Encuentro (Zina Lebedev & Maxine Temple)

La primera impresión que tuve de ella, fue la peor. Coincidíamos en muy pocas cosas y ninguna de las dos era muy paciente. La primera vez que nos vimos fue en una opera, ambas nos mezclábamos entre las demás personas sin problema pero, entre nosotros, no pasábamos desapercibidos. Recuerdo que esperé hasta el final para acercarme por simple curiosidad, me llamaba la atención la nostalgia que transmitía su rostro al mirar con tanta devoción la presentación, deseé ver lo que ella veía y disfruté por primera vez en mucho tiempo, algo humano. Tiempo después supe la historia y ahora por fin puedo comprenderla. Aquella mujer que en un principio me pareció apática, solitaria y arrogante, se convirtió poco a poco en alguien especial para mi, en mi familia.

Pensar en cómo fue el pasado y cómo es el presente, parece casi una burla, es decir: ninguna hubiese imaginado que compartiríamos la noche tomadas del brazo si nos hubiesen preguntado antes. Hoy paseamos por las calles de Paris sin ningún problema, contamos con un rango en la sociedad que nos libera de muchos prejuicios y miradas. Si bien considero a Zina como una madre por su trato hacia mi, desde que llegó a visitarme se ha hecho pasar por algo así como una prima lejana. Las pasadas noches fueron de cacería, música y anécdotas, y ahora no nos quedaba nada más para hacer que caminar. El problema de salir con Zina, es el mismo problema que da salir con tu madre, de vez en cuando disfrutan de avergonzarte y como ambas carecemos de paciencia, el ir tomadas del brazo dura lo que dura la primera cuadra al salir desde casa. Luego, viene una corta discusión y finalmente la gran pregunta. "¿Dónde iremos?". Por lo general ese es el punto en que nos guardamos el orgullo en el bolsillo, las malas bromas desaparecen y los golpes bajos se quedan escondidos para una próxima vez que esperamos -al menos yo- nunca llegue.
Parecía ser que hoy no avanzaríamos mucho en cuanto a conversación, ni siquiera era muy conciente de porqué había empezado todo y ya estaba pensando seriamente en no ser yo quien hablara primero, así que empecé a contar, conté hasta 896 cuando un efluvio dulzón se metió en mi nariz, me detuve y al mismo tiempo detuve a Zina por el brazo con la nariz arrugada, señalé con el mentón y no fue difícil darse cuenta de donde provenía el aroma. Había que reconocer que ambas disfrutábamos de la tortura y los juegos crueles cuando nos aburríamos, pobre víctima sería aquella que se nos cruzara si nuestro ánimo fuera el incorrecto, o el correcto a nuestro parecer. Afortunada fue la chica que se encontraba a unos pasos por ser lo que era y por no encontrarnos de ánimos burlones, me presenté primero conociendo lo reacia que era Zina cuando se trataba de desconocidos. Hice una leve reverencia para saludar y sonreí de forma amable, pues no quería asustarla ni le haríamos daño.

París, cuidad de la elegancia y el placer, sin lugar era uno de los pocos lugares en el mundo donde podía y solía sentirme como en casa. Sin embargo la cultura era muy distinta a la de Roma, donde las óperas se encontraban en todas partes y gente que se dedicaba al canto, como yo, se radicaba allí por la variedad de escuelas y oportunidades de tener una carrera artística, aunque eso no los hiciera realmente famosos. Pocos éramos los que viajábamos de Italia al resto del mundo para hacer presentaciones. Esa era la razón por la que me encontraba en Francia una vez más.
Pero mis presentaciones en el teatro no lo eran todo en París; tenía ahí a Alein. Una vampireza a quien conocía ya hacía buen tiempo. Se había acercado a mí luego de una presentación, hace ya demasiados años atrás. No se puede decir que nuestra relación haya sido la mejor siempre, al principio las cosas eran un poco duras dado nuestros carácteres, pero como con cualquier otra relación personal, las diferencias se fueron superando y llegué a quererla de forma tal que pasó a ser algo así como una hija para mí.
Así que acá estábamos, paseando por las calles parisinas, una noche cualquiera, con las típicas discusiones que acaban en… Bueno, absolutamente nada. Seguíamos por costumbre el camino que nuestros pies llevaran, sin saber hacia donde ir, pero yendo a alguna parte sin lugar a dudas, algún lugar donde encontraríamos, como siempre, algo que nos sorprendiera de una forma u otra. Definitivamente no había noche que fuera excepción.
Sentí su mano en mi brazo, su gesto facial me provocó olfatear el aire que nos circundaba; cosa que venía evitando para no atacar a ningún humano de la nada sólo porque me diera sed, un aroma dulce, similar al mío y al de mi acompañante llegó hasta mí. Miré entonces a la chica a la que Alein se acercaba, una niña de pelo castaño con un dejo cobrizo, piel tan blanca como la nieve y ojos de un azul profundo era la propietaria de aquel olor. La colorada esbelta que me acompañaba ya estaba a su lado, saludando cordialmente como era su costumbre, pero yo me tomé un poco más de tiempo, mirándolas desde la lejanía; abroché el botón del cuello de mi tapado, llevé mis manos a los bolsillos y con paso extremadamente lento, escuchando el ruido de mis tacones, me acerqué a ellas para saludar a la muchacha.

Las calles de París se habían convertido en parte de la rutina "diaria" tras la desaparición de mi esposo. Antes, casi un siglo atrás, él se encargaba de la cena, en pocas palabras. De ese modo, no debía ocuparme de salir al mercado a escoger alimentos. Así había sido durante años, décadas para ser exacta; pero aquello había cambiado. Sin él había descubierto la necesidad de salir en busca de víctimas, algo así como descubrir mi independencia como vampiresa.
Esta noche no era diferente a las demás, al menos no a las de las últimas décadas. Hacía ya casi un siglo que había descubierto cada una de mis habilidades para "cazar", si es que podía llamarse de ese modo. Mantener el rostro de mis 19 años humanos había ayudado a cada uno de mis propósitos y con el tiempo había desarrollado las habilidades físicas necesarias para la discreción y eficacia a la hora de.
Había terminado de alimentarme esta noche, pero tenía tiempo de sobra hasta el amanecer. Mis planes de un paseo despreocupado por las oscuras calles de París se vieron interrumpidos cuando oí una voz justo a mi lado. Tan distraída había estado que no había notado a las vampiresas que ahora saludaban cordialmente. Respondí con una tímida sonrisa a aquella con el pelo rojizo. Era quien había tomado la iniciativa e la próxima conversación. Mantuve mi mete bloqueada, se me había enseñado que había otros como yo, con la capacidad de hurgar en mentes ajenas sin necesidad de permiso alguno.

—Maxine Temple, buena noche.— Saludé imitando la leve inclinación. Me preguntaba cómo no sabía de su existencia; por qué no me había cruzado con ellas en estos 200 años. Sabía que debía ser precavida, que no todos los vampiros llevaban consigo amigables intenciones de socializar; al menos eso lo había aprendido bien, entre otras cosas.

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