Cuando la soledad Ahoga - Privado

por **Maite Arranz** Mar Mar 24, 2015 9:02 am

A pesar de encontrarse a las puertas de un invierno que se empecinaba en acercarse, aquel años, más temprano que de costumbre. Maité había decidido salir de la prisión en que a veces se convertía su mansión. Ataviada con un traje de muselina color arena con vivos en un marrón oscuro, que realzaba su delicada figura, se dispuso a salir. Antes de hacerlo, contempló su figura en el espejo de pie, que poseía en su recamara. Sonrió con algo de pena, ¿Para quién se vestía así? ¿Cuál era la razón para intentar verse elegante? – nadie, como siempre, solo estas tu – se respondió, aquellas preguntas silenciosas. Terminó de colocarse sus guantes que hacían juego con su atuendo y emprendió su marcha.

Apenas hacer unos pasos alejándose de la puerta de entrada, observó, que un coche, doblaba por la esquina, y justamente era un coche de alquiler. Desde donde estaba levantó la mano e hizo señas al cochero, que se detuvo, el hombre bajó del vehículo y le abrió la puerta. Había pensado largo rato a donde se quería dirigir, y aunque le había parecido que sería buena idea dirigirse hacia el jardín botánico, a mitad de camino había decidido cambiar de rumbo. Lo mejor era no alejarse del centro, por esa razón terminó pidiendo al atento joven, que la llevara hasta la Plaza Tertre, en donde luego de pagar aquel viaje, decidió caminar por los diferentes caminos que divididas simétricamente el lugar, adornado con parterres, repletos de flores de diferentes colores y texturas, lo que provocaba que el lugar se convirtiera en un auténtico oasis, para los ciudadanos que, apresurados, caminaban de un lado a otro, llevados por la imperiosa necesidad de sus obligaciones.

Obligaciones, reuniones de trabajo, preocupaciones laborales; todo aquello era extraño y distante para la joven, pues su padre se había encargado de dejar el camino allanado, por lo menos en ese sentido. Porque la soledad que envolvía la vida de Maite, cada día, la asfixiaba un poco más. Sentada en una de las bancas de la plaza, se mantuvo alejada del mundo, leyendo ensimismada el libro que no hacía mucho, había comprado. había llamado su atención su título, el que se podía leer escrito en la tapa y el lomo. Acarició la superficie, sus dedos recorrieron las letras, - “Con las primeras luces del día” -, susurró. Su garganta se había secado por la emoción. En silenció, con su mirada perdida en un parterre de flores lilas, pensaba en aquellos amores contrariados, separados por los designios de una sociedad fría y despiadada.

por **Lio Reyes** Vie Abr 03, 2015 1:38 pm

Se había levantado temprano como de costumbre, desde que había llegado a Paris no había podido dormir como antes, ya que ahora tenia deberes que hacer y preocupaciones, no era algo que le molestaba pero sin duda alguna extrañaba el poder dormir por horas y sin que nadie lo molestara. Se alisto y salió de su habitación, no se hizo tardar los mandados de su patrona, era su día libre pero eso no le importaba a ella, para suerte de el no fue mucho lo que le pidió hacer, unas compras rápidas de cosas que faltaban para el turno de la noche, lo hizo sin ningún problema y sin decir nada, no quería arruinar su día libre.

Fue a la tienda a hacer las pequeñas compras, no era mucho así que termino rápido, se apresuro en volver y dejar todo en el burdel antes de que a su patrona se le ocurriera otra cosa para que el hiciera, dejo todo y salió tan rápido como llego. No sabia que hacer, desde que llego a Paris no había tenido un día para relajarse y vaya que lo necesitaba. Sin pensarlo mucho comenzó a caminar por la ciudad, la ciudad estaba viva a toda hora, veía a personas en las calles siempre, no se arrepentía de haber dejado su anterior vida atrás. La vida de noble no iba con el, era un hombre simple al que los lujos no le llamaban la atención. Le gustaba su trabaja excepto por el pequeño de talle de su patrona, no era alguien muy agradable pero era algo con lo que tenia que vivir si quería comer y tener lugar donde dormir.

Camino unas cuantas cuadras observando cada local por el que pasaba, le llamo la atención una librería, era un pequeño local con ventanales de marcos de madera, se veía bastante acogedor por lo que no dudo en entrar. Al entrar no había mucha gente, por lo que lo hizo mucho mejor para el, comenzó a observar los libros que habían, hacia tiempo que no leía, quizás compraba uno de esos libros para entretenerse en días de baja clientela o cuando tuviera tiempo libre, no duro mucho en la librería pues quería recorrer la ciudad lo mas que pudiera antes de que cayera la noche. Camino por unas cuadras mas y llego a una plaza, había niños jugando y familias juntas pasando el rato, era un buen lugar para relajarse, así que decidió sentarse en una banca que estaba cerca, estaba perdido en sus pensamientos cuando escucho a alguien, no había notado que ya había una chica sentada en esa banca, -Disculpa ¿dijiste algo?- pregunto ya que la había escuchado susurrar.

por **Maite Arranz** Vie Jun 12, 2015 10:45 am

La voz, varonil y segura de un extraño, llegó a sus sentidos. Maite levantó la mirada de las doradas letras que formaban el título de aquella obra, que descansaba en su regazo. Levantó su mirada, buscando a la persona que le hablaba. Primero distinguió una sombra, porque el sol que se elevaba suavemente le hacía contraluz, Puso su mano intentando hacerse un poco de reparo a la luz que la encandilaba, - ¿disculpe? – dijo con un hilo de voz, estaba nerviosa, lo que menos deseaba era molestar a cualquier caminante o persona que paseaba por la plaza.

A contemplarle, ver que se trataba de un caballero que la miraba algo curioso, se sonrojó, - o disculpe, solo estaba leyendo el título de la lectura que escogí para una mañana tan agradable – se sonrió mientras encogía un poco los hombros, en un gesto aniñado. Sus labios siguieron mostrando una sonrisa, y sus mejillas no dejaban de mantener ese color rosado que las teñía cada vez que sentía haber provocado una situación que la avergonzaba. Se le quedó mirando por un segundo más, hasta que dio un pequeño grito de dolor, y se levantó asustada alejándose del banco, caminando hacia atrás se pisó su propio vestido y se inclinó peligrosamente hacia atrás. Definitivamente no era su día, unas hormigas habían decidido hacerle entender que les estaba perjudicando su tarea, Maite había sido mordida en uno de sus tobillos y ahora debería lidiar, no solo con su vergüenza, con la mordida de una enojosa hormiga, sino con el escandaloso espectáculo de caer se estrepitosamente al suelo.

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