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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Mar Feb 25, 2014 2:44 am

Love is a beautiful war
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Es una mujer tan inteligente como encantadora —así fue como respondió Dragos, cada vez que alguno de sus allegados se mostraba curioso y lo cuestionaba sobre la que se convertiría en su esposa en los próximos días.

Por días enteros se negó a dar más detalles sobre Amanda, no porque se avergonzara de algo o quisiera mantener el secreto y cultivar el misterio hasta que llegase el tan esperado día, lo había hecho por celos. No le gustaba tener que describir a la mujer que consideraba enteramente suya, porque pensaba que si lo hacía, no podría controlarse y se iría a los extremos; sería tan sumamente detallista que desvelaría los más pequeños detalles, y consideraba que eso era suficiente para despertar la lujuria en la mente de cualquier hombre. A ningún hombre debía agradarle que otro fantaseara con su mujer, y Dragos, especialmente él, no era la excepción, así que fue tan discreto y prudente como jamás había sido.

***
Los días pasaron, demasiado lentos para su gusto, pero el gran día finalmente llegó. Era sábado y a su majestad se le notaba especialmente contento. Experimentaba el mejor humor, se mostraba extrañamente amable con todo el que le rodeaba y todos, le sonreían, como si jamás hubieran sido víctimas de sus exigencias, hosquedad y de su ira. Acudían a él cada dos segundos para preguntarle y recibir detalles de cómo se llevaría a cabo la ceremonia, y cuando consideró que ya había explicado lo suficiente, siendo lo suficientemente claro, ordenó que no se le molestara más. Se encerró en su alcoba y más tarde se vistió para la ceremonia. Dragos siempre había detestado la ropa demasiado elaborada, pero como se trataba de una fecha especial, deseaba lucir regio, a la altura de su cargo. Aunque la ceremonia fuera mero protocolo, quería lucir como un verdadero esposo y deslumbrar a su consorte, por eso envió a confeccionar una elegante y costosa vestimenta que estaba conformada por redingote, camisa con cuello alto decorada con detalles como broches, pedrería y una serie de bordados, pantalón y corbata, todo confeccionado del mismo color marfil y el mismo tejido exclusivo, procedente de los más antiguos y renombrados fabricantes en Francia. Colocarse el traje resultó un proceso largo y que requería realizarse con mucha minuciosidad pero, al final, cuando se paró frente al espejo de cuerpo completo, se dio cuenta de que fue un tiempo bien invertido: lucía una figura estilizada con el típico toque de la elegancia nupcial; era un digno monarca de los Países bajos; un conveniente esposo para Amanda Smith. Peinó su cabello rubio y largo hasta los hombros hacía atrás, y lo sujetó en una cola, para lucir todavía más presentable.

Cuando llegó la hora, con su ya acostumbrada escolta, bajó por la escalera blanca de mármol y marfil y se dirigió directamente hasta la capilla que ya se encontraba repleta de invitados. Todo el mundo estaba allí, marqueses, duques y otras importantes personalidades, pero Dragos apenas y les dirigió una mirada. No le importaba quien había asistido y quien no; saludó a algunas personas, pero fue por mero compromiso. Todo lo que le interesaba era ella, Amanda, a quien se moría por ver vestida de novia, dirigiéndose hacia él para convertirla en su esposa. Cuando al fin la vio caminando hacia él por el largo pasillo, ante los asombrados ojos de los invitados que la encontraron demasiado hermosa, sus ojos azules se derritieron ante la preciosa imagen que ella ofrecía. Sonrió porque no era capaz de reprimir el gozo que estaba experimentando al estar a tan solo unos segundos de hacerla públicamente suya. Sería su esposa ante los ojos de los mortales e inmortales, ante los ojos de Dios y el Diablo. La tomó de la mano y juntos giraron para encontrarse con las autoridades religiosas que llevarían a cabo la ceremonia nupcial. Al cabo de unos minutos, le colocó la sortija de matrimonio que simbolizaría su unión, y, ante un Dios que ninguno de los dos veneraba, hicieron el irónico juramento, en el que prometieron permanecer juntos hasta que la muerte los separe.

Yo gané: eres mi esposa ahora —le susurró al oído cuando concluyó el tradicional juramento. Dragos se inclinó hacia ella y, ante los aplausos de los presentes, besó los labios de la inmortal. Sintió cómo ella no le correspondía, al percibir sus labios rígidos e inmóviles, pero eso no logró arrebatarle el orgullo que le provocaba haberse salido con la suya.      

Más tarde, Dragos y Amanda entraron al gran salón, tomados de la mano, para unirse a sus invitados y juntos celebrar el gran día. Se sentaron y fingieron que cenaban, tan solo por aparentar; también bailaron pero, durante todas las piezas, Dragos notó a Amanda sumamente fría y distante, como si no se encontrara allí. Esto logró desilusionarlo un poco, pero hizo su mejor esfuerzo para no arruinar el momento y toda la actuación frente a los invitados, de los que recibió toda la noche comentarios que le aseguraban no haber podido escoger una candidata más bella, lo que logró que el ego de Dragos se elevara hasta los cielos.

Cuando anocheció, Dragos, que ya se encontraba demasiado harto de los parloteos de los humanos y que consideraba que ya habían tenido suficiente fiesta por ese día, encontró a Amanda entre el gentío, la tomó de la mano y juntos se retiraron a la alcoba ante las miradas de los presentes, que se inclinaron ante ellos con respeto. La fiesta continuó abajo y ellos llegaron hasta la habitación que había sido de Dragos pero que a partir de ese día compartirían. Abrió la puerta y dejó que ella entrara primero, luego la cerró tras él poniéndole llave.

La alcoba olía a incienso de sándalo y estaba situada junto a un conjunto de habitaciones privadas con hermosas vistas a los jardines, las fuentes y los estanques de peces ornamentales —aunque las cortinas sólo se abrían de noche—, en un área aislada, y excluía el paso de cualquier ruido y de la luz, para su protección durante el día. También disponía de un comedor privado, así era como Dragos sostenía su mentira ante los mortales, ordenando siempre que se le sirviera en su alcoba, para así poder deshacerse de los alimentos y hacerles creer que los había consumido. Era la alcoba más grande y más lujosa del castillo.

Todos te aman, los tienes encantados. Sabía que sería de ese modo… —le dijo con una voz suave. Se quedó se pie, contemplando su figura, mientras ella permanecía dándole la espalda. Su cabello lucía más hermoso que nunca y el vestido de novia que había elegido, se le ceñía al cuerpo mostrando, en todo su esplendor, su extraordinaria figura. Por alguna extraña razón la encontró sumamente erótica en ese vestido blanco. Sin haberla tocado aún, comenzaba a sentirse un poco excitado—. Aunque… —continuó, se le acercó por detrás para colocarle las manos sobre sus hombros, y la acercó al borde de la cama que tenían enfrente—, todo lo que acaba de ocurrir allá abajo ha sido sólo una formalidad. Lo verdaderamente importante está ahí, sobre la almohada —con su mano señaló la caja de terciopelo que yacía sobre la cama—. Es mi regalo de bodas. Es una joya muy valiosa que deseo darte. Espero que te guste.

Pudo haberle mostrado él su regalo en ese instante, pero pudo más su deseo de permanecer a su lado. La quería cerca, no deseaba separársele ni un instante. Dio un paso al frente, hasta que su pecho estuvo junto a la espalda de Amanda, y con las yemas de los dedos comenzó a acariciarle el cuello. Las caricias que le hacía no eran propias de él, porque acostumbraba a ser salvaje y perverso. En esta ocasión, Dragos le acariciaba suavemente la piel, quizá porque en el fondo estaba consciente de que ella lo despreciaba y no deseaba hacer el amor con él, y antes de que lo rechazara tajantemente, quería despertar el deseo en ella.

No tienes idea de lo mucho que esperé este momento… —le habló al oído cuando acercó su rostro para besarle detrás de las orejas—. No me digas que no sientes esto, Amanda, que no te estremece sentir mi lengua sobre tu piel. Niega que no deseas sentirme dentro de ti, saborear mi sangre y gozar juntos de un orgasmo, porque yo no puedo hacerlo, no puedo mentir. Lo que siento por ti va más allá del cuerpo. Te deseo, y en el fondo sé que tú también me deseas a mí, que quieres esto tanto como yo. Entrégate, Amanda, hagamos una tregua —sus manos bajaron de su cuello hasta su cintura, y luego hasta su espalda, donde comenzó a deshacer los nudos del corsé.

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Última edición por Dragos Vilhjálmur el Dom Oct 12, 2014 7:07 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Invitado Vie Mayo 02, 2014 3:57 pm

Las sirvientas, que revoloteaban a mi alrededor como las polillas alrededor de una hoguera encendida, confundían mi apatía con serenidad; mi frialdad, con educación, que no había perdido ante sus ojos ni siquiera el día de mi boda, para ellas el más feliz de mi vida cuando, en realidad, no era sino uno tan mediocre como el resto salvo por su carácter especial en mi ansiada venganza contra el que, en unas horas, se convertiría en mi esposo. Había diseñado el vestido yo misma con un estilo muy sencillo y alejado de los recargamientos versallescos a los que mi estancia en Francia me había acostumbrado desde hacía algo más de medio siglo. En su lugar, el corte imperio que lo definía estilizaba y simplificaba la tela, dotándola a un tiempo de una suavidad que la combinación de la seda con las gasas, las perlas y los encajes no hacían sino aumentar. Por supuesto, lo había tratado de mantener en secreto todo lo que había podido para que Dragos tuviera todo el espectáculo de boda que pudiera desear, e incluso había impedido que me viera los días anteriores al evento para aumentar también sus ansias en cuanto me viera avanzar a través del altar hacia él, renunciando voluntariamente a mi libertad aunque sólo fuera sobre el papel. Él tendría a su novia perfecta, con los rizos de fuego deslizándose por mi cuello solamente si se escapaban del complejo recogido que llevaba en lo alto de la cabeza y mis ojos, cada vez más verdosos que azulados, delineados con kohl, y yo tendría mi reino y, de regalo, mi venganza. Estaba dispuesta a sacrificar mi deseada y deseable soltería solamente por controlar mis inversiones y mis posiciones en los Países Bajos, o al menos eso me repetía y trataba de infundir a cada uno de mis gestos conscientes e inconscientes, pero lo cierto era que la realidad, siempre complicada incluso cuando se ha vivido tanto tiempo como lo he hecho yo, venía a demostrarme que por mucho que la lógica tratara de convencerme de que era mi deber, lo irracional me gritaba que eso no era, en absoluto, lo que debía hacer. Se trataba de aquella parte rebelde, nacida desde mi captura en Britannia y enardecida por mi período de esclavitud en Roma, que no soportaba verme rendirme, ya que no debía olvidar nunca que al final él había conseguido salirse con la suya por mucho que yo fuera a intentar devolvérsela. Esa parte de mí me provocaba una mezcla extraña de odio hacia él y de desprecio hacia mí misma, y ni siquiera mis mejores argumentos servían para sofocar la intensa lucha que se estaba produciendo en mi interior. Lo único que podía hacer, y las sirvientas y sus reacciones me servían para comprobar que me estaba desenvolviendo perfectamente en mis intenciones, era permanecer estoica hasta que me encontrara ya casada y el mal trago hubiera concluida, por lo que, siguiendo el deber de reina que pronto se convertiría en aquello por lo que me regiría en público, hice de tripas corazón y proyecté la imagen que todos ansiaban ver salvo mi marido.

Mentiría si dijera que me resultó complicado o incluso que tuve momentos de flaqueza en los que me venció la ira, tan ardiente como la lava de un volcán a punto de entrar en erupción. Los años y las distintas cortes que habían moldeado mi carácter y mi educación también habían conseguido darme unos modales perfectos, se miraran con la óptica que se desease en cualquiera de los instantes que se me pusiera bajo el escrutinio, y por ese motivo la corrección no se hizo esperar aunque él me provocara a cada momento a montar una escena que ya no podía permitirme. Desde el momento en que el sacerdote nos unió y fuimos, de una vez por todas, rey y reina de los Países Bajos, el tiempo pareció pesar y no transcurrir sino lentamente, tanto que más de una vez estuve tentada de responder a sus provocaciones y solamente mi voluntad decidida, aunque voluble, me lo impidió lo suficiente para controlar mi comportamiento hasta que llegamos hasta la habitación donde se suponía que transcurriría nuestra feliz vida matrimonial. Con la más que válida excusa de deshacerme de las joyas, apenas unos pendientes hechos con perlas cultivadas en los mares caribeños, y de las azaleas frescas que habían decorado y sostenido mis cabellos me situé de espaldas a él para que la expresión de desaire no fuera aún tan patente como, lo sabía, pronto lo sería. Él quería beber del momento, y yo solamente quería marcharme de allí a satisfacer una sed que había crecido por la amalgama de sentimientos amargos que acumulaba dentro y que solamente la sangre podría concluir de una manera efectiva. Él se sentía victorioso; yo, aunque aquel fuera mi juego y se suponía que todo había salido a la perfección, me sentía derrotada porque parecía cierto que quien más beneficio había sacado en el corto plazo era Dragos, y no yo. Solamente repitiéndome que pronto llegaría mi momento y que antes debía atravesar el mal trago conseguí mantener la máscara e incluso desviar la ardiente ira lo suficiente para estar tan tranquila que cuando él se acercó por detrás de mí no sentí deseos de arrancarle la cabeza de un mordisco y bañarme en su sangre con la bestialidad bárbara que a él tanto le caracterizaba. No, en lugar de eso mis deseos fueron más similares a los suyos, y durante un verdadero momento me planteé la posibilidad de postergar mi venganza un día más para darle, darnos en realidad, lo que él deseaba con más fuerza que yo, ya que mi orgullo me impedía lanzarme a sus brazos y estrenar el lecho matrimonial que permanecería frío e inerte por lo que a mí respectaba. Avergonzada de mis pensamientos, pero sobre todo de mis deseos, me deshice de los zapatos de tacón alto que había portado hasta aquel momento y mi estatura se volvió aún más reducida respecto a la de él, un auténtico guerrero se mirara por donde se mirase, que antes. Parecía casi un duende, especialmente por mi pelo y lo sedoso del vestido, al que él hubiera atrapado y el pensamiento me arrancó una sonrisa que murió cuando volví a recordar dónde me encontraba y, muy especialmente, cómo y con quién.

– No se me dan bien las treguas. – afirmé, y me separé de él con un simple movimiento que impidió que siguiera deshaciendo el corsé que llevaba el vestido, camuflado bajo la tela. Mi excusa fue simple: acercarme al lecho donde la caja de suave terciopelo aguardaba, pero para marcar aún más las distancias entre nosotros me senté y subí las piernas al colchón con el regalo entre mis dedos, aún extasiados por la textura del material en el que estaba forrada su ofrenda de paz. ¿Qué sería? Conociéndolo, algo hermoso que realzara mi belleza pero que no la eclipsara ante sus ojos, mas quizá algo que al mismo tiempo sirviera para desviar la atención del resto de hombres que pudieran desearme. Había visto su mirada en la ceremonia pero, sobre todo, después, cuando las miradas se habían centrado en mí (y en él, aunque realmente no me importaba que lo miraran, de hecho incluso lo deseaba, porque me había prometido fidelidad y sufriría sabiendo que no podría tenerlas ni a ellas ni a mí); sabía que se había molestado, como siempre le ocurría, al verme como algo que no era suyo, sino posiblemente de otros, ya que había cosas que realmente nunca habían cambiado y que dudaba que fueran a empezar a hacerlo a aquellas alturas. También sabía, no obstante, que cuando se trataba de mí Dragos bien podía equipararse con una caja de sorpresas, y sus dulces caricias de antes me lo habían recordado con más fuerza de la deseable, especialmente por sus efectos.
– La última vez que estuvimos en una habitación con una cama de por medio insististe en convencerme para que aceptara este… paripé, este espectáculo bochornoso al que me has obligado a someterme para reclamar lo que era mío por derecho. La vez anterior, hiciste arder hasta los cimientos el lugar en el que me encontraba porque estabas muerto de celos. Este palacio no es ignífugo, así que te sugiero que te alejes de las llamas lo más que puedas o destruirás una pieza del patrimonio de esta nación cuyo valor es irremplazable. – expuse, con cierto aburrimiento, y dejé la caja en mi regazo para tener las manos libres y, con gran habilidad, deshacer el peinado que había tardado tanto tiempo en adquirir una forma tan bella solamente para que se convirtiera en un montón de rizos, como lo había sido al principio y antes de que ninguna humana hundiera sus dedos entre ellos para moldearlos. Los bucles habían perdido ya parte de su forma tan característica, casi salomónica, pero su peso los hacía ondas suaves y delicadas que incluso a mí me sorprendieron, aunque seguramente no tanto como a él. Por lo que siempre me había dicho adoraba mi cabello, especialmente su color tan intenso que no obstante había perdido cierto brillo desde que él había hecho acto de presencia, y aunque yo solía considerarlo también una de las partes mejores de mi cuerpo, su deseo hacia él me hacía ansiar cortarlo o, quizá, teñirlo, aún no estaba segura.

– Dime, antes de que lo abra, ¿con qué objeto deseas comprar mi perdón y convencerme para que yazca contigo? El matrimonio para ti solamente es una excusa para tenerme, y el hecho de consumarlo un simple pretexto para que vuelvas a probar mi cuerpo; no tiene ninguna validez y lo sabes tan bien como yo aunque los papeles digan lo contrario. Supongo que sí, has ganado, pero ¿a qué precio, Dragos? – comenté, y no porque realmente me importara lo que valiera un enlace tan falso como lo demás, sino porque las palabras me ayudaban a mantener una guerra fría con él más efectiva que si dejara que me embriagara la rabia una vez más y le volvía a lanzar un cepillo para el cabello. Hablando de eso, dejé de peinarlo con los dedos y esta vez los utilicé para deshacerme de las medias que el protocolo y el puritanismo de las sirvientas me habían obligado a llevar. Solamente llegaban hasta medio muslo y era el liguero, uno de mis preferidos, lo que las mantenía en su sitio, así que una vez me deshice de ellas ya no cumplía más función que una erótica que no pensaba satisfacer… salvo platónicamente. Como si fuera inintencionado, crucé las piernas y dejé que la falda se subiera para que él tuviera una visión parcial de mi piel: una de mis estrategias preferidas, pero que funcionaba tanto si se trataba de hombres como si era una mujer quien lo veía. No se trataba tanto de una cuestión de hermosura como de erotismo, las cortesanas orientales que visitaban la domus de mis antiguos amos me lo habían enseñado, sobre todo cuando había tenido que seducir al heredero para que su trato no fuera tan humillante como podría haber llegado a serlo. Del mismo modo, mi posición garantizaba que Dragos tuviera una visión particularmente plena de mi escote, tan pálido que el blanco del vestido no ayudaba sino a aumentar su tonalidad y a recordarme por qué prefería utilizar colores más intensos en mi vida diaria. De esa guisa, ladeé la cabeza y el cabello rozó mi piel una vez más en su caída, suave como una cascada, hacia mis senos, que él tenía prohibidos por mucho que insistiera y que parte de mí, como me pasaba siempre con él, deseaba que acariciara y moldeara.
– ¿Esa es la actitud que le deseas a tu reina? ¿Ni siquiera vas a mostrarme un poco del respeto que me has estado negando desde que volviste, e incluso antes, cuando todo era un juego? – reproché, e incluso el mohín de mi rostro debió de parecer, por mi actitud, encantador.
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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Dom Oct 12, 2014 7:06 pm

Respeto. Tú, Amanda Smith, quieres respeto —dijo con su voz potente y masculina, mostrando una sonrisa que no provenía de la satisfacción interior, sino por el contrario, del dolor y de la amargura, y sin poder ocultar el tono sardónico en que pronunciaba. ¡Como si pudiera utilizar algún otro!—. Esa no era una cualidad que te importara demasiado en el pasado, mucho menos viniendo de mí. Cuánto has cambiado, Amanda. Hasta donde recuerdo, y creo que en mi condición la pérdida de memoria no es algo de lo que deba preocuparme, solías compartir conmigo el pensamiento de que en la guerra y en el amor todo se vale. No puedes culparme de nada, no tienes derecho a reprocharme lo que hice porque no me has dejado otra alternativa.

Mientras hablaba, el monarca intentó concentrarse en la conversación y mantener la vista fija en el rostro de la mujer, pero ella y la indudable belleza que ostentaba y que el sensual vestido blanco de novia no hacía más que resaltar, le hacían la tarea sumamente complicada.

Amanda era gloriosa, sublime, la hembra más perfecta que podía existir en el mundo, y quizá las cosas entre ellos no estaban en su mejor momento, quizá ella lo odiaba con la misma intensidad con la que él la adoraba, pero no podía dejar de sentirse afortunado de tenerla. Porque ya era suya y nunca la dejaría marchar. Estaba convencido de que tarde o temprano las aguas se calmarían, y cuando eso ocurriera, ella aceptaría su destino, como hacía mucho que él había aceptado que el suyo era con ella, en ese momento en que sus miradas se habían cruzado por primera vez.

Dragos la conocía bien y sabía que ella fingía inocencia para provocarlo, que mostraba y cruzaba las piernas como si se tratase de cualquier cosa, pero que en realidad lo hacía porque era consciente de que cada movimiento era estudiado por él. Él, por su parte, se saciaba en silencio con su imagen, pero observar jamás sería suficiente. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener su pasión y no arrojarse sobre ella para obligarla a recibirlo en su interior, porque no había duda de que ya se sentía duro como una piedra y ansiaba como nunca sentir su hombría siendo estrujada por sus labios, recorrer con su lengua cada centímetro de su piel blanca expuesta, extasiarse con los pechos gloriosos que asomaban perfectos por encima del sugerente escote. Amanda era hermosa y lo sabía; comprendía que para hacerle perder el control a un macho no tenía que esmerarse demasiado, su sola imagen ya significaba una tentación, en especial si se trataba de Dragoslav Vilhjálmur.

Tú y nadie más que tú me orillaste a esto porque no hiciste más que rechazarme —continuó, volviendo a enfocarse en el diálogo, y fue muy obvio que su voz adoptó un tono que dejaba entrever algo de su resentimiento, porque le seguía pareciendo una ofensa que ella lo sometiera a semejante humillación: tenerla a tan pocos centímetros y no poder hacerla suya a su antojo, como era la obligación de toda esposa—, me despreciaste tantas veces como te vino en gana y me negaste cualquier posibilidad de reconciliación. Todo lo que hice fue aprovechar lo poco que me dejaste y, Amanda, me temo que olvidaste de algo importante: nunca debes dar a tu enemigo el arma para que te ataque. Y yo no soy tu enemigo, pero has insistido en tratarme como tal que no me dejaste otra opción más que jugarte sucio ¿Qué habrías hecho tú, Amanda? ¿Te habrías dado por vencida tan fácilmente? —le mantuvo la mirada y no dudó ni un instante de sus palabras, que para él eran convicciones sumamente arraigadas, pero al segundo sus ojos se desviaron una vez más a hacia las piernas largas que se moría por abrir y acariciar. Dragos no podía creer la poca voluntad que le quedaba cuando se trataba de Amanda. Se sentía vulnerable, y ningún rey podía sentirse de ese modo, especialmente cuando se trataba de una mujer. A lo largo de la historia muchas hembras habían sido la ruina de incontables hombres que habían sucumbido ante sus encantos, dejándose envolver, convirtiéndose en marionetas. ¿Ese sería también su destino, convertirse en el perro de la Smith? Sabía que no podía permitirlo.

Está hecho. Estás casada conmigo y, para bien o para mal, casada seguirás. Eres mía y nada va a cambiar eso. Puedes aceptar lo inevitable de dos formas, voluntaria o no; en ti está el decidir cómo será nuestra convivencia de ahora en adelante. Puedes ser mi reina o mi prisionera —sentenció endureciendo su voz, como hacía cada vez que quería que las decisiones o caprichos del rey no se cuestionaran, pero enseguida suavizó su tono cuando se dio cuenta de que confrontándola agresivamente, como había estado haciendo desde su reencuentro, nada ganaría, excepto provocar que su desprecio por él creciera como la espuma de la cerveza de malta. Si ella quería respeto, la complacería… o al menos le daría lo más cercano a eso.

Piénsalo, Amanda, piénsalo bien —susurró—, no es posible que exista tanta agresión entre nosotros dos, tiene que haber un modo de llegar a un acuerdo que nos satisfaga a ambos —se acercó muy despacio a la cama y miró con ojos ardientes a Amanda cuando se sentó a su lado. Luego, acercó su mano para tomar la suya entre las propias, la cual alzó hasta su rostro para depositar un beso en el dorso, un beso suave, delicado y muy fugaz, cuando realmente lo consumía el deseo de poseerla y someterla a sus enérgicas caricias, la prueba más verdadera de que estaba dispuesto a cooperar, a ganarse la redención, mientras ella hiciera lo mismo y le diera la oportunidad.

Cuando notó que ella abría la boca, posiblemente para replicar de mal modo, lo único que se le ocurrió para callarla fue apresar su boca en un beso que no fue arrebatador y posesivo como a los que él estaba acostumbrado.

Nunca he deseado tanto a ninguna otra mujer —le confesó al tiempo que dejaba que una parte del peso de su cuerpo cayera sobre ella, obligándola a recostarse sobre la cama y, a su vez, recostándose él encima.

Nuevamente perdía el control.


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God save the king and queen | Privado Empty Re: God save the king and queen | Privado

Mensaje por Invitado Dom Nov 30, 2014 2:06 pm

Si de todas las palabras que habían salido de sus labios, aquellos que me hacían odiarme a mí misma por desear callar con un beso intenso, había alguna cierta, esa era que yo había cambiado y ya no era la vampiresa extremadamente ingenua, pese a todo, que él había conocido hacía ya algunos años, no los suficientes para reducir la intensidad del fuego que ardía en mi interior, deseoso de venganza. Del mismo modo, si había algo en lo que más se había equivocado en su larga perorata era en el argumento que llevaba esgrimiendo desde que nos habíamos reencontrado, que la culpa de mis cambios era únicamente mía, como si él no hubiera encendido la tea que lo había iniciado todo... Literalmente. ¿Es que no se daba cuenta de que era él, y no yo, quien se había buscado mi desprecio con sus inútiles celos y su actitud tan posesiva? Resultaba evidente que no, puesto que de lo contrario no sería capaz de insistir en algo que me hizo sonreír amplia y sardónicamente: que yo era suya. De repente parecía haberse vuelto creyente porque no tenía ningún reparo en defender la validez de algo que una maldita iglesia había consagrado: nuestra unión. ¡Y luego resultaba que era yo la que había cambiado...! El problema era que Dragos, ahora más que nunca, era incapaz de ver la viga en su ojo de ocupado que estaba en señalar la paja en el ajeno, y aunque antaño al habernos encontrado en un estado de glorioso frenesí había sido capaz de olvidarlo, cuando era mi libertad lo que se encontraba en entredicho abandonaba todo cuidado y lanzaba a mi ejército con todas sus armas a la batalla que nos enfrentaba. ¡Cuánta razón tenía al afirmar que en el amor y en la guerra todo valía! El único problema era que en nuestro caso yo ya no era capaz de distinguir lo uno y lo otro, y él se empeñaba en demostrarme hasta qué punto sabía enredar mi percepción de manera magistral con su contacto, primero dominando mi cuerpo en el lecho nupcial y besándome con intensidad tal que no pude por menos que responder a aquel contacto, tan anhelado como detestado.

¿Así era como ansiaba dejarme, como una de sus prostitutas, yaciendo exhausta y abrumada bajo su cuerpo para que pudiera someterme como le viniera en gana? La idea me repugnaba e iba tan en contra de quien yo era que mi cuerpo reaccionó más rápidamente que mi mente, doblando una rodilla para apoyar la puerta en su pecho y separarlo de mí. Si hubiera sido humana probablemente habría aprovechado aquel instante de paz para tomar aire; incluso siendo vampiresa, debía reconocer a mi pesar, ansié necesitar respirar por el vacío que se había formado en mi interior con su brusca separación, mas no lo hacía, y por eso pude utilizar el instante para separarme de él y bajar de la cama, dejándolo a él en ella. Intentando evitar el impulso de saltar sobre Dragos como había hecho tantas otras veces, sólo que esta con actitud más violenta que pasional, alisé la tela de mi vestido de novia, que se empeñaba en revelar, chivata, el lugar donde el cuerpo de mi esposo había entrado en contacto con el mío, como si no tuviera suficiente con que mis labios también me lo recordaran.
– Yo, en cambio, sí he deseado más a otros hombres, e incluso a alguna mujer en ocasiones. – repliqué, cruzando los brazos sobre el pecho y anhelante de ganar tiempo antes de que él volviera a reaccionar y me obligara a dejar la negociación pacífica para pasar al ataque, cuyas consecuencias él lamentaría. Además, no quedaría demasiado bien en mi reputación el hecho de haber asesinado a mi esposo durante la noche de bodas... Cuando, en teoría, lo que debía hacerse era entregarse a la creación de una nueva vida, no a la aniquilación de una existente. ¿Sería aquella la primera de una larga lista de particularidades que tendría mi reinado? Porque no debía olvidarlo, con aquel matrimonio había conseguido, a regañadientes por los medios pero de manera absolutamente deseable respecto al resultado final, el control efectivo de un reino, aquel en el que me encontraba, aquel en el que pasaría gran cantidad de tiempo en adelante y ese que quizá podría llamar hogar durante un tiempo, hasta encontrar el siguiente que me produjera lo más parecido a un sentimiento de pertenencia que hacía mucho tiempo que había olvidado.

– Voy a ser tu reina, Dragoslav, con todo lo que eso significa... porque olvidas que aquí poseo autoridad, ya sea fuera de este dormitorio o dentro de él. ¿Vas a otorgarme, después de echarme en cara que lo haya hecho yo, las armas para que te ataque? Lo estás haciendo ya, igual que lo has hecho siempre, porque eres incapaz de mentir en tus deseos más acuciantes en lo que respecta a mí. Y adoro que así sea, porque gracias a ti puedo sentir reforzado placer, mayor al de cualquier orgasmo, al afirmar que no dejaré que me toques sin que yo te dé permiso para ello. Te reto a intentarlo... Ya verás lo que pasará si lo haces. – amenacé, sin que mi tono sonara exactamente a amenaza, pues lo único que parecía era razonable y sosegado, lo que probablemente bastaría para avivar su exaltación aún más de lo que ya lo había hecho al provocarlo. No había nada como la tranquilidad para terminar de enfadar a un animal rabioso, y si había alguno de nosotros dos que se asemejara más a una bestia que a un humano era él, por mucho que yo no estuviera libre de pecado y hubiera cometido mis excesos en el pasado. Aun y todo, a su lado parecía un auténtico ángel, aspecto que la pureza del vestido blanco que portaba se encargaba de realzar con aún más intensidad, pues tal era el deseo de la idiosincrasia cristiana detrás de la costumbre de casarse de blanco, color que no era mi favorito ni por asomo.
– Lo único que podría satisfacerme a mí es que tú cumplas con las condiciones que te impuse cuando acepté casarme contigo. El respeto está implícito en todo esto, aunque tú te empeñes en ser obtuso y en no verlo, ya que en eso no has cambiado. En lo demás, aún está por ver, ¿no crees? Además, tal vez así consigas convencerme para que sea tuya y sólo tuya, ¿y no es eso lo que quieres por encima de todas las cosas, mi amor? – pregunté, con voz suave y casi ronroneando al final, al dirigirle aquel apelativo que era tan cierto como, a un tiempo, no lo era.
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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Lun Dic 15, 2014 11:28 pm

Los besos, las caricias, fueron abruptamente interrumpidos cuando Amanda se levantó y abandonó el lecho. Fue tanta la frustración de Dragos que sintió un incontenible deseo de cruzar la habitación y abofetear a aquella perfecta mujer de ojos azules que lucía como debían verse los ángeles, pero que se empeñaba en seguir actuando como una verdadera bruja. No obstante, increíblemente, una vez más, el vampiro logró contenerse. Se incorporó sobre la cama lanzando un gruñido, similar al de un animal que ha sido herido, y con una mano se apartó bruscamente la maraña de cabello rubio que tenía sobre el rostro. Sus ardientes ojos quedaron nuevamente a la vista. Era evidente que estaba cabreado. Su semblante lo delataba. Evitó mirarla durante un momento, desviando la mirada hasta clavarla en los detalles de la alfombra persa que cubría el suelo de la habitación, un precioso ejemplar que pareció cautivarlo durante un buen rato, pero que en realidad no le interesaba en lo más mínimo. Ese tiempo lo utilizó para contener su rabia, obligándose a sosegarse, una tarea que resultaba tremendamente complicada si se tenía en cuenta la enérgica personalidad del rey, su frustración, y, peor aún, las insolentes confesiones que su ahora esposa le hacía para provocarlo, donde aseguraba haber deseado a otros, incluso a mujeres, más que a él. De no conocerla, se habría atrevido a pensar que se trataba de una simple y estúpida táctica para molestarlo. Pero sabía que no. Él la conocía bien, tan bien como ella debía conocerlo, de lo contrario no habría dado en el blanco su ponzoña. Si ella había deseado celarlo, maldita sea, lo había conseguido.

Dragos apretó los puños a los costados del cuerpo y sus ojos se entrecerraron recelosos al imaginarla en brazos ajenos, mas se mordió la lengua y no dijo nada. Luchó, peleó contra sí mismo, contra sus impulsos, que solían ser sus peores enemigos; contra sus celos enfermizos, contra su rabia, dos cosas que a menudo lo hacían actuar como un desgraciado y que lo habían vuelto loco y lo habían arrastrado al incontenible deseo de venganza, obligándolo a atentar contra ella hacía muchos años atrás. ¿Volvería a dejarse gobernar por tales sentimientos? Incluso él, que jamás se había caracterizado por ser un hombre prudente, sabía que no podía permitírselo, pues tal cosa significaría perder para siempre cualquier posibilidad de reconciliación, por más mínima que ésta fuera. Por eso continuó luchando, pero, cuando estuvo a punto de lograrlo, ella lo arruinó mencionando el acuerdo previo a la ceremonia. En ese instante, Dragos reaccionó. Abrió los ojos de golpe y levantó la vista entornando la figura femenina. Fue como despertar luego de una gran dosis de anestesia. Con la velocidad y la fuerza de un relámpago, se levantó de la cama. Le bastaron dos zancadas para alcanzarla.

Te ofrezco una tregua, pongo el mundo a tus pies ¿y eso es lo único que te importa? ¡Tus malditas y ridículas condiciones! —Escupió con evidente desprecio, que también se reflejaba en su rostro. Aferró sus toscas manos a los hombros de la mujer y la sacudió dos veces. El surco entre sus cejas era profundo. No dejaba de mirarla fijamente. Ella le devolvió una mirada con frío desdén, eso logró herir aún más su orgullo, orillándolo a actuar como cualquier hombre despechado—. Dime, Amanda, ¿me crees tan idiota? ¿De verdad creíste que iba a cumplir todo al pie de la letra? ¿Pensaste que iba a bajar la cabeza y dejar que hicieras de mí un maldito eunuco sin voluntad? ¿Que te complacería sin chistar? Porque eso es lo que quieres, ¿no es así? Tenerme agarrado de las bolas, ridiculizándome a tu antojo. ¿Con quién crees que estás tratando? Yo soy el rey. Tu rey. —Pronunció con magnífica arrogancia—. ¿No crees que merezco también algo de tu respeto? —Sin liberarla de sus manos, la sostuvo con todavía más fuerza, atrayéndola hacia sí. Sus rostros quedaron uno frente al otro, separados por una distancia que era mínima.

Allí, con esa cercanía, Dragos volvió a sentirse desarmado. Experimentó pequeñas descargas de deseo que se entremezclaron con la rabia y la frustración. Por su mente cruzó una imagen inoportuna, la de sí mismo tocándola sin descanso, presionando su cuerpo contra sus delicadas formas de mujer; probando su boca… sus suaves y completamente deseables labios. Su cuerpo se tensó, y la situación pasó a ser algo intolerable cuando recordó todo el tiempo que había pasado desde la última vez que le había hecho el amor: tantos años que ya había perdido la cuenta. Se preguntó en silencio por cuánto tiempo más tenía que aguantar aquel suplicio, y lo que más le molestaba era saber que, por más que dijera lo contrario, lo cierto era que ella tenía el poder. Por supuesto, él podía forzarla, tenía la fuerza y la autoridad necesarias, pero no deseaba hacerlo. No porque temiera a sus amenazas, sino porque sabía perfectamente que solamente significaría avivar más aquella herida, hacerla más profunda, y lo que él deseaba no era hacerla escocer, sino aliviarla. Con tal de conseguir sus propósitos, aguantaría.

La soltó y, una vez más, intentó relajarse.

Eres mi esposa. ¿Acaso no dicen las leyes de los humanos que para hacer legal el matrimonio debe consumarse en la noche de bodas? —Ladeó el rostro, ya un poco más tranquilo, incluso utilizando cierto tono irónico al hablar—. Pero te niegas a hacerlo y además de todo me exiges fidelidad —le dedicó una sonrisa sardónica que se borró casi al instante—. Cuando me impusiste tus condiciones jamás mencionaste que te negarías a cumplir con tus deberes. Así que eso lo cambia todo. No creo justo que quieras que yo cumpla con mi parte y tú te niegues a complacerme con la única cosa que deseo… por ahora. Además, te lo advierto, querida, la abstinencia no se me da nada bien. Solo logra ponerme de mal humor. ¿Es eso lo que quieres, un rey iracundo y tirano, insatisfecho porque su mujer no es capaz de complacerlo? Por supuesto, podría obtener lo que deseo de cualquiera, hay tantas mujeres moviéndose a mi alrededor, mirándome con admiración, coqueteando y riendo tontamente cada vez que yo, su rey, les regalo un poco de mi atención… —caminó a su alrededor, rodeándola con pasos lentos, casi perezosos—. Pero es de ti de quien lo quiero. —Finalizó sujetándola rudamente por la cintura, atrayéndola hacia sí.

Su agarre era firme, burdo y posesivo, como el de un guerrero que reclama a su hembra; una clara advertencia de que no pensaba darse por vencido, de que jamás volvería a compartirla con nadie. Dragoslav Vilhjálmur quería, por sobre todas las cosas, que esa mujer tuviera claro que, aunque en el futuro ocurriera algo y el matrimonio se viera disuelto, nunca quedaría verdaderamente libre de él.

No finjas que tenerme cerca no te provoca nada —susurró atrayéndola más, sintiéndola suya, suya para siempre.


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Mensaje por Invitado Mar Dic 23, 2014 7:17 am

Era una dolorosa condena, un ardiente veneno, el que corría por mis venas y me gritaba que debía odiarlo, no desearlo, pese a que cada poro de mi cuerpo suspirara por su agarre, daba igual lo rudo, violento o incluso doloroso que fuera. Solamente mi fuerza de voluntad, tamaña por las circunstancias en las que nos encontrábamos y en las que mi testarudez era lo único que me obligaba a permanecer en mis trece, me ayudaba a resistir, pero con cada vez más intensidad mi impulso era el de librarme de su agarre y fundirnos en uno solo, igual que no tanto tiempo atrás... Apenas era un parpadeo para un ser eterno como nosotros, un simple suspiro que nos recordaba el tiempo en que habíamos sido amantes, y por tanto los mejores en aquella tarea. Para un humano sería más, probablemente y dado lo poco que solían vivir salvo algunas afortunadas excepciones incluso sería la vida de muchos el tiempo que habíamos pasado separados, pero hacía tiempo que habíamos abandonado la vida mortal, y con ella la simplicidad de los conflictos en los que los mortales se veían inmersos. Una vez se probaba la ponzoña que maldecía, o quizá bendecía, con la vida tras la muerte en un estado que es vida y a la vez no lo es, la complejidad de la realidad se multiplicaba sin límite alguno, y con ella crecía la dificultad de las rencillas que durante un tiempo no fueron más que molestias pero que, en ocasiones, se convertían en guerras como la de Dragos y la mía. Una guerra, además, en la que amenazábamos con mezclar a una nación, la que nos estaba acogiendo en su seno en aquella fallida noche de bodas, que era inocente en algo que ni les iba ni les venía, ni siquiera aunque él los hubiera arrastrado a nuestro tablero de ajedrez particular al forzarme a casarme con él. Y aun así él no lo comprendía; el guerrero se veía incapaz de asumir que un enemigo orillado era el más peligroso que existía, pues en su psique sólo por mi género y nuestra historia era una amante, no una igual. Su amor, como él lo llamaba, no valía ni valdría nada mientras no me respetara, y de eso se trataba la lección que él no quería aprender porque suponía escuchar a alguien que no era un maldito bárbaro.

– ¿Por qué debería fingir algo que los dos sabemos que no es cierto? Es una pérdida de tiempo, pero también lo es razonar con alguien que piensa que la fuerza de voluntad es equivalente a la ausencia de deseo. ¿Qué te ocurre, Dragos? ¿No comprendes que no desee abrirme de piernas para ti porque te han malacostumbrado las furcias que tienes cerca? Si tanto las deseas, adelante, hazlas tuyas, pero solamente si estás preparado para afrontar conmigo las consecuencias de tus actos. – gruñí, dejando traslucir por vez primera la rabia que me estaba poseyendo poco a poco y que era lo único, junto a un aguante que cada vez me sorprendía más hasta a mí misma, que me impedía someterme a él como parte de mi mente lo deseaba. Movida por la misma frustración que sentí cuando él intentó hacerme arder, lo empujé con toda la violencia y la fuerza que me habían dado los años que cargaba sobre mis espaldas, y que hacían que pese a que en apariencia fuera menuda e incluso feérica, pudiera transformarme en una bestia peor que el bárbaro con el que me estaba enfrentando. Él había olvidado lo que sabía de mí, que me había criado en una tribu guerrera como la hija de un jefe que era muy diestro en el arte de la espada; que me había transformado un espartano rígido y demente pero que conocía muy bien el arte de la lucha. Dragos constantemente olvidaba que yo podía ser tan brusca e ilógica como él lo era y que la civilización me servía para maquillar la realidad, no para equipararse directamente con esta. Por eso no vino venir mi ataque ni mucho menos que consiguiera tirarlo al suelo o que apoyara el pie sobre su pecho con un peso que no me correspondía ni en apariencia ni en realidad salvo que estuviera haciendo la fuerza necesaria para sujetarlo. La conversación había terminado, al parecer, pero sólo porque él se lo había buscado.
– Lo único que quiero a mis pies es a ti. En cuanto lo entiendas te será mucho más fácil obedecer y hacer exactamente lo que yo desee para que tal vez, ¡y sólo tal vez!, me plantee perdonarte por intentar asesinarme. – sentencié, sin dulzura, sin amabilidad, con la misma autoridad que él estaba exhibiendo desde el principio.

Yo no era, necesariamente, malvada, y mucho menos ansiaba convertirme en una tirana cuando ejerciera mis labores como reina en los Países Bajos, el territorio donde yo había conseguido coronarme por culpa de Dragos. Los súbditos no merecían que los arrastrara a algo que les venía muy grande, como lo era la disputa tan apasionada y ardiente (literalmente) que veníamos arrastrando Dragos y yo, lo cual no era óbice para que yo me mostrara de tal modo cuando me venía en gana con él. Estaba harta de que me considerara una muñeca de porcelana o una prostituta que le pertenecía y que estaba empeñado en someter por todos los medios, como si fuera una cualquiera. La única vez en mi vida que había sido una esclava y que había transigido era siendo humana, cuando no me quedaba más remedio que tragar con lo que decidieran arrojarme unos amos que encima debía agradecer porque no eran tan crueles como podían haberlo sido. Tras eso, había pasado más de un milenio evitando que alguien volviera a intentar tratarme de aquella manera, y que Dragos lo intentara me llenaba de la rabia frustrada que había sentido cuando me habían mordido y me habían salvado de una vida de miseria, más de un siglo atrás.
– Sólo aprecias las leyes humanas para lo que te viene en gana. ¿Sabías que también lo es declarar nulo este matrimonio? No tengo buenas relaciones con el Pontificado, en el Vaticano me temen y me odian a un tiempo, pero tengo tantos trapos sucios suyos que podría convencer a cualquiera de que se sometiera. Tú no eres diferente de un puñado de mortales con sotana, Dragoslav, porque si nos hemos casado es porque yo he querido. – amenacé, por fin con la voz tranquila, pero con el pie sobre su pecho hundiéndose cada vez más. Si fuera humano tendría ya alguna costilla rota, pero sabía que, siendo inmortal, su caja torácica estaba tan intacta como la mía. – Si no cumples, olvídate de todo lo demás. Lo único que te pienso dar es esto, y el resto dependerá de ti, pero si no quieres descubrir cómo puedo conseguir que un imperio tiemble con mi rabia, te sugiero que me obedezcas como a tu reina de una vez por todas. – finalicé, apartándome para agacharme un instante y robarle un beso, el único que le iba a dar hasta que me apeteciera perdonarlo. Tras los breves segundos que duró, me incorporé y me dirigí hacia el lecho de nuevo, dejando que él, en el suelo, tomara la decisión que más oportuna creyera.
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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Lun Feb 09, 2015 11:24 pm

Maldita mujer.

Lo que hizo Amanda a continuación lo ofendió a niveles insospechados. Dragos estaba tan absorto en su rabia, que ni siquiera lo vio venir. Todo ocurrió demasiado rápido. Una serie de ágiles y precisos movimientos de la inmortal y, menos esperó, se encontraba ya en el piso, hincado sobre sus rodillas, subyugado, siendo poderosamente dominado por la hembra, que mantenía uno de sus pies sobre su pecho, clavándolo más hondo con cada mínimo movimiento que ejercía. Tanto su mirada como sus palabras, lo desafiaban descaradamente, pero, si bien ella era una mujer fuerte e independiente, como lo había sido desde el momento de su conversión o incluso antes de ella, no tenía ningún derecho a avergonzarlo de semejante manera. La escena era humillante, inconcebible; cualquiera que pudiese verla, la catalogaría como un escándalo. Él era un rey, la máxima autoridad, y era el hombre, uno demasiado machista que si bien no consideraba a Amanda inferior a él en cuanto a inteligencia y fuerza, no pensaba permitir que lo minimizara hasta convertirlo en un corriente y miserable lacayo. Porque eso era lo que ella deseaba, antes lo había sospechado pero ahora, tras escuchar las atrevidas declaraciones de su viva y sensual voz, lo tenía más que confirmado.

Apretó los puños con rabia y alzó la vista para encararla.

Perra. —Escupió en tono desagradable dejando claro su resentimiento, culpabilizándola por completo de haber echado a perder su gran y esperada noche de bodas.

Ella le miró desde lo alto, desafiándolo. Sus miradas eran como cuchillos afilados cuya hoja brillaba amenazadoramente. El ambiente estaba tan cargado de tensión, que parecía tóxico. Hasta el aire se volvió espeso. El veneno resbalaba entremezclándose con sus palabras. El deseo existía, sí, y estaba presente, pero también lo estaba el odio. Aquella era una lucha tan encarnizada que difícilmente tendría un final feliz… o al menos no para uno de ellos.

Dragos recorrió con sus orbes azules la perfecta y larguísima pierna que Amanda mantenía apoyada contra su pecho y, aunque le fascinaba la visión que le regalaba, estuvo a punto de manotear para quitársela de encima, más no fue necesario. Amanda se alejó antes de que él pudiera actuar, dejándolo ahí, todavía hincado, en medio de la habitación de la que se suponía debían percibirse hasta el exterior los murmullos del amor y la pasión, pero que no albergaba más que hostilidad y profundos deseos de venganza.

Mientras la veía alejarse y dirigirse nuevamente a la cama, le concedió que tenía agallas, algo admirable que siempre le había atraído de ella, pero que irremediablemente tendría que bajarle los humos porque estaba llegando demasiado lejos.

Se puso de pie y se lanzó de nuevo contra ella, esta vez con más fuerza y determinación, decidido a hacer su voluntad, a no permitir un desplante más. Rugió como un animal salvaje y sus colmillos asomaron entre sus labios adoptando su forma más depredadora. Debió tomarla desprevenida porque cuando se abalanzó sobre ella, logró derribarla sobre la cama y aprisionarla con el peso de su cuerpo. Si se le comparaba con ella, Dragos era enorme; su cuerpo musculoso parecía ocuparlo todo, comerse el espacio vital de Amanda, invadirla en todos los sentidos posibles. El cabello largo y rubio, que para ese entonces ya se le había soltado de la cola despeinándose por completo, le caía sobre el rostro resaltando sus varoniles facciones y dándole un aspecto todavía más amenazador. Forcejearon, pero Dragos logró levantarle el vestido hasta dejar a la vista sus piernas, las cuales no dudó en abrir hasta lograr colocar una de sus piernas entre ellas. Luego deslizó la parte del escote, rasgando el vestido, hasta dejar a la vista el par de pequeños y rosados pechos. Con una mano le cogió las muñecas y las sostuvo sobre su cabeza, y con la otra la tomó bruscamente de la barbilla para que le escuchara bien y así acaparar toda su atención.

Ya me cansé de tus juegos, Amanda, estás pasándote de la raya. —Espetó con tono iracundo con un vozarrón que era capaz de atemorizar a cualquiera. No obstante, ella no era cualquiera; no parecía intimidada, seguía mirándolo desafiante y directamente a los ojos—. Quise hacer las cosas por las buenas, pero como siempre, no funcionó. ¡Eres tan malditamente obstinada! Ahora vas a ser mía, quieras o no. Si no quieres ser mi esposa, mi mujer, con todo lo que esto conlleva, entonces voy a limitarme a follarte las veces que me vengan en gana, como si fueras una insignificante ramera. Y no importa cuánto te resistas, es mi derecho y no vas a impedirlo. Tú así lo has querido.

La sujetó con todavía más ferocidad, decidido a luchar con todas sus fuerzas para obtener su victoria. Pensaba que si la hacía suya, podía demostrarle que no debía jugar con él, y que no importaba cuánto se negara o se resistiera, la última palabra siempre sería la suya. Era una completa estupidez. Como siempre, no estaba razonando; se dejaba embargar por la incontrolable ira y hacía las cosas de la manera más equivocada posible. Si la obligaba a tener sexo, lejos de acercarse, la alejaría más de él, y como ella había asegurado, jamás lo perdonaría. En el fondo él sabía que había hecho mal, que ella era la ofendida, pero ¡qué difícil era dejar de lado su orgullo y doblegarse! Sobre todo ante ella que antes de tomar en serio la posibilidad de perdonarlo, quería darle una lección.

Bufó sin poder creerse lo que estaba ocurriendo.

Dragos fue en contra de todos sus instintos y la soltó violentamente. Su actitud fue completamente desconcertante. Era como si de pronto se le hubieran esfumado los deseos de poseerla, como si alguna extraña fuerza le provocara no poder tocarla. Se levantó de la cama con rapidez, temiendo que si se quedaba cerca de ella pudiera volver a su incontrolable arrebato. Seguía tan enfadado como hacía unos minutos, posiblemente más, ya que no podía creer el dilema en el que lo había puesto.

No, no voy a hacerlo. No hoy, ni voy a obligarte. —Le dijo con el mismo tono lleno de rabia mientras la contemplaba desde el otro lado de la cama y se apartaba bruscamente el pelo de la cara—. Vas a ser mía, pero el día que eso ocurra, serás tú misma quien me busque y me lo pida. Y ese día llegará, Amanda, eso te lo juro. —Profetizó, o quizá sentenció, apuntándole con el dedo.  

Se dirigió a la salida, pero antes de salir por ella, se detuvo en seco. Mas no se giró. Ya no le apetecía mirarla. Permaneció en silencio unos instantes, y finalmente habló utilizando un tono mucho más sereno, quizá un tanto derrotado.

Eres increíble. Pudiste haberlo tenido todo... y decidiste odiarme. Maldita seas, Amanda, maldita tú y este amor. —Era la primera vez que mencionaba que la amaba, y sonaba tan despechado, como si a pesar de sus amenazas, en el fondo se hubiera dado por vencido.

Dicho esto, salió de la habitación dando un fuerte portazo que retumbó en toda la estancia y sus alrededores, sin decir ni una palabra más.


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Mensaje por Invitado Sáb Mar 28, 2015 5:21 pm

La libertad podía convertirse en veneno cuando se dejaba en manos de un bárbaro que, lejos de tomar las decisiones adecuadas, se dejaba guiar por sus peores instintos y por un orgullo herido que no lo estaría en primer lugar si se diera cuenta del error que estaba cometiendo. Aunque en teoría debería haberlo sabido, la realidad era que cometí un error y confié demasiado en él y en que el tiempo le hubiese dotado de un criterio que él mismo me había demostrado que jamás sería parte de él; de ahí que cuando él se apoderó de mi cuerpo yo no pudiera reaccionar de ninguna manera: estaba demasiado sorprendida, tan fácil como eso. Además, cuando él utilizó la fuerza conmigo despertó recuerdos, que por cierto creía ya superados, de cuando era una esclava y cualquiera podía hacer conmigo y mi cuerpo lo que se le antojara en cada instante. Por si la rabia que había sentido hacia él por todo lo demás, por esa estúpida cabeza suya que de tan dura era incapaz de recibir ideas nuevas que no se correspondían con las que él tenía en mente desde un primer momento, su arranque de ira me enfadó todavía más. Si el muy desgraciado se atrevía a violarme, no dudaría en destrozar cada milímetro de su piel hasta que de él no quedaran más que cenizas, y de su miembro un juguete que lanzaría a una jauría de perros hambrientos para instigarlos a que practicaran una cacería. Si se atrevía a seguir el camino que había iniciado al rasgar mi vestido para abrirme las piernas y para dejar mi busto al aire, cualquier ínfima posibilidad de perdón que existía, pues las había aunque él no supiera darse cuenta porque debía de encontrar amargo placer en destrozarlas, desaparecería y me convertiría en su enemiga, aún más de lo que ya lo era. Si continuaba, conocería al peor rival al que se había enfrentado en toda su vida de guerrero, y él lo sabía tan bien como lo sabía yo, quizá porque me recordaba o quizá porque me veía la rabia pura y sin destilar en la cara. Lo importante era que lo sabía, y que precisamente por eso no llegó a hacer nada aparte de bravuconear.

Cuando él se apartó de mí, cubrí mis pechos con los brazos, no por pudor ni por frío sino como una manera de reconfortarme y de devolverme a una situación de relativa calma frente al abismo en cuyo borde me había encontrado hacía tan solo un instante. Mi respiración aún se encontraba, de hecho, algo agitada, señal inconfundible de la marea de sensaciones que estaban batallando en mi interior por alcanzar una posición dominante. En aquella lucha sin cuartel era la decepción la que estaba a la delantera, la sensación de fracaso que había supuesto llegar hasta aquel punto con el hombre al que en contra de mi voluntad seguía amando o, al menos, apreciando, sumada a la vergüenza de haber caído en el mismo error dos veces, una cuando intentó matarme y otra cuando, con toda su impunidad, él había intentado poseerme. Hasta aquel momento había creído que sólo los humanos tropezaban dos y más veces con la misma piedra, pero las circunstancias acababan de demostrarme que no era sólo propio de los mortales incidir en lo mismo esperando un resultado diferente, la mejor definición de locura existente y que pudiera encontrarse. Quizá se trataba de que yo, que me enorgullecía de ser una inmortal desde hacía más de un milenio, no había dejado atrás ciertos rasgos que me volvían extremadamente humana. Tal vez se tratara de que pasaba demasiado tiempo alternando con los seres de los que me alimentaba y por ello había terminado por recoger sus vicios. Fuera cual fuese el motivo, las consecuencias del mismo habían quedado a la vista en la escena tragicómica que protagonizábamos Dragos y yo en nuestra habitación matrimonial: yo tirada en la cama, rodeada de sábanas arrugadas y con el vestido hecho unos zorros; él marchándose, como alguien que había atrapado a su presa y ya se había cansado de ella.
– Me arrebataste la posibilidad de tenerlo todo cuando intentaste que ardiera en aquel palacete que solía pertenecerme. – repliqué, amargamente, aunque no creí ni que él me hubiera escuchado porque ya se había marchado.

Los segundos de intimidad no me duraron demasiado, aunque a mí me parecieron siglos por su longitud y porque no me moví de mi posición en absoluto. Pronto la puerta de la habitación se abrió de nuevo para dar paso a los sirvientes, que al encontrarme de aquella guisa enseguida se pusieron a murmurar que la noche de bodas había sido un éxito y que el matrimonio quedaba consumado. La sangre de alguna herida que ni siquiera recordaba haberme hecho manchaba la seda sobre la que estaba apoyada, dando la perfecta ilusión de una virginidad que había perdido hacía, literalmente, otra vida. Todo el espectáculo parecía dispuesto a la perfección para pretender que algo que no había tenido lugar sí que había sucedido, en eso Dragos y yo habíamos tenido un éxito abrumador, y mi expresión de cierta confusión no desentonaba en absoluto con las circunstancias que me rodeaban. Al día siguiente seguramente los rumores correrían respecto a la hombría de aquel que había sido tan pasional como Dragos, el monarca capaz de arrancar y destrozar el vestido de la joven y virginal reina. Sin pretenderlo siquiera, él, que había luchado por tener una noche de bodas real, había conseguido que pareciera que ésta hubiera tenido lugar mucho mejor que yo, por lo que pronto la expresión que se grabó en mi rostro fue una sonrisa, débil pero sincera. Aún seguía algo abrumada por las sensaciones, era cierto, pero aquella victoria no anulaba las acciones de guerra de mi rival, y me ponía en una coyuntura en la que debía ser capaz de resistir sus ataques si no quería verme obligada a necesitar la intimidad para lamerme las heridas. Con fuerzas renovadas, me incorporé y pedí a las sirvientas que me ayudaran a deshacerme de la tela estropeada y que me envolvieran con el camisón con el que “dormiría” aquella noche en un lecho vacío, algo que no sorprendía a nadie a aquellas alturas del tiempo y de la historia. La batalla había, por fin comenzado, y Dragos me había dado la artillería que necesitaba para ganar sin siquiera saberlo.
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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Dom Mayo 22, 2016 9:07 pm

Esa noche, Dragos Vilhjálmur, rey de los Países Bajos, se dejó vencer por Amanda, su esposa. Le otorgó una victoria, pero la guerra aún no la tenía ganada. Como el guerrero que alguna vez fue, estaba acostumbrado a batallar, no era de los hombres que se dan por vencidos. Y la tarea no sería sencilla, desde luego, estaba muy consciente, pero para alguien tan obstinado como él, los imposibles no existían.

Era tan necio que, antes de esa noche, jamás había considerado la posibilidad de haberse equivocado, y pese a lo ocurrido, no empezaría a hacerlo. Ni siquiera porque claramente todo el mundo parecía oponerse a esa relación, a esa unión, la cual consideraban una verdadera locura. Ninel la odiaba pero ¿qué valor podía dársele a la opinión de una mujer celosa que evidentemente estaba resentida por haber sido relevada por su amante? Violante, príncipe y supuesto hermano del rey –al menos ante los ojos de los humanos, que ignoraban que en realidad era su hijo por conversión-, tampoco la aprobaba y no había tenido reparo alguno en mostrar su inconformidad, inmediatamente de haberse enterado de sus intenciones. Además de considerarla como algo que a la larga no favorecería la salud mental del monarca, también la veía como una amenaza inminente para la corona. Y es que, ¿qué intenciones podría tener alguien a quien Dragos había intentado asesinar antes? Ninguna bien intencionada, eso era seguro. Venganza, esa parecía la más acertada. Dragos sabía muy bien lo que Violante opinaba de él, que era irracional, que más que amarla, como aseguraba hacerlo, estaba obsesionado con Amanda, loco con la idea de que llegara a ser de alguien más antes que suya, y que tal obstinación dominaba su cerebro, ofuscándolo, velando la inteligencia que definitivamente poseía, pero que decidía dejar a un lado por un maldito coño.

No es sólo un coño, se repitió a sí mismo, reprochando aquella opinión, mientras abandonaba el palacio a escondidas. Pronto dejó atrás la música de la orquesta que amenizaba el baile que continuaría hasta la madrugada y perdió de vista las luces que celebraban el matrimonio del rey de los Países Bajos. Antes de la fallida noche de bodas, él también había deseado festejar hasta el hartazgo su victoria, pero Amanda había logrado encolerizarlo con su frialdad, con su desafío y sus evidentes intenciones de humillarlo. Estaba hecho una furia. Emitió un ronco rugido que provino desde lo más profundo de sus entrañas. Además de molesto, la frustración lo embargaba. El rey, que había superado su malhumor, sentía la necesidad de descargar en algo, o en alguien, toda la rabia acumulada en su interior. Tenía la sensación de haber sido despojado de su voluntad, que su poder ya no tenía la misma valía, y ansiaba como nunca someter a alguien como no había logrado hacer con Amanda.

Esa noche se olvidó de los buenos modales aprendidos y, como hiciera trescientos cincuenta y ocho años atrás, volvió a ser un bárbaro. A falta de espada, utilizó su fuerza y sus colmillos como la más letal de las armas. Hirió con furia a todo aquel que se cruzó en su camino y, como un verdadero ser de oscuridad, bebió hasta la última gota de su sangre, dejando sus cuerpos maltrechos sobre jardines y avenidas, a la vista de cualquiera. ¿El resultado? Una verdadera masacre que provocaría el horror de todos los habitantes, no sólo de la ciudad, sino del país entero.


***


Cuando regresó, su humor no había mejorado, pero se encontraba mucho más calmado. Controlado, esa era la palabra. Ingresó al palacio una hora antes de que el sol despuntara en el horizonte. El cielo se había encapotado; llovería, lo cual era bueno porque significaba que sería una mañana fresca, aparentemente tranquila, aunque no por demasiado tiempo. Pronto las noticias de la sangrienta matanza nocturna llegarían a él y al resto de sus allegados. ¿Lo relacionarían con el brutal evento? Imposible. No podían. Aún cuando existieran personas a las que les parecían extrañas ciertas costumbres del monarca, no había forma de comprobarlo y seguirían siendo simples habladurías.

Cuando llegó a la habitación encontró a Amanda en el mismo sitio donde la había dejado: sobre la cama. Desde luego, no dormía y el vestido de novia que él se había encargado de estropear con sus toscas manos la noche anterior, había sido reemplazado con un camisón que, en otras circunstancias, Dragos se habría encargado de arrancárselo también, para disfrutar de una buena sesión de sexo matutino. Pero bastaba ver la expresión con la que lo recibió su querida esposa para darse cuenta de que eso no ocurriría. Su semblante, con un alto grado de desprecio implícito en cada uno de sus rasgos, le anunciaba que era mejor no acercarse de momento, al menos no hasta que su compromiso con los humanos quedara saldado.

Levántate —le ordenó, desviando la mirada. La tensión seguía sintiéndose en el ambiente, pero se recordó que debía recuperar el control de sí mismo… si es que Amanda se lo permitía—. La tradición dice que después del matrimonio, el rey y la reina tomen el desayuno junto a los miembros de la corte. Actúa normal, ingéniatelas para hacerles creer que no tienes mucho apetito y juega con la poca comida que te dejen en el plato. Que no sospechen que te resulta tan repulsiva como la idea de acostarte conmigo —reprochó, desde luego que lo haría, todas las veces que fueran necesarias, aunque increíblemente en esta ocasión no se detuvo a ahondar demasiado en el tema—. Y no te atrevas a ponerme en ridículo. ¿Me escuchaste?

Dragos no obtuvo una pronta respuesta a su advertencia y eso lo irritó de nuevo. Cuando se giró para enfrentarla, se percató de que Amanda ni siquiera se había levantado, como si su intención fuera no abandonar la cama. ¿Tendría el descaro y la osadía de oponerse tajantemente a cumplir con su deber, ya no sólo de esposa, sino también de reina? Dragos no se lo permitiría. Decidido a obligarla, si tenía que hacerlo, rodeó la cama y cuando estuvo junto a ella la miró una desafiante expresión.

Te pregunté algo. Cuando el rey habla, no puede ser ignorado. Es mejor que vayas memorizándolo.


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Mensaje por Invitado Vie Mayo 27, 2016 10:44 am

Aguanté el suspiro quebrado que se me estaba clavando en el pecho durante demasiado tiempo, hasta después incluso de que las sirvientas se hubieran marchado, murmurando entre ellas acerca de lo pasional del nuevo rey, que me había despojado de mi vestido de novia en un ardiente arrebato, y lo había destrozado a su paso por mi lecho. Lo mantuve preso, igual que mis sentimientos, hasta que supe que estaba completamente sola y, reclinada sobre el colchón, pude cerrar los ojos y dejar salir todo lo que Dragos había revuelto en mi interior, que aún así no sería nunca suficiente para él. Yo no era una mujer particularmente sensible, si bien sentía mis emociones con una fuerza arrolladora. Siempre me había caracterizado, todos mis conocidos lo decían, por ser una guerrera a la manera femenina y diplomática que se esperaba de mí como mujer y a la manera bestial que me caracterizaba ser un vampiro; no me dejaba llevar por la pena ni dejaba que el cansancio se apoderara de mí y se me echara encima como una losa. Aquella noche, no obstante, estaba probando que todos los que creían conocerme se equivocaban un tanto, o es que realmente Dragoslav apenas había llegado de nuevo a mi vida y ya estaba cambiándome por completo y volviéndolo todo patas arriba. Si bien no me dejé llevar demasiado, sí que me dediqué unos minutos a mí misma, a recuperarme de la ola de emociones (especialmente de rabia: eso ya me era más propio) que él había provocado como si fuera un maremoto y a volver a serenarme, aunque solamente fuera durante unas horas. Sabía, como una buena conocedora del protocolo de aquella nación que gobernaba, que él volvería a mí, y necesitaba unos instantes de paz antes de volver a embarcarme en aquella guerra que me cambiaba entera, de arriba abajo, y que me volvía como una de las Furias, así de llena de intensidad. A regañadientes debía admitir, sin embargo, que jamás me había sentido más viva…

Él tenía algo que me despertaba del letargo de emociones en el que me sumía excepto para juguetear y para alimentarme. Sólo Dragoslav era capaz de alterarme con nada más que una mirada, pues me llenaba de tanta furia que todo mi cuerpo despertaba bajo sus ojos fríos, que lejos estaban de ser heladores y más bien quemaban. Mi reacción, ese repentino agotamiento tras nuestro encuentro, se debía únicamente a que no estaba acostumbrada a lo que él me provocaba, pero en cuanto él volviera a mí me recuperaría por completo… o quizá empeoraría la enfermedad, no lo sabía, y tampoco me importaba. Estaba, en cierto modo, ansiosa por que él regresara para seguir con nuestra batalla, y con esas ganas aguardé, con un libro sobre el regazo y actitud indolente, a que él regresara de donde se había ido y se aproximara de nuevo a mí. Cuando finalmente lo hizo, horas después y sumamente cerca del amanecer, ni siquiera necesité mentalizarme para plantarle frente: sus palabras, su actitud y su genio me lo provocaron, y cuando él finalmente mostró la molestia que le provocaba que una mujer se atreviera a plantarle cara, yo simplemente sonreí y me acomodé mejor sobre los almohadones del lecho.
– Te he escuchado perfectamente, no tengo ningún problema de audición. Ante los ojos de los demás, obedeceré todo lo que haga falta, pero aquí dentro no eres quién para darme órdenes, Vilhjálmur. – respondí, desafiante, y sólo entonces me incorporé de la cama y me acerqué hasta la puerta, donde había una campanilla que servía para llamar al servicio. Tras accionarla, me volví a dirigir hacia él, y pillándolo por sorpresa (su actitud habló por sí misma) me agarré a las solapas de su traje y me acerqué a él, observándolo desde tan poca distancia que si él hubiera querido besarme, habría podido hacerlo… si no fuera porque lo hice yo primero, a tiempo de que las sirvientas pasaran y nos vieran entregados a un arrebato de pasión del que me separé cubriéndome el rostro, con falsa modestia. Él quería un matrimonio ante la corte, y yo iba a darle exactamente lo que él más deseaba: un teatro.

Con pasos suaves, me alejé de él y dejé que se quedara en la habitación con voz dulce y apasionada mientras las sirvientas, detrás de biombos, me bañaban y me vestían con las ropas que correspondían a una mujer de mi alcurnia. Dragos, por su parte, ya se había cambiado y no tenía por qué sufrir aquel protocolario aburrimiento, así que se vio obligado a esperar y a espiar a través de la tela de los biombos mi cuerpo desnudo, que contoneé con fingida naturalidad al ser consciente de que él estaba mirando. Las criadas, por su parte, estaban encantadas con el espectáculo y con el amor que se profesaban los recientemente desposados monarcas; ignoraban por completo que todo, desde mi mirada cuando salí ya vestida hasta que me aferré a sus fuertes brazos para que me condujera hasta la sala donde la corte al completo nos esperaba.
– Amantísimo esposo, por favor, ¿podrías dejar de infravalorarme? – le susurré, con una amplia sonrisa, y tras mi petición hice una reverencia a los cortesanos que nos aguardaban, como saludo cortés propio de mi posición. No estaba segura de si tanto revolcarse con mujerzuelas le había nublado el juicio o hecho olvidar con quién había elegido casarse, pero había olvidado algo muy importante sobre mí: yo, a diferencia de él, sabía cómo comportarme y cómo adaptarme a las circunstancias que me arrojaran, fueran cuales fuesen. Hasta si no había contado con ser una mujer casada si no hubiera sido por él, conocía lo que se esperaba de mí como tal y actuaba en consecuencia, fingiendo que cada uno de sus toscos gestos era arrebatador y que él me provocaba una necesidad constante de sonreír como una joven que acaba de descubrir el amor de un hombre. Precisamente por esa actitud, que jugara con la comida y que apenas probara bocado no sorprendió a nadie, a juzgar por los comentarios que escuchaba de los nobles en un perfecto holandés, igual que tampoco sorprendió demasiado que rozara con los dedos la mano enguantada de Dragos como si estar apartada de él, incluso unos centímetros, fuera una experiencia terriblemente dolorosa. Lo que sí que me sorprendió, al menos a mí, fue cuando en medio de ese teatro en el que estábamos inmersos le sonreí y no lo hice fingiendo… al menos, no por completo.
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