The King And The Horse ♔ Privado

por **Mina Zwaan** Vie Ene 02, 2015 4:33 pm

E l día lucía esplendido y Mina gustaba jugar en su mente con la cándida idea de que el clima era un buen y firme cómplice de aquellos que habían salido de caza por la mañana. Y lo cierto era que cada vez que los jóvenes de la Corte inglesa marcaban una fecha para la tradicional cacería mensual, las nubes se disipaban, el Sol brillaba como nunca y hasta los vientos acariciaban a la piel cual brisa primaveral, fuese cualquiera la estación del año en transcurso.

La jornada era especial y no solo porque la expedición de aquel día iba comandada ni más ni menos que por el rey Stiva, sino que era la primera vez en que la rubia ocupaba el puesto de “Recibidora” de los cazadores.
Aquello de la “Recibidora” era una especie de condecoración que se le otorgaba a algunas damiselas de la Corte local y constaba en claramente, generar un recibimiento a todos y cada uno de los que arribaban de la jornada de caza para ofrecerles un festín al aire libre. Algo así como un picnic pero más meticuloso y atento para con los caballeros que habían cumplido firmemente con la tradición.

Todas mujeres de renombre habían pasado por el lugar del que se ocupaba Mina ese día, y como era de esperarse la damisela sentía eso más como una presión anudada en su garganta que como un punto a su favor. Debía cumplir con todo minuciosamente, de forma que todos estuviesen complacidos y su apellido, desde generaciones respetado a lo largo y ancho de su nación continuase intacto como hasta entonces fuera de las las mismas fronteras de donde era oriundo.

Lo cierto es que no había mucha información, lectura o documento que detallase como generar una fiesta de campo de forma impecable y a su vez gustosa para la alta alcurnia, por lo cual Mina no tenía mucho más que guiarse por sus conocimientos propios en cuanto a eventos y a los caprichos del grupo social que le rodeaba. Y de allí partía la espina que más se ahincaba en la tranquilidad de la neerlandesa; ella no era conocida por ser la persona más social de todas, y menos aún, la más concurrente a los eventos de su entorno.

Pero no podía perder el semblante. No podía decepcionar a su rey y la Corte que le rodeaba.

Investigó, consultó con algunas allegadas y sin molestarse por ello, su mayor ayuda terminó siendo la misma servidumbre que confeccionaban aquellos festines.
Feliz estaba la muchacha de que tanto cocineros, mozos y demás cooperasen tan armoniosamente con ella para armar un evento inolvidable.
Bajo la tela del secreto, Mina se reunía con ellos en la noche para hilar ideas sobre la decoración, los platos a servirse y hasta la música que convendría ejecutar en los campos ingleses.
La pena radicaba en no poder comentar abiertamente quienes habían sido sus ayudantes, las agiles mentes que le habían dado más que una mano para todo aquello que otros disfrutarían. Pero la época marcaba tantos protocolos estúpidos, que lo mejor era guardar todo en su corazón, no sin agradecer cada vez que le fuese posible a todos y cada uno de esos humildes ángeles que le habían rescatado de no adentrarse en un ataque de pánico eventual. La rubia estaba a salvo, todo saldría bien.

Teniendo como alfombra ni más ni menos que delicados manteles extendidos sobre los verdes esmeraldinos de los jardines del castillo Záitsev, los banquetes se disponían en mesas ratonas, con la intención de que los comensales pudiesen acceder a los platillos preparados desde sus asientos; mullidos almohadones forrados en telas de variados tonos, lo que hacía de aquel espacio un lugar sumamente colorido y diferente. Una gracia visual a la que a Mina le había parecido inteligente y llamativa.
Vino, agua y hasta sumo de frutas reposaban en numerosas jarras a juego con delicadas copa de cristal, con detalles de tono verde. Los nexos entre el espacio natural y los utensilios a utilizarse en el banquete no eran un detalle que la perfeccionista muchacha pensase en dejar de lado tampoco.

Las doncellas en sus sitios, los niños jugando por las praderas templadas y armoniosas de aquella Inglaterra que Mina ahora tanto apreciaba… Aquella Ingñaterra que aguardaba ansiosa la llegada del respetado monarca que había abocado confianza –aunque por conveniencia- en ella.

Los ojos de Mina brillaron como el azul del cielo cuando avistó el asomar de la caballería, de aquel joven escuadrón de mancebos cazadores. En primera plana su Stiva, altivo, firme y tan invencible como siempre.
Los violines comenzaron a sonar alegremente, la fiesta había comenzado. En las manos de la Princesa un ramillete de tulipanes agrupados por un listón azul y dorado esperaba para ser entregado a su familiar.

- Bienvenidos caballeros. Disfrutad del hermoso día que ha coronado vuestra expedición. Merecéis estas atenciones y muchas más – confirió la organizadora del evento, para dar así de forma oficial el inicio de aquella inolvidable velada.

por **Stiva Záitsev** Jue Ene 22, 2015 10:54 am

Los rayos del sol se colaban entre las esplendidas ramas del bosque inglés, en el que su corte le acompañaba celosamente para recrear una de las actividades que más disfrutaba desde otros tiempos en su ciudad natal, pues aquello, le concedía nuevamente la gracia que tenía sobre las vidas de otros seres vivos, recordándole lo insignificantes que eran aquellos que le rodeaban a diferencia de él, después de todo el Rey solo cazaba por gusto -y se le permitía- al igual que esas presas que galardonaban su más grande colección en la habitación principal del palacio. Sin embargo, en su interior refutaba las nimiedades que salían de la corte, entre menos le conocieran sus gustos mayor era el misterio que residía en su persona, pocos o casi nadie, ni siquiera sus más allegados “mozos” sabrían con exactitud de sus excentricidades.

No obstante, sus impresiones se desprendían de hechos, de pequeñas moralejas que se tejían minuciosamente a la lejanía en dónde las praderas iban tomando forma de un cuadro tan esencial como mágico. Los hermosos dorseles de las tiendas salvaguardaban el escudo de la familia más representativa dentro de la aristocracia inglesa y bajo de ellos las telas brillantes de colores varios formaban la escena de una representación tan pintoresca como lo eran sus oleos más valiosos ¿Era una pantomima?

Así mismo, entre más se acercara, las miradas acaecían en ellas la curiosidad a su inhóspita personalidad, pues el ruso era famoso por despertar los sentimientos más despectivos y aberrantes entre su clase, de este modo, una delicada y melodiosa voz apartó su atención como por obra de magia. Justo frente a él la joven de cabellos dorados se plantaba armoniosamente, ahí los ojos bicolores del hechicero se perdían entre los ojos de su anfitriona -Bienvenidos caballeros. Disfrutad del hermoso día que ha coronado vuestra expedición. Merecéis estas atenciones y muchas más – confirió la organizadora la cual realizaba al mismo tiempo una cordial reverencia.

Escuchándola atentamente sus manos tomaron con fuerza los cabellos del corcel realizando una elegante maniobra permitiéndole de ésta forma alcanzar con sus pies el losado irregular siendo imitado casi inmediatamente por su guardia quienes a su sombra permanecían a una distancia prudente -Conocía los rumores que englobaban a la joven princesa inglesa, heredera de la casa Zwaan, una de las más importantes de Inglaterra…- añadió sustancialmente cortés pero igualmente inquisitivo el monarca dirigiéndose pausadamente hacia ella –Mi lady…- culminó realizando un distinguido ademán en pos a su interlocutora.

por **Mina Zwaan** Dom Mar 01, 2015 6:41 pm

Para Mina, ganarse la confianza sincera de su monarca era algo que para aquellos momentos iba mucho más allá de las conveniencias entre Inglaterra y los Países Bajos.
La rubia en verdad deseaba conocer al Rey que le había elegido, ese mismo que también oriundo de una nación extranjera se había hecho con la corona que tantos ingleses añoraban con arrebatarle de la cabeza ¿Cómo era posible que tantos le odiaran y adoraran al mismo tiempo? Para Mina esa clase de sentimientos no los despertaba cualquiera. Y era por ello que la esencia del Rey Stiva debía ser descifrada por aquella que jamás había aprendido a asumir que determinados asuntos son imposibles de aclarar.

Tras la entrega del refinado bouquet de flores y la merecida reverencia que su monarca merecía por los protocolos establecidos, la Princesa siguió el paso de su Rey sin titubeo alguno, después de todo era su deber como anfitriona el guiarle a lo largo de aquella fiesta realizada bajo su responsabilidad – Majestad, tras una esplendorosa jornada de caza me pregunto si os apetecería descansar bajo la sombra de un frondoso árbol, entre la comodidad de cojines de plumas, degustando quizás alguna fruta fresca y una buena copa de vino – la invitación se daba cuando sutilmente la damisela señalaba un espacio particular dentro de todo el evento donde ambos podrían ir a refugiarse y descansar si es que el tosco caballero aceptaba el ofrecimiento pronunciado.

Los ojos azulados de la Princesa notaban las miradas ajenas, impartidas por aquellos mismos invitados que hasta hace semanas, días y horas atrás estaban honradas de haber sido invitados. Sin embargo la mayoría desplegaba una sensación de molestia, de enmascarado enfado que la neerlandesa –quizás por cándida- captaba en los ojos que se clavaban sobre los hombros del Rey a medida que éste les iba dando la espalda con su avanzar. Lo extraño, lo peculiar era que él no parecía indiferente a todo aquello, al contrario, su firmeza parecía nacer a través de ese mal pesar que los otros trataban de imponerle. La bestia se alimentaba del mal ajeno y eso en cierta forma, preocupaba a Mina, quien siempre se abocó en tratar de complacer a todos y cada uno de aquellos que le respetasen.

- No pensaba deciros esto tan sinceramente, pero no me gustaría recibir una negativa de vuestra parte. No hoy Su Majestad – impartió la Princesa, siquiera consciente al cien por ciento de lo que sus palabra podían llegar a pesar si su monarca las tomaba con un tono erróneo. Pero Mina había sido sincera. Quería por primera vez, refugiarse con su Rey y comprender de alguna forma, como aquellos dos extranjeros de la realeza inglesa podían sobrellevar dicha realidad en un terreno donde algunos deseaban devorarles.

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