Retornando a los orígenes de la pesadilla [Libre (1 persona)]

Existen en el mundo dos placeres vitales de los cuales me siento privado. El primero es sentir, y el segundo es formar parte de la historia que se teje diariamente, con cada nueva sonrisa, pena y desesperanza. Son quizá estas dos razones las que me suman en un persistente estado melancólico, por que solo quien lo ha perdido todo sabe de verdad lo que es el dolor. Este es cruel y ávido con sus víctimas. Las devora y las hace sucumbir en agonizantes gritos, y, cuando por fín se siente satisfecho, se desvanece, llevándose todo consigo.

Se bien de estas cosas, aunque en mi vida fuera alguien más ingenuo.

Nefastas son las garras del amor y lo que conllevan, el dolor de la perdida y las noches en vela. Los gritos ahogados en el interior, la rabia, las lágrimas... por que solo quien ha amado, sabe lo que es el dolor. Y es que el dolor se presenta en numerosas formas, engalanado en preciosas vestimentas, o envuelto en los más sucios trapos. Todos nos hemos sentido alguna vez abrumados por este sentimiento y solo ahora, después de haberlo perdido todo, me doy cuenta de cuan irresponsable era.

¡Margaret! ¡Maldita seas! Que lo eras todo y te llevaste todo contigo. ¡Te vi morir y no me inmuté! ¿¡Por qué debería hacerlo, si tu te llevaste mi alma quebrada!? Y a pesar de ello siento este vacío en el pecho, el cual me oprime y de volver a tener vida me impediría respirar...

Los pasos me llevan a atravesar la gran verja del cementerio y el silencio y el olor a suaves lilas me hacen cesar mis pensamientos de inmediato, por que de los que se encuentran allí, ninguno merece oír mis gritos, aunque muy en el fondo sepa que aquel lugar llevaba vacío mucho tiempo. Habían optado por el descanso. Por perderse de la vida, pero no podía permitirme eso, dejarlo atrás todo, aunque mi propia alma y apariencia se viera congelada en el tiempo. Un espectro, un ser irrelevante de la vida. Un músico. Violinista en sus tiempos. ¿Donde quedó aquella obra? Mi gran obra. Perdida. Enmohecida, destinada al olvido y destruída.

¡Malditos todos, malditos sean, que de llevarme a lo alto me habían dejado caer en lo más hondo! ¡Que de conocerme y formular palabras de aprecio me habían dejado de recordar para el alba del día siguiente! Muerte es todo lo que les depara, y en mi desesperación la deseo dolorosa y cruda, al igual que lo fue la mía.

Me detengo frente a una de las lápidas dispuestas de manera descuidada y no puedo sino mirar las escrituras con dolor. Los trazados son apenas legibles al haber sido golpeados por el temporal de los años, pero mi alma se hace más fuerte allí.

Dastan Lovelace
1713-1738

La escritura finaliza ahí. Ninguna frase, ningunas palabras conciliadoras, ningún invitado, ninguna ceremonia. Nada. Silencio. Quizás había sido mejor así. Mejor que haber tejido una ceremonia melódica, perfecta y correcta, repleta de invitados y rostros desconocidos cuyo fundamento sería únicamente fingir haber apreciado a alguien de nombre Dastan. La sonrisa de Margaret, impresa en sus labios, o quizás algunos sollozos que quitaran las sospechas de encima de ella...sin duda había preferido la soledad a la mentira. Es inquietante como una vez te has ido, todo el que te rodea parece amarte...

Trato de recordar la melodía. Es suave, delicada, creada para ser acompañada por piano. Lamento el no poder tocarla, pero carezco de estructura para ello. Volverse corpóreo es arduo, y a su vez doloroso en sus primeras ocasiones. Pero mi mente no puede soportarlo. El ser invisible, un suspiro, algo carente de relevancia...

Hace tiempo que se marchitaron las lilas, mi vista se desvía a la tierra seca frente a la lápida, y de ellas permanece el polvo. Siempre fui más de rosas. Bellas, pero crueles, no existe composición más acertada que defina la naturaleza del mundo.
-Alabada sea tu muerte, Margaret. -el susurro fue seco entonado con palabras cargadas de odio. -Alabado sea yo mismo, que pude impedirlo, y no lo hice.

No puedo decir que me haya arrepentido; ¿Cómo podría? Se comportaba como un monstruo, como una bestia sedienta que buscaba mi rabia. No podíamos vivir si uno de nosotros pisaba esta tierra y ni siquiera la muerte había servido como pretexto para alejarlo del mundo de los vivos. Cómo le odiaba, cada día más. Leandro, se llamaba el demonio...¡A Dios hubiese adorado si los hombres lo venerasen!

Acudí al cementerio aquella noche, deseando poder contactar con los muertos para manifestarles mi súplica. Les ofrecería mi alma en un par de años si a cambio, alejaban la de mi difunto marido de aquel, mi hogar. ¡Estaba en todas partes! Sentía aquella ráfaga helada allá donde iba, pues el malnacido se había dispuesto a seguirme a todo lugar. París era una cárcel y todos sus callejones, pasillos hacia la más horrenda de las salas de torturas.

Escuché una voz grave, seca, cargada de melancolía. Miré a mis espaldas pero no vi nada. Me acerqué, con un nudo en la garganta, incapaz de ver más de lo que ante mis ojos se mostraba. Susurré, entonces: - ¿Hay alguien ahí? ¿Algún alma atormentada, quizá?

Titubeé, no por el miedo, sino por la duda. Esperaba que no fuese Leandro el que estuviese allí, no deseaba cargarme de aquella energía negativa que él desprendía. Aquel era lugar de muertos, tierra santa, de aquella paz sobrenatural se alimentaba mi desdicha.

- No temas, querido...- dije al ver una figura frente a las lápidas. Su aura era la de un fantasma- tuya es la tierra que yo piso.

El sonido de mi propia voz se confundió con el viento que silbaba y dejé que se marchara con los sonidos secos de las hojas. El ambiente a mi alrededor se congelaba, cubría las lápidas con un manto de frío helado que no era otro que mi propia tristeza. Traición. Todo lo que recordaba de Margaret y aún ella descansó en su muerte. ¡Cuan injusto era el destino! ¡Dios sabía de mi carrera! ¡De mi Atlas de los Cielos! Esas notas nunca serán plasmadas en papel. El aire se cortó repentinamente volviendose más violento, pero mi imagen no se alteró en absoluto, el cabello inmóvil, las ropas elegantes y desgastadas... Añoraba el viento. Añoraba la brisa golpeando el rostro, añoraba el sentir. El tacto rugoso de los árboles, el olor a leña, el te, el tabaco...

Sensaciones tan comunes y humanas que son ignoradas en la vida diaria pero que luego ansías más que a nada, más que respirar.

Había olvidado donde me encontraba, y producto de ello seguía visible. Me veían, o me verían si hubiera alguien, pero no importaba. Pocos visitan a sus relativos una vez muertos. Hipócrita esta sociedad. Aparecen las primeras semanas y después desaparecen, como un suspiro. Algunos tardan algo más, pero el tiempo siempre se los lleva. El tiempo. Probablemente el tesoro más ansiado que guarda la vida. Las manecillas corren a una rapidez aterradora mientras tratas de detenerlas, pararlas con todas tus fuerzas...
Mi vista se desvió a una tímida planta, cortando varias ramas de lilas y dejándolas caer delante de la lápida. Era un gesto miserable, era un gesto que delataba mi propia soledad, pero cuando te ves hundido en el olvido, ¿quién va a llevarte flores si no eres tu mismo?

Al final te hayas solo. No importa cuantos encuentres. Las promesas, las palabras... todas desaparecen. Todas te abandonan, todas te miran en muecas burlescas cuando te atrapa la muerte.

Me aparté de golpe, dándole la espalda a la piedra, y desvié la vista dispuesto a volver al silencio de mi apartamento, pero las palabras de una mortal fueron suficiente para retenerme. ¿Acaso no lo veía? ¿Acaso no entendía el valor del silencio en estos ámbitos? Ignorante, y ante todo descarada. Cerré los ojos haciéndome desaparecer de su vista, molesto por su presencia, y molesto por interrumpir mis pensamientos. La mayoría huía. La mayoría habría huído.

¡Un espectro! ¡Un fantasma! No vaya a ser que nos robe nuestra mortalidad...la débil e imperfecta mortalidad...cuanto la ansío en estos momentos.

-¿Atormentada? -La ráfaga de viento se hizo más intensa haciendo las hojas de los arboles sacudirse con brusquedad y dejé que me oyera si lo que quería era conversación, por que solo en la conversación se encuentra la calma y el entendimiento.-¿Qué sabrás vos del tormento? ¿Qué sabrás vos de la vida y de lo que yo padezco? 25 años y ya son para mi un siglo. Un siglo que he visto pasar en el que podría haber vivido. ¡Cuan inocente fuí!

La ira me invadió recorriendo mi ser etéreo e intangible, pero también presentí que aquella no temía mis palabras y menos aún mi presencia. Ese sentimiento que yo mismo tuve, el de poder devorar el mundo y acabar siendo devorado por ello...mi obra. Mi gran obra, perdida.

Desvié la cabeza a un lado encontrando de algún modo calma en sus palabras y accedí a mostrarme no sin resignación.
-¿Qué quereis viniendo aquí? Las almas que buscais se han ido. Todas descansan. -la observé, analizándola por primera vez y descubriendo su condición mágica. No dije nada a ello. -De mi poco podeis conseguir...¿os gusta la música?-sonreí de manera amarga ajeno a lo que pudiera estar pensando la mujer. -Suerte habéis tenido que seguís viva mientras yo no pasé los 25.

Escuché al fantasma, cuán atormentado le resultaba para continuar negando su desdichado estado. Un millón de veces había escuchado a Leandro quejarse sobre su reciente condición -por mi culpa, decía- ¡Le faltaba razón, más yo deseaba que estuviese bajo tierra y no atormentándome con su irritante presencia!

- Mi señor, usted más que nadie debe saber que no hay mucha diferencia entre el mundo de los vivos y los muertos. Si acaso, vosotros conocéis una verdad que resulta mucho más fiel que las meras apariencias.

Suspiré, así lo veía mi difunto marido. Para él yo era un bicho cruel y desalmado, por haberle arrebatado la vida. Pero yo solo había sido realista y de no haberle dado muerte, habría repudiado la mía propia, deshaciéndome del tormento que me resultaba su compañía.

- Converso con los muertos, deseando que estos puedan aconsejarme sobre mis circunstancias.

Leandro había comprado un piano del que ella se había encaprichado, aunque desgraciadamente jamás había sido capaz de tocarlo con el mimo y la delicadeza de uno de esos músicos. Adoraba la melodía que provocaba un simple roce, como la reacción o gemido de un amante ante una caricia.

- No es mi consuelo su muerte, señor- si acaso la de mi propio marido- más debo decir que adoro la música. ¿Toca usted?

Bien es cierto que no hay diferencia entre tu mundo y el mío, pero en la igualdad se encuentran las faltas, no he decidido descansar aún, por lo que no hay más que tu sepas de lo que yo se.

De algún modo me había convertido en espectador de la creación. Todo era como un gran teatro ambulante, los humanos y los demás seres, actuando a través de capítulos hasta el final de la gran obra. Muchos no la terminaban, perecían mucho antes de ello. Temía el haberme convertido en aquel ser frío que los observaba sin inmutarse, y que incluso disfrutaba con los cambios repentinos de la actuación.

-Solo aguardo a que sea algo bueno. Algo que me haya merecido la vida. Cuida de tu mortalidad... -"...pues creeme que de poder te la quitaría." Decidí no mencionar nada más que delatara mi realidad. Por que bien se que no miento cuando digo que ya no me alarmo con las muertes que presencio todos los días. Muchas son las que ignoro pasando de largo.

Desconocía las intenciones de aquella mujer al venir, pero me despertaba simpatía. No la veía muy interesada en visitar a algún familiar, y si lo estaba perdía el tiempo, ya que el lugar llevaba vacío varias décadas. Era curioso como los humanos lamentaban su propia muerte, pero al morir todos decidían descansar, en lugar de permanecer un poco más en el mundo. Por mi parte no tenía esa intención de marchar. Al menos no todavía.

Terminé por aceptar que aquella pequeña charla iba a alargarse más de lo esperado, y lo resolví, sentándome encima de la lápida que me correspondía. Era mía al fin y al cabo, y yo no tenía ningún inconveniente en ello.
-¿Cómo debo llamaros? El anonimato me incomoda. -la observé esperando a que respondiera y me introduje sin inconveniente.-Dastan. ¿Cuales son entonces vuestras intenciones al venir aquí? Dudo que encontreis divertido el conversar con las lápidas...si me permitís el atrevimiento. -hice un gesto con la cabeza hacia la tumba de al lado. - Año 1753. Vacía.

Mi presencia no era común aquí. Solía evitar el venir, pero de algún modo siempre acababa volviendo. Los tiempos eran difíciles, y la idea de tener a saqueadores de tumbas hurgando en la propia no me gustaba en absoluto. Era una práctica muy común el tratar de sacar algo de partido en los cadáveres. Al fin y al cabo nadie va a reclamar nada una vez muerto. Podía jactarme de decir que por mi parte yo permanecía intacto. El de al lado había tenido menos suerte que yo, y no es que me importara.

-Dudo que alguien como yo pueda ayudarla en sus problemas mortales, mas no me importaría intentarlo. ¿Que la molesta, pues?
No lograba imaginar que podría preocupar tanto a una persona como para buscar refugio en fantasmas de mi tipo, pero no negaba que añoraba un poco de conversación. No es como si no pudiera hacer nada en absoluto, gracias a dios podía interactuar con objetos y demás seres, acallaba la monotonía de los días.

-Tampoco espero que lo lamente. -hice una pausa cuando habló y no pude hacer otra cosa salvo sonreír con suavidad. Por fín algo interesante, y es que la música era mi campo, o al menos de lo que más había conversado en vida. -Violinista, mas ya veis lo que me duró. Tocaría encantado para vos, pero entenderéis que mi condición no me lo permite, al menos no como antes. A pesar de ello no tendría inconveniente en hacerlo, pero carezco de mi violín aquí.

- Me gustaría permanecer en el anonimato pues quizá, lo que esté a punto de contarle, no sea de su agrado. Uno debe mantener las apariencias, de eso se trata el mundo de los vivos, Dante.

Sonreí. De aquello se alimentaba la banalidad de la clase media-alta. Los pobres deseaban ser ricos en pertenencias y los ricos deseaban ser más afortunados en lo que al intelecto se refería. A mí, todo aquello no me importaba, el verdadero poder residía en la magia y en la capacidad de saber utilizarla.

- Hablo con los muertos, por si acaso ellos saben de alguna forma de devolver el alma de un difunto al otro mundo.

"Difunto", así llamaba al fantasma de mi marido.

- La música amansa a las fieras, o eso dicen...- eché un vistazo a la inscripción de la lápida en la que el mismo fantasma se había situado- ¿Está usted guardando su propia tumba? ¿Cómo murió? ¿Acaso lo mataron?

Permanecí en silencio. Había algo acerca de ella que aún me hacía desconfiar. Bien saben que odio a los traidores, y sentía que quizás la curiosidad y insistencia que pudiera tener ella en el mundo de los que eramos como yo se debía a algo más que curiosidad. Quizás interés, no lo negaba. Esa posibilidad despertaba los pensamientos más oscuros en mi mismo, pero me vi obligado a frenar esas ideas, respondiendo de manera algo brusca.

-Es Dastan. -La corté, oyendo el resto de lo que tuvo que decir, pero yo mismo estaba ya demasiado ocupado pensando en que podría llevarla a preguntar algo como tal.-¿Al otro mundo decís? ¿Por qué podría interesaros eso? ¿Acaso os ronda un fantasma?

Sin duda aquella era la única respuesta que se me ocurría, sencilla a mi parecer, pero también extraña, pues bien se que no es afición de fantasmas perseguir humanos, por muy interesantes que podamos encontrar sus vidas. Por mi parte prefería permanecer solo, no iba a negarlo, aunque la soledad a veces podía hacerse difícil y ardua. Los años pasan rápidos, y a la vez dolorosos mientras ves al mundo envejecer y tu piel etérea y pálida en el mismo estado. Echaba de menos esa capacidad de envejecer, de ver mundo y dejarlo atrás sin remordimientos. ¿Qué habría sido de mi de no ser por Margaret? Quizás habría terminado mi Atlas.

-Admito que me despierta curiosidad el como una persona como vos puede necesitar el librarse de un ser como yo, le adelanto que dudo que pueda "mandarle al otro mundo" si él no lo desea. No es algo que pueda decidir por su propia cuenta. Somos libres. Al menos hasta la barrera de lo material. No podemos sentir, como se que sabrá. -me alcé de la lápida dando varios pasos para alejarme. Parecía haber atado cabos enseguida y supongo que en el fondo era así como ella decía, pero, no tenía intención de responder. La sola pregunta me oscureció los ojos y levantó una honda melancolía.

-¿Acaso le pregunto a vos sobre vuestra vida privada? No es algo que preguntar con esa entereza. Me mataron. Pero dudo que necesite saber más al respecto. -hice una pausa.- Tengo motivos para creer que es responsable del fantasma que la ronda...¿o acaso me equivoco? Deba saber que de ser así no va a obtener de mi mayor ayuda o respuesta. Agradezco su compañía, y espero que encuentre consuelo en otra ocasión, he de retirarme.

El viento pareció levantarse de golpe y desaparecí de la zona sin añadir nada más. Había sido una conversación interesante, y admitía que me había dejado llevar por mi propio genio, pero no tenía intención de ayudar a aquellos que me habían convertido en lo que era. Un alma. Un ser sin cuerpo. Me hallaba perdido en los días, en las semanas, en los años...¿hasta cuando? Me había planteado en más de una ocasión el dejarme ir, pero lejos de permitirlo me había aferrado más a la vida...a lo que fuera aquello que tenía. Debía terminar el Atlas antes de dejarme ir. Quizás, entonces, y solo entonces, pudiera descansar.