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La redención no fue hecha para nosotros [Brie Bella] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Jacques Roman Lun Jul 08, 2013 4:26 pm

 

"Yo no busco la redención de las consecuencias de mi pecado. Yo quiero ser redimido del pecado en sí, o mejor dicho, incluso del pensamiento mismo del pecado. Hasta que alcance ese fin, me sentiré satisfecho de sentirme angustiado, y rezar cada noche por el bienestar de las almas segadas, las que yo me llevé..."


Hace ya incontables siglos, desde que bebí de la esencia de una de las criaturas más inocentes, como lo era un niño, me convencí de que llegaría a cambiar, que mi alma no se encontraba perdida, no irremediablemente. Esa triste noche, con el eco del llanto silencioso de mis ojos, la fría piel del niño que inerte, seguía entre mis brazos, y el eco de las cínicas risas de quien fue en su momento mi maestro, padre y amante, me juré a mi mismo que solo bebería la sangre de aquellas personas que habían matado y no se arrepentían de su acto. Aquellos viles asesinos, almas despiadadas que no merecían más justicia que la de mi persona bebiendo ávidamente de su vena, acabando de a poco a poco con sus vidas. Pero el mal no entiende de caras, si no que se esconde en muchas facetas. Facetas que yo, Jacques Roman, hijo de unos campestres babilonios, conocía a la perfección. Por eso mismo, no me asombré, cuando mis ojos se posaron en mi próxima víctima. Un bello joven, que haciéndose pasar por un simple repartidor de París, había albergado ya grandes robos y hacia pocas semanas en sus manos, ya perecía la culpa de la muerte, tras asesinar a una joven cuando se encontró sin escapatoria, sin salida. Hacía ya tres noches no me alimentaba, esperando el momento para atraparlo solitario, y resarcirme, vanagloriarme en la sed más extrema, quitándole su patética vida. Tendría que sentirse feliz, me había contenido, esperado por él… como un joven espera a su amante, como un padre preocupado por la salida nocturna de su más preciada hija. Obviamente, no se alegraría de verme, de contemplarme como la maldita sombra que sus ojos verían por última vez antes de ser arrojado al abismo profundo del infierno, a su muerte. Solo hacía unos escasos días que le seguía, en algunos casos, la maldad entre mortales se podía discutir, hay muchas diferencias entre quien hace el mal por una razón de supervivencia, o quien, conscientemente, por puro divertimiento escogía ese camino. Y ahí entraba yo. Me dirigía como juez y como redentor, perdonaba la vida de aquellos que sin opción,  extinguían la muerte de iguales a ellos, por una razón de peso,  y terminaba con cuyas vidas teniendo otras posibilidades, hacían el mal y se burlaban de él. Les otorgaba aquello de lo que se reían ¿No era irónico? Yo me encargaba de que en sus últimos momentos, se rieran de aquello que tanta gracia les causaba, otorgándoles como un último deseo, conocer a la muerte y reírse con ella.
La sed ya se denotaba en mi garganta, que cruelmente me recordaba que había que alimentar al ser de la noche, que en mí moraba. Seguí al joven en silencio, saboreando el momento de tenerlo en mi abrazo dándole el beso de la muerte. El corazón del joven, cantaba acelerado para mis oídos, cerré los ojos ante aquel celestial canto y di gracias a dios, de ofrecerme la paciencia necesaria para controlar mis impulsos y ansias que me atormentaban, para ir y arrebatarle en menos de un suspiro su aliento. Giramos unas calles, y pronto llegamos al destino, a su escondite, en el que cada día se protegía, la imponente y majestuosa catedral de Notredame. Aprovechó para saltar por una verja, tras asegurarse de que nadie andaba a esa tardía hora en los alrededores. Reí en silencio, nadie ni nada podría salvarle esa noche de mí. Ligero, me moví entre las sombras y saltando la verja, sin esfuerzo por mi parte, me adentré siguiendo los mismos pasos del joven, acechándolo. La catedral, era aún más bella y extravagante de noche, con sus sombras y matices, que por el día, en que todos sus secretos salían a la luz, aún así, la imponente construcción se había creado para los soñadores, que soñaban en criaturas místicas, en seres oscuros que recorrían las calles de París. Centro de reunión de unos pocos, ahora abría sus puertas desde el amanecer hasta la llegada de la noche, en que sus terroríficas gárgolas, la custodiaban, noche tras noche.
Buenos días, mis demonios- Saludé a las gárgolas de la entrada, ocultando una sonrisa siniestra, tras penetrar en la primera estancia de la Catedral, riéndome así de los dioses y salvadores, que decoraban sus paredes góticas,custodiadas por oscuros seres. Seguí el aroma del mortal, hasta llegar a la planta principal, y allí estaba, resguardado entre sombras, inconsciente de mi presencia. La excitación corroía mis venas, ya le tenía. Ahora sería mío. Tres segundos…solo tres segundos y mi sed se saciaría al fin. El cálido torrente de sangre…mi boca se me hacia agua, de tan solo pensarlo. Mi víctima se encontraba al otro extremo de la Catedral, de rodillas ante una especie de santo, de la época…Dioses y demonios, a veces uno no sabe que es uno y que es otro…pensé con sorna. El pobre joven se encontraba desorientado, él tendría que adorar al diablo, en vez de rogar por un dios, que los tiene olvidados, que nunca le salvaría para contemplar un nuevo día. Los susurros de su plegaria llegaban a mis oídos, dibujé una sonrisa maliciosa en mi rostro, esperaría a sus últimas palabras, antes de entrar en escena y conjurar al diablo a sus ojos. No sé qué en qué momento, dejé de ser precavido y centrarme tanto en el pobre mortal que sería mi cena, para no darme cuenta de un nuevo aroma, que se deslizaba acercándose, a mi espalda. ¡Que magnifico aroma! Su esencia intensa, femenina, seductora, hubiera nublado mis sentidos, de no encontrarme centrado en los latidos de mi cena. Sonreí, su efluvio, como sus ligeros pasos, solo perceptibles a mis oídos que revelaban la naturaleza de la joven dama. Me encontraba ante una vampiresa, no conocía aún su identidad ni su rostro, en breves resolvería ese enigma, pues no me iba a quedar de brazos cruzados dejando escapar mi  joven víctima, que tanto deseaba por una casual interrupción.-Mademoiselle, no sabe que es de mala educación interrumpir cenas ajenas?
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Mensaje por Brie Di Calvio Sáb Jul 20, 2013 9:53 am

La noche me había llamado tantas veces que había sido incauta de no hacerle caso hasta el hecho de que la dejaba escapar de mis manos como si fuera una tormenta de arena del mismo desierto. No obstante esta noche seria cuando por fin podría cruzar las calles de Paris después de mi largo viaje, en el cual había vivido tanto tiempo pero aun así no terminaba por estar en un solo sitio, la ciudad tenía algo mágico que me hacía volver una y otra vez pero prefería que me lo demostrara por si misma. Hermosas estrellas bañaban el manto de la noche con una media Luna que brillaba como el mismo lucero. La suave brisa que mecía mi cabello logrando que las ondas danzaran a cada paso que daba. Cubierta con una capa de terciopelo rojizo oscuro que cubría todo mi cuerpo incluso mi rostro, vestido de corsé rojizo y negro alzando las curvas de mi figura y una lisa falda de raso rojizo que cubría mis piernas pero me daba la comodidad que necesitaba sin perder la elegancia de cuanto necesitaba por todo el tiempo que andaba. Mis tacones negros se hacían notar en el asfalto de piedra como una melodía se tratara retumbando entre las calles de Paris. Mis labios rojo carmín escondían la realidad de mi ser tras ellos. Estaba tan dispuesta a disfrutar de la noche que no dejaría que nadie me interrumpiera tal velada donde alguna victima caería entre mis manos.
 
Me quede un momento escuchando algunos pasos que no pasaban muy lejos de mi, eran dos hombres y solo por el sonido de sus zapatos se hacia notar. No estaban caminando muy a prisa y seguro que seria divertido ver que tramaba el vampiro. Cuantas noches habia pasado en muchos lugares diferentes donde me entregaban en mis manos la libertad de muchos cuerpos y el placer de poder escuchar los gritos desgarradores que salían de sus gargantas. Sonrei sombríamente mientras caminaba lentamente tras ello, el mismo aroma me estaba guiando hasta la misma Catedral… Algo ironico cabia cabia pensar ya que los mismos de la inglesia se encargaban de destruir a los que eran como yo. Una risa interna se formo al pensar que seria la tumba del joven que estaba siguiendo el rastro y quien sabe si también mi cama de placeres algo retorcidos… Nunca había entrado en la catedral antes, siempre había pasado por delante pero la inmensidad que desprendía ante tan monumento no me había parado a pensarlo. Era hermoso lugar lastima de que los mismos que la hicieron pensaran cosas tan erróneas sobre las creencias haciéndose ricos a la costa de los pobres. Quien tiene el poder manda, Ley de vida.- Pensé. En estos lugares se formaban hasta la tumba de los reyes pensaban que era buena forma de velar por su seguridad y su alma, no podía imaginarme algo que fuera tan gracioso como eso.
 
Avance por el camino entrando tras de ello fijándome en lo que ambos hacían desde cierta distancia pero no fue suficiente ya que me fui acercando poco a poco escuchando los latidos del joven corazón y notando el aroma del vampiro que lo había estado siguiendo. Me detuve cuando llegue a su lado mirando en dirección al joven.- Me temo que no pretendo interrumpirle su cena, sino acompañarle… Es joven, aguantara a ambos.- Lo mire de soslayo con una sonrisa en los labios.- O a caso es que no le gusta compartir.- Susurre suavemente usando una voz tersa y suave de forma sensual. Mi pecho subía y bajaba en torno a las ansias que despertaba en mi el morder al joven y probar la sangre que podría fluir por todos mis poros. Volví la mirada hacia el vampiro .- Me temo que el joven esta sospechando algo… No sabia que usted también fuera tan osado para entrar en la casa de “Dios”.- Sonreí mostrando mis colmillos blanquecinos. – Pensé que era la única loca que se atrevía a cruzar sus muros sin ningún tipo de sentimiento o remordimiento.-Me encogí de hombros. Es verdad que pensaban muchos que significaba la muerte cruzar esas puertas pero allí encontraba un vampiro que pensaba como yo, incluso metiéndose en la boca del lobo con la inquisición.
 
Retire la cama descansando en mis hombros dejando ver mis cabellos ondulados reposados en mis hombros, mis ojos claros fijos en mi presa y rostro blanquecino. Lentamente lleve mis manos desatando el nudo que impedía que la capa cayera al suelo, termine desatándolo dejando ver mi busto resaltando ante el corsé que llevaba definiendo cada curva de mi cuerpo. Deje esta sobre la el banco para afirmarme en ver al vampiro.- Brie Bella.- Extendí mi mano en su dirección en forma de saludo.- Creo que no me he presentado como debía.- Sonreí ligeramente mientras lo observaba. Humedecí el carmín de mis labios pasando la lengua lentamente, tenia que admitir que mi garganta ardía por el olor de la sangre y hacia bastante que llevaba controlándome.- Tendré el honor de compartir comida con usted?- Lo mire de forma intensa pero a la vez picara.- Le gusta jugar?.- Pregunte mientras mantenía la mirada. Debía de admitirlo ahora que lo tenia de cerca me era mucho mas atractivo que antes, tenia algo que llamaba a ser investigado incluso a preguntarme a mi misma que porque no me atrevía a jugar un poco a ver que tipo de juegos son los que el vampiro acostumbraba a hacer. Muy pocos hombres aguantaban mis juegos pero parecía que él podia ser uno de los que lo hicieran. Lentamente me separé de él moviendo ligeramente mis caderas de forma seductora. Mire ligeramente hacia atrás con una sonrisa en los labios.- Me acompaña?.- pregunté susurrando muy dulcemente.

Nuestra victima seguía en el mismo lugar parecía como sumido en sus pensamientos algo que me encanto porque seria el momento perfecto para pillarlo desprevenido mientras comenzaba el juego de ambos con la victima. Me aproxime hacia el vampiro de nuevo pasando por su labio inferior mi dedo indice acercando aun mas nuestros cuerpos y casi los labios rozándose.- Espero que la cena sea tan exquisita como me lo parece... Al menos se que algo merecerá la pena...- Sonreí irónicamente, roce mi labio con el suyo pero enseguida me separe dejando mi dedo que se deslizara por sus labios hasta morir en su mentón volviendo a separarme mientras volvía ligeramente la mirada.- No se quede atrás... lo bueno esta por comenzar.- Selle mis labios avanzando lentamente hasta el joven deslizando mi mano por los bancos a medida que iba caminando. Como me gustaban los juegos y sobretodo si tenia compañía .. de esta noche seguro que algo bueno sacaba y no solo seria la cena... Debo tener cuidado no siempre son lo que parecen y amargan una buena noche el vampiro samaritano de turno. Era algo que me molestaba cuando venia el vampiro oportunista y se arrepentía de lo que había hecho con el humano rechazando lo que realmente era... Prefiriendo morir a alimentarse de un humano. Esperaba que él no fuera de esos, sino le gustara divertirse. Algo me llamaba a estar pendiente de lo que hacia incluso de su posición.
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Mensaje por Jacques Roman Vie Ago 09, 2013 9:31 pm

Observé a la delicia de mujer que se presentó ante mí. La escuché atentamente con una sonrisa amable en mi rostro. – Madame, me temo que los demonios no temen a “Dios”, es más, burlarnos de él, regocijarnos en sus actos, que al fin y al cabo son más crueles que el propio diablo, solo nos hace cogerle más odio y querer terminar con sus extraviados corderos.- Mostré yo también mis colmillos y me volví a fijar en nuestra querida cena, el joven que seguía en su propio mundo de adoraciones y perdón celestial. Apenas me di cuenta que al volver mi mirada de nuevo a la vampiresa me la encontré con un simple corsé tapando aquella delicada y deliciosa figura, que mostraba orgullosa. Le cogí la mano en cuanto se presentó, besándosela en el dorso de la misma, clavando mis ojos en los ajenos intensamente – Jacques Roman, para serviros...- Sonreí de lado observando su mirada picara. Esta vampiresa era de las peligrosas, como una planta carnívora, inocente a la vista, intensamente malvada una vez te atrapa en ella. Y mi vista e instinto me llevaba a pensar en que estaba ante una vampiresa joven y seductora innata de pasiones prohibidas, todo un peligro para mortales e inmortales. Seguí cada palabra suya, cada gesto de ella y movimientos que no pasaron desapercibidos. Preferí no contestar a su pregunta, de si me gustaba jugar... pronto seria testigo de ello. Sonreí ante aquel pensamiento acompañándola

La joven vampiresa parecía querer jugar con fuego, y uno a veces se podía quemar con lo desconocido. Jugó con mi labio pasando su dedo índice, acercando en ese movimiento ambos cuerpos, sintiendo los labios rozarse... los alientos entremezclarse. Suspiré al sentir su lejanía repentina y la seguí como una sombra entre los bancos. Su cadera se movía provocadora a mis instintos, para los vampiros lo más anhelante, la maldita cura de nuestra enfermedad es la sangre, y la segunda bendición de estas eternas vidas, es la interminable pasión que mostramos. Aquel sentimiento que aquella joven con sus colmillos y corsé ajustado, con su andar de reina creaba en mí. La seguí como un perrito va detrás de su ama. A la que nos acercamos al joven, aprovechando una distracción de Brie, la llevé hacia mí con los brazos, hasta encontrarse atrapada entre mi cuerpo y ellos. Ahora era mi momento de hacérselo pagar, por el momento me contentaría con besar su cuello de marfil fino y delicado, mordiéndolo suavemente, provocando y escondiendo la mano al mismo tiempo. Con las manos acaricié su figura pegándola mas a mí, a mi pecho, dejando que se recostara en mí unos segundos, hasta notar cierta resistencia de su parte, a la que correspondí con un leve mordisco pero más fuertes que los anteriores, sin dañarle la piel para calmarla.

- Shh...cálmese, y céntrese en la sangre del joven… ¿Qué sientes Brie? - susurré soplándole en la oreja, apenas un leve susurro- Mmm, un cálido torrente de sangre, exquisito y jugoso- ronroneé aún en su oído, exhalando un suspiro. Mis manos le sujetaban de las caderas contra mí, sintiendo bajo de ellas, el calor de la joven vampiresa- Pero... ¿No siente que falte algo? La sangre es un afrodisiaco para nosotros, ya que nos proporciona vida, aún así que gusto tendrá la suya, si esta calmada y tibia en su cuerpo? – sonreí maliciosamente. Esta noche quería jugar. –  Propongo que calentemos nuestra comida, ya que se encuentra horriblemente insulso y frio. Que le parecería jugar primero con su mente? El frenético latido de sus corazones gobernados por el miedo, celestial canto a nuestros oídos... ¿no cree? Luego siempre podemos calmarle, enfriarle un poco si nos excedimos. – Sonreí de lado. Nada movía mis hilos mejor que la maldad. Hacía años no actuaba así. Siempre era rápido y metódico, el mortal ni se enteraba. No como hoy, en que me encontraba extrañamente retorcido y malévolo.

- Ya conozco el dicho de que con la comida no se juega, pero por hoy haremos una excepción en su presencia. Primero jugaremos con su mente…¿Que teme el mortal más que a la fría muerte? El infierno mi bella dama. Démosle su castigo por los pecados cometidos, enséñanosle por un instante el verdadero infierno. De donde nosotros dos hemos salido y tan bien conocemos. -Recité en su oído. Me separé de ella, tras besarle el cabello y acariciar aquella excitante figura, tan bella y fina. Con la mano le indiqué a la joven, que no se moviera, mientras yo realizaba mi magia. Me acerqué al joven mortal, que inconsciente de nuestra presencia seguía rezando. ¿Quizás para salvar su alma? Reí en mis adentros. Su alma ya estaba condenada, era ya tarde para él, muy tarde.

En tres pasos, lo tuve junto a mí. Me agaché ligeramente, para cuando se girará se encontrara directamente con mis ojos, y le toqué la espalda. Apenas solo un roce, pero lo suficiente para que el joven se estremeciera de pies a cabeza y se girara alertado. Su corazón asustado parecía salirse de su pecho, ¡oh que hermoso! Era un pequeño colibrí batiendo sus diminutas alas. Le sonreí y usando el don de las Ilusiones, me hice pasar por sus ojos por un humilde cura. Al acto sus ojos se suavizaron, como quien descubre que tras las sombras solo hay un pequeño gato curioseando, y se enternece olvidando aquel sentimiento de sentirse observados, vigilados. Se me agrandó la sonrisa, cuando escuche como su corazón se ralentizaba considerablemente, se creía a salvo. Me agradaba que se calmara y se confiara, aún así no pude reprimir un mohín molesto con aquello, ahora su sangre no parecía tan exquisita. Rápidamente borré aquel gesto de mi rostro y me acerqué al muchacho, hasta tenerle cara a cara. – Que la gloria sea en vos, hijo mío  – Murmuré en actitud solemne. Puse mis manos a cada lado de su cara y sin que se lo esperará en orden a la cruz de Jesucristo, le besé simulando el mismo recorrido. En las mejillas, en la frente hasta terminar dejando un leve roce en sus labios, murmurando contra ellos y bajo unos ojos abiertos, incrédulos “Amen”. Sonreí bajo mi fachada de cura – Hijo mío, esta noche es muy negra para rezar. Los demonios penetraron en nuestra tierra, mancillaron la Iglesia y se encuentran aquí, esperando… esperando por nosotros. Debemos apresurarnos y huir, el señor nos protegerá ante las bestias del diablo – mi tono de voz era delicado y tembloroso, angustiado pero manteniendo aquella calma que todo cura debía de poseer para calmar a su rebaño.

El muchacho al ver mi rostro asustado, se apresuró a levantarse, con la idea de salir de allí, sin mostrarse educado y agradecerle al pobre cura, que le avise para tener tiempo en que huir. Ese gesto me cabreó tanto, que solo girarse en su mente dibujé por toda la Iglesia, seres infernales, sin cabeza algunos, otros cuerpos deformados llenos de sangre y con verdaderos cuernos en sus cabezas. Usé el don sobre Brie, para que ella fuera participe y espectadora del espectáculo, del terror de nuestra comida y del juego previo a su muerte. Sonreí, el joven se había quedado estático en el sitio, del terror que le embargaba. El corazón volvía a calentar su sangre, esparciendo su aroma y el efluvio de miedo entre aquel lugar de dios.

- ¡ Corre muchacho, corre! – Le urgí, llevándolo a caer en mi trampa. Me hizo caso, y corrió por la Iglesia, queriendo llegar a la salida, encontrándose cortado tras que una parte de los demonios aparecieran de la nada, interponiéndose entre la salida y él. Uno de los demonios, le tocó la espalda y despavorido chilló intentando quitárselo de encima y alejarse de él. Sonreí y dejé que el demonio le dejara escaquearse y volviera a adentrarse en la Iglesia. Volví hacia donde la vampira observaba. Volví a abrazarla con los brazos - ¿Qué le parece madame? ¿Alguna sugerencia?  – Reí contra ella observando los esfuerzos del joven por escapar, hasta encontrarse de nuevo rodeado y despavorido, con el intenso miedo de encontrarse con que existen aquellos demonios, que su absurda biblia nombra como diablos y el mal en todo su esplendor. Sintiendo que sus últimos segundos serán en aquel lugar, abandonado por su dios, en su propia Iglesia. Tan cerca y tan lejos, la paradoja de la religión de los mortales.
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