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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ramiara d'Aosta Dom Jun 10, 2018 8:34 pm

Ramiara d’Aosta tenía un dolor en su pecho vacío. Lo negaría ante cualquiera –pues ella no confiaba en nadie-, jamás lo expresaría en voz alta, pero tenía un deseo latente muy dentro de su pecho muerto. Un deseo imposible –de eso era consiente, racional había sido la mayor parte de su vida- porque, ¿qué podía ser más excitante que perseguir cosas imposibles de alcanzar?

Ramiara quería ser madre. Al convertirla, Kaspar le había robado esa posibilidad, ese sueño, esa vida. Él la había arruinado, todo ese pesar del que no podía salir hiciese cuanto hiciese se lo debía a él. Maldito Kaspar, había noches en las que en verdad deseaba encontrárselo para hacer justicia por esa mujer que una vez había sido; aunque Ramiara temía descubrirse matándolo y dándose cuenta que todo lo que vivía no acababa ni siquiera con Kaspar muerto.

Algunas noches optaba por caminar por los barrios bajos o los callejones de la ciudad, había descubierto que muchos niñitos dormían en las calles y a ella le gustaba buscarlos, darles algo de dinero y comida mientras les enseñaba algunas cosas importantes de la vida, cosas que solo una madre podría enseñar. No podía llevárselos, no podía hacerlos vivir cerca del monstruo que ella era, pero sí podía ayudarles y lo hacía porque estar con los niñitos la conectaba con su costado de madre, ese que nunca había florecido.

Ramiara caminaba en la noche y lo único que oía era el eco de sus propios pasos, si al menos pudiese oír algún pequeño corazón… Cargaba en sus manos una bolsa de cuero con manzanas y peras en el interior, pero no veía a nadie. Era extraño, porque no era una noche fría de esas que obligaban a los habitantes de las calles a cobijarse donde pudieran, ¿dónde estarían sus pequeños amigos?

En eso pensaba –en lo extraño que era que los niños que habitaban los callejones hubieran desaparecido- cuando sintió pasos apresurados detrás suyo. Ramiara se giró, pero no vio a nadie. Quien fuera la persona que caminaba detrás de ella se había escondido, pero ella podía oír el palpitar acelerado de su corazón. Hizo unos pasos más, algunos metros, y otra vez los pasos detrás suyo. Rápida –porque esa siempre había sido una de sus virtudes-, Ramiara soltó la bolsa, tomó la cuchilla que llevaba siempre en el interior de la manga de su vestido y se giró, apoyando el filo en el cuello del hombre:


-¿Por qué me sigues? ¿Quieres morir hoy?
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Mensaje por Ghenadie Monette Vie Nov 23, 2018 2:03 pm



Morir no es lo que más duele
cuentan, los miserables, las estrellas que no caben en los bolsillos
El muchacho despertó de un sobresalto. Se halló tendido en su maltrecho catre, cubierto de un gélido sudor que ofrecía un abismal contraste frente a la temperatura de su cuerpo. Debía tener fiebre. En el exterior el cielo nocturno consumía las luces de la ciudad, la Luna se hallaba ausente, atravesando su ciclo y el silencio era tan absoluto que inducía escalofríos. Ghenadie se incorporó y, trastabillando, alcanzó la reducida y abarrotada sala. Allí rebuscó entre los cofrecillos de madera hasta dar con un ramillo de matricaria. La trituró apresuradamente y luego la disolvió en un jarro de agua hervida. Una vez se hubo enfriado lo suficiente, bebió hasta la última gota y se tendió en el suelo frente a las brazas encendidas. Debió haber conciliado el sueño nuevamente, porque volvió a despertarse desorientado y extrañamente intranquilo.
El silencio era demasiado agudo, tanto así que parecía innatural. Se incorporó, algo más compuesto que la primera vez, y se aproximó hasta la habitación de su madre, apenas dividida del resto de la propiedad por un muro descascarado y algunas mantas que colgaban irregularmente del techo.
Ghenadie sintió que el alma se le caía a los pies tan pronto descubrió que el colchón se hallaba vacío. Se aproximó de todas formas y rebuscó entre las mantas como si, de algún modo, la mujer se hubiese reducido al tamaño de un carozo y perdido entre los pliegues de la tela.

Presa de la desesperación, se cubrió los hombros con una manta polvorienta y se desentendió del cobijo de la residencia para sumirse en la penumbra de la noche en los suburbios. Recorrió las calles sin decir palabra alguna, a sabiendas de que era más peligroso vociferar el nombre de la bruja antes que confiar en su limitada visión de hombre para distinguirla entre las sombras. Corrió de un lado hacia el otro, topándose aquí y allá con la más nefasta desolación. Los habitantes de los barrios bajos eran sumamente supersticiosos, aseguraban que las noches sin luna eran casi tan peligrosas como aquellas de Luna llena, la una por la ausencia de la luz espiritual, la otra por la aparición de las bestias. Al final de cuentas, no había un alma en el exterior a quien pedir ayuda.
Al cabo de prolongados minutos malgastando energías, dio con la figura de la lechuza que siempre escoltaba a su madre. Según la mujer, aquella criatura sería la reencarnación de su temprano padre, aunque Ghenadie no acababa de tragarse tal relato, puesto que el ave disponía de un aura demasiado particular para reducirse a ello. En cuestión, que la lechuza se hallara allí quería decir que Brigitte no podía estar muy lejos, así que, con la cautela de los predadores al acecho, le rogó encarecidamente que le guiara hasta el paradero de la bruja.
El ave parecía entenderle cada vez que le dirigía la palabra, aspecto algo incómodo, aunque favorable a los hechos, y emprendió vuelo al siguiente instante.
El joven gitano persiguió al ave varias calles, hasta que comenzó a faltarle el aire y debió recargarse contra un muro para recuperar la compostura. Si bien había ingerido el té de infusión —aunque hubiese preferido mil veces disponer de jengibre en lugar de matricaria— su condición física no era la más saludable y el esfuerzo le estaba costando caro.

Se disponía a seguir cuando la arrasadora presencia de otro individuo en la proximidad le infundió una sensación similar a la de los vendavales cuando arremeten contra la piel. Ghenadie reconocía ese color, la inconfundible magnitud de energía que transmitían los sobrenaturales. El aleteo de la lechuza le recordó su misión e, ignorando el augurio de amenaza, volvió a emprender la carrera en la dirección pautada por el animal. Debió voltear en un callejón, en el cual se topó de lleno con la visión de una silueta en movimiento. El corazón se le atascó en la garganta cuando aquella sensación inicial se hizo infinitamente más estridente y alcanzó a ocultarse detrás de una pared antes de que su torpeza le delatara. ¡Era un vampiro! Inconscientemente llevó la mano al cuello y acarició la zona en la que una vez hacía tiempo había recibido el beso mortal de una de aquellas criaturas.
Desafortunadamente, el ave manifestaba impaciencia y parecía llamarle desde el alféizar de una ventana. En lo que él se figuraba cómo escabullirse en otra dirección que le condujera al mismo destino, los pasos ajenos volvieron a resonar y el joven aguardó un momento hasta estarse seguro de hallarse solo en el callejón. Reunió todo su febril vigor para continuar la marcha, pero no alcanzó a atravesar media calle de distancia cuando la figura sobrenatural se abalanzó sobre él. El joven percibió el filo de un cuchillo contra la garganta y se descubrió inmóvil y vulnerable en la intersección de dos calles, ¡oh!, si tan solo hubiese prestado más atención, ¿acaso creería el vampiro que le había estado siguiendo?

El joven perdió todo vigor de improviso y cayó de espaldas sobre el suelo adoquinado. Estaba empapado y sentía los párpados excesivamente pesados, como si cada vez que los cerrara estuviese cubriéndose los ojos con hierro al rojo vivo.
¡Espere!, ¡lo siento! —alcanzó a excusarse. Se incorporó apenas sobre los codos, procurando ajustar la vista a la oscuridad en el entorno—. No estaba siguiéndola —confesó, luego de comprobar que se trataba de una mujer—, por el contrario, me hallo buscando a alguien que se me ha perdido, ¿ha visto, por casualidad, a una mujer de mediana estatura merodeando por las calles? Lleva el cabello rizado hasta la cintura, negro como el ébano, seguramente tuviese puesto un camisón gastado y los pies descalzos.
El muchacho soltó las palabras a borbotones, extenuándose hacia el final. ¿Por qué un vampiro le atacaba con un cuchillo y no con las manos al descubierto?, ¿estaba fuera de juicio al pedirle socorro a la criatura, incluso luego de que le amenazara con darle muerte esa misma noche? ¡Oh!, ¿qué mas daba? Debía hallar a Brigitte antes de que se metiera en problemas, antes de que nadie pudiese descubrirla o comprobar que se trataba de una hechicera. Si algo le sucediera a su madre, perdería el eje de su constante lucha en contra de la miseria.


Última edición por Ghenadie Monette el Jue Dic 27, 2018 10:03 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Ramiara d'Aosta Sáb Dic 15, 2018 7:40 pm

Ramiara se sorprendió profundamente, primero por no haberse dado cuenta de que era un humano quien la seguía, y luego por el estado del jovenzuelo. Era solo un muchachito, un frágil humano que a vistas quedaba clara su condición de mal alimentado… Si no fuera tan fría y distante, la vampiresa habría caído ante su propio deseo de abrazar al gitano.

Así como se giró para amenazarlo, con esa misma fuerza y determinación que había empleado al principio, Ramiara se inclinó sobre él y con una mano tiró para volver a ponerlo en pie. ¡Pero que endebles eran los humanos! Poco contacto tenía con ellos, nada más que para alimentarse, por eso no estaba tan cercana a la fragilidad que poseían esos cuerpos calientes y tan llenos de vida.


-No he visto a nadie por aquí –le respondió de mal modo, no por nada en particular, sino porque así era ella de tosca con los desconocidos-. Puedo ayudarte a buscarla si quieres. ¿Quién es? ¿Por qué la buscas? No querrás hacerle daño, ¿no? –lo miró desconfiada, pero se le pasó en pocos segundos al verlo bien. Parecía inofensivo, ¿a quién podría lastimar ese muchacho?

Lamentaba haberlo asustado, pero la calle era un sitio para andarse con cuidado. Lo tomó de la mano, porque en definitiva para ella alguien tan joven era un niñito, y comenzó a caminar por la húmeda y oscura calle.


-¿Sabes hacia donde se dirigía? ¿Por qué andaría descalza una mujer en un lugar tan desagradable como este? –lo preguntó en voz alta, pero se arrepintió al instante al suponer que podía tratarse de una persona humilde que no tuviera calzado con qué proteger sus pies desnudos-. Mira, esto es para ti –le tendió el bolso lleno de frutas-, debes comer bien, eres muy delgado. Te lo regalo para que disculpes que te haya asustado de esa forma. Es que hay que andarse con cuidado, esta zona se ha puesto cada vez más peligrosa.
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Mensaje por Ghenadie Monette Jue Dic 27, 2018 10:01 pm



Morir no es lo que más duele
donde dos almas colisionan, el destino forja una unidad
El muchacho se sentía demasiado débil como para incorporarse de momento, si hacía acopio de todas sus energías, quizá hubiese logrado ponerse de rodillas, sin embargo, no fue necesario que se valiera por su cuenta para recuperar altura, puesto que la extraña mujer se ocupó de levantarlo. La fuerza excesiva empleada en el acto provocó que perdiera por un momento el equilibrio y, de no haber sido por la milagrosa ubicación aleatoria de sus pies, posiblemente hubiese vuelto a caer de bruces.

Oír la ausencia de noticias sobre el paradero de su madre le ocasionó un mal sabor de boca, la noche se hacía cada vez más profunda y cada instante que transcurría podía ser un nuevo paso que le separara de la fugitiva. No supo si responder a las preguntas del vampiro, tantas veces se le había repetido de niño que no confiara en los extraños y tantas otras se había visto en terribles apuros por no hacer caso a las advertencias. Empero, la mujer se había ofrecido a ayudarle, no le había atacado a pesar de encontrarse tan débil y, sin dudas, un aliado en la búsqueda extendería las posibilidades de dar pronto con Brigitte. Su mente era un caos, la enfermedad le impedía razonar en pleno juicio y la desesperación no colaboraba a las circunstancias.
Le estaría realmente agradecido si así lo hiciera —accedió, al fin y al cabo—, aunque no disponga de medios para compensarla —confesó, avergonzado.

La mujer hablaba demasiado aprisa y a él se le dificultaba seguir su ritmo, de un momento al siguiente, se encontraba sosteniendo entre brazos lo que parecía ser una bolsa repleta de frutas. La contempló desconcertado, preguntándose si su complexión se apreciaría en tan nefastas condiciones como para requerir una atención así; no le agradaba recibir ayuda como resultado de la compasión, pero no estaba en posición de oponerse a nada, mucho menos si a quien se estaba dirigiendo era a una criatura como aquella.
No sé hacia dónde irá, dudo que ella tampoco lo sepa. Verá, mi madre… es decir, la persona a la que estoy buscando está, pues, con el juicio turbado. ¡Pero siempre me procuro que se encuentre bien!, es la primera vez que escapa de esta manera, en la noche, sin previo aviso. Suele encontrarse estable, ¡es la verdad!, de ahora en más estaré más atento, ¡oh!, quiera la Luna que demos con ella pronto —se explicó, abrazándose al bolso de frutas.

No sabía si revelar tanto había sido buena idea, pero ¿qué sucedería si aquella amable mujer resultaba ser alguna especie de parca de la peste en las calles?, ¿y si decidía que Brigitte era un peligro y sería más seguro deshacerse de ella? ¡Oh!, temblaba de sólo imaginarlo. Él decía la verdad, mentir no era su fuerte y tampoco le agradaba hacerlo, siempre se encargaba de que su madre se encontrara en las mejores condiciones a su alcance, nunca escapaba, ni siquiera cuando él se encontraba fuera de casa, ¿por qué, tan de repente, se fugaba en mitad de la noche para internarse en la ciudad?
Los chillidos de la lechuza en los aires llevaron a que el gitano elevara la vista, el ave aceleró el vuelo y él, intentando no reparar en la escasez de fuerzas, también se apresuró.
¡Por aquí! —indicó a su acompañante, sin detenerse a meditar antes de sumirse en la oscuridad más absoluta.
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Mensaje por Ramiara d'Aosta Mar Ene 15, 2019 3:02 pm

El muchacho nunca sabría que ella no necesitaba ser recompensada, que el solo hecho de sentirse útil, empática –casi como si volviera a ser humana- y de poder tener la cabeza en otra cosa que no fueran sus problemas como servidora de la corona italiana, para Ramiara ya era una bendición. Una bendición que no había estado buscando esa noche, pero que sin embargo había encontrado en esas calles sucias.

-Buscas a tu madre entonces –dijo, porque a ella le gustaban las cosas claras-. ¿Cuándo la viste por última vez? ¿Cómo sabes que estaba por aquí esta noche?

Parecía triste mientras hablaba, atropelladamente, y Ramiara, que no era en absoluto dada a las demostraciones afectivas, le puso una mano pesada y fría sobre el hombro, deseando poder abrazarlo. Le acarició el cabello e intentó con sus dones darle algo de tranquilidad.

-Calma, pequeño –susurró. Para ella, una mujer de más de setecientos años, ese mortal era como un niño-. Respira, cierra los ojos y respira lentamente. Siente como entra el aire de la noche en tu cuerpo, como tu corazón late a un ritmo normal y que tu mente comienza a hallar claridad.

La mano que apoyaba en su hombro descendió por la espalda tibia del muchacho –tibia si se la comparaba con la temperatura del cuerpo de Ramiara- y lo acarició ligeramente. Ese muchacho estaba lleno de miedos y de culpa, en ese estado nada lograría.

-¿Te sientes mejor? –le preguntó, casi con dulzura-. No es tu culpa que ella haya escapado. Las personas a veces hacen cosas que no entienden y, si ellas no lo hacen, ¿cómo vamos a comprenderlas nosotros? Dime, ¿hacia dónde crees que ha ido?

Como respuesta, el muchacho corrió tras un ave que Ramiara ni siquiera llegó a ver, solo a oír. Caminó a paso rápido tras él, justo allí donde las callejuelas se estrechaban y los techos de las precarias casas parecían unirse para no permitir que la luz ingresase.

-Muchacho, ¿dónde estás? –preguntó, aunque lo sentía cerca porque el calor de un cuerpo vivo era difícil de ignorar.

Llegaron junto al cuerpo de una mujer y Ramiara se inclinó para verla, estaba viva. Temblaba y parecía querer decir algo, pero no se le entendía. Una vampiresa no necesitaba abrigo, pero Ramiara solía usar capas solo por moda, le gustaba estar elegante. Se quitó su abrigo para cubrir a la mujer mientras estudiaba el entorno porque, si había sido atacada, el agresor no debía estar lejos.
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Mensaje por Ghenadie Monette Dom Ene 27, 2019 10:06 pm



Morir no es lo que más duele
en nuestras entrañas una verdad que nuestros labios callan con recelo
La mujer era muy perspicaz, a Ghenadie, sin embargo, le alivió enormemente haber fallado en su intento por ocultar ciertos detalles en la cuestión, realmente se le daba terrible aquello del secretismo y disponer de ayuda le reconfortaba enormemente.
Por última vez… cerca de la medianoche, hace algunas horas. La acompañé a acostarse, yo lo hice una vez estuve seguro de que ella había conciliado el sueño —respondió, intentando compilar fragmentos de memoria, puesto que para entonces su propio cansancio le había entorpecido la atención—. Desperté a causa de la fiebre y me quedé dormido al poco rato. Cuando volví a recuperar la consciencia, ella ya no se encontraba en la casa. Vivimos por la zona, he estado siguiendo a la lechuza —confesó, volteando la cabeza en diferentes direcciones en un intento por dar con el ave en cuestión.

Su acompañante debió notar el estado de desasosiego en el que se hallaba su espíritu, puesto que, con gesto dudoso, apoyó la mano sobre su hombro. Inmediatamente, Ghenadie comenzó a sentir cómo un calor peculiar se distribuía por todo su cuerpo, los músculos se relajaron y su mente se vio, de improviso, desertada por los pesares. Se abrazó al saco de frutas como si en este pudiera hallar cobijo y acató las instrucciones sobre cómo respirar. El joven creyó que caería dormido, desafortunadamente para él, siempre que entraba en estado de reposo, el destino hallaba libre albedrío para hacer de su mente una sala de juegos.
El chirrido de los metales al rozarse abruptamente empezó a llegar desde todo sitio a su alrededor, gritos, relinchos, pasos acelerados y quejidos agónicos, como si se encontraran en medio de un campo de batalla. El muchacho se percató de que no estaba prestando atención a lo que sus ojos veían, así que volvió a enfocarlos, esta vez en el rostro de la vampira. Lo vislumbró más colorido, sus mejillas sonrosadas y repletas de lodo, incluso creyó por un momento que vestía de plateado. Fue entonces que la voz de la susodicha le trajo de regreso en sí, extinguiendo repentinamente la visión.
Sí, estoy bien —respondió, aún desorientado. Sin acabar de escuchar lo que se le refería, fue entonces que detectó a la lechuza.

Corrió sin descanso hasta un cruce de cinco calles —callejones, si nos proponemos ser específicos—, apenas se distinguían las siluetas de los edificios, cortesía de las dos farolas que alumbraban la entrada de un centro de mala muerte. En las esquinas reposaban cajones y desechos de todo tipo, desde el interior de la edificación iluminada se dejaban oír gritos y carcajadas. En el barrio se sabía que aquel era un recinto de dispersión, donde los pobres y desdichados malgastaban sus escasos francos en apuestas y alcohol. Llamarlo taberna resultaba un insulto para las verdaderas tabernas.
El cuerpo de una mujer yacía tendido sobre el suelo adoquinado, Ghenadie no demoró en reconocer el rostro de su madre.
¡Mamá! —exclamó en un impulso y se arrojó a su lado, para incorporarla por los hombros y recargarla contra su pecho, esperaba que las frutas no se estropearan por el ajetreo—. ¡Mamá!, ¿qué sucede?, ¿te encuentras bien? —Inquirió desesperado, removiendo los cabellos enmarañados del rostro de la mujer. Lo cierto era que, en la mayoría de los casos, buscar respuestas de Brigitte era en vano, pero ¿quién lograría convencer a su hijo de lo contrario?

En el otro extremo de la intersección, un hombre poco visible se refugiaba contra un muro, removiendo los brazos como si quisiera librarse de algo; Ghenadie lo notó cuando este empezó a gritar.
¡Aléjate!, ¡ya te lo he dicho!, no ha sido mi intención, ¡jamás lo ha sido! —exclamaba una y otra vez, al tiempo en que lanzaba patadas y puñetazos al frente, como si delante de él tuviese a alguien. Lo curioso, quizás, era que no había nadie aparte de ellos cuatro en el lugar.
El joven gitano miró inmediatamente a su madre y distinguió en su mirada perdida el destello de algo que no vislumbraba desde hacía años.
¡No, no!, —la increpó—, ¡madre, no hagas eso! ¡Deja al hombre en paz! —prosiguió, sosteniéndola por el rostro y obligándola a mirarle a los ojos. Brigitte estaba haciendo uso de sus poderes, acaso elaborando una ilusión visible únicamente para su víctima, pero con su juicio turbado, resultaba extremadamente peligroso que lo hiciera.
¡Mamá! —Volvió a llamarla, logrando que ésta se fijara en él.
¡Oh!, pero entonces fue Ghenadie objetivo de su poder. El joven se vio inmerso en el denso bosque que circundaba la comunidad gitana de su niñez y allí, hacia donde una de las calles fugaba, él veía un claro; y pendiendo de la rama más robusta de un inmenso árbol yacía el cuerpo calcinado de un desconocido. Sobre sus labios una mariposa.
El muchacho se quedó paralizado, ¡jamás había narrado a su tutora aquel episodio!, ¿se lo habría extraído de la mente sin ser él consciente? ¡Aquello estaba fuera de control!
Cerró los ojos y se abrazó al cuerpo de la hechicera con ímpetu, rogándole desesperadamente entre susurros que se detuviera.
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