AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Los Colores Del Otoño [Aitziber D' Lemoine]
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Los Colores Del Otoño [Aitziber D' Lemoine]
Tú y yo en una lucha, esta tarde.
No creas que con tus conjuros me vas a hechizar,
pues yo con mis armas voy a acabar.
No creas que con tus conjuros me vas a hechizar,
pues yo con mis armas voy a acabar.
Una nueva carta me había llegado del club de cazadores, una nueva presa. No había mucho más que decidir, si la carta describía a una bruja, pues entonces había de acabar con la maldita bruja sin piedad. Iba contra cualquier criatura que se encontrase entre mis cartas. No dejaría que nadie se interpusiese, en el destino de esa noche, que sería acabar con aquella bruja llamada Aitziber D’ Lemoine, 26 años. Había sido vigilada desde hacía un tiempo para luego ser sentenciada por la asociación de cazadores como peligrosa para la sociedad y civilización de humanos de París y del mundo entero. No había muchos más que dijese la carta, solo donde la bruja andaba casi siempre y poco más. No iría a demorarme, nuestra quedada había sido cita, su muerte sería en esta preciosa tarde de otoño, donde todo tenía un color entre naranja, rojizo, marrón y amarillo.
El sol estaba aún en el cielo, sin embargo ya no calentaba como hacía unos meses. A mis pasos las hojas caídas de los árboles crujían, ese sonido era hipnotizante, siempre me recordaba a cuando era pequeña y jugaba a hacerlas crujir tanto como podía, más y más. La suave brisa que con el paso del tiempo acariciaba mi piel, se volvía más y más fría, noche se acercaba aunque aún quedase mucho tiempo para ello, se notaba como el invierno sí que se estaba instalando poco a poco. Las lluvias venían cada poco tiempo, regando el seco suelo del verano, dejando además de lo mojado, ese fuerte olor a tierra mojada, el aroma de los árboles… en resumen, olía a naturaleza.
Cuando llegué al sitio que me indicaron, la brisa se cortó tajante pero a los pocos segundos un fuerte viento llegó a mí golpeándome en el rostro, ya frío por la baja temperatura. Movía mi pelo como si tuviese vida propia, lo agitaba y removía sin parar por lo que automáticamente me recogí el pelo en una cola de caballo para que no molestase en lo absoluto- ¿Dónde debe de estar querida…?- me pregunté mientras empuñaba su arma de fuego con una mano y la otra la aferraba a un arma blanca para blandirla en el último momento.
Mis ojos se entrecerraron escudriñando el área. Dejé de andar vigilando el lugar, cualquier escondrijo del que pudiese ser sospechoso.
Te voy a encontrar lo quieras o no
y entonces entre la oscuridad,
nos debatiremos en batalla,
más entonces no quieras escapar.
y entonces entre la oscuridad,
nos debatiremos en batalla,
más entonces no quieras escapar.
Danyra Minnet- Cazador Clase Media
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 22/06/2012
Localización : En mi sala de entrenamiento.
Re: Los Colores Del Otoño [Aitziber D' Lemoine]
{…..Aprovechemos el otoño
antes de que el invierno nos escombre
entremos a codazos en la franja del sol
y admiremos a los pájaros que emigran….}
—Otoño de Mario Benedetti
antes de que el invierno nos escombre
entremos a codazos en la franja del sol
y admiremos a los pájaros que emigran….}
—Otoño de Mario Benedetti
Le gustaba el frio que comenzaba a hacer en esta época del año, no era obstinante como los que se tenía que aguantar en el frio invierno parisino. Veía alegre como las aves comenzaban su viaje hacia un lugar más cálido, como le hubiera podido gustar ser uno de aquellos animales y poder ella también alejarse del frio del invierno, pero bueno, debía admitir que le era difícil sentirse alejada de su tierra natal, prefería quedarse en ese lugar aunque el frio le pusiera de mal humor. Le gustaba el color que comenzaba a nacer, era como si un gran artista pintara uno por uno las hojas de los arboles, simplemente hermoso, que podía llegar hipnotizarte con tal rapidez que te era imposible saber exactamente cuándo comenzaste a amarlas intensamente. Hasta los animales tenían una belleza diferente, que solamente se podría explicar como la magia del otoño.
Su cuerpo era cubierto por un sencillo vestido de color oscuro, un marrón que ayudaba a no verse feo los bordes que de polvo se llenaban por estar en aquella carretera de tierra. Como siempre se había levantado muy temprano, le había ganado al sol, que perezoso se levantaba ya cuando ella estaba caminando por un camino desierto. Su capucha negra le cubría la totalidad de su vestido, solamente se podían ver unos detalles de sus mangas que llegaban hasta los codos y algunos adornos eran mostrados y los bordados resaltados.
No tardo mucho en llegar a sus ruinas, un lugar en donde practicaba su magia oscura, aquella que era muy peligrosa mantener cerca de la ciudad, como siempre se sentó en una de aquellas columnas caídas de aquella edificación que alguna vez fue poderosa e imponente, pero que hoy en día solamente quedaban piedras y maleza entremezclada. Tenía un bolso de cuero entrecruzado en su cuerpo, donde llevaba una daga para los rituales, hierbas e otros utensilios necesarios para las prácticas que realizaría aquel día que aun se podría llamar madrugada. Un suspiro le robo el amanecer que ante sus ojos aparecía, lentamente, mezclándose con los colores del otoño cercano, aunque tenía una tela que cubría su cuerpo, además del vestido que ocultaba su desnudez, el frio llegaba a tocar sus huesos. La bruja se quedo mirando al horizonte, esperando no perderse ni un momento de aquel amanecer que daba fin a la madrugada.
-Hermoso…- susurro con ella una mirada serena. A lo lejos oyó un crujido que por un instante la puso alerta, pero luego su cuerpo, que se había tensado, se relajo al momento que ella dejo salir un suspiro. Debía ser un animal que por allí jugaba. Se levanto sin mucha prisa, para acercarse a un muro de la infraestructura, que tercamente buscaba aun quedar en pie. Su vestido pareció bailar por unos momentos con sus graciables movimientos. En sus pies tenía unas botas para andar en caballo-era más fácil que tener unas sandalias- dio unos pasos escuchando el crujir de las ramas en sus pies, pronto su oído capto otro ruido y esta vez giro su cuerpo, con su respiración un poco agitada, bajo la mirada hasta encontrarse con un conejo herido quien tenía la pata herida, estaba desgarrada completamente.
Se inclino tratando de no asustar al animal, siendo inútil-Detente- le ordeno. Con su mano lo dirigió cerca de ella. El animal obedeció sin ningún problema, su pelaje era tan blanco como la nieve, pero se estaba infectando de aquel carmesí, aquel mismo color que tenía sus ojos y su nariz rosada que no dejaba de moverse. –Mírate… estas herido y aun tienes ganas de luchar… - sujeto al animal entre sus manos, llevándolo hasta las ruinas donde estaba, lo estaba controlando por eso parecía tan apacible y domado.
Busco en su bolsa de cuero la daga, la retiro de donde reposaba, dejándola a un lado de aquella piedra que servía de mesa, de altar mágico, miro al conejo quien aun sangraba, sonrió tiernamente mientras volvía a mirar en su bolso sacando un pequeño envase de cristal. Deposito al pequeño animal en su altar, este controlado por los poderes se mantenía quieto, en la misma posición que la bruja lo había deseado, ahora buscaba la daga para así poder terminar con el sufrimiento del animal.
{…..aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se congele
y no haya sitio para la belleza
porque el futuro se nos vuelve escarcha….}
—Otoño de Mario Benedetti
Aitziber D’ Lemoine- Hechicero Clase Alta
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Re: Los Colores Del Otoño [Aitziber D' Lemoine]
La arquera en estadía,
afana de noche y vigila de día...
afana de noche y vigila de día...
Había llegado muy temprano, observé mis alrededores me subí a un árbol muy tupido y observé todas mis vistas y perspectivas. Ví unas ruinas, sí, allí marcaban los papeles, algo de unas ruinas habían sido nombradas. Me quedé quieta por un momento vigilándolas, esperándo a que apareciese como marcaban las invetigaciones. De repente la ví dentro de mi óptica visual. Se veía realmente como lo que era, una bruja. Ví como observaba bruscamente a su alrededor como si escuchase o sintiese algo. Ví que se agachaba y cogía una pequeña bola de pelo que estaba tan quieta como un peluche inerte, la nota es que no lo era. Ese animal estaba vivo completamente. Observé como lo llevaba hacia un altar a aquel animal que parecía herido por aquella mancha roja entre aquel pelaje tan blanco como la nieve en pleno invierno.
- Querida...- dije casi sin voz, solo dejé escapar algo de aire de mis pulmones. Cogí mi arco y una flecha sin hacer ruido. Con semblante tranquilo y sin que las manos titilasen en lo más mínimo- estás... en mi punto de vista- dije de la misma manera. Suspiré hondamente y luego los llené con aire renovado y fresco. La apunté con mi flecha, lista, preparada, con la cuerda tensa, pidiéndome a gritos que la dejase marchar hacia tu objetivo final. Esperé... y esperé a ver que era lo siguiente que hacía con el animal. Estaba esperando a que empezase a su ritual para acabar con ella con una flecha certera, sin más esperas ni más problemas. Hoy sería su final tanto para el animal como para ella misma.
Escuché las hojas crujir debajo de mí y sin mover ni un solo músculo de mi cuerpo, moví mis ojos observando a alguien ir hacia las ruinas, un hombre de mediana edad. No sabía que hacía un hombre allí y dirigiéndose hacia las ruinas, iba con una capa y una capucha, totalmente tapado ¿Cómo supe su sexo? Me dio tiempo a atisbar por un momento aquella barba que hacía unos días que no había sido afeitada de hacía unos días de seguro. ¿Quién era? ¿Alguien que ella conocía? ¿Uno de los míos que se me adelanta? No lo sabía, solo me mantuve a la espera, como siempre, desde la lejanía, observando cada paso del varón y cara movimiento sangriento en la piedra del sacrificio de la bruja que ardería en el infierno en muy poco tiempo.
Te estoy vigilando,
y si en un lío te has metido,
mal porque te estoy apuntando.
y si en un lío te has metido,
mal porque te estoy apuntando.
Danyra Minnet- Cazador Clase Media
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 22/06/2012
Localización : En mi sala de entrenamiento.
Re: Los Colores Del Otoño [Aitziber D' Lemoine]
La sangre roja parecía no dejar de salir, saco algunas hiervas, que las dejo cerca del animalillo, este parecía tan tranquilo, que le no dejaba de sorprenderse, pero también se debía a que no lo dejaría moverse mucho. Busco el punto perfecto, deseaba atravesar su corazón de una estocada, pronto vería la boquita del pequeño lleno de sangre salir del, todo su pelaje blanco como la nieve, quedaría pronto rojizo y perdido. Pero antes de poder colocar la punta de la daga en su corazón, un movimiento sorpresivo la hizo girar hacia donde estaba un lacayo que había encontrado, sonrió satisfecha. Dejo su conejo en la piedra, para acercarse a aquel hombre que se detuvo a uno metros de ella. Aitziber caminaba con ligereza y tranquilidad, no se había dado cuenta del peligro que estaba cerca.
-Buen chico… eres un buen ladrón- dijo ella, mientras le quitaba la capucha, para dar a conocer un cadáver de unos cuantos días. La piel comenzaba a caer de su rostro, dejando ver pedazos de carne podrida, sus ojos perdidos, era lo único que parecía aun intactos, unos bellos ojos azules, que resaltaban como diamantes. Saco de la capucha una gallina negra que había robado de alguna granja o una carpa de gitanos. Siempre era bueno tener un lacayo, se imaginaba los gritos de las personas si hubieran llegado a verlo, le daba gracia, pero no era momento de reír.
La gallina se movía mucho, parecía que sabía muy bien su destino y aun deseaba vivir. Tenía suerte, sus aleteos tuvieron éxito y Aitziber la soltó sin querer, el animal asustado comenzó a correr hacia el mismo árbol en donde estaba la cazadora. La bruja rápidamente utilizo sus poderes para mantenerla quieta, rápidamente la gallina cayo como si se tratara de un simple saco de patatas al pie del árbol. Jadeo un poco, bueno, no había pasado a mayores. -¿…?- iba a girar su cuerpo, para dejar que su lacayo trajera al animal, quien sería el próximo en ser degollado, pero un pequeño susurro la hizo detenerse a mitad de su giro. Eran los espíritus que resguardaban a la gallina, los que habían notado la presencia de la arquera y asustados por ver que la flecha iba en dirección a la bruja, corrieron en busca de advertirle.
Aitziber frunció el ceño. ¿Cómo era posible? Pensó un poco nerviosa, debían estar jugándole una broma, hubiera deseado que fuera así, pero pronto, pudo ver el brillo de la punta metálica de la flecha. Todo su cuerpo se tenso, chasqueo la lengua para dar un paso hacia atrás. Señalo el árbol, indicándoles a sus aliados que lo molestara, pronto una ráfaga repentina de viento azoto el árbol, con tanta furia, que parecía que se iba a ceder a aquella fuerza. -¿Quién rayos te crees cazador?- pregunto. Tal vez irritada por sentir que su recolección de ingredientes habia sido estropeada.
-Buen chico… eres un buen ladrón- dijo ella, mientras le quitaba la capucha, para dar a conocer un cadáver de unos cuantos días. La piel comenzaba a caer de su rostro, dejando ver pedazos de carne podrida, sus ojos perdidos, era lo único que parecía aun intactos, unos bellos ojos azules, que resaltaban como diamantes. Saco de la capucha una gallina negra que había robado de alguna granja o una carpa de gitanos. Siempre era bueno tener un lacayo, se imaginaba los gritos de las personas si hubieran llegado a verlo, le daba gracia, pero no era momento de reír.
La gallina se movía mucho, parecía que sabía muy bien su destino y aun deseaba vivir. Tenía suerte, sus aleteos tuvieron éxito y Aitziber la soltó sin querer, el animal asustado comenzó a correr hacia el mismo árbol en donde estaba la cazadora. La bruja rápidamente utilizo sus poderes para mantenerla quieta, rápidamente la gallina cayo como si se tratara de un simple saco de patatas al pie del árbol. Jadeo un poco, bueno, no había pasado a mayores. -¿…?- iba a girar su cuerpo, para dejar que su lacayo trajera al animal, quien sería el próximo en ser degollado, pero un pequeño susurro la hizo detenerse a mitad de su giro. Eran los espíritus que resguardaban a la gallina, los que habían notado la presencia de la arquera y asustados por ver que la flecha iba en dirección a la bruja, corrieron en busca de advertirle.
Aitziber frunció el ceño. ¿Cómo era posible? Pensó un poco nerviosa, debían estar jugándole una broma, hubiera deseado que fuera así, pero pronto, pudo ver el brillo de la punta metálica de la flecha. Todo su cuerpo se tenso, chasqueo la lengua para dar un paso hacia atrás. Señalo el árbol, indicándoles a sus aliados que lo molestara, pronto una ráfaga repentina de viento azoto el árbol, con tanta furia, que parecía que se iba a ceder a aquella fuerza. -¿Quién rayos te crees cazador?- pregunto. Tal vez irritada por sentir que su recolección de ingredientes habia sido estropeada.
Aitziber D’ Lemoine- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/10/2011
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