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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Sáb Jun 15, 2013 2:15 pm

Un par de pasos rápidos, una sonrisa esquiva, un acercamiento accidental, un choque, una disculpa aparentemente sincera y una corta reverencia fue todo lo que necesité para engañar a uno de los viejos clérigos de la catedral de Notre Dame. Una de las ventajas del celibato de los curas era que, cuando veían una joven guapa y sonriente con un corsé que hace que luzca un escote considerable, su turbación es tal que ni siquiera se aseguran de que han guardado a salvo sus pertenencias. ¿Cómo, una hija de Dios que ha podido penetrar en Su hogar sagrado, puede albergar malas intenciones? ¡Por favor! Lo único impúdico de esa joven que ha visto y que ahora se aleja, como lo hacía yo porque se trataba de mí, era fruto de su dorada juventud y de la vida que había en sus ojos. Casi todos los curas eran fáciles de seducir, pero ¿aquel? ¡Aquel daba significado a la palabra fácil con su estupidez y su simplicidad! Era un hombre, por descontado iba a ser muy sencillo salirme con la mía, pero cuando conseguir lo que quería costaba menos que quitarle un caramelo a un infante el reto dejaba de ser divertido y se convertía en algo aburrido. ¿Qué mérito tenía robar a un cura que ni siquiera lo había visto venir? Ni la emoción, si así se le podía llamar, de la huida, lo suficientemente lenta para que no sospechara, lo suficientemente rápida para que no pareciera que me paseaba por la iglesia, ya valía la pena una vez hube salido de la catedral de Notre Dame y estuve en la calle parisina, con un viento otoñal que hacía volar las hojas.

El motivo por el que me había acercado hasta allí a plena luz del día había sido que uno de los miembros del cabildo de la catedral tenía entre sus ropas un pergamino con una misión para la Inquisición sumamente fructuosa y relacionada con matar vampiros. A mí con incluir las palabras asesinato y chupasangre en una misma frase sin negaciones de por medio me convencían, y si ya encima podía hacerme con la misión de manera poco legal, ¡tanto mejor! Me gustaba vivir al límite, no podía evitarlo, y mucho menos desde que me había convertido, y por eso todo lo que implicara riesgo hacía el mismo efecto en mí que el canto de las sirenas sobre Ulises en la Odisea, por eso me había lanzado de cabeza hacia aquella misión de robo que, después, se convertiría en una de asesinato. El problema era que cuando las cosas demostraban ser demasiado fáciles yo me aburría y me sentía frustrada, y así era exactamente como estaba, paseando entre las callejuelas de la zona más gótica de París y que, como tales, eran intrincadas y sinuosas. Eran el lugar perfecto para ocultarme, sí, pero dudaba incluso que aquel viejo fuera a ir a por mí o que se fuera a dar cuenta de que le había robado una misión porque estaba muy ocupado mirando a toda mujer joven de la iglesia. Ni siquiera se había fijado especialmente en mí, por mi juventud o por mis ojos o ¡qué sé yo!, sino que sólo me había mirado por ser una mujer de las muchas que había por allí, esperando para que escucharan sus confesiones. La misión, mi premio, debía ser muy jugosa para que justificara aquel tipo de afrentas hacia mí, así que en el fondo tenía ganas de leerla... sólo en el fondo.

Conociendo a los inquisidores como lo hacía, la misión seguramente implicaría el secuestro de varios vampiros y el asesinato de un par, como si eso fuera suficiente. A los religiosos se les llenaba la boca hablando de la justicia divina y de cómo los Inquisidores éramos instrumentos del señor, pero muchas veces exageraban tanto que de lo que decían a lo que era verdad había un trecho. Yo, que había tenido que ver en más de una ocasión ese choque, sabía que seguramente la misión no valía absolutamente nada, pero en el fondo no me importaba demasiado, porque al final lo que valía era el buen rato que había pasado mientras la robaba... O lo valdría si hubiera merecido la pena. Frustrada, me dejé caer en los escalones de la puerta de una de las casas y desenrollé el pergamino sólo para darme cuenta de que mis peores temores habían sido fundados y de que, al final, sólo tendría que capturar a un vampiro. ¿A eso era a lo que llamaban misión importante? ¡Por favor, qué equivocados estaban! Por eso me gustaba más actuar al margen de la Inquisición, ya que los resultados siempre eran mucho más satisfactorios, y por eso decidí, sentada en aquella plaza vacía, que a falta de una misión oficial me buscaría una extraoficial que me llenaría más... de sangre de chupasangre. La idea me hacía sonreír, y por eso, de mejor humor por fin, me encaminé hacia una de las casas de por allí, donde a cambio de dinero siempre me daban información jugosa, del tipo que a mí me gustaba. Daba la casualidad de que, no obstante, había accedido a la plaza por un lugar que no recordaba, enfadada como había estado por una chiquillada, y por eso cuando doblé aproximadamente la tercera esquina estaba perdida en medio de un laberinto de callejuelas estrechas y, a juzgar por lo que oía, acompañada de alguien a quien no podía ver. Genial. Simplemente maravilloso.
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Mensaje por Rahzé Svarti Sáb Jul 27, 2013 6:35 pm

Cuando a mis oídos llegó el rumor de una nueva misión para los soldados, no dudé en involucrarme. Nadie me lo había comunicado. Nadie, absolutamente nadie, se había tomado la molestia. Habían pasado de mí como lo habían estado haciendo desde que ese estúpido castigo impuesto por el mismísimo Papa había recaído sobre mis hombros. El muy egoísta me había relevado de mi puesto dentro de la facción cinco por una insulsa tontería, ¡algo insignificante!, y para colmo se había atrevido a decirme que yo no tenía que verlo como una represalia por parte de él y de la Iglesia, sino como un método que más temprano que tarde me ayudaría a corregir mis errores, a perfeccionar mis métodos. ¡Estupideces! Nada justificaba que ahora yo tuviera que estar con las narices sumergidas entre miles de tontos libros, y para colmo, al mando de una mujer que creía que tenía más testículos que yo. Me sentía como un guerrero en una cocina al que le ordenaban hacer pastelillos. ¿No suena ridículo? Por supuesto que sí. Yo no nací para hojear páginas y hacer anotaciones, nací para blandir mi hacha y arrancar cabezas de un tajo, y eso era lo que iba a hacer. Nadie iba a impedírmelo.

No fue nada difícil seguirle la pista a la Zarkozi. Según mis contactos dentro de la organización, ella había sido la encargada de conseguir las indicaciones de la nueva misión. Y sí, debo decirlo: me ofendía que prefirieran a chiquillas que prácticamente todavía sufren acné en el rostro, antes que a un hombre experimentado como yo. Ese tipo de cosas son las que a veces logran mancillar un poco mi orgullo, que de por sí es bastante grande.

El caso es que la encontré. Justamente en la Catedral de Notre Dame. Tuve la oportunidad de acercarme, hacerla a un lado como se lanza a un saco de papas, y enseñarle cómo se hacen las cosas, pero lo cierto es que me divertí bastante observando su modus operandi, el que hasta entonces no conocía. Nada sorprendente, de hecho bastante predecible, debo decir. Quitarle algo a un tonto sacerdote haciendo uso de los atributos y encantos físicos no tiene gran crédito, pero al menos lo consiguió. Mientras lo hacía, la observé de lejos en compañía de Marc y Shane, también Inquisidores. Se podría decir que ellos son los únicos dignos de un poco (bastante mínima, prácticamente escasa) de mi confianza, aunque la verdad es que en el fondo los considero un tanto estúpidos. Quizá esté mal decirlo, pero si salgo con ellos no es que los necesite, sino porque los utilizo a mi favor. Hasta alguien como yo necesita en ocasiones un par de cebos, y estos dos están bastante rechonchos. Por supuesto que ellos creen que yo les debo lealtad y confianza a cambio de su compañía, ingenuamente creen que si en algún momento nos vemos involucrados en un lío gordo yo voy a mover un dedo por ellos arriesgándome a perderlo. ¡Ja! Pero me conviene que sigan pensándolo.

Nos movimos cuando la joven Inquisidora tenía lo que nos interesaba y le seguimos los pasos de cerca, pero siendo lo debidamente cautelosos para que ésta no nos descubriera. No es que no fuera a enterarse de nuestra presencia y la razón por la cual estábamos allí, lo haría, sí, pero a su debido tiempo. Me gustaba sorprender a las personas, acorralarlas, es el tipo de incentivo que te motiva a seguir efectuando ciertas cosas que con el tiempo pueden tender a volverse monótonas.

Cuando al fin llegó el momento justo, emergí del anonimato y me le planté al frente sin el menor pudor. Fingí demencia e inocencia, como era costumbre en mí. Sabía de antemano que esas eran dos de las cosas que más sacaban de quicio a la mayoría de las personas, pero ah, como me divertía hacerlo una y otra vez.

Ah, tú de nuevo. “La pequeña loba”, y esta vez sin la compañía de su molesto hermanito —me le acerqué, haciendo énfasis en el título que tan cariñosamente acababa de inventarle—. ¿Cómo es que logras que cada vez que doblo una esquina o levanto una piedra, me encuentre con tu maldita cara? —le pregunté. Luego ladeé mi rostro y sonreí ladinamente, dejando a la vista mi lado más engreído—. Es increíble, eres casi tan omnipresente como Jesús. ¿Cómo lo haces? —hacer ese tipo de bromas, tan herejes tampoco me provocaba culpa alguna. Que yo trabajara para la Iglesia no me comprometía en ningún sentido.

Ella no respondió, y si pensaba hacerlo, estaba tardando demasiado, haciéndome perder mi valioso tiempo. No tenía ganas de seguir el jueguito, prefería comenzar con lo verdaderamente importante: la misión.

¿Sabes qué? Olvídalo, no importa. Dame eso —di un manotazo al aire y después un paso más al frente para que ella me entregara el pergamino que tenía entre las manos. Estiré mi brazo derecho esperando recibirlo de buena gana, si es que ella realmente era inteligente, pero no ocurrió—. ¿Eres sorda? Tenía entendido que los licántropos tienen muy buen oído, pero supongo que como en todo hay excepciones —y ni así se movió un centímetro. Empezaba a creer que realmente carecía del don del oído, o era muy estúpida.

No estarás pretendiendo que te lo quite de las manos, ¿verdad? —hice una pausa innecesaria, puesto que sabía que era exactamente lo que pretendía. Claramente quería molestarme. Giré mi rostro para ver a mis dos compañeros que aguardaban a mis espaldas, fieles, inmóviles y enormes, como dos perros San Bernardo, aunque más bien parecían dos hienas que se mofaban de la chica cada vez que yo hacía un comentario que les causaba gracia. Continué con las cómicas frases para divertir a mis compinches, y porque también me divertían.

Te lo advierto, niña, no seré tan diplomático como lo fuiste con ese estúpido cura que parece que en su vida había visto un par de tetas. Admito que en ese escote tus niñas lucen bastante bien, pero no está lo suficientemente abultado como para distraerme o hacerme desistir. Dame el pergamino —sentencié por última vez. Esta vez hablaba en serio.


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Mensaje por Invitado Jue Ago 08, 2013 5:19 am

Y, como no podía ser de otra manera, la guinda para un mal día era una emboscada tan oportuna que casi tuve ganas de reírme, porque entre eso y que parecía sacada de un manual de “cómo emboscar a damiselas en apuros” la situación no podía resultar ni siquiera un poco más surrealista, sencillamente era imposible, igual que también lo era que me los tomara en serio. El rubio, a quien recordaba perfectamente como un antiguo condenado al que habían convertido en rata de biblioteca, lo cual tenía su gracia porque él era un cambiaformas, era el único al que podía tomarme en serio, pero ¿los otros? Por favor, no eran más que aprendices de cura, ¡hasta su tamaño físico estaban imitando! Si no me andaba con ojo, podría rebotar en sus cuerpos grasientos con el más mínimo golpe, eso por no hablar, claro, de que podría resbalar en mi propio vómito porque mirarlos más tiempo del necesario me provocaba náuseas y... bueno, pensarlo era suficiente para que se me revolviera el estómago, así que decidí centrarme en el fanfarrón rubio, que debía de pensarse que sólo por ser un hombre automáticamente era mejor que yo cuando mis “niñas”, como él las había llamado, habían conseguido algo que él con sus testículos era incapaz de obtener. ¿Quién era el fuerte ahora...? Hombres. Jamás dejaría de tener que domar a alguno de ellos, fuera quien fuera y fueran cuales fuesen las circunstancias de mi vida en las que me encontrara con alguno de ellos. Por suerte, era toda una experta, así que no habría problema.

– ¿No será que si me encuentras por todas partes es que tú me estás siguiendo a mí? Lo comprendería, sí, sólo hay que verme, pero no es necesario que te pongas tan hostil, por el amor de Dios, ¿es que quieres escandalizar a tus acompañantes?

Con tono de voz divertido y el pergamino a buen recaudo, crucé los brazos sobre el pecho y negué con la cabeza, como si fuera su profesora y estuviera juzgándolo por mal comportamiento y no haber sabido repetir la lección como era debido. En realidad, tampoco me alejaba tanto de la comparación, porque en esa situación quien tenía el objeto que estaba en disputa era yo y quien lo deseaba era él, así que más le valía estar dispuesto al menos a jugar un poco conmigo y, quizá, haría que me sintiera lo suficientemente magnánima para dárselo. ¿Quién sabía? Total, era una misión cualquiera y él era un hombre atractivo, así que los dos podíamos salir ganando si seguíamos mis normas, pero cómo no la estupidez de los hombres tenía que salir a la luz y arruinarlo todo. ¿De verdad pensaron esas bolas de sebo humanas que tenían alguna oportunidad contra mí...? Debieron de hacerlo, puesto que se lanzaron a por mí ignorando que era mucho más delgada y rápida, y por eso los esquivé sin apenas hacer un esfuerzo e incluso pude hacer el exceso de energía de noquearlos y hacer que cayeran al suelo inconscientes, ¡como si fuera algo tan costoso, teniendo en cuenta que ellos habían hecho la mayoría del trabajo! No era exactamente mi culpa si se habían golpeado el uno con el otro, se habían mareado y me lo habían dejado en bandeja... Pero bueno, igualmente lo habían hecho, y sólo me quedaba uno, frente al cual estaba a una distancia suficiente para que le entraran tentaciones de robarme el pergamino, por lo que le puse un dedo en los labios para que callara, esperara y me dejara hablar.

– Svarti, sabes tan bien como yo que lo que haya podido conseguir no incluirá matar, sino sólo capturar e interrogar. Tienes que estar muy pero que muy desesperado para recurrir a algo que mis niñas y yo hemos conseguido, limpiamente por cierto, y más cuando en el fondo sabes que no va a valer la pena salvo para pasar un rato conmigo.

Antes de cabrear demasiado a la bestia, di un par de pasos hacia atrás, por si acaso, y volví a asegurar el pergamino, lejos de él por el momento. Tenía suerte, la suficiente para que estuviera dispuesta a negociar con él sin sus babuinos delante, solamente los dos, y por eso ni siquiera había hecho mención de ser ni la mitad de arisca de lo que él había sido conmigo, sólo lo justo y necesario para no perder el toque Abigail que me caracterizaba y me diferenciaba de Solange. No olvidaba lo que había dicho de mi hermano, por supuesto, pero no era el momento de lanzarme a su cuello y destrozarlo por unas palabras que sólo querían molestarme por mucho que lo hubiera conseguido, ¡que yo era civilizada aunque todo el mundo dijera lo contrario! Aunque, bueno, mi concepto de estar civilizada era totalmente distinto al de los demás, al igual que todo lo que pensaba siempre tenía poco que ver con lo que los demás podían imaginarse, pero ¿qué le iba a hacer yo? Era parte de mí, igual que también lo era actuar sin pensar, exactamente como lo hice en aquel momento al acercarme a él haciendo malabares con el pergamino entre mis dedos, provocándolo para que lo cogiera, aunque si lo hacía haría gala de mi agilidad de licántropo, esa que junto al resto de mis habilidades él había menospreciado (porque, aunque no lo hubiera dicho, yo sabía que lo había hecho), y me apartaría antes de que él pudiera siquiera pronunciar su nombre. Lo tenía, vaya, absolutamente todo bajo control.

– A ver, gatito, ahora estamos solos tú y yo, ya no tienes que competir con secuaces descerebrados para que piensen que eres quien la tiene más grande, así que hagamos un trato, como adultos, y lleguemos a un acuerdo. Tú quieres la misión, que te aseguro que no merece la pena, y yo quiero matar vampiros. ¿No crees que podríamos llegar a algún tipo de acuerdo sin necesidad de que te pongas tan inaguantable?

Coroné mis palabras con una amplia sonrisa y con una versión distinta del juego del pergamino en mis manos, por la que lo estiré delante de él para que viera, sin siquiera leerla porque no le di tiempo a que lo hiciera, que en unas pocas líneas no podía haber nada demasiado jugoso y que estaba perdiendo el tiempo yendo a por mí igual que lo había perdido yo yendo a por la misión. Vaya, ¿quién me iba a decir a mí que tendría tanto en común con él, nada menos? Y, sobre todo, ¿quién narices iba a haberme dicho que sería tan frustrante una maldita misión que me estaba enfrentando con alguien que se dedicaba a lo mismo que yo? No, que no se me malinterprete, el hecho de que fuera un inquisidor no significaba que yo lo respetara, pero al menos tenía algo en común con él y podía, qué sé yo, recomendarme vampiros que matar o cualquier otra cosa que se le ocurriera y le viniera bien a cambio de mi patética misión. Al final resultaría que haber perdido el tiempo seduciendo a un cura (y muriéndome de asco al hacerlo, por cierto) me iba a dar buenos resultados... ¿Quién sabía? A lo mejor él estaba de buen humor, y si no era el caso yo jamás le decía que no a jugar con alguien, así que por mí adelante. Que empezara la partida.
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Mensaje por Rahzé Svarti Lun Dic 02, 2013 8:09 pm

Me quedé en mi sitio, inmóvil, muy callado, observando con atención lo que la Zarkozi haría a continuación. Como era de esperarse, se negó a entregarme el pergamino. No se conformó con contradecirme, tirarme todo un rollo mareador y oponerse a mi sencilla y “pacífica” petición, la muy desgraciada se atrevió a alzar el maldito pedazo de papel a la altura de mis ojos, balanceándolo entre sus manos, hasta restregármelo en la cara con un maldito gesto de orgullo y altanería por ser quien tenía la ventaja dadas las circunstancias. Quería burlarse de mí, humillarme y ofenderme frente a Marc y Shane, pero no iba a permitírselo. Si creía que con haber noqueado a mis compinches haciendo un mínimo esfuerzo, iba a intimidarme e iba a salir corriendo como un cachorro asustado, estaba bastante equivocada y definitivamente no tenía idea de quien era yo, lo terco, lo temerario que podía llegar a ser. Cuando has vivido y has hecho cosas tan horribles y tu alma se ha encogido al grado de casi extinguirse, dejas de sentirte una persona; te conviertes en una bestia, en lo más parecido a una cosa sin sentimientos o motivaciones y lo único que te mueve es el peligro, la muerte y la devastación. Buscas hacer daño e inconscientemente herirte al mismo tiempo; no mides el peligro; te lanzas de bruces sin investigar antes si abajo hay un precipicio porque lo demás no importa.

El pergamino y la misión, junto con la Iglesia y el mismísimo Papa, podían irse al demonio; habían pasado a segundo plano. Ahora toda mi atención la tenía ella. Había salido a las calles en busca de diversión y acción, pues ahí la tenía, justo frente a mis ojos, sonriéndome, tentándome las barbas como pocas veces. Yo también sonreí, no por compromiso ni por presunción, sino porque de verdad empezaba a excitarme lo que vendría a continuación.

Rápidamente, y sin que ella se lo esperara siquiera –incluso a los licántropos se les puede tomar desprevenidos en algunas ocasiones-, coloqué mi mano sobre su escuálido cuellito, presionándolo con la mínima fuerza bruta que era capaz de ejercer y que ya de por sí era bastante, ya que no pretendía estrangularla –al menos no tan rápido-, y la obligué a retroceder hasta estamparla salvajemente sobre la pared de contención hecha de piedra caliza que se hallaba a sus espaldas. Pude sentir su cráneo crujir a causa del repentino impacto y los pequeños pedazos de rocas que se desprendieron con el golpe se mezclaron con su cabello. Siempre he sido bastante alto y corpulento, con carne maciza y músculos bien trabajados, quizá esa fue la razón de que mi extremidad, con la que la sostenía bruscamente, y toda mi corpulencia, parecían enormes, propias de un gigante, a comparación de su frágil cuerpecito. Aunque claro que ella no era frágil, era tan fuerte como yo, pero eso era lo que aparentaba a simple vista. Tenía bien presente que, muy independientemente de su licantropía, estaba tratando con una mujercita, pero cosas como esas eran sencillamente irrelevantes para tipos como yo, así que no me tentaría el corazón y la trataría como a un igual.

¿Y bien? ¿Te he hecho cambiar de parecer o necesitas un poco más? —le pregunté sin soltarla, sonriéndole ampliamente a pesar de ver su cara de dolor, un acto quizá un tanto soberbio de mi parte, pero que sencillamente no pude evitar.

Tenía bien presente que era yo el primero en utilizar la fuerza bruta, que probablemente ella solamente esperaba que yo doblara las manos y cediera ante sus deseos y estúpidas propuestas, pero yo no iba a darle el gusto de hacer conmigo lo que le daba la gana; no iba a imponerme su santa voluntad y a convertirme en un payaso. Mis amenazas tenían fundamento e iba a demostrárselo.

Bien, te daré un poco más entonces… —añadí al darme cuenta de que ella no respondería (¿o se debía a que la fuerza de mi mano sobre su cuello no le permitía hablar?).

Mi mano apretó con más fuerza; un poco más y el paso de aire hacia sus pulmones se extinguiría. Pegué mi cuerpo al suyo; en la parte alta, mi rostro se aproximó a su mejilla izquierda, mientras que en la parte baja, con la ayuda de mi rodilla, aparté sus piernas y las abrí con un movimiento brusco, hasta que mi pierna quedó entre las suyas, rozando su sexo que estaba protegido por las prendas que llevaba encima, pero que igualmente podía sentir a través de ellas. Cuando te metes con la intimidad de las mujeres y lo haces salvajemente y sin vacilar, siempre logras asustarlas, las intimidas de una manera inimaginable porque es su parte vulnerable, ya que ninguna desea ser violada y ultrajada contra su voluntad, y ella no podía ser la excepción.


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Mensaje por Invitado Mar Dic 03, 2013 4:09 pm

Oh, necesitaría mucho más que eso para hacerme cambiar de opinión, y eso fue de lo poco que pude pensar antes de que él me golpeara la cabeza contra la pared con demasiada fuerza y me dejara totalmente mareada y desorientada por un momento, ¿o eso había sido antes de que me pusiera la mano en el cuello e intentara quitarme el aire...? Cuando a una le hacen una contusión semejante es tan difícil mantener la cuenta... Bueno, lo mismo daba, la cuestión era que el gatito había sacado las garras y se había puesto en plan rey de la selva como si fuera un león en vez de un lindo minino, sólo que como todos los hombres hacían al menos una vez en sus vidas se había creído que sólo por tener fuerza sobre mí y por ser una mujer iba a ser fácil prever por dónde iba a salir. ¡Ja! Él no tenía ni la más remota idea de lo que había conseguido con todos y cada uno de sus ataques, a medida que la maldición (bueno, en mi caso bendición) del mordisco del lobo iba haciendo efecto y me curaba el cráneo, cosa que notaba porque empezaba a dejar de dolerme y a centrarme más, iba pudiendo fijarme en las otras sensaciones que me recorrían y que poco o nada tenían que ver con el miedo que él debía de querer causarme comportándose como un bravucón. La verdad, su actitud me aburría, era tan típica de cualquier hombre (aun a riesgo de sonar típica yo al meterlos todos en un mismo saco, ¡pero no era culpa mía sino suya que no se diferenciaran unos de otros!) que poco me faltó para ponerme a bostezar, pero entonces sí que podría armarla y mi intención no era esa, sino exactamente la contraria, porque por previsible que fuera tenía su efecto sobre mí, y oh, menudo efecto...

– Parco en palabras, burdo en movimientos, y sin embargo generoso... Oh, Rahzé, ya que me lo has ofrecido ¡dame más!

Jadeé, pero no fue exactamente por el dolor de mi cuello (aunque también, no iba a engañarme al respecto) sino porque fue así como me salió la voz gracias a su rodilla entre mis piernas y, en resumen, a todo lo demás. Seguramente a cualquier otra mujer la situación la habría puesto de los nervios, sobre todo teniendo en cuenta lo mojigatas que eran las parisinas con las que me tocaba convivir a diario y que aunque la fama las pusiera fatal eran en realidad bastante estrechas, pero yo no era cualquier mujer. Había recibido tantísimas torturas durante toda mi vida que golpes como los suyos me dolían, evidentemente, pero también lograban llenar mi cuerpo de escalofríos y hacerlo sensible ante movimientos como el de su maldita rodilla, en la que no podía dejar de pensar y contra la que, además, incluso me moví, simplemente porque podía. Una de las, así a ojo, cuarenta millones de ventajas que tenía ser un licántropo sobre un simple humano era que tenía una fuerza similar a la suya aunque el continente, mi cuerpo, fuera más bien delgado y esbelto que fornido, y por eso mismo pude aprovechar el movimiento para rodear su cintura con mis dos piernas y sostenerme a la pared con una mano y a su espalda con la otra, haciendo gala de un equilibrio que era mezcla de mi entrenamiento como inquisidora y de mi propia naturaleza (en realidad la adquirida, pero dado que me era más propia que la humana a aquellas alturas de mi vida ya era preferible que la denominara propia). Aún me dolía el cuello, y sentía un hormigueo constante en la cabeza, en la zona donde él me había golpeado contra la pared, pero nada de eso era relevante comparado con el calor que, poco a poco, empezaba a sentir y que probablemente, conociéndolo como creía hacerlo, él se esforzaría por arruinar... o quizá no. Con los cambiaformas nunca se sabía.

– Yo estoy más que dispuesta a escuchar tus propuestas, ¿no lo notas?

Y si por dispuesta entendía que me moría de ganas por que me convenciera de la mejor manera posible, lo que había dicho era hasta cierto, tanto que mi lenguaje corporal no mentía y había que ser un ciego muy idiota para darse cuenta de ello... Sobre todo teniendo en cuenta que seguía prácticamente subida sobre él y tan pegada que no cabía ni el maldito pergamino que lo había iniciado todo entre nuestros cuerpos. Desde esa perspectiva, podía notar su cuerpo contra el mío, los músculos que sabía que poseía firmemente definidos a través de unas ropas que lo cubrían demasiado para mi gusto y que chocaban directamente contra mis niñas, esas que tanto parecían gustarle y eso que ni siquiera las había visto. Yo le estaba poniendo la oportunidad en bandeja, que no se dijera lo contrario, y más cuando estiré la espalda para poder incorporarme y mirarlo a los ojos, mordiéndome el labio inferior mientras lo hacía. Podía ser idiota, podía ser un bruto y también podía tener un ego demasiado grande para lo que me gustaba, pero nadie podía quitarle el mérito de ser todo un hombre físicamente hablando, y dado que si yo tenía fama de ganarme las cosas como hiciera falta era por algo, estaba más que claro que atraerme, me atraía, sólo que había decidido intentar ignorarlo hasta aquel momento en el que no me quedaba más remedio que aceptarlo y abrazarlo... No literalmente, pero casi, porque si a cómo estaba encaramada a él no se le llamaba abrazo, no se me ocurría la manera de bautizarlo. En fin, qué más daba, la cuestión fue que sonreí y me acerqué a su boca tanto que en cuanto separé los labios para hablar, él podía notar cómo vocalizaba con todo mi cuidado cada una de mis palabras.

– ¿Vas a demostrarme que eres un león o prefieres que siga pensando que eres un lindo gatito...?
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Mensaje por Rahzé Svarti Sáb Feb 08, 2014 5:17 pm

Es verdad todo lo que se dice de mí por ahí, que soy un bruto, que carezco de modales y de moral, que mi ego es enorme y se me da muy bien eso de ser insolente con todo aquel que se me cruza en el camino. Pero ni eso logró que yo admitiera que la reacción de la loba me había dejado un poco confundido. Quizá porque la agresividad que yo había sacado a relucir en ese "tierno" encuentro iba con el único fin de provocar en ella algo similar, tal vez peor, ¡yo quería batalla, sangre!, pero ni eso dio pauta a un enfrentamiento. La intrusión de mi rodilla en su entrepierna, rozando insistentemente su intimidad, no surtió el efecto esperado. No parecía intimidada, asustada, ni dejó a la vista el menor signo de que deseara vengarse, al contrario, ella estaba... ¿excitándose? No lo hice notorio en mis expresiones faciales, mi cuerpo continuó manteniéndola contra la pared con la misma fuerza que antes, pero en realidad estaba perplejo. La miré directamente a los ojos para ver si así era capaz de adivinar la treta que tenía entre manos, porque debo decir que sus acciones no me daban la más mínima confianza. Estaba casi seguro de que quería engañarme, engatusarme haciendo uso de las artimañas que toda hembra considera infalibles, tal y como había hecho con el estúpido cura antes. Ella sabía que poseía un cuerpo que llamaba al deseo, que era capaz de ponérsela dura a cualquiera en cuestión de segundos, así que es probable que esa fue la razón por la cual en lugar de resistirse o intentar zafarse de mí, alzó las caderas y abrió las piernas hasta que éstas rodearon mi cintura. «Hija de puta».

La observé una vez más y sus ojos me devolvieron una mirada malévola y traviesa. Se estaba divirtiendo, de eso no había duda, y es probable que a mí tampoco estuviera disgustándome del todo. «Maldición». He de admitir que logró ponerme caliente. Soy hombre después de todo, un hombre mitad león, y como todo felino sufro de un periodo llamado celo. El problema es que lo mío parece ser permanente. Jamás desaproveché una ocasión para coger, y cuando una hembra se me ofrecía así, tan voluntariamente, rechazar la oportunidad de un polvo era como traicionarme a mí mismo. En ese instante, deseaba sexo, y el sexo era sólo sexo, tan normal como cagar o comer. ¿Por qué debía resistirme? Además, la tipa estaba buena. Ansiaba tirármela de inmediato, allí mismo, en ese callejón. Nunca pensé llegar a desearla tanto, con tanta intensidad, pero tampoco podía hacerme el idiota y negar que no llegué a fantasear un poco con ella, sobre todo cuando la veía ir de aquí allá, con esos pantalones que se le ajustaban perfectamente al cuerpo y dejaban a la vista el gran culo que tenía. Aunado a eso, su personalidad era rebelde y respingona, todos los inquisidores lo sabíamos, de hecho, yo la había visto una que otra vez poniendo en su lugar a más de uno de la peor manera, humillándolos como a perros hambrientos, quizá por eso la idea de tirármela me parecía tan irresistible. El macho primitivo que llevo dentro me susurraba al oído y me decía que si lograba metérsela, iba a ser como ganarle la batalla, porque la tendría a mis anchas, gozando, como muchos otros seguramente habían deseado tenerla y cuya oportunidad de lograrlo se reducía a las burlas de Abigail.

«Fóllatela como el animal que eres. No le tengas piedad, ella lo desea». Habló de nuevo la voz en mi interior.
No había más que pensar, estaba decidido. Yo no pensaba, yo actuaba.
Una guerra silenciosa tuvo lugar en mi interior.

Uh, parece que te gusta lo sucio, y lo rudo —respondí a su provocación. Noté que mi voz sonaba áspera y mi respiración ya se percibía agitada por la excitación—.  ¿Adivina qué? A mí también…

Cuando noté que acercó su rostro al mío, yo, discretamente, eché mi cabeza hacia atrás, sólo un poco, lo necesario para evitar cualquier contacto con su boca. Estaba dispuesto a todo, a follar como un salvaje, pero los besos jamás eran una opción. No me gustaban. Tenía la firme convicción de que si besaba a una de las mujeres con las que tenía sexo, alguna de ellas podría llegar a malinterpretarlo. No me convenía que pensaran que me interesaban de otro modo cuando en realidad lo único que me unía a ellas era el momentáneo deseo de mojar mi verga en un buen coño, tener un orgasmo y provocar en ellas unos cuantos. Las mujeres enamoradas u obsesionadas son molestas, por eso evitaba a toda costa que creyeran que una bestia como yo podía llegar a sentir algo como eso. ¡Puuufff! Amor, el más estúpido de los sentimientos. La boca de Abigail era una de las más apetitosas que había visto, pero estaba seguro de que en su cuerpo había partes todavía más deliciosas que yo podía saborear…

Me lancé sobre su cuello, que era largo, delgado y muy suave. Con mi lengua lamí toda la piel que estaba expuesta, desde el mentón, pasando por la clavícula, hasta llegar al nacimiento de los pechos. Sé que antes había intentado menospreciarla asegurando que su escote no me parecía la gran cosa, pero lo cierto era que tenía unas buenas tetas que me moría por tocar y morder. No pensaba quedarme con las ganas. Puse mis manos sobre los dos bultos que sobresalían y los masajée toscamente, lujuriosamente. Aunque resultó una deliciosa experiencia, pronto no me bastó lo que tocaba. Necesitaba empezar a invadir su intimidad. Presioné mi pecho contra su cuerpo para inmovilizarla y sostenerla como si fuera una prisionera, mientras una de mis manos resbalaba por su cintura y, sin desabrochar nada, logró hacerse un hueco dentro de su pantalón. Ya adentro, con mis dedos separé los labios vaginales y hundí dos de ellos todo lo que me fue posible.

Mmhhh... —proferí un violento pero ligero ruido, similar a un gruñido, cuando sentí que su sexo estaba húmedo y resbaladizo.

Se decían muchas cosas sobre los licántropos, que eran salvajes, sexuales y libertinos. Quizá, además de nuestra naturaleza animal, teníamos en común más de lo que me gustaría admitir.


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Mensaje por Invitado Miér Feb 12, 2014 6:05 pm

Rahzé y yo éramos la prueba de que los perros y los gatos no se llevaban bien, pero aun así conseguíamos habernos puesto de acuerdo para dejar de lado nuestras diferencias y pasar a hablar sin ropa y con nuestros cuerpos, ¡todo un ejemplo de socialización del que la Santa Madre Iglesia debería sentirse orgullosa…! Aunque no lo haría en caso de enterarse, pero eso es otra historia. El resumen de todo era que yo ganaba, había conseguido distraerlo y cerrarle la boca de la mejor manera posible (perdón, de la otra mejor manera posible, la mejor alternativa con él siempre era un puñetazo bien dirigido hacia su mandíbula) y, además, iba a llevarme un revolcón con uno de los inquisidores más atractivos de la institución… además de uno de los más inaguantables, pero no pensaba hablar con él, sino utilizar su cuerpo como él empezó a hacerlo con el mío. Cuando sus manos se dirigieron a mis pechos sonreí muy ampliamente porque el maldito idiota se contradecía diciendo que no le gustaban para, a la mínima de cambio, ponerse a tocármelas como un maldito desesperado al que yo solamente se lo permitía por la bondad de mi interior… Y por el calor que me iba recorriendo a pasos agigantados a medida que él se ponía en serio a meterme mano (literalmente hablando cuando sus dedos se introdujeron en mi interior), pero eso era secundario porque lo importante era que yo le estaba haciendo un favor a él y no al revés, tanto al dejar que me hiciera lo que le viniera bien como al tener en primicia el increíble placer de que yo lo tocara, un eufemismo tan válido como otro cualquiera para describir lo que le hacía, que era más bien arañar con menos delicadeza que clavar una estaca en el corazón de un vampiro. Total, se curaría tarde o temprano, ¿qué más daba? Y si yo no disfrutaba de por sí andándome por las ramas y teniendo cuidado con tipos como él, mucho menos iba a perder placer por no hacerle caso. ¡Ja! Tenía claras mis prioridades, a diferencia de Svarti, como bien me había demostrado.

– ¿En serio…? Vaya, viéndote nunca jamás me lo habría podido imaginar, ¡eres toda una caja de sorpresas, lindo gatito!

El sarcasmo de mi tono fue tan evidente como, también, que me costaba respirar, y no necesariamente como a mí me gustaría aunque en parte sí. La razón era sencilla: con sus dedos revolviendo entre mis piernas, difícil lo tenía para no jadear, como para encima conseguir un tono de voz monocorde como el que no tenía ni en condiciones normales. Era capaz de hacer varias cosas a la vez, por descontado, pero no tantas ni tan diversas, y mucho menos cuando ni siquiera me apetecía… La fama que me habían puesto era cierta, a mí me gustaba satisfacer mis caprichos y él era uno de ellos de cabo a rabo (también literalmente), así que ¿por qué no hacerlo? Cualquier mojigato retrógrado me habría echado en cara que con mi comportamiento llevaría la vergüenza y la ruina social a mi familia, pero para poder hacerlo mi familia debía estar libre de toda tacha, y ninguno lo éstabamos… Es más, probablemente yo fuera la que más cuerda estaba de todo el maldito grupo, lo cual demostraba una vez más que quienes me ponían de lunática sólo tendrían razón si se referían a lo que me pasaba una vez al mes, y no precisamente a la menstruación, pero poco importaba, y a mí personalmente no me quitaba el sueño. Que pensaran lo que quisieran, porque a menos que quisiera demostrar algo no me molestaba que me infravaloraran porque me permitía tener una ventaja de antemano sobre los rivales que me habían proporcionado ellos mismos, estúpidos e inútiles en grado sumo. Lo que pensara Rahzé, por tanto, tampoco me importaba demasiado, pero sí lo hacía su maldito cuerpo y sobre todo el hecho de que me tenía dominada pero eso a mí no me gustaba, así que cuando menos se lo esperaba (es decir, cuando más parecía que sus dedos me iban a llevar al orgasmo porque no era así, que ninguna mujer era tan fácil) lo cogí de la trenza y lo obligué a echar la cabeza hacia atrás con motivo, no como cuando había evitado antes que lo besara.

– Déjame adivinar, seguro que eres de esos hombres a los que les gusta jugar duro pero no que jueguen duro con ellos…

Mis palabras apenas fueron un susurro, pero él las escuchó tan bien como lo hice yo en cuanto las pronuncié con malicia, pero no por ello con menos sinceridad. Para que luego alguien dudara de que era buena y angelical cuando lo había avisado de antemano, si no me escuchaba era problema suyo, no mío, así que me dirigí a su cuello y lo mordí con tanta fuerza que la sangre me manchó los labios y yo la limpié en su pecho, porque jamás la chuparía como si fuera una sanguijuela más… Me negaba a caer tan bajo. Además, aprovechando que aún lo cogía de la trenza lo obligué a enderezar la cabeza con la fuerza de mi condición, que me permitía acercarme a la que tenía él (y más si lo cogía por sorpresa). Aproveché la posición para, simplemente por fastidiarlo, robarle el que probablemente fuera el beso más intenso que le habían dado, además del más corto, porque enseguida me separé para ver hacia dónde dirigir la mano que le bajó los pantalones y la ropa interior y lo dejó erecto y desnudo ante mí. Vaya… Los rumores no mentían acerca de él, su reputación hasta el momento había estado muy acertada, pero ¿sabría satisfacer a una mujer en la cama (o en el callejón, el sitio era lo de menos)? Estaba a punto de descubrirlo, y antes de que él me dijera nada o volviera a tomar el control, porque estaba segura de que tarde o temprano lo haría o lo intentaría, volví a la posición de antes de frotarme contra él como si fuera una gata en celo y no la perra que, en realidad, era. Por el hecho de estar desnudo de cintura para abajo (y de estar desnuda yo, que había aprovechado para quitarme los pantalones), fueron mis labios los que lamieron su miembro, igual que mi boca estaba ocupada lamiendo su cuello y haciéndole nuevas heridas que aumentaron de intensidad cuando lo cogí con la mano y lo obligué a entrar en mí sin apenas juego previo, porque la realidad era que ni él ni yo, a esas alturas, lo necesitábamos.
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Mensaje por Rahzé Svarti Dom Mar 09, 2014 12:01 am

Te equivocas. No tienes ni puta idea sobre mí —repliqué al instante de mala gana, contradiciendo lo que acababa de asegurar sobre mí.

Si algo lograba encabronarme en esta vida, eso era que otros fueran por ahí, asegurando cosas que no les constaba. En el fondo sabía que lo hacían para provocarme, y no es que yo fuera una persona susceptible, más bien se me conocía por lo indiferente que me mostraba siempre ante todo y ante todos, pero esa, esa en especial, era mi talón de Aquiles. Regularmente, cuando alguien lo hacía, yo me le iba encima y lo molía a golpes. No aguantaba a alguien que quisiera llenarse la boca hablando mierda sobre mí, aunque, la verdad, ni eso fue capaz de separarme de Abigail. La muy puta sabía bien cómo provocarme; se movía deliciosamente frotando su cuerpo contra el mío, lamía mi miembro e intentaba metérselo a la boca, saboreándolo, como si se tratara de un delicioso caramelo que, de tan grueso, a duras penas se abría paso entre sus labios. Su actitud me desconcertaba por momentos. Por un lado, parecía detestarme, estar dispuesta a degollarme en cualquier momento, pero al mismo tiempo parecía estar gozando conmigo, tener las mismas ganas de follar. Eso me llevó a sacar una nueva conclusión: que quizá realmente le gustaba el sexo duro y, tanto las agresiones físicas y verbales que había recibido de ella, eran, quizá, la invitación que me hacía a ponerme todavía más salvaje con ella. Y si eso quería, eso tendría. Iba a demostrarle mi furia poniéndome mucho más violento, le daría la cogida de su vida, de ese modo lograría callarle la boca, y la próxima vez que la abriera para insultarme, quedaría como una hipócrita, como una mentirosa, una estúpida que pretendería hacerme sentir como un imbécil, alguien débil, pero que al mismo tiempo no sería capaz de borrar de su mente los orgasmos que yo estaba a punto de provocarle.

Emití un nuevo y ahogado gemido de puro placer cuando la zorra me dio la espalda, separó las piernas y logró una inesperada penetración con la ayuda de un brusco movimiento. Casi puse los ojos en blanco al sentir mi pene, largo y venoso, resbalar en su interior que seguía húmedo, completamente empapado. La sensación fue intensa, francamente avasalladora. Aferré mis manos a sus nalgas y con furiosos movimientos la atraje más hacia mí, para lograr hundir mi verga todavía más al fondo, hasta que ya no fui capaz de avanzar. La penetré con furia, sin detenerme, cada más fuerte. No hubo compasión en mi ataque, no le tuve piedad. La forcé todavía más contra la pared, hasta restregarla contra ella; su rostro chocó contra el frío metal de una reja y yo sabía que le hacía daño, pero, ¿acaso no era eso lo que le encantaba? Solamente de ese modo encontré el apoyo necesario para continuar con mis feroces embestidas. Más tarde, decidido a llegar al límite y siendo gobernado por la excitación y el animal que vive en mi interior, la obligué a arrodillarse en el piso y me agaché sobre ella como un gato gigantesco, y la penetré. La monté rápido y con crudeza, y mi peso la hizo al fin derrumbarse y tumbarse sobre el pavimento. Decidido a no darle tregua o dejarla descansar ni un solo momento, tomé su trasero y lo levanté, agarrándolo con ambas manos para continuar las embestidas que se tornaban cada vez más deliciosas. Fue tanta mi excitación que perdí el control (o quizá decidí hacerlo…) y no me di cuenta de la transformación que sufrí, hasta que a través de mi vista nublada observé que mis manos ya no tenían dedos largos y callosos, sino garras afiladas y cubiertas de un pelo color naranja amarillento, semiclaro. El que se encontraba tumbado sobre Abigail ya no era un hombre de mirada obscena, sino un león en celo, de un peso considerable, que la tenía prisionera, que amenazaba con aplastarla y con romperla. El miembro del león, que era todavía más grande y bestial que el que poseía en mi forma humana, se movió en todas direcciones, con la agilidad digna de un animal. El cuerpo de Abigail y el del animal se golpearon uno contra el otro en un placer exquisito que rozaba en el dolor. El felino rugió ferozmente anunciando que estaba a punto de de alcanzar el clímax y en ese instante volví a ser yo el que mantenía empalada su polla en el interior de Abigail. Agilicé las embestidas, lo que me llevó a alcanzar el tan esperado orgasmo, que se propagó por mi cuerpo como un maremoto, y proferí, justo en el oído de Abigail, un gemido sordo de placer, al mismo tiempo que me corría dentro de ella. Mi cuerpo se retorció al compás de los espasmos que experimenté.

Mierda… —maldije, expresando de ese modo lo satisfecho que me había dejado nuestra follada. Me tumbé sobre ella y las gotas de sudor de mi rostro cayeron sobre su espalda, hombros y pecho.


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Mensaje por Invitado Sáb Jun 07, 2014 6:48 am

Todos los hombres son iguales... Podían cambiar ciertas cosas en ello, normalmente relacionadas con el físico y el carácter, pero en el fondo estaban cortados por el mismo patrón y lo que más les molestaba era que los subestimaran y jugaran con sus orgullos de macho, especialmente si eso era lo que más a flor de piel tenían. Por eso la reacción de Rahzé no me sorprendió lo más mínimo, aunque no por eso dejó de gustarme, y mucho además... Por rebelde que fuera, y me lo llamaban tan a menudo que sabía que era una de las cosas que más me definían en cuanto a personalidad, en lo sexual no me importaba que me dominaran y que utilizaran más fuerza de la que probablemente se necesitaba en una situación semejante. Lo contrario no sólo no me disgustaba sino que también me encantaba, ojo; podía decirse para resumir que a mí me iba todo en el sentido más genérico de la palabra y con todas las acepciones y matizaciones que se les ocurrieran a quienes escucharan tal afirmación. Incluso si se transformaba en un león y aún así no parábamos de movernos el uno contra el otro como animales, nunca mejor dicho, me gustaría, pero en mi defensa debo añadir que parte de mis dones como licántropo ayudaban a que no muriera de dolor y pudiera combinarlo con el placer, ya que cualquier herida que su enorme tamaño me hacía se me curaba al instante siguiente y la espiral de placer doloroso que me recorría se volvía más intensa, tanto que no había espacio para sentirme demasiado enferma. Probablemente después lo haría, al menos por un rato y hasta que me convenciera de que la vida era demasiado corta (incluso siendo tan longeva como por ser un licántropo yo estaba destinada a ser) para cerrar las puertas a ninguna opción de plano, pero en aquel momento estaba demasiado ocupada muriendo poco a poco para que me importara o para notar cuándo él se convirtió en humano de nuevo, que lo hizo, y mi cuerpo sí lo percibió porque eligió ese momento para alcanzar la cima del placer más absoluto.

Cuando él lo hizo maldijo; yo, por mi parte, preferí gemirle al oído y ahorrarme cualquier otro tipo de palabra que solamente subiera su ego, aunque hubiera algo en su arrogancia que me resultaba tan irresistible como la mirada intensa de sus ojos azul claro, tan diferentes a los míos, tan turbios que a veces ni verdes parecían. Cayó sobre mi cuerpo, dificultándome moverme, pero tampoco tenía ninguna intención de hacerlo aunque estuviéramos en medio de la calle. ¿Qué era lo peor que podía pasar, que nos pillaran y mi reputación se arruinara? Para eso tenía que tener reputación, en primer lugar, y yo de eso no gastaba... De hecho hacía tantísimo tiempo que me había dejado de importar lo que la gente pensara o dejara de pensar de la verdadera yo, y no de la yo que presentaba en sociedad cuando quería conseguir algo, que ni siquiera sabía si había rumores sobre mí o no. Seguramente sí, mi familia era relevante y que la única Zarkozi hembra que existía estuviera desnuda con un hombre que parecía un bárbaro encima equivalía a escándalo, pero una vez más estaba demasiado lejos de que me importara para hacer nada al respecto. Suficiente tenía con recuperar la respiración poco a poco para pensar en nada más, y así estuve un rato hasta que me dediqué a pensar de nuevo y a mirarlo con una media sonrisa en los labios. ¿En serio pensaba que no lo conocía ni lo más mínimo cuando había conseguido provocarlo lo suficiente con la técnica más vieja del mundo para conseguir lo que quería de él? Qué equivocado estaba... Pero como casi todos los hombres, decírselo no haría más que volverlo inaguantable y únicamente apto para copular, por lo que me callé esos pensamientos y en su lugar escogí otros de los que también me pasaban por la cabeza en ese momento. Tenía tantos para elegir que, en realidad, hasta del tiempo podría haberle hablado...

– ¿Suficientemente rudo para ti, león? A ver dónde encuentras a otra dispuesta a aguantar esto sin despeinarse... Bueno, no, despeinarme me he despeinado, pero sin gritar de dolor e intentar matarte por lo que has hecho y tu osadía. Yo aún me lo estoy pensando, pero creo que no lo haré. Empiezas a no caerme tan mal.
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Mensaje por Rahzé Svarti Lun Dic 15, 2014 11:16 pm

No ha estado nada mal para una primera vez —admití sin pensármelo demasiado, después de todo, ya había pasado de todo entre nosotros, las palabras parecían tan insignificantes.

De todos modos, yo rara vez pensaba lo que decía; lo escupía todo, las cosas me salían así, atropelladamente, como un río caudaloso que no es capaz de contener su furia y que en ocasiones se desborda. Lo que me preocupó, no fue cómo lo dije, sino lo que dije en sí. ¿Acaso estaba sugiriendo que volvería a pasar? Diablos, sí, eso parecía. No podía negar que me había gustado, que hacía mucho no experimentaba algo igual, que me dejara tan satisfecho y al mismo tiempo disgustado porque quería más. ¿Se debía a la rivalidad que ambos sentíamos el uno por el otro? Probablemente. Los roces, la lucha de egos, eran un excelente afrodisíaco, sin duda. Y, aún así, aunque nos soportáramos, nada garantizaba realmente que no lo volveríamos a hacer. ¿Qué nos lo impedía? Absolutamente nada. Yo mismo la habría tomado nuevamente, allí mismo, en el mismo lugar, de la misma forma, aunque tal cosa fuera en contra de mi regla número uno: jamás acostarme con la misma hembra en más de una ocasión. Pero ella, y su deliciosa forma de moverse, definitivamente lo ameritaban. Después de todo, las reglas estaban para romperse, y quién mejor que yo para hablar del tema.

Sin embargo, no creas que así lograrás convencerme —sentencié mientras me incorporaba hasta ponerme de pie. Mi sexo, ahora flácido, aún palpitaba excitado cuando lo oculté entre mis ropas, para finalmente abrocharme el pantalón—. Espero que eso no te decepcione. Quizá te haya funcionado con otros, no sería nada raro perder la cabeza por un coño como ese, lo que al mismo tiempo me lleva a preguntarme cuántas pollas habrás tenido que follarte para distraer a tus contrincantes. Por tu clara experiencia, imagino que muchas, de todos los colores y tamaños —ladeé el rostro y le dediqué una mirada inquisitiva.

En silencio me pregunté si mis palabras y suposiciones ofenderían a su vanidad de mujer. De ser así, estaba seguro de que ella haría lo posible por no hacerlo notorio, así como yo me esmeraba en no parecer demasiado atraído hacia su persona, demasiado complacido con el hecho de haber probado su lindo cuerpecito, demasiado ansioso por volver a tocarlo otra vez. Era mejor parecer indiferente, pues desde siempre había sabido que hacerle sentir demasiado deseada a una hembra, solo le otorgaba poder.

¿Tu hermanito está enterado de que te gusta ir por ahí retozando con cualquiera? —Pregunté, pero no esperé por una respuesta—. Diablos, quizá ya hasta te lo has follado a él —me burlé con cierto tono de ironía. Una broma de bastante mal gusto, muy pesada, lo admito, pero no por eso menos divertida. Lástima que ella no pensara igual.

Abigail, querida, ¡estoy bromeando! —Exclamé fingiendo inocencia—. Espero que no te moleste que hable así de ti, es solo que… bueno… no te ofendas pero… —hice una larga pausa, misma que aproveché para acercarme a ella, no sin antes mirar a ambos lados, como si quisiera evitar que alguien más escuchara lo que estaba por decirle—, a leguas se te notaba lo putita y ahora que me lo has corroborado, bueno... no puedo evitar sacar conclusiones al respecto. Pero descuida, nadie se enterará. —Finalicé susurrándole al oído, luego fingí que recapacitaba y añadí con un tono desagradable—: Oh, sí, cierto, olvidaba que ya todo el mundo lo sabe, no sería novedad.

La miré y no pude evitar esbozar una gran sonrisa al notar su mirada envenenada, esos ojos verdes que me penetraban con furia, como queriendo desollarme vivo. Qué encantadora mujer.

Suspiré dándome cuenta —con pesar— que quizá era hora de poner fin al jueguito. Automáticamente, borré la sonrisa de mis labios y me le acerqué con un semblante serio, muy decidido.

Ahora, lobita, dejándonos de cosas, nuevamente voy a pedírtelo de la manera más amable que me es posible y esperando que estés consciente de que no lo diré una tercera vez: dame el pergamino.

Mis secuaces, Marc y Shane, comenzaban a recobrar la conciencia. Ojalá se hubieran quedado noqueados para siempre.


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Mensaje por Invitado Mar Dic 23, 2014 5:37 am

La única manera de tratar con alguien como él sin perder la cabeza (o sin que él la perdiera, cosa que cada vez me parecía mejor idea...) era que los insultos que no dejaba de soltar me entraran por un oído y me salieran por el otro sin quedarse en medio. Si además se tenía en cuenta que alguien como yo, acostumbrada a escuchar lo mala que era en todo lo que hacía desde que tenía razón de ser y suficiente inteligencia para entender el idioma en el que me habían educado, lo hacía desde siempre, pues se comprendía fácilmente que ni me inmutara a medida que él iba soltando su verborrea. Que se atragantara con sus palabras o disfrutara del sonido de su voz tanto como si estuviera masturbándose, me importaba tres cominos y no me interrumpió la tarea tan fascinante de vestirme y volver a parecer una mujer decente, al menos aparentemente, con el pelo hasta recogido en una trenza rápida. A fin de cuentas, ¿qué más daba? Tenía razón, sí, ¿y? Mi hermano me respetaría aunque me convirtiera en serio en una prostituta, jamás lo tocaría de una manera sexual porque eso sería absolutamente enfermizo, y con esa misma facilidad era capaz de quitarle importancia a cada uno de sus insultos con aire hasta aburrido, porque al final estaba claro que él solamente servía para entretenerme un rato, y sólo mientras tuviera los pantalones bajados. Ahora que ya se había vestido y que, además, los latidos de los corazones de sus secuaces empezaban a acelerarse (señal de que se estaban despertando poco a poco, aunque los muy imbéciles trataran de disimularlo pensando que podrían engañarme), supe que era mi señal para esfumarme de allí con la gracia que siempre me había caracterizado. Además... por mucho que se engañara a sí mismo o tratara de convencerse de lo contrario, a él le encantaba que yo hiciera lo que me viniera en gana, así que no iba a defraudar a mi público, ¿verdad que no? Eso sería tan descortés...

– Bueno, para tratar de razonar con alguien, ese alguien tendría que tener cerebro, y me temo, cielo, que tú no andas sobrado de eso precisamente... Porque tal vez lo de los insultos así a diestro y siniestro te haya funcionado con otras que no tienen ni la más mínima autoestima, pero ¿conmigo? Te sugiero que te busques otra forma de herirme, si es que de verdad quieres hacerlo.

Sonriendo, le di un golpe en el pecho con ambas manos que sirvió para apartarlo y reclamar de nuevo el espacio vital que necesitaba una vez habíamos acabado de retozar. El tiempo de jueguecitos se había terminado desde el instante en que los dos habíamos alcanzado nuestros respectivos orgasmos, y volvíamos a ser los enemigos (o algo así) que solíamos ser normalmente: dos seres incapaces de llevarse bien o de ponerse de acuerdo para algo más que para lo puramente animal. En el fondo yo era así como lo prefería porque de lo contrario sería extraordinariamente aburrido; además, me era más fácil llevarme mal con la gente que llevarme bien con ellos, así que por añadir a uno más a mi lista ya larga de hostilidades no pasaría nada demasiado grave. Eso sin contar, claro, que tenerlo como enemigo hacía que enfrentarme a él me obligara a volverme ingeniosa para salirme con la mía, como hice cuando le entregué un pergamino de apariencia similar al original pero que él confundió por el de verdad porque no había tratado el verídico lo suficiente. En cuanto lo desenrollara encontraría una factura de la última reforma de la catedral de Nôtre Dame, con una detallada lista de cuántos francos valía cambiar una simple vidriera y cuántos costaba un regimiento de velas, pero el problema ya dejaría de ser mío porque nunca lo había sido. Así, aproveché para hacerle una reverencia burlona y para hacer mutis por el foro de allí, con el verdadero pergamino escondido a buen recaudo entre mi ropa y mi misión, sólo mía, a salvo de las garras del león que a punto había estado de convencerme para quitármela. Por desgracia para él, no era tan putita para que fuera tan fácil convencerme, y mientras iba corriendo por los tejados de las casas que tenía cerca en dirección a una de mis varias guaridas no pude evitar sonreír al pensar en su cara cuando viera que, una vez más, lo había timado... Era demasiado fácil hacerlo.
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Mensaje por Rahzé Svarti Dom Sep 06, 2015 2:50 am

Rodé los ojos hasta ponerlos en blanco. Estaba demasiado acostumbrado a que la gente me insultara y, en definitiva, esa teoría de que yo no tenía cerebro y que más bien pensaba con los testículos la mayoría del tiempo, estaba tan trillada para mí que ya hasta se había vuelto aburrida. Por eso ni me molesté en responder a su agresión, solo sonreí falsamente, dando un mínimo paso atrás, ni un centímetro más, cuando ella me golpeó en el pecho con ambas manos con la intención de hacerme a un lado. ¿Qué más daba ya? Además de follármela, la había vencido. Eso me hizo saber cuando, sin rezongar ni una sola vez más, me entregó el tan asediado pergamino, depositándolo voluntariamente en mis propias manos. Eso me sorprendió, y puede que hasta me haya desilusionado un poco. Estaba poniendo fin a la diversión demasiado pronto para mi gusto. Me hubiera gustado reñir un poco más, quizá llegarme a poner verdaderamente salvaje y agresivo con ella –porque, en definitiva, lo que había ocurrido no era más que una pequeña prueba de lo que era capaz de hacer-, pero me arrebataba de tajo la oportunidad.

Muy inteligente de tu parte, loba —concedí cuando al fin cerré mis dedos alrededor del pergamino y lo sentí enteramente mío—. Ha sido un placer follar contigo — y sonreí descaradamente.

Mientras la observaba alejarse, con ese maldito aire de seducción que la acompañaba a todos lados, chasqueé la lengua y la pasé por mis labios, humedeciéndolos, saboreándome internamente el increíble culo que no dejaba de mover coquetamente mientras se alejaba. Siempre se movía así, deliciosamente, pero en esta ocasión, que ya la había saboreado a mi antojo, me parecía malditamente irresistible. La estudié todo el tiempo que me fue posible, sin poder despegar mi miraba lasciva de sus indiscutiblemente hermosos atributos. Hasta que finalmente desapareció de mi vista. Entonces, me di la vuelta y encaré a los imbéciles de Marc y Shane que, para mi desgracia, ya habían despertado por completo.

¿Qué ha sido eso? ¿Pasó algo entre tú y ella? —preguntó el idiota de Shane mientras se masajeaba la frente.

Nada que te importe, mi estimado amigo —respondí con sorna, puesto que no era ni mi amigo y mucho menos lo estimaba—. En cambio, esto sí que nos interesa —le tendí el pergamino y él lo cogió al instante—. Ábrelo y lee en voz alta —le indiqué sin dar demasiadas explicaciones—. Sabes leer, ¿verdad? —pregunté a modo de acotación, burlándome.

Seguro de que Shane obedecería y empezaría a leer, dándome a conocer la información impresa en el viejo y arrugado papel, me di media vuelta y comencé a andar. Marc y Shane me siguieron permaneciendo tres pasos atrás.  

¿Qué mierda es esto? ¿Reforma de la catedral de Nôtre Dame? ¿Vidriera? ¿Velas? —cuestionó estupefacto, deteniéndose de golpe.

Yo también tuve que detenerme, y volví a rodar los ojos al darme cuenta de lo estúpido que había sido al creer que alguien tan tonto como Shane sería capaz de leer un simple y estúpido pergamino.

Dame eso —le dije malhumorado cuando se lo arrebaté de las manos para corroborar por mí mismo la información.

Mi sorpresa fue descubrir que estaba en lo cierto. Allí no había rastro de ninguna misión, no era más que una estúpida e insignificante factura. Abigail me había timado como se engaña a un niño de cinco años.

Esa desgraciada hija de puta… —murmuré entre dientes al tiempo que estrujaba con rabia el papel entre mis manos.

Ya me las pagaría. Y, tal y como ella misma había sugerido, encontraría una mejor forma de herirla.


FINALIZADO


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