AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Té con miel (Leandro)
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Té con miel (Leandro)
Aquella noche, hube tenido la peor de las pesadillas. Llevaba un vestido de corte inglés, del color del vino y la sangre; tenía las mejillas sonrojadas, llenas de vida y el cabello rubio y rizado. Era la viva imagen de la más joven de las Lafayette, la amante secreta de mi difunto marido. Reía, al compás del sonido que las hienas de sus hermanas emitían alrededor de aquella mesa redonda mientras yo miraba al horizonte, pensando en dónde estaría él y cuando podría volver a verlo. Ella —o yo, porque aquel era mi sueño— lo echaba tanto de menos que el corazón no era capaz de someterse a espera alguna.
Era tan ridículo, tan denigrante... ¡Suspirar por Leandro, quién lo hubiese visto! Aún así, no quise despertar y permanecí en aquella posición sin recordarme a mí misma que aquel era sólo un sueño.
Por la mañana, desperté agitada, durante las últimas horas de sueño, el niño había estado inquieto, moviéndose de un lado a otro, provocando dolor en lugares en los que ni siquiera parecía haber tenido sensibilidad antes. Al mirarme al espejo, me pregunté cómo sería ser ella por un instante, teniéndolo a él frente a mí. ¿Se comportaría de forma distinta, se trataría de un hombre completamente diferente? Sentía tanta curiosidad que poco a poco mi cuerpo fue transformándose hasta acoger en su totalidad la silueta de Holly Lafayette.
Era su vivo retrato. La imagen de una joven de mejillas llenas de vida y mirada profunda y embriagadora. Durante un par de horas, sería la mujer perfecta, todo lo que Leandro había buscado fuera de aquel hogar.
Quería saber qué era lo que ella tenía, como había logrado quererlo siendo este tan insoportable.
Abandoné mi habitación, asegurándome de que nadie me viese. Salí de mi propio hogar y sobre mis propios pasos, toqué el timbre, esperando que Cecile me abriese.
- Buenos días...
Al verme, Cecile ahogó un grito. ¿A quién había visto, al mismísimo demonio?
- ¡Por Dios santo! ¿Qué hace usted aquí? No, no, no...el señor no está, salió hace rato, solo está mi señora...usted debe irse, no es bienvenida en este lugar. Márchese, márchese, señorita Lafayette.
Empezaba a adorar a esa viejita.
- Me temo, señora que ha sido Leandro el que me citó aquí. Agradecería que fuese a buscarle, me está esperando.
Me llevé las manos al vientre, un gesto un tanto instintivo que provocó mi sorpresa al no notar la pesadez y el volumen del embarazo. Cecile marchó maldiciendo, buscando al señor de la casa, al hombre que yo tanto detestaba.
Debía de haber una forma de fingir que por una vez en la vida, lo había añorado con todas mis fuerzas.
Cuando lo vi aparecer, juro por mi propia alma que noté que su mirada no era la misma. A ella no la miraba de la misma forma que me miraba a mí. Sentí una rabia irracional recorrerme cada uno de los poros de mi piel.
- Leandro...ha pasado demasiado tiempo, no he podido aguantar la espera, mi alma está atormentada desde nuestra despedida.
Era tan ridículo, tan denigrante... ¡Suspirar por Leandro, quién lo hubiese visto! Aún así, no quise despertar y permanecí en aquella posición sin recordarme a mí misma que aquel era sólo un sueño.
Por la mañana, desperté agitada, durante las últimas horas de sueño, el niño había estado inquieto, moviéndose de un lado a otro, provocando dolor en lugares en los que ni siquiera parecía haber tenido sensibilidad antes. Al mirarme al espejo, me pregunté cómo sería ser ella por un instante, teniéndolo a él frente a mí. ¿Se comportaría de forma distinta, se trataría de un hombre completamente diferente? Sentía tanta curiosidad que poco a poco mi cuerpo fue transformándose hasta acoger en su totalidad la silueta de Holly Lafayette.
Era su vivo retrato. La imagen de una joven de mejillas llenas de vida y mirada profunda y embriagadora. Durante un par de horas, sería la mujer perfecta, todo lo que Leandro había buscado fuera de aquel hogar.
Quería saber qué era lo que ella tenía, como había logrado quererlo siendo este tan insoportable.
Abandoné mi habitación, asegurándome de que nadie me viese. Salí de mi propio hogar y sobre mis propios pasos, toqué el timbre, esperando que Cecile me abriese.
- Buenos días...
Al verme, Cecile ahogó un grito. ¿A quién había visto, al mismísimo demonio?
- ¡Por Dios santo! ¿Qué hace usted aquí? No, no, no...el señor no está, salió hace rato, solo está mi señora...usted debe irse, no es bienvenida en este lugar. Márchese, márchese, señorita Lafayette.
Empezaba a adorar a esa viejita.
- Me temo, señora que ha sido Leandro el que me citó aquí. Agradecería que fuese a buscarle, me está esperando.
Me llevé las manos al vientre, un gesto un tanto instintivo que provocó mi sorpresa al no notar la pesadez y el volumen del embarazo. Cecile marchó maldiciendo, buscando al señor de la casa, al hombre que yo tanto detestaba.
Debía de haber una forma de fingir que por una vez en la vida, lo había añorado con todas mis fuerzas.
Cuando lo vi aparecer, juro por mi propia alma que noté que su mirada no era la misma. A ella no la miraba de la misma forma que me miraba a mí. Sentí una rabia irracional recorrerme cada uno de los poros de mi piel.
- Leandro...ha pasado demasiado tiempo, no he podido aguantar la espera, mi alma está atormentada desde nuestra despedida.
Gaia Cavallari- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 07/05/2013
Localización : Paris
Re: Té con miel (Leandro)
No podía más. Sin Holly, sin nada, solo me quedaba soportar cada día a esa hiena insaciable. No había vuelto a hablar con ella desde la última discusión, en la cual dejé bien claro que cuando ella estuviera dispuesta a hablar como una persona y no como una bestia, que me avisara. Me había mostrado lo menos posible desde entonces, intercambiando palabras para lo justo y necesario. No lo hubiese creído posible, pero cada día la odiaba más y más. El rencor me consumía por dentro y eso como fantasma me afectaba de una forma distinta, con efectos secundarios. En la casa desde entonces se respiraba un ambiente cargado, el estado de ánimo de todos los que en ella habitaban se volvía más inestable. Por ese motivo, prefería pasar la mayor parte del tiempo encerrado en mi despacho, en el jardín o vagando invisible por las calles parisinas.
No me preocupaba que Gaia huyera. Porque aunque fuese tan estúpida como para marcharse, fuera a donde fuera la encontraría y no había nada que ella pudiera hacer para evitar que la llevase de vuelta. Era pasado el mediodía cuando decidí volver a casa para encargarme del papeleo de las fábricas. Al tener tanto tiempo libre y no necesitar invertir tiempo en dormir o comer, tenía demasiado tiempo para mí el cual no quería invertir en pensar en nada. Por ello, me llevaba más trabajo a casa, utilizando aquellos documentos como distracción.
Pero ese día, cuando volví a casa, la encontré a ella. Me hubiese dado un vuelco el corazón, de haber seguido palpitando en mi pecho. Sentía aquellas garras clavándose dolorosamente en mi, atravesándome y desgarrándome ante la imagen de la mujer a la que había dejado por amarla demasiado como destrozar su vida siendo un espectro. Pero ella estaba allí, buscándome. Y yo permanecía invisible a sus ojos, esos ojos profundos que observaba frente a ella, sin que ella pudiera verme allí, deseando volver a estar juntos. Mi incorpórea mano se alzo hacia su mejilla, atravesando su piel. No podía soportarlo…
Volví al interior de la casa, buscando a Cécile, a quien había visto entrar posiblemente a buscarme a mi o a Gaia. La asalté rápidamente, antes de que llegase demasiado lejos.
-¡Señor, ha venido a verle La…!
-¡Ssshh! Acabo de verla. No le digas nada a Gaia, Cécile. Tengo que resolver esto.
Ella probablemente estaría dormida o simplemente encerrada en su habitación. No me importaba. No me importaba en absoluto. Me dirigí hacia la puerta, tratando de serenarme. No quería dejarme llevar, no quería que las cosas se volvieran tan difíciles…
-Holly…
Trataba de no mirarla a los ojos cuando pronunció sus palabras. No podía hacerlo…
-Por favor, tienes que marcharte. Ya te lo he explicado, no compliques más las cosas…
Pero necesitaba verla. Necesitaba al menos un momento con ella. Porque si no le regalaba mi tiempo ahora, nunca me lo perdonaría a mí mismo.
-Ven.
Cerré la puerta, llevándola por la zona de menor visibilidad de los jardines. Allí estaríamos a salvo de miradas indiscretas.
-Holly, por favor…
Mis palabras eran entonadas a una distancia cercana, en un susurro. Mi mano se alzaba hacia su mejilla, deslizando suavemente sobre su piel las yemas de mis dedos, con un cariño que solo le había dedicado a ella, pues a pesar de haberlo intentado con Gaia en nuestros primeros años de casados, jamás había llegado a rozar aquél rostro sin que tratara de apartarse con una mueca de desprecio.
-No puedo…
No me preocupaba que Gaia huyera. Porque aunque fuese tan estúpida como para marcharse, fuera a donde fuera la encontraría y no había nada que ella pudiera hacer para evitar que la llevase de vuelta. Era pasado el mediodía cuando decidí volver a casa para encargarme del papeleo de las fábricas. Al tener tanto tiempo libre y no necesitar invertir tiempo en dormir o comer, tenía demasiado tiempo para mí el cual no quería invertir en pensar en nada. Por ello, me llevaba más trabajo a casa, utilizando aquellos documentos como distracción.
Pero ese día, cuando volví a casa, la encontré a ella. Me hubiese dado un vuelco el corazón, de haber seguido palpitando en mi pecho. Sentía aquellas garras clavándose dolorosamente en mi, atravesándome y desgarrándome ante la imagen de la mujer a la que había dejado por amarla demasiado como destrozar su vida siendo un espectro. Pero ella estaba allí, buscándome. Y yo permanecía invisible a sus ojos, esos ojos profundos que observaba frente a ella, sin que ella pudiera verme allí, deseando volver a estar juntos. Mi incorpórea mano se alzo hacia su mejilla, atravesando su piel. No podía soportarlo…
Volví al interior de la casa, buscando a Cécile, a quien había visto entrar posiblemente a buscarme a mi o a Gaia. La asalté rápidamente, antes de que llegase demasiado lejos.
-¡Señor, ha venido a verle La…!
-¡Ssshh! Acabo de verla. No le digas nada a Gaia, Cécile. Tengo que resolver esto.
Ella probablemente estaría dormida o simplemente encerrada en su habitación. No me importaba. No me importaba en absoluto. Me dirigí hacia la puerta, tratando de serenarme. No quería dejarme llevar, no quería que las cosas se volvieran tan difíciles…
-Holly…
Trataba de no mirarla a los ojos cuando pronunció sus palabras. No podía hacerlo…
-Por favor, tienes que marcharte. Ya te lo he explicado, no compliques más las cosas…
Pero necesitaba verla. Necesitaba al menos un momento con ella. Porque si no le regalaba mi tiempo ahora, nunca me lo perdonaría a mí mismo.
-Ven.
Cerré la puerta, llevándola por la zona de menor visibilidad de los jardines. Allí estaríamos a salvo de miradas indiscretas.
-Holly, por favor…
Mis palabras eran entonadas a una distancia cercana, en un susurro. Mi mano se alzaba hacia su mejilla, deslizando suavemente sobre su piel las yemas de mis dedos, con un cariño que solo le había dedicado a ella, pues a pesar de haberlo intentado con Gaia en nuestros primeros años de casados, jamás había llegado a rozar aquél rostro sin que tratara de apartarse con una mueca de desprecio.
-No puedo…
Leandro Cavallari- Fantasma
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 07/05/2013
Re: Té con miel (Leandro)
Cómo pronunciaba su nombre, de qué forma acariciaba con la punta de la lengua cada vocal, cada consonante ahogada en su garganta. No parecía tener frente a mí al mismo hombre con el que hacía unos días había discutido por acusarme de lo que no era: una alcohólica. Jamás había bebido más de la cuenta pero por alguna razón el malnacido de Leandro se divertía burlándose de mí como aquel día en el que embarazada de seis semanas me había insinuado que hube atacado la alhacena de la cocina.
Para, para, para — fue lo que me dije — no podía seguir con aquella rabia acumulada que hacía que me comportase como una bestia salvaje ante él. Mi marido había descrito a Holly como una señorita de clase alta con elegancia y saber estar, algo que muchas veces él mismo me había reprochado. ¿Qué culpa tenía yo? Ni siquiera había podido elegir el marido con el que casarme...era joven e ingenua, no tuve tiempo de aprender modales, jamás hube tenido una institutriz como las de las familias con dinero.
Sí, era una muerta de hambre con suerte, un bicho raro que había acabado en la cueva del lobo, empujada por la codicia de un rebaño de ovejas. ¿Qué iba a hacer? Yo siempre tendría que luchar por sobrevivir.
Dejé que me arrastrase, presa de la curiosidad, de la necesidad oculta de saber qué era exactamente lo que Holly Lafayette veía en él.
Cuando se dispuso a acariciar mi mejilla, tuve que hacer uso de mi fuerza de voluntad para no girar el rostro, impidiéndoselo. Sumisa, dejé que acariciase la piel sonrojada y al tacto, pude notar la calidez de su mano, el cariño que él profesaba con aquel gesto. Se lo dedicaba a ella, no a mí y tuve que recordármelo un par de veces antes de proseguir con aquella farsa.
- Sí puedes...esto no cambia nada. He oído lo de tu mujer, ese niño no nos va a separar de ninguna forma, Leandro. Tú y yo podemos estar juntos...¿Es lo que quieres, verdad? Si no es así...si no me amas...eso lo cambiaría todo, me romperías el corazón...en mil pedazos y nadie sería capaz de volver a recomponerlo.
Suspiré. Jamás había pronunciado aquellas palabras. Dios estaba por testigo que jamás había sentido amor o aquella clase de necesidad extrema de estar junto a un hombre. No era frígida, simplemente habían placeres en esta vida que se me habían negado por el simple hecho de estar casada con un hombre que no amaba.
Me acerqué a él, olvidándome de las arcadas que me sacudían al notarle cerca. Le supliqué con la mirada, agotando las posibilidades de que él pudiese seguir reprimiéndose ante la presencia de Holly. Tarde o temprano caería, si tanto la amaba...
- No hay noche ni día sin ti, no sé respirar desde que tú no estás, Leandro. ¿Por qué me has dejado, por qué te has negado a seguir queriéndome? ¿No se supone que el amor es inquebrantable, infinito y caprichoso?
Para, para, para — fue lo que me dije — no podía seguir con aquella rabia acumulada que hacía que me comportase como una bestia salvaje ante él. Mi marido había descrito a Holly como una señorita de clase alta con elegancia y saber estar, algo que muchas veces él mismo me había reprochado. ¿Qué culpa tenía yo? Ni siquiera había podido elegir el marido con el que casarme...era joven e ingenua, no tuve tiempo de aprender modales, jamás hube tenido una institutriz como las de las familias con dinero.
Sí, era una muerta de hambre con suerte, un bicho raro que había acabado en la cueva del lobo, empujada por la codicia de un rebaño de ovejas. ¿Qué iba a hacer? Yo siempre tendría que luchar por sobrevivir.
Dejé que me arrastrase, presa de la curiosidad, de la necesidad oculta de saber qué era exactamente lo que Holly Lafayette veía en él.
Cuando se dispuso a acariciar mi mejilla, tuve que hacer uso de mi fuerza de voluntad para no girar el rostro, impidiéndoselo. Sumisa, dejé que acariciase la piel sonrojada y al tacto, pude notar la calidez de su mano, el cariño que él profesaba con aquel gesto. Se lo dedicaba a ella, no a mí y tuve que recordármelo un par de veces antes de proseguir con aquella farsa.
- Sí puedes...esto no cambia nada. He oído lo de tu mujer, ese niño no nos va a separar de ninguna forma, Leandro. Tú y yo podemos estar juntos...¿Es lo que quieres, verdad? Si no es así...si no me amas...eso lo cambiaría todo, me romperías el corazón...en mil pedazos y nadie sería capaz de volver a recomponerlo.
Suspiré. Jamás había pronunciado aquellas palabras. Dios estaba por testigo que jamás había sentido amor o aquella clase de necesidad extrema de estar junto a un hombre. No era frígida, simplemente habían placeres en esta vida que se me habían negado por el simple hecho de estar casada con un hombre que no amaba.
Me acerqué a él, olvidándome de las arcadas que me sacudían al notarle cerca. Le supliqué con la mirada, agotando las posibilidades de que él pudiese seguir reprimiéndose ante la presencia de Holly. Tarde o temprano caería, si tanto la amaba...
- No hay noche ni día sin ti, no sé respirar desde que tú no estás, Leandro. ¿Por qué me has dejado, por qué te has negado a seguir queriéndome? ¿No se supone que el amor es inquebrantable, infinito y caprichoso?
Gaia Cavallari- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 07/05/2013
Localización : Paris
Re: Té con miel (Leandro)
Por qué tenía que volver… por qué había tenido que sacar aquél tema de nuevo… Sus palabras me quemaban por dentro, insoportables. Había sido feliz con Holly, y podría haberlo sido mucho más, ambos podríamos haberlo sido de haber salido nuestro plan como debía. Ella había sido la única mujer que me había mostrado su afecto. Pero todo había cambiado. Tenía que afrontar las consecuencias. Y el estar muerto no había sido la única razón por la que había tomado la decisión de dejar a Holly. Tampoco la del embarazo de Gaia, pues supe de él después del último encuentro con Lafayette. Tenía que ver con mí… asunto pendiente.
Aparté mi mano de ella, retirándome de su lado. Era un gesto muy frío para los que estábamos acostumbrados. Uno que le haría daño, pero no tenía otra solución.
-Te lo expliqué, Holly. No sabía que Gaia estaba embarazada cuando hablamos, sabes bien que ese no fue el motivo de mis palabras. Para una mujer como tú, no será difícil encontrar un hombre que te haga más feliz de lo que podría haberte hecho yo.
El peso de mis palabras era grande, pero eran pronunciadas con seguridad y ella sabía perfectamente que no podría cambiar mi decisión.
-Te lo expliqué…-repetí una vez más, alejándome otro paso de ella.- No puedo amar a dos mujeres.
Porque esa fueron las palabras que utilicé con ella la última vez que nos encontramos. No, desde luego que no quería a Gaia. No ahora. Pero fue mi visión, fue lo que se presentó ante mis ojos cuando volví a este mundo como un vago recuerdo de lo que fui. Lo primero que sentí, fue aquél amor hacia ella, hacia Gaia, el mismo que sentí en aquellos primeros años, siendo por aquél entonces mi único sueño el ser correspondido. Nunca la forcé, jamás habría sido capaz de ello, pero Gaia ya había identificado en mí a todo lo que despreciaba, despreciándome de igual forma. Fueron los días, semanas, meses… años de ver ese rostro apartándose con asco los que endurecieron mi carácter. Los que hicieron que el “por favor, Gaia” fuera sustituido por secas imposiciones, cansado de ser despreciado y humillado por el mero hecho de quererla y desear que fuera una mujer modelo de la familia modelo que desde pequeño me habían enseñado como ejemplo a seguir. Y el fondo, sabía que debía volver a aprender a quererla si deseaba descansar en paz. Algo que me repugnaba, algo que no deseaba… pero algo que no podía ignorar. El destino era un niño caprichoso.
-Espero que pueda perdonarme, señorita Lafayette.
Y, a pesar de la sonrisa que intenté mantener ante aquellas palabras, fueron tan frías como el hielo y tan hirientes, para mí, como un cuchillo. No me permití mostrar debilidad en mi rostro al pronunciar tal cosa. Con una formal reverencia, le di la espalda, alejándome en dirección a la casa.
Aparté mi mano de ella, retirándome de su lado. Era un gesto muy frío para los que estábamos acostumbrados. Uno que le haría daño, pero no tenía otra solución.
-Te lo expliqué, Holly. No sabía que Gaia estaba embarazada cuando hablamos, sabes bien que ese no fue el motivo de mis palabras. Para una mujer como tú, no será difícil encontrar un hombre que te haga más feliz de lo que podría haberte hecho yo.
El peso de mis palabras era grande, pero eran pronunciadas con seguridad y ella sabía perfectamente que no podría cambiar mi decisión.
-Te lo expliqué…-repetí una vez más, alejándome otro paso de ella.- No puedo amar a dos mujeres.
Porque esa fueron las palabras que utilicé con ella la última vez que nos encontramos. No, desde luego que no quería a Gaia. No ahora. Pero fue mi visión, fue lo que se presentó ante mis ojos cuando volví a este mundo como un vago recuerdo de lo que fui. Lo primero que sentí, fue aquél amor hacia ella, hacia Gaia, el mismo que sentí en aquellos primeros años, siendo por aquél entonces mi único sueño el ser correspondido. Nunca la forcé, jamás habría sido capaz de ello, pero Gaia ya había identificado en mí a todo lo que despreciaba, despreciándome de igual forma. Fueron los días, semanas, meses… años de ver ese rostro apartándose con asco los que endurecieron mi carácter. Los que hicieron que el “por favor, Gaia” fuera sustituido por secas imposiciones, cansado de ser despreciado y humillado por el mero hecho de quererla y desear que fuera una mujer modelo de la familia modelo que desde pequeño me habían enseñado como ejemplo a seguir. Y el fondo, sabía que debía volver a aprender a quererla si deseaba descansar en paz. Algo que me repugnaba, algo que no deseaba… pero algo que no podía ignorar. El destino era un niño caprichoso.
-Espero que pueda perdonarme, señorita Lafayette.
Y, a pesar de la sonrisa que intenté mantener ante aquellas palabras, fueron tan frías como el hielo y tan hirientes, para mí, como un cuchillo. No me permití mostrar debilidad en mi rostro al pronunciar tal cosa. Con una formal reverencia, le di la espalda, alejándome en dirección a la casa.
Leandro Cavallari- Fantasma
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 07/05/2013
Re: Té con miel (Leandro)
¿Qué? ¿Amar a dos mujeres? No había posibilidad alguna de que Leandro me amase, yo misma me había encargado de destruir tal sentimiento, si es que algún día lo hubo sentido por mí. Hasta a mí se me hace dificil quererme a mí misma, yo era consciente de que la mayor parte del tiempo era apática y tozuda.
- Leandro...¿La quieres? ¿Cómo puedes tan siquiera guardarle un mínimo de cariño? Mira lo que nos ha hecho...
No fui capaz de fingir que lloraba, principalmente porque disfrutaba de aquel rechazo que mi difunto marido estaba dedicando a Holly Lafayette. Se lo tenía merecido, por andar con un hombre que por ley y bajo el amparo de Dios, me pertenecía.
Lo observé partir así que di la vuelta a la mansión, situándome en el jardín de atrás, pasando de refilón por la tumba intacta de Leandro. Volví a tomar mi propia forma, alegrándome de volver a sentir el peso de mi propio vientre.
Entonces, grité su nombre.
- ¡Leandro!
Tenía que comprobar que sus palabras eran ciertas. ¿Seguía queriéndome?
- Iluso...
- Leandro...¿La quieres? ¿Cómo puedes tan siquiera guardarle un mínimo de cariño? Mira lo que nos ha hecho...
No fui capaz de fingir que lloraba, principalmente porque disfrutaba de aquel rechazo que mi difunto marido estaba dedicando a Holly Lafayette. Se lo tenía merecido, por andar con un hombre que por ley y bajo el amparo de Dios, me pertenecía.
Lo observé partir así que di la vuelta a la mansión, situándome en el jardín de atrás, pasando de refilón por la tumba intacta de Leandro. Volví a tomar mi propia forma, alegrándome de volver a sentir el peso de mi propio vientre.
Entonces, grité su nombre.
- ¡Leandro!
Tenía que comprobar que sus palabras eran ciertas. ¿Seguía queriéndome?
- Iluso...
Gaia Cavallari- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 07/05/2013
Localización : Paris
Re: Té con miel (Leandro)
Escuché la llamada de Gaia desde el interior de mi despacho, fuera en los jardines. No quería verla, ahora no. Ni a ella ni a nadie. Pero no me había llamado desde hacía semanas, desde que le advertí que me llamase cuando hubiese recapacitado sobre su postura. No era el mejor momento para hablarlo, pero quién sabe si fue por el mero hecho de cumplir mi palabra o de distraerme... allí estaba de nuevo, con ella.
-¿Qué quieres?
Mi cuerpo se mostró poco a poco, mostrando de nuevo su fachada recta, sin ninguna muestra que pudiera delatar lo que acababa de suceder. Quizás Cécile, a pesar de mi orden, había hablado con Gaia, revelándole la visita de Lafayette. Quizás simplemente ella misma la había visto antes de perdernos esos breves momentos en los jardines. En cualquier caso, si lo sabía, entonces solo me habría llamado para acusarme de cualquier cosa que se hubiese gestado en su retorcida imaginación. Y yo no le discutiría nada. No por darle la razón, sino porque simple apatía. Y es que bien aprendido tenía el que ninguna razón que pudiera darle a Gaia podría apartarla de los pensamientos que ya tuviera. Qué más daba si quería pensar que continuaba junto a Lafayette.
-¿Necesitas algo o te gustaría conversar con calma de cierto asunto ya propuesto?
-¿Qué quieres?
Mi cuerpo se mostró poco a poco, mostrando de nuevo su fachada recta, sin ninguna muestra que pudiera delatar lo que acababa de suceder. Quizás Cécile, a pesar de mi orden, había hablado con Gaia, revelándole la visita de Lafayette. Quizás simplemente ella misma la había visto antes de perdernos esos breves momentos en los jardines. En cualquier caso, si lo sabía, entonces solo me habría llamado para acusarme de cualquier cosa que se hubiese gestado en su retorcida imaginación. Y yo no le discutiría nada. No por darle la razón, sino porque simple apatía. Y es que bien aprendido tenía el que ninguna razón que pudiera darle a Gaia podría apartarla de los pensamientos que ya tuviera. Qué más daba si quería pensar que continuaba junto a Lafayette.
-¿Necesitas algo o te gustaría conversar con calma de cierto asunto ya propuesto?
Leandro Cavallari- Fantasma
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 07/05/2013
Re: Té con miel (Leandro)
- Solo quería conversar contigo, con calma.
Le miré y por primera vez, no mostré rabia. Le hablaba con serenidad, algo más que impensable por mi parte. Quería comprobar cómo podía después de todo, atreverse a quererme. ¡Qué desfachatez por su parte, amar a una mujer que lo odiaba más que a cualquier otra cosa!
- La he visto marcharse - le dije con desasosiego, ni siquiera me tomé el tiempo de pronunciar el nombre de aquella mujer; no, aquello hubiese alterado mi delicado estado...y nuestra relación ya estaba en un punto de no retorno.
Me acerqué a él, intentando incomodarlo, sabía que mi sola presencia le perturbaba. Esa era la reacción que yo esperaba, la de un enemigo, no la del amante que Holly Lafayette había buscado con desesperación.
- Yo solo quería decirte que no hace falta que la abandones. Lo que no tienes conmigo no significa que no puedas tenerlo con otra mujer.
Porque odiaba a Holly, pero no podía privarlos a ambos de algo que yo incluso desconocía.Me imagina el amor como algo pasional, instintivo y oscuro, algo que no atendía a razones o discusiones, algo mágico. ¿De dónde surgía? No tenía ni idea, de haberlo sabido, hubiese corrido tras el para brindárselo a mi propio marido.
- ¿Qué tiene ella que no tenga yo? La última vez me dijiste que era una mujer de clase, con modales y cariñosa. Eso es lo que tú buscabas. Nunca te percataste de que yo era diferente, de que no podía compararse mi ascendencia con la de Holly. Mis modales acaban en un gracias y no en una reverencia. Si alguna vez intentaste besarme y yo te lo impedí, fue porque jamás alguien me había besado. Tú me arrebataste la virginidad, cuando yo me hube una vez preguntado el cómo sería entregársela a alguien por voluntad propia. Hay tantas cosas que diste por sentado...como el hecho de que me gustasen las flores cuando en realidad las odiaba. Creíste que podías conquistarme agasajándome cuando yo solo te pedía que comenzases de cero, que me dieses tiempo y no intentases colarte en mi corazón por la fuerza. Sí, quería enamorarme de ti y puse todo mi empeño en hacerlo pero tú apenas me diste tiempo...te cansaste de esperar, de soportar mi mal humor y mis modos. No preguntaste cuales eran mis virtudes y defectos antes de comprarme y una vez te fui entregada, aguantaste mis deformidades, consolándote con otra en vez intentar arreglarme. Quisiste dominarme por la fuerza y a ninguna bestia le es placentero el látigo, tenías que ganarte mi confianza, eso era todo, Leandro, con solo eso te hubiese bastado para conquistarme.
Le miré y por primera vez, no mostré rabia. Le hablaba con serenidad, algo más que impensable por mi parte. Quería comprobar cómo podía después de todo, atreverse a quererme. ¡Qué desfachatez por su parte, amar a una mujer que lo odiaba más que a cualquier otra cosa!
- La he visto marcharse - le dije con desasosiego, ni siquiera me tomé el tiempo de pronunciar el nombre de aquella mujer; no, aquello hubiese alterado mi delicado estado...y nuestra relación ya estaba en un punto de no retorno.
Me acerqué a él, intentando incomodarlo, sabía que mi sola presencia le perturbaba. Esa era la reacción que yo esperaba, la de un enemigo, no la del amante que Holly Lafayette había buscado con desesperación.
- Yo solo quería decirte que no hace falta que la abandones. Lo que no tienes conmigo no significa que no puedas tenerlo con otra mujer.
Porque odiaba a Holly, pero no podía privarlos a ambos de algo que yo incluso desconocía.Me imagina el amor como algo pasional, instintivo y oscuro, algo que no atendía a razones o discusiones, algo mágico. ¿De dónde surgía? No tenía ni idea, de haberlo sabido, hubiese corrido tras el para brindárselo a mi propio marido.
- ¿Qué tiene ella que no tenga yo? La última vez me dijiste que era una mujer de clase, con modales y cariñosa. Eso es lo que tú buscabas. Nunca te percataste de que yo era diferente, de que no podía compararse mi ascendencia con la de Holly. Mis modales acaban en un gracias y no en una reverencia. Si alguna vez intentaste besarme y yo te lo impedí, fue porque jamás alguien me había besado. Tú me arrebataste la virginidad, cuando yo me hube una vez preguntado el cómo sería entregársela a alguien por voluntad propia. Hay tantas cosas que diste por sentado...como el hecho de que me gustasen las flores cuando en realidad las odiaba. Creíste que podías conquistarme agasajándome cuando yo solo te pedía que comenzases de cero, que me dieses tiempo y no intentases colarte en mi corazón por la fuerza. Sí, quería enamorarme de ti y puse todo mi empeño en hacerlo pero tú apenas me diste tiempo...te cansaste de esperar, de soportar mi mal humor y mis modos. No preguntaste cuales eran mis virtudes y defectos antes de comprarme y una vez te fui entregada, aguantaste mis deformidades, consolándote con otra en vez intentar arreglarme. Quisiste dominarme por la fuerza y a ninguna bestia le es placentero el látigo, tenías que ganarte mi confianza, eso era todo, Leandro, con solo eso te hubiese bastado para conquistarme.
Gaia Cavallari- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/05/2013
Localización : Paris
Re: Té con miel (Leandro)
Asentí ante sus pretensiones, guardando silencio y esperando sus palabras, realmente no muy convencido de que fuesen ciertas. Tal y como pensaba, había visto a Lafayette, pero mi sorpresa fue el que no me reprochase absolutamente nada sobre el encuentro, ni me pidiera explicaciones o me atacara utilizando aquello. Más todavía me extrañó el que se acercase a mí, manteniendo una distancia más cercana de la que acostumbrábamos. Y yo no me aparté, me limitaba a observar y escuchar, intentando mantener un rostro sereno mientras mi mente se perdía en el dolor de la frialdad de las palabras que había dedicado a Lafayette.
-Ya es tarde.
Aquella fue mi única respuesta. Estaba seguro de que todo lo que salía de su boca era parte de algún plan mayor, de alguna de sus artimañas. Y no pensaba seguirle el juego. No obstante, ella continuó su discurso, por primera vez hablando totalmente en serio, con calma. Y cada palabra me traía aquellos dolorosos recuerdos, los momentos que poco a poco me endurecieron y me hicieron despreciarla. Entonces, y solo entonces, fue cuando una pregunta nació en mi mente. ¿Había sido culpa mía?
No podía negar que era cierto el que en el pasado hubiese dado muchas cosas por sentado. En aquellos tiempos en los que cuando sonreía, iba dedicado a ella. Sí, quise pensar que todo iría según el “gran plan”. Que ella también estaría de acuerdo conmigo. Pero nunca se me podría culpar de no haberlo hecho por el bien de nuestra familia. No sabía por qué ella no podía entenderlo, por qué se oponía de aquella forma a mí, cuando solo deseaba para ella lo mejor. Al final, con el paso de los años, los “por favor” se transformaron en imposiciones y, finalmente, en dardos dirigidos específicamente para hacerle daño, para devolverle todo el desprecio que me había dedicado.
-Y, en lugar de decírmelo, de guiarme y enseñarme directamente, preferiste despreciarme. A mí, que jamás hubiese sido capaz de herirte con palabras. Intenté que comprendieses mi postura, que te percatases de tu egoísmo al pensar solo en lo que era mejor para ti. Fuiste tú la que clavaste la primera daga, Gaia. Eso no puedes negármelo. ¿Cómo te hubieses sentido tú en mi lugar?
Miraba directamente a sus ojos, reflejando en los míos el destrozo al que todo aquello me había sometido. Jamás había pensado en mi beneficio cuando nos casamos, siempre había mirado por su bienestar, por darle lo mejor, por intentar que nuestra familia tuviera un prestigio que la hiciera destacar para ser capaz de entregarle todo. Pero jamás lo conseguí. Fracasé.
-¿Cómo te sentirías si cada vez que intentases construir algo, se desmoronase como un castillo de naipes frente a una ventana un día de viento? ¿Cómo te sentirías si la persona por la que lo hubieras dado todo, incluso la vida, te dedicase solo palabras y miradas llenas de odio y desprecio?
Mantuve el silencio, conteniendo aquellas emociones sentidas de forma extraña, nueva, en aquél cuerpo incorpóreo. Sentía un torrente que no sabía identificar, uno que se manifestaba a mi alrededor, afectando al aura que desprendía, contagiando a quien fuese absorbido por mi presencia.
-Fuiste la primera mujer de mi vida. Y a pesar de que lo intenté, no supe tratarte. Pero ahora todo eso ya no importa. A fin de cuentas, al final conseguiste tu venganza.
-Ya es tarde.
Aquella fue mi única respuesta. Estaba seguro de que todo lo que salía de su boca era parte de algún plan mayor, de alguna de sus artimañas. Y no pensaba seguirle el juego. No obstante, ella continuó su discurso, por primera vez hablando totalmente en serio, con calma. Y cada palabra me traía aquellos dolorosos recuerdos, los momentos que poco a poco me endurecieron y me hicieron despreciarla. Entonces, y solo entonces, fue cuando una pregunta nació en mi mente. ¿Había sido culpa mía?
No podía negar que era cierto el que en el pasado hubiese dado muchas cosas por sentado. En aquellos tiempos en los que cuando sonreía, iba dedicado a ella. Sí, quise pensar que todo iría según el “gran plan”. Que ella también estaría de acuerdo conmigo. Pero nunca se me podría culpar de no haberlo hecho por el bien de nuestra familia. No sabía por qué ella no podía entenderlo, por qué se oponía de aquella forma a mí, cuando solo deseaba para ella lo mejor. Al final, con el paso de los años, los “por favor” se transformaron en imposiciones y, finalmente, en dardos dirigidos específicamente para hacerle daño, para devolverle todo el desprecio que me había dedicado.
-Y, en lugar de decírmelo, de guiarme y enseñarme directamente, preferiste despreciarme. A mí, que jamás hubiese sido capaz de herirte con palabras. Intenté que comprendieses mi postura, que te percatases de tu egoísmo al pensar solo en lo que era mejor para ti. Fuiste tú la que clavaste la primera daga, Gaia. Eso no puedes negármelo. ¿Cómo te hubieses sentido tú en mi lugar?
Miraba directamente a sus ojos, reflejando en los míos el destrozo al que todo aquello me había sometido. Jamás había pensado en mi beneficio cuando nos casamos, siempre había mirado por su bienestar, por darle lo mejor, por intentar que nuestra familia tuviera un prestigio que la hiciera destacar para ser capaz de entregarle todo. Pero jamás lo conseguí. Fracasé.
-¿Cómo te sentirías si cada vez que intentases construir algo, se desmoronase como un castillo de naipes frente a una ventana un día de viento? ¿Cómo te sentirías si la persona por la que lo hubieras dado todo, incluso la vida, te dedicase solo palabras y miradas llenas de odio y desprecio?
Mantuve el silencio, conteniendo aquellas emociones sentidas de forma extraña, nueva, en aquél cuerpo incorpóreo. Sentía un torrente que no sabía identificar, uno que se manifestaba a mi alrededor, afectando al aura que desprendía, contagiando a quien fuese absorbido por mi presencia.
-Fuiste la primera mujer de mi vida. Y a pesar de que lo intenté, no supe tratarte. Pero ahora todo eso ya no importa. A fin de cuentas, al final conseguiste tu venganza.
Leandro Cavallari- Fantasma
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Re: Té con miel (Leandro)
No había forma de hacerle pensar de forma distinta. Para él, yo siempre sería la mujer a la que había querido y que lo había rechazado. Yo le había roto el corazón en mil pedazos, aunque sorprendentemente lo hubiese recompuesto en unas semanas, tras la aparición de Holly Lafayette. Yo no tenía explicación de cómo podía enamorarse de otra, después de creer quererme tanto. ¿Cómo había pasado a odiarme si decía haberme amado?
- No te hubiese presionado, habría esperado pacientemente, comprendiendo que era normal que al principio me odiases. Yo era una cría, una caprichosa que se sentía desdichada por el dolor que provocaba la traición de su propia familia. Me sentía fuera de lugar constantemente y te odiaba día tras día por forzar que me adaptase. Yo no quería ir a ninguna de tus fiestas de gala, tampoco deseaba sonreir cuando ni siquiera tenía ganas.
¡Claro que le había odiado! No me habían dejado otra opción. Es común que el cautivo odie a su captor.
- Si me pusiese en tu posición, también comprendería todo lo que has hecho...pero todo esto empezó por una sola razón y sabes de sobra que la culpa la tienen ellos, por emparejarnos cuando nada teníamos en común más que una amistad de la niñez.
Sentí un escalofrío, una corriente fría y helada; era Leandro, su particular forma de manifestarse. Trague saliva, intentando deshacerme del nudo en la garganta y no le miré a los ojos, de nada servía que me arrepintiese de haberlo matado.
-Sí, la conseguí, Leandro. ¿Me adelanté, acaso?
Sollocé, una lagrimilla de arrepentimiento o yoquésequé, se deslizo de entre mis mejillas, mostrando debilidad ante el hombre que decía detestar. Su muerte, siempre estaría presente, allá donde fuese y ahora tenía también al bebé para recordármelo pues al fin y al cabo le había arrebatado a su padre.
- Mírame a la cara y dime que no hubieses hecho lo mismo.
- No te hubiese presionado, habría esperado pacientemente, comprendiendo que era normal que al principio me odiases. Yo era una cría, una caprichosa que se sentía desdichada por el dolor que provocaba la traición de su propia familia. Me sentía fuera de lugar constantemente y te odiaba día tras día por forzar que me adaptase. Yo no quería ir a ninguna de tus fiestas de gala, tampoco deseaba sonreir cuando ni siquiera tenía ganas.
¡Claro que le había odiado! No me habían dejado otra opción. Es común que el cautivo odie a su captor.
- Si me pusiese en tu posición, también comprendería todo lo que has hecho...pero todo esto empezó por una sola razón y sabes de sobra que la culpa la tienen ellos, por emparejarnos cuando nada teníamos en común más que una amistad de la niñez.
Sentí un escalofrío, una corriente fría y helada; era Leandro, su particular forma de manifestarse. Trague saliva, intentando deshacerme del nudo en la garganta y no le miré a los ojos, de nada servía que me arrepintiese de haberlo matado.
-Sí, la conseguí, Leandro. ¿Me adelanté, acaso?
Sollocé, una lagrimilla de arrepentimiento o yoquésequé, se deslizo de entre mis mejillas, mostrando debilidad ante el hombre que decía detestar. Su muerte, siempre estaría presente, allá donde fuese y ahora tenía también al bebé para recordármelo pues al fin y al cabo le había arrebatado a su padre.
- Mírame a la cara y dime que no hubieses hecho lo mismo.
Gaia Cavallari- Hechicero Clase Alta
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Localización : Paris
Re: Té con miel (Leandro)
-Todo eso ya no importa.
No respondí a su pregunta. Y en mi tono de voz no se delataban las intenciones de aquél funesto plan que tuve preparado para ella. Ya nada importaba, ni siquiera el que por primera vez estuviésemos de acuerdo en algo: la culpa de todo no era nuestra. El detonante había sido aquél matrimonio de conveniencia. Iluso de mi, que pensé que podría convertir la amistad que mantuve con Gaia en algo más. A veces, las cosas es mejor dejarlas como están. Después no hay vuelta atrás. Y nosotros llegamos al punto de no retorno.
-Dime por qué quieres hablar de esto ahora, que ya no puede solucionarse. ¿Es otra de tus formas de atormentarme? No tiene sentido seguir discutiendo este asunto, nada va a cambiar lo que ha ocurrido ni va a deshacer el cauce que ha tomado la situación.
Seguí firme, frente a ella, sin retroceder o desviar la mirada. Fue por ello que aquella lágrima deslizándose por su mejilla no me pasó desapercibida. Y, por primera vez, no vi una lágrima de rabia, odio o frustración. Era otra cosa, algo que no sabía definir al jamás haberlo visto antes. Permanecí en silencio, siguiendo el recorrido de aquella gota cristalina hasta que se perdió, pensativo. Debía admitirlo. Admitir que había hecho cosas que, pese a ser sin intención en un principio, habían ayudado a labrar aquél carácter que ahora detestaba. Y es que, después de todo, yo había ayudado a crear al monstruo, igual que ella había ayudado a crear al mío.
-Lo siento.
Esa sería la única vez que habría escuchado en mi aquellas palabras. Tal vez la última. Sonaron frías, como de costumbre en mí, precisamente por ser lo acostumbrado. No la perdonaba por lo que había hecho, pero como hombre debía reconocer mis errores. Los había tenido. Más de los que me gustaría admitir.
No respondí a su pregunta. Y en mi tono de voz no se delataban las intenciones de aquél funesto plan que tuve preparado para ella. Ya nada importaba, ni siquiera el que por primera vez estuviésemos de acuerdo en algo: la culpa de todo no era nuestra. El detonante había sido aquél matrimonio de conveniencia. Iluso de mi, que pensé que podría convertir la amistad que mantuve con Gaia en algo más. A veces, las cosas es mejor dejarlas como están. Después no hay vuelta atrás. Y nosotros llegamos al punto de no retorno.
-Dime por qué quieres hablar de esto ahora, que ya no puede solucionarse. ¿Es otra de tus formas de atormentarme? No tiene sentido seguir discutiendo este asunto, nada va a cambiar lo que ha ocurrido ni va a deshacer el cauce que ha tomado la situación.
Seguí firme, frente a ella, sin retroceder o desviar la mirada. Fue por ello que aquella lágrima deslizándose por su mejilla no me pasó desapercibida. Y, por primera vez, no vi una lágrima de rabia, odio o frustración. Era otra cosa, algo que no sabía definir al jamás haberlo visto antes. Permanecí en silencio, siguiendo el recorrido de aquella gota cristalina hasta que se perdió, pensativo. Debía admitirlo. Admitir que había hecho cosas que, pese a ser sin intención en un principio, habían ayudado a labrar aquél carácter que ahora detestaba. Y es que, después de todo, yo había ayudado a crear al monstruo, igual que ella había ayudado a crear al mío.
-Lo siento.
Esa sería la única vez que habría escuchado en mi aquellas palabras. Tal vez la última. Sonaron frías, como de costumbre en mí, precisamente por ser lo acostumbrado. No la perdonaba por lo que había hecho, pero como hombre debía reconocer mis errores. Los había tenido. Más de los que me gustaría admitir.
Leandro Cavallari- Fantasma
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Re: Té con miel (Leandro)
Es irónico como en la inmensidad de un segundo, en el transcurrir de las manecillas del reloj, el ser humano es capaz de cambiar de parecer, negando sus propios sentimientos para dar a luz a la racionalidad. Aún lo detestaba, con toda mi alma, pero la culpa que sentía por su muerte, había creado en mí una imagen muy diferente de él, olvidándome de todo el daño que me había causado. De volver a darse la situación, no hubiese vertido aquel veneno sobre su sopa; simplemente habría abandonado nuestro hogar, esperando que jamás fuese detrás de mí. Pero estaba Cecile... sabía que tarde o temprano ella le hubiese dicho que albergaba un pedacito de él en mi interior. Esa viejecita huraña no sabía callar, siempre había sido nuestra celestina y por ello, no se hubiese rendido ante nuestra inminente separación.
- A mí sí me importa. No pretendo atormentarte. Dices que es demasiado tarde, demasiado tarde para todo. ¿Por qué te has cansado de esperar? ¿Cuán poca paciencia tienes?
Agaché la cabeza; aquello me dolía. Sabía que no merecía la pena, que el amor que yo pudiese profesarle en algún momento de nuestras vidas, le sabría a poco y por ello se hubo rendido demasiado pronto.
¿Qué estaba haciendo? ¿Era aquel otro de su mecanismos para hacer que me detestase a mí misma? Porque en aquel instante, en aquella situación, estaba ahogada, acorralada por mis propios hechos, por las pocas virtudes que él había sabido enumerar de mí misma. Quizá fuese un monstruo, un demonio malintencionado que había destrozado su vida y al no ver más que poder aniquilar, se había cansado, abandonando mi atormentado cuerpo.
Me arrodillé, ante él, en un acto más que primitivo, poniéndome a sus pies. Recuerdo haber sentido el frío mármol bajo mis rodillas, al bebé retorcerse durante un par de segundos, consciente de que su madre se arrepentía de todo el mal que había causado, así estuviese justificado por sus propios sentimientos, por las circunstancias en las que se había dado mi vida.
- Te daré al bebé y me iré. Yo no lo merezco.
Lo siguiente que dije fue en un susurro, uno débil y arrepentido: - No le digas que yo te maté.
- A mí sí me importa. No pretendo atormentarte. Dices que es demasiado tarde, demasiado tarde para todo. ¿Por qué te has cansado de esperar? ¿Cuán poca paciencia tienes?
Agaché la cabeza; aquello me dolía. Sabía que no merecía la pena, que el amor que yo pudiese profesarle en algún momento de nuestras vidas, le sabría a poco y por ello se hubo rendido demasiado pronto.
¿Qué estaba haciendo? ¿Era aquel otro de su mecanismos para hacer que me detestase a mí misma? Porque en aquel instante, en aquella situación, estaba ahogada, acorralada por mis propios hechos, por las pocas virtudes que él había sabido enumerar de mí misma. Quizá fuese un monstruo, un demonio malintencionado que había destrozado su vida y al no ver más que poder aniquilar, se había cansado, abandonando mi atormentado cuerpo.
Me arrodillé, ante él, en un acto más que primitivo, poniéndome a sus pies. Recuerdo haber sentido el frío mármol bajo mis rodillas, al bebé retorcerse durante un par de segundos, consciente de que su madre se arrepentía de todo el mal que había causado, así estuviese justificado por sus propios sentimientos, por las circunstancias en las que se había dado mi vida.
- Te daré al bebé y me iré. Yo no lo merezco.
Lo siguiente que dije fue en un susurro, uno débil y arrepentido: - No le digas que yo te maté.
Gaia Cavallari- Hechicero Clase Alta
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Re: Té con miel (Leandro)
No me había cansado de esperar. Simplemente me di cuenta de que no tenía sentido. ¿Pero qué quería decirme con eso? ¿Que ella hubiese querido que continuara esperando? ¿Que ahora, en un momento, iba a cambiar todo cuando había sido y arrepentirse de todo? No lo sabía. Y necesitaba esa respuesta, a pesar de que para mi nada fuese a cambiar ya las cosas.
-¿Quieres que vuelva a esperar? ¿A esperar algo que jamás llegará y torturarnos a ambos en el camino? ¿Por qué? Nada agradable encontré en esa espera una vez. No voy a tropezar dos veces con la misma piedra.
Esperé respuesta, pero ésta consistió en algo demasiado inesperado, extraño de contemplar. Ella apartó la mirada, no con odio o desprecio sino con lo que me pareció identificar como arrepentimiento. Debía de ser una mala interpretación. Un error más a la larga lista. Porque no la entendía, y actuaba como si lo hiciera. Pero su gesto no se frenó ahí. Cayó de rodillas, a mis pies. Algo que en otro momento me había producido un placer y felicidad inconmensurables, el verla humillada de aquella forma... ahora me hacía acompañarla en ese gesto.
Seguí frente a ella, en su misma posición, sin apartar la mirada. Lo que decía era imposible. Y ella era la responsable de que lo fuera. Aún así, ella también había cometido mi mismo error: el de creer entenderme, el de anticiparse a mis acciones y deseos. Jamás me habría llevado al niño. Aunque me lo pidiera.
-No voy a hacer eso. El niño necesita una familia, y una familia necesita una madre. Un muerto no puede criar a un hijo. Y aunque pudiera, por mucho que odie admitirlo, te necesito. A ti, y solo a ti.
Y aquello, a sus ojos y a los de los que no entendían lo que había visto al volver al mundo, sonaría como un acto interesado, egoísta. Y no haría nada por aclararlo de ser entendido de aquella forma. Quizás porque prefería que fuera entendido de la forma mezquina. Quizás porque era demasiado orgulloso para revelar la verdad que había ocultado sobre el motivo de mi regreso.
-Vamos, levanta.-intenté agarrarla de un brazo para ayudarla a levantarse.- Vas a hacerte daño.
-¿Quieres que vuelva a esperar? ¿A esperar algo que jamás llegará y torturarnos a ambos en el camino? ¿Por qué? Nada agradable encontré en esa espera una vez. No voy a tropezar dos veces con la misma piedra.
Esperé respuesta, pero ésta consistió en algo demasiado inesperado, extraño de contemplar. Ella apartó la mirada, no con odio o desprecio sino con lo que me pareció identificar como arrepentimiento. Debía de ser una mala interpretación. Un error más a la larga lista. Porque no la entendía, y actuaba como si lo hiciera. Pero su gesto no se frenó ahí. Cayó de rodillas, a mis pies. Algo que en otro momento me había producido un placer y felicidad inconmensurables, el verla humillada de aquella forma... ahora me hacía acompañarla en ese gesto.
Seguí frente a ella, en su misma posición, sin apartar la mirada. Lo que decía era imposible. Y ella era la responsable de que lo fuera. Aún así, ella también había cometido mi mismo error: el de creer entenderme, el de anticiparse a mis acciones y deseos. Jamás me habría llevado al niño. Aunque me lo pidiera.
-No voy a hacer eso. El niño necesita una familia, y una familia necesita una madre. Un muerto no puede criar a un hijo. Y aunque pudiera, por mucho que odie admitirlo, te necesito. A ti, y solo a ti.
Y aquello, a sus ojos y a los de los que no entendían lo que había visto al volver al mundo, sonaría como un acto interesado, egoísta. Y no haría nada por aclararlo de ser entendido de aquella forma. Quizás porque prefería que fuera entendido de la forma mezquina. Quizás porque era demasiado orgulloso para revelar la verdad que había ocultado sobre el motivo de mi regreso.
-Vamos, levanta.-intenté agarrarla de un brazo para ayudarla a levantarse.- Vas a hacerte daño.
Leandro Cavallari- Fantasma
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Re: Té con miel (Leandro)
Tenía miedo; miedo a que yo no fuese capaz de perdonarme a mí misma, a que el niño naciese con una imagen equivocada de su madre. Temía también a Leandro, sobre todas las cosas. No podía prevenir o adivinar lo que en ese instante pasaba por su cabeza. ¿Me odiaba tanto como para seguir atormentándome? Lo merecía, ambos lo merecíamos.
- Yo ya no quiero seguir más con este juego. Estoy cansada de las peleas, de odiarte, de repudiarte, de mirarte a los ojos y ver reflejados mis propios sentimientos.
No podía huir, de todas formas. El bebé me había atado a aquel hogar y aunque hubiese intentado escapar, todos me lo hubiesen impedido.
Un fantasma no podía criar a un niño. Aquello era cierto, pero el solo recuerdo, el mero reproche de aquel crimen, me atormentaba.
Me levanté, agarrándome de su brazo y conteniéndome, me llevé una mano a la boca para correr hasta mi habitación, impidiendo así que yo misma continuase ridiculizándome.
- Yo ya no quiero seguir más con este juego. Estoy cansada de las peleas, de odiarte, de repudiarte, de mirarte a los ojos y ver reflejados mis propios sentimientos.
No podía huir, de todas formas. El bebé me había atado a aquel hogar y aunque hubiese intentado escapar, todos me lo hubiesen impedido.
Un fantasma no podía criar a un niño. Aquello era cierto, pero el solo recuerdo, el mero reproche de aquel crimen, me atormentaba.
Me levanté, agarrándome de su brazo y conteniéndome, me llevé una mano a la boca para correr hasta mi habitación, impidiendo así que yo misma continuase ridiculizándome.
Gaia Cavallari- Hechicero Clase Alta
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