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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Desmond Bracknell Vie Jun 28, 2013 12:37 am

Hacía mucho rato que los primeros rayos del sol habían iluminado la habitación. Renata aún se encontraba profusamente dormida. El viaje, si bien había sido largo, no había sido el culpable de su cansancio. Lucian había estado desesperado por estar con ella desde que ese maldito barco había iniciado con su travesía. Había tenido que soportar – como era costumbre – sus juegos de seducción con otros caballeros. Aunque sabía que ese era su trabajo, a la bestia en su interior no le había importado. El predador había visto el desafío de su compañera como una amenaza y, como el macho alfa que era, había esperado impaciente para imponer su castigo. Había bastado con que se quedaran a solas para que saltara sobre ella, exigiendo su sumisión. La naturaleza de Rusell era peligrosa. Su personalidad se había intensificado desde que había sido atacado por aquél licántropo. No sabía ceder terreno, tampoco le interesaba. Solo su madre podía obligarlo a retroceder y, aun así, no daba muchos pasos atrás antes de volver a arremeter. Era un ser altamente dominante. Si Renata fuese solo su mujer – y no también su madre – difícilmente le habría dejado participar activamente. Se inclinó para lamer y besar la espalda desnuda que se le ofrecía, mientras hacía a un lado la ofensiva sábana que cubría la parte baja. Besó su coxis, la columna. Lamió todo el camino con devastación. Dio un pequeño mordisco a su nuca. Su cuerpo encajaba perfectamente bajo él. Su peso no le permitiría darse la vuelta. La quería tomar así, boca abajo. Gruñendo de placer, se apretó contra ella. Sus curvas le daban la bienvenida. Metió la mano bajo su vientre para obligarla a levantarse hacia él, aunque ese no era realmente su objetivo. No tardó en conseguir lo que quería, a ella sobre sus palmas y sus rodillas. Su palma se posó posesivamente entre sus piernas mientras con la rodilla le hacía separar un poco más las suyas. Su erección creció un poco más, hasta el punto del dolor. Tensó la mano sobre el sexo de Renata y lo apretó, gruñendo de placer. Fue recompensado con un gemido amortiguado. Abrió la mano y extendió uno de sus dedos por la abertura. Estaba húmeda. Inspiró con fuerza contra su cuello. Nada le gustaba más que emborracharse con su excitación.

Con su mano libre, dirigió su miembro por detrás de los muslos de Renata, mientras que con la otra mano seguía humedeciéndola, presionándole el clítoris de forma continua. – Aún siento vibrar a la bestia, madre. La provocaste durante todo el viaje. Su voz gutural, sonaba amenazadora. Ella se había divertido a su costa. Sabía cuánto le costaba recurrir a todo su autocontrol para no crear una carnicería como sugería la bestia. Se cobraría más tarde cada uno de sus arrebatos. Él había mantenido un perfil bajo. Como no sabían cuánto tiempo pasarían en París, habían tenido que empezar a aparentar. Incluso ahora, se suponía que dormía en la habitación contigua. Había sorprendido a Renata mientras se tomaba un baño. El piso aún estaba húmedo debido a su intromisión. Las empleadas del hotel no habían tenido el permiso para entrar y limpiar. Él no había podido esperar mucho más. Tendrían que conseguir una casa, pronto. Dado que se trataba de madre e hijo, nadie sospecharía nada. Nunca lo hacían. Acarició los labios internos con el glande, movió un poco más su pierna y la empaló de un solo empujón. Lucian la seguía acariciando entre las piernas, deslizándose hacia fuera y metiéndose de nuevo. Profundizó más la embestida, el cabezal de la cama golpeaba sonoramente contra la pared. Tomó su pelo con fuerza. No podía controlarse. Su mente conjuraba con crudeza todo tipo de imágenes. Se clavó más adentro de ella. – Tienes que calmarle. Su tono de voz implicaba que era una orden. Para remarcarlo, se hundió de un modo rudo y posesivo. No era suave ni tierno, sino duro y castigador. Mordió la cadera de ella y la sostuvo dominante, como un animal, mientras seguía embistiéndola. Soltó su pierna y llevó su mano a su vientre, apretándole y obligándole a sentir como él se movía a la altura de su ombligo, a sentir sus propios espasmos musculares. – Me lo debes. Gruñó, completamente fuera de sí.
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Mensaje por Renata Bracknell Vie Jul 19, 2013 10:54 pm



Sus besos, sus caricias. ¿Cómo poder negarse a la mirada enternecedora de un hijo? No sólo fueron sus palabras o las acciones descritas bajo amenazas; Rusell no tenía la maldita idea de todo el poder que posee sobre ella, incluso cuando pareciera levantarse en su contra, Renata jamás le pondría una mano encima. Y la noche anterior, la pelea fue funesta. Ambos arrojaron improperios como bestias salvajes, estaban heridos. No sólo ella había jugado a ser una viuda deseosa de carne con los pasajeros de esa embarcación, su propio hijo había estado seduciendo a la mitad de las jovencitas que, solas o con compañía, viajaban al lado de ellos. Renata tuvo que soportar el elogio de las mujerzuelas, diciéndole entre carcajadas y ojos deseosos, lo bien que había hecho su trabajo al tener un hijo como Lucian. Varias de ellas emitieron gemidos con tan sólo pronunciar su nombre, por supuesto, un nombre falso que la misma Renata les había dado para que no les siguieran una vez llegados a tierra. No las quería volver a ver, no las soportaría y, mientras ellas se disputaban el corazón de su hijo, la fémina buscaba mil y un formas para cortarles la lengua. Él podía reclamarle todo cuánto quisiera, porque Renta también tenía derecho –incluso más que él- de hacer una rabieta y castigarlo, se lo merecía. ¡Pero esa maldita cara de ciervo herido! Resistirse a esa mirada es un tormento, pretender que su tacto no le causa la mínima de las reacciones, eso es el infierno. Al final, Renata cedió como la perra en celo que es, su macho alfa, había hablado.

Siente sus labios rosar cada centímetro de su espalda. Arquea el cuerpo y se despereza debajo de él. Adora sentirlo cerca sin importar mucho en qué posición se encuentre; sonríe por debajo levantándose con lentitud y recibiéndolo. Sube su pelvis y baja enseguida. Apoya las manos sobre el colchón de la cama, clava las uñas en las sábanas y ruge. Irgue su cuerpo. Una de sus manos acaricia el costado de Rusell, Hincha sus labios y arroja la cabeza hacia atrás. Él sabe como tocarla. Tira de su cabello y lo obliga a detenerse. –Que no se te olvide que soy tu madre, Rusell- Se gira rápidamente para agarrar sus hombros, lo tira bajo su cuerpo. –Puedo hacer contigo lo que me plazca, la ley me lo permite.- Arquea una de sus cejas. Levanta sus glúteos y desliza sus pechos por el torso de su hijo. El contacto de sus pieles consigue que los vellos de su piel se ericen por completo a la par en que sus pezones se endurecen. Sonríe relamiéndose los labios. Asciende hasta llegar a su babilla y mordisquearla. Sus manos posan al costado de Rusell, sus piernas comienzan a deslizarse hacia afuera, abriéndose sólo para él. Gruñe levantando el rostro, clava su mirada salvaje en los ojos ajenos. De no ser porque él conoce el color de sus iris, es probable que los confundiese con la oscuridad de lo maldito, profundamente negros, famélicos, coléricos. El dedo índice y el pulgar de su mano derecha, aprietan ambas mejillas, con fuerza, con histeria, con ahínco. -¿Crees que eres el único lo suficientemente hambriento? Te he maleducado y es hora de hacerme responsable por eso- Lo besa apasionadamente y desgarra parte de su labio inferior. Quizá Renata no sea una vampiresa, pero si es una perra y si algo se le da bien, eso es morder hasta hacer sangrar.

Mueve su lengua como serpiente por la herida de sus labios, lame la sangre y se la traga. Menea las caderas y se desliza hacia su vientre. Sus pechos vuelven a tocar la cálida piel de su torso, pero es la boca de Renata quien se encarga de bajar la temperatura con succiones, besos y mordiscos. Las rodillas se doblan al lado de la pelvis de su hijo y lo aprisiona ahí. Ejerce la fuerza suficiente en sus piernas como para que al momento de cerrarlas sea él quien padezca un espasmo de dolor. Lo castiga. –Si pudiera azotarte lo haría, pero aún no he desempacado- Se encoge de hombros. Lo suelta. Da un salto y recibe dentro el miembro de su propio hijo. –Mhmmm- Hecha la cabeza hacia atrás apoyándose sobre su pecho. El calor comienza a incrementar en sus cuerpos; el sudor perla la frente de Renata y humedece el maldito y apetecible cuello de Rusell. Ella no puede evitarlo y lo alcanza para lamer el arco al costado de su lóbulo. Busca las manos del varón con las propias, las manipula y les enseña el camino que quiere que él toque. Se da placer a través de él y viceversa. Sonríe al saberse con el color rosado en las mejillas, con las venas exaltándose en su frente… Es sucio, es desagradable, es siniestro y el peor de los pecados, pero para Renata no existe amor más intenso por un hijo que el de ser su mujer.
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Mensaje por Desmond Bracknell Jue Ago 22, 2013 9:15 pm

Salvaje. Caliente. Embrutecedor. Su hambre era una espiral fuera de control. Los pliegues mojados y sedosos acariciaban sin pudor su enorme erección. Le dio un tirón a la suave melena azabache para acercarla con brutalidad y apoderarse de sus labios en un beso eterno, devorador. Aplastó los redondos y apetecibles senos contra su torso. Asiéndola de las caderas, empujó una y otra vez hasta el fondo, sirviéndose de los talones con creciente urgencia, cavando los dedos en la carne suave y blanda. El rostro del lobo estaba grabado con agresión sexual. Su feroz mirada centelleante en ella. Le enseñó los dientes, preso de la ira y del placer. Ella contraía los músculos de su vaina, aprisionándolo, buscando ordeñarlo. Lucian aumentó el ritmo. El sonido del choque de sus carnes reverberando en toda la jodida habitación. Sus envites los mantenía alejados del colchón. En un evidente juego de poder y, sin salir de su ferviente calidez, la lanzó contra las sábanas. Metió un brazo bajo sus caderas y envolvió el otro alrededor de ella, agarrándola por el cuello y la cintura mientras seguía sumergiéndose en su interior con movimientos fuertes y potentes. Gruñó en su oído al compás de sus potentes golpes, mientras se apareaba como el animal que era. Las uñas de Renata dejaban profusas marcas sobre su espalda. Estaba llegando. Sus labios entreabiertos le acariciaban la piel con sus jadeos. Un cambio en su respiración y una fuerte contracción alrededor de su eje, le embruteció. Con un último empuje convulsivo, hizo un ruido sordo y se unió a ella en el clímax. El ardiente chorro de su eyaculación la llenó. Volvió el rostro para encontrar su boca. La mantenía tan apretada a él. Pelvis y cadera. – Mía, dijo. – Eres mía. Empezó a moverse de nuevo, retirándose y empujando, su respiración haciéndose más honda, trabajosa. Los músculos internos le ejercitaron. Inclinó la cabeza para clavarle los dientes en el hueco entre la garganta y el hombro. La marcaba con los dientes, con el cuerpo. Quería magullarla. Dejar su olor en su piel. Ahogarla con su semilla. La bestia quería – a un nivel muy demente – que no pudiese quitarse su olor tan rápidamente. Le tomaría más de una ducha arrancarse su aroma.

Esta vez, se propulsó duro y firme mientras enterraba el rostro en su nuca, su aliento estremeciéndose contra su piel. Se movió para poner su mano entre la unión de sus carnes. Frotó sus largos dedos a lo largo del lugar donde entraba en ella. Pellizcó su clítoris. Se empujó dentro con fuerza. Sus músculos tensos. Ella era tan elemental. Darse un banquete con su cuerpo no aliviaba su hambre, sino que alimentaba su necesidad. Introducirse en ella nunca era suficiente, así como el llegar al clímax no apaciguaba a la lujuria. Construía el frenesí. Quería impulsarse en ella tan profundo que nunca tuviera que volver a salir. Atrapó el lóbulo entre sus dientes. Lo estiró. Jugó maliciosamente con él. Los celos lo orillaban a tratarla con rudeza. Maldita sea. Había aprendido a disfrutarlo. La bestia podría exigir las cabezas de todos esos hombres que caían en sus juegos de seducción, quizás incluso la de ella por hacerlo perecer ese jodido infierno, pero al final de la noche, todo derivaba en esa desnuda y febril danza. La asaltó sin piedad y, cuando ella estaba a punto de alcanzar otro orgasmo, se detuvo. Salió de su cuerpo profiriendo un gruñido. – Dilo. Ordenó. Su miembro se erguía entre ellos con briosa arrogancia. – Di que eres mía. Se bajó de la cama. Sus rodillas golpeando el borde de la misma. Se inclinó lo suficiente para halarla de la cintura, hasta que la cabeza de su madre colgó al aire, sus carnosos labios a tan solo un aliento de su miembro. Mientras ella deslizaba la lengua sobre su brilloso glande, él colocó las manos bajo sus rodillas, abriéndola, estirándola para su inspección. El rugido que profirió era todo sobre satisfacción. Su nariz se deslizó sobre el interior de sus muslos, iniciando un recorrido de ida y vuelta, siempre acercándose a los húmedos pliegues, pero jamás llegando a tocarlos. Renata también lo torturaba. Empujó hacia delante, invadiendo de un empujón en su boca. – No te dejaré limpiarte, madre. Recorrerás las calles de Paris llevando mi semilla. Ella estaba manchada con la humedad, empapada de ella, de él. ¡Y aún no era suficiente! No iba a soltar a su presa fácilmente.
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Mensaje por Renata Bracknell Vie Oct 18, 2013 9:55 pm


¿Dulzura o depravación? Es evidente que las palabras no tienen nada que ver la una con la otra, pero si se fusionan en un acto, tan siniestro como el nombre de la bestia, el resultado es la pérdida de la razón, la visión y el sentir del cuerpo en una explosión que va más allá de espasmódicos movimientos en la pelvis de Renata o la de Lucian. La brutalidad de su hijo, sólo es equiparable a la ternura que siente al verlo eregirse sobre ella, tan maduro, tan celosamente hermoso y, sobre todo, tan encantadoramente macho. Ella ha sido su hembra desde el maldito día en que despertó su sexualidad, descubrió en sus caderas, el dulce sabor de una mujer desnuda, fue ella quien le mostró lo que es el placer en una cama; cada movimiento, cada beso, cada jodida caricia que él ha decidido deslizar sobre su tersa piel, Renata se lo había hecho antes y es por ello que su sonrisa se viste de altanería y orgullo al saber que su hijo, está dentro de ella, expiando sus culpas, embebiéndose…. ¡Arg! ¿Cuántas madres pueden experimentar eso? Jadea y se burla de sus palabras; sabe perfectamente que aquello lo hará explotar pero es precisamente lo que busca con desesperación. Quiere llevarlo al límite de su propia cordura, un punto en donde los celos que acarrea noche tras noche, la desesperación y la ira, se mezclen de tal forma que no sólo la eleve con posesividad y deseo, también tiene que aprender a amarla, a sentir que su cuerpo se desgarra porque no puede tenerla en el momento en que le sonríe delante de la gente… Sí, Lucian aprendería la lección más importante de su vida, la respuesta a la pregunta que todo hijo se hace sobre sus padres…

Para cuando él salta de la cama, ella lo persigue y, al ver su miembro frente a sus labios, no pierde el tiempo y desliza la punta de su lengua sobre el glande. Delinea la circunferencia de su falo, lo absorbe con su boca, lo entierra en sus fauces como si este buscase un refugio donde abrigarse. Cae una gota de la punta en la comisura de sus labios, con sumo descaro y exquisito placer, se la traga, sonríe mordiéndose el labio. No responde sus peticiones y u hijo arremete contra su sexo, fuerte y demencial. Suelta una carcajada llena de complacencia. Se siente frustrada, cuando se detiene, pero no es por mucho tiempo. Él podrá jugar a ser un macho alfa, y lo es, pero ella es su madre y, como tal debe respetarla. Desliza sus manos por su virilidad, humedece sus dedos con los fluidos que él le proporciona, después alcanza su propia intimidad y recolecta sus jugos. Con los dedos completamente empapados, delinea la carretera de su espalda, marca la musculatura de sus pectorales y vuelve a recoger el líquido de ambos para subir hasta el cabello de su hijo y enredarlo entre sus dedos. Jadea. Arquea la espalda y la viscosidad de ambos queda revuelta en la melena azabache de Lucian. Eleva la pelvis como acto reflejo, está a punto de llegar a su totalidad, pero él había jugado con ella, y es su turno recordarle quién es la que manda en ese juego de dos. Las palpitaciones de su hijo, retumban dentro de su boca, puede sentirlo venirse dentro de ella. Las madres se comen las sobras de sus crías, por qué demonios ella no habría de tragarse el vómito de su eyaculación, oh, pero no es ese el plan de Renata así que se aparte de él ejerciendo su fuerza canina y lo arrastra hasta la cama. Lo obliga a quedarse allí, debajo de ella. Arquea una ceja y gruñe amenazadoramente para que no se levante. Coloca una de sus manos sobre el cuello del jovenzuelo, presiona y advierte que si intenta algo, lo asfixia. Se muerde el labio inferior, este comienza a sangrar. Lo monta pero no se deja penetrar, esta vez él no se correrá dentro de ella, lo hará por fuera. Frota sus cuerpos con un ritmo lento, después acelera en cada embiste. Con la mano libre, se masturba y lo acaricia a él. Su mundo se cierra. Arroja la cabeza hacia atrás. Rasguña el cuello de Lucian, se retuerce arqueando la espalda. Cierra los ojos. Abre la boca. Expide un profuso suspiro. El golpeteo de sus cuerpos se pierde, todo el espacio queda vacío. Sólo están ellos dos. Los sentidos se elevan, su piel se eriza y cada maldito poro con cada maldita terminal nerviosa, cobran vida y estallan junto a ella en una colisión sublime, exasperante y jodidamente demencial….

Cansada, jadea exitosamente mientras su mano es bañada con el jugo de ambos. La mucosidad queda atrapada en la cuna de su palma y esta es llevada hasta sus labios donde la lengua recoge el néctar y poco después lo restriega sobre la pelvis de su hijo. Sube por el ombligo, abdomen, pecho y cuello dejando una fina línea húmeda que homogenizó la esencia de ambos, con la saliva de Renata. Llega hasta la boca ajena y lo besa provocando que la herida hecha minutos atrás le arda. Lo obliga a tragarse el jugo que aún guardaba en su boca. Suelta su cuello, despeina sus cabellos y le sonríe con extrema ternura. -¿Eso te responde algo, Rusell?- Se recuesta por encima de él. Coloca su cabeza encima de su pecho, justo a la altura donde late su corazón. –Tampoco irás a la ducha esta noche. Quiero que la zorra a la que te toca estafar el día de hoy, me saboree a mí sobre tu piel.- Levanta el rostro hasta su mirada. Lo mira fijamente. Mordisquea su barbilla. –Y la próxima vez que quieras torturarme, asegúrate de que no conozca tus trucos.- Antes de que pudiese decirle algo, lo calla con un beso lleno de vehemencia. –No quiero levantarme, pero es hora de irnos. Aún no tenemos ningún blanco y el dinero está por acabarse.- Se pone de pie y estira cada músculo de su cuerpo frente a él. Desvía su vista hasta él y lo observa. «Te amo, mi cielo». Se describe efímeramente en el destello de su mirada.
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Mensaje por Desmond Bracknell Dom Dic 15, 2013 9:59 pm

Los gruñidos de Lucian se hacen eco hasta el mismísimo infierno. El olor de su semen, del néctar de su madre, del sudor de sus cuerpos, impregna sus fosas nasales. Sus fauces sabe a ellos y el animal en su interior ronronea satisfecho. Enfermizo, así es el amor que siente por ella. Cada día que pasa a su lado, las cadenas con que le ata, se refuerzan hasta dañarle. Queman, de la misma forma en que lo harían si estuviesen hechas de plata. Ha sabido manipularlo, con su cuerpo, con sus juegos. ¡Y maldito era sino disfrutaba con sus reyertas! Su pecho sube y baja, llenando sus pulmones con su picante aroma. Llevaba compartiendo cama con Renata desde los quince años y, lejos de disminuir su deseo, éste se había multiplicado. Esa situación parecía divertirle a ella, pero a él le molestaba. Se veía a sí mismo como uno de esos hombres que caían en su trampa y que estaban dispuestos a perder la vida para entrar en el paraíso. Clavó sus ojos en ella. La intensidad de su mirada iba acompañada con una muy masculina, déspota y pícara sonrisa. Era cierto que había perdido la cordura por su madre, pero se había encargado de arrastrarla consigo. Mientras ella le mordisqueaba la barbilla, sus yemas la recorrían desde la espalda hasta el trasero. Ida y vuelta. Como licántropo, tenía mucha más energía que un humano. Había aprendido, hacía mucho, que el mínimo roce haría reaccionar a su miembro. Su pene se encontraba medio erecto. La punta roma, brillante, sedosa, parecía estar en guardia, a la espera de que decidiera cargar de nuevo contra ella. Se recreó en la escena que le regalaba mientras se estiraba. Antes de que pudiese dar un paso más lejos de la cama, él la tiró de nuevo sobre las sábanas. – No tan rápido. Le advirtió. – Aún no he dado el permiso para que te levantes, madre. Le abrió de nuevo las piernas, pero ya no pensaba en poseerla. Ella tenía razón, debían salir e informarse. Establecerse. No podrían quedarse en el hotel por mucho tiempo. Lucian no iba a soportarlo. Como macho alfa, sentía la necesidad de reclamar a su compañera siempre que lo quisiera y, aunque podría aparentar e inventarse cuantas excusas quisiera para ir a su habitación; la idea no le producía ninguna emoción.

Asomó su cabeza entre las piernas. El clítoris hinchado y mojado le daba la bienvenida. La acarició con la nariz. Inhaló. Introdujo un dedo en su interior. Lo sacó, brillante y tentador con sus jugos. Lo metió en su boca. – Quédate así, abierta para mí. Compláceme. Quiero vestirme con esa imagen. Deslizó sus dedos sobre sus pliegues y, con una palmada sobre su pubis, se levantó. Buscó su ropa. La había dejado doblada sobre uno de los sillones mientras ella dormía. Había hecho un hábito de ello, por si se encontraba con extraños en los pasillos. Difícilmente alguien sospecharía el incesto que se daba entre madre e hijo, pero no había que tentar a su suerte. Inició – agrede – por la camisa. - ¿Por dónde quieres empezar, Renata? ¿Tienes alguna idea? Espero, por la forma en que tu compañero de viaje te miraba, que no hayas olvidado que tu misión era obtener información que nos guiara. La sonrisa maliciosa de su madre, que le daba semejante visión de su intimidad, no le pasó desapercibida. Ella lo estaba provocando de nuevo. Jugaba con sus dedos sobre su vientre. Lucian emitió un profundo gruñido. Se acercó hasta el borde de la cama. Su madre se levantó con elegancia. Se arrodilló y lo jaló de las solapas. Él aprovechó su movimiento para besarla. Su lengua se entrelazó con la ajena en un mortal vals. Su pene, como un mástil, la señalaba. Cerró su mano sobre el eje, apretando con fuerza. La soltó con un rugido. – Vístete u olvidaré porqué tenemos que salir esta noche. Se pasó la mano por el pelo, como si necesitase arreglárselo. En efecto, ella no era la única que olía a sexo. Su olor lo perseguiría, como si necesitara un recordatorio de lo que habían estado haciendo. Renata, nunca salía de sus pensamientos, incluso cuando se encontraba jugando al seductor. Se obsesionaba sobre con quién y qué estaría haciendo. Cogió el pantalón que había dejado a un lado. – Asegúrate de buscar un sitio que sea de tu agrado. Quiero hacerme de una casa lo más pronto posible. Es eso, o seguiré colándome en tu habitación todas las malditas noches. Como de costumbre.
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Mensaje por Renata Bracknell Jue Dic 19, 2013 9:06 pm


Es inevitable no pensar en la lujuria cuando el cuerpo al frente incita más que al deseo de pecar, poseerlo no es suficiente, sentirlo dentro de ella tampoco. Nada puede igualar las sensaciones que padeció en su embarazo; si tan sólo él supiese que al inicio, la noticia no fue grata para ella, seguramente le aborrecería justo ahora. No se arrepiente. Renata realmente no tiene ningún problema con la decisión que tomó hace ya más de treinta y dos años atrás. Fue duro, los años pasaron lentamente y ella debía –además de soportar a su marido- atender los llantos del pequeño. No se le olvida aquella noche en la que lo escuchó llorar mientras su hombre la azotaba contra la cama exigiéndole sexo, esa ocasión fue la primera vez en que la golpeó en el rostro. Renata no pudo abrirse para él porque le preocupaba más el infante que un goce a su rey, por lo cual se negó, forcejeó y atacó hasta que este la liberó, pero al regresar, la sorpresa de su paliza no se hizo esperar. Ni siquiera en ese instante, ella se había arrepentido. Renata amaba, ama demasiado a u hijo.

Golpea contra las suaves sábanas de la cama, es sacada de su ensimismamiento y sonríe por la jugarrera que Lucian le obsequia. No importa quien les vea, más allá de su enfermiza obsesión y depravada pasión, existe el amor incondicional. Ella se lo demostró al elegirlo por encima de su matrimonio y el qué dirán y él…. Él le liberó de sus cadenas. Se arquea con lentitud, sintiendo la plenitud de esa caricia en su intimidad. Se muerde un labio. Se dice que los hombres son sensación y las mujeres sentimiento, pero en ese instante, con esa posición, frente a él, Renata lo era todo, pero sobre todo, ella es sensación. Su cuerpo se estremece. Los bellos de su piel se erizan por completo y la electricidad fluye a través de sus terminales nerviosas inyectando la presión necesaria en su vientre. Se ruboriza. ¡Sólo él puede hacerle eso! Ronronea y chilla cuando Lucian se aleja. Lo observa vestirse. Su perfil lateral es la muerte, puede apreciarse el tamaño y el grosor de su miembro, lo ancho de sus piernas y lo redondo de sus glúteos. Cada músculo remarcado de su cuerpo es un valle que ella ya había explorado, pero nunca se cansaría de hacerlo. Se recuesta sobre la cama y se apoya sobre los codos. Con una mano libre comienza a circundar las cercanías de su sexo, con la otra rodea impúdicamente sus pechos. No, nada de eso era intencional, para que él regresara a la cama, ella simplemente es así, seductora y hambrienta… de él.

-Ese era un pichón- Dice refiriéndose al hombre del que habla su hijo. –Pero nada grande- Se encoge de hombros. Se pone de pie y se dirige hasta el armario donde encuentra los vestidos. Hace un mohín, no quiere usar un corsé esta noche, pero no traerlo sólo significaría una cosa. Elige el más elegante, se lo coloca alrededor del torso y va hasta donde Lucian para que le ayude a ajustarlo. –Pero me informó bastante bien sobre las acaudaladas familias de Paris. Algunas se encuentran desechas por la muerte. ¡Viudos! Otra tantas, fueron rotas, los hombres no desean desposar a una prostituta, para mi fortuna, ya que no pienso casarme con ellos, sólo robarles.- Emite una sonrisa sarcástica. Probablemente el comentario disgustaría a Lucian pero realmente no le interesa, él suele molestarse por todo lo que dice o hace con alusión a los hombres. Celos que comparte con él. –También existen familia con hijas solteras- Una vez que termina de ajustar su prenda, se gira sobre los talones y lo besa en la comisura de los labios. Se aparta. –También dijo que en el norte de la ciudad se encuentran los mejores terrenos para conseguir una casa.- Hace un mohín antes de terminar con su imagen personal y colocarse el vestido marrón. –Había un apellido, algo italiano… Según el hombre, la única heredera aún es soltera y es cazadera. Tu oportunidad, Lucian. Aunque no lo sé, pienso exigir tu retirada odio que otras más alboroten tu cabello, pero lo que me repudia más es el hecho de pensar que las desgraciadas se masturban pensando en ti. Es desagradable y ¡No digas que no! He observado como te miran. Si alguien más te roba un beso, un suspiro o una caricia, si pronuncias el nombre de una de ellas delante de mí… yo…. – Lo fulmina con la mirada, se aproxima a él y le da una bofetada. -¡No te atrevas!-
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Mensaje por Desmond Bracknell Mar Ene 28, 2014 10:51 pm

Lucian disfrutaba con los juegos de seducción. No solo con su madre, sino también con las encantadoras – y no tan encantadoras – damas que engañaba. Todas, ni la más inocente, se le escapaba. Una vez que elegía un objetivo y tejía su trampa, caer en ella era la única posibilidad que sus víctimas encontraban. Las mujeres, había aprendido, respondían con coquetería cuando se les adulaba.  Simplemente había que mirarlas como si fuesen el centro de su universo o el aire que sus pulmones reclamaban. Era tan malditamente sencillo. Un gruñido en advertencia vibró en su pecho al escucharla hablar sobre compromiso. Ellos ya habían tratado ese asunto, ¡cientos de veces! Renata sabía que irían a parar a ese mismo y jodido callejón sin salida. Si pensaba en traicionarlo, si siquiera albergaba el efímero pensamiento de contraer matrimonio por conveniencia, él la asesinaría. Había crecido como hijo único de los Dankworth.  Odiado por su padre, malcriado por su madre. Todo lo que quería, ella se lo había dado. No. A esas alturas no compartiría. Ni sus atenciones, ni su tiempo y; mucho menos, su cuerpo. Con esa posesividad que tanto le caracterizaba – tras terminar con el ajuste del corsé – deslizó las yemas de sus dedos por la piel desnuda de su cuello. Lucian también podía tratar y cuidar a su mujer, como si fuese el más delicado de los pétalos. Aquello ocurría, por supuesto, cuando el animal dentro de él se veía satisfecho. A ellos, hombre y bestia, les gustaba cuando Renata les alimentaba. Los celos, sin embargo, eran algo contra lo que no podía luchar. Su suave caricia pronto se volvió fiera. La fémina se apartó antes de que él pudiese retenerla. Volvió a pasarse los dedos por el cabello, esta vez, intentando darles una mejor apariencia. Su madre disfrutaba mucho desordenándoselo mientras él aplacaba su sed bebiendo los jugos de su entrepierna. Algo que disfrutaba en demasía, pero que difícilmente los empleados del hotel pudiesen pasar por alto si entraba y salía en semejante estado. Acababa de meterse en los zapatos cuando recibió la bofetada. ¿Pero qué demonios?

Sus reflejos, sin embargo, iban un paso más allá de sus pensamientos. No libró el golpe, pero si cogió la muñeca de Renata antes de que ésta pudiese apartarla. Su mirada se encontró con la ajena. Sonrió, excesivamente complacido. Si no era el único que hervía de celos, entonces podía aceptar – a regañadientes – el poder que su madre tenía sobre él. Algo que jamás reconocería ante ella o cualquiera que se lo preguntara. Sin soltarla, acortó la poca distancia que les separaba. Su mejilla acarició la ajena. Su aliento, caliente, turbio, golpeó su lóbulo mientras se inclinaba. Enarcó una ceja. De alguna manera, se las ingenió para verse amenazador. – No vayas por ahí, madre. No querrás haber calmado mis celos para volver a encenderlos. ¿O tengo que recordarte quién tiene que soportar las conversaciones de esos bastardos con sus amigos? Hablan, presumen de tu belleza, de tus atenciones, de lo que no pueden esperar para hacerte, ¡como si ya les pertenecieras! Hechos, Renata. No suposiciones como las que tú haces. La soltó, su ira apenas contenida. Si bien Lucian había estafado en su mayoría a las viudas más adineradas, también se había visto envuelto con jóvenes en edad casadera. Mujeres que ni siquiera sabían qué demonios pasaba en la noche de bodas. Por ello, no era ninguna sorpresa que terminase envolviendo en sus juegos a las madres que buscaban un buen candidato para sus hijas. – Este caballero tuyo, – agregó, no sin cierto sarcasmo - ¿no fue capaz de emitirte una invitación para asistir a uno de esos bailes que las familias importantes hacen? Me habría gustado anunciar nuestra llegada. No hay nada más enternecedor para las damas que ver a un hombre apuesto sin miedo a caer preso de sus encantos. Había sido protagonista de escenarios como ese una y otra vez. Los hombres, por lo general, huían en cuanto escuchaban la palabra compromiso. Lucian era la excepción a esa regla. Por supuesto, él ya tenía una mujer.  – Mi prioridad será dar con esa joven heredera. Si no tiene nadie que la proteja, entonces me ofreceré para llenar esa vacante. ¿Estás ya lista, madre? La recorrió con la mirada. Su mirada abrasando, devorando todo a su paso. Maldita sea, si seguía así, tendría que caminar con tremenda erección.
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Mensaje por Renata Bracknell Miér Feb 19, 2014 10:12 pm


Definitivamente existen hechos en su pasado de los cuales se arrepiente, pero asesinar al padre de Lucian y el haberse acostado con su propio hijo, esas dos cosas están muy por encima de lo que volvería a hacer. Su mirada, tan sólo su mirada podía hacer flagelar sus piernas; se derretiría de no ser porque como mujer, madura y sabia, tiene el poder suficiente para apaciguar su ansiedad. Sintió el aliento ajeno golpear contra su rostro. Hiriente y embriagador, así es la peste que emergió desde su garganta. Renata cerró los ojos y aspiró profundamente sólo para tragarse el aroma de su macho. La mayoría de los varones solían susurrarle palabras al oído, olfatear su cuello y deleitarse con el perfume natural de su piel, lo que ellos no sabían era que cada centímetro de su cuerpo había sido bañado con la hombría de su hijo. ¿Qué tan aberrante y perturbador les parecería eso? Humedeció el labio inferior ante el pensamiento, sabe perfectamente que la depravación de la humanidad no tiene límites y resultaría bastante hipócrita el juzgar a los demás. Sonríe.

-¿Caballero mío?- El tono de su voz tras la pregunta, fue retorico. No necesitaba que él respondiese, evidentemente los celos no habían desaparecido. –Mi cielo, sabes perfectamente que me atraen más las bestias, impredecible, apasionadas, siniestras, indomables…- Imitó la mueca que él ejecutaba, pero añadió al mohín, una caricia en sobre el cabello de su hijo. Lo peinó, pues aunque este trató de calmar la rebeldía de su melena, no lo consiguió del todo. Vuelve a humedecer sus labios, esta vez con la intención de distraerlo, de que sus palabras se volviesen torpes y sus sentidos se adormecieran, estuvo a punto de conseguirlo a no ser por el hecho de que ‘servicio a la habitación’ les interrumpió. Guiñó un ojo. Al abrir la puerta, el joven se sintió completamente intimidado ante la perfecta sonrisa de Renata. Necesitó carraspear dos veces seguidas para poder encontrar la fuerza suficiente y dirigirle la palabra. En sus manos llevaba aquel sobre que la fémina llevaba esperando durante la noche anterior. La tomó entre sus manos y apretó la mejilla del joven –un adolescente no mayor a los dieciséis años- quien se sonrojó ante la calidez de la dama. Ese niño jamás se hubiese imaginado que detrás de la puerta se encontraba el pecado de la lujuria en la más insana de las representaciones, él sólo la observó como el idealismo que tendría de su propia madre si es que aún estuviese viva. Realmente había sido poco el contacto que tuvo con Renata, pero eso bastó para que él se sintiese aún más débil de lo que ya era y, pese a que no lo expresaba, el olor de su cuerpo lo traicionaba. Él se sintió extrañamente atraído por la fémina, quien sólo agradeció, obsequió un par de francos como propina y cerró la puerta.

-¡Aquí está!- Mostró el sobre sellado con el escudo de Lord Valentine. Aquel hombre por el cual Lucian generó su rabieta. Renata rompió el sello y leyó la invitación al gran banquete que se celebraría en el palacio royal en honor al regreso del caballero. –Ella estará ahí, él estará ahí- Le entregó el papel a su hijo sin prestarle mucha atención a las muecas que ejecutaba. Si le agradaba o no la rapidez del asunto, era lo de menos, el dinero se agotaba y sólo habían pagado dos noches más en el hotel, después de eso estarían en la calle. -¿Te gustan las pelirrojas amor? Me parece que ella lo es- Frunció el ceño, no recordaba la última vez que él salió con una mujer de fuego. –Bien, si no es así, habrá demasiados corderos para que el lobo cene- Antes de salir por la puerta y dirigirse al exterior, robó un beso de los labios ajenos. –Andando, deberemos aparentar nobleza y tu traje desgarrado no ayuda mucho-  
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