AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sólo tu sonrisa [Priv. Alma]
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Sólo tu sonrisa [Priv. Alma]
Que nublado estaba cuando salió de casa, se dijo el hombre recorría a pie la ciudad de París, vestido con un traje sencillo en tonos grises, azules y negros. Ni siquiera en las lejanías podía verse un pequeño rayito de luz. Francia, país que consideró tan cálido y primaveral hasta ese momento, se le hizo un sitio extraño. Casi no podía creer que París estuviese tan cerca de su añorada ciudad costera, donde vivió la mitad de su vida. Sabía que por esas fechas, Deauville debía ser el paraíso para los pobres y pálidos parisinos; estaría más fresco que de costumbre, claro, pero el sol sequiría reinando en el firmamento y el agua del mar continuaría a una temperatura agradable. Extrañaba las interminables tardes de pesca o las noches de aventura en altamar, incluso las viejas narraciones de su madre sobre misteriosos navíos que aparecían y desaparecían cual espectros. Pero, se recordó mientras sacudía sin remedio la mata de pelo castaño-canoso que le cubría la cabeza, ya no era posible volver. Y no lo consideraría jamás.
— París no está tan mal. —creyó oírse decir, mirando los enormes y grisáseos edificios que se erguían a sus costados. El Invierno los había puesto de un color ópaco, y sospechaba que la oscuridad del cielo se debía en gran parte al exceso de chimeneas encendidas. Se detuvo frente al Teatro, donde algunas mujeres ostentosas y hombres distraídos con sus relojes de bolsillo se reunían en espera de la siguiente función. El hombre que hasta ese momento no había esperado hacer nada más que un paseo ocioso por la ciudad, curvó las cejas en un gesto de reflección. Analizando los pros y los contras, y recordando que Jully no estaría en casa hasta la semana siguiente, se encogió de hombros.— Tal vez el drama logre arrancarme alguna sonrisa. —se dijo a sí mismo, aunque ya se encontrara sonriendo.
Lo cierto es que tras comprar el boleto y entrar con paso despreocupado al oscuro recinto, sintió más miradas de las acostumbradas contra su espalda. Ni de lejos aparentaba su edad real, que era suficiente para ser un "anciano", pero sus facciones eran maduras para considerarse un joven inexperto; las mujeres veían en él a alguien que ha vivido y que ya no está para juegos virginales. Creían que encontrarían en él a un amante que guardara discreción, a un hombre al que la vida ha golpeado con dureza. Bien, en parte era correcto decir que la vida no había sido suave con él, pero si ellas confiaban en su "peligrosa atracción", era porque no habían visto aún su resplandeciente sonrisa. No pretendía ser un animal herido y misterioso, aunque de vez en cuando lo fuera.
— Disculpe, Madame... —murmuró a la espalda de una anciana y temblorosa mujer que esperaba impotente a que todos los jovenes que pasaban a su lado le permitieran sentarse. La mayoría de ellos eran hombres ricos y solteros que no tenían preocupaciones como el resto del mundo; suponía que la falta de esposas les confería mayor arrogancia. La mujer, que se giró con mirada asustada, parecía todavía más decepcionada, como si diera por hecho que debía volver a apartarse. Con una risa fresca y paciente, tomó la mano de la dama y depositó sobre los nudillos un cálido beso. No pudo notar que ella se sonrojaba, y que a su vez lo miraba desconcertada.— Pase usted primero, por favor. Y le ruego que disculpe a los otros caballeros. —le explicó en voz alta, llamando atención de los aludidos. Algunos de ellos también se sonrojaron, mientras que otros mascullaban ofensas hacia la pobre mujer. La mirada felina de Talleyrand los acalló de inmediato.— Seguramente están demasiado aturdidos por la temporada de hace unos meses, ya que por lo visto ninguno consiguió esposa.
La anciana rió con entusiasmo, siendo iluminada por el ánimo de quien se siente feliz. Con cuidado, tomó asiento entre los caballeros, quienes milagrosamente le cedieron el asiento. Satisfecho, Adrien se acomodó en la esquina superior del público, sin quejarse por la mala visión que tenía del escenario, ya que su vista era lo bastante buena para admirar detalles insospechables. Recordaría siempre el bello collar de perlas de una de las actrices al abrir el telón, y las feas patillas del hombre que haría de su hermano. No olvidaría la nariz aguileña de uno de los violinistas de la orquesta frente a la tarima ni las plumas en el sombrero de una mujer que comenzaba a dormirse sobre uno de los palcos de la clase alta. Y, a su lado...
— ¿Quién es ella? —susurró al hombre de edad avanzada que tenía al lado. El señor, que requería un par de binoculares para dar con la joven señalada, sonrió con entusiasmo. Le dijo un nombre y un apellido, y una serie de cosas respecto a fortunas y herencias que le importaban dos francos. Solo podía mirarla ahí, casi tan aburrida como el resto de los espectadores que continuaban despiertos. Una palabra escapó de los labios del hombre con mirada felina.— Alma.
— París no está tan mal. —creyó oírse decir, mirando los enormes y grisáseos edificios que se erguían a sus costados. El Invierno los había puesto de un color ópaco, y sospechaba que la oscuridad del cielo se debía en gran parte al exceso de chimeneas encendidas. Se detuvo frente al Teatro, donde algunas mujeres ostentosas y hombres distraídos con sus relojes de bolsillo se reunían en espera de la siguiente función. El hombre que hasta ese momento no había esperado hacer nada más que un paseo ocioso por la ciudad, curvó las cejas en un gesto de reflección. Analizando los pros y los contras, y recordando que Jully no estaría en casa hasta la semana siguiente, se encogió de hombros.— Tal vez el drama logre arrancarme alguna sonrisa. —se dijo a sí mismo, aunque ya se encontrara sonriendo.
Lo cierto es que tras comprar el boleto y entrar con paso despreocupado al oscuro recinto, sintió más miradas de las acostumbradas contra su espalda. Ni de lejos aparentaba su edad real, que era suficiente para ser un "anciano", pero sus facciones eran maduras para considerarse un joven inexperto; las mujeres veían en él a alguien que ha vivido y que ya no está para juegos virginales. Creían que encontrarían en él a un amante que guardara discreción, a un hombre al que la vida ha golpeado con dureza. Bien, en parte era correcto decir que la vida no había sido suave con él, pero si ellas confiaban en su "peligrosa atracción", era porque no habían visto aún su resplandeciente sonrisa. No pretendía ser un animal herido y misterioso, aunque de vez en cuando lo fuera.
— Disculpe, Madame... —murmuró a la espalda de una anciana y temblorosa mujer que esperaba impotente a que todos los jovenes que pasaban a su lado le permitieran sentarse. La mayoría de ellos eran hombres ricos y solteros que no tenían preocupaciones como el resto del mundo; suponía que la falta de esposas les confería mayor arrogancia. La mujer, que se giró con mirada asustada, parecía todavía más decepcionada, como si diera por hecho que debía volver a apartarse. Con una risa fresca y paciente, tomó la mano de la dama y depositó sobre los nudillos un cálido beso. No pudo notar que ella se sonrojaba, y que a su vez lo miraba desconcertada.— Pase usted primero, por favor. Y le ruego que disculpe a los otros caballeros. —le explicó en voz alta, llamando atención de los aludidos. Algunos de ellos también se sonrojaron, mientras que otros mascullaban ofensas hacia la pobre mujer. La mirada felina de Talleyrand los acalló de inmediato.— Seguramente están demasiado aturdidos por la temporada de hace unos meses, ya que por lo visto ninguno consiguió esposa.
La anciana rió con entusiasmo, siendo iluminada por el ánimo de quien se siente feliz. Con cuidado, tomó asiento entre los caballeros, quienes milagrosamente le cedieron el asiento. Satisfecho, Adrien se acomodó en la esquina superior del público, sin quejarse por la mala visión que tenía del escenario, ya que su vista era lo bastante buena para admirar detalles insospechables. Recordaría siempre el bello collar de perlas de una de las actrices al abrir el telón, y las feas patillas del hombre que haría de su hermano. No olvidaría la nariz aguileña de uno de los violinistas de la orquesta frente a la tarima ni las plumas en el sombrero de una mujer que comenzaba a dormirse sobre uno de los palcos de la clase alta. Y, a su lado...
— ¿Quién es ella? —susurró al hombre de edad avanzada que tenía al lado. El señor, que requería un par de binoculares para dar con la joven señalada, sonrió con entusiasmo. Le dijo un nombre y un apellido, y una serie de cosas respecto a fortunas y herencias que le importaban dos francos. Solo podía mirarla ahí, casi tan aburrida como el resto de los espectadores que continuaban despiertos. Una palabra escapó de los labios del hombre con mirada felina.— Alma.
Adrien Talleyrand- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 13/12/2013
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Re: Sólo tu sonrisa [Priv. Alma]
Nadie más que mi hermana podía con su tono y sus palabras hacerme retroceder ante algo alocado. Por suerte mi hermana no estaba e iba a tardar bastante en volver. Tenía toda la mansión para mi solita, lo que también se traducía en poder asistir a donde quisiera, sin impedimento alguno, más que el de mi dama que llevaba unas largas horas haciéndome desistir de acudir al teatro, donde me habían llegado invitaciones para el palco y donde tenía pensado asistir, le gustara o no. —Pero mi señora, no ve que tiempo? —La joven no dejaba de asomarse a la ventana y mostrarme lo nublado que se encontraba. —Y solo estamos en la tarde, imagínese cuando sea oscuro! ¡No verá ni sus propios pies! — Murmuró angustiada.
Suspiré sumamente molesta. Apenas levantarme había empezado con su retahíla, la que no parecía terminar nunca. —Si no quieres venir conmigo, decídmelo. No os quiero incomodar. Además pensaba acudir sola. Ya tengo el cochero preparado y quien esperara a que salga del teatro, no me ocurrirá nada por acudir. Y mi hermana no se enterará…—Agregué con una dulce sonrisa, calmándola mientras terminaba de arreglar mi cabello, dejándolo libre con ondas suaves a mi espalda.
Volteé levantándome de la silla donde me encontraba sentada frente al espejo y sonreí, ya estaba lista. El vestido que había escogido para esta ocasión era un color azabache recatado pero ceñido a la cintura, resaltando así mi figura. Aún era joven como para llevar aquellos vestidos que no dejaban entrever más que telas y más telas. Se me acercó mi dama en silencio repasando con la mirada que todo estuviese correcto, terminando por acercarme el abrigo que solía usar para esos eventos. Al no ser tan tarde y no hacer tanto frio, aún podía usar el abrigo de temporada. —Ya se encuentra lista. —Me dijo cuando terminé de ponerme el abrigo y cubrirme mi cuerpo con él. Le sonreí por respuesta, mirandome. Esperaba que la tarde valiera la pena y algo me decía que si.
— Si. Avisa por favor al cochero, de que en breves saldremos al teatro. Con suerte llegaremos temprano. El inicio es a las tres de la tarde. —Susurré empolvándome ligeramente el rostro, solo poniendo un poco de color a mis mejillas. Mi dama asintió y se apresuró a avisar al cochero. Mientras esperaba que todo estuviera listo para mi partida miré por la ventana, cayendo en el día triste y nublado que hacía. Extrañaba el sol de España y su calidez, aquella era la verdad, pero Paris era hermosa y en ella nunca sabias con que podías encontrarte. Sonreí y con aquel pensamiento bajé por las escaleras tras la voz de mi dama que me daba el aviso de que estaba todo listo. Iba a asistir al teatro y esperaba que valiera la pena. El nombre de los actores y de la comedia, era conocida por donde pasaba. ¿Por algo debía de ser, no?
En el teatro
(Tras quince minutos del inicio de la obra...)
Definitivamente aquella bien podía ser el la peor decisión que nunca llegue a tener, decidir acudir al teatro aquella tarde. Al inicio había estado interesante, deleitándonos a todos con pequeñas risas, no obstante luego tomó un rumbo completamente dramático y el encanto de aquellos primeros minutos se perdió, aburriéndonos a todos los presentes. Desde mi palco, en el que me encontraba solitaria suspiré recostando mis brazos en la barandilla. Mis modales y maneras me impedían hacer tal cosa, pero sinceramente me encontraba demasiado aburrida como para fingir estar todo bien y bien divertido, cuando era todo lo contrario.
Intentando encontrar algo que me distrajera, empecé a mirar a los presentes desde mi posición privilegiada en el palco. No era la única que me aburría aquel espectáculo, coincidí al ver a más de uno bostezar o algunos hasta haciendo el amago de dormirse, simulando estar despiertos. Sonreí ligeramente y observando cada rostro empecé a imaginarme como serian sus vidas, sin el estilo de la suya. Muchos darían lo que fuera por lo que acontecía el cargo de condesa o de hermana gemela de la actual condesa. Pero para mí no era más que fingir, que no poder mostrar cómo eres realmente y hacer lo que los demás esperan de ti.
Distrayendo de mis pensamientos, seguí con mi inspección, viendo a conocidos y amigos de mi fallecida familia, hasta que caí en el señor Oliwand quien parecía mirarme con los binoculares. Alcé la mano en forma de saludo y le sonreí, él me sonrío y se volvió al joven de su lado. Ladeé la cabeza mirándoles. ¿De qué debían de hablar? Durante unos segundos coincidí con la mirada felina del hombre que también me miró y sonrojada al verme descubierta por él, aparté la mirada fingiendo andar en otras cosas. En los siguientes minutos no volví a cruzar la mirada con él ni a mirar en aquel sector del público, avergonzada de toparme nuevamente con aquel joven.
Finalmente dieron un descanso de diez minutos, en los que la gente aprovechó para marcharse del teatro y volver luego o irse sin más. Lentamente tomé el abrigo con una de mis manos y me levanté tras haber esperado cinco minutos a que la salida del teatro y sus accesos quedaran libres para el paso, sin la multitud que se congregó. Era una pena marchar tan temprano, pero el sueño invadía mi rostro y el aburrimiento hacia mella en mí. Embargada por la curiosidad miré una última vez antes de marchar del palco en el que me encontraba hacia donde había visto aquel joven, encontrándome con su ausencia. Miré apenada a su butaca y me salí del palco. Quizás me lo encontraría en la salida, pensé con una ligera sonrisa dibujada en mi rostro encaminándome a las escaleras que llevaban al palco y donde debía bajar para llegar a la planta principal y de allí a la salida.
Absorta en mis pensamientos apenas me di cuenta de la presencia ajena, hasta que choqué contra alguien, cayéndose mi abrigo de mis manos al sobresaltarme. — Lo siento —Me disculpé antes de que se disculpara. —No me fijé por donde iba. —Sonreí y alzando la mirada me encontré con unos ojos masculinos. Más en concreto los del joven de antes, con lo cual al reconocerlo me sonrojé de nuevo. — Disculpadme, no os había visto Messier. —Dije sonriendo dulcemente, aún con el ligero sonrojo colorando mis mejillas.
Suspiré sumamente molesta. Apenas levantarme había empezado con su retahíla, la que no parecía terminar nunca. —Si no quieres venir conmigo, decídmelo. No os quiero incomodar. Además pensaba acudir sola. Ya tengo el cochero preparado y quien esperara a que salga del teatro, no me ocurrirá nada por acudir. Y mi hermana no se enterará…—Agregué con una dulce sonrisa, calmándola mientras terminaba de arreglar mi cabello, dejándolo libre con ondas suaves a mi espalda.
Volteé levantándome de la silla donde me encontraba sentada frente al espejo y sonreí, ya estaba lista. El vestido que había escogido para esta ocasión era un color azabache recatado pero ceñido a la cintura, resaltando así mi figura. Aún era joven como para llevar aquellos vestidos que no dejaban entrever más que telas y más telas. Se me acercó mi dama en silencio repasando con la mirada que todo estuviese correcto, terminando por acercarme el abrigo que solía usar para esos eventos. Al no ser tan tarde y no hacer tanto frio, aún podía usar el abrigo de temporada. —Ya se encuentra lista. —Me dijo cuando terminé de ponerme el abrigo y cubrirme mi cuerpo con él. Le sonreí por respuesta, mirandome. Esperaba que la tarde valiera la pena y algo me decía que si.
— Si. Avisa por favor al cochero, de que en breves saldremos al teatro. Con suerte llegaremos temprano. El inicio es a las tres de la tarde. —Susurré empolvándome ligeramente el rostro, solo poniendo un poco de color a mis mejillas. Mi dama asintió y se apresuró a avisar al cochero. Mientras esperaba que todo estuviera listo para mi partida miré por la ventana, cayendo en el día triste y nublado que hacía. Extrañaba el sol de España y su calidez, aquella era la verdad, pero Paris era hermosa y en ella nunca sabias con que podías encontrarte. Sonreí y con aquel pensamiento bajé por las escaleras tras la voz de mi dama que me daba el aviso de que estaba todo listo. Iba a asistir al teatro y esperaba que valiera la pena. El nombre de los actores y de la comedia, era conocida por donde pasaba. ¿Por algo debía de ser, no?
En el teatro
(Tras quince minutos del inicio de la obra...)
Definitivamente aquella bien podía ser el la peor decisión que nunca llegue a tener, decidir acudir al teatro aquella tarde. Al inicio había estado interesante, deleitándonos a todos con pequeñas risas, no obstante luego tomó un rumbo completamente dramático y el encanto de aquellos primeros minutos se perdió, aburriéndonos a todos los presentes. Desde mi palco, en el que me encontraba solitaria suspiré recostando mis brazos en la barandilla. Mis modales y maneras me impedían hacer tal cosa, pero sinceramente me encontraba demasiado aburrida como para fingir estar todo bien y bien divertido, cuando era todo lo contrario.
Intentando encontrar algo que me distrajera, empecé a mirar a los presentes desde mi posición privilegiada en el palco. No era la única que me aburría aquel espectáculo, coincidí al ver a más de uno bostezar o algunos hasta haciendo el amago de dormirse, simulando estar despiertos. Sonreí ligeramente y observando cada rostro empecé a imaginarme como serian sus vidas, sin el estilo de la suya. Muchos darían lo que fuera por lo que acontecía el cargo de condesa o de hermana gemela de la actual condesa. Pero para mí no era más que fingir, que no poder mostrar cómo eres realmente y hacer lo que los demás esperan de ti.
Distrayendo de mis pensamientos, seguí con mi inspección, viendo a conocidos y amigos de mi fallecida familia, hasta que caí en el señor Oliwand quien parecía mirarme con los binoculares. Alcé la mano en forma de saludo y le sonreí, él me sonrío y se volvió al joven de su lado. Ladeé la cabeza mirándoles. ¿De qué debían de hablar? Durante unos segundos coincidí con la mirada felina del hombre que también me miró y sonrojada al verme descubierta por él, aparté la mirada fingiendo andar en otras cosas. En los siguientes minutos no volví a cruzar la mirada con él ni a mirar en aquel sector del público, avergonzada de toparme nuevamente con aquel joven.
Finalmente dieron un descanso de diez minutos, en los que la gente aprovechó para marcharse del teatro y volver luego o irse sin más. Lentamente tomé el abrigo con una de mis manos y me levanté tras haber esperado cinco minutos a que la salida del teatro y sus accesos quedaran libres para el paso, sin la multitud que se congregó. Era una pena marchar tan temprano, pero el sueño invadía mi rostro y el aburrimiento hacia mella en mí. Embargada por la curiosidad miré una última vez antes de marchar del palco en el que me encontraba hacia donde había visto aquel joven, encontrándome con su ausencia. Miré apenada a su butaca y me salí del palco. Quizás me lo encontraría en la salida, pensé con una ligera sonrisa dibujada en mi rostro encaminándome a las escaleras que llevaban al palco y donde debía bajar para llegar a la planta principal y de allí a la salida.
Absorta en mis pensamientos apenas me di cuenta de la presencia ajena, hasta que choqué contra alguien, cayéndose mi abrigo de mis manos al sobresaltarme. — Lo siento —Me disculpé antes de que se disculpara. —No me fijé por donde iba. —Sonreí y alzando la mirada me encontré con unos ojos masculinos. Más en concreto los del joven de antes, con lo cual al reconocerlo me sonrojé de nuevo. — Disculpadme, no os había visto Messier. —Dije sonriendo dulcemente, aún con el ligero sonrojo colorando mis mejillas.
Alma Montcourt- Humano Clase Alta
- Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 29/04/2013
Edad : 32
Localización : Entre bailes y tempestades
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Re: Sólo tu sonrisa [Priv. Alma]
Había algo curioso respecto a la mezcla entre habilidades en un cambiaformas; si la situación lo permitía, podría hacer perdurar un efímero momento en una eternidad. Por ejemplo, al tener la visión más desarrollada que un humano común, podía mirar a detalle el rostro de aquella señorita sin depender de los vinoculares que el hombre de al lado poseía; así pues, ver el repentino y furtivo rubor en sus mejillas, quedó grabado en su memoria para siempre. ¿Por qué? No estaba seguro que difencia había entre esa mujer de todas las demás, ni porque su empeño en no volver a cruzar las miradas le divertía tanto. De hecho, apenas y siguió mirando la obra que se desarrollaba más abajo. ¿A quien le importaban los desaires de una jovencita que ha perdido su virtud en pos de su amor verdadero? Se le ocurría algo más interesante que no involucraba desnudos anticipados.
En algún punto de la tarde, cuando el sueño abatía a la mitad del publico y los actores se esforzaban por no gritar, indignados, llegó el primer descanso de diez minutos. A diferencia de la mayoría hombres y mujeres, que sólo podían moverse con pereza y somnolencia, Adrien no esperó ni un minuto para abandonar el interior del teatro. Fue el primero en salir, lo que le provocó un profundo ceño fruncido. ¿Había sido tan irremediablemente impaciente que había perdido de vista a la doncella de antes? Pero, antes de que el mal humor hiciera acopio de precensia, sonrió. Nadie podía esconderse de él.
Sólo tenía un recuerdo de la dama, pero era suficiente para sentirla a unos metros detrás de la multitud. En su afán por querer marchar a contracorriente, olvidando los modales y la elegancia, chocó de pecho con alguien. Aunque el impacto debía ser como una insignificante caricia, fue el aroma femenino lo que hizo sentir al comerciante aturdido. Admiró con firmeza a la dama, quien sin darle tiempo a nada, se disculpó dos veces. Aquello lo encantó de verdad. Mujeres amables había pocas en París, pero algo en su modo de hablar y el sonrojo que la acompañaba le hacía sospechar que ella era diferente.
— Tendría que ser más cuidadosa, mademoiselle Montcourt. Dicen que las damas perdidas son el postre favorito de los lobos. —rió por sus propias tonterías y entonces cayó en cuenta del abrigo en el suelo. Lo tomó y sacudió un poco, sin devolverlo inmediatamente. Aunque la amabilidad era una de sus virtudes favoritas, la expectación era incluso más tentadora.— Pero claro, yo no soy un lobo. —una sonrisa enigmatica nació en sus labios, reemplazando a todas las demás. Ofreció su brazo a la señorita y se inclinó un poco hacia ella, como un gato deseando ser acariciado.
No esperaba realmente un rechazo, y no porque estuviera tan absolutamente seguro de si mismo o porque pensara que ella fuese una mujer fácil. La verdadera razón por la cual avanzó de regreso al teatro con la dama a su lado, fue tener la ventaja de la honestidad. Había una promesa no impresa en su mirada y sus movimientos, una familiaridad muy poco decente que exigía una confianza casi ciega. La preciosa señorita Montcourt podría ser reservada, aventurera, estirada, coqueta, estricta o todas las demás contradicciones posibles, pero no lo averiguaría nunca si no se enfrascaba en una charla con ella. Y deseaba hacerlo.
— Tendrá que perdonar mi falta de modales, mademoiselle, creo que el paso de los años me ha hecho apreciar más el humor que la decencia. —le susurró al oído, despreocupado de lo que pudiera comentar alguien de verlos tan cerca. No quería arruinar la reputación de una dama de tan alta alcurnia, pero la suya estaba tan desprestigiada que podía darse el lujo de cometer ciertas locuras.— Por cierto, llámeme Adrien, por favor.
En algún punto de la tarde, cuando el sueño abatía a la mitad del publico y los actores se esforzaban por no gritar, indignados, llegó el primer descanso de diez minutos. A diferencia de la mayoría hombres y mujeres, que sólo podían moverse con pereza y somnolencia, Adrien no esperó ni un minuto para abandonar el interior del teatro. Fue el primero en salir, lo que le provocó un profundo ceño fruncido. ¿Había sido tan irremediablemente impaciente que había perdido de vista a la doncella de antes? Pero, antes de que el mal humor hiciera acopio de precensia, sonrió. Nadie podía esconderse de él.
Sólo tenía un recuerdo de la dama, pero era suficiente para sentirla a unos metros detrás de la multitud. En su afán por querer marchar a contracorriente, olvidando los modales y la elegancia, chocó de pecho con alguien. Aunque el impacto debía ser como una insignificante caricia, fue el aroma femenino lo que hizo sentir al comerciante aturdido. Admiró con firmeza a la dama, quien sin darle tiempo a nada, se disculpó dos veces. Aquello lo encantó de verdad. Mujeres amables había pocas en París, pero algo en su modo de hablar y el sonrojo que la acompañaba le hacía sospechar que ella era diferente.
— Tendría que ser más cuidadosa, mademoiselle Montcourt. Dicen que las damas perdidas son el postre favorito de los lobos. —rió por sus propias tonterías y entonces cayó en cuenta del abrigo en el suelo. Lo tomó y sacudió un poco, sin devolverlo inmediatamente. Aunque la amabilidad era una de sus virtudes favoritas, la expectación era incluso más tentadora.— Pero claro, yo no soy un lobo. —una sonrisa enigmatica nació en sus labios, reemplazando a todas las demás. Ofreció su brazo a la señorita y se inclinó un poco hacia ella, como un gato deseando ser acariciado.
No esperaba realmente un rechazo, y no porque estuviera tan absolutamente seguro de si mismo o porque pensara que ella fuese una mujer fácil. La verdadera razón por la cual avanzó de regreso al teatro con la dama a su lado, fue tener la ventaja de la honestidad. Había una promesa no impresa en su mirada y sus movimientos, una familiaridad muy poco decente que exigía una confianza casi ciega. La preciosa señorita Montcourt podría ser reservada, aventurera, estirada, coqueta, estricta o todas las demás contradicciones posibles, pero no lo averiguaría nunca si no se enfrascaba en una charla con ella. Y deseaba hacerlo.
— Tendrá que perdonar mi falta de modales, mademoiselle, creo que el paso de los años me ha hecho apreciar más el humor que la decencia. —le susurró al oído, despreocupado de lo que pudiera comentar alguien de verlos tan cerca. No quería arruinar la reputación de una dama de tan alta alcurnia, pero la suya estaba tan desprestigiada que podía darse el lujo de cometer ciertas locuras.— Por cierto, llámeme Adrien, por favor.
Adrien Talleyrand- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 13/12/2013
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Re: Sólo tu sonrisa [Priv. Alma]
Solo me hizo falta una breve mirada al joven para caer en la cuenta, de que sus felinos y hipnotizantes ojos no eran como me los imaginaba en mi mente, eran aún mejores. Esos profundos, brillantes y vivos ojos que en una mirada cautivadora podían hacer caer a princesas y reinas de épocas pasadas, cuando en aquellos tiempos ellas lo eran todo y quedar rendidas, de rodillas al gran nuevo rey. Sin poder borrar de mis mejillas el sonrojo que adquirieron cuando justamente lo reconocí como al hombre al que minutos antes había estado mirando de soslayo desde el palco me quedé viendo sus ojos y aquella elegante como pícara sonrisa. Ya no era quizás un joven altanero, no por lo menos de los que acostumbraba a ver en las veladas a las que asistía. Viéndole, me perdí sus movimientos, el cual ya estaba recogiendo mi abrigo. — Oh no... Por favor. Ya puedo recogerlo por mi misma... no hace falta tomarse la molestia. —Mis palabras llegaron tarde pues ya lo tomaba entre sus manos. Suspiré y sonreí — Supongo que la amabilidad marca una gran diferencia, verdad? —Reí suavemente de mi misma, y al escucharle no pude más que reír de su ingenio, tenía sentido del humor y que me hicieran sonreír, siempre me gustaba. — Y tampoco yo, soy una dama perdida, Messier. —Le respondí devolviéndole la sonrisa, al tiempo que tomaba entre mis manos el abrigo que tras con calma me devolvió.
— Muchas gracias por devolverme el abrigo, no tuvo que molestarse y en vez de eso, lo hizo. Eso dice mucho de usted. —Le dije agradecida en una dulce sonrisa, tomando finalmente el abrigo y colgarlo en uno de mis brazos, parar seguidamente volver a posar mi mirada en la ajena, en aquellos vivos ojos que me llamaban. ¿Que tenían que hacían querer perderme en ellos? Absorta en su mirada, reaccioné con lentitud, al no haber visto su ofrecimiento, pero cuando volví mi atención a él y a sus gestos y caí en la cuenta de aquel brazo que me ofrecía, sin dudarlo lo tomé.
Mi sonrisa en ningún momento abandonó mi faz, es más, solo se intensificó en cuanto tras tomarle del brazo, sentí como su cuerpo vibraba, como cuando Lucas, el gato de la cocinera venía pidiendo caricias y las recibía, que con un ronroneo profundo su cuerpo se estremecía. Sin poder contenerme con mi mano acaricié sutilmente su brazo y encontrándonos con que había gente que volvía de la pausa de diez minutos, me apreté mas contra él, permitiendo así el paso a unos ancianos que pasaron por mi lado.
Al sentirle tan cerca volví a sonrojarme, no obstante nada fue comparado como cuando sentí su aliento junto a mi oído, enviando un escalofrío a mi espalda, al sentir aquel cosquilleo en mi tierna piel. Sobreponiéndome, le miré de soslayo y sonreí, volviendo mi atención a nuestro alrededor que cada vez se abarrotaba más de gente nuevamente. — Tendrá que sentirse perdonado, que no encuentro queja alguna de sus modales. Todo lo contrario. Y por favor siga siendo así, nunca hay que perder el humor y en muchas ocasiones se pierde. —Añadí en una leve sonrisa. — Adrien... —Murmuré en un dulce tono de voz. — Es todo un placer Adrien, llamadme Alma también por favor. —Le miré y sonrojada por aquella mirada tan intensa, la aparté encontrándome que justo habíamos llegado a la puerta principal de acceso a las butacas.
— Tengo un palco esperándome solitario y frío... si pudiera acompañarme. Podríamos ver juntos la segunda parte de la obra. — Le rogué con la mirada, negada a volver de donde había salido para encontrarme sola de nuevo, como en mi propia casa, que sin mi hermana solo se respiraba una intensa ausencia. Suspiré y le miré esperando que aceptara mi ruego y me brindara su compañía, cuando viéndole aquel brillo de ojos, se me ocurrió una gran idea. Muchos me tacharían de impulsiva, era consciente de aquello, pero que más daba. Apenas salía de la mansión, debía aprovechar aquella libertad y hacer lo que realmente mi corazón aclamaba. Y hoy no quería ser Alma de Montcuort, hoy solo quería ser alma, la joven aventurera. — Cambio de planes...—Le interrumpí con un nuevo brillo en mi mirada. — No quiero volver a aquel lugar cerrado. — Me expliqué en una gran sonrisa. — Hoy quiero ser otra joven más que acude al teatro...Adrien. Quizás podamos encontrar algún asiento libre para mí al lado de su butaca... No le parece? — Me la estaba arriesgando, bien podría ahora parecerle una joven traviesa e indisciplinada que no entendí el lugar que me correspondía, pero para mí aquello carecía de sentido. Demasiadas noches había deseado no ser privilegiada...y hoy esta noche, solo quería ser Alma y conocer a aquel joven que me miraba complacido. Apreté su brazo y le sonreí indicando con la cabeza la puerta de entrada. ¿Vamos? Pensé con los ojos brillantes, esperando que aceptara y pudiésemos encontrar asientos para nosotros. A malas siempre nos quedaría el palco… ¿no?
— Muchas gracias por devolverme el abrigo, no tuvo que molestarse y en vez de eso, lo hizo. Eso dice mucho de usted. —Le dije agradecida en una dulce sonrisa, tomando finalmente el abrigo y colgarlo en uno de mis brazos, parar seguidamente volver a posar mi mirada en la ajena, en aquellos vivos ojos que me llamaban. ¿Que tenían que hacían querer perderme en ellos? Absorta en su mirada, reaccioné con lentitud, al no haber visto su ofrecimiento, pero cuando volví mi atención a él y a sus gestos y caí en la cuenta de aquel brazo que me ofrecía, sin dudarlo lo tomé.
Mi sonrisa en ningún momento abandonó mi faz, es más, solo se intensificó en cuanto tras tomarle del brazo, sentí como su cuerpo vibraba, como cuando Lucas, el gato de la cocinera venía pidiendo caricias y las recibía, que con un ronroneo profundo su cuerpo se estremecía. Sin poder contenerme con mi mano acaricié sutilmente su brazo y encontrándonos con que había gente que volvía de la pausa de diez minutos, me apreté mas contra él, permitiendo así el paso a unos ancianos que pasaron por mi lado.
Al sentirle tan cerca volví a sonrojarme, no obstante nada fue comparado como cuando sentí su aliento junto a mi oído, enviando un escalofrío a mi espalda, al sentir aquel cosquilleo en mi tierna piel. Sobreponiéndome, le miré de soslayo y sonreí, volviendo mi atención a nuestro alrededor que cada vez se abarrotaba más de gente nuevamente. — Tendrá que sentirse perdonado, que no encuentro queja alguna de sus modales. Todo lo contrario. Y por favor siga siendo así, nunca hay que perder el humor y en muchas ocasiones se pierde. —Añadí en una leve sonrisa. — Adrien... —Murmuré en un dulce tono de voz. — Es todo un placer Adrien, llamadme Alma también por favor. —Le miré y sonrojada por aquella mirada tan intensa, la aparté encontrándome que justo habíamos llegado a la puerta principal de acceso a las butacas.
— Tengo un palco esperándome solitario y frío... si pudiera acompañarme. Podríamos ver juntos la segunda parte de la obra. — Le rogué con la mirada, negada a volver de donde había salido para encontrarme sola de nuevo, como en mi propia casa, que sin mi hermana solo se respiraba una intensa ausencia. Suspiré y le miré esperando que aceptara mi ruego y me brindara su compañía, cuando viéndole aquel brillo de ojos, se me ocurrió una gran idea. Muchos me tacharían de impulsiva, era consciente de aquello, pero que más daba. Apenas salía de la mansión, debía aprovechar aquella libertad y hacer lo que realmente mi corazón aclamaba. Y hoy no quería ser Alma de Montcuort, hoy solo quería ser alma, la joven aventurera. — Cambio de planes...—Le interrumpí con un nuevo brillo en mi mirada. — No quiero volver a aquel lugar cerrado. — Me expliqué en una gran sonrisa. — Hoy quiero ser otra joven más que acude al teatro...Adrien. Quizás podamos encontrar algún asiento libre para mí al lado de su butaca... No le parece? — Me la estaba arriesgando, bien podría ahora parecerle una joven traviesa e indisciplinada que no entendí el lugar que me correspondía, pero para mí aquello carecía de sentido. Demasiadas noches había deseado no ser privilegiada...y hoy esta noche, solo quería ser Alma y conocer a aquel joven que me miraba complacido. Apreté su brazo y le sonreí indicando con la cabeza la puerta de entrada. ¿Vamos? Pensé con los ojos brillantes, esperando que aceptara y pudiésemos encontrar asientos para nosotros. A malas siempre nos quedaría el palco… ¿no?
Alma Montcourt- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/04/2013
Edad : 32
Localización : Entre bailes y tempestades
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Re: Sólo tu sonrisa [Priv. Alma]
Una mujer agradecida que sabía apreciar la amabilidad y, ¿por qué no decirlo?, el sentido del humor. No era sólo una cara bonita o una dama a la que se le pudiera juzgar por el número de joyas que cargaba encima; tampoco decían mucho sus modales (aunque estos eran impecables) o la posición social que pudiera presumir. Todo esto le parecían al hombre de felinos instintos meras apariencias. Él conocía muy bien el gusto de la sociedad por camuflarse como intrascendentes pavo-reales. La gente solía ser muy vanidosa y superficial, y aunque no le molestaba, tendía a aburrirlo. Esa tarde en el teatro, por otro lado, se volvía más y más interesante conforme pasaba el tiempo y contemplaba los brillantes ojos castaños de Alma. No es que sólo fuera hermosa; había una pureza en ella que lo alentaba a jugar como un pequeño minino que en cualquier momento puede sacar las garras. Era la tentación de ser tan malo y bueno como pudiera.
Sin embargo, hubo un momento de tensión. Ella lo invitaba al palco privado en el que antes se encontraba y esa no era una gran idea. Sí, deseaba conocerla más y no podía negar que sus bajos instintos estarían encantados de tenerla a solas para ser tan malvado como su oscura naturaleza así lo quisiera, pero en realidad, tenía el firme anhelo de verla sonreír. Quería ver esas mejillas sonrojarse una y otra vez, pero no de la manera en la que podría ser de obligarla. No quería, tendría que rechazarla. No podía verse en la ocasión de hacerle daño...
— Alma, yo... —se interrumpió. O mejor dicho, ella lo hizo. Le arrancó una buena sonrisa cuando decidió cambiar de planes, y Adrien sólo pudo reconocer el alivio en su pecho al suspirar. Podía estar con ella un poco más, podía ser un "humano" frente a ella y no una bestia egoísta. ¡Que oportunidad le había dado esa mujer! Y probablemente ni estuviera enterada. Le pareció encantadora, aun así.— Me parece una estupenda idea. —murmuró con gracia, aunque su voz seguía sonando como la de un hombre después de beber una taza de café y brandy. Sin duda alguna, el mayor de los Talleyrand era una mezcla idónea entre la madurez y la juventud.
Se inclinó un poco hacia la castaña y le dedicó una confiable sonrisa. "Ven y di una vez más mi nombre", parecía decir esa sonrisa.— Le aseguro, señorita Alma, que para mi no es más que una mujer en el teatro. —le explicó con amabilidad. El brazo que ella sujetaba ahora era un ancla de perfecta seguridad, por lo cual no demoró en andar de regreso al teatro, justo donde se había sentado en un principio. — Sin embargo, da la casualidad de que no es como el resto de las mujeres aquí. —dijo con seriedad, como si se refiriera a su apellido o fortuna. Pasados unos segundos de tensión, rió a lo bajo y acarició la mano que le sostenía.— Usted es más dulce y pura. Disculpe que siga bromeando, quiero aparentar ser todo un rufián...
Cuando hubiesen llegado, si bien a Adrien no le hubiese sorprendido recibir alguna elegante bofetada, le tendió un asiento cualquiera a la dama, mientras él se sentaba al lado. El teatro no estaba muy lleno, por lo que a nadie le importaría ocupar asientos distintos. El hombre de los binoculares alcanzó a verlos y les obsequió un saludo muy amable, casi risueño. El ojiazul no podía sino reírse de sí mismo.
— Le aseguro que no tiene tan buena vista como su palco, Alma. —siguió repitiendo su nombre, como si no hubiese apelativo más agradable para él. Ya sentados, buscó entre su saco y sacó a relucir un pequeño lente circular al que le extendió a la dama.— Pero quizás esto le acomode.— y dejó que la obra siguiera corriendo cuando todo mundo volvió a sus asientos, pero desde ese momento, él no supo que ocurría con los desafortunados amantes en el escenario. No escuchaba la orquesta ni se deleitaba con los escenarios. Sólo podía apreciar y memorizar los detalles en el perfil de Alma.
Sin embargo, hubo un momento de tensión. Ella lo invitaba al palco privado en el que antes se encontraba y esa no era una gran idea. Sí, deseaba conocerla más y no podía negar que sus bajos instintos estarían encantados de tenerla a solas para ser tan malvado como su oscura naturaleza así lo quisiera, pero en realidad, tenía el firme anhelo de verla sonreír. Quería ver esas mejillas sonrojarse una y otra vez, pero no de la manera en la que podría ser de obligarla. No quería, tendría que rechazarla. No podía verse en la ocasión de hacerle daño...
— Alma, yo... —se interrumpió. O mejor dicho, ella lo hizo. Le arrancó una buena sonrisa cuando decidió cambiar de planes, y Adrien sólo pudo reconocer el alivio en su pecho al suspirar. Podía estar con ella un poco más, podía ser un "humano" frente a ella y no una bestia egoísta. ¡Que oportunidad le había dado esa mujer! Y probablemente ni estuviera enterada. Le pareció encantadora, aun así.— Me parece una estupenda idea. —murmuró con gracia, aunque su voz seguía sonando como la de un hombre después de beber una taza de café y brandy. Sin duda alguna, el mayor de los Talleyrand era una mezcla idónea entre la madurez y la juventud.
Se inclinó un poco hacia la castaña y le dedicó una confiable sonrisa. "Ven y di una vez más mi nombre", parecía decir esa sonrisa.— Le aseguro, señorita Alma, que para mi no es más que una mujer en el teatro. —le explicó con amabilidad. El brazo que ella sujetaba ahora era un ancla de perfecta seguridad, por lo cual no demoró en andar de regreso al teatro, justo donde se había sentado en un principio. — Sin embargo, da la casualidad de que no es como el resto de las mujeres aquí. —dijo con seriedad, como si se refiriera a su apellido o fortuna. Pasados unos segundos de tensión, rió a lo bajo y acarició la mano que le sostenía.— Usted es más dulce y pura. Disculpe que siga bromeando, quiero aparentar ser todo un rufián...
Cuando hubiesen llegado, si bien a Adrien no le hubiese sorprendido recibir alguna elegante bofetada, le tendió un asiento cualquiera a la dama, mientras él se sentaba al lado. El teatro no estaba muy lleno, por lo que a nadie le importaría ocupar asientos distintos. El hombre de los binoculares alcanzó a verlos y les obsequió un saludo muy amable, casi risueño. El ojiazul no podía sino reírse de sí mismo.
— Le aseguro que no tiene tan buena vista como su palco, Alma. —siguió repitiendo su nombre, como si no hubiese apelativo más agradable para él. Ya sentados, buscó entre su saco y sacó a relucir un pequeño lente circular al que le extendió a la dama.— Pero quizás esto le acomode.— y dejó que la obra siguiera corriendo cuando todo mundo volvió a sus asientos, pero desde ese momento, él no supo que ocurría con los desafortunados amantes en el escenario. No escuchaba la orquesta ni se deleitaba con los escenarios. Sólo podía apreciar y memorizar los detalles en el perfil de Alma.
Adrien Talleyrand- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 13/12/2013
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Re: Sólo tu sonrisa [Priv. Alma]
Por suerte parecía, o aquello daba a entender a simple vista, que no le había importado para nada volver a ver el segundo acto conmigo en los asientos, rodeados de los demás visitantes de la obra. Por lo que cuando dijo que le parecía una idea perfecta, le sonreí feliz y encantada con que no pensara que fuera indisciplinada y traviesa me agarré a él con seguridad, dando los primeros pasos hacia de nuevo el teatro en el que veríamos la tan “ansiada” segunda parte, por los que no se hubieran dormido en la primera parte. Reí ante mis pensamientos, encontrándome prestando atención de nuevo a Adrien, quien literalmente me dejó sin respiración unos segundos en los que noté como nunca su cercanía y sus ojos buscando los míos, inclinándose un poco hacia mí. Quizás si era demasiado inocente, pensé viéndole. A pesar de mi edad y mi rango social, cual me permite tener un grande numero de pretendientes, nunca he querido encontrar con quien compartir mi vida, ya que creo y lo que busco es el amor, como el que mis padres se profesaban. Por lo que en materia de hombres, no tenía más experiencia que cortas conversaciones y algún que otro intento de seducción, pero aún nunca había sentido tanta cercanía como con Adrien y menos tras unos pocos minutos de habernos encontrado, con lo cual aún éramos desconocidos en su mayor parte.
—Y para mi es el único Adrien y joven del teatro por igual. —Dije yo también con una sonrisa tras reponerme del encuentro con su mirada, mirándole desconcertada tras que siguiera hablándome. —No le entiendo Adrien… — murmuré sin saber que quería decirme con eso, si quería decirme que ya sabía de mi posición y riqueza, o descubrir más de mi. Mantuve el ceño fruncido hasta que al oírle reír y sentir sus dedos acariciando mi mano, yo también reí, sintiéndome muy torpe e inocente por dejar que algo así tensionara el ambiente entre nosotros. — No sois un Rufián Adrien…. Os podríais vestir de ladrón, que ni así lo seriáis. —El teatro estaba medio vacío por lo que no nos costó nada tomar asiento y ser descubiertos por el señor de antes, quien con los binoculares nos observó y nos saludó. Con una sonrisa le devolví el saludo, terminando por acomodarme al lado de Adrien. —No importan las vistas, es más importante la compañía. —Le contesté con una gran sonrisa sin esperar que me sacase para mi, un pequeño lente circular. Lo tomé y se lo agradecí, justo en el momento justo de que cerraran ligeramente las luces, quedándose unas pocas abiertas, pero las suficientes para poder ver, y empezar la obra.
Con el lente, empecé a mirar. A veces sonreía o reía muy suavemente, no hacía mucha gracia la obra pero parecía ser por lo menos divertida y la risa de la gente se terminaba contagiando un poco. Pero no fueron las risas las que me sonsacaron del teatro, si no la sensación de sentirme observada y ver con verdadero sonrojo como los ojos de Adrien se pegaban a mi perfil.
— Deberíais dejarme de mirar de esa forma, por lo menos si no deseáis que permanezca toda la noche enrojecida por la culpa de vuestros ojos y sonrisa. —Admití en una dulce sonrisa, mirándole sonrojada, sabiéndome admirada desde los inicios de la obra y yo andaba con aquel instrumento intentando reanudar la obra, ya que la primera parte apenas la había visto, más que con ojos cansados y aburridos. Reí nuevamente y negué con la cabeza. — Sabéis? Cualquiera que nos vea puede pensar que no sois más que un lobo y yo vuestra cena. —Dije riendo suavemente divertida a la vez que maravillada por aquellos felinos ojos, sin saber que cerca me encontraba de ser la presa de un tigre aquella noche.
Volví la vista a la obra, consciente de tener aquellos ojos aún mirándome y sonriendo sentí como mis mejillas seguían con aquel adorable sonrojo producido por él. — Antes de que terminéis comiéndome…decidme, de donde sois? —Dije con una dulce voz girándome nuevamente a él, dejando ya por perdido aquel teatro y pésimos diálogos como actores. Yo lo haría mucho mejor que todos ellos juntos. Y por la práctica en suplantar a mi hermana, podría ser una actriz de las mejores, pero la vida no había elegido aquel camino para mí. — Podría decir que conozco a muchos de los jóvenes, y pese a que París no es mi residencia principal, ni soy francesa, he visto a la mayoría de vista y nunca antes me cruce contigo Adrien. —Fruncí el ceño inconscientemente, intrigada por el misterio que envolvía al joven que seguía mis movimientos de cerca, a mi mismo lado. —Sois de aquí? O extranjero como yo? Vivis cerca…? —Tras unos instantes despues, me mordí el labio y me quedé callada, con una sonrisa de disculpa curvando mis labios. — Siento mucho ser tan curiosa. Es una de mis muchas manías que poseo, y creo que la más insistente. Por lo que Adrien siéntete libre por contestar o no contestarme. —Aclaré con una sonrisa volviendo a morderme el labio, mientras mi mano recorría uno de sus brazos que tenia más cerca, recostado entre nuestras sillas de manera inconsciente. Ya que cuando me azoraba o me ponía nerviosa, para calmarme no había nada más que unas simples caricias como aquellas pudiesen calmarme y adormecerme, y casi inconscientemente de aquella forma le acaricié a él, y viendo en sus ojos lo que le gustaba aquel roce de mis dedos en su piel, tampoco me aparté.
—Y para mi es el único Adrien y joven del teatro por igual. —Dije yo también con una sonrisa tras reponerme del encuentro con su mirada, mirándole desconcertada tras que siguiera hablándome. —No le entiendo Adrien… — murmuré sin saber que quería decirme con eso, si quería decirme que ya sabía de mi posición y riqueza, o descubrir más de mi. Mantuve el ceño fruncido hasta que al oírle reír y sentir sus dedos acariciando mi mano, yo también reí, sintiéndome muy torpe e inocente por dejar que algo así tensionara el ambiente entre nosotros. — No sois un Rufián Adrien…. Os podríais vestir de ladrón, que ni así lo seriáis. —El teatro estaba medio vacío por lo que no nos costó nada tomar asiento y ser descubiertos por el señor de antes, quien con los binoculares nos observó y nos saludó. Con una sonrisa le devolví el saludo, terminando por acomodarme al lado de Adrien. —No importan las vistas, es más importante la compañía. —Le contesté con una gran sonrisa sin esperar que me sacase para mi, un pequeño lente circular. Lo tomé y se lo agradecí, justo en el momento justo de que cerraran ligeramente las luces, quedándose unas pocas abiertas, pero las suficientes para poder ver, y empezar la obra.
Con el lente, empecé a mirar. A veces sonreía o reía muy suavemente, no hacía mucha gracia la obra pero parecía ser por lo menos divertida y la risa de la gente se terminaba contagiando un poco. Pero no fueron las risas las que me sonsacaron del teatro, si no la sensación de sentirme observada y ver con verdadero sonrojo como los ojos de Adrien se pegaban a mi perfil.
— Deberíais dejarme de mirar de esa forma, por lo menos si no deseáis que permanezca toda la noche enrojecida por la culpa de vuestros ojos y sonrisa. —Admití en una dulce sonrisa, mirándole sonrojada, sabiéndome admirada desde los inicios de la obra y yo andaba con aquel instrumento intentando reanudar la obra, ya que la primera parte apenas la había visto, más que con ojos cansados y aburridos. Reí nuevamente y negué con la cabeza. — Sabéis? Cualquiera que nos vea puede pensar que no sois más que un lobo y yo vuestra cena. —Dije riendo suavemente divertida a la vez que maravillada por aquellos felinos ojos, sin saber que cerca me encontraba de ser la presa de un tigre aquella noche.
Volví la vista a la obra, consciente de tener aquellos ojos aún mirándome y sonriendo sentí como mis mejillas seguían con aquel adorable sonrojo producido por él. — Antes de que terminéis comiéndome…decidme, de donde sois? —Dije con una dulce voz girándome nuevamente a él, dejando ya por perdido aquel teatro y pésimos diálogos como actores. Yo lo haría mucho mejor que todos ellos juntos. Y por la práctica en suplantar a mi hermana, podría ser una actriz de las mejores, pero la vida no había elegido aquel camino para mí. — Podría decir que conozco a muchos de los jóvenes, y pese a que París no es mi residencia principal, ni soy francesa, he visto a la mayoría de vista y nunca antes me cruce contigo Adrien. —Fruncí el ceño inconscientemente, intrigada por el misterio que envolvía al joven que seguía mis movimientos de cerca, a mi mismo lado. —Sois de aquí? O extranjero como yo? Vivis cerca…? —Tras unos instantes despues, me mordí el labio y me quedé callada, con una sonrisa de disculpa curvando mis labios. — Siento mucho ser tan curiosa. Es una de mis muchas manías que poseo, y creo que la más insistente. Por lo que Adrien siéntete libre por contestar o no contestarme. —Aclaré con una sonrisa volviendo a morderme el labio, mientras mi mano recorría uno de sus brazos que tenia más cerca, recostado entre nuestras sillas de manera inconsciente. Ya que cuando me azoraba o me ponía nerviosa, para calmarme no había nada más que unas simples caricias como aquellas pudiesen calmarme y adormecerme, y casi inconscientemente de aquella forma le acaricié a él, y viendo en sus ojos lo que le gustaba aquel roce de mis dedos en su piel, tampoco me aparté.
Alma Montcourt- Humano Clase Alta
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