AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
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Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
La fiesta ya llevaba un par de horas cuando Héctor Lebeau-Fortier hizo su aparición. Jamás llegaba solo a un evento y jamás se iba solo. No necesariamente con la misma compañía.
A pesar de que se había quedado anclado a comienzos de la treintena, su espíritu contaba ya varias edades del mundo. Cualquier tiempo pasado fue mejor a sus ojos. Sobre todo, aquel tiempo en que su poder era absoluto, antes de la caída, antes del surgir de los Dioses, antes de que Zeus ocupara el Olimpo, antes de que fuera relegado por el Dios de los cristianos, antes de Egipto, antes de Roma. Cuando el Cielo abrazaba a la Tierra y la fecundaba para ver nacer a sus vástagos.
Vestido de gala, como requería la ocasión, el vampiro subió las escalinatas principales del palacete de Edmund Von Zumbusch, otro de los vampiros bien posicionados de la sociedad parisina. Von Zumbusch contaba con mil trescientos ochenta y dos años, ocultos tras la apariencia de un hombre maduro, cercano al medio siglo, con las sienes grises y arrugas que marcaban sus expresiones. Pero las mujeres lo encontraban muy interesante. Quizás por ese deje rudo que conservaba al hablar, decidido a no perder sus orígenes bárbaros.
Sus fiestas eran ocasiones marcadas en rojo en el calendario. Se preparaban con la suficiente antelación para que todo fuera perfecto. Los invitados eran cuidadosamente seleccionados y acomodados en las mesas, de forma que se pudieran favorecer o entorpecer encuentros. Había una suave música dando ambiente, un cuarteto de cuerda que amenizaba la velada con piezas clásicas, mientras los asistentes se divertían.
Si los inocentes ojos de los humanos presenciaran lo que ocurría en aquellos salones pulcramente engalanados, se alimentarían las pesadillas durante generaciones. Porque no debía olvidarse que eran los hijos de Caín los que se juntaban, los amos de la noche, los que degustaban la sangre, roja y caliente, directamente de las venas, notando la salida lenta y constante.
No escatimaba en alcohol. Vinos cuidadosamente elegidos. Licores traídos de los rincones más inesperados del mundo. Viandas que llenaban bandejas y bandejas, a pesar de que la mayoría no serían consumidas por los invitados.
Oh, pero ahí estaba la cuestión… Además de los agasajados había otras almas vagando por los salones. Con prendas sencillas, de color rojo sangre, atraídos con la promesa de una vida eterna que ninguno vería al día siguiente. Jovencitos engañados, hombres y mujeres desesperados por salir de sus hastiadas vidas de miseria. Estaban allí para ser devorados y sucumbir al placer. Sería la última noche de sus vidas, pero no podría ser más perfecta. Comida y bebida infinitas, música, drogas, sexo.
De nada faltaba en aquella mansión.
Cuando las puertas se abrieron para dejar pasar a Hector, la chiquilla de Von Zumbusch, una preciosidad rubia, de labios carnosos, que se había congelado en los veintitrés años, le dedicó una sonrisa.
-Bienvenido, Monsieur Lebeau-Fortier.
-Gracias, Olya. Estás espectacular hoy. ¿Vestido nuevo? Es de un gusto exquisito.
-Edmund me lo ha regalado para la ocasión. Un capricho.
Porque además de ser su protegida, Olga era la amante del señor de la casa. Llevaba trescientos años a su lado, desde que él mismo la convirtió en lo que era. Y aunque ambos conocían otras camas, siempre regresaban el uno al otro.
-Ha sido una elección muy acertada. Aunque tú no necesitas la belleza de un vestido para que todos admiremos tus encantos. -Encantos que él conocía más allá de la tela, por supuesto. Pero eso no era ningún secreto y jamás lo había usado como ofensa para sus anfitriones-. Pensé en traerte flores, últimamente está muy de moda. Pero he pensado que este obsequio era mucho más apropiado.
Con un fluido movimiento, tomó la mano enguantada que reposaba en su brazo y tiró de ella para obligar a su acompañante a dar un paso hacia adelante y quedar expuesta ante los ojos de la rusa, que centellearon con diversión. Recorrieron el cuerpo de la mujer que había llegado con Hector, enfundada en un ajustado vestido rojo sangre, con el escote en uve, pronunciado, adornado su cuello con una fina gargantilla de terciopelo negro, de dos centímetros de ancho, que se cerraba con un lazo largo en su nuca, cayendo ambos cabos hasta la mitad de su espalda desnuda.
-A Edmund le encantará –apreció la rubia, acariciando el detalle de terciopelo.
-Tiene otro lazo igual en otro sitio –le susurró al oído-. Estoy seguro de que te encantará descubrirlo. Y ella disfrutará tanto que se lo quites como cuando yo se lo he puesto. Ahora, mi querida Olya… ¿pasamos al salón? Quiero saludar a Edmund.
A pesar de que se había quedado anclado a comienzos de la treintena, su espíritu contaba ya varias edades del mundo. Cualquier tiempo pasado fue mejor a sus ojos. Sobre todo, aquel tiempo en que su poder era absoluto, antes de la caída, antes del surgir de los Dioses, antes de que Zeus ocupara el Olimpo, antes de que fuera relegado por el Dios de los cristianos, antes de Egipto, antes de Roma. Cuando el Cielo abrazaba a la Tierra y la fecundaba para ver nacer a sus vástagos.
Vestido de gala, como requería la ocasión, el vampiro subió las escalinatas principales del palacete de Edmund Von Zumbusch, otro de los vampiros bien posicionados de la sociedad parisina. Von Zumbusch contaba con mil trescientos ochenta y dos años, ocultos tras la apariencia de un hombre maduro, cercano al medio siglo, con las sienes grises y arrugas que marcaban sus expresiones. Pero las mujeres lo encontraban muy interesante. Quizás por ese deje rudo que conservaba al hablar, decidido a no perder sus orígenes bárbaros.
Sus fiestas eran ocasiones marcadas en rojo en el calendario. Se preparaban con la suficiente antelación para que todo fuera perfecto. Los invitados eran cuidadosamente seleccionados y acomodados en las mesas, de forma que se pudieran favorecer o entorpecer encuentros. Había una suave música dando ambiente, un cuarteto de cuerda que amenizaba la velada con piezas clásicas, mientras los asistentes se divertían.
Si los inocentes ojos de los humanos presenciaran lo que ocurría en aquellos salones pulcramente engalanados, se alimentarían las pesadillas durante generaciones. Porque no debía olvidarse que eran los hijos de Caín los que se juntaban, los amos de la noche, los que degustaban la sangre, roja y caliente, directamente de las venas, notando la salida lenta y constante.
No escatimaba en alcohol. Vinos cuidadosamente elegidos. Licores traídos de los rincones más inesperados del mundo. Viandas que llenaban bandejas y bandejas, a pesar de que la mayoría no serían consumidas por los invitados.
Oh, pero ahí estaba la cuestión… Además de los agasajados había otras almas vagando por los salones. Con prendas sencillas, de color rojo sangre, atraídos con la promesa de una vida eterna que ninguno vería al día siguiente. Jovencitos engañados, hombres y mujeres desesperados por salir de sus hastiadas vidas de miseria. Estaban allí para ser devorados y sucumbir al placer. Sería la última noche de sus vidas, pero no podría ser más perfecta. Comida y bebida infinitas, música, drogas, sexo.
De nada faltaba en aquella mansión.
Cuando las puertas se abrieron para dejar pasar a Hector, la chiquilla de Von Zumbusch, una preciosidad rubia, de labios carnosos, que se había congelado en los veintitrés años, le dedicó una sonrisa.
-Bienvenido, Monsieur Lebeau-Fortier.
-Gracias, Olya. Estás espectacular hoy. ¿Vestido nuevo? Es de un gusto exquisito.
-Edmund me lo ha regalado para la ocasión. Un capricho.
Porque además de ser su protegida, Olga era la amante del señor de la casa. Llevaba trescientos años a su lado, desde que él mismo la convirtió en lo que era. Y aunque ambos conocían otras camas, siempre regresaban el uno al otro.
-Ha sido una elección muy acertada. Aunque tú no necesitas la belleza de un vestido para que todos admiremos tus encantos. -Encantos que él conocía más allá de la tela, por supuesto. Pero eso no era ningún secreto y jamás lo había usado como ofensa para sus anfitriones-. Pensé en traerte flores, últimamente está muy de moda. Pero he pensado que este obsequio era mucho más apropiado.
Con un fluido movimiento, tomó la mano enguantada que reposaba en su brazo y tiró de ella para obligar a su acompañante a dar un paso hacia adelante y quedar expuesta ante los ojos de la rusa, que centellearon con diversión. Recorrieron el cuerpo de la mujer que había llegado con Hector, enfundada en un ajustado vestido rojo sangre, con el escote en uve, pronunciado, adornado su cuello con una fina gargantilla de terciopelo negro, de dos centímetros de ancho, que se cerraba con un lazo largo en su nuca, cayendo ambos cabos hasta la mitad de su espalda desnuda.
-A Edmund le encantará –apreció la rubia, acariciando el detalle de terciopelo.
-Tiene otro lazo igual en otro sitio –le susurró al oído-. Estoy seguro de que te encantará descubrirlo. Y ella disfrutará tanto que se lo quites como cuando yo se lo he puesto. Ahora, mi querida Olya… ¿pasamos al salón? Quiero saludar a Edmund.
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 176
Fecha de inscripción : 12/04/2017
Re: Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
La noche ya había caído hacía un par de horas cuando salí parando a un carruaje donde subirme y que me llevara directa al palacete donde se realizaría aquella fiesta a la que había sido invitada. Hacía tiempo que no iba a una fiesta como esa, había pasado más tiempo viajando por diferentes lugares conociendo el mundo como siempre había querido hacer siendo humana, que en estos viajes me había alejado un poco de lo que era la sociedad vampírica. Había conocido a muchos de ellos durante mis viajes porque era imposible aislarse incluso de esa forma, y cuando salías de noche a cazar era cuando más podías ver a los otros seres que eran como tú, y que iban también en busca de alimento. Siempre me había encontrado con vampiros allá donde iba, así que había conocido a muchos durante los años que me dediqué a vagar por el mundo, aunque siempre habían amistades que surgían y que perduraban en el tiempo aunque no estuvieras en contacto.
Por eso mismo era el motivo que me había llevado ante aquel palacete, la invitación había llegado hacía dos noches, una invitación que debía de admitir que me pareció un tanto extraña porque no hacía mucho tiempo que había vuelto a París y apenas había podido comunicar mí llegada, pero al parecer algunos ya se habían enterado de ella. Y es que, aunque el dueño de aquel palacete fuera Edmund Von Zumbusch, con quien más tenía amistad era con la joven vampira que estaba a su lado desde hacía tantos siglos, Olya. No había sido nunca muy dada a tener amistades vampíricas pero admitía que la joven era a veces como un soplo de aire fresco y nos divertíamos mucho con nuestras charlas. Quizás porque apenas nos llevábamos tan solo un año en la vida real aunque a ella le ganara por casi seis siglos de diferencia, pero con ese espíritu joven que nos caracterizaba a ambas.
Así fue como me planté frente a la puerta escuchando como la música ya sonaba y los invitados estaban repartidos tanto por dentro como por los jardines que este tenía, iba vestida con un vestido elegante en negro que tenía detalles en dorado, con un escote en U que dejaba la mitad de mí espalda al aire, el pelo en un sencillo semi recogido y una gargantilla en negro y dorado a juego con el vestido que iba en mi cuello. Me adentré buscando a esa vampira que hacía tanto tiempo que no veía y a la que no le había notificado mí llegada, pero que de alguna forma sabían que estaba en la ciudad y por eso mismo me había invitado. La encontré junto a Edmund, hablando con un par de hombres de negocios y me acerqué con una sonrisa cuando los ojos de ella se cruzaron con los míos.
-Sunshine, has podido venir –acorté la distancia con una sonrisa, odiaba que me llamara por mí apellido y más cuando teníamos esa confianza- no sabía si ibas a poder venir o no –la recorrí con aquel vestido tan elegante y que le quedaba francamente bien, ensalzando su figura.
-¿Y perderme esta fiesta? No Olya, no iba a perdérmela… además, tenía ganas de verte. Hace mucho tiempo que no nos veíamos –en realidad siglos, pero el tiempo era muy diferente para un vampiro que para un humano. Ella rió levemente y le hizo una seña a Edmund para que se acercara- Señor Von Zumbusch, gracias por invitarme a la fiesta –le hice un gesto educado típico de la alta clase, aunque yo no perteneciera a ella, y lo miré junto a aquella joven que por tanto tiempo llevaban juntos- aunque no sé si ha sido suerte, o es que de verdad sabíais que estaba en la ciudad –él solo sonrió de lado sin contestarme, dejando que fuera yo quien juzgara aquello.
-Es un placer verla, señorita Denveraux. Sabía que a Olya le gustaría que asistiera a la fiesta y no podía dejar pasar la ocasión –uno de los camareros que pasaba por el lugar se acercó para dejarnos un par de copas y cogí una mirando cómo estaba decorado el lugar, con la música sonando de fondo y algunas parejas bailando en mitad de la pista. Seguimos hablando hasta que Olya se disculpó para atender a otro invitado que había llegado dejándonos a los dos hablando en aquel salón, a la espera de que su joven vampira volviera a nuestro encuentro.
Por eso mismo era el motivo que me había llevado ante aquel palacete, la invitación había llegado hacía dos noches, una invitación que debía de admitir que me pareció un tanto extraña porque no hacía mucho tiempo que había vuelto a París y apenas había podido comunicar mí llegada, pero al parecer algunos ya se habían enterado de ella. Y es que, aunque el dueño de aquel palacete fuera Edmund Von Zumbusch, con quien más tenía amistad era con la joven vampira que estaba a su lado desde hacía tantos siglos, Olya. No había sido nunca muy dada a tener amistades vampíricas pero admitía que la joven era a veces como un soplo de aire fresco y nos divertíamos mucho con nuestras charlas. Quizás porque apenas nos llevábamos tan solo un año en la vida real aunque a ella le ganara por casi seis siglos de diferencia, pero con ese espíritu joven que nos caracterizaba a ambas.
Así fue como me planté frente a la puerta escuchando como la música ya sonaba y los invitados estaban repartidos tanto por dentro como por los jardines que este tenía, iba vestida con un vestido elegante en negro que tenía detalles en dorado, con un escote en U que dejaba la mitad de mí espalda al aire, el pelo en un sencillo semi recogido y una gargantilla en negro y dorado a juego con el vestido que iba en mi cuello. Me adentré buscando a esa vampira que hacía tanto tiempo que no veía y a la que no le había notificado mí llegada, pero que de alguna forma sabían que estaba en la ciudad y por eso mismo me había invitado. La encontré junto a Edmund, hablando con un par de hombres de negocios y me acerqué con una sonrisa cuando los ojos de ella se cruzaron con los míos.
-Sunshine, has podido venir –acorté la distancia con una sonrisa, odiaba que me llamara por mí apellido y más cuando teníamos esa confianza- no sabía si ibas a poder venir o no –la recorrí con aquel vestido tan elegante y que le quedaba francamente bien, ensalzando su figura.
-¿Y perderme esta fiesta? No Olya, no iba a perdérmela… además, tenía ganas de verte. Hace mucho tiempo que no nos veíamos –en realidad siglos, pero el tiempo era muy diferente para un vampiro que para un humano. Ella rió levemente y le hizo una seña a Edmund para que se acercara- Señor Von Zumbusch, gracias por invitarme a la fiesta –le hice un gesto educado típico de la alta clase, aunque yo no perteneciera a ella, y lo miré junto a aquella joven que por tanto tiempo llevaban juntos- aunque no sé si ha sido suerte, o es que de verdad sabíais que estaba en la ciudad –él solo sonrió de lado sin contestarme, dejando que fuera yo quien juzgara aquello.
-Es un placer verla, señorita Denveraux. Sabía que a Olya le gustaría que asistiera a la fiesta y no podía dejar pasar la ocasión –uno de los camareros que pasaba por el lugar se acercó para dejarnos un par de copas y cogí una mirando cómo estaba decorado el lugar, con la música sonando de fondo y algunas parejas bailando en mitad de la pista. Seguimos hablando hasta que Olya se disculpó para atender a otro invitado que había llegado dejándonos a los dos hablando en aquel salón, a la espera de que su joven vampira volviera a nuestro encuentro.
Tabitha Denveraux- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 374
Fecha de inscripción : 18/10/2015
Localización : París
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
Las puertas del salón se abrieron bajo el suave empuje de Olga. Sin hacer ruido, perfectamente engrasadas sus bisagras. La música no dejó de sonar y los invitados no prestaron atención al recién llegado. Salvo aquellos que estaban lo bastante cerca para percatarse al instante de que uno de los antiguos había hecho acto de presencia. No eran muchos los vampiros que pasaban los cinco mil años y, por ello, siempre generaban revuelo.
Hector esbozó una sonrisa. Supuso que algo similar sentirían los actores de una obra de teatro al moverse entre el público. Todo el mundo sabía quienes eran, pero para ellos sólo eran caras en la multitud. Pues algo parecido cruzaba la mente del vampiro. Reconocía a parte de ellos; algún miembro del Consejo, algún vampiro bien posicionado, los acólitos de Von Zumbusch, algún otro que mejor no especificar de qué conocía. Pero otros eran perfectos desconocidos.
Sin importarle lo más mínimo ese detalle, avanzó hacia el interior, siguiendo a la rusa. Su acompañante -o mejor dicho, su regalo- iba tras él, como si la llevaran al lugar más maravilloso del mundo. Cualquiera de los presentes que tuviera habilidades mentales se daría cuenta del control que ejercía el vampiro sobre la humana. Una onda sutil que sometía su voluntad. Para él era tan sencillo... Porque la mente había sido su poder desde tiempos inmemoriales. Y lejos de menguar, se había fortalecido con los años.
Olga avanzó por el pasillo que inconscientemente habían abierto los presentes hasta Edmund.
-Mira quien nos honra con su presencia, mi señor.
-Ah, mi estimado Hector. -Pocos eran los que tenían derecho a usar su nombre de pila sin que les arrancase la garganta, pero Edmund contaba con ese privilegio. Al igual que con el de invadir su espacio personal sin consecuencias. Ambos hombres se estrecharon en un abrazo corto, pero intenso-. Me alegra que hayas podido venir.
-No me perdería una de tus fiestas. Os he traído un detalle.
-No tenías que haberte molestado.
-No es molestia. -Ante un gesto suyo, la muchacha avanzó hasta detenerse delante del señor de la casa e hizo una reverencia-. No recuerdo su nombre, sabes que soy terrible para recordar esas cosas -sobre todo cuando no tenía el menor interés en ellas.
Edmund rió y le quitó importancia con un gesto de la mano. Hizo girarse a la mujer y tiró lentamente de uno de los extremos de terciopelo como quien le quita el lazo a un regalo. Lo retiró y hendió la piel con los colmillos, saboreando la deliciosa sangre caliente. Un sorbo o dos antes de volver a atar el terciopelo.
-Deliciosa, Hector. Siempre has tenido muy buen gusto para estas cosas.
Con un gesto de la mano, Edmund envió a su regalo con Olga, mientras se mezclaba con Hector entre los presentes, a repartir algunos saludos y charlar un rato. Los temas importantes podían esperar un poco más, que acababa de llegar.
La rusa se llevó a la muchacha con ella, para reunirse con Sunshine, a la que le ofreció un sorbo de aquella deliciosa sangre. Era su regalo y el de Edmund, así que podía hacer con ella lo que quisiera.
-Vamos a divertirnos un poquito -le susurró a su amiga.
En la distancia, Hector, siguiendo a Olga con la mirada, reparó en un rostro que no había visto antes.
-¿Quién es ésa? Su rostro me resulta familiar.
-Es Sunshine Denveraux, una amiga de Olya. No le eches el ojo, viejo zorro.
-Sabes que no es ése mi interés.
-Y, aunque lo fuera, ya hay alguien. Assur Black.
-Interesante...
Hector esbozó una sonrisa. Supuso que algo similar sentirían los actores de una obra de teatro al moverse entre el público. Todo el mundo sabía quienes eran, pero para ellos sólo eran caras en la multitud. Pues algo parecido cruzaba la mente del vampiro. Reconocía a parte de ellos; algún miembro del Consejo, algún vampiro bien posicionado, los acólitos de Von Zumbusch, algún otro que mejor no especificar de qué conocía. Pero otros eran perfectos desconocidos.
Sin importarle lo más mínimo ese detalle, avanzó hacia el interior, siguiendo a la rusa. Su acompañante -o mejor dicho, su regalo- iba tras él, como si la llevaran al lugar más maravilloso del mundo. Cualquiera de los presentes que tuviera habilidades mentales se daría cuenta del control que ejercía el vampiro sobre la humana. Una onda sutil que sometía su voluntad. Para él era tan sencillo... Porque la mente había sido su poder desde tiempos inmemoriales. Y lejos de menguar, se había fortalecido con los años.
Olga avanzó por el pasillo que inconscientemente habían abierto los presentes hasta Edmund.
-Mira quien nos honra con su presencia, mi señor.
-Ah, mi estimado Hector. -Pocos eran los que tenían derecho a usar su nombre de pila sin que les arrancase la garganta, pero Edmund contaba con ese privilegio. Al igual que con el de invadir su espacio personal sin consecuencias. Ambos hombres se estrecharon en un abrazo corto, pero intenso-. Me alegra que hayas podido venir.
-No me perdería una de tus fiestas. Os he traído un detalle.
-No tenías que haberte molestado.
-No es molestia. -Ante un gesto suyo, la muchacha avanzó hasta detenerse delante del señor de la casa e hizo una reverencia-. No recuerdo su nombre, sabes que soy terrible para recordar esas cosas -sobre todo cuando no tenía el menor interés en ellas.
Edmund rió y le quitó importancia con un gesto de la mano. Hizo girarse a la mujer y tiró lentamente de uno de los extremos de terciopelo como quien le quita el lazo a un regalo. Lo retiró y hendió la piel con los colmillos, saboreando la deliciosa sangre caliente. Un sorbo o dos antes de volver a atar el terciopelo.
-Deliciosa, Hector. Siempre has tenido muy buen gusto para estas cosas.
Con un gesto de la mano, Edmund envió a su regalo con Olga, mientras se mezclaba con Hector entre los presentes, a repartir algunos saludos y charlar un rato. Los temas importantes podían esperar un poco más, que acababa de llegar.
La rusa se llevó a la muchacha con ella, para reunirse con Sunshine, a la que le ofreció un sorbo de aquella deliciosa sangre. Era su regalo y el de Edmund, así que podía hacer con ella lo que quisiera.
-Vamos a divertirnos un poquito -le susurró a su amiga.
En la distancia, Hector, siguiendo a Olga con la mirada, reparó en un rostro que no había visto antes.
-¿Quién es ésa? Su rostro me resulta familiar.
-Es Sunshine Denveraux, una amiga de Olya. No le eches el ojo, viejo zorro.
-Sabes que no es ése mi interés.
-Y, aunque lo fuera, ya hay alguien. Assur Black.
-Interesante...
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 176
Fecha de inscripción : 12/04/2017
Re: Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
Olya no tardó demasiado en volver donde estábamos Edmund y donde nos había dejado hacía unos minutos, aunque a quien más conocía y con la que tenía mayor relación era con la joven vampira con la que estaba, siempre me gustaba intercambiar vivencias con vampiros que eran más mayores que yo en años, aunque ella apenas llegara a los cuatro siglos. Más bien la relación que tenía con aquel hombre era algo más formal que la que tenía con la vampira, pero aun así disfrutaba de la presencia del vampiro ya que muchas habían sido las veces que me habían invitado a quedarme con ellos cuando había tenido mí época de recorrer el mundo, y en realidad, se habían portado bastante bien conmigo aun cuando yo no pertenecía a esa sociedad alta que él sí tenía, y siempre me habían tratado como a una igual sin importar el estatus social… esa, y no era, era la razón para que yo estuviera en esa fiesta donde mayormente todos eran de la clase alta, y de lo más alto de la sociedad vampírica.
Olya llegó acompañada esta vez por un vampiro y una joven humana quien llevaba un exquisito vestido rojo, y que se ceñía a cada curva de la joven. Una gargantilla de terciopelo negro adornaba su cuello mientras la joven parecía curiosa y algo fascinada por todo lo que veía a su alrededor, como si estuviera entusiasmada por estar allí, en aquel salón rodeada de tantos vampiros. La joven vampira tomó mí brazo dejando que Edmund recibiera al invitado y nos apartamos un poco buscando algo más de privacidad, no es que me importara hablar delante del vampiro, pero había ciertos temas que quizás no me sintiera demasiado cómoda hablándolo delante de él, porque no tenía esa confianza que tenía con la vampira.
-Me alegro mucho que hayas podido venir, insistí a Edmund en que intentara saber si estabas de nuevo en la ciudad… sé que estabas recorriendo el mundo, supongo que no te quedará mucho por recorrer ¿no es así? –Me reí entre dientes por sus palabras y negué levemente con la cabeza dando un sorbo a la copa que llevaba entre manos.
-La verdad es que no, era algo que siempre quise hacer como humana y ahora que podía ¿por qué privarme? Hay un mundo ahí fuera, Olya, y no me arrepiento de haber viajado todo este tiempo.
-Y dime… ¿cuándo pensabas decírmelo, Sun? –Alzó sus cejas con picardía y la miré sin entender demasiado- Oh vamos, sé con quién estás – esa vez fui yo quien enarcó una ceja, ¿sabía con quién estaba? ¿Cómo lo sabía?
-¿Cómo es que…? –No terminé la pregunta cuando ella rió entre dientes y me hizo un gesto con la mano, como restándole importancia.
-Bueno, no es cualquier vampiro Sun… creo que eso ya lo sabes –ya era lo que me faltaba, que no llevara demasiado en aquella relación con el vampiro y ya lo supiera más de los que me gustaría. De pronto la misma humana que acompañaba al vampiro ahora se había acercado hacia nosotras como si esperara algo por parte de ella, quien no dudó en acercarse a su cuello.
-Es un regalo, Sun… puedes tomar si quieres -ella no perdió el tiempo, sus colmillos asomaron de sus labios y con sutileza los hundió en la carne de la joven humana, quien me miraba como si esperara que yo también lo hiciera. La mano de la vampira tomó mí muñeca como alentándome a que lo hiciera y no quería ser descortés, así que tomé la muñeca de la joven y con una sutileza inusitada mis colmillos perforaron la joven piel, bebiendo de su sangre un par de sorbos antes de soltarla no sin lamer la herida para que la sangre no manchara su vestido, ese tan flamante que llevaba y que captaba la atención de muchos.
-¿Un regalo? –ella sonrió y yo no pregunté mucho más al respecto, mis ojos se fijaron por primera vez en el hombre que estaba con Edmund observándolo durante unos segundos de forma detenida. No sabía por qué, pero me daba la sensación de que había visto a ese mismo vampiro en algún otro lugar… que no llegaba a recordar- Dime Olya, ¿quién es? –Ella siguió mi mirada y sonrió de lado para luego mirarme de vuelta.
-Quien nos ha traído el regalo –la miré y ella prosiguió- Es un antiguo también, se llama Hector, su amistad es con Edmund desde hace muchos siglos. Ven –le hizo un gesto a la humana para que le siguiera, cogió mi mano y tiró de mi a pesar de decirle que no hacía falta hasta que nos plantamos delante de los dos vampiros- Monsieur Lebeau-Fortier, me gustaría presentarle a una vieja amiga; Sunshine Denveraux –mis ojos se fijaron en los suyos y le hice una pequeña reverencia con la cabeza en señal de saludo. Su sola presencia ya imponía bastante, aunque no era la primera vez que estuviera en presencia de un antiguo... parecía que todos te transmitían el mismo sentimiento, como si fueran tremendamente oscuros y peligroso.
-Encantada de conocerle, señor Lebeau-Fortier –señalé con una pequeña sonrisa- me gustaría darle las gracias también por… su presente –le dije mientras en mi memoria intentaba recordar por qué me sonaba el rostro de aquel vampiro, y dónde podría haberlo conocido. Había viajado por todo el mundo, quizás me lo hubiera encontrado en alguno de mis viajes.
Olya llegó acompañada esta vez por un vampiro y una joven humana quien llevaba un exquisito vestido rojo, y que se ceñía a cada curva de la joven. Una gargantilla de terciopelo negro adornaba su cuello mientras la joven parecía curiosa y algo fascinada por todo lo que veía a su alrededor, como si estuviera entusiasmada por estar allí, en aquel salón rodeada de tantos vampiros. La joven vampira tomó mí brazo dejando que Edmund recibiera al invitado y nos apartamos un poco buscando algo más de privacidad, no es que me importara hablar delante del vampiro, pero había ciertos temas que quizás no me sintiera demasiado cómoda hablándolo delante de él, porque no tenía esa confianza que tenía con la vampira.
-Me alegro mucho que hayas podido venir, insistí a Edmund en que intentara saber si estabas de nuevo en la ciudad… sé que estabas recorriendo el mundo, supongo que no te quedará mucho por recorrer ¿no es así? –Me reí entre dientes por sus palabras y negué levemente con la cabeza dando un sorbo a la copa que llevaba entre manos.
-La verdad es que no, era algo que siempre quise hacer como humana y ahora que podía ¿por qué privarme? Hay un mundo ahí fuera, Olya, y no me arrepiento de haber viajado todo este tiempo.
-Y dime… ¿cuándo pensabas decírmelo, Sun? –Alzó sus cejas con picardía y la miré sin entender demasiado- Oh vamos, sé con quién estás – esa vez fui yo quien enarcó una ceja, ¿sabía con quién estaba? ¿Cómo lo sabía?
-¿Cómo es que…? –No terminé la pregunta cuando ella rió entre dientes y me hizo un gesto con la mano, como restándole importancia.
-Bueno, no es cualquier vampiro Sun… creo que eso ya lo sabes –ya era lo que me faltaba, que no llevara demasiado en aquella relación con el vampiro y ya lo supiera más de los que me gustaría. De pronto la misma humana que acompañaba al vampiro ahora se había acercado hacia nosotras como si esperara algo por parte de ella, quien no dudó en acercarse a su cuello.
-Es un regalo, Sun… puedes tomar si quieres -ella no perdió el tiempo, sus colmillos asomaron de sus labios y con sutileza los hundió en la carne de la joven humana, quien me miraba como si esperara que yo también lo hiciera. La mano de la vampira tomó mí muñeca como alentándome a que lo hiciera y no quería ser descortés, así que tomé la muñeca de la joven y con una sutileza inusitada mis colmillos perforaron la joven piel, bebiendo de su sangre un par de sorbos antes de soltarla no sin lamer la herida para que la sangre no manchara su vestido, ese tan flamante que llevaba y que captaba la atención de muchos.
-¿Un regalo? –ella sonrió y yo no pregunté mucho más al respecto, mis ojos se fijaron por primera vez en el hombre que estaba con Edmund observándolo durante unos segundos de forma detenida. No sabía por qué, pero me daba la sensación de que había visto a ese mismo vampiro en algún otro lugar… que no llegaba a recordar- Dime Olya, ¿quién es? –Ella siguió mi mirada y sonrió de lado para luego mirarme de vuelta.
-Quien nos ha traído el regalo –la miré y ella prosiguió- Es un antiguo también, se llama Hector, su amistad es con Edmund desde hace muchos siglos. Ven –le hizo un gesto a la humana para que le siguiera, cogió mi mano y tiró de mi a pesar de decirle que no hacía falta hasta que nos plantamos delante de los dos vampiros- Monsieur Lebeau-Fortier, me gustaría presentarle a una vieja amiga; Sunshine Denveraux –mis ojos se fijaron en los suyos y le hice una pequeña reverencia con la cabeza en señal de saludo. Su sola presencia ya imponía bastante, aunque no era la primera vez que estuviera en presencia de un antiguo... parecía que todos te transmitían el mismo sentimiento, como si fueran tremendamente oscuros y peligroso.
-Encantada de conocerle, señor Lebeau-Fortier –señalé con una pequeña sonrisa- me gustaría darle las gracias también por… su presente –le dije mientras en mi memoria intentaba recordar por qué me sonaba el rostro de aquel vampiro, y dónde podría haberlo conocido. Había viajado por todo el mundo, quizás me lo hubiera encontrado en alguno de mis viajes.
Tabitha Denveraux- Vampiro Clase Media
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Re: Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
Edmund estuvo a punto de reprender a Olga por su interrupción, pero no lo hizo. Héctor había mostrado interés en Sushine y la intervención de la rusa era el momento propicio para presentársela. El señor de la casa dejó que su compañera -porque a falta de otro apelativo mejor, ése era el que más se acercaba a describir la relación que tenían- hiciera las presentaciones.
-El gusto es mío, señorita Denveraux.
El vampiro tomó la mano de Sunshine con la suya y la levantó para acercársela a los labios, con una leve inclinación del cuerpo, que no llegaba a ser una reverencia. No la besó en el dorso, se limitó a acercárselo a la boca. Si respirase, podría sentir su aliento. Pero eso era algo que había dejado atrás hacia mucho tiempo. No lo echaba de menos la mayor parte del tiempo. Sólo cuando miraba la luna y le sobrecogía. Una cualidad de los vampiros, la piel pálida que le recordaba a la plateada luz. Fina ironía.
Héctor había vagados en sus largos siglos por muchos lugares, hablaba varias lenguas. Algo sencillo cuando se las ve nacer. Porque todo había evolucionado desde el latín y el griego y ésos los conocía a la perfección. Luego la influencia bárbara, del norte, o las demás lenguas mediterráneas. Un popurrí que había derivado en todas las lenguas actuales, pero cuyo origen era común. Y para alguien con casi seis mil años... no eran más que dialectos jóvenes, jergas.
Había visitado tantos lugares que podía haberle visto en casi cualquier sitio. Incluso en cualquier museo, porque no podía negarse su origen ante esos rasgos helénicos que portaba. Alguna vez le habían dicho que parecía un dios griego.
-Me alegro de que le guste. Estoy seguro de que usted y Olya sabrán sacarle partido. Diviértanse. Pero no olvide que me tomaré el atrevimiento de invitarla a bailar. Ya que va usted a divertirse con mi "acompañante" -aunque su tono dejaba claro que aquella mujer era el presente, como quien llega con una botella de vino-, no irá a dejarme solo y aburrido toda la velada, ¿no es así?
-El gusto es mío, señorita Denveraux.
El vampiro tomó la mano de Sunshine con la suya y la levantó para acercársela a los labios, con una leve inclinación del cuerpo, que no llegaba a ser una reverencia. No la besó en el dorso, se limitó a acercárselo a la boca. Si respirase, podría sentir su aliento. Pero eso era algo que había dejado atrás hacia mucho tiempo. No lo echaba de menos la mayor parte del tiempo. Sólo cuando miraba la luna y le sobrecogía. Una cualidad de los vampiros, la piel pálida que le recordaba a la plateada luz. Fina ironía.
Héctor había vagados en sus largos siglos por muchos lugares, hablaba varias lenguas. Algo sencillo cuando se las ve nacer. Porque todo había evolucionado desde el latín y el griego y ésos los conocía a la perfección. Luego la influencia bárbara, del norte, o las demás lenguas mediterráneas. Un popurrí que había derivado en todas las lenguas actuales, pero cuyo origen era común. Y para alguien con casi seis mil años... no eran más que dialectos jóvenes, jergas.
Había visitado tantos lugares que podía haberle visto en casi cualquier sitio. Incluso en cualquier museo, porque no podía negarse su origen ante esos rasgos helénicos que portaba. Alguna vez le habían dicho que parecía un dios griego.
-Me alegro de que le guste. Estoy seguro de que usted y Olya sabrán sacarle partido. Diviértanse. Pero no olvide que me tomaré el atrevimiento de invitarla a bailar. Ya que va usted a divertirse con mi "acompañante" -aunque su tono dejaba claro que aquella mujer era el presente, como quien llega con una botella de vino-, no irá a dejarme solo y aburrido toda la velada, ¿no es así?
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
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Re: Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
Olya había aprovechado aquel momento para tirar de mí pese a que me había negado hasta llegar de nuevo frente a aquellos dos hombres que entablaban una conversación ajena a lo que la joven vampira tenía en mente, mientras la humana que el vampiro había llevado como “presente” para ellos la seguía como si fuera ella su ama, y no el vampiro. No era muy difícil adentrarse en la mente de la humana y saber lo que pensaba o sentía, estaba encantada con estar allí, con serle de ayuda a aquel vampiro y parecía hasta complacida con la idea de que pudieran beber de ella, como el regalo que era. Me pregunté si sería una de las esclavas que tendría aquel vampiro, en toda mi existencia si había algo que no había tenido nunca era precisamente eso: esclavos o esclavas de sangre. Me gustaba más disfrutar cazando como la depredadora que era.
Echas las presentaciones me fijé en el rostro del vampiro que me sonaba pero que no llegaba a saber de dónde exactamente, en qué lugar o momento nos habíamos cruzado… porque aunque hubiera visto muchos rostros, el de aquel hombre me sonaba. No lo conocía de nada pero tenía la sensación de que nos habíamos cruzado alguna que otra vez, quizás como yo también había viajado por el mundo y ya se sabía que este era un pañuelo, quizás nunca nos acercamos, pero sí habríamos coincidido varias veces… de lo contrario, no entendía por qué me sonaba tanto.
Hice una leve referencia ante la presentación de la joven vampira y él como todo un caballero, con movimientos gráciles tomó mí mano de forma suave que acercó a su boca, pero sus labios no rozaron mi piel y tampoco sentí aliento sobre esta. Conocía a pocos vampiros que fueran tan antiguos, aunque la gran mayoría de los vampiros solía seguir respirando como una vieja costumbre, al parecer el que tenía frente a mí era uno de los pocos que no lo hacía. Su tono junto con su nombre denotaba que para nada era originario de Francia, así que me pregunté de dónde podría proceder el vampiro. Si me fijaba en sus rasgos diría que podría ser de origen griego o romano, tenía el porte de estos sin duda alguna.
Sonreí ante las palabras del vampiro donde al parecer le gustaba que se disfrutara del regalo que había traído, y sabía sin duda alguna que Olya sacaría partido de aquella joven junto a su señor. Reí levemente entre dientes por ello porque había dado de pleno con sus palabras mirando brevemente a la vampira, para luego mirar al vampiro que tenía frente a mí mientras ella y su señor hablaban entre susurros sobre seguramente algo que solamente les concernía a ellos dos.
-Estoy convencida de que Olya sabrá sacarle partido –mis ojos lo miraron ante las siguientes palabras donde aseguraba que me invitaría a bailar, ya que había disfrutado de aquel regalo. Miré levemente a la humana que permanecía quieta, callada, observando lo que pasaba delante de ella pero como si fuera una completa estatua o estuviera esperando alguna orden, y volví la mirada de vuelta al vampiro- Aceptaré su invitación a bailar con usted cuando decida atreverse a pedírmelo –sonreí de lado por sus palabras- no creo que sea usted el único que se quede solo en la fiesta –dije mirando levemente a mí amiga y su señor, sabiendo que también tendrían más invitados que atender y salvo ellos dos yo no conocía a nadie. La vampira se acercó y rodeó mi brazo con el suyo, disculpándose con el vampiro por haberlos interrumpido en su conversación ante su intromisión al querer presentarnos, y nos disculpó alegando que teníamos cosas de las que hablar, a lo que yo me reí levemente divertida por sus palabras, que sonaban como una niña pequeña disculpándose por una travesura. Mis ojos volvieron a fijarse en el vampiro e hice otra leve reverencia- Cuando quiera, Monsieur Lebeau-Fortier, esperaré su invitación para bailar –le sonreí antes de que Olya tirara de mí dejándoles solos hablando, como antes de que los interrumpiera, y nos salimos a uno de los balcones estando ambas solas, junto con la joven humana que nos seguía donde fuéramos. Olya no dudó en volver a beber de su cuello y yo me negué levemente, me había alimentado antes de acudir a la fiesta- Y dime, no es de aquí ¿verdad? –Ella negó con la cabeza y sonreí de lado sabiendo que no iba a decírmelo- ¿Roma? –Pregunté a lo que se echó a reír levemente y volvió a negar- Está bien, tiene que ser Griego entonces.
-¿Cómo lo sabes tan segura? –Preguntó acercándose a la barandilla de la balconada, donde yo estaba apoyada mientras la música sonaba en el interior y la gente seguía bailando. Esa vez fui yo la que rió
-Por sus rasgos, son muy característicos y tiene todo el porte de los propios. Cuando viajas descubres infinidad de cosas, querida amiga, entre ellas a apreciar los rasgos de las diferentes culturas y países –ella rió y allí nos quedamos hablando de diferentes cosas poniéndonos al día después de estar sin vernos durante tanto tiempo.
Echas las presentaciones me fijé en el rostro del vampiro que me sonaba pero que no llegaba a saber de dónde exactamente, en qué lugar o momento nos habíamos cruzado… porque aunque hubiera visto muchos rostros, el de aquel hombre me sonaba. No lo conocía de nada pero tenía la sensación de que nos habíamos cruzado alguna que otra vez, quizás como yo también había viajado por el mundo y ya se sabía que este era un pañuelo, quizás nunca nos acercamos, pero sí habríamos coincidido varias veces… de lo contrario, no entendía por qué me sonaba tanto.
Hice una leve referencia ante la presentación de la joven vampira y él como todo un caballero, con movimientos gráciles tomó mí mano de forma suave que acercó a su boca, pero sus labios no rozaron mi piel y tampoco sentí aliento sobre esta. Conocía a pocos vampiros que fueran tan antiguos, aunque la gran mayoría de los vampiros solía seguir respirando como una vieja costumbre, al parecer el que tenía frente a mí era uno de los pocos que no lo hacía. Su tono junto con su nombre denotaba que para nada era originario de Francia, así que me pregunté de dónde podría proceder el vampiro. Si me fijaba en sus rasgos diría que podría ser de origen griego o romano, tenía el porte de estos sin duda alguna.
Sonreí ante las palabras del vampiro donde al parecer le gustaba que se disfrutara del regalo que había traído, y sabía sin duda alguna que Olya sacaría partido de aquella joven junto a su señor. Reí levemente entre dientes por ello porque había dado de pleno con sus palabras mirando brevemente a la vampira, para luego mirar al vampiro que tenía frente a mí mientras ella y su señor hablaban entre susurros sobre seguramente algo que solamente les concernía a ellos dos.
-Estoy convencida de que Olya sabrá sacarle partido –mis ojos lo miraron ante las siguientes palabras donde aseguraba que me invitaría a bailar, ya que había disfrutado de aquel regalo. Miré levemente a la humana que permanecía quieta, callada, observando lo que pasaba delante de ella pero como si fuera una completa estatua o estuviera esperando alguna orden, y volví la mirada de vuelta al vampiro- Aceptaré su invitación a bailar con usted cuando decida atreverse a pedírmelo –sonreí de lado por sus palabras- no creo que sea usted el único que se quede solo en la fiesta –dije mirando levemente a mí amiga y su señor, sabiendo que también tendrían más invitados que atender y salvo ellos dos yo no conocía a nadie. La vampira se acercó y rodeó mi brazo con el suyo, disculpándose con el vampiro por haberlos interrumpido en su conversación ante su intromisión al querer presentarnos, y nos disculpó alegando que teníamos cosas de las que hablar, a lo que yo me reí levemente divertida por sus palabras, que sonaban como una niña pequeña disculpándose por una travesura. Mis ojos volvieron a fijarse en el vampiro e hice otra leve reverencia- Cuando quiera, Monsieur Lebeau-Fortier, esperaré su invitación para bailar –le sonreí antes de que Olya tirara de mí dejándoles solos hablando, como antes de que los interrumpiera, y nos salimos a uno de los balcones estando ambas solas, junto con la joven humana que nos seguía donde fuéramos. Olya no dudó en volver a beber de su cuello y yo me negué levemente, me había alimentado antes de acudir a la fiesta- Y dime, no es de aquí ¿verdad? –Ella negó con la cabeza y sonreí de lado sabiendo que no iba a decírmelo- ¿Roma? –Pregunté a lo que se echó a reír levemente y volvió a negar- Está bien, tiene que ser Griego entonces.
-¿Cómo lo sabes tan segura? –Preguntó acercándose a la barandilla de la balconada, donde yo estaba apoyada mientras la música sonaba en el interior y la gente seguía bailando. Esa vez fui yo la que rió
-Por sus rasgos, son muy característicos y tiene todo el porte de los propios. Cuando viajas descubres infinidad de cosas, querida amiga, entre ellas a apreciar los rasgos de las diferentes culturas y países –ella rió y allí nos quedamos hablando de diferentes cosas poniéndonos al día después de estar sin vernos durante tanto tiempo.
Tabitha Denveraux- Vampiro Clase Media
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Re: Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
Griego. En la total y absoluta expresión de la palabra. Cincelado en mármol cada uno de sus músculos. Sobre todo cuando dejaba que la luz de la luna lo acariciara como una silenciosa y sutil amante, demasiado discreta, demasiado lejana.
Conversó durante un rato con Edmund. Cruzó saludos, cerró un par de tratos. Lo habitual en ese tipo de reuniones. Con discrección, se acercó al cuarteto de cuerda y pidió una pieza. Una melodía suave e íntima, cuyos primeros acordes acompañaron sus pasos hacia Sunshine.
Con la formalidad propia del momento, le ofreció la mano, con una leve reverencia y una afectada sonrisa.
-¿Me concede el honor, señorita?
Había varias parejas que se habían animado a seguir el compás de la música, pero Héctor no las miró. Sus ojos estaban fijos en los de Sunshine. Era su pareja en el momento y sólo tenía ojos para ella. Un caballero jamás miraba a otro lado cuando tenía una mujer en los brazos. Tiró de ella con suavidad, colocando una mano a su espalda. No en su cintura, no entre sus omóplatos, sino justo en el centro de su espalda, el lugar exacto para guiar sutilmente sus movimientos mientras danzaban. Su pulgar dejó una leve caricia sobre la tela de su vestido. La otra mano elevó a de la vampira para acompañar el primer giro.
Empujó el cuerpo de la mujer contra el suyo para fundirse entre las notas. Una pequeña sonrisa adornaba su rostro. No era hombre de grandes expresividades, pero se notaba en ese pequeño gesto que la compañía le era extremadamente agradable.
Cada nota que avanzaba en la canción incrementaba la intimidad del momento, perdidos entre el resto de parejas que bailaban a su alrededor, como figuras difusas que se diluian entre las notas envolventes que apagaban todos los murmullos de la sala.
El final de la pieza supuso un instante de eterno silencio, sus miradas conectadas de una forma tan intensa que el mundo parecía condensarse en el espacio abierto entre sus pupilas. Si perder el contacto visual, Héctor retiró la mano de la espalda de la mujer para atrapar la que mantenía entre sus dedos. Se la llevó a los labios y dejó un beso en sus dedos, sobre los nudillos.
-Gracias, señorita Denveraux. Espero poder disfrutar una vez más de su sonrisa. Es lo mejor de la fiesta.
La canción:
Conversó durante un rato con Edmund. Cruzó saludos, cerró un par de tratos. Lo habitual en ese tipo de reuniones. Con discrección, se acercó al cuarteto de cuerda y pidió una pieza. Una melodía suave e íntima, cuyos primeros acordes acompañaron sus pasos hacia Sunshine.
Con la formalidad propia del momento, le ofreció la mano, con una leve reverencia y una afectada sonrisa.
-¿Me concede el honor, señorita?
Había varias parejas que se habían animado a seguir el compás de la música, pero Héctor no las miró. Sus ojos estaban fijos en los de Sunshine. Era su pareja en el momento y sólo tenía ojos para ella. Un caballero jamás miraba a otro lado cuando tenía una mujer en los brazos. Tiró de ella con suavidad, colocando una mano a su espalda. No en su cintura, no entre sus omóplatos, sino justo en el centro de su espalda, el lugar exacto para guiar sutilmente sus movimientos mientras danzaban. Su pulgar dejó una leve caricia sobre la tela de su vestido. La otra mano elevó a de la vampira para acompañar el primer giro.
Empujó el cuerpo de la mujer contra el suyo para fundirse entre las notas. Una pequeña sonrisa adornaba su rostro. No era hombre de grandes expresividades, pero se notaba en ese pequeño gesto que la compañía le era extremadamente agradable.
Cada nota que avanzaba en la canción incrementaba la intimidad del momento, perdidos entre el resto de parejas que bailaban a su alrededor, como figuras difusas que se diluian entre las notas envolventes que apagaban todos los murmullos de la sala.
El final de la pieza supuso un instante de eterno silencio, sus miradas conectadas de una forma tan intensa que el mundo parecía condensarse en el espacio abierto entre sus pupilas. Si perder el contacto visual, Héctor retiró la mano de la espalda de la mujer para atrapar la que mantenía entre sus dedos. Se la llevó a los labios y dejó un beso en sus dedos, sobre los nudillos.
-Gracias, señorita Denveraux. Espero poder disfrutar una vez más de su sonrisa. Es lo mejor de la fiesta.
La canción:
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
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Re: Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
Olya y yo seguimos hablando en aquel balcón mientras la fiesta seguía dentro y los invitados bailaban en el centro de la pista, aprovechamos ese momento que estábamos a solas para ponernos al día, varios siglos sin vernos daban para muchas cosas. Me hizo varias preguntas sobre Assur y cómo es que estaba con el vampiro, algo que me hizo rodar los ojos y reí de forma divertida ante su curiosidad y sus preguntas con respecto a los dos, a lo que aproveché que ella había sacado el tema para preguntarle cómo sabía que estaba con él, por respuesta obtuve que se encogió de hombros y dijo que había sido por Edmund, que se había enterado a lo que enarqué una ceja por ello sin quedar del todo convencida con sus palabras pero tampoco vi que mintiera en ningún momento, como ella había dicho antes, él era un antiguo y quizá no pasaba tan desapercibido como yo creía.
No sé cuánto tiempo pasó en el que seguíamos hablando disfrutando de la noche cuando la figura de Hector apareció por el balcón, mis ojos se fijaron en él y en la mano que me tendió con la leve reverencia pidiéndome el baile que me había ya me había advertido me pediría. Sonreí tomando su mano asintiendo con la cabeza y me dejé llevar hasta la pista de baile junto a las demás parejas, se puso frente a mí antes de comenzar a bailar, una de sus manos aferró la mía con suavidad y la otra la puso justo en el centro de mi espalda y no en mi cintura, mientras mi otra mano reposaba en su hombro. Con delicadeza me fue guiando y yo me dejé llevar por el ritmo que él imponía, con un movimiento de su mano en la mía hizo que de forma grácil girara para luego volver a posar su mano en mi espalda, acercándome esa vez a su cuerpo.
Como si fuéramos uno nos movíamos por la pista de baile sin importarnos las demás parejas, centrados en la música y en sus ojos que me miraban de forma fija, sin apartar la mirada. Me parecía descortés apartarla yo así que no lo hice mientras la pieza continuaba en el momento álgido, por un momento me olvidé de donde estaba como si estuviéramos rodeados por una burbuja que nos aislaba hasta que la pieza terminó finalmente, dejándonos parados en mitad de la pista. La gente comenzó a aplaudir pero nosotros simplemente nos quedamos parados en la misma posición, hasta que su mano abandonó mi espalda y llevó la otra a sus labios dejando un beso en mis nudillos. Escuché sus palabras y sonreí de lado, haciendo una leve reverencia mientras la siguiente pieza sonaba de nuevo en la sala.
-El placer ha sido mío, señor Lebeau-Fortier –dije mirando hacia el balcón para darme cuenta de que Olya no estaba, y no la veía por la sala. Mi vista volvió de nuevo al vampiro y di un paso atrás solamente para poner algo de distancia sin querer ser descortés en ningún momento- ¿Le apetece tomar una copa conmigo en el balcón? Me temo que nuestros anfitriones nos han abandonado –en aquella fiesta no conocía a nadie salvo a ellos dos y el vampiro era libre de tomar o negar la invitación. Sin prisa alguna fuimos hasta el balcón no sin antes coger una copa de uno de los camareros que había por el salón hasta llegar al lugar. Apoyé mi cadera contra la barandilla y di un trago- No sois de aquí, ¿verdad? Dejadme adivinar… sois griego –sonreí de lado y reí levemente- dudaba entre romano y griego, y he de decir que he partido con un poco de ventaja porque Olya me lo ha dicho –mordí el borde de la copa de vino apoyada contra la barandilla, y finalmente volví a hablar de nuevo- ¿Sabéis? Tengo la sensación de que os he visto antes de esta fiesta, en algún otro lugar… pero no logro ubicarlo. Me he pasado casi toda mi existencia viajando por el mundo, quizás hayamos coincidido en algún momento y por eso me suena vuestro rostro.
No sé cuánto tiempo pasó en el que seguíamos hablando disfrutando de la noche cuando la figura de Hector apareció por el balcón, mis ojos se fijaron en él y en la mano que me tendió con la leve reverencia pidiéndome el baile que me había ya me había advertido me pediría. Sonreí tomando su mano asintiendo con la cabeza y me dejé llevar hasta la pista de baile junto a las demás parejas, se puso frente a mí antes de comenzar a bailar, una de sus manos aferró la mía con suavidad y la otra la puso justo en el centro de mi espalda y no en mi cintura, mientras mi otra mano reposaba en su hombro. Con delicadeza me fue guiando y yo me dejé llevar por el ritmo que él imponía, con un movimiento de su mano en la mía hizo que de forma grácil girara para luego volver a posar su mano en mi espalda, acercándome esa vez a su cuerpo.
Como si fuéramos uno nos movíamos por la pista de baile sin importarnos las demás parejas, centrados en la música y en sus ojos que me miraban de forma fija, sin apartar la mirada. Me parecía descortés apartarla yo así que no lo hice mientras la pieza continuaba en el momento álgido, por un momento me olvidé de donde estaba como si estuviéramos rodeados por una burbuja que nos aislaba hasta que la pieza terminó finalmente, dejándonos parados en mitad de la pista. La gente comenzó a aplaudir pero nosotros simplemente nos quedamos parados en la misma posición, hasta que su mano abandonó mi espalda y llevó la otra a sus labios dejando un beso en mis nudillos. Escuché sus palabras y sonreí de lado, haciendo una leve reverencia mientras la siguiente pieza sonaba de nuevo en la sala.
-El placer ha sido mío, señor Lebeau-Fortier –dije mirando hacia el balcón para darme cuenta de que Olya no estaba, y no la veía por la sala. Mi vista volvió de nuevo al vampiro y di un paso atrás solamente para poner algo de distancia sin querer ser descortés en ningún momento- ¿Le apetece tomar una copa conmigo en el balcón? Me temo que nuestros anfitriones nos han abandonado –en aquella fiesta no conocía a nadie salvo a ellos dos y el vampiro era libre de tomar o negar la invitación. Sin prisa alguna fuimos hasta el balcón no sin antes coger una copa de uno de los camareros que había por el salón hasta llegar al lugar. Apoyé mi cadera contra la barandilla y di un trago- No sois de aquí, ¿verdad? Dejadme adivinar… sois griego –sonreí de lado y reí levemente- dudaba entre romano y griego, y he de decir que he partido con un poco de ventaja porque Olya me lo ha dicho –mordí el borde de la copa de vino apoyada contra la barandilla, y finalmente volví a hablar de nuevo- ¿Sabéis? Tengo la sensación de que os he visto antes de esta fiesta, en algún otro lugar… pero no logro ubicarlo. Me he pasado casi toda mi existencia viajando por el mundo, quizás hayamos coincidido en algún momento y por eso me suena vuestro rostro.
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Re: Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
-Llevo tantos siglos a mis espaldas que creo haber conocido a demasiadas mujeres. Es posible que hayamos coincidido en algún lugar. Pero si hubiese tenido la oportunidad de haber entablado trato con usted, le aseguro que me acordaría. Esa sonrisa suya es difícil de olvidar.
Escondió la sonrisa propia tras la copa de vino tinto. Lo paladeó. Delicioso. Dejó la copa sobre la barandilla de piedra, algo apartada para no correr el riesgo de tirarla y tener que molestarse en entrar a por otra, pero lo suficientemente cerca para tenerla al alcance de la mano.
-Así que la encantadora Olga le habló de mí. Espero que en buenos términos. No me gustaría pasarme el resto de la noche intentando convencerla de que soy un vampiro decente.
Se apoyó en contra la piedra con ambas manos, encarado en la dirección contraria a Sunshine, aunque desplazado a su lado.
-Sí, soy griego, pero hace mucho tiempo que la abandoné. A veces echo de menos Delfos -a diario, en realidad. Delfos, el oráculo, el brillo de la luna y las estrellas visto desde allí-. Pero no pretendo aburrirla con mi sentimentalismo. Es una fiesta y hemos venido a divertirnos. Cuénteme, ¿dónde ha estado usted en mi tierra? Quizás así podamos descubrir si realmente tuve la suerte de encontrarla antes o sólo es que usted me confunde con otra persona.
Escondió la sonrisa propia tras la copa de vino tinto. Lo paladeó. Delicioso. Dejó la copa sobre la barandilla de piedra, algo apartada para no correr el riesgo de tirarla y tener que molestarse en entrar a por otra, pero lo suficientemente cerca para tenerla al alcance de la mano.
-Así que la encantadora Olga le habló de mí. Espero que en buenos términos. No me gustaría pasarme el resto de la noche intentando convencerla de que soy un vampiro decente.
Se apoyó en contra la piedra con ambas manos, encarado en la dirección contraria a Sunshine, aunque desplazado a su lado.
-Sí, soy griego, pero hace mucho tiempo que la abandoné. A veces echo de menos Delfos -a diario, en realidad. Delfos, el oráculo, el brillo de la luna y las estrellas visto desde allí-. Pero no pretendo aburrirla con mi sentimentalismo. Es una fiesta y hemos venido a divertirnos. Cuénteme, ¿dónde ha estado usted en mi tierra? Quizás así podamos descubrir si realmente tuve la suerte de encontrarla antes o sólo es que usted me confunde con otra persona.
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
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Re: Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
No era la primera vez que estaba en presencia de un antiguo, de hecho, aunque se podía notar que lo era acostumbrada a estar con Assur podía notar el pequeño matiz y la pequeña diferencia que había entre ambos, dándole a Assur más años de existencia que al vampiro que tenía frente a mí. A veces me preguntaba cómo había aguantado todos aquellos milenios, yo apenas llegaba casi a los nueve siglos siendo vampira y parecía una eternidad cuando echabas la vista atrás, así que debía de admitir que llegar a tantos siglos era algo bastante asombroso, y más si se llegaba cuerdo y no habías cedido a las demencias de la soledad que ser inmortal provocaban… a veces me preguntaba si yo tampoco sucumbiría, pero teniendo ahora al vampiro a mí lado ¿de qué debía de preocuparme?
Di un trago a la copa mientras dentro la fiesta seguía su curso, la orquesta contratada seguía tocando piezas que amenizaban el ambiente, se podía oír los murmullos de los demás hablando en el interior mientras que fuera donde estábamos los dos reinaba algo más la calma. Si había acudido a la fiesta había sido únicamente para ver a Olga, hacía siglos que no nos veíamos y realmente teníamos muchas cosas que contarnos, claro que no esperaba que me dejara de esa forma, parecía que ambos habíamos sido desplazados un poco por los anfitriones de la fiesta. Pero era algo bastante normal, tenían más invitados que atender y ya había estado bastante tiempo con ella, que era lo importante.
Sonreí de lado por sus palabras, si llevaba tantos siglos como él decía habiendo conocido a tantas mujeres era normal que no recordara algunos de ellos. Yo por el contrario tenía la… habilidad, si es que se podía decir de esa forma, de que recordaba los rostros de las personas que veía, claramente más de los vampiros que de los humanos por lo que me encontraba en la tesitura de que realmente no sabía si lo había visto a él, o el recuerdo era de alguien muy parecido a él y por eso estaba confundida.
-¿Cuán de antiguo es? –Me mordí el labio y negué con la cabeza- Perdonad, olvidad mí pregunta… a veces la curiosidad me puede y no mido mis palabras ni mi osadía –sonreí de lado y cambié rápidamente de tema- Quizás es que si nos hemos cruzado en algún momento, pero es probable que fuera un momento casi efímero y tengamos el recuerdo de forma tan vaga –se había puesto como yo estaba pero de cara a mí, mis ojos contemplaron por un momento el horizonte y la buena noche que nos acompañaba en ese momento. Reí levemente negando con la cabeza- en realidad no me ha dicho mucho más de lo que puede decirme, tenía dudas entre una nacionalidad u otra pero por sus caras al nombrarlas supe exactamente de donde procedía –hice una leve pausa y di otro trago de la copa que ya estaba por la mitad- Oh, ¿es usted un vampiro decente, señor Lebeau-Fortier? –Pregunté con una leve sonrisa, notándose en mis palabras el tono jocoso en broma, dándole un tinte divertido a la conversación- No se preocupe, tan solo me dijo su nombre y que erais amigo de Edmund… -lancé un leve suspiro al hablar del hogar, yo había abandonado París para conocer mundo pero sabía de la sensación que hablaba, volví a mirarlo cuando me preguntó los lugares en los que había estado en su tierra- Tengo por costumbre permanecer un tiempo en cada lugar al que voy, siempre quise conocer mundo y ahora que tengo la oportunidad ¿por qué no? –Pregunté con una leve sonrisa- Grecia es un lugar que me gustó, sus ciudades, su cultura, la mitología con sus dioses, sus titanes, sus leyendas, sus seres mitológicos… he de decir que tiene una gama muy amplia y disfruto con esos detalles. Estuve en Atenas, Mykonos, Delfos también, Tebas… principalmente en esas. Me gusta sumergirme en sus ciudades, en sus gentes, ver de primera mano la vida en cada lugar… antes fui a Roma para ver las diferencias entre una y otra dada su relación en la historia –volví a dar otro trago de la copa y fijé mi vista en él- ¿Y vos, señor Lebeau-Fortier? ¿Qué le ha traído a París? ¿Le gusta a usted mi ciudad? Es muy diferente a Grecia, en muchos sentidos.
Di un trago a la copa mientras dentro la fiesta seguía su curso, la orquesta contratada seguía tocando piezas que amenizaban el ambiente, se podía oír los murmullos de los demás hablando en el interior mientras que fuera donde estábamos los dos reinaba algo más la calma. Si había acudido a la fiesta había sido únicamente para ver a Olga, hacía siglos que no nos veíamos y realmente teníamos muchas cosas que contarnos, claro que no esperaba que me dejara de esa forma, parecía que ambos habíamos sido desplazados un poco por los anfitriones de la fiesta. Pero era algo bastante normal, tenían más invitados que atender y ya había estado bastante tiempo con ella, que era lo importante.
Sonreí de lado por sus palabras, si llevaba tantos siglos como él decía habiendo conocido a tantas mujeres era normal que no recordara algunos de ellos. Yo por el contrario tenía la… habilidad, si es que se podía decir de esa forma, de que recordaba los rostros de las personas que veía, claramente más de los vampiros que de los humanos por lo que me encontraba en la tesitura de que realmente no sabía si lo había visto a él, o el recuerdo era de alguien muy parecido a él y por eso estaba confundida.
-¿Cuán de antiguo es? –Me mordí el labio y negué con la cabeza- Perdonad, olvidad mí pregunta… a veces la curiosidad me puede y no mido mis palabras ni mi osadía –sonreí de lado y cambié rápidamente de tema- Quizás es que si nos hemos cruzado en algún momento, pero es probable que fuera un momento casi efímero y tengamos el recuerdo de forma tan vaga –se había puesto como yo estaba pero de cara a mí, mis ojos contemplaron por un momento el horizonte y la buena noche que nos acompañaba en ese momento. Reí levemente negando con la cabeza- en realidad no me ha dicho mucho más de lo que puede decirme, tenía dudas entre una nacionalidad u otra pero por sus caras al nombrarlas supe exactamente de donde procedía –hice una leve pausa y di otro trago de la copa que ya estaba por la mitad- Oh, ¿es usted un vampiro decente, señor Lebeau-Fortier? –Pregunté con una leve sonrisa, notándose en mis palabras el tono jocoso en broma, dándole un tinte divertido a la conversación- No se preocupe, tan solo me dijo su nombre y que erais amigo de Edmund… -lancé un leve suspiro al hablar del hogar, yo había abandonado París para conocer mundo pero sabía de la sensación que hablaba, volví a mirarlo cuando me preguntó los lugares en los que había estado en su tierra- Tengo por costumbre permanecer un tiempo en cada lugar al que voy, siempre quise conocer mundo y ahora que tengo la oportunidad ¿por qué no? –Pregunté con una leve sonrisa- Grecia es un lugar que me gustó, sus ciudades, su cultura, la mitología con sus dioses, sus titanes, sus leyendas, sus seres mitológicos… he de decir que tiene una gama muy amplia y disfruto con esos detalles. Estuve en Atenas, Mykonos, Delfos también, Tebas… principalmente en esas. Me gusta sumergirme en sus ciudades, en sus gentes, ver de primera mano la vida en cada lugar… antes fui a Roma para ver las diferencias entre una y otra dada su relación en la historia –volví a dar otro trago de la copa y fijé mi vista en él- ¿Y vos, señor Lebeau-Fortier? ¿Qué le ha traído a París? ¿Le gusta a usted mi ciudad? Es muy diferente a Grecia, en muchos sentidos.
Tabitha Denveraux- Vampiro Clase Media
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Re: Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
-Más de lo que puedo recordar, srta Denveraux. Pero déjeme fingir que no soy tan viejo y disfrutar un poco más de su compañía. Ha sido usted un verdadero descubrimiento en esta fiesta. Tendré que convencer a Edmund para que propicie otros encuentros. No me gustaría pasar el resto de la eternidad sin bailar de nuevo con usted en mis brazos.
Aquella voz de barítono que salía de lo más profundo de su pecho, vibraba entre ellos como una caricia al aire. No mentía.
Tampoco había mucho más que contar, pues sus días pasaban en su mansión, evitando el sol, perdido entre las viejas páginas de los libros o disfrutando de improvisadas compañías que dejaban entre sus sábanas algo más que el calor de un cuerpo. En las noches, se perdía entre las calles parisinas, buscando matar el tiempo, a pesar de que sabía que no se podía acabar con él, del mismo modo que no se podía acabar con tantas otras cosas.
-Eso dependerá de lo que usted entienda por decente, mi preciosa señorita -esbozó una sonrisa ladeada, que invitaba a descubrir más sobre ese tópico si así lo deseaba, aunque no necesariamente con palabras. Héctor era un hombre de detalles. Fue el primero en apartar la mirada, elevándola hacia la luna que les acompañaba aquella noche, como una discreta guardiana, la implacable dama de compañía que todo lo veía, pero jamás contaba nada.
-Grecia ha cambiado mucho desde que el mundo fue creado, desde que los titanes tocaron la tierra y la fecundaron, desde que los dioses camparon a sus anchas entre los mortales. Pero seguimos siendo hombres de pasiones, de sangre caliente, mediterráneos, impulsivos y arrojados, capaces de las grandezas más inconmensurables y de las peores traiciones. Fuimos los grandes héroes, los guerreros espartanos, los que acabaron con cíclopes y nadaron entre sirenas sin sucumbir a sus encantos. Fuimos los padres de las ciencias y la filosofía, los que leyeron las estrellas. La Grecia que usted ha conocido es muy distinta a aquella en yo tuve a mis pies. Pero puedo asegurarle que sus gentes siguen siendo tan auténticas como entonces.
No la miró mientras le contaba todo aquello, sino que mantuvo su mirada fija en las estrellas, como si cada una de ellas pudiera contarle una de las historias que durante siglos las habían envuelto. Allí estaba Perseo, el Argos, Cassiopea... Siglos y siglos de historia mitificada en las estrellas. Y tantas de ellas que se habían desvistuado al pasar de boca en boca.
-París es más... refinada, más dulce, como un suave veneno que se cuela bajo la piel y te atrapa en sus encantos. Es más decadente, más oscura y traicionera. Y al mismo tiempo puede teñirse de luz y albergar a las criaturas más hermosas -la miró en ese momento. Estaba claro que el piropo era para ella en concreto-. Los Destinos me trajeron a París, hay algo que busco y que puede que aquí encuentre. Mientras tanto... sigo siempre bajo la misma luna.
Miró el reflejo plateado en su piel. París, Roma, Atenas, Moscú... Daba igual, la luna siempre era la misma, igual que él.
Clavó los ojos en los de Sushine y muy lentamente retiró una gota de licor que había quedado sobre sus labios.
Aquella voz de barítono que salía de lo más profundo de su pecho, vibraba entre ellos como una caricia al aire. No mentía.
Tampoco había mucho más que contar, pues sus días pasaban en su mansión, evitando el sol, perdido entre las viejas páginas de los libros o disfrutando de improvisadas compañías que dejaban entre sus sábanas algo más que el calor de un cuerpo. En las noches, se perdía entre las calles parisinas, buscando matar el tiempo, a pesar de que sabía que no se podía acabar con él, del mismo modo que no se podía acabar con tantas otras cosas.
-Eso dependerá de lo que usted entienda por decente, mi preciosa señorita -esbozó una sonrisa ladeada, que invitaba a descubrir más sobre ese tópico si así lo deseaba, aunque no necesariamente con palabras. Héctor era un hombre de detalles. Fue el primero en apartar la mirada, elevándola hacia la luna que les acompañaba aquella noche, como una discreta guardiana, la implacable dama de compañía que todo lo veía, pero jamás contaba nada.
-Grecia ha cambiado mucho desde que el mundo fue creado, desde que los titanes tocaron la tierra y la fecundaron, desde que los dioses camparon a sus anchas entre los mortales. Pero seguimos siendo hombres de pasiones, de sangre caliente, mediterráneos, impulsivos y arrojados, capaces de las grandezas más inconmensurables y de las peores traiciones. Fuimos los grandes héroes, los guerreros espartanos, los que acabaron con cíclopes y nadaron entre sirenas sin sucumbir a sus encantos. Fuimos los padres de las ciencias y la filosofía, los que leyeron las estrellas. La Grecia que usted ha conocido es muy distinta a aquella en yo tuve a mis pies. Pero puedo asegurarle que sus gentes siguen siendo tan auténticas como entonces.
No la miró mientras le contaba todo aquello, sino que mantuvo su mirada fija en las estrellas, como si cada una de ellas pudiera contarle una de las historias que durante siglos las habían envuelto. Allí estaba Perseo, el Argos, Cassiopea... Siglos y siglos de historia mitificada en las estrellas. Y tantas de ellas que se habían desvistuado al pasar de boca en boca.
-París es más... refinada, más dulce, como un suave veneno que se cuela bajo la piel y te atrapa en sus encantos. Es más decadente, más oscura y traicionera. Y al mismo tiempo puede teñirse de luz y albergar a las criaturas más hermosas -la miró en ese momento. Estaba claro que el piropo era para ella en concreto-. Los Destinos me trajeron a París, hay algo que busco y que puede que aquí encuentre. Mientras tanto... sigo siempre bajo la misma luna.
Miró el reflejo plateado en su piel. París, Roma, Atenas, Moscú... Daba igual, la luna siempre era la misma, igual que él.
Clavó los ojos en los de Sushine y muy lentamente retiró una gota de licor que había quedado sobre sus labios.
Última edición por Hector Lebeau-Fortier el Vie Jun 16, 2017 2:40 pm, editado 1 vez
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
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Re: Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
Quizás no debería de haberle preguntado la edad que tenía el vampiro, con saber que era un antiguo era más que suficiente y ya notaba que no lo era más que Assur, un pequeño matiz en el aura del vampiro que marcaba la diferencia como si con el paso del tiempo esta se tornara de una forma en concreto, y aunque la de Hector era muy parecida a la de Assur había ese matiz que las diferenciaba. Y es que había visto muchas veces el aura de Assur durante varios siglos y por ello había podido notar el cambio de esta conforme pasaban los siglos. Pero la pregunta ya estaba lanzada, yo y esa curiosidad que a veces tenía… apenas nos conocíamos para hacerle tal pregunta, y sabía que era una muestra de descortesía y mala educación hacer ese tipo de preguntas, pero las palabras habían salido de mis labios antes de pensar en lo que hacía.
Su respuesta no es que fuera exacta ni precisa, sino más bien mantuvo cierto aire de misterio al no decirme su edad y que quizás de ser yo la antigua y ser preguntada hasta lo habría hecho igual. Por sus palabras se notaba todos los años que pesaban sobre él, con el tono adecuado, las palabras justas y perfectas… salvo que sus palabras sobre bailar de nuevo en otra ocasión no era algo que viera factible. A aquella fiesta había acudido sola, era cierto, pero mi presencia allí se debía para volver a ver a una vieja amiga para ponernos al día, sin embargo había acabado por dejarme para tomar sus deberes como anfitriona de la fiesta y la culpaba, pero si alguna vez era invitada a otra fiesta por ellos estaba claro que no iría sola.
Ese hecho me hizo pensar en el vampiro y en qué estaría haciendo en esos momentos, a la par en lo que pensaba que no le gustaría que de encontrarnos en una nueva fiesta con Hector no le gustaría saber que había bailado con él, aunque hubiera sido una sola vez y no hubiera pasado nada. Escuché entonces las palabras sin responderle a ninguna de las dos cosas que había dicho, mientras hablaba sobre cómo era Grecia cuando en los principios de todo y cómo había cambiado, era cierto que ellos fueron los precursores de muchas cosas, de muchas ideologías, ciencias y demás que hoy en día se utilizaban y que provenían de ellos… quizás la Grecia que yo había conocido, esa plagada de mitos y leyendas, fuera lo que quedara de la que él había vivido.
-Quizás lo que yo he podido conocer es lo que un día fue lo que llegaste a vivir, puedo decir que París ha cambiado mucho con el paso de los tiempos y ha ido evolucionando casi al mismo tiempo que los demás países… pero no tiene esa magia, esos misterios, esos mitos y leyendas que tenéis en vuestra tierra, algo que te genera más preguntas que respuestas y que te invita a descubrir más de su cultura, por eso me gusta pasar tiempo en los lugares que visito, se aprende mucho de ellos –di de nuevo un trago a la copa mientras observaba las luces de la ciudad que se extendía a nuestra vista, y tuve que reír por las cosas que decía sobre París sobre todo cuando dijo que era como un veneno que se colaba bajo la piel y te atrapaba, para luego notar su mirada puesta fija en mí en aquellas palabras que sin duda alguna iban dirigidas hacia mí. Ahí estaba de nuevo, ese tono, las palabras, la forma de mirar… sin duda el vampiro tenía mucha experiencia, era adulador y zalamero y me pregunté cuántas no habrían caído tras su forma de ser y sus palabras. No dudaba de que después de tanto tiempo pudiera apreciar la belleza, pero aunque mentalmente le agradecí que me dijera que era hermosa, sus palabras no tuvieron ningún efecto en mí si es que él buscaba algún tipo de efecto. No porque no eran de sus labios de quien quería oír realmente que era hermosa, la belleza siempre se es relativa para quien la está mirando, y por eso no hice mención alguna al respecto- Espero que tenga suerte en encontrar lo que esté buscando, señor Lebeau-Fortier, y sus pasos no le hayan traído en vano hasta mi ciudad –porque sí que no le iba a preguntar por algo tan personal como qué buscaba, no era algo de mí incumbencia y quizás eso pudiera llegar a incomodarlo o incluso enfadarlo- la luna siempre nos acompañará allá donde vayamos, de los dos astros, es el único que puede hacerlo ¿no cree? –Pregunté mirando el reflejo de la luna. Lo que no esperé, en ninguno de los momentos, es que su dedo se posara en mis labios y los pasara sobre estos retirando algo de alcohol que había quedado sin darme tiempo a lamer mis labios.
Cuando sus dedos se apartaron de mis labios tras el gesto retrocedí un par de pasos, no asustada ni intimidada por él, no por nada negativo que el vampiro pudiera llegar a pensar sino porque… ¿qué demonios hacía? Solo por ese mínimo y leve roce Assur montaría en cólera y es que estaba convencida de que lo haría cuando se enterara, aunque no lo había buscado, no había hecho nada para incitar al vampiro a que lo hiciera… sabía que no le iba a gustar. Pensándolo bien, si fuera al revés… ¿no me molestaría a mí si se lo hicieran a él? Pues sí, me molestaría mucho aunque me molestaría más si este fuera debidamente provocado por él. Noté que me miraba de forma fija por haber retrocedido como si tuviera miedo, en realidad, no quería darle a entender algo que quizás no era, quizás no lo había hecho por ningún motivo el gesto pero…
-Lo siento, señor Lebeau-Fortier…–dije notando su mirada fija en la mía tras haberme apartado- no debería de perder su tiempo conmigo, seguro que en la fiesta encuentra alguna sorpresa que se le haya podido pasar por alto –no lo decía por nada en concreto, pero aunque no estuviera haciendo nada malo sentía que si el vampiro lo hacía a mí no iba a gustarme, y prefería evitar esa sensación. Tampoco sabía si estaba viendo fantasma donde no había y estaba mal interpretando las acciones de Hector- quizás debería volver a casa, puede que cierto vampiro me esté esperando –en realidad no sabía dónde estaba Assur ni lo que estaba haciendo, puede que estuviera ya en la mansión- Espero que encuentre lo que anda buscando, y gracias por compartir este rato –hice una leve reverencia de forma educada, también como señal de despedida.
Su respuesta no es que fuera exacta ni precisa, sino más bien mantuvo cierto aire de misterio al no decirme su edad y que quizás de ser yo la antigua y ser preguntada hasta lo habría hecho igual. Por sus palabras se notaba todos los años que pesaban sobre él, con el tono adecuado, las palabras justas y perfectas… salvo que sus palabras sobre bailar de nuevo en otra ocasión no era algo que viera factible. A aquella fiesta había acudido sola, era cierto, pero mi presencia allí se debía para volver a ver a una vieja amiga para ponernos al día, sin embargo había acabado por dejarme para tomar sus deberes como anfitriona de la fiesta y la culpaba, pero si alguna vez era invitada a otra fiesta por ellos estaba claro que no iría sola.
Ese hecho me hizo pensar en el vampiro y en qué estaría haciendo en esos momentos, a la par en lo que pensaba que no le gustaría que de encontrarnos en una nueva fiesta con Hector no le gustaría saber que había bailado con él, aunque hubiera sido una sola vez y no hubiera pasado nada. Escuché entonces las palabras sin responderle a ninguna de las dos cosas que había dicho, mientras hablaba sobre cómo era Grecia cuando en los principios de todo y cómo había cambiado, era cierto que ellos fueron los precursores de muchas cosas, de muchas ideologías, ciencias y demás que hoy en día se utilizaban y que provenían de ellos… quizás la Grecia que yo había conocido, esa plagada de mitos y leyendas, fuera lo que quedara de la que él había vivido.
-Quizás lo que yo he podido conocer es lo que un día fue lo que llegaste a vivir, puedo decir que París ha cambiado mucho con el paso de los tiempos y ha ido evolucionando casi al mismo tiempo que los demás países… pero no tiene esa magia, esos misterios, esos mitos y leyendas que tenéis en vuestra tierra, algo que te genera más preguntas que respuestas y que te invita a descubrir más de su cultura, por eso me gusta pasar tiempo en los lugares que visito, se aprende mucho de ellos –di de nuevo un trago a la copa mientras observaba las luces de la ciudad que se extendía a nuestra vista, y tuve que reír por las cosas que decía sobre París sobre todo cuando dijo que era como un veneno que se colaba bajo la piel y te atrapaba, para luego notar su mirada puesta fija en mí en aquellas palabras que sin duda alguna iban dirigidas hacia mí. Ahí estaba de nuevo, ese tono, las palabras, la forma de mirar… sin duda el vampiro tenía mucha experiencia, era adulador y zalamero y me pregunté cuántas no habrían caído tras su forma de ser y sus palabras. No dudaba de que después de tanto tiempo pudiera apreciar la belleza, pero aunque mentalmente le agradecí que me dijera que era hermosa, sus palabras no tuvieron ningún efecto en mí si es que él buscaba algún tipo de efecto. No porque no eran de sus labios de quien quería oír realmente que era hermosa, la belleza siempre se es relativa para quien la está mirando, y por eso no hice mención alguna al respecto- Espero que tenga suerte en encontrar lo que esté buscando, señor Lebeau-Fortier, y sus pasos no le hayan traído en vano hasta mi ciudad –porque sí que no le iba a preguntar por algo tan personal como qué buscaba, no era algo de mí incumbencia y quizás eso pudiera llegar a incomodarlo o incluso enfadarlo- la luna siempre nos acompañará allá donde vayamos, de los dos astros, es el único que puede hacerlo ¿no cree? –Pregunté mirando el reflejo de la luna. Lo que no esperé, en ninguno de los momentos, es que su dedo se posara en mis labios y los pasara sobre estos retirando algo de alcohol que había quedado sin darme tiempo a lamer mis labios.
Cuando sus dedos se apartaron de mis labios tras el gesto retrocedí un par de pasos, no asustada ni intimidada por él, no por nada negativo que el vampiro pudiera llegar a pensar sino porque… ¿qué demonios hacía? Solo por ese mínimo y leve roce Assur montaría en cólera y es que estaba convencida de que lo haría cuando se enterara, aunque no lo había buscado, no había hecho nada para incitar al vampiro a que lo hiciera… sabía que no le iba a gustar. Pensándolo bien, si fuera al revés… ¿no me molestaría a mí si se lo hicieran a él? Pues sí, me molestaría mucho aunque me molestaría más si este fuera debidamente provocado por él. Noté que me miraba de forma fija por haber retrocedido como si tuviera miedo, en realidad, no quería darle a entender algo que quizás no era, quizás no lo había hecho por ningún motivo el gesto pero…
-Lo siento, señor Lebeau-Fortier…–dije notando su mirada fija en la mía tras haberme apartado- no debería de perder su tiempo conmigo, seguro que en la fiesta encuentra alguna sorpresa que se le haya podido pasar por alto –no lo decía por nada en concreto, pero aunque no estuviera haciendo nada malo sentía que si el vampiro lo hacía a mí no iba a gustarme, y prefería evitar esa sensación. Tampoco sabía si estaba viendo fantasma donde no había y estaba mal interpretando las acciones de Hector- quizás debería volver a casa, puede que cierto vampiro me esté esperando –en realidad no sabía dónde estaba Assur ni lo que estaba haciendo, puede que estuviera ya en la mansión- Espero que encuentre lo que anda buscando, y gracias por compartir este rato –hice una leve reverencia de forma educada, también como señal de despedida.
Tabitha Denveraux- Vampiro Clase Media
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Re: Tu sonrisa es lo mejor de la fiesta. (Priv. Sunshine)
-La Luna es la única compañera fiel y abnegada. Muchas leyendas hay sobre ella, pero sólo unos pocos conocemos su verdad.
Su verdad. Su nombre real, el color de sus ojos, el timbre de su voz, lo pálida que era su piel impoluta, el sabor de sus labios...
Y la había visto apagarse como la mujer que había tenido a su lado en tiempos mejores para convertirse en aquel astro inalcanzable. Por un instante sintió removerse sus entrañas. Porque Héctor Lebeau-Fortier era una hombre que conocía muchos placeres, que no se los negaba a sí mismo, que disfrutaba de la sangre, del arte, del sexo. No había tabúes en su vida, no de puertas para dentro. Pero también había una ausencia, la que había sido su esposa. Llevaba demasiados siglos viudo, pero seguía manteniendo un especial recuerdo de ella. Había sido única. Muchas otras mujeres habían compartido sus días, sí, pero eran sólo eso, mujeres.
Héctor sonrió. Sunshine se había puesto nerviosa. Quizás sería producto de su propio ego, pero dedujo que era por su cercanía. ¿Ahora le decía que perdía el tiempo? No se había apartado de él cuando bailaban, le había invitado a hacerle compañía en aquel balcón apartado... y ahora se comportaba como una chiquilla asustada. Como si él fuera un monstruo al que temer y ella la presa que intentaba cazar. Ay, cuán equivocada estaba. Su presa era otra. Mucho más suculenta.
-No tema, srta Denveraux. Si quisiera robarle algo a Assur Black, le aseguro que no sería la novia. -Con un gesto de la mano, correspondió a su despedida, dejando que se marchara sin retenerla, se la veía demasiado apurada por huir de su presencia y eso le resultaba divertido-. Buenas noches, srta Denveraux. Salude a Black de mi parte.
Después de todo, él ya había conseguido lo que quería esa noche.
Su verdad. Su nombre real, el color de sus ojos, el timbre de su voz, lo pálida que era su piel impoluta, el sabor de sus labios...
Y la había visto apagarse como la mujer que había tenido a su lado en tiempos mejores para convertirse en aquel astro inalcanzable. Por un instante sintió removerse sus entrañas. Porque Héctor Lebeau-Fortier era una hombre que conocía muchos placeres, que no se los negaba a sí mismo, que disfrutaba de la sangre, del arte, del sexo. No había tabúes en su vida, no de puertas para dentro. Pero también había una ausencia, la que había sido su esposa. Llevaba demasiados siglos viudo, pero seguía manteniendo un especial recuerdo de ella. Había sido única. Muchas otras mujeres habían compartido sus días, sí, pero eran sólo eso, mujeres.
Héctor sonrió. Sunshine se había puesto nerviosa. Quizás sería producto de su propio ego, pero dedujo que era por su cercanía. ¿Ahora le decía que perdía el tiempo? No se había apartado de él cuando bailaban, le había invitado a hacerle compañía en aquel balcón apartado... y ahora se comportaba como una chiquilla asustada. Como si él fuera un monstruo al que temer y ella la presa que intentaba cazar. Ay, cuán equivocada estaba. Su presa era otra. Mucho más suculenta.
-No tema, srta Denveraux. Si quisiera robarle algo a Assur Black, le aseguro que no sería la novia. -Con un gesto de la mano, correspondió a su despedida, dejando que se marchara sin retenerla, se la veía demasiado apurada por huir de su presencia y eso le resultaba divertido-. Buenas noches, srta Denveraux. Salude a Black de mi parte.
Después de todo, él ya había conseguido lo que quería esa noche.
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
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