Cuando la soledad te encuentra

por **Aileen Dinozzo** Sáb Mayo 11, 2013 11:53 am

Había pasado buenos momentos, de hecho llegó a creer que por fin la vida le iba a dejar ser feliz, que por fin la amargura se había ido de su lado y que la tristeza había quedado en el olvido, pero ahora se daba cuenta que tal vez para alguien como ella eso no era nada cierto, que nunca sería, que tenía una eterna compañera y que dejarla de lado era un acto imposible, por más que Aileen corriera nunca lograría perder a la soledad, quizá ese era su destino y tendría que llegar a aceptarlo, era lo mejor que podía hacer, porque en momentos como el de ahora, nada más le quedaba, sólo confrontar cara a cara con su propio final.

Hacer eso era una proeza, ella nunca había sido valiente, siempre temerosa, siempre con la mirada abajo, con la única seguridad y certeza de que ella valía menos que cualquiera con el que pudiera llegar a toparse, compadecerse así misma era un acto sencillo, pues los insultos siempre eran bien recibidos, las faltas de respeto eran el pan de cada día y los gritos y humillaciones lo que, estúpidamente, le hacía sentir que todavía hacía algo en la tierra, pues con ella se descargaban las frustraciones de las cuales no tenía culpa alguna, pero ya le podía más la costumbre.

Había salido a pasear, a pensar, o no sabía a que, simplemente había decidido que estar sola en la casa le traía recuerdos innecesarios que la hacían sumirse mucho más en aquél hoyo que todos habían cavado alrededor de ella y que por mucho que hiciera no lograría salir nunca adelante, eso era algo demasiado pesimista, pero ¿Qué más importaba? Había estado un tiempo bastante positiva, había perdido incluso el miedo a hablar, pero tenía tanto tiempo que no interactuaba con alguien que seguro el tartamudeo le había vuelto, aunque ahora el verdadero miedo era si todavía recordaba como era hablar, carraspeó un par de veces mientras doblaba la esquina sin observar un destino fijo, logró escuchar un tono algo extraño brotando de su garganta y encontró que todavía sus cuerdas vocales funcionaban, las manos en los bolsillos de un abrigo un poco viejo era lo que le daba la seguridad que le faltaba, aunque nunca supo si en su camino había encontrado a alguien conocido, su mirada siempre iba perdida en el piso sólo cuidando de no tropezar.