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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Connor P. O'Laughlin Miér Feb 25, 2015 7:16 pm

- ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Tenemos una urgencia! -La enfermera irrumpió en mi despacho bruscamente, haciendo que me sobresaltara. Alcé la vista para toparme con una mirada cargada de preocupación, que se me contagió de forma casi instantánea. La mujer estaba visiblemente alterada. Su pecho subía y bajaba con brusquedad, y casi parecía que fuese a perder el conocimiento en cualquier momento. Se acercó a mi mesa en cuanto le hice un gesto indicando que podía pasar, cerrando la puerta tras de sí. Tenía los ojos abiertos de par en par, y respiraba con dificultad, probablemente por haber venido corriendo hasta la consulta. Me levanté para hacer que se sentara, ignorando sus negativas al respecto, y luego volví a tomar asiento, esperando pacientemente hasta que se calmara. En los años que llevaba trabajando, me había dado cuenta de que cualquier cosa que se saliera de lo usual en un hospital era considerado como una urgencia, y sobre todo, que alguien en su estado no podría explicarme como era debido qué era lo que estaba ocurriendo.

- A ver, Marie, ¿qué es lo que ocurre? Tranquilízate y bebe agua. Si es una urgencia, de nada nos sirve que perdieras el conocimiento, ¿no crees? -La mujer asintió, y tras dar un largo sorbo al vaso de agua que yo le tendí, sus hombros parecieron relajarse visiblemente. Era una mujer sumamente inteligente, y muy buena trabajadora, pero en el tiempo que la conocía me había dado cuenta de que empatizaba demasiado con según qué pacientes. Y cuando digo demasiado, es exactamente eso, demasiado. Se podía pasar días sin dormir por velar en el lecho a niños enfermos, o a mujeres que habían sufrido algún tipo de maltrato. Y de nada servía decirle que no estaba bien que lo hiciera, era algo que no podía evitar. Su vocación venía desde que era pequeña, según ella misma me había contado, y le repercutía de forma negativa también en su salud, al llevarla hasta aquel extremo. Pero este hecho, también, la hacía la mejor supervisora de enfermería que yo hubiera conocido nunca.

- Una mujer... Acaba de llegar. Está muy malherida, como si le hubiera atacado un animal salvaje. No reacciona, doctor... Y bueno... dijeron que no podían hacer nada por ella... ¡Pero aún respira! Su pulso es fuerte y tiene reacción pupilar... Pero no despierta. No se mueve. No hace nada... -Fruncí el ceño, algo confuso por aquella información. Si respiraba y su pulso era fuerte, debía estar en muy mal estado físico para que alguno de sus compañeros hubiese hecho tales declaraciones. ¿Qué tipo de animal podría haber atacado a alguien hasta el punto de hacerlo ver como un cadáver, aun siendo claro que no estaba muerto? Me serví yo mismo un vaso de agua, aceptando que en aquella ocasión, y para variar, sí se trataba de una verdadera urgencia que necesitaba mi atención, así que me levanté y la seguí hasta la unidad de urgencias, donde tenían a la joven tendida en una camilla. Ya le habían puesto la sábana sobre el rostro, a pesar de que su pecho seguía subiendo y bajando rítmicamente.

- ¿Qué demonios significa esto? Esta mujer está viva. ¿Es que nadie lo ve? -Cuando le quité la sábana de encima, dejando al descubierto su maltrecho cuerpo, me di cuenta del por qué. Su rostro estaba lleno de arañazos, y la palidez de la muerte ya se había apoderado de él. Era una joven hermosa, probablemente apenas tuviera los treinta años. Pero lo más preocupante era el gran corte que recorría uno de sus costados. No dejaba de sangrar. Había tres más como ese repartidos por su cuerpo. Uno bajo su vientre, igual de profundo, otro en el muslo derecho y el último y menos profundo estaba a un lado de su cuello. Bufé antes de pedirle a la enfermera que me había llevado hasta allí que intentara detener las hemorragias, para luego voltearme y encarar al resto de profesionales, que me observaban entre confusos y avergonzados. - ¿Pensabais dejarla morir, sin más? ¿Ibais a dejar que se desangrase en la camilla sin tratar de salvarla? ¿Estáis locos o habéis olvidado el juramento que habéis tenido que hacer? -Todos se pusieron en marcha de forma casi inmediata. Si bien era cierto que la muchacha no tenía demasiadas posibilidades de sobrevivir, nuestro deber era intentar salvarla. Ese era nuestro cometido.
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Mensaje por Viktóriya P. von Habsburg Mar Jun 30, 2015 1:44 am

Los párpados le pesaban tanto que apenas era capaz de mantenerse despierta los primeros minutos después del ataque, y una vez aquella bestia hubo desaparecido en la noche. Con la mano derecha se concentró en intentar que la sangre no brotara a borbotones desde la profunda herida abierta en su vientre. El brazo izquierdo, por el contrario, descansaba a un lado de su cuerpo, totalmente inutilizable, y en una postura bastante poco natural. Estaba magullado, pero lo más doloroso era la abultación en torno a su codo, donde el hueso se podía entrever bajo la piel, desplazado de su lugar habitual. Al poco tiempo, sin embargo, y cuando había perdido tanta sangre que apenas sabía cómo era posible que aún siguiera con vida, las heridas dejaron de dolerle, y todo cuanto sentía era una gran pesadez en cada uno de sus músculos. Se sentía cansada, agotada, como si hubiera estado corriendo durante horas, como cuando te despiertas en mitad de la noche de una pesadilla, y el corazón te va a mil por hora aunque desconozcas el motivo. En ese momento, sin embargo, aquel órgano iba bastante más despacio que en esas otras ocasiones. Peligrosamente despacio. Tanto, que casi parecía estar avisando de que iba a detenerse de forma inminente.

Después de todo, la muerte, no era tan terrible como la pintaban. No había dolor, ni sufrimiento. Aunque sí un intenso frío que poco a poco se iba instalando en cada átomo de su ser. La pérdida de sangre te permite saborear los últimos momentos de tu vida, como si más que estar sumergida en una espiral de terror, fueras una espectadora pasiva de lo que había sido tu existencia. Era un final tranquilo, calmo. Un final que se le antojaba dulce, a pesar del dolor y del miedo sufrido durante el ataque de aquella... Cosa. Ni siquiera estaba segura de qué era lo que le había atacado. Su tamaño era mucho mayor del de un perro, e incluso de un lobo, y el hecho de que hubiera sido a escasos kilómetros del centro de la ciudad descartaba a un oso casi por completo. Además, estaba segura de que rugía. Repasó mentalmente, mientras por sus ojos se iban sucediendo un sinfín de imágenes concernientes a sus viajes, a su felicidad al lado de los hombres que había amado, intentando encontrar una respuesta. Era por simple curiosidad, sin embargo. Ya no podía decir que le importase lo más mínimo. Iba a morir. ¿Qué más daba a manos de qué hubiera sido? ¿Un león? ¿Un tigre? ¿De dónde demonios habría salido un tigre y qué haría paseando por las calles de París a medianoche? No es que tuviera mucho sentido. Pero ya no importaba. Ya nada importaba.

A medida que la oscuridad iba engulléndola, arrastrándola cada vez con más fuerza hasta su seno, todo iba perdiendo paulatinamente la relevancia que antes tuvo. Su familia, sus amigos, su trabajo, su esposo, su difunto primer marido... Todo se le antojaba ahora lejano e indiferente. Nada parecía tan molesto, ni siquiera el hecho de que Ralston hubiese cambiado tanto después del matrimonio. Aunque pese a estar notando cómo la vida se le escapaba lentamente, tras cada suspiro, había algo que no había podido dejar de hacer: aún lo echaba de menos. Lo amaba. A pesar de todo. Pero ese cariño, llegado a un punto, también dejó de ser importante. Ni siquiera escuchó la voz de una joven que se acercó corriendo en su ayuda, antes de perder por completo el conocimiento. ¿Dónde despertaría después? ¿En el cielo o el infierno?

Quizá en ninguno de los dos. Quizá todo era una mentira, como ella siempre había supuesto. Tal como fuere, pronto lo descubriría...

O no.

Cuando abrió los ojos, de golpe, abrumada por una punzada de dolor que la sacó de la oscuridad con absoluta brusquedad, no fue nubes lo que vio a su alrededor. No se encontró rodeada de los seres queridos a los que había perdido. No estaba en un lugar maravilloso, en aquel lugar del que hablaban las sagradas escrituras. Pero tampoco estaba rodeada de fuego, ni de seres grotescos que buscaban devorarla sin miramientos. Tampoco estaba rodeada de enemigos, que juraban venganza con cada parpadeo. No. La realidad, casi podía decir, que era mucho peor que eso. Se despertó rodeada de desconocidos que iban y venían. Rodeada de sangre, de sábanas blancas manchadas del líquido escarlata que aún brotaba de su vientre. Se despertó rodeada de agujas que se hundían en su piel, y que a pesar de tener por función estabilizarla, la habían sacado del primer sueño dulce y tranquilo que había tenido en años. Y de golpe comprendió aquello de lo que muchos poetas y artistas hablaban: la muerte, la oscuridad, es agradable. Todo es quietud, las preocupaciones desaparecen y el dolor deja de tener importancia. La realidad, sin embargo, es cruel, es trágica, y todo cuanto te aguarda en ella es dolor. Un dolor que te corta la respiración, que te recuerda que estás vivo. Algo que para muchos, como para ella en aquel momento, no era lo que querían recordar.

Si vivir significaba sufrir de ese modo, prefería que la devolvieran a la oscuridad de la que la habían sacado a rastras.

Apenas susurró una negativa a las bolsas de sangre que las enfermeras trajeron para transferirle, antes de volver a caer inconsciente. Pero ya no era lo mismo. Ahora volvía a sentir su cuerpo, y las consecuencias tan terribles del ataque experimentado. Y todo cuanto podía preguntarse, mientras sentían cómo la movían de una camilla a otra, era: ¿por qué?


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Mensaje por Connor P. O'Laughlin Jue Ago 27, 2015 3:07 pm

El ir y venir de médicos por la sala, que en otras ocasiones se antojaba normal, en aquellos críticos momentos era casi frenético. Todos parecían extrañamente consternados, como si se sintieran fuera de lugar. Incluido yo. En todos mis años de servicio, que a pesar de no ser muchos, sí que habían sido bastante intensos, jamás había estado ante una situación tan dantesca. Nadie se explicaba qué clase de animal podría haberle hecho algo semejante a aquella pobre chica, y tampoco tenían claro, algo que pude constatar al ver que nadie se dignaba a responder mis preguntas, por qué habían reaccionado de aquel modo, decidiendo tirar la toalla antes de luchar por su vida. La rigidez de los músculos de la mujer se asemejaba demasiado a la del rigor mortis. Pero sus latidos, por el contrario, reflejaban todo lo contrario. ¿Cómo era posible? La idea de un envenenamiento se me pasó por la cabeza de repente.

- ¡Rápido! Traigan los ungüentos para hacer los antídotos. Creo que ya se por qué no responde. Creo que esas heridas están infectadas con alguna clase de veneno, o bacteria. Hay que hacer todo lo posible por desinfectarlas y contrarrestarlo. Tampoco descarto un posible shock si es alérgica a algo de lo que le hayan administrado, así que quiero que usted, Mathew, y usted, Katharina, estén preparados por si eso ocurre. Vamos a intentar despertarla administrándole glucosa, plasma sanguíneo y grandes cantidades de suero. Seguramente esté deshidratada y por eso no despierte. ¡Vamos! ¡¡Vamos!! Muévanse. -En mi cabeza, todas las posibles piezas del puzzle de lo que le había ocurrido a aquella víctima, a mi paciente, empezaron a encajar a gran velocidad. Había que cubrir todas las posibilidades lo antes posible, o terminaríamos por perderla. Y no estaba entre mis planes darme por vencido. La parte más difícil de trabajar como médico era perder a un paciente. Y yo no estaba dispuesto. No aquella vez. No cuando aquella chica tenía toda una vida por delante.

Las enfermeras trajeron el instrumental necesario sin dilación, y comenzaron a desvestir a la joven a fin de aplicar ungüentos y vendas a las heridas. Entonces pude ver que las zonas donde éstas estaban lucían hinchadas y enrojecidas. Estaban empezando a infectarse. Había que actuar rápido, porque siendo tan profundas no sería extraño que llegaran a gangrenarse. Con un bisturí y mucho cuidado, comencé a rasgar dentro de las propias heridas, extrayendo los residuos de tierra y sangre seca que se habían ido introduciendo en las mismas. Necesitaba que estuvieran limpias para aplicar los vendajes definitivos, e impedir que la infección siguiera su curso. Una vez realizado aquel delicado trabajo, indiqué a las enfermeras que comenzaran a aplicar aquellas soluciones. Supervisé su trabajo en todo momento, y cuando dirigí la vista de nuevo al rostro de la joven, vi que había abierto los ojos. Me abalancé a la camilla en un salto, y le retiré el celo que habían utilizado para cubrirle los labios.

- ¡Hola, hola! Por favor, quédese conmigo. Necesitamos saber lo ocurrido, o al menos su nombre para poder llamar a algún familiar. Ha perdido mucha sangre y necesitamos conocer su historial... -Antes de que acabara la frase, la muchacha volvió a caer inconsciente, tras decir únicamente que por favor, la dejaran ir.

- Doctor... Si la paciente no quiere colaborar... -Una de las enfermeras a la que Marie había acusado de querer dejar morir a la paciente dejó lo que estaba haciendo para mirarme. Bufé de forma audible, mientras le arrebataba el ungüento para aplicárselo yo mismo.

- Limitáos a hacer vuestro trabajo. No quiero oír ni una palabra. -Ni siquiera miré al resto de personal sanitario que se quedaron quietos. - Abriré un expediente disciplinario que haré llegar al director y al rey si es necesario, si no cumplís con vuestro deber. -Mi tono gélido no admitía réplica. Y todos volvieron a sus quehaceres mientras yo suplicaba por lo bajo que volviera a despertarse.
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Mensaje por Viktóriya P. von Habsburg Miér Sep 30, 2015 9:10 pm

Cuando su alma, su cuerpo, y todo su ser, lo único que hacían eran suplicar que por favor, la dejasen marchar, volver a sumergirse en aquel estado de quietud y calma que precedía a la muerte, el mundo real parecía tener otros planes bien distintos. A su ya de por sí adolorido estado tras el ataque, se sumó el dolor que las enfermeras y médicos le provocaban a propósito, volviendo a abrir las heridas que hasta el momento permanecían parcialmente tapadas. En aquellos momentos lo único que podía preguntarse era por qué. Por qué demonios le hacían eso. Por qué no habían cumplido su petición, su última petición, y no la habían dejado marchar como ella misma había rogado, antes de volver a ser atraída por un sueño profundo, pero cargado de consciencia. Una consciencia que suplicaba por perder. No creía poder soportar todo aquel dolor. Para ella, y más en esa situación, nada de lo que hacían tenía lógica, ni sentido, ni razón de ser. En cualquier otro instante lo habría comprendido inmediatamente. Abrir heridas servía para limpiarlas. Pero todo cuanto le importaba entonces era que la dejaran en paz, que le permitieran seguir durmiendo. Seguir muriendo lenta, dulcemente.

Un desgarrador grito escapó de su garganta. Ni siquiera fue consciente de que había sido ella la que había gritado. Aquel corte le había dolido tanto que ni siquiera parecía ser real. ¿O no había sido un corte? Muy a lo lejos creyó aspirar el aroma a alcohol. El escozor era insoportable. Abrió los ojos un brevísimo momento, sólo para volver a ver el rostro del joven médico que antes pareció haberle dicho algo que ella no llegó a escuchar, y mucho menos a entender. Estaba concentrado en su tarea, tanto que casi no se había inmutado a pesar del alarido. Siempre consideró que sólo los valientes eran capaces de dedicarse a la medicina. Personas valientes y con la suficiente confianza en sí mismos, para creerse capaces de salvar la vida a los demás, de ayudarles, de sanarles. Ella siempre había sido bastante cobarde. Alguna vez le dijeron que su obsesión por el mundo de las artes obedecía a una necesidad de escapar de la realidad. En situaciones como esa, en la que el dolor era tan insoportable, se daba cuenta de que tenían razón. Era terrible. Una crueldad. En las obras, las personas solían morir de amor, cantando, o dejando tras de sí un reguero de lágrimas o de poemas en su memoria. Cuando morías en la realidad, de ti sólo quedaba carne yerta, condenada a pudrirse. Y huesos que en algún momento se convertirían en polvo.

No es que fuera una existencia demasiado agradable.

Parpadeó otras dos o tres veces, siempre coincidiendo con los momentos en los que los sanitarios hacían algo que le causaba tal punzada de dolor que la sacaban de su estado de somnolencia de golpe. Y se dio cuenta de que mientras que todos iban y venían, aquel joven doctor seguía en la misma posición siempre. ¿Qué estaría haciendo? ¿Coser sus heridas? ¿Colocarle de nuevo en su sitio los huesos? Esperaba que hiciera pronto lo segundo, antes de que recuperara del todo el funcionamiento normal de su cerebro. Estando totalmente despierta dudaba mucho poder soportarlo. En una de esas veces, creyó apretar la mano ajena lo bastante fuerte para que él se percatara. Todo lo que pudo ver fue una sonrisa. Luego todo volvió a ponerse negro.

Acogió la quietud inducida por la sedación con una sonrisa. Aunque no era tan profunda como la provocada por la pérdida de sangre, de momento, le valía. Necesitaba dormir. Sí, necesitaba poder dejar de pensar. Necesitaba...

El bullicio pronto se convirtió en un eco lejano, casi inexistente. Y la sensación de indiferencia volvió a hacerse patente. No había formas, ni colores, ni recuerdos, ni imágenes, ni palabras. Todo cuanto había era la más absoluta nada. Vacío. Puro. Eterno.


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