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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Aure Kafkis Lun Mayo 20, 2013 2:00 am



Templo de Ares, emplazamiento original.
Acarnas, Grecia.
Las pesadillas eran cada vez más recurrentes. Algo en su interior tomaba la fuerza de una bestia, asfixiante, tortuoso y, de alguna forma, extrañamente placentero. El calor al que sucumbía su cuerpo con frecuencia, le extenuaba una consciencia efímera sobre la sensación de volar. Podía elevarse sobre el hombre y ser arrastrada por las corrientes del viento más allá de la luz crepuscular en las lejanías de la catedral. Observaba sus muñecas y las cadenas evaporadas, sólo eran el recuerdo amargo de su presente. En ese instante, la voz dentro de su cabeza la sujetaba por el tobillo, sacudiéndola, blandiendola con sus enormes, frías y huesudas garras, hacia el interior de la tierra. Las columnas de las cuales se aferraba para impedir el viaje al centro del infierno, le parecían perversamente familiares. El tacto de las grotescas manos sobre su piel, le era aterrador, una sensación que quemaba su ser, un augurio mortal. Y, en el interior de la oscuridad latente bajo sus pies, refulgían como demonios, ese par de orbes escarlatas; parpadeaban, amenazaban, se burlaban de ella con tal sarna, que sus manos poco a poco se soltaban de la piedra en los pilares. Completamente inconsciente de estar atrapada en un sueño, se despertaba jadeando, con fuertes punzadas recorriendo cada centímetro de su cuerpo. Las marcas en su tobillo no existían, la garra nunca estuvo ahí, sin embargo, Aure aún podía presenciar la terrorífica sensación del gélido y vaporizante tacto de la muerte. Al caer en la realidad, su respiración se atenuaba mientras los pensamientos y la fragante voz de arsénico, se desvanecían en la oscuridad, trayendo segundos después, la paz a su interior. Esa mañana, no fue diferente.

Aturdida, se pone de pie mirándose al espejo. Las bolsas debajo de sus ojos demuestran el cansancio, las terribles noches en vela que ha tenido que experimentar y, por qué no, las miserables misiones a las cuales sus amos la sujetan. Está cansada pero no puede rendirse, lo tiene prohibido y, lo peor, es que a nadie le interesa. Se relame los labios, su lengua cruza con pereza la herida en estos y hace una mueca de dolor. Limpia la sangre que brota a través de un punto y rápidamente se gira sobre los talones sosteniendo la sábana con las manos. Carraspea y el hombre en su cama se despierta exaltado por los movimientos de la bruja. La recrimina. La golpea y la insulta. Aure se arrodilla frente a él a manera de súplica, él la despide con un gesto repugnante metiéndose bajo la sotana y saliendo de su habitación –si es que a eso se le puede llamar de esa forma-. Con la cabeza baja, no sabe qué es mejor, dormir y sucumbir a la pesadilla o despertar y padecer ese infierno en carne viva. Gruñe. ¿Hasta cuándo? ¿Cómo demonios es posible que siendo una bruja con su saber y habilidades, sea sometida por un par de idiotas? Ha estado buscando desesperadamente la solución a su dilema, pero los pergaminos que lee con los conjuros y demás, le son borrados de la memoria por los vampiros. Bajo el influjo de ese constante ataque a su mente, ha llegado a omitir cosas, excepto su pesadilla. Una vez preparada, va en busca de sus señores, quienes le entregan su nuevo objetivo. No irá sola. Uno de los humanos pertenecientes a la misma facción que ella, le acompañará. No porque necesite protección, es para mantenerla vigilada.

La expresión desencajada de su rostro, es repugnantemente alarmante. La sorpresa viste cada centímetro de su ser. No da crédito a lo que está observando a su alrededor, ese sitio, ese maldito lugar a donde la mandaron… ¡Imposible! La atmosfera es tensa, se siente como la oscuridad corta el aire que los rodea. Su compañero tiembla, él también puede sentirlo. Hay algo en ese lugar, está maldito y tiene… ¿Hambre? Traga saliva desorientada por sus sentidos en alerta extrema. Según la orden, deben desalojar a quien quiera que sea que esté aventurándose a ese sitio. El mal que reside ahí, no puede salir por ningún motivo. ¡Ninguno! ¿Por qué Aure precisamente? Porque ella es la única en poder asegurarse de que el sello aún funcione ¿Cómo? Ella lo sabría, pues funciona de la misma forma que el suyo. Sacude la cabeza. La cosa, esa maldita y espeluznante cosa, está cerca. Los bellos de su piel se erizan por completo, tiene miedo. Mucho miedo. Jadea inconscientemente. Alterna su vista de derecha a izquierda, persigue los olores con su olfato. Saborea el húmedo y rancio sabor del templo. Al frente, admira la belleza de la estatuilla principal. Ahoga un grito al reconocer los ojos en la corroída imagen. Se cubre la boca y quiere salir de ahí. Sus piernas la traicionan y tropieza en uno de los escalones. Cae de rodillas, la sangre fluye sobre la blanca piedra y…. el gélido viento sopla en su nuca. –¡LIBÉRAME!- ¡Esa voz! Ya no está en su cabeza, se encuentra presente, entre el humano y ella. Flotando con aterradora alegoría, expectante, impaciente. Esperándola… a ella.
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Mensaje por Aidan Slaine Vie Mayo 31, 2013 11:14 pm

Una atmósfera turbulenta rodeaba el templo de Ares. El mal, que se arrastraba desde las profundidades, creaba una cúpula invisible sobre el suelo consagrado donde se encontraba enterrado el vampiro. Ares ‘El Fiero’ llevaba aprisionado por cadenas de plata y por la tierra desde hacía casi un siglo. La traición lo había colocado – una vez más – en una posición vulnerable. Había estado atrapado el tiempo suficiente con tan solo sus memorias como para ver nacer – y crecer – una criatura horripilante en su interior que compartía su sed. Mientras él se debilitaba por la falta de ese maldito elixir, la bestia se había dado un festín. Sus ansias de venganza habían alimentado al famélico monstruo. Podía sentirlo moviéndose en sus entrañas incluso ahora, carcomiendo como un poseso la poca carne que se adhería a sus huesos. La criatura, que no era más que el producto de toda su irascible ira e incontenido odio, había sentido la presencia de los mortales. Ellos, también lo habían sentido. Ningún mortal – o inmortal que se respetara – habría estado alrededor del templo sin captar las aterradoras vibraciones. Cruzar las barreras que protegían a los curiosos de las maquinaciones perversas del demonio, se asemejaba al silencioso zarpazo de un gato sobre un ratón, a la formación de saliva sobre la lengua de un camaleón antes del ataque. El vínculo que se había forjado con el clan Kafkis cuando bebió hasta la muerte de algunos de ellos mientras una de sus brujas lo maldecía, dio un suave tirón en reconocimiento. Ella era la última de su linaje. Un gruñido de lo más aterrador, que requirió de cada onza de sus fuerzas, desnudó su labio superior para revelar sus largos y punzantes colmillos que segregaron en excitación ante la posibilidad de hundirse en un cálido cuello. La última rata que había entrado por el agujero que sus antiguas compañeras habían hecho en su afán por llegar a él, había sido hacía varios días. No es que pudiese saberlo con seguridad. Ni siquiera sabía cuántas noches habían pasado desde que le habían atrapado. ¿Años? ¿Siglos? ¿Milenios? ¿Una eternidad? Levantó con dificultad su huesuda mano. Thanos. Ese era el nombre que sus sucias uñas habían arañado una y otra vez sobre la tapa y los laterales de su ataúd. Ares deslizó sus dedos con una maldita reverencia, como si se estuviese despidiendo de ellas.

Sin importar cuánto le debilitara, iba a forzar a la humana a desenterrarlo. Destruir su mente no sería complicado. Llevaba atorméntale desde que la había sentido. Sin misericordia. Sin piedad. La criatura que llevaba alimentando acababa con todo a su paso y ella solo había tenido un vistazo. Suplicaría por su miserable vida una vez sus ataduras estuviesen rotas. Él la ignoraría. Arrancaría su palpitante corazón para beber directamente del órgano. Le exprimiría de la misma forma en que había hecho con todas esas ratas, excepto que su sabor sería diferente, placentero. ¡NO! Rugió. Había hecho promesas. Juramentos. Ares, el señor de la guerra, nunca los rompía. Darle muerte a la descendiente de los Kafkis no estaba en sus planes. NO. Matarla sería mostrarle misericordia. El había probado, no una sino dos veces, que el infierno se extendía más allá de los dominios de Hades. Su venganza sería épica, tanto que, los dioses hablarían de ello. Si no fuese por esa determinación, por ese deseo lacerante, habría sucumbido a la locura hacía mucho tiempo. La oscuridad que le rodeaba y susurraba, habría penetrado y gobernado su mente. En cambio, él había luchado. Ahora, finalmente, podía ganar la primera batalla. Todo lo que tenía que hacer era obligarla. - ¡LIBÉRAME! Su voz áspera, monstruosa, terrorífica, se movió como tentáculos a través de la tierra, envolviéndose alrededor de los humanos. Él era más débil. No tenía nada de especial. El primer peón que un ajedrista movería. Sacrificable. Prescindible. Sondeó su mente. Estaba demasiado hambriento como para hacerlo suavemente. Detectaría su intrusión. Arrancó sus memorias. Buscó entre ellas, llevando hasta la superficie ese recuerdo que le atormentaba. La muerte de sus seres queridos. El miedo que le cubría como un manto se elevó. Ares podía escuchar cómo su corazón se aceleraba. El sonido era tan llamativo. Sus colmillos palpitaron, como si se tratase de una erección, ansioso por penetrar y llenarse de ese líquido escarlata. - ¡LIBERAME! Volvió a rugir, pero esta vez, solo en la mente de la bruja. Su rugido estaba impreso de maldad. La castigaría por lo que le habían hecho sus antepasados, pero también, por haberle ignorado todos esos años. Su poder actuó sobre ella. Si con el humano había sido cruel, con la bruja lo fue incluso más. Pronto, Ares se encontró arrebatando toda su historia, incluso esos recuerdos que parecía haber desechado por dolorosos. - ¡AURE! Ah. Finalmente, sabía su nombre. - ¡VEN A MÍ! Una siniestra, imperativa, innegable orden.
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Mensaje por Aure Kafkis Miér Jul 03, 2013 9:33 pm


Al igual que en sus sueños, la imagen de un mortal siendo devorado por la tierra, se presenta ante tus ojos. No, no está soñando y tampoco es una ilusión. El hombre que le acompaña cayó al suelo convulsionándose por el dolor. Sus manos sostienen la cabeza, misma que comienza a serle un infierno pues dentro de su mente está la misma cantidad de sangre derramada, los mismos gritos desgarradores, el mismo demonio vampírico y la misma muerte. Toda su maldita familia, ha revivido el asesinato de su familia y, no siendo suficiente con eso, las voces que Aure escuchaba, se trasportaron hasta la débil mente del humano. Hacen eco y se divierten al adoptar la nota sonora de sus familiares. ¿Quién? ¿Qué ser de alma pútrida puede utilizar los recuerdos como forma de tortura? La bruja sacude su cabeza intentando bloquear su mente de cualquier ataque. A los vampiros, a sus dueños, a la iglesia como tal, no le conviene que alguien robara los secretos en la mente de la mujer. Haberle borrado sus conocimientos era la única estrategia factible para todos ellos. Algo pasó.

De rodillas, se retuerce al igual que su compañero. El dolor de cabeza es insoportable. Siente como si esta fuese a partirse en dos, como si miles de voces gritaran al unísono la nota más aguda que puede soportar el oído humano. Ruge. Aprieta la mandíbula. Cierra los ojos. Golpea la tierra. Al final los gritos desgarradores, el miedo, la angustia y la desesperación se desvanecieron sólo para darle paso a la orden que había estado escuchando desde que tiene uso de razón. Palpita en su cabeza, incansable, estridente, irreprochable. Se pone de pie. Está poseída. Creyó haber bloqueado su mente pero no fue así. El vampiro supo por donde escabullirse, colándose hasta las lagunas mentales. Fue entonces que se enteró de los abusos de sus dueños, del desgarrador pasado que ha tenido. Violaciones, golpes, esclavitud. Gruñe escupiendo su rabia por la boca. No se dio cuenta del momento en que se mordió la lengua, pero la saliva le sabe a sangre. Salada y metálica. Su compañero intenta traerle de regreso siendo inútil sus movimientos, sus palabras. No puede escucharlo y él no tiene la fuerza suficiente para detenerla. Aure camina entre los pasillos del imponente templo. Dobla esquinas de derecha a izquierda. Mueve un par de rocas que, ocultando la entrada al piso inferior, mantenía alejados a los curiosos. Baja las escaleras. Los pedazos de piedra han sido corroídos por el tiempo y el polvo adoquina su superficie. La oscuridad se ciñe sobre la pelinegra. Absorbente, intimidante. Los susurros de antepasados se escuchan en cada maldito rincón. Advierten y la fuerza de lo espíritus que resguardan el lugar bloquea el paso de la bruja. Al frente, reposando durante un siglo, el ataúd que encierra al demonio.

Las cadenas rodean el féretro mismo que posee una infinidad de gravados antiguos. Los rostros de agonía que se aprecian en la capa exterior, son aterradores. El infierno de Dante y su descripción de las torturas en los diferentes niveles, se queda corto ante la sensación desgarradora, insoportable y decadente que Aure percibe desde esa maldita caja. El mortal aparece detrás de ella, coloca una mano sobre su hombro derecho y susurra su nombre. En ese preciso momento, el sello en su espalda comienza a quemarse, arde por dentro y ella no puede hacer nada para detenerlo. La espuma le brota por la boca, vuelve a escucharlo y esta vez el vampiro pronuncia su nombre. Los espíritus se desvanecen a su alrededor como simple polvo blanco. Se siente liberada y se arroja hacia el frente cayendo encima del gigantesco ataúd. Los dedos de Aure se mueven por la tablilla con el epíteto al dios de la guerra. El féretro se sacude debajo de ella. –¿Pero qué demonios es eso, Aure?- El mortal parece haber sobrevivido al ataque mental del vampiro, quizá se estaba concentrando sólo en ella ahora. –La cosa que está aquí abajo quiere que lo deje libre, pero hay un problema.- El hombre frunció el ceño calculando lo que la bruja dice a la par en que la observa estremecerse sobre la caja. –Tiene hambre- Al término de su frase. Aure se lanza sobre este, saca la navaja escondida en uno de sus puños y le corta la garganta. Lo arrodilla frente al cajón sosteniendo su cabeza y dejando que la sangre recorra los canales gravados en la piedra del ataúd. Estaba listo el sacrificio, sólo hacía falta una cosa más. –Androfontes- La voz de Aure rompe las cadenas y libera al vampiro de su encierro. El nombre oculto de Ares, dios de la guerra, ’Asesino de hombres’; susurrado por el último descendiente de la familia Kafkis. Esa era la llave.

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Mensaje por Aidan Slaine Jue Ago 29, 2013 10:52 pm

Si tuviese que compararse con un ser mitológico – en ese momento – sería con un sabueso del Infierno, como Cerbero; el guardián del Inframundo que se aseguraba que los muertos no salieran y que los vivos no entraran. Había tenido sus malditos buenos años encerrado que, se compadecía del jodido perro que estaba maldito a permanecer siempre custodiando para su amo. ¡Era tan siniestro! El gruñido, que llevaba acumulándose en lo más profundo de su pecho con cada paso que daban los humanos, amenazó con romper en miles de astillas el féretro, cuando estalló y atravesó desapasionadamente sus frágiles cuerdas vocales. Por supuesto, si eso hubiese sido posible cuando estaba en forma, habría escapado de su prisión hacía mucho tiempo. La oscuridad que le hacía compañía, se envolvió alrededor de su esquelético cuerpo, negándose a soltarlo, percibiendo su desesperación, su ira, su ANSIA. No había nada sutil en las sombras que convergían desde su interior. Se arrastraban como serpientes venenosas a través de sus huesos y la miserable carne pegados aún a ellos. Ares soltó una carcajada frívola, maquiavélica, teñida de susurros y de fantasmas. Un arrullo. Una promesa. Cuando escapase, se iría con ellas. No podría despegarse del mal. Le había sido sellado en su hueco, arrugado y pútrido órgano. Inservible, sí, pero tan necesario. Se sentía como si, durante todos esos años, alguien hubiese estado enterrando más y más, una estaca en él. El dolor que nublaba su mente, el raciocinio perdido; se había burlado hasta el hostigamiento, de las torturas que los persas le afligieron. Su hambre titánica lo zambullía en los ríos del infierno. Los demonios se alimentaban de su locura, mientras que él todo lo que podía hacer era padecer. La conversación de los humanos no le pasó desapercibida. No podía concentrarse en ellos debido a sus brutales gruñidos, pero captaba – de vez en cuando – sonidos. La voz de la bruja, aún no le sonaba melodiosa. Solo los gritos podrían hacerlo sentir como en una ópera. Ahora que tenía la oportunidad de escapar de sus ataduras, el monstruo, la bestia, el infame predador, quería excavar e irrumpir para castigar. Entonces, una gota escarlata cayó sobre su mejilla hundida, actuando como lava fundida. Ese fue todo el incentivo que necesitó para rugir. Un tornado se había formado en el interior de esa estrecha caja. ¿Lo era? No. Lo había sido, cuando su fornido cuerpo lo ocupaba. Hacía varias décadas que el espacio se había ampliado.

El olor putrefacto de las ratas muertas, de su propio olor, no hicieron nada para ahogar el delicioso aroma de la sangre fresca. La gota descendió por el despojo de piel de su rostro. Había espacios sin carne. Carne que él se había arrancado en su desesperación por poner un fin a su hambre. Maldita sea. ¡Si casi termina consigo! El fluir del líquido se hizo más consistente. Él se revolvió entre las cadenas, flojas, pero aún con el poder de la maldición grabada en ellas. Quemaban, pero ya era insensible a su dolor, nada iba a evitar que tomara el elixir que se le daba. La bruja había caído bajo su influjo. A partir de ahora, sería completamente de él. No habría agradecimiento de su parte, solo castigos. Incapaz de reír en voz alta, el macabro sonido viajó a través de la conexión psíquica en el mismo instante en que la joven pronunció la palabra para liberarlo. Sintió el latigazo de su magia labrar sobre las cadenas, sobre las maldiciones hechas por sus antepasados. En tan pocos segundos, e incluso menos, no había ninguna barrera que le impidiese salir. Su cuerpo débil, no había ganado fuerzas con el sacrificio del humano. No. Necesitaba beber de cientos de cuerpos para calmar esa infame necesidad. No creía poder detenerse. No quería. La guerra por la venganza había iniciado desde que fue atrapado. Había tenido muchísimo tiempo para planear y destrozar sus estrategias. La cabeza de Thanos en una pica no iba a darle satisfacción. Nunca. Su Sire había iniciado un baile con el diablo y era momento de terminarlo. Sonrió. Hilos de sangre cayendo por su barbilla. La tapa que había sido su paisaje, se abrió para revelar la parodia del señor de la guerra. El cuerpo inerte del humano cayó a un lado, pero Ares no había terminado. El hambre lo guiaba, le daba las fuerzas necesarias. Su huesuda mano se cerró sobre el borde del féretro. Movió los dedos un par de veces, necesitando acostumbrarse a ello. Lentamente, se irguió. Las cadenas aún pesaban sobre él, haciendo que se viese – aún más – encogido. Un eterno segundo le llevó clavar su mirada en el de la bruja. El único corazón con vida, latía atronadoramente, ¿o era el predador quien imaginaba el melodioso sonido? Desvió la mirada hacia el hombre que yacía cerca de ella. La sangre se desperdiciaba en el suelo. Ares rugió con odio incontenido. Tan rápido como su débil cuerpo le permitió, se encontró a un lado de su sacrificio. Cayó sobre una de sus rodillas, lo arrastró y finalmente, lo levantó. Sus colmillos se clavaron en la herida abierta. Succionó. Sonidos guturales saliendo de su garganta. No había nada que le hiciese pasar por humano. Ni siquiera la apariencia. Soltó un sonido de frustración cuando rápidamente vació el cuerpo. ‘Aure, Acércate. ¡SÍRVEME!’
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Mensaje por Aure Kafkis Lun Sep 02, 2013 11:39 pm


El miedo se filtra por cada uno de sus poros, consumiéndole desde dentro. Los huesos que se alzan por encima del sarcófago, son igual de débiles que la voluntad de Aure ante la imponente voz que resuena en su cabeza. El eco es aterrador, reverbera martillando cada recoveco, refulge y azota con su furia. Le duele, le quema. La fuerza de la bruja se desvanece con cada latido que su corazón acalla detrás del vértigo. Su respirar se acelera, la muerte está demasiado cerca. Lo escucha gruñir desde su lugar y las sombras se apoderan de su visión hasta el punto que pierde por completo el enfoque. Se siente perdida, atrapada y engullida por las gigantescas fauces del vampiro. La está tragando. No, no es ella quien desangra en sus comisuras, era el pobre mortal que le acompañaba. Aure no se sintió arrepentida cuando lo hizo, menos ahora que el hombre parece emerger de las tinieblas como el maldito demonio que es. El poder de la bruja se hace pequeñísimo, como si fuese tan solo un niño enfrentándose al mundo. Se le seca la boca, su mirada se levanta sólo para observa la escena grotesca en donde el cuerpo de su acompañante es drenado por completo y no, no había sido suficiente. Intenta resistirse a la orden en su cabeza pero resulta inútil. Sus pies se mueven con voluntad propia. No puede parar la caminata, ladea la cabeza ajustando el cuello frente a los desencarnados labios del vampiro. Siente su aliento cortando el ambiente, congelándole la piel. Cierra los ojos y gime, está inmersa en su voluntad…

-Están aquí- Susurra casi imperceptiblemente, como si fuese una nota mental entrometiéndose entre ambos. La bruja puede escucharlos llegar; fustigan su mente. Le arde la cabeza, Aure grita. El allanamiento de más hombres dentro de si, comienza a enloquecerla. Se retuerce alejándose de él, vomita sangre y profiere palabras en un dialecto antiguo. Sus manos se vuelcan en ángulos opuestos a donde deberían doblar. Es poseída por los otros espectros que manipula la inquisición. Carraspea. La garganta le quema. Levanta su mano izquierda con suma lentitud, y atrapa el cuello del vampiro. Introduce su mano entre la carne putrefacta. Arroja improperios, carcajadas que conjugan voces, ninguna de su pertenencia. Aure lucha contra sus demonios internos, y el rugir de Aidan la trae de regreso. El cansancio se refleja en su rostro, son sus párpados los que aún no pueden abrirse para ver el exterior. Tiene miedo, pero no de él, sino de quienes se encuentran afuera. Se aferra al cuerpo del vampiro. Asiente una sola vez. El trance le develó quien era él, pues además de ser la criatura que la invocaba en sueños, es uno de sus antepasados en común a quien él reclama. –Seis- Musita contando las energías de los hombres que se mueven por los alrededores del templo. Todos ellos vampiros, sin contar a los dos tipos que controlan el sello de su espalda. –Y dos monjes- Se deja caer apretando la mandíbula. –Ma.. mátalos a ellos y seré completamente tuya… de… lo contrario… yo…- Ya no puede detener las órdenes que son incrustadas en su mente una tras otra, una tras otra, como cientos de alfileres penetrando su cráneo hasta llegar a su cerebro. Logra erguir su cuerpo delante del cadáver que el vampiro resulta ser ante la vista de los demás. Vuelve a recitar aquel antiguo conjuro en donde su antepasado lo encerró. No era Aure quien lo pretendía, se trataba de los monjes que acusaron a su madre y la esclavizaron a ella…
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Mensaje por Aidan Slaine Dom Oct 27, 2013 8:42 pm

No puede oírla. Todo lo que escucha es el lento fluir de su sangre. El éxtasis recorriendo cada vena que conecta y bombea hasta el centro de su cuerpo. Su corazón canta para él la más seductora de las armonías. Por años, la ha invocado. Por años, la ha maldecido. Su odio por ella va a la par de la intensa agonía que ha padecido. Su sentido del olfato se ha maximizado tras haberse alimentado. Está desesperado. Sus colmillos se muestran amenazadores con el hilo carmín pendiendo entre ellos. Las fauces del vampiro inhalan con fuerza. Rememora el olor del enemigo. Es exactamente como en el pasado. Incontables noches estuvo grabándolas a fuego en sus memorias, añorando por ese momento en que su venganza se viese consumada. El grito de la bruja le complace, pero es su furioso gruñido el que se escucha con más fuerza cuando descubre que él, no es el causante de su dolor. Sus huesudos dedos se entierran en la mano que la joven mantiene en su cuello. La presiona contra él, mientras le fulmina con la mirada, mostrándole toda la aberración que su simple tacto le provoca. Ni vampiro ni humano, monstruo. Fue culpado de un crimen que no había cometido, traicionado por su Sire, el mismo que le había dado el arma para ir contra aquéllos que le habían herido. Si existía algo que Ares no podía perdonar era la traición. ¿Dónde demonios estaba el honor de un guerrero? Pero por supuesto, había olvidado que Thanos no había sido uno de ellos. Él no había sido su líder. No le había guiado en el fragor de una batalla, ni enseñado las bases sobre las que se empleaba. Pero había esperado más del ser que había seguido ciegamente. Tras haber cazado a sus hermanos, cuando el último de ellos rogó que acabara con su patética vida, él había regresado para estar con su maestro. Apartó esos pensamientos a un lado. No necesitaba alimentar su rabia. Estaba al límite con la humana tan cerca. Frotó su mejilla contra los mechones azabaches. Apartó alguno de ellos para dejar libre su cuello. ‘Siempre has sido mía, Aure.’ En el momento en que le habló en la mente, los escuchó. Siguió aquélla conexión. ¿Eran culpables de que la bruja le desobedeciera? Sí. Ellos habían logrado atarla.

La inquisidora se lo había mostrado. Ahora, con sangre fresca en su sistema, podía desentrañar todas las imágenes que le había arrebatado. Había visto antes aquél sello. Era el mismo que había visto en el pecho de la víctima, que colgaba del techo en la celda donde Thanos se entretenía. Ahora sabía que no se trataba de ninguna maldita coincidencia. La soltó, sin preocuparse en detener su caída. Sabía donde encontrar a los que mutilaban su poder. Aure serviría para satisfacer cada uno de sus caprichos pero, mejor, sería su conexión con ese mundo que se había visto obligado a abandonar. – Después… Siseó. – Me darás tu sangre. Su voz aún no era la suya. Sonaba demasiado ronca. Sus cuerdas vocales no habían sanado. Su seco corazón había absorbido cada gota con gula. Se miró las manos y las cerró, probando su fuerza. Le movía la maldita venganza. Cien años encerrados en esa jodida caja, luchando por no volverse loco, hablando solamente con la mujer que luchaba por exorcizar a sus demonios. Hasta entonces, ellos desconocían a la mente maestra, al dueño de ella. Sonrió. Su boca aún roja por la sangre derramada se estiró, dejando en evidencia los trozos faltantes de carne. Sangre. Sangre. ¡Sangre! Su cuerpo la exigía. Cada paso que daba lejos de ella, su mente conjuraba a él alimentándose hasta la muerte de su presa. No fue hasta que atisbó al primer vampiro que la masacre dio inicio. No importaba cuán deteriorado se viera. Era un ser milenario. Había adquirido el poder de cientos de neófitos con el paso de los años. Thanos y él se habían dedicado a dar caza a viejos compañeros. Ares lo había hecho solo porque su Sire se lo había pedido, pero tras dejarse abrazar por las sombras, entendía cómo su maestro había sido corrompido. Compartir el poder no había sido nunca su intención. Después de todo, se había deshecho de él, su más fiel vástago. Abrió su mente, la enlazó con la bruja. Quería hacerla parte de su demencia, de esa euforia que le recorría cuando sus manos desmembraban y sus colmillos perforaban. Ella era su invitada en aquélla danza macabra.
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Mensaje por Aure Kafkis Vie Nov 15, 2013 8:09 pm


La atmosfera es terriblemente asfixiante. El aire no entra en sus pulmones y el frío le quema. Cada uno de sus músculos es tensado hasta lo inverosímil. Se retuerce ante la presencia del vampiro. Su piel se eriza, sus miedos se alojan en el interior de su visión. Aunque tiene la mirada perdida, todo lo que observa es la destrucción, la sangre y el terror que se liberó cuando ella optó por desencadenar el mal dentro del ataúd. Entonces, su voz resuena dentro de sí sólo para confirmar lo que ya sabía. Jadea sintiendo el fluir de la adrenalina y el vértigo por cada uno de sus torrentes sanguíneos. La desesperación crece dentro de su cuerpo. No puede moverse, lo intenta y fracasa. El susurro maquiavélico de su voz, taladra su mente con cada palabra y, en la última, la frase genera un eco desgarradoramente fatalista “Mía”. Sus pupilas se dilatan, su cuerpo se contrae. Aquella simple palabra, pronunciada por él, dentro de su mente, hizo que el pacto con la inquisición pareciese nulo a comparación de lo que él representaba. Jamás, en su existencia, Aure había sentido esa imponencia, le resulta extraña la debilidad que él genera sobre si. Intenta tartamudear algo, quizá una frase o alguna maldición. Pero no puede, está completamente muda. En ese instante, él se separa de cuerpo arrastrándose en la penumbra como lo había hecho minutos atrás. Aure cae al suelo de rodillas. Sus ojos se cierran, quiere verlo y para ello necesita desprenderse del sentido de la vista. Enfoca su oído en el menor de los ruidos y puede darse cuenta que un algo, oscila entre la poca luz del exterior y la completa oscuridad dentro de la caverna. Lo persigue. El sonido llega hasta ella como si de imanes se tratase, entonces no sólo lo escuchó, también pudo observarlo a través de sus ojos.

El espectáculo da inicio, la sangre impregna las garras del vampiro como si fuese su propia piel. La absorbe, sus manos se alimentan del deterioro de lo ajeno, se nutre. Lentamente la histeria se apodera, la frenética esencia del bálsamo escarlata; todo, la ira, la venganza y la sed. Es desagradable a la vista, los muñones, los alaridos. Nadie en su sano juicio podría soportar ver la masacre, Aure se siente perturbada. Le gusta. Sonríe con malicia. Siente el poder de Ares crecer dentro de ella y bañarla por completo. Se siente realmente poderosa, cruelmente indomable. En ese instante, el lazo que la unía con los vampiros se vio debilitado. Ya no los escuchaba, sin embargo, aún no podía moverse con completa libertad. Sometida, se pone de pie en medio de las tinieblas. Se mueve como si se tratase de una muñeca de trapo, manipulada por el titiritero, sin voluntad, sin remedio alguno. Ellos quieren que lo ataque, que los defienda. Por supuesto, la bruja tiene el poder para hacerlo, incluso conoce las palabras exactas para volver a encerrarlo en el ataúd, pero no quiere hacerlo. Ellos lo saben. –¡AURE!- El vampiro grita desde su punto de escondite, sabe que haciéndolo el decrépito monstruo y ella podrían ubicar su punto exacto, pero la jugada de él, es mucho más sucia que cualquier otra cosa. –Necesitas liberarlo. Es un alma pecadora, implora salvación, Aure ¿No le has escuchado? ¡Libera su alma!- La bruja sacude su cabeza. Está aturdida. Le duele. Se asfixia. Jadea intentando llenar sus pulmones con el escaso aire que le rodea. Lleva ambas manos hasta su cabeza, se soba la cien. No puede hacerlo. -¡Aure! ¡Él es tu redención!- En ese momento, abre los ojos de golpe. Se pone de pie, toma su armamento y busca al vampiro. Lo asecha. Lo localiza. Están frente a frente. –Si te asesino, seré libre. Si lo extermino a él, seré libre.- Inclina la cabeza a un lado. Sonríe enfermiza. –Acabaré con ambos-
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Mensaje por Aidan Slaine Miér Nov 27, 2013 6:18 pm

La tétrica carcajada del vampiro anunciaba el regreso del señor de la guerra. Telarañas rojas habían aparecido alrededor de sus ojos. La sangre que había bebido, había despertado sus sentidos. Su apariencia podría no haber vuelto aún a la normalidad, pero eso no significaba que sus reflejos y movimientos fuesen lentos. Se movía con increíble rapidez y gracia. Y esa, era solo una parte de su verdadera naturaleza. Estaba cegado por la sed de venganza y cualquier ser serviría como receptor de su ira. El dolor estaba latente en su cuerpo, incluso parecía golpearlo con más ímpetu ahora que se encontraba libre. En su desnudo pecho, aún se podían ver las marcas de las cadenas. Las brujas no se habían dejado nada cuando lo hicieron un prisionero. La plata había hecho trizas su piel con eficacia. Su cuerpo exigía el elixir y él estaba más que dispuesto a obtenerlo de los inmortales que habían sido traicionados por la mujer que ya había reclamado. Pobres bastardos. Habían confiado en la persona equivocada. Pero ya le enseñaría a su esclava lo que le pasaría si siquiera pensaba en hacerle lo mismo a él, su nuevo y único amo. Ares siempre había sido un hombre muy cruel, pero había suprimido esa veta a sabiendas de que el miedo no garantizaba la lealtad ni el respeto de sus guerreros. Sin embargo, había dejado libre toda esa oscuridad en cuanto se encontraba frente a frente con el enemigo. Esa noche, ellos – ella – eran sus objetivos. ¡Y lo estaba disfrutando! Excesivamente. Cada miembro que arrancaba lo vigorizaba. Sus colmillos arrancaban la carne en los cuellos de sus presas antes de enterrarse en las sangrientas heridas. Succionaba como un poseso cada embriagante gota, desesperado, brutalmente demente por hastiarse antes de que terminara por desperdiciarse por los daños colaterales. Se encontraba ahora con el rostro enterrado en el cuello cercenado de uno de los vampiros, como si de una fuente de sangre se tratara y, dado que incluso su cabello estaba empapado de ella, lo era. Cuando desechó el cuerpo sin cabeza, simplemente se limitó a relamerse los labios, su mirada cayendo en su nueva presa.

Un rápido vistazo a sus manos, rebeló que se encontraban en perfecto estado. La sangre inmortal no le quitaría el hambre, pero serviría para restaurar su cuerpo. Llevaba cien años sobreviviendo simplemente con las ratas que se aventuraban a su ataúd que, el manjar que tomaba, solo podía ser un regalo de los Dioses. Ellos lo compensaban, él no cuestionaba. Cuando Ares aparecía en el campo de batalla, era digno de admirar, ¡venerar! Cualquiera con cerebro, se encogía de miedo. Una media sonrisa se instaló en su boca al escuchar al vampiro llamarla. Su cabeza se ladeó en la dirección de donde provenía la voz. Su mirada lo fulminó. La sangre goteaba por su barbilla, su cabello, sus dedos. Se había adherido a su pecho. Solo el pantalón le cubría. Había pasado tanto tiempo con la plata haciendo contacto con su piel, que estaba casi malditamente seguro, de que las cicatrices quedarían inmortalizadas en su cuerpo. No le importaba. Las llevaría con orgullo. Las marcas de un guerrero que había salido victorioso. Dio un paso, deliberadamente lento, en dirección al último peón. Sus comisuras pronto se vieron teñidas de la más pura frialdad. Había estado conectado con la mente de la bruja en su macabro baile. ¿De verdad creía que unas palabras lo iban a volver a esclavizar? – Se necesitó de todo tu clan para ponerme ahí, Aure. Me resistí. Maté a muchos de ellos antes de que la oscuridad me acogiera. Me has quitado las cadenas, me has alimentado. Soy rápido. No me has visto moverme realmente. Antes de que puedas hacer algo contra mí, antes de que siquiera puedas verlo, te prometo que habré separado la cabeza de tu cuerpo. Ares no hacía amenazas vacías. Nunca había dicho algo y se había retractado. Odiaba a la mujer. La parte retorcida en su mente, quería que se le enfrentara, que lo orillara a matarla. No quería tenerla cerca. Apestaba las brujas que lo habían maldecido. Su vida a su lado, no sería fácil. En absoluto. Él era un amo en toda la extensión de la palabra. Un bárbaro. La vio moverse. Siguió el movimiento de su cuerpo. - Soy Ares. El Fiero. Apareció, en una milésima de segundo, tras ella. Su cabeza se enterró en el arco de su cuello, aprovechándose de que había ladeado la cabeza. “El Sanguinario”. Enterró sus colmillos en la yugular, plenamente consciente de que aún tenía que tratar con el otro vampiro. Su mirada se clavó en el condenado, mientras succionaba larga y profundamente. Su boca formó una sonrisa sobre la piel de la fémina. “Tú eres el próximo”, decían los remolinos viciosos en sus ojos.
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Mensaje por Aure Kafkis Vie Dic 13, 2013 12:09 pm


Devorada por las sombras, Aure es presa del terror que se avecina en los ojos del vampiro. Cada fibra de su cuerpo, cada miserable vena que, ennegrecida por el tiempo, cobraba vida ante su vista, le hacía preguntarse ¿Qué he hecho? Pero en el fondo, la sonrisa histérica de la bruja se mofaba, no sólo de ella, sino también de él. Los fantasmas se conglomeraron a su alrededor. Ella, quien aún no logra concentrarse en el tiempo presente, observaba el pasado y, a través de ellos, los gritos desgarradores de todas esas ánimas que permanecían suspendidas en el aire, rodeándolo, clamando su muerte… La sensación mortuoria que corre a través de su piel no es más que el reflejo de una visión casi efímera. La bruja puede presentir lo que acontecerá, se niega a aceptarlo, sin embargo, esa carcajada no se ha desvanecido. Lo disfruta tanto como él. Un espectáculo tétrico, bizarro, lo único que hace falta dentro de la puesta en escena es su participación. Ares, el amo de la guerra, aparece detrás de ella.

Lejos de temerle, Aure no emite ningún sonido y se dispone a escuchar sus palabras. Simples formas vacías de frases poco coherentes que trastabillan hasta sus entrañas. Siente la amenaza clavarse en cada rincón de su frágil cuerpo. Gime. Los colmillos del vampiro se entierran en el arco de su cuello, incluso ahí, la bruja continua con la sonrisa irónica en sus labios. Los pensamientos se nublan, pero queda casi perene la satisfacción de que él ha caído en su trampa. Existe una razón por la que los demás vampiros no se alimentaban de ella, su sangre. El fluido escarlata de Aure se desliza hacia abajo, rodeando con suma lentitud y lascivia sus pechos. Gota a gota, la picazón devoraría el cuerpo del vampiro. Está maldita, está ponzoñosa. La pelinegra cierra sus ojos, toma el aire suficiente como para no volver a respirar nunca más. Suspira. Sus puños amenazan con atezar un golpe a la cara del varón. Los músculos se tensan. Es capaz de apreciar el flujo de su sangre hacia la garganta de él, pero no será por mucho tiempo. –Fuego- Pronuncia con efímero trazo de voluntad, con la voz casi desvanecida; no importa que tan fuerte o bajo lo pronuncie, el hechizo tendrá el mismo efecto. Sus ojos se abren tras la palabra, en sus orbes yace la llama del fuego más ardiente que jamás se haya sentido. En ese instante, todo lo que ha sido manchado con su sangre se incendia sin importar nada, incluyéndolo a él….

Lentamente las lenguas de fuego devoran todo a su paso, la piel que había renacido, no es más que una sombra de la juventud. Aure golpea el cuerpo en llamas del monstruo y consigue escapar a su agarre. No importa que tan cerca estuviese ella de sus propias llamas, no las sentiría arder. Se aparta sólo para desviar la vista hasta quien hace poco fue su amo. Lo fulmina con la mirada, y él conoce la razón tras aquella frialdad. Aure se encontraba inmersa en su propia mente, lejos de cualquier ataque que cualquiera pudiese hacer. Su cuerpo se mueve por voluntad propia, sobrevive al ataque, a las amenazas y se encarga de resurgir del caos que ella misma ha generado. No es un escudo común, pero sí bastante eficiente. La bruja levanta su mano y la mueve hacia la derecha, con brutalidad… ajustando sus labios a un nuevo suspiro, el cuerpo de Ares se mueve paralelamente al de su mano y lo arroja contra uno de los muros, es en momentos como estos en los que disfruta mucho más de su poder, aquel que le ha dado la sangre por encima de los otros, la dominación. Al choque del vampiro contra la piedra, el fuego se apaga y el templo cruje por encima de ellos, amenaza con el colapso total, pero a la bruja no le interesa morir aplastada, ese sitio no puede ser su sepulcro. Se encamina hasta su amo colocándose frente a él. El sello de su espalda ya no funciona correctamente. Aún existe presión por parte de él, aún lo escucha entrometerse en su cabeza, pero ya no puede dominarla. Se resiste. Le cuesta trabajo poder llegar hasta su espada y tomarla. A escasos centímetros entre el filo y la piel mortuoria del vampiro, Aure se detiene, no puede continuar. Jadea. Gruñe. El enemigo la domina por la cintura, la chica maniobra y clava en el pecho ajeno una navaja de plata que guarda en el puño de sus mangas.

-¿Mi clan?- Pronuncia como quien retorna de un letargo casi eterno. –Yo nací en el templo, me educaron dentro de sus muros.- Deja el cuerpo detrás de ella y sus pasos la arrastran hasta donde se encuentra Ares. Hay una fuerza extraña atrayéndola hasta él, como si se tratase de su nuevo señor, como si siempre hubiese sido él. Frunce el ceño. Recuerda las pesadillas recurrentes sobre sus ojos rojos en medio de la oscuridad y aquella imagen borrosa de un alma ardiendo en la hoguera. -¿Quién es ella?- Pregunta. La mujer de sus recuerdos invoca todas sus fuerzas y todo su poder para crear las cadenas que lo habían atado, pero en esa invocación las llamas consumen su último aliento y pierde la vida. Aure sacude la cabeza reprimiendo el recuerdo doloso, pero el impulso en su interior le obliga a permanecer en sincronía con sus memorias. El clan al que él se refería, emerge de entre las sombras. Los entes no hablan, no señalan. Sólo observan a Aure. -Probablemente no sabían lo que estaban haciendo. En el pasado se necesitó de ellos, pero hoy estás más débil. Hoy estoy yo y soy mucho más fuerte que ellos- Lo que probablemente Ares desconoce, es el hecho de que en aquel sacrificio, todo el poder de los Kafkis fue heredado por ella. Todo ese poder, todo ese conocimiento absoluto e infinito, volcado en una estúpida bruja a la que se le puede controlar medienta la marca en su espalda. ¿En verdad Ares es tan idiota como para no darse cuenta?
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Mensaje por Aidan Slaine Sáb Ene 25, 2014 1:07 am

Ares lo vio todo rojo y no precisamente porque el fuego lo estuviese consumiendo. Esa furia que llevaba reprimida por las cadenas, el sello, el ataúd, ¡la tierra! Se derramó por todo su cuerpo. Impactó en su pecho. Le hizo rugir, no de dolor, de ira asesina. ¿Era así como se había sentido Thanos? Él no lo había comprendido entonces, pero ahora quizás lo hacía. Su Sire nunca había estado bien mentalmente. Le había mostrado solo una máscara, la que él había necesitado en esos momentos. Conforme pasaron los siglos y ellos se separaron, en cada encuentro, algo siempre había cambiado. La sonrisa amistosa se había convertido en irónica, más tarde en cínica y finalmente en indiferente. No hubieron más consejos para que evitara la muerte de inocentes cuando se alimentaba, sino alicientes para demostrar porqué los débiles no merecían la gratitud de un ser superior. Él, comprendió, estaba sufriendo la misma metamorfosis. Cien años conviviendo solo consigo mismo y con las imágenes de su venganza tan clara, tan detallada; le habían moldeado –de alguna forma – como al ser que le traicionó. Si Thanos había sido preso de su pasado todo ese tiempo, como estaba seguro que había hecho; entonces El Fiero también había dado vida y alimento, a esa maligna criatura que se mantenía en un rincón de su cabeza; aquélla que poco a poco, con cada traición, con cada daño, crecía de tamaño. Una vez que fuese monstruosa, entonces, nada ni nadie le detendría. La bruja no lo sabía pero, al utilizar sus habilidades en su contra, la fortalecía. El rugido que continuó incluso después de que el fuego sobre su piel cesara, se vio interrumpido cuando una siniestra carcajada fue escupida de su garganta. Ares había sufrido mucho daño en manos de los persas, expertos en métodos de tortura y, si eso no había sido suficiente, la sed maldita que llevaba carcomiéndolo esos cien años, había hecho el resto. Un vampiro no podía sobrevivir sin sangre, existían arrebatándola de los mortales. El fuego de Aure no era distinto al que había padecido todo ese maldito siglo. - ¿No sabían? ¡¿No sabían?! Otra carcajada, interrumpida por un feroz rugido. - ¿Crees que pasé todo ese tiempo como su prisionero porque ellos no sabían lo que hacían? Las llamas, al parecer, se habían acentuado en sus orbes; porque éstos crepitaban de odio y demencia apenas contenida.

La piedra contra la que había sido lanzado, se había hecho pedazos. El vampiro se irguió sobre éstas, y no se le escapó la ironía de levantarse de entre los escombros. Él no era más Ares, así como Thanos, no era más su Sire. Ares había sido amigo del ser que lo había liberado de sus enemigos, mientras que Aidan era el enemigo, liberado por esa mujer que estúpidamente se ponía en la línea de fuego con su preceder. - ¿Primero me liberas y luego pretendes poner de nuevo en su lugar las cadenas? Un paso. – Aquí un consejo, Aure. No inicies nunca una batalla cuando no estás segura de que ganarás. Otro. – También es de sabios retirarse. Siempre puedes regresar si has encontrado el talón de Aquiles del enemigo. Una sonrisa malvada se instaló en la boca del vampiro cuando dio con el recuerdo. Las imágenes que había obtenido de la bruja habían pasado tan rápido por su mente, que él no se había molestado en su contenido. Difícilmente habría podido. No cuando la sangre fresca, tan echada en falta, bajaba por su garganta. ¡Pero había sido tan estúpido! El señor de la guerra, el humano, habría estudiado toda la información para asegurarse su victoria. El vampiro, en cambio, tenía otras prioridades. Si Thanos había querido convertirlo en un monstruo con ayuda de los Kafkis, ella había hecho algo peor, lo había liberado. Aure sería la culpable del mal que había desatado sobre la tierra. Para Aidan, no existía peor castigo que servir al mismo ser que había osado destruir y, para eso, podía forzar un vínculo. Si su sangre maldita corría por las venas de la joven, entonces sería irremediablemente suya. Antes, él había tenido sus títeres humanos. Ahora estarían muertos, no habrían sobrevivido sin él. Los humanos podían volverse adictos a la sangre de los suyos. Y él, tan viejo como era, actuaba como una letal droga. Un segundo fue todo lo que duró la mirada de ella en la suya, pero fue suficiente para que infligiera dolor. Mientras la fémina se retorcía, él dio otro paso y otro; como si no tuviese ninguna prisa en acercarse a ella. No la tenía. Le gustaba ver el dolor en ese hermoso rostro. Cuando se detuvo, las rodillas de la joven finalmente cedieron y él la atrapó. Deslizó la mano sobre su sedoso cabello. La maldita mujer tenía todas las características que le volvían loco. – No soy como los vampiros que te acompañaban. Ahora verás y sentirás, cuán feroz fue la batalla antes de que ellos ganaran. Mordió su muñeca y enseguida la colocó en los labios entreabiertos de la joven. Era fuerte, pero él lo era más. – Después de eso, sabrás temerme. Desearás haber hecho las cosas diferentes. Desearás no haber traicionado a los inquisidores que te acompañaban. La traición, mascota, siempre trae consigo un alto costo. Vendrán por ti, así como yo iré tras él. Ahora simplemente bebe y sé testigo de una parte de mi historia. Nuestra historia. Aidan no había olvidado que tenía que impartir su castigo. Lo haría después. Cuando le arrebatara más de su sangre para reparar el daño que le había ocasionado.
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Mensaje por Aure Kafkis Miér Mar 26, 2014 12:10 pm


Miedo ¿Qué es? Aure lo ha experimentado durante sus años dentro de la inquisición, pero el pavor que siente en ese preciso momento, no puede compararse al daño que ellos le habían ocasionado. ¿Cómo es que sus esfuerzos han sido en vano? El fuego ha consumido parte de su piel, puede ver como esta estar calcinada, como es que sus huesos resaltan al rojo vivo en medio de las cenizas. Grotesca es la imagen en donde la piel desencarnada tiembla desde su quijada para entonar la apariencia macabra de su amo. Aure está completamente inmersa en la imagen, presa del terror y la agonía que se avecina a manera de augurio fatalista. Se arrastra por el suelo intentando escapar, pero su jodida curiosidad es más fuerte que el instinto de supervivencia. Permanece estática, quiere gritar, quiere poder resumir todo su poder en un solo objetivo y consumirlo todo a su paso. Él no se lo permite.

Sólo basta de una mirada para que ella se arrepienta de todo lo que ha hecho. Siente el ardor bajo su propia piel, la sangre le hierbe y se retuerce en espasmódicas contracciones. Lágrimas brotan de sus ojos, mientras la desesperación le conduce a arañarse parte del cuerpo deseando arrancar la invisible capa de fuego que se extiende en todo su interior. Lejos de darle la satisfacción al vampiro, no grita en lo absoluto. Muerde su lengua para callar la agonía, traga saliva mezclada con sangre y ahoga su llanto. Ruge, pero la muy desgraciada le sonríe. Su rostro muestra el sufrimiento, su mueca pide más. La mente retorcida de Aure, le ha concebido una forma de redimir todos los pecados que ha cometido en contra de los suyos, y de la iglesia. Si para las bestias la única forma de liberarse de la maldición es la muerte, entonces para ella aquella tortura efímera sería suficiente para saldar sus cuentas.

En un segundo a otro, deja de sentir el calor de llamas, y respira jadeosa. Toma el aire suficiente, perfila su mirada y vuelve a sonreír tajante. Al levantar la mirada, lo observa frente a ella, imponente y perturbador. Aure no puede sostenerse por si misma y cae, desgraciadamente él la alcanza. La sangre del vampiro cae a gotas en sus labios y ella se niega a beberla. Cierra sus fauces, sacude su cabeza. Sus manos lo golpean, pero sus dedos y puños se hunden en la carne calcinada, al retirarse, estas se traen pedazos de piel que se quedaron atascados en sus manos como sustancia viscosa, al igual que la maldita brea. La bruja de esfuerza demasiado, pero aquella tortura mental, ha sido suficiente como para debilitarla, pese a que no decae por completo y no deja de pelear, él es más fuerte y hábil que la miserable humana. Detiene su rostro con una mano y la obliga a abrir los labios. Ella cede pero aún cuando la sangre cae dentro de su boca, no la traga. La escupe. La muy maldita está ahogándose y ni siquiera así es capaz de beber, hasta el momento en que la imponencia de Aidan da una orden mental y ella obedece. Al pasar por su garganta, la sangre del vampiro no sólo arde dentro de ella, sino que genera en su mente imágenes con movimiento acelerado, desde su captura hasta el día en que Aure comete el error de liberarlo. Sin embargo le ha hecho un gran favor…

Aure lo empuja salvajemente hasta lograr liberarse de él. Trastabilla dos, tres pasos hacia atrás. Se limpia los labios con el puño de su abrigo, sacude la cabeza y comienza a quejarse. –No, no, no, no…. Tú no puedes…- Con la frase inconclusa, se relame los labios. La sangre es exquisitamente deliciosa, una droga que no compararse con el opio, o el alcohol. Quiere más. Haberla probado, fue como encontrar la suave caricia de las espinas en la piel, o la combinación perpetua entre quemarse con el hielo. El sabor, el sabor indescriptible de lo tóxico y adictivo. Acaricia la comisura de sus fauces con la yema de sus dedos, jadea. Logra retorcerse de placer antes de darse cuenta de lo que está haciendo. Abre los ojos en un golpe arrebatador. Lo mira frente a ella, se niega mil veces lo sucedido. Quiere, necesita atacarlo, pero las nuevas cadenas que se han forjado, le impiden hacerle daño. Endurece su rostro, sus puños se cierran. Lo mira famélica y se arrodilla. –Ya lo hago- Refiere a su propia estupidez y a la liberación ajena. –Y usted lo hará, al saberse mi amo- Alude al arrepentimiento del victimario, porque no le será fácil. –La esclavitud no significa que han desquebrantado la voluntad, seguiré cazándote aunque tus órdenes sean diferentes-
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