Cuando la soledad duele en el alma - Privado

por **Anna Brullova** Vie Sep 28, 2018 4:40 pm

Tras aquella tarde en la morgue, en la que había temido, con todo su corazón, que aquel cadáver fuera su amado Abel, Annushka, había decidido dejar de buscarle. Demasiado había tenido en su vida, para seguir sufriendo, para seguir temiendo. Ella estaba segura de que él, en algún lugar, se encontraba a salvo, mas se negaba a aparecer delante de ella, y a mas allá que eso le doliera, le lastimara como cien latigazos en su espalda, había tomado la dolorosa decisión de abandonar la búsqueda, - pues es imposible encontrar a quien se esconde - le había dicho el último de los investigadores que había contratado para dar con el paradero de su amigo y amado.

Desanimada, herida, desilusionada, había vuelto a su trabajo, ese que abriera con el único propósito de proporcionarle a él, un lugar en el cual poder sentirse cómodo, y que al pasar del tiempo, había planeado entregarle las escrituras, como un regalo, para que fuera el propietario del negocio y del edificio. Tras abrir el invernadero, se dispuso a buscar un nuevo encargado, una persona que se haría cargo no solo de los papeles, sino también de la búsqueda de empleados para trabajar entre las plantas y los jardines. Mientras tanto, se tomaría un tiempo para decidir que hacer de su vida, y de sus negocios. No estaba muy segura si solo, pondría a la venta el comercio, o si ademas, se mudaría de forma definitiva a otra ciudad. Una, en la que ningún lugar lograra despertar en ella los dolorosos recuerdos de un amor que parecía haber quedado trunco.

Encerrada en el despacho, sintió frío, aunque apenas comenzaba a sentirse el otoño, pero en su pecho y en sus manos, el frío se iba apoderando lentamente de ella, por lo que decidió encender el hogar, llamó a uno de los pocos empleados que le quedaban, y le pidió que lo hiciera por ella. Tras volver a quedar sola, se dejó caer en un sillón cercano al hogar, para termine tomando su rostro entre las manos y llorando amargamente, - Por qué Abel, me haces ésto - susurró, entre llantos.