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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Daphne McQuoid Lun Jun 12, 2017 11:16 pm


"¡Heme aquí! ¡Tuya soy! ¡Dispón, destino,
De tu víctima dócil! Yo me entrego
Cual hoja seca al raudo torbellino
Que la arrebata ciego."

—Gertrudis Gómez de Avellaneda.





Algunas jóvenes de mi edad se aferran a ese sueño persistente de hallarse bajo el abrazo protector de algún amante. Un hombre extranjero que venga a sacarlas de sus miserables vidas de damiselas aburridas; que las rescate de la apatía de sus hogares y las lleve a un castillo con vista al mar. Es una idea tierna, nacida de la más pura ingenuidad. O al menos eso es lo que suele contarme mi prima, una joven contemporánea a mí, con demasiadas ilusiones y una personalidad que brilla por sí misma. Yo a su lado soy una sombra borrosa; soy la oscuridad de la noche. Me convierto en esa luna que prefiere refugiarse en el silencio de la vigilia, mientras ella es la representación más fidedigna de Helios (y no sólo por su larga cabellera dorada). De seguro Rose hallará a ese príncipe que tanto anhela, y no la juzgo, ojalá que así sea. Sólo espero que deje de atormentarme con su idea grotesca salida de cualquier circo corriente.

Mientras jóvenes como ellas desean una vida feliz, yo anhelo estar encerrada en el silencio de mis pesadillas y así poder desvanecerme en las alas de la muerte algún día. No creo que pueda seguir más de pie en este mundo, porque me he agotado, como si algún ser hubiera drenado todas mis esperanzas. ¡Oh! He sido tan egoísta al dejar a un lado a mis hermanos. ¿Qué pensarían ellos de la Daphne de ahora? De seguro les arrancaría tristezas y preocupaciones innecesarias; querrían atarme a una supuesta realidad que me lastima cada día. Aun así, algo me quiere aquí y no sé qué es. ¿Por eso es que él no me arrebató la vida cuando pudo haberlo hecho?

Nuevamente me ensimismé en la tristeza, sintiéndome tan abatida por la idea hiriente de que alguien rechazó mi petición. La única petición que hice desde la más orgullosa sinceridad; pero su mirada apagada por la confusión lo obligó a negarse. ¿Sentía lástima de mí? ¡No! Los seres como él no deben sentir pena de mortales como yo, porque no merecemos compasión alguna.

Me fui extinguiendo en la soledad de mi habitación, como lo hacían las últimas luces del atardecer. No había querido salir en todo el día y apenas probé bocado (hubiera preferido no hacerlo, pero pudo más ese aberrante deseo de existencia que el hecho de morir). Estaba molesta con él, porque su imagen no se apartaba de mi mente; porque me ilusioné con la idea de que me dejaría dormir para siempre. ¡Pero no lo hizo! No me dejó morir cuando estuve dispuesta a hacerlo. Aun así, se atrevió a prometerme una próxima visita, a pesar de seguir siendo desconocido. Se atrevió a jurarlo y yo... ¡No paraba de leer esa maldita carta! ¿Era una invitación? Fue ese pensamiento lo que me exaltó lo suficiente como para hacerme levantar y alistarme para la hora indicada.

Mi tía se veía contenta y yo no entendía el motivo. De seguro ya se había hecho un cuento de hadas en la cabeza, ¡pobre ilusa! Lo mejor en lo que tendría que pensar era en las palabras que le diría a mis padres para comunicarles mi muerte. Tampoco sonreí, no solía hacerlo, y no lo haría en ese momento, aunque la llegada de aquel coche me esperanzaba más de lo que creí que iba hacerlo. Incluso llegué a olvidar a Albert (estúpido cabezota, siempre metiéndose en problemas). Llegué a olvidar muchas cosas, menos a mis hermanos, a quienes recordaría en mi agonía como lo más hermoso de mi existencia.

Y fui conducida bajo la senda de penumbras a un lugar que, hasta ese momento, desconocía. ¿Así se sentía la cercanía de la muerte? ¿Así eran los últimos minutos de vida de una persona cuando sabe que ya no hay marcha atrás? Lo que más me sorprendió fue encontrarme con la vista de un mar oscuro, cuyo sonido rasgaba el silencio con ira. Ese era el mar que me recordaba a mi infancia, cuando había sido realmente feliz. Pero intenté no perderme en los recuerdos. Apenas, entre las penumbras, supe que él estaba ahí. Mi corazón se aceleró, y no sé si era alguna clase de emoción intentando fugarse de las prisiones que yo misma había creado.

—Entonces... ¿si está dispuesto a cumplir esta vez? Espero que no se retracte, Monsieur Kyros —mi voz se escuchó apagada, como solía serlo. Pero igual dejé escapar un ligero reproche en esas palabras—. Es un capricho terrible, no me juzgue por eso, pero hay personas que nos cansamos de vivir más rápido que el resto.




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Mensaje por Kyros Kierkegaard Sáb Jul 01, 2017 2:19 pm

Daphne

Un susurro involuntario se deslizó por sus labios, ahogándose en el traqueteo del carruaje. Unos ojos índigo alborotaron sus memorias y un ligero aroma frutal lo invadió al revivir su primer encuentro con Isabel. Era inusualmente estremecedor cada semejanza encontrada al evocar el rostro de lady McQuoid nuevamente, desde su mirada muda e impoluta hasta el rezago de porte imperial.  Aunque lo que le quitaba el aliento era el tono de su mirada: un índigo acechado por un fantasma de eterna melancolía.

El vampiro dejó sus párpados caer y una dulce risa retumbo traviesa en su cabeza. Otra vez; aquellos ojos. No huiría de ellos. No de nuevo.

Omaha, messie Kierkegaard—, la voz grave y clara del cochero esfumó sus recuerdos, mientras una brisa marina se colaba rigurosa en sus pulmones. El vampiro descendió calmo e imperturbable; su porte magnánimo intacto incluso al vestir con aquella sobriedad: camisa y pantalones níveos de lino. Había llegado a la playa con anterioridad al tiempo estipulado, incluso podía observar los rezagos de un cielo róseo y ámbar abandonados por la partida el astro solar. Deambuló unos pocos pasos por aquel camino improvisado de piedras y tierra llana, a lo largo de una colina en descenso. Una hilera de polines cilíndricos guiaba su camino hacia la bahía mientras sus pensamientos se perdían nuevamente en la mirada de Daphne. Se entregó a sus brazos rogando la muerte; la seguridad de su petición perforaba la  poca humanidad que deseaba y necesitaba conservar. Era supuesto que el vampiro le concediera aquel deseo, en su lógica era la forma correcta de alimentarse, sin culpabilidad ni crueldad. Simplemente cumplir su deseo. Su arrepentimiento no fue predestinado ni un acto de benevolencia, fue consecuencia de un pacto. Y de una memoria muy preciada.

Jamás imaginó volver a ver esa mirada de nuevo. Mucho menos verse absorbido por el mar que comprendía. Sin darse cuenta, sus pies lo había encaminado hacia la orilla y el agua besaba sus botines de cuero negro. Con presura, empezó a desatar los cordones y deshacerse de sus calcetas. Las enrolló, tratando de que no se arruguen mucho y las ocultó su calzado. Con sus pies hundidos en la arena y su brillar esmeralda perdido en la distancia, disfruto un breve tiempo del paisaje antes de recorrer con presura la orilla con dirección este. Unas cien varas lo distanciaban de un diminuto precipicio, poco escarpado, que escondía tras de sí un gazebo de tilo blanco. Un mirador oculto del que pocos tenían conocimiento, comprensible, ya que Kyros lo mandó a construir hace unos años atrás, debido a que concurría la playa más seguido de lo que planeaba. Dado su solitaria ubicación, su perfecta vista al mar y su desatendida existencia—que se había manifestado en forma de enredaderas que escalaban una cúpula  y se entrelazaban con fuerza alrededor de las barandas— se convertía en el lugar preciso para llevar a cabo la tarea. Antes de volver a la orilla donde se encontraría con la mortal, encendió unas cuántas antorchas que estaban desperdigadas por el camino hacia el gazebo. La noche ya se asentaba en el firmamento y la brisa soplaba con un poco más de fuerza. Ya casi era hora y el vampiro no podía evitar sentir una punzada de nerviosismo por lo que iba a acontecer. El pequeño Judikael se asomaba tímido y por primera vez en mucho tiempo podía sentir cómo volvía a vivir sus días gloriosos, aquellos donde no era una bestia sedienta y podía disfrutar del sol. Del aroma de las rosas en los jardines imperiales y de las risas.

Volvió sin dificultad al lugar de encuentro, aunque estaba seguro de que para Daphne sería muy difícil discernir varias formas. De espaldas al camino, frente al horizonte, espero unos cuantos minutos con las manos ocultas en los bolsillos de su pantalón hasta que sintió la presencia de la mortal. Casi instantáneamente, al mirar aquellos ojos azulinos y melancólicos, un sentimiento de presión surgió en su garganta. Lo único que atinó fue a sonreír tristemente. Daphne seguía con aquella resolución y Kyros estaba a punto de frustrarla para siempre.

Lady Daphne— el vampiro avanzó hacia ella, disfrutando la sensación de sus pies hundiéndose en la arena. Frente a ella, dio una reverencia mientras tomaba su mano, para luego depositar un beso en el dorso, tal y como la costumbre lo requería. Al enderezarse pudo notar la impaciencia de Daphne, sabía que solo podía lograr que volvieran a concurrir si dejaba al aire la ambigüedad de su muerte. No había recurrido a la mentira, pero trataba de enredar el asunto todo lo posible para que no descubriera sus verdaderas intenciones— ¿Os gustaría dar un paseo?—dijo cálidamente, asegurándose de que sonara a una imposición más que a una pregunta. Sin obtener respuesta, se colocó a su lado izquierdo, flexionando su brazo derecho y ofreciéndolo para que lo tome. El vampiro notó la indecisión de la mortal, más como un acto rebelde que como una duda —Temo que si no lo sostiene—dio un vistazo rápido a su ofrecimiento—me veré obligado a buscar otras formas poco agradables de dar ese paseo—comentó gracioso, sin afán de ofenderla.

Impredecible. Esa era la única característica que definía su afán por ser diferente a toda la escoria sobrenatural que caminaba por el mundo. Deseaba poder otorgar lo que nadie pudo: la capacidad de elegir la mejor forma de hundirse.


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Mensaje por Daphne McQuoid Dom Jul 09, 2017 2:29 am

Podía considerarme afortunada por pensar que el destino había jugado a mi favor, pero no, en realidad era demasiado pesimista como para hacerme esa idea. Aun así, tuve la plena confianza de que mi mayor anhelo (nefasto, y sin sentido alguno, para cualquier otra persona), podía hacerse realidad. Tendría la dicha de descansar en las alas de la eternidad, sin tormentos; sin nada que pudiera lacerar mi espíritu nunca más. Sería libre de las ataduras de este mundo, sintiéndome finalmente libre. Sin embargo, había una pequeñísima parte de mí que gritaba para hacerme entrar en razón. ¡Dios mío! ¿Desde cuándo me había convertido en eso? Llevaba la pesadumbre grabada a fuego en mi rostro, y ya ni sentía los deseos de sonreír como en antaño. Oh, ciertamente. La respuesta recaía en esa convivencia hipócrita con mi tía Brigitte y sus hijas con exceso de color en el alma. ¿Acaso era un acto de rebeldía de mi parte? Tal vez por no lograr conseguir lo que quise en ese tiempo: permanecer al lado de mis hermanos.

Oh, ¿cómo podía ser tan egoísta con ellos? Si tan sólo tuviera la oportunidad de verlos de nuevo. ¡No! Ellos no tendrían que verme en estas condiciones tan malas, ¿qué iban a pensar? No lograba concebir la idea de la insensatez, y lo muy desagradecida que era con las únicas personas que me importaban. Aunque, esperaba, con el corazón en la mano, que cuando se enteraran de mi partida, comprendieran mi decisión y respetaran mi memoria en silencio. Claro, en un principio iban a reprochar mi egoísmo y el sufrimiento que les iba a causar, aun así, era la única salida... ¿o no?

¿Por qué siempre tenía que dudar? ¡Era una tontería hacerlo! Y menos en ese instante, cuando me dirigía hacia el fin de mi destino. Sin embargo, hubo algo que me indicaba lo contrario. No sabía si era por el lugar escogido por mi anfitrión, o si se trataba de su presencia. ¿Había escogido al verdugo correcto o...? ¡No lo sabía! Y me frustraba enormemente no tener una respuesta acertada, y justo cuando más la necesitaba. Simplemente, y como un acto de desesperación, me obligué a sentir el dolor de las uñas hundiéndose en la palma de mis manos. Eso me hizo reaccionar, para así poder prestar mejor atención a mi alrededor, y no a mis pensamientos huecos.

¡Un momento! Ahora que había logrado concentrarme con mayor facilidad, una duda repentina me asaltó: ¿sería Kyros Kierkeegard el indicado para cumplir con tal propósito? Bien, estuvo a punto de alimentarse de mi sangre en una ocasión anterior, producto de la misma casualidad. Pero en ese momento no percibía esa intención. ¡No la veía! Incluso su mirada me transmitió algo que no logré descifrar, y mucho menos cuando ya se encontraba a mi lado.

¿A quién demonios se le ocurría ofrecer un paseo antes de cometer un asesinato? ¡Ni siquiera a un suicida! Y yo nunca me consideré una tan buena, porque era una cobarde de proporciones astrales. Fruncí el entrecejo, un gesto bastante común en mí, desde luego. Sin embargo, no fui capaz de mantener su mirada durante mucho tiempo, si acaso unos segundos. Me incomodaba, y pude haber soltado una injuria terrible, que hasta habría obligado a mi tía a persignarse desde donde estuviera.

—¿Cuáles formas? —inquirí de inmediato, como una manera de provocar alguna ruptura en el carácter sosegado del vampiro—. Yo no quiero ningún paseo...

Por favor, que alguien me abofeteara por actuar como una niña caprichosa, porque sé que lo hice. Y lo peor, ¡lo mil veces peor!, es que me salió tan natural que dudé de mí misma.

—Lo siento, pero es que... pensé que quería acabar con esto, ya sabe, rápido. ¿O no lo hará?



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Mensaje por Kyros Kierkegaard Vie Ene 12, 2018 11:07 pm

Ofrezco mi mano ante vuestra petición como guía. Una mera cortesía—sus ojos callaban y su rostro dejó de evidenciar candidez—O decida la fuerza — su destellos esmeraldas surcaron el inmenso océano, ocultando su incapacidad de realmente ejercerla —, la cual evito usar, como camino ante su impaciencia y hacia su deseo—dulce y severa a la vez, su voz con sabor a extranjero prevaleció sobre el cantar del mar.

El silencio se acomodó plácidamente en sus labios, el vampiro volteó rápido y expectante hacia la castaña, rogando que sus palabras fueran suficientes para calmar su ansiedad. Otra vez, su mirada le hizo añorar años que nunca rescataría. Ni personas. Indago calmado aquellos ojos avergonzados y sonrió dulcemente: era una niña extraviada de los brazos de la felicidad . En sus pensamientos apareció una imagen de ella reprendiéndolo por llamarla chiquilla, como una simple deducción por solo una pequeña y minúscula apreciación de su actitud anterior. "Una mujer que se está olvidado de sonreír", corrigió gracioso y sus orbes titilaron traviesos— Son elecciones donde el trayecto difiere, no obstante y de todas formas—hizo una pausa y sus ojos viraron como si estuviera realizando un cálculo— vuestro final es inevitable—bajó la mirada y dio unos pasos azarosos— El medio que utilice será una elección según vuestro libre albedrío. Os pregunto de nuevo...¿quisiera tomar mi mano?—el vampiro mostró su pálida palma y unos dedos finos y largos extendiéndose delicadamente. Asintió con la cabeza, indicando así que podía confiar en él.

Desde su ubicación, el tono vivo de la flama en la primera antorcha mostraba una perturbación agresiva, una disputa colérica entre el ímpetu viento y su propia existencia. Esperaba que su proceder fuera lo correcto, dentro del parámetro de lo que significaban sus valores, aún como bestia, su pedazo humano era férreo ante su instinto asesino, ante su sed insaciable. ¿Quién podía asegurar que realmente su corazón no latía ya? ¿Quién se atrevería a llamarlo bestia desalmada? ¿Quién? Solo hace falta ver esos esmeraldas melancólicos y ese semblante reservado para saber que lucha a cada segundo por no convertirse en lo que más odia.

"Perdóname, Daphne
—pensó afligido—No dejaré que tu corazón deje de latir"

Tómala, Daphne—susurró, y su nombre fue más suave que la caricia del viento.


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Mensaje por Daphne McQuoid Mar Ene 23, 2018 4:11 pm

A veces, yo no me consideraba menos egoísta que otras personas; en realidad, podría ser tan vil como todos esos a los que solía criticar con desprecio. Llegaba a hacerme la idea de que no era precisamente así, pero aquello terminaba haciéndome más daño del que había creído antes de darle la importancia que se merecía. Así pues, vivía atrapada en la encrucijada de mis propios pensamientos hirientes, en los que constantemente me sentía inferior y demasiado pesimista, como para querer animarme a salir. Me aferraba a la maldita idea de que no habría mañana, que las esperanzas para mí estaban marchitas como las hojas en el otoño y ya nada podría darme razones suficientes para seguir adelante. Mi única salida, y siempre la veía como algo majestuoso, era la muerte.

No obstante, cada vez que me abrazaba a la intención genuina de dejarme cubrir por sus alas negras, algo evitaba tal cercanía. No alcanzaba a entender el porqué, y no era por considerarme privada de mis facultades mentales, sino, dados los antecedentes de mi familia, creía que había algo que se interponía a que yo terminara de esa manera tan decepcionante. Ese algo me hacía recordar a mis hermanos. Todos ellos eran guerreros que no temían a la muerte, porque la enfrentaban a diario, a pesar de no tener la convicción de hacerse amigos suyos. Lo mío, en cambio, era diferente.

Me lamentaba sí. Sentía vergüenza, por supuesto. Justo como en ese momento, en el que mi altanería tuvo que esconderse en un rincón apartado, siendo superada mil veces por la vergüenza que se dibujó en mi rostro. Tuve que bajar la mirada y obligar a mis propios pensamientos que se callaran, que me estaban dando punzadas terribles en la cabeza, como si me estuvieran clavando agujas calientes en el cráneo.

Observé su mano extendida hacia mí, y no supe cómo tomar el gesto. No iba a obligarme por medio de la fuerza física aún sabiendo su condición. Incluso, de ser un hombre corriente, yo no era tan resistente físicamente, así que igual podría superarme fácilmente. Pero él prefería usar un gesto sutil como aquel para convencerme de que lo acompañara. Por un instante dudé. Yo tenía mis metas bastante claras antes de llegar hasta ahí, y ahora no sabía exactamente cómo terminaría todo aquello, o si en realidad quería morir. Sólo me tocaba improvisar y averiguarlo todavía estando a ciegas.

—Está bien, está bien. Usted gana... por esta vez —repliqué, aunque preferí hacerlo con un tono cansado y resignado. Eché un último vistazo a mis espaldas y a la oscuridad que se arrastraba como ua criatura del abismo. Luego decidí estrechar la mano del vampiro a pesar de mi obstinación reciente—. Pero no dejo de pensar que tiene maneras extrañas de hacer estas cosas. Es decir, los otros de su especie simplemente van a lo suyo...

Esto podría traer más dolor que bienestar, ¿no lo ha pensado? Estuve a punto de agregar, mas me contuve. Tal vez Kyros era diferente a los demás inmortales, y sería difícil para él tomar semejante decisión, obligado por los caprichos de una niña deprimida como lo era yo. ¿Quién lo sabría? Apenas y podía con mis propias cavilaciones como para dedicarme a indagar en las de los demás.

—¿Alguien más le ha pedido algo como lo hice yo? Hay personas que sólo se acercan a los vampiros para que se les de el don de la inmortalidad. Yo he hecho lo contrario —comenté al no soportar el ulular del viento rodeándonos cuando empezamos a avanzar—. Conozco a alguien así, obsesionado con la inmortalidad, como si eso fuera realmente a cambiar algo de su vida. Es estúpido, y supongo que difícil. Si llevar una vida breve lo es, cuánto más lo será no tener una fecha de caducidad por las leyes de la naturaleza.


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Mensaje por Kyros Kierkegaard Mar Feb 06, 2018 11:55 pm

Una vaporosa sonrisa apareció en sus labios al sentir que su mano ya no se encontraba vacía. Asintió ante el refunfuñar de la encastillada castaña y ahogó una risita. El vampiro se conocía perfectamente, era costumbre suya lidiar con la terquedad y, consecuentemente, provocar una inclinación ventajosa para él ante otra criatura, mortal o no. En eso se basaba, en tratos, negociaciones, acuerdos. Su cumplimiento era recíproco en igual o mayor cantidad. Evitaba con el brío de su voluntad cualquiera altercado sinsentido. Lo más importante: procuraba en lo posible—e imposible—acatar su palabra. Lo más valioso y relevante era mantener una imagen de confiabilidad total, de apacibilidad—todo lo contrario al miedo o intimidación que su especie impregnaba en sus víctimas. Efectivamente, pensó, tenía sus manías y mañas para proceder; Daphne ignoraba lo beneficioso que podría ser para ella. La miró de reojo en ese momento, sin cederle la razón. Deslizó su nívea y pálida mano sobre su antebrazo con un ligero movimiento de su diestra, enganchándola a su izquierda e iniciando la caminata hacia el gazebo asfixiado de naturaleza.

En ese momento, las calurosas llamas a su izquierda eran lo único que iluminaba la senda hacia su refugio. Esa noche la luna estaba perezosa y apenas iluminaba las facciones delicadas de la mortal. El vampiro se atrevió a pensar que su belleza radicaba en el constante gesto de fragilidad y desinterés que su mirada despedía y la insatisfacción de esa fina línea que formaban sus labios. Incluso si se rehusaba a admitirlo, el miedo que le recorrió en ese momento al asimilar su figura tan vívida y similar a Isabel, solo sería el recordatorio doloroso y principal causante de la inclinación hacia Daphne, en un presente y futuro.

Es fascinante escuchar un juicio tan álgido y sólido como el vuestro sobre la condición irreversible de mi especie, milady—comentó, evitando responder la primera pregunta directamente, un poco divertido por su crítica tan resuelta—. Aunque ha de saber que no hay pecado en anhelar más tiempo—sin detenerse en su caminata, le dedicó una mirada que escondía tristeza profunda—. La inmortalidad es una maldición con utilidad a largo plazo—Kyros pronunció aquello un tanto inseguro. Omitía en aquel pensamiento que era única y particularmente su percepción. Generar conocimientos y experiencia, eso era lo que apreciaba de su interminable tiempo en la tierra—. Vuestras reflexiones han debido de desembocar alguna vez en que alguno mortales prefieren degustar de esta condena para poder experimentar cuantos placeres puedan permitirse hasta que lleguen a perder el encanto de rebuscar entre banalidades. Si uno no tiene ambición mayor que aquella, pronto descubrirá que no hay infierno más insoportable que vagar sin rumbo alguno—finalizó la frase con un acento inglés marcado de resentimiento. Era válido lo que Daphne cavilaba, había conocido, para su desagrado, vampiros con la misma mentalidad infantil e intrascendente. Guardó silencio mientras doblaban por debajo del acantilado, entrando en su panorama el iluminado gazebo de tilo blanco. Había repartido velas por el refugio y dejado un gran radio donde llevaría a cabo la tarea. Le dedicó una mirada a Daphne por encima del hombro. Supo entonces que su confusión podía generar que desistiera de esa idea.

Daphne—su caminata se tornó lenta, indecisa—. Debo confesaros que muchas almas apesadumbradas y llenas de dolor han recurrido a mí para deshacerse de la culpabilidad que comprendía romper su religiosidad al cometer el crimen de quitarse la vida. Y os lo he concedido. Debo reconocer que de no ser de la existencia de aquellos infelices, hoy me vería debilitado por no consumir periódicamente aquella fuente de subsistencia—calló, sin saber con seguridad si debía mencionar lo siguiente. Pero ante aquella mirada azulina, no pudo más que ceder completamente—. Milady, vos ha calado en mi más que cualquier mortal—bajó la mirada, apenado por tal confesión. Luego, lentamente, como si le fuera necesidad volver a sus orbes záfiros, levantó la vista—. Confió en que comprenda que mi tan extraño accionar radica en aquello. Me recuerda a una singular mujer que conocí cuando era humano—ahogó la última palabra, incapaz de resistir el azote de todos los recuerdos compartidos con Isabel. Desvió la mirada, avergonzado de esa debilidad. Frunció el ceño y procuró simular su enojo por toda aquella escena. Cerró los ojos brevemente para recuperar la compostura—Discúlpeme—se separó, quedando frente a ella y de espaldas al gazebo—. Vos me ha elegido a mi como vuestro verdugo—sentenció rudamente— y tal vez eligió al vampiro más excéntrico en cuanto a su alimentación se refiere. Os ruego que no me juzgue por aquel defecto, de seguro hay inmortales con demencia saturada que llevarían a cabo esta tarea de la forma más inhumana, desalmada y sangrienta. Perdóneme si eso es lo que desea y no soy capaz de complacer ese anhelo—ya calmo, Kyros se sintió aliviado al exponer su punto de vista al fin. Era un hombre—en la medida de lo posible, si era válido aquella denominación—de escasas palabras. Usualmente no daba explicaciones. El vampiro se sentía tan extraño al lado de sesa humana. Estaba empezando a disgustarle la comparación que el mismo poseía de Dahpne e Isabel. Pero era inevitable.

"Demonios, realmente son tan similares."


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Mensaje por Daphne McQuoid Jue Mar 08, 2018 6:42 pm

No me quedó más alternativa que ceder a los deseos extraños de aquel individuo, porque, de alguna manera, recordé que él pudo haber cedido al mío, es decir, a ese capricho (descabellado para algunos) de arrastrarme al vacío de la muerte. Estaba aferrada a esa idea desde hacía mucho, pero algo, un miedo al que tanto detestaba, me volvía un ser incapaz de poder poner fin a todo, y muchas veces llegué a preguntarme si acaso sería eso a lo que llaman conciencia, si sería yo misma, desde lo más profundo de mi mente, que me juzgaba hasta detener mis actos. Sin embargo, ¿qué ocurriría si otro lo haría? No me interesaba el modo, simplemente el final, ese resultado que anhelaba más que nada en este mundo, cuando ya me daba por enterada de que jamás vería a mis hermanos.

Así pues, vi en ese ser de nombre Kyros, un inmortal como muchos otros, pero diferente a sus modos, que sería él quien pondría fin a mi existencia. No obstante, ahora que caminaba a su lado, como parte de ese trato que, supuse yo, me ofrecía por su ¿servicio?, tuve una impresión que casi detuvo mi paso por un instante. Así es, dudé, como lo haría cualquiera de un desconocido, y no por miedo a lo que pudiera hacerme, sino, a lo que no pudiera hacerme. ¿Cumpliría parte del acuerdo o no? Llegué a frustrarme, y creo que se percató de ello cuando apreté mi mano por inercia, desviando mi atención de su rostro, y a la vez, de la respuesta que me daba acerca de la inmortalidad.

¡Ah! Inmortalidad... Una palabra que detestaba tanto como a este mundo material. Una palabra que me causaba un repelús tremendo. He llegado a creer que soy parte de ese porcentaje nimio que odiaría vivir tanto tiempo. ¿Y cómo no? Si más bien deseaba morir en mi juventud, sin importarme más nada, porque, la verdad, yo no amo demasiado. No desde que me arrancaron del lado de mis seres queridos, justamente desde ese momento...

Pero no fui capaz de ahogarme más en pensamientos absurdos; en las respuestas de mi insistencia para aquella locura. No, no lo hice, porque él me detuvo con sus inquietantes palabras. Vaciló. Dudó. ¿No cumpliría su parte? Sentí que el corazón se me encogía en el pecho, y tanto que dolía, además. Ni siquiera supe cómo reaccionar en ese instante, sólo me quedé petrificada ante la decepción que arribó desde lo más hondo de mi espíritu. Y lo primero que se me ocurrió fue retroceder, pese a los obstáculos del suelo, que parecía movedizo y amenazaba con tumbarme, cosa que mi orgullo no permitiría.

—¿Qué cosas dice? Pero si yo no estoy esperando crueldad, o lo que sea que hagan los demás vampiros, simplemente deseo que acabe con mi vida, del modo en que prefiera hacerlo, porque yo nunca me he sentido en la capacidad de conseguirlo —respondí, con ese tono altanero que solía ser recurrente los últimos meses, como si estuviera enojada constantemente—. Lamento mi inquina, pero, tiene que entender que yo no soporto mi propia existencia, y si le pedí a usted esto, no se sienta culpable de que ha asesinado a alguien más. Los humanos corrientes asesinan a otros por placer, también a animales, y por leyes absurdas, no son juzgados, cuando se debería...

Hice una pausa. Ni siquiera supe cómo continuar, mi voz se quebró al final de esa explicación vacía que intentaba convencerlo, pero algo en el fondo me decía que no era necesario, que lo mejor era ir al grano. No necesitaba dibujar ideas absurdas sobre la moral hipócrita de la sociedad.

—Sólo responda con sinceridad, por favor... ¿Va a cumplir lo que le pedí o no? Siento que se está arrepintiendo de hacerlo, sólo porque su mente juega a confundirme con alguien más. Pero no, yo no soy ese alguien —aclaré, esta vez observándolo fijamente, escudriñándolo sin siquiera pensármelo mucho—. No entiendo. Si usted habla de la inmortalidad como una maldición, entonces tendrá que entender que para mí es pesado existir. Lo es.


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