AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El dolor del pasado (Libre)
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El dolor del pasado (Libre)
Caminaba por el empedrado de dicha calle sin rumbo fijo, la poca gente que cruzaba por aquel lugar ignoraba mi presencia, tal vez por una sombra me confundía lo deduje, pero no los culpo tal vez se por mi vestimenta oscura como la misma noche.
Me encontraba cansada risien había terminado con una misión importare de la santa sede, creo que tenia que regresar a mi mansión y descansar un poco en ves de estar bagando por los callejones de París pero algo no me dejaba regresar acaso ¿es la tortura de mis pensamientos? que por siglos me a mantenido existiendo.
Seguía pensando en lo antaño de pronto escuche un ruido mis sentidos estaban tan alertas que mi reflejo fue regrese a ver y estar alerta saque mis armas de de fuego y apunte a aquel ruido extraño, mi mirada era fija y no temblaba, pero mis sospechas eran falsas el ruido solo era un gato de color grisáceo que buscaba algo de comer en los basureros de esta cuidad.
--Tal vez se como aquel animal....perdió en un mundo que solo esta en una guerra continua-- paso por mi mente mientras aquel felino se aljaba de mi--
¿que debo hacer? ¿porque sigo aquí? son las preguntas que jamas podre responder ¿Por que me hesite esto?. mire al cielo negro como la misma oscuridad sin el majestuoso brillo de las estrellas. Una terrible tristeza me invadió y los recuerdo me atacaban como filosos cuchillos que rasgando mi cuerpo, me abrase y presione con tanta fuerza mis brazos hasta caer de rodillas al suelo mientras las las heladas lagrimas recorrían mi rostro
Me encontraba cansada risien había terminado con una misión importare de la santa sede, creo que tenia que regresar a mi mansión y descansar un poco en ves de estar bagando por los callejones de París pero algo no me dejaba regresar acaso ¿es la tortura de mis pensamientos? que por siglos me a mantenido existiendo.
Seguía pensando en lo antaño de pronto escuche un ruido mis sentidos estaban tan alertas que mi reflejo fue regrese a ver y estar alerta saque mis armas de de fuego y apunte a aquel ruido extraño, mi mirada era fija y no temblaba, pero mis sospechas eran falsas el ruido solo era un gato de color grisáceo que buscaba algo de comer en los basureros de esta cuidad.
--Tal vez se como aquel animal....perdió en un mundo que solo esta en una guerra continua-- paso por mi mente mientras aquel felino se aljaba de mi--
¿que debo hacer? ¿porque sigo aquí? son las preguntas que jamas podre responder ¿Por que me hesite esto?. mire al cielo negro como la misma oscuridad sin el majestuoso brillo de las estrellas. Una terrible tristeza me invadió y los recuerdo me atacaban como filosos cuchillos que rasgando mi cuerpo, me abrase y presione con tanta fuerza mis brazos hasta caer de rodillas al suelo mientras las las heladas lagrimas recorrían mi rostro
Nemurenai Darksaigo- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: El dolor del pasado (Libre)
"Es curioso lo lejana que resulta una desgracia cuando no nos atañe personalmente".
John Ernst Steinbeck
John Ernst Steinbeck
Se estiró en su cama, con pereza, mientras disfrutaba reviviendo las escenas que poco hacía habían ocurrido en aquel cuarto.
Si le hubieran dicho que Târsil iba a amarla tanto como ella a él, se habría reído amargamente. Pero era verdad; y saber que él le amaba le infundía fuerzas nuevas. Claro que el anhelado reencuentro no estuvo exento de diferencias terribles. Ella estaba decidida a convertirse en Inquisidora. Él estaba decidido a impedirlo a toda cosa. Jîldael suspiró resignada, culpa suya era enamorarse de alguien como él; pero bueno, una gata no está feliz si no tiene una rencilla diaria, solía decirle Charles.
Otro suspiro, ahora causa de su Can favorito. ¿A dónde habría ido Charles? Le dijo que al sur, pero... No le gustaba separarse de él por tanto tiempo, pero se lo prometió; cada vez que él quisiera viajar, ella lo aceptaría sin preguntas ni correas. ¡Qué difícil era estar sola!
Embebida de renovados espíritus decidió echarse cama abajo y preparar una improvisada salida. Lo bueno de estar tan rematadamente sola era que nadie le controlaría, ni le pondría trabas a sus planes. Se bañó con esmero y con ese mismo cuidado escogió su atuendo: nada muy llamativo, telas simples, cortes bastos, nada de joyas, ni de maquillaje, ni perfumes, el cabello recogido en un “tomate” sin gracia, esclavina de raso y una montura sencilla para llegar a París. Ante todo, debía parecer Valerie Noir, la hija de un simple criado. Satisfecha con su disfraz, partió hacia la zona en que, sabía, solían deambular Inquisidores y Cazadores. Con algo de suerte, tal vez diera con alguno de los asesinos de su padre, para ajustar cuentas pendientes; o tal vez, pudiera averiguar, sin llamar demasiado la atención, cómo hacerse de un puesto en el brazo armado de la Santa Madre Iglesia.
Apuró a su corcel, entusiasmada con sus perspectivas, para luego dejarlo en manos amigas que sabría cuidar bien de él y terminó su trayecto a pie. La noche había caído ya sobre París; era una noche obscura, sin estrellas y sin luna, perfecta para crímenes de toda orden. ¡Qué simple era matar de ese modo! Solía preguntarse dónde estaba la Iglesia entonces, tan preocupada de exterminar a los Sobrenaturales, ¿por qué no tomaba las mismas medidas con los verdaderos criminales?, ¿por qué no se ocupaba con la misma celeridad de los violadores, pedófilos y asesinos que infestaban las calles de la “ciudad del amor”?, ¿qué clase de Iglesia era que perdía tales sumas de dineros en acabar con la vida de inocentes (tal vez excepto los vampiros, tal vez ellos se lo merecieran), sin preocuparse por aquéllos que sí causaban terribles daños a la ética, la moral y, sobre todo, la valiosa vida humana?
En eso pensaba –y a punto estuvo de volver sobre sus pasos– cuando un olor particular la alertó. Estaba bastante lejos aún, y no era perceptible para narices humanas, pero ella podía identificarlo a kilómetros a la redonda. Un inmortal acercaba sus pasos en su dirección. Era el mismo olor que inundó sus sentidos el día que su padre murió. Nunca lo olvidaría: un licántropo, un vampiro, cinco humanos; aquélla era la lista de los ejecutores de Jean Del Balzo; aún no tenía sus identidades y había tenido que conformarse con la muerte de los cómplices que facilitaron su orfandad, pero a los asesinos, a esos todavía no había podido darles caza; quizás esta noche, tuviera algo de suerte.
Se escondió en un callejón cercano que parecía ser una especie de basurero colectivo, por la cantidad de inmundicia que rodeaba al lugar; tres o cuatro gatos esqueléticos se peleaban las sobras que todavía tenían algo que ofrecer; Jîldael sufrió vivamente por sus hermanos menores y registró el lugar en su memoria, dispuesta a volver por esos felinos en desgracia para darles un mejor destino. No pudo distraerse por más tiempo; el Muerto–Vivo se acercaba ya.
Por una parte, no pudo evitar felicitarse, pues quien se acercaba pertenecía claramente a la fuerza armada de la Iglesia: así lo delataban sus cuidados movimientos, el tipo de ropa que usaba y, sobre todo, el tipo de armas que se permitía cargar a vista y paciencia de todos; pero, por otra parte, su decepción no pudo ser más evidente y demoledora, quien transitaba a esas horas por esa solitaria calle era una vampiresa (todos los asesinos de su padre eran varones), por lo que su presencia en nada ayudaba a Jîldael para esclarecer el crimen de su padre; no obstante lo anterior, no le quitó la vista de encima; la mujer parecía agotada, pese a su inenarrable belleza, como si una parte de ella no pudiera conciliar algún conflicto interior. Jîldael suspiró, sintiendo perdida la noche, e intentó retirarse sin delatar su presencia; no era que pudiera sentarse con una vampiresa a tomar el té de la tarde para preguntarle por la Inquisición como quien pregunta por el sabor de una galleta. De todos los Inquisidores, los Condenados eran los más quisquillosos y desconfiados. Una pregunta mal hecha, y la Cambiaformas terminaría muerta antes de siquiera pensar en convertirse.
Dos cautelosos pasos la sumieron en la obscuridad, pero los gatos, de quienes se doliera segundos antes, espantados con su presencia, no tardaron en delatar su posición. La Inquisidora giró rápida, apuntando con su arma en lo que tarda uno en exhalar; para fortuna de la Pantera, la extraña sólo dio con un de los pulgosos gatos que se peleaban la comida. La Inquisidora escrutó al cielo, con si buscara respuestas que no pudiera encontrar. Y, por alguna razón, quizás instinto, quizás soberbia, quizás terquedad, Jîldael salió de su escondite y la enfrentó:
– Admito que no esperaba a una mujer en estos lares... mucho menos a una de vuestra especie... Pero creo que, si me dais la oportunidad, podría llamaros Maestre. Sé quién sois y, si bajáis esa arma, podré deciros mi identidad y mis intenciones en esta negra y peligrosa noche. – solicitó, amable, esperando que la inmortal fuera tan curiosa como letal.
Como siempre, se rodeó el vientre en gesto protector. Si Târsil y Charles no le ayudaban a entrar en la Inquisición, tal vez la vampiresa frente a ella fuera el mejor camino.
***
Si le hubieran dicho que Târsil iba a amarla tanto como ella a él, se habría reído amargamente. Pero era verdad; y saber que él le amaba le infundía fuerzas nuevas. Claro que el anhelado reencuentro no estuvo exento de diferencias terribles. Ella estaba decidida a convertirse en Inquisidora. Él estaba decidido a impedirlo a toda cosa. Jîldael suspiró resignada, culpa suya era enamorarse de alguien como él; pero bueno, una gata no está feliz si no tiene una rencilla diaria, solía decirle Charles.
Otro suspiro, ahora causa de su Can favorito. ¿A dónde habría ido Charles? Le dijo que al sur, pero... No le gustaba separarse de él por tanto tiempo, pero se lo prometió; cada vez que él quisiera viajar, ella lo aceptaría sin preguntas ni correas. ¡Qué difícil era estar sola!
Embebida de renovados espíritus decidió echarse cama abajo y preparar una improvisada salida. Lo bueno de estar tan rematadamente sola era que nadie le controlaría, ni le pondría trabas a sus planes. Se bañó con esmero y con ese mismo cuidado escogió su atuendo: nada muy llamativo, telas simples, cortes bastos, nada de joyas, ni de maquillaje, ni perfumes, el cabello recogido en un “tomate” sin gracia, esclavina de raso y una montura sencilla para llegar a París. Ante todo, debía parecer Valerie Noir, la hija de un simple criado. Satisfecha con su disfraz, partió hacia la zona en que, sabía, solían deambular Inquisidores y Cazadores. Con algo de suerte, tal vez diera con alguno de los asesinos de su padre, para ajustar cuentas pendientes; o tal vez, pudiera averiguar, sin llamar demasiado la atención, cómo hacerse de un puesto en el brazo armado de la Santa Madre Iglesia.
Apuró a su corcel, entusiasmada con sus perspectivas, para luego dejarlo en manos amigas que sabría cuidar bien de él y terminó su trayecto a pie. La noche había caído ya sobre París; era una noche obscura, sin estrellas y sin luna, perfecta para crímenes de toda orden. ¡Qué simple era matar de ese modo! Solía preguntarse dónde estaba la Iglesia entonces, tan preocupada de exterminar a los Sobrenaturales, ¿por qué no tomaba las mismas medidas con los verdaderos criminales?, ¿por qué no se ocupaba con la misma celeridad de los violadores, pedófilos y asesinos que infestaban las calles de la “ciudad del amor”?, ¿qué clase de Iglesia era que perdía tales sumas de dineros en acabar con la vida de inocentes (tal vez excepto los vampiros, tal vez ellos se lo merecieran), sin preocuparse por aquéllos que sí causaban terribles daños a la ética, la moral y, sobre todo, la valiosa vida humana?
En eso pensaba –y a punto estuvo de volver sobre sus pasos– cuando un olor particular la alertó. Estaba bastante lejos aún, y no era perceptible para narices humanas, pero ella podía identificarlo a kilómetros a la redonda. Un inmortal acercaba sus pasos en su dirección. Era el mismo olor que inundó sus sentidos el día que su padre murió. Nunca lo olvidaría: un licántropo, un vampiro, cinco humanos; aquélla era la lista de los ejecutores de Jean Del Balzo; aún no tenía sus identidades y había tenido que conformarse con la muerte de los cómplices que facilitaron su orfandad, pero a los asesinos, a esos todavía no había podido darles caza; quizás esta noche, tuviera algo de suerte.
Se escondió en un callejón cercano que parecía ser una especie de basurero colectivo, por la cantidad de inmundicia que rodeaba al lugar; tres o cuatro gatos esqueléticos se peleaban las sobras que todavía tenían algo que ofrecer; Jîldael sufrió vivamente por sus hermanos menores y registró el lugar en su memoria, dispuesta a volver por esos felinos en desgracia para darles un mejor destino. No pudo distraerse por más tiempo; el Muerto–Vivo se acercaba ya.
Por una parte, no pudo evitar felicitarse, pues quien se acercaba pertenecía claramente a la fuerza armada de la Iglesia: así lo delataban sus cuidados movimientos, el tipo de ropa que usaba y, sobre todo, el tipo de armas que se permitía cargar a vista y paciencia de todos; pero, por otra parte, su decepción no pudo ser más evidente y demoledora, quien transitaba a esas horas por esa solitaria calle era una vampiresa (todos los asesinos de su padre eran varones), por lo que su presencia en nada ayudaba a Jîldael para esclarecer el crimen de su padre; no obstante lo anterior, no le quitó la vista de encima; la mujer parecía agotada, pese a su inenarrable belleza, como si una parte de ella no pudiera conciliar algún conflicto interior. Jîldael suspiró, sintiendo perdida la noche, e intentó retirarse sin delatar su presencia; no era que pudiera sentarse con una vampiresa a tomar el té de la tarde para preguntarle por la Inquisición como quien pregunta por el sabor de una galleta. De todos los Inquisidores, los Condenados eran los más quisquillosos y desconfiados. Una pregunta mal hecha, y la Cambiaformas terminaría muerta antes de siquiera pensar en convertirse.
Dos cautelosos pasos la sumieron en la obscuridad, pero los gatos, de quienes se doliera segundos antes, espantados con su presencia, no tardaron en delatar su posición. La Inquisidora giró rápida, apuntando con su arma en lo que tarda uno en exhalar; para fortuna de la Pantera, la extraña sólo dio con un de los pulgosos gatos que se peleaban la comida. La Inquisidora escrutó al cielo, con si buscara respuestas que no pudiera encontrar. Y, por alguna razón, quizás instinto, quizás soberbia, quizás terquedad, Jîldael salió de su escondite y la enfrentó:
– Admito que no esperaba a una mujer en estos lares... mucho menos a una de vuestra especie... Pero creo que, si me dais la oportunidad, podría llamaros Maestre. Sé quién sois y, si bajáis esa arma, podré deciros mi identidad y mis intenciones en esta negra y peligrosa noche. – solicitó, amable, esperando que la inmortal fuera tan curiosa como letal.
Como siempre, se rodeó el vientre en gesto protector. Si Târsil y Charles no le ayudaban a entrar en la Inquisición, tal vez la vampiresa frente a ella fuera el mejor camino.
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Última edición por Jîldael Del Balzo el Jue Jul 18, 2013 2:01 pm, editado 1 vez
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: El dolor del pasado (Libre)
Mi mente es mi carcelero y torturador desde tiempos inmemorables nunca tuve una razón por la cual sonreír al pasado, mi culpa, mi importancia, mi debilidad fueron las cusas por la que te perdí amor mío y eso aunque pasen siglos siempre estará latente en mis memorias yo solo quería que nuestro destino sea feliz como el resto de las personas pero mira como nos ha tratado el destino te vi morir en mis brazos diciendo que debería conservas mi vida y con ella tratar de llegar a un coexistencia con el resto de personas.
Aun que tu herida era de gravedad tu aun quisiste que cumplirá una promesa más, promesa que no si pobre cumplir tus palabras son ecos en mi mente. –Encuentra a alguien que ames tanto como me amaste a mí— esas palabras son mi tormento y con el paso de los siglos me doy cuenta que jamás lo poder cumplir ¿Qué persona en su sano juicio podría amar a un monstruo como yo? Es algo aborrecible la gente al ver algo a lo que no están acostumbras su reacción es de desprecio peor aun cuando no puede comprenderlo, los humanos poseen el arma más mortal de todos….las palabras con solo una puede destruir tu mundo.
¿Cuánto tiempo debo cargar con esto? ¿Será hasta todo mi eternidad?—me lo dije en mi mente— yo solo quiero que paguen con sangre lo que me hicieron siglos atrás yo sé que eso no me devolverá a mi amado pero al menos vengare su muerte.
Los recuerdos el mayor dolor me lo rápido una y otra vez mientras mis lágrimas dibujan el contorno de mi rostro, mientras intentaba sentir de nuevo el calor con mis manos…mientras caiga de rodillas y me quebraba por completo, disfrazo mis verdadero yo con hostilidad y sentimientos fríos para que nadie se aproveche y vuelve a quitarme lo único que me queda en esta existencia.
De pronto un voz una dulce voz que rompe mi silencia y a la vez mis pensamientos, era la voz de un joven dama, mis sentidos eran tan desarrollados que a pesar de la oscuridad podía verla como si fuera de día, una mujer de exquisita bella me había hablado lucia ropa rudimentaria pero su olor a perfuma de alta alcurnia la delataba –Clase alta—lo pensé sin titubear. La joven con delicada voz se presentó cordial mente pero el tono de su voz ocultaba algo, lo que siglos atrás me han enseñado es que no hay que confiarse en las apariencias.
Me levanté seque mis lágrimas y oculte mis armas a continuación con voz fría y seria le conteste.
--Lo sé, es fuera de lo común ver a una joven de noble cuna paseando en lugares pútridos como estos. ¿Qué es lo que buscas? Hermosa doncella.
Tal vez sea el destino, tal vez no quizás sea un nuevo comienzo.
Aun que tu herida era de gravedad tu aun quisiste que cumplirá una promesa más, promesa que no si pobre cumplir tus palabras son ecos en mi mente. –Encuentra a alguien que ames tanto como me amaste a mí— esas palabras son mi tormento y con el paso de los siglos me doy cuenta que jamás lo poder cumplir ¿Qué persona en su sano juicio podría amar a un monstruo como yo? Es algo aborrecible la gente al ver algo a lo que no están acostumbras su reacción es de desprecio peor aun cuando no puede comprenderlo, los humanos poseen el arma más mortal de todos….las palabras con solo una puede destruir tu mundo.
¿Cuánto tiempo debo cargar con esto? ¿Será hasta todo mi eternidad?—me lo dije en mi mente— yo solo quiero que paguen con sangre lo que me hicieron siglos atrás yo sé que eso no me devolverá a mi amado pero al menos vengare su muerte.
Los recuerdos el mayor dolor me lo rápido una y otra vez mientras mis lágrimas dibujan el contorno de mi rostro, mientras intentaba sentir de nuevo el calor con mis manos…mientras caiga de rodillas y me quebraba por completo, disfrazo mis verdadero yo con hostilidad y sentimientos fríos para que nadie se aproveche y vuelve a quitarme lo único que me queda en esta existencia.
De pronto un voz una dulce voz que rompe mi silencia y a la vez mis pensamientos, era la voz de un joven dama, mis sentidos eran tan desarrollados que a pesar de la oscuridad podía verla como si fuera de día, una mujer de exquisita bella me había hablado lucia ropa rudimentaria pero su olor a perfuma de alta alcurnia la delataba –Clase alta—lo pensé sin titubear. La joven con delicada voz se presentó cordial mente pero el tono de su voz ocultaba algo, lo que siglos atrás me han enseñado es que no hay que confiarse en las apariencias.
Me levanté seque mis lágrimas y oculte mis armas a continuación con voz fría y seria le conteste.
--Lo sé, es fuera de lo común ver a una joven de noble cuna paseando en lugares pútridos como estos. ¿Qué es lo que buscas? Hermosa doncella.
Tal vez sea el destino, tal vez no quizás sea un nuevo comienzo.
Nemurenai Darksaigo- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: El dolor del pasado (Libre)
“El mayor despeñadero, la confianza.”
Francisco de Quevedo
Francisco de Quevedo
La Cambiaformas alzó la barbilla en orgullosa indiferencia, que tambaleó cuando le pareció que la vampiresa estaba llorando; por un segundo, tuvo el impulso de olvidarlo todo y ofrecerle su consuelo.
Un paso. Dos. Y el silencio.
La Del Balzo sacudió su cabeza, al tiempo que una sonrisa irónica le cruzaba el rostro. Ella no era así, pero, desde que una vida crecía en su interior, se había vuelto más inestable, más emocional, más débil. Y era justamente lo que menos necesitaba; debía mantenerse firme y segura y, sobre todo, distante. No podía permitir que nadie la viera como realmente era; sabía que en la confianza estaba el mayor de los peligros. No podía permitirse el lujo de la humanidad que otros no tendrían con ella, de conocer su verdadera condición.
Capituló sus emociones en un pestañear de ojos y se mantuvo serena y distante, obviando lo que estaba segura de haber visto. La mujer enfrente de ella era una Inmortal que estaba atormentada por un terrible pasado; tal vez, si Jîldael lograba apretar su suerte en la dirección adecuada, quizás consiguiera su objetivo final, Ni siquiera tenía que llegar a convertirse en una Inquisidora; con los meses de preparación le bastaría. Todo lo que la Cambiaformas necesitaba era la oportunidad de acceder a los archivos secretos de la institución. Unas semanas dentro y, con su talento natural para actuar, más un poco de su típica suerte felina, estaba segura de que podría lograr los nombres que tanto tiempo llevaba buscando.
Y, cuando los tuviera, cuando supiera quiénes eran los culpables... que Dios y la Iglesia se apiadasen de ellos...
Pero antes, antes lo primero.
Para su fortuna, la vampiresa al final accedió a bajar su arma y a mirarla con suma atención. Y Jîldael recordó por qué en su vida prácticamente nunca se había relacionado con los Bebedores de Sangre; la mirada de la extraña le atravesó de tal modo que pareció develar toda su vida en esos instantes, sin la menor dificultad; la Cambiaformas intentó bloquear su mente como en incontables ocasiones su Maestre procuró que aprendiera, pero no estuvo segura de conseguirlo, y las palabras de la Inquisidora confirmaron sus temores:
– Lo sé, es fuera de lo común ver a una joven de noble cuna... –
La mitad de lo que la vampiresa dijo no llegó al cerebro de Jîldael pues un terrible mareo cortó toda posibilidad de pensar coherentemente ante la que se delataba como una Inquisidora de verdadero peligro. La Del Balzo, sintiéndose verdaderamente mal, se cansó rápido del juego de la Inmortal y apuró las cosas, deseosa de salir de ese callejón y poder retornar lo antes posible a la seguridad de su mansión.
– Ya que estamos con esas, dejémonos de tretas y mentiras. Vos sois una Inquisidora, además de una Inmortal. Yo soy... soy... – el mareo se intensificaba a ratos; en sus cuatro meses de embarazo no tuvo un solo síntoma de malestar y tenía que venir a enfermarse en el único momento en que Charles no estaba para salvarla. Se sobrepuso lo mejor que pudo y siguió: – Os prometo que averiguaréis lo que soy, pero os ruego que salgamos de aquí. Ya podremos hablar con calma y poner nuestras cartas sobre la mesa. ¿Puedo tener vuestra palabra de que no me haréis daño antes de hablar conmigo? – las palabras se arrastraron en su paladar y su visión falló a tal punto que tuvo que apoyarse en la pared del inmundo callejón. Debería haberlo pensado mejor... debería haber hecho caso de lo que Charles y Târsil le dijeron.
¿Por qué siempre era tan obstinada? Ahora estaba atrapada, con una Inquisidora Condenada como su única esperanza para salir de allí..., pero ¿la ayudaría a salir de allí?
***
Un paso. Dos. Y el silencio.
La Del Balzo sacudió su cabeza, al tiempo que una sonrisa irónica le cruzaba el rostro. Ella no era así, pero, desde que una vida crecía en su interior, se había vuelto más inestable, más emocional, más débil. Y era justamente lo que menos necesitaba; debía mantenerse firme y segura y, sobre todo, distante. No podía permitir que nadie la viera como realmente era; sabía que en la confianza estaba el mayor de los peligros. No podía permitirse el lujo de la humanidad que otros no tendrían con ella, de conocer su verdadera condición.
Capituló sus emociones en un pestañear de ojos y se mantuvo serena y distante, obviando lo que estaba segura de haber visto. La mujer enfrente de ella era una Inmortal que estaba atormentada por un terrible pasado; tal vez, si Jîldael lograba apretar su suerte en la dirección adecuada, quizás consiguiera su objetivo final, Ni siquiera tenía que llegar a convertirse en una Inquisidora; con los meses de preparación le bastaría. Todo lo que la Cambiaformas necesitaba era la oportunidad de acceder a los archivos secretos de la institución. Unas semanas dentro y, con su talento natural para actuar, más un poco de su típica suerte felina, estaba segura de que podría lograr los nombres que tanto tiempo llevaba buscando.
Y, cuando los tuviera, cuando supiera quiénes eran los culpables... que Dios y la Iglesia se apiadasen de ellos...
Pero antes, antes lo primero.
Para su fortuna, la vampiresa al final accedió a bajar su arma y a mirarla con suma atención. Y Jîldael recordó por qué en su vida prácticamente nunca se había relacionado con los Bebedores de Sangre; la mirada de la extraña le atravesó de tal modo que pareció develar toda su vida en esos instantes, sin la menor dificultad; la Cambiaformas intentó bloquear su mente como en incontables ocasiones su Maestre procuró que aprendiera, pero no estuvo segura de conseguirlo, y las palabras de la Inquisidora confirmaron sus temores:
– Lo sé, es fuera de lo común ver a una joven de noble cuna... –
La mitad de lo que la vampiresa dijo no llegó al cerebro de Jîldael pues un terrible mareo cortó toda posibilidad de pensar coherentemente ante la que se delataba como una Inquisidora de verdadero peligro. La Del Balzo, sintiéndose verdaderamente mal, se cansó rápido del juego de la Inmortal y apuró las cosas, deseosa de salir de ese callejón y poder retornar lo antes posible a la seguridad de su mansión.
– Ya que estamos con esas, dejémonos de tretas y mentiras. Vos sois una Inquisidora, además de una Inmortal. Yo soy... soy... – el mareo se intensificaba a ratos; en sus cuatro meses de embarazo no tuvo un solo síntoma de malestar y tenía que venir a enfermarse en el único momento en que Charles no estaba para salvarla. Se sobrepuso lo mejor que pudo y siguió: – Os prometo que averiguaréis lo que soy, pero os ruego que salgamos de aquí. Ya podremos hablar con calma y poner nuestras cartas sobre la mesa. ¿Puedo tener vuestra palabra de que no me haréis daño antes de hablar conmigo? – las palabras se arrastraron en su paladar y su visión falló a tal punto que tuvo que apoyarse en la pared del inmundo callejón. Debería haberlo pensado mejor... debería haber hecho caso de lo que Charles y Târsil le dijeron.
¿Por qué siempre era tan obstinada? Ahora estaba atrapada, con una Inquisidora Condenada como su única esperanza para salir de allí..., pero ¿la ayudaría a salir de allí?
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Última edición por Jîldael Del Balzo el Jue Jul 18, 2013 2:07 pm, editado 3 veces
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: El dolor del pasado (Libre)
Una voz me despertó del sueño de pesadillas, una joven que guardaba su distancia lo cual no me daba impresiona todos me tienen miedo todos se alejan de mi solo por ser lo que soy no importa lo que haga siempre huyen de lo desconocido siempre a sido así y siempre sera asi.
En esta clases nunca sabrás con quien te encontraras ni cual sera tu destino ahora tengo en frente un risco o sera un oportunidad para consumir mi venganza cada vez que recuerdo eso me hierbe la sangre quiero matar a cada uno de los que mataron mi sueños destrozarles el alma como me hicieron a mi.
Esta sera la oportunidad que anhelado o la caído que tanto he esquivado, mire a la joven al igual que el color de su aura un don innato de mi raza, su color era diferente no era un vampiro pero ese color era casi similar a un Licantropo ese color lo había visto en un combate tiempo atrás pero no recordaba de que raza era. pero algo mas me lleva la atención de tan misteriosa mujer, un aura pequeña que ella llevaba en el interior....acaso...acaso¿ lleva una vida en su vientre? pero ¿En que esta pensando? traer a un criatura indefensa en un mundo que se pudre a casa segundo pero también es la luz que necesita cada persona para sobrevivir a esta guerra interna, por la persona que amas se puede hacer hasta locuras.
La joven me hablo pero de depende algo extraño le sucedió paresia tener algún tipo de dolor lo cual iso que se aferrar a la pared del callejón ella sabia lo que yo era un Inquisidora de la Santa Iglesia pero ¿como? si lo sabia mi vestimenta es tan obvia otra idea se me paso por la mente acaso ¿también no sera humana?
De pronto la joven comenzó a sentir un dolor mas fuerte y entre palabras cortadas me dijo que la sacara de aquí con la condición de que no le haga daño, los siglos me han enseñado que no debo confiar en nadie ni siquiera en un moribundo no puedo confiar en nadie, pero ella me recordaba a mi yo también subir mucho y rogaba tengo que tomar una decisión ya.
--Lo haré, pero solo por la criatura que llevas.
Me acerqué a la joven solo pensaba si intenta hacer algo la matare sin piedad alguna lo juro.
En esta clases nunca sabrás con quien te encontraras ni cual sera tu destino ahora tengo en frente un risco o sera un oportunidad para consumir mi venganza cada vez que recuerdo eso me hierbe la sangre quiero matar a cada uno de los que mataron mi sueños destrozarles el alma como me hicieron a mi.
Esta sera la oportunidad que anhelado o la caído que tanto he esquivado, mire a la joven al igual que el color de su aura un don innato de mi raza, su color era diferente no era un vampiro pero ese color era casi similar a un Licantropo ese color lo había visto en un combate tiempo atrás pero no recordaba de que raza era. pero algo mas me lleva la atención de tan misteriosa mujer, un aura pequeña que ella llevaba en el interior....acaso...acaso¿ lleva una vida en su vientre? pero ¿En que esta pensando? traer a un criatura indefensa en un mundo que se pudre a casa segundo pero también es la luz que necesita cada persona para sobrevivir a esta guerra interna, por la persona que amas se puede hacer hasta locuras.
La joven me hablo pero de depende algo extraño le sucedió paresia tener algún tipo de dolor lo cual iso que se aferrar a la pared del callejón ella sabia lo que yo era un Inquisidora de la Santa Iglesia pero ¿como? si lo sabia mi vestimenta es tan obvia otra idea se me paso por la mente acaso ¿también no sera humana?
De pronto la joven comenzó a sentir un dolor mas fuerte y entre palabras cortadas me dijo que la sacara de aquí con la condición de que no le haga daño, los siglos me han enseñado que no debo confiar en nadie ni siquiera en un moribundo no puedo confiar en nadie, pero ella me recordaba a mi yo también subir mucho y rogaba tengo que tomar una decisión ya.
--Lo haré, pero solo por la criatura que llevas.
Me acerqué a la joven solo pensaba si intenta hacer algo la matare sin piedad alguna lo juro.
Nemurenai Darksaigo- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/05/2013
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Re: El dolor del pasado (Libre)
“La muerte no llega más que una vez, pero se hace sentir en todos los momentos de la vida.”
Jean de la Bruyère
Jean de la Bruyère
La vampiresa pareció meditar su respuesta; Jîldael odiaba esa mirada que parecía atravesarla, que parecía extraer todo de ella: sus recuerdos, sus temores, sus secretos. Luchó imperiosamente por no pensar en Târsil o en Charles y lo consiguió a duras penas, pero no pudo reprimir los pensamientos que delataban su embarazo. Las palabras de la extraña fueron la bofetada a su arrogancia.
Siempre fue temeraria y provocadora; más de una vez, su orgullo le ganó una bofetada, unas cuantas costillas quebradas y lucir un moretón durante semanas. Y en todo ese tiempo, el único que pudo medianamente domarla fue Charles, pero incluso él solía perder la batalla contra su mal carácter..., pero eso era antes, cuando no tenía responsabilidades, cuando era ella el deber de alguien más. A veces le parecía que su vida recién había cambiado; y, otras veces, parecía que había envejecido hacía mucho tiempo.
Mientras el terrible mareo se intensificaba y la Inmortal frente a ella consideraba ayudarla o no, se prometió a sí misma no volver a exponerse de esa manera. Târsil tenía razón; era una princesita jugando a ser matona. Charles tenía razón, era una cachorra que tendría su propio cachorro. Se sintió tan estúpida, tan irresponsable que no se toleró a sí misma, pero intentó no demostrarlo; debía procurar ante todo salir de allí y la vampiresa era el único camino que le quedaba, pero la mujer no hablaba nunca. Le pareció que habían pasado mil años cuando oyó su voz decir algo:
– Lo haré, pero sólo por la criatura que llevas. –
Y Jîldael casi pudo escuchar la voz de su Maestre burlándose de ella: “¿No te lo dije, gatita? Nada se puede ocultar ante los Bebedores de Sangre. Ellos tienen dones que incluso nosotros no podemos comprender”. Incontables veces trató el Cambiaformas canino que ella concibiera algún tipo de temor frente a los Muertos–Vivos, y jamás consiguió otra cosa que risas, burlas y desafíos. ¡Qué tarde había aprendido la Felina su lección! ¡Y cuánto lamentaba que su Maestre n estuviera allí para reprenderla! De seguro Charles habría sabido salir sin necesidad de recurrir a una Inmortal, Inquisidora condenada, para terminar de empeorar su noche.
¡Idiota! ¡Mil veces estúpida!
– Por la razón que sea, os lo agradezco; a unas cuadras de aquí, siguiendo esta misma calleja, hay una posada de poco valor, pero tengo amigos allí que nos ofrecerán cama, comida y privacidad. Entenderéis que, por mi estado, necesito reposar en una cama. Además, encerrada en cuatro paredes, no es que yo tenga mucha oportunidad de escapar. – replicó, apenas; cada vez se sentía peor – Allí podremos conversar, si es que vos accedéis a llevarme allí. A menos, claro, que tengáis otros planes en mente, que estaré encantada en discutir..., cuando me sienta mejor. – alcanzó a decir, cuando la peor de las náuseas la obligó a separarse de la extraña para vomitar en un rincón del sucio callejón.
Se le doblaron las rodillas y el cuerpo entero sucumbió a los temblores y la pérdida de calor. Era urgente que la Inquisidora la sacara de allí, pero la Inmortal parecía tener sus propios planes y Jîldael se encontró rezando porque la desconocida la llevara al sitio donde Cossette y las otras mujeres cuidarían bien de ella. Rezar era lo único que le quedaba, porque, pese a todo, la fe era lo único que no había perdido en todo ese tiempo.
***
Siempre fue temeraria y provocadora; más de una vez, su orgullo le ganó una bofetada, unas cuantas costillas quebradas y lucir un moretón durante semanas. Y en todo ese tiempo, el único que pudo medianamente domarla fue Charles, pero incluso él solía perder la batalla contra su mal carácter..., pero eso era antes, cuando no tenía responsabilidades, cuando era ella el deber de alguien más. A veces le parecía que su vida recién había cambiado; y, otras veces, parecía que había envejecido hacía mucho tiempo.
Mientras el terrible mareo se intensificaba y la Inmortal frente a ella consideraba ayudarla o no, se prometió a sí misma no volver a exponerse de esa manera. Târsil tenía razón; era una princesita jugando a ser matona. Charles tenía razón, era una cachorra que tendría su propio cachorro. Se sintió tan estúpida, tan irresponsable que no se toleró a sí misma, pero intentó no demostrarlo; debía procurar ante todo salir de allí y la vampiresa era el único camino que le quedaba, pero la mujer no hablaba nunca. Le pareció que habían pasado mil años cuando oyó su voz decir algo:
– Lo haré, pero sólo por la criatura que llevas. –
Y Jîldael casi pudo escuchar la voz de su Maestre burlándose de ella: “¿No te lo dije, gatita? Nada se puede ocultar ante los Bebedores de Sangre. Ellos tienen dones que incluso nosotros no podemos comprender”. Incontables veces trató el Cambiaformas canino que ella concibiera algún tipo de temor frente a los Muertos–Vivos, y jamás consiguió otra cosa que risas, burlas y desafíos. ¡Qué tarde había aprendido la Felina su lección! ¡Y cuánto lamentaba que su Maestre n estuviera allí para reprenderla! De seguro Charles habría sabido salir sin necesidad de recurrir a una Inmortal, Inquisidora condenada, para terminar de empeorar su noche.
¡Idiota! ¡Mil veces estúpida!
– Por la razón que sea, os lo agradezco; a unas cuadras de aquí, siguiendo esta misma calleja, hay una posada de poco valor, pero tengo amigos allí que nos ofrecerán cama, comida y privacidad. Entenderéis que, por mi estado, necesito reposar en una cama. Además, encerrada en cuatro paredes, no es que yo tenga mucha oportunidad de escapar. – replicó, apenas; cada vez se sentía peor – Allí podremos conversar, si es que vos accedéis a llevarme allí. A menos, claro, que tengáis otros planes en mente, que estaré encantada en discutir..., cuando me sienta mejor. – alcanzó a decir, cuando la peor de las náuseas la obligó a separarse de la extraña para vomitar en un rincón del sucio callejón.
Se le doblaron las rodillas y el cuerpo entero sucumbió a los temblores y la pérdida de calor. Era urgente que la Inquisidora la sacara de allí, pero la Inmortal parecía tener sus propios planes y Jîldael se encontró rezando porque la desconocida la llevara al sitio donde Cossette y las otras mujeres cuidarían bien de ella. Rezar era lo único que le quedaba, porque, pese a todo, la fe era lo único que no había perdido en todo ese tiempo.
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Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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