del rey se curvaron, mostrando una cínica sonrisa que Eliška vería bastante a menudo.
Hubo un breve silencio, y hasta que ella no efectuó la obligada reverencia al monarca, fue que éste se sintió satisfecho y consideró darle el adecuado recibimiento.
—Bienvenida a Versalles —pronunció haciendo un ademán, con ese perfecto y melodioso acento que los sólo franceses poseían y que la mayoría de los extranjeros consideraban tan cautivador.
Dio media vuelta y se alejó. Aun sin haberle hecho la invitación, ella debía seguirlo, desde luego. Cada uno de los salones de Versalles ofrecían a sus invitados elegancia y confort, y aquel en el que se encontraban, no era la excepción. El monarca se condujo a través de él, orgulloso de su riqueza decorativa y su exhuberancia, algo que era muy común en las residencias reales, pero aquel palacio en especial superaba con creces. Se detuvo ante unos sublimes sillones que en conjunto conformaban una pequeña estancia.
—Siéntese —un rey jamás pedía, ordenaba. Con la vista señaló el asiento que deseaba ocupara. Él se quedó de pie, estudiándola.
De pronto, una oleada de incredulidad lo invadió. Resultaba difícil creer que aquella criatura tan delicada poseía los dones necesarios para llevar a cabo lo que él demandaba. Aun así, decidió otorgarle el beneficio de la duda. ¿Acaso tenía otra opción?
—Parece usted muy joven. ¿Qué edad tiene? ¿Veintitrés? ¿Veinticuatro? —Intentó adivinar. No debía estar muy lejos de la cifra—. Es simple curiosidad. Debo admitir que, en realidad, los años que tenga me tienen sin cuidado. Lo que verdaderamente me interesa de es que esté a la altura de mis expectativas, puesto que voy a confiarle un propósito que a la fecha nadie ha sido capaz de completar.
Caminó un poco más por la habitación. Pensativo, continuó observándola. Y cuando finalmente se hastió de dar tantas vueltas al asunto, algo que no era muy común en él, se detuvo y añadió:
—Lo que quiero es que haga posible lo imposible —decretó, como una sentencia.
Con sus palabras dejó más que claro que ya otros lo habían intentado y habían fracasado. ¿De verdad era tan inalcanzable lo que se traía entre manos? ¿Acaso pretendía algo tan descabellado como resucitar a su esposa? Con un rey como él, cualquier cosa era posible.
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Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: For a king, nothing is impossible | Privado
"Men heap together the mistakes of their lives, and create a monster they call destiny."
John Hobbes
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El susurro del viento la despertó. El silbido comenzaba a atormentarla. Se levantó de su cama, se cubrió con una bata de color chocolate que hacía juego con su camisón y dio vueltas por la habitación. Inquieta. Molesta. Alterada. El corazón le latía a un ritmo inusual. La noche estaba intranquila, y parecía entonar con sus pensamientos, que eran confusos. Guty, su terranova, también había despertado, y la observaba desde el sillón. Eliška se acercó a la ventana, descorrió la cortina y la imagen que había soñado desde hacía meses, finalmente, se volvió realidad. Mirando hacia arriba, se encontraba una mujer entrada en años, con el cabello canoso, y enfundada en un atuendo completamente oscuro. La hechicera no podía divisar por completo su rostro, sólo los relámpagos que cortaban la oscuridad, le mostraban el rostro mancillado por los años y corrompido por las arrugas.
Chasqueó los dedos y Guty se bajó de su cómodo lugar. Ambas, perra y ama, descendieron hasta la planta baja de la enorme mansión. A Eliška no le sorprendió encontrar a la anciana en el centro del vestíbulo, sin una gota de la lluvia que parecía querer arrasar con todo a su alrededor. Guty se crispó y gruñó, y sólo la mano de la bruja entre sus orejas logró detener un ataque del animal, que no abandonó la tensión de sus músculos.
—Mañana será el día. Vendrán por ti —la voz, casi de ultratumba de la anciana, retumbó entre las paredes de la gran residencia.
— ¿Te lo han dicho? ¿O lo sabes con certeza? — Eliška era incrédula y desconfiada. Alzó una ceja, dubitativa.
—Ya ha llegado tu nombre a sus oídos. Mañana te buscarán. ¿Estás lista? —preguntó con dureza.
—Siempre lo estoy —un rayo rompió en el firmamento, iluminando largamente ambas figuras. Las féminas se midieron por un instante, mirándose con fijeza. La más vieja no tenía oportunidad ante la oscuridad que detectó en la más joven. —Ya puedes irte — Eliška giró sobre sus talones y comenzó su ascenso por la enorme escalera de mármol. Se detuvo a la mitad, acompañada siempre de Guty, y al girar su rostro, la anciana ya se había esfumado, dejando una estela de olor a muerte que no sería fácil quitar del ambiente.
El golpeteo de las herraduras en el empedrado le daba paz. El bamboleo del coche la relajaba. Era un trayecto muy largo, pero que valía la pena hacer. Lo que la extraña le había dicho tres noches atrás, había terminado por cumplirse. La mañana posterior al encuentro, un mensajero del Rey había acudido a su residencia, ubicada en las afueras de París. La invitación a una audiencia privada con el monarca había llegado a sus manos alrededor del mediodía. Garabateando una rápida respuesta, confirmaba su presencia. En dos días debía asistir al Palacio de Versalles. Eligió un atuendo sobrio, en la gama del azul –a propósito, el color que distinguía a la monarquía de la Francia- y sin accesorios, sólo su cabello recogido en un rodete relajado, que dejaba su rostro despejado.
Nigel Quartermane le resultó más soberbio, arrogante, vanidoso y encantador, de lo que le habían dicho. Era, simplemente, magnético. Eliška no podía quitar sus ojos de él, aunque disimulaba a la perfección el impacto inicial. Le habían advertido de sus dotes, y logró comprender, frente a su persona, por qué lo precedía una fama poco ortodoxa para su posición. Aunque, el hecho de haber convertido en reina consorte a una prostituta, era suficiente carta de presentación.
Eliška lo dejó llevar las riendas de la conversación, reverenciando cuando hizo falta, agradeciendo casi en un susurro, haciendo caso omiso a sus halagos y tomando asiento cuando le fue ordenado. Era observadora y amante de las pocas palabras. Se acomodó, erguida. Era baja, un metro cincuenta y nueve, y con él de pie, parecía aún más pequeña. No le molestaba. Se había acostumbrado a tratar con toda la clase de hombre, y lo único que diferenciaba a Quartermane del resto, era su título, ese que le debía ser quitado, y que a ella tanto le interesaba. La hechicera no podía negar cómo influenciaba el poder, lo volvía más atractivo de lo que ya era.
—Su Majestad —habló en voz alta, finalmente. El timbre de Eliška era más bien grave, que no condecía demasiado con su aspecto menudo, sobrio y su rostro casi angelical, que era atravesado por aquellos ojos que destilaban fuego. —Si ha recurrido a mí, es porque conoce mis antecedentes. Sabe de lo que soy capaz. Si hay alguien que puede hacer posible lo imposible, esa soy yo —no había ni impertinencia ni arrogancia en la forma que se expresaba. — ¿Qué es lo que tiene tan afligido a un hombre de su posición, que lo lleva a buscar los servicios de una humilde servidora como yo? —ella sabía a qué había ido allí, se había preparado largamente para ese momento.
Chasqueó los dedos y Guty se bajó de su cómodo lugar. Ambas, perra y ama, descendieron hasta la planta baja de la enorme mansión. A Eliška no le sorprendió encontrar a la anciana en el centro del vestíbulo, sin una gota de la lluvia que parecía querer arrasar con todo a su alrededor. Guty se crispó y gruñó, y sólo la mano de la bruja entre sus orejas logró detener un ataque del animal, que no abandonó la tensión de sus músculos.
—Mañana será el día. Vendrán por ti —la voz, casi de ultratumba de la anciana, retumbó entre las paredes de la gran residencia.
— ¿Te lo han dicho? ¿O lo sabes con certeza? — Eliška era incrédula y desconfiada. Alzó una ceja, dubitativa.
—Ya ha llegado tu nombre a sus oídos. Mañana te buscarán. ¿Estás lista? —preguntó con dureza.
—Siempre lo estoy —un rayo rompió en el firmamento, iluminando largamente ambas figuras. Las féminas se midieron por un instante, mirándose con fijeza. La más vieja no tenía oportunidad ante la oscuridad que detectó en la más joven. —Ya puedes irte — Eliška giró sobre sus talones y comenzó su ascenso por la enorme escalera de mármol. Se detuvo a la mitad, acompañada siempre de Guty, y al girar su rostro, la anciana ya se había esfumado, dejando una estela de olor a muerte que no sería fácil quitar del ambiente.
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El golpeteo de las herraduras en el empedrado le daba paz. El bamboleo del coche la relajaba. Era un trayecto muy largo, pero que valía la pena hacer. Lo que la extraña le había dicho tres noches atrás, había terminado por cumplirse. La mañana posterior al encuentro, un mensajero del Rey había acudido a su residencia, ubicada en las afueras de París. La invitación a una audiencia privada con el monarca había llegado a sus manos alrededor del mediodía. Garabateando una rápida respuesta, confirmaba su presencia. En dos días debía asistir al Palacio de Versalles. Eligió un atuendo sobrio, en la gama del azul –a propósito, el color que distinguía a la monarquía de la Francia- y sin accesorios, sólo su cabello recogido en un rodete relajado, que dejaba su rostro despejado.
Nigel Quartermane le resultó más soberbio, arrogante, vanidoso y encantador, de lo que le habían dicho. Era, simplemente, magnético. Eliška no podía quitar sus ojos de él, aunque disimulaba a la perfección el impacto inicial. Le habían advertido de sus dotes, y logró comprender, frente a su persona, por qué lo precedía una fama poco ortodoxa para su posición. Aunque, el hecho de haber convertido en reina consorte a una prostituta, era suficiente carta de presentación.
Eliška lo dejó llevar las riendas de la conversación, reverenciando cuando hizo falta, agradeciendo casi en un susurro, haciendo caso omiso a sus halagos y tomando asiento cuando le fue ordenado. Era observadora y amante de las pocas palabras. Se acomodó, erguida. Era baja, un metro cincuenta y nueve, y con él de pie, parecía aún más pequeña. No le molestaba. Se había acostumbrado a tratar con toda la clase de hombre, y lo único que diferenciaba a Quartermane del resto, era su título, ese que le debía ser quitado, y que a ella tanto le interesaba. La hechicera no podía negar cómo influenciaba el poder, lo volvía más atractivo de lo que ya era.
—Su Majestad —habló en voz alta, finalmente. El timbre de Eliška era más bien grave, que no condecía demasiado con su aspecto menudo, sobrio y su rostro casi angelical, que era atravesado por aquellos ojos que destilaban fuego. —Si ha recurrido a mí, es porque conoce mis antecedentes. Sabe de lo que soy capaz. Si hay alguien que puede hacer posible lo imposible, esa soy yo —no había ni impertinencia ni arrogancia en la forma que se expresaba. — ¿Qué es lo que tiene tan afligido a un hombre de su posición, que lo lleva a buscar los servicios de una humilde servidora como yo? —ella sabía a qué había ido allí, se había preparado largamente para ese momento.
Eliška Přemyslovec- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 24/12/2016
Re: For a king, nothing is impossible | Privado
Ante aquella declaración de Přemyslovec, misma que le hizo sentir alivio porque significaba que aún había esperanza, el monarca experimentó una sensación de júbilo que supo apoderarse de él, pero que se esmeró en no hacer evidente frente a su invitada. «Jamás demuestres tus emociones en público, Nigel. Son sinónimo de debilidad. Déjalas allí adentro, donde pertenecen, hasta que éstas se mueran por sí solas. Es mejor así, con el tiempo me darás la razón», recordó una de las tantas enseñanzas de su abuelo, el difunto Lord Quartermane; crudas palabras, sin lugar a dudas, pero también certeras. Tal y como el viejo se lo vaticinara en su momento, le había dado la razón en más de una ocasión.
Así, en medio de un silencio absoluto, tan solo arqueó una ceja y alzó levemente el mentón. Su penetrante mirada azul se inmovilizó en Eliška. De pronto la observó con cierto recelo, preguntándose por qué debía confiar en una completa extraña. Sí, era cierto, le habían hablado muy de ella, del alcance y la eficacia de sus dones, y si estos rumores eran ciertos, eso la convertía en una criatura extraordinaria que indudablemente le sería de gran utilidad. Quería creer, ciegamente, aferrarse a la promesa que ella le hacía, pero se recordaba a sí mismo que ya antes lo habían decepcionado y lo que había de por medio, y que eso ameritaba actuar con cautela. También por precaución era que se resistía a desvelar uno de los grandes secretos que envolvían a su familia, pero dadas las circunstancias, hablar del tema era simplemente imprescindible.
—Se trata de mi hijo, León. Está maldito —le confesó. Mantuvo la seriedad, ésta incluso se intensificó, pero algo en su mirada, en su voz naturalmente exigente y soberbia, repentinamente, cambió—. Lleva un terrible mal en la sangre que lo consume cada día. Se ha probado de todo, decenas de médicos lo han visto, pero todos coinciden en lo mismo: su enfermedad no tiene cura. Lo han desahuciado. No le auguran más de cuatro años de vida.
Hizo una pausa, en la que se quedó pensativo. Desvió la mirada y la luz de las velas iluminó su perfecto rostro de vampiro. Era hermoso, pero su belleza estaba opacada con un velo negro que también le ensombrecía el alma. De pronto parecía… ¿melancólico? Era inaudito. ¡Qué decepcionado estaría su abuelo! Sin embargo, cuando se trataba de su hijo, la máscara de hielo no surtía el mismo efecto. Tal vez sentimientos como la compasión, ternura y empatía estaban más allá de las capacidades de su corazón –literalmente- muerto, pero aún podía sentir que el dolor le oprimía el pecho. Para él seguía siendo difícil de creer lo que le ocurría a León, y quizá no era el padre más amoroso ni el más dedicado del mundo, pero era su sangre, carne de su carne, la única familia que le quedada, el único ser merecedor de su afecto, el fruto de su historia con Claire Quartermane; un amor turbulento, pero real. ¿Acaso no era natural que como padre sufriera ante la idea de perderlo?
—Por eso está aquí, Eliška. Me rehúso a conformarme —súbitamente, el genio de Nigel se reavivó. Recuperó la compostura y el tono de su voz se tornó imperativo de nuevo—. Soy un hombre que valora las opciones y me dije a mí mismo que debía intentar algo más. Algo… diferente —echó los hombros hacia atrás y sus ojos reflejaron cierta complicidad. Vampiros y hechiceros, ambos considerados «acólitos del Diablo»; no eran tan diferentes—. Sé lo que es, y asumo que usted sabe lo que yo soy —dueño de sí mismo, avanzó hasta plantársele enfrente—. Por su corta edad, no puedo hacer nada para ayudar a León. No está listo para el abrazo. Su cuerpo no lo soportaría. Lograr que viva lo suficiente es su tarea, haciendo lo que tenga que hacer, sin importar lo que eso signifique o las dificultades que conlleve. Estoy dispuesto a correr riesgos.
No hubo señales de vacilación en el monarca, su determinación era absoluta. Pactos con el maligno, rituales satánicos, sacrificios humanos… Cualquier cosa similar que resultase necesaria para asegurar la efectividad de su trabajo, él la apoyaría ciegamente, sin cuestionamientos de por medio. A ese nivel de desesperación había llegado.
—Ahora que lo sabe todo, se lo pregunto formalmente: ¿puede o no comprometerse a mi servicio? —implacablemente, demandó—. Le sugiero que no tome esto a la ligera y antes piense bien su respuesta. No toleraré más engaños o falsas esperanzas —sonaba como le estuviera dando la opción de elegir, como si levantarse de su asiento, dar las gracias al rey por su invitación y retirarse sin más fuera una alternativa. No lo era. Eliška debía ceder a su exigencia. Y por si acaso eso no resultara ya bastante infame de su parte, con un tono amenazante añadió—: Complacerme podría traerle muchos, incontables beneficios… pero si me traiciona, sufrirá las consecuencias.
Así, en medio de un silencio absoluto, tan solo arqueó una ceja y alzó levemente el mentón. Su penetrante mirada azul se inmovilizó en Eliška. De pronto la observó con cierto recelo, preguntándose por qué debía confiar en una completa extraña. Sí, era cierto, le habían hablado muy de ella, del alcance y la eficacia de sus dones, y si estos rumores eran ciertos, eso la convertía en una criatura extraordinaria que indudablemente le sería de gran utilidad. Quería creer, ciegamente, aferrarse a la promesa que ella le hacía, pero se recordaba a sí mismo que ya antes lo habían decepcionado y lo que había de por medio, y que eso ameritaba actuar con cautela. También por precaución era que se resistía a desvelar uno de los grandes secretos que envolvían a su familia, pero dadas las circunstancias, hablar del tema era simplemente imprescindible.
—Se trata de mi hijo, León. Está maldito —le confesó. Mantuvo la seriedad, ésta incluso se intensificó, pero algo en su mirada, en su voz naturalmente exigente y soberbia, repentinamente, cambió—. Lleva un terrible mal en la sangre que lo consume cada día. Se ha probado de todo, decenas de médicos lo han visto, pero todos coinciden en lo mismo: su enfermedad no tiene cura. Lo han desahuciado. No le auguran más de cuatro años de vida.
Hizo una pausa, en la que se quedó pensativo. Desvió la mirada y la luz de las velas iluminó su perfecto rostro de vampiro. Era hermoso, pero su belleza estaba opacada con un velo negro que también le ensombrecía el alma. De pronto parecía… ¿melancólico? Era inaudito. ¡Qué decepcionado estaría su abuelo! Sin embargo, cuando se trataba de su hijo, la máscara de hielo no surtía el mismo efecto. Tal vez sentimientos como la compasión, ternura y empatía estaban más allá de las capacidades de su corazón –literalmente- muerto, pero aún podía sentir que el dolor le oprimía el pecho. Para él seguía siendo difícil de creer lo que le ocurría a León, y quizá no era el padre más amoroso ni el más dedicado del mundo, pero era su sangre, carne de su carne, la única familia que le quedada, el único ser merecedor de su afecto, el fruto de su historia con Claire Quartermane; un amor turbulento, pero real. ¿Acaso no era natural que como padre sufriera ante la idea de perderlo?
—Por eso está aquí, Eliška. Me rehúso a conformarme —súbitamente, el genio de Nigel se reavivó. Recuperó la compostura y el tono de su voz se tornó imperativo de nuevo—. Soy un hombre que valora las opciones y me dije a mí mismo que debía intentar algo más. Algo… diferente —echó los hombros hacia atrás y sus ojos reflejaron cierta complicidad. Vampiros y hechiceros, ambos considerados «acólitos del Diablo»; no eran tan diferentes—. Sé lo que es, y asumo que usted sabe lo que yo soy —dueño de sí mismo, avanzó hasta plantársele enfrente—. Por su corta edad, no puedo hacer nada para ayudar a León. No está listo para el abrazo. Su cuerpo no lo soportaría. Lograr que viva lo suficiente es su tarea, haciendo lo que tenga que hacer, sin importar lo que eso signifique o las dificultades que conlleve. Estoy dispuesto a correr riesgos.
No hubo señales de vacilación en el monarca, su determinación era absoluta. Pactos con el maligno, rituales satánicos, sacrificios humanos… Cualquier cosa similar que resultase necesaria para asegurar la efectividad de su trabajo, él la apoyaría ciegamente, sin cuestionamientos de por medio. A ese nivel de desesperación había llegado.
—Ahora que lo sabe todo, se lo pregunto formalmente: ¿puede o no comprometerse a mi servicio? —implacablemente, demandó—. Le sugiero que no tome esto a la ligera y antes piense bien su respuesta. No toleraré más engaños o falsas esperanzas —sonaba como le estuviera dando la opción de elegir, como si levantarse de su asiento, dar las gracias al rey por su invitación y retirarse sin más fuera una alternativa. No lo era. Eliška debía ceder a su exigencia. Y por si acaso eso no resultara ya bastante infame de su parte, con un tono amenazante añadió—: Complacerme podría traerle muchos, incontables beneficios… pero si me traiciona, sufrirá las consecuencias.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: For a king, nothing is impossible | Privado
Le confiaría la vida de lo más valioso que tenía. Se lo habían dicho, pero sólo ahora que estaba viviendo la situación, podía creerlo. Nigel Quartermane, el Rey de Francia, le mostraba su debilidad. Eliška la podía percibir, como si su olfato fuera capaz de percibir el temor segregando del cuerpo del monarca. Ante los hijos, hasta alguien como él se volvía vulnerable. La hechicera se había deshecho de los suyos, para no tener puntos débiles. Allí estaba el primer error de uno de los hombres más importantes del mundo: mostrar lo que podía destruirlo. A partir de ese momento, la capacidad de hacerlo estaba en manos de la bruja. No le pesaba la responsabilidad, ella tenía una enorme confianza en sí misma pero, era en sus poderes en quienes lo hacía ciegamente. Sí, podía resultar soberbia, pero sabía de lo que era capaz, y también sabía que no había llegado a su techo, que sus dones crecían diariamente. También había un gran esfuerzo de su parte, que no se permitía quedarse con lo que sabía, sino que continuaba instruyéndose y conociéndose a sí misma. Era consciente de que sus capacidades podían crecer, solo si viajaba a su interior, allí era donde radicaba la verdadera fuerza.
—El príncipe no está maldito, es lo primero que debe entender…Majestad —con qué desfachatez lo contradecía, pero suavizó la expresión con la última palabra. —Y lo otro de lo que debe convencerse es de que su hijo vivirá. No importa lo que deba hacer, no permitiré que su heredero perezca —no lo juraba, pero Eliška era la clase de mujer que creía en el poder de las palabras. Si se decía a sí misma que podía conseguir algo, simplemente, lo conseguiría. Pero no había sentido del deber ni compasión por el niño. La ambición de la mujer era enorme, y de la única manera que podría conseguir el favor del Rey, era complaciéndolo; no tenía más opciones que salvar a León Quartermane.
La hechicera también le sostenía la mirada. No se dejaba intimidar, aunque, interiormente se sintiera un poco de esa forma. No era miedo, pero la figura del soberano inspiraba respeto. Ahora comprendía por qué había tantos interesados en destronarlo. Consideraban que había corrompido las bases de la monarquía, sin embargo, ahora que Eliška estaba frente a frente con él, podía darse cuenta de que hacía que cualquiera se sintiese inferior a él. Y eso generaba broncas, temores, envidia… Se preguntó si estaba del lado correcto, si no era mejor traicionar a aquellos que la habían contratado y poner al tanto de las conspiraciones a Quartermane, y si bien la idea le resultó tentadora, comprendió que eran mayores los beneficios que tendría si él caía. Si revelaba los motivos que la tenían ahí, en cuestión de minutos su cabeza rodaría por la guillotina.
—Me gusta asumir riesgos, solo si sé que puedo cumplir con mis objetivos. Primero debería evaluar al Príncipe, para saber por dónde comenzar. Las enfermedades de la sangre suelen ser hereditarias, por lo tanto, es menester conocer los antecedes familiares, revisar el árbol genealógico. Y también…romper con esas estructuras —para sanar el cuerpo, había que sanar el alma. Debía comprender qué arrastraba el niño, qué venía consigo, para poder atacarlo. Él era un ser individual y único, si traía consigo los males de quienes le precedían, era porque había secretos que se habían vuelto un karma. De esa forma, también podría conocer más sobre los Quartermane, información sumamente valiosa para aquellos que la habían puesto en ese lugar.
Con estudiada lentitud, se acercó al Rey, había algo de desparpajo en su actitud, pero cuando percibió que él no retrocedería, se atrevió a más. Su falda tocaba las piernas del vampiro, su respiración le acariciaba el pecho. Alzó el rostro y lo miró a los ojos, en silencio. No olía a muerte, la vida aún parecía vibrar dentro de él, era distinto a todos los inmortales que había conocido, incluso a aquellos que aún eran muy jóvenes para cargar con aquel peso. Había sido un humano fuerte, y aún había sentimientos dentro de él, y eran esos lugares los que la bruja debía penetrar. Una vez, le habían dicho que ella era como Medusa, si la miraban a los ojos, era capaz de convertir en piedra a cualquiera.
— ¿Está dispuesto a abrir su alma para salvar a su hijo? La sanación no son conjuros, sacrificios y rituales satánicos. Descubrirá cosas de usted mismo que, quizá, no le gusten. Pero son necesarias… —hizo una pausa, se relamió los labios y continuó. —Deberá confiar en mí, no sólo pondrá la salud de su hijo en mis manos, sino también la oscuridad y la luz de su alma. No podré hacer nada si usted no me ayuda, Alteza. Será un trabajo de a dos, de descubrimiento, de apertura y cargado de dolor. Creo en que usted tiene la fortaleza para hacerlo, pues, como dicen, para un rey nada es imposible.
—El príncipe no está maldito, es lo primero que debe entender…Majestad —con qué desfachatez lo contradecía, pero suavizó la expresión con la última palabra. —Y lo otro de lo que debe convencerse es de que su hijo vivirá. No importa lo que deba hacer, no permitiré que su heredero perezca —no lo juraba, pero Eliška era la clase de mujer que creía en el poder de las palabras. Si se decía a sí misma que podía conseguir algo, simplemente, lo conseguiría. Pero no había sentido del deber ni compasión por el niño. La ambición de la mujer era enorme, y de la única manera que podría conseguir el favor del Rey, era complaciéndolo; no tenía más opciones que salvar a León Quartermane.
La hechicera también le sostenía la mirada. No se dejaba intimidar, aunque, interiormente se sintiera un poco de esa forma. No era miedo, pero la figura del soberano inspiraba respeto. Ahora comprendía por qué había tantos interesados en destronarlo. Consideraban que había corrompido las bases de la monarquía, sin embargo, ahora que Eliška estaba frente a frente con él, podía darse cuenta de que hacía que cualquiera se sintiese inferior a él. Y eso generaba broncas, temores, envidia… Se preguntó si estaba del lado correcto, si no era mejor traicionar a aquellos que la habían contratado y poner al tanto de las conspiraciones a Quartermane, y si bien la idea le resultó tentadora, comprendió que eran mayores los beneficios que tendría si él caía. Si revelaba los motivos que la tenían ahí, en cuestión de minutos su cabeza rodaría por la guillotina.
—Me gusta asumir riesgos, solo si sé que puedo cumplir con mis objetivos. Primero debería evaluar al Príncipe, para saber por dónde comenzar. Las enfermedades de la sangre suelen ser hereditarias, por lo tanto, es menester conocer los antecedes familiares, revisar el árbol genealógico. Y también…romper con esas estructuras —para sanar el cuerpo, había que sanar el alma. Debía comprender qué arrastraba el niño, qué venía consigo, para poder atacarlo. Él era un ser individual y único, si traía consigo los males de quienes le precedían, era porque había secretos que se habían vuelto un karma. De esa forma, también podría conocer más sobre los Quartermane, información sumamente valiosa para aquellos que la habían puesto en ese lugar.
Con estudiada lentitud, se acercó al Rey, había algo de desparpajo en su actitud, pero cuando percibió que él no retrocedería, se atrevió a más. Su falda tocaba las piernas del vampiro, su respiración le acariciaba el pecho. Alzó el rostro y lo miró a los ojos, en silencio. No olía a muerte, la vida aún parecía vibrar dentro de él, era distinto a todos los inmortales que había conocido, incluso a aquellos que aún eran muy jóvenes para cargar con aquel peso. Había sido un humano fuerte, y aún había sentimientos dentro de él, y eran esos lugares los que la bruja debía penetrar. Una vez, le habían dicho que ella era como Medusa, si la miraban a los ojos, era capaz de convertir en piedra a cualquiera.
— ¿Está dispuesto a abrir su alma para salvar a su hijo? La sanación no son conjuros, sacrificios y rituales satánicos. Descubrirá cosas de usted mismo que, quizá, no le gusten. Pero son necesarias… —hizo una pausa, se relamió los labios y continuó. —Deberá confiar en mí, no sólo pondrá la salud de su hijo en mis manos, sino también la oscuridad y la luz de su alma. No podré hacer nada si usted no me ayuda, Alteza. Será un trabajo de a dos, de descubrimiento, de apertura y cargado de dolor. Creo en que usted tiene la fortaleza para hacerlo, pues, como dicen, para un rey nada es imposible.
Eliška Přemyslovec- Hechicero Clase Alta
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