Tan solo un acertijo {Priv}

por **Nahira Bessette** Vie Mayo 10, 2013 5:12 am

La gente me resultaba curiosa mientras me fijaba en sus rostros mientras paseaba por la calle. Muchos eran personas adineradas que caminaban con su paso altanero, creyéndose superiores al resto de personas que habitaban en el planeta. No lo comprendía. ¿Por ser ricos se era mejor que los demás o, por el contrario, el creerse mejor por ser rico te hace ser peor que el resto del mundo? En mi opinión era la segunda respuesta y, jamás me había cortado un pelo a la hora de soltárselo a cualquiera a la cara. Pero bueno, ¿acaso no era lógico? ¿Por qué debía callarme la maldita boca solo por el hecho de que su cuenta corriente esté por encima de las personas normales? No era algo que yo pudiera entender, siendo franca.

Negué repetidas veces y, de re-ojo, vi a un pequeño niño paseando, metiéndose en la esquina de un pequeño callejón y acurrucándose ahí. Me quedé quieta, observando como todos lo ignoraban aunque temblara de frío, como, incluso, algunos le lanzaban miradas de desprecio porque no tenía ropas como las suyas o, simplemente, porque no tenía nada que hacer cerca de esa gente. Negué, pensando en la suciedad que había a mi alrededor cuando observé que se alguien se acercaba al pequeño. No había misericordia en ese rostro hermoso de una rubia mujer. No. Había maldad y gena.

Me acerqué, indignada por tal comportamiento. ¿Por qué eran, la mayoría de personas que conocía, exactamente igual que esa chusma? Cogí su brazo y la eché hacia atrás, mirándola con superioridad y odio. ¿Cómo podía atreverse a intentar tocar a un pobre niño que no tenía de nada? Mucha gente piensa que los que son pobres es porque quieren... Auténticas tonterías que detesto. ¿Quién, en su sano juicio, querría morirse de hambre? Los ricos eran despreciables y, yo, estaba por encima de aquella chusma. Vale que no tuviera sentimientos, vale que les tuviera envidia por ello, pero por lo menos yo tenía un corazón puro, no tan negro como el mismísimo infierno.

Me di la vuelta y le tendí la mano al pequeño que, al ver semejante expresión de mi rostro, no reprochó y me cogió la mano sin duda. Le compré algo de comer, que le durara un tiempo y algo de vestir junto a una pequeña manta. No era mucho, pero como me sobraba el dinero desde que me habían adoptado, no me importaba para nada. El niño, incluso, se atrevió a darme un beso en la mejilla antes de alejarse de aquel enjambre de ricos estúpidos. Sonreí levemente. Los niños, probablemente, aunque traviesos, eran los más agradecidos que había.