Mejor matar que ser matado [RAGNAR]

La aguja del tocadiscos de alejó en silencio y tras sus últimas notas, sólo dejó el silencio y las huellas de una danza carnal que había nacido con su melodía. Aun los rastros de ella podían contemplarse desnudos en aquél gran lecho matrimonial que, más que de doble plaza, parecía ser una cama dedicada a grandes orgías. Los estragos de aquella loca noche lujuriosa aun se amontonaban a nuestro alrededor: platos rotos bajo la ventana; horrendas cortinas de la misma arañadas como si una gran fiera salvaje se dejara deslizar por ellas; una flecha clavada en una de las mesas auxiliares; cajos tirados en el suelo y bocabajo; ropa interior alojada en cada esquina en la que se posara la mirada; unas esposas colgando del interior de un armario sin ropa; el látigo enrollado en mi pie derecho; una pastilla de jabón como arma homicida que atentó contra el espejo del tocador quebrado en mil pedazos; restos de pintalabios dibujando extrañas formas en la pared de color caqui; un zapato cuyo tacón de aguja se había incrustado en el sillón de estampado situado junto al diván, dónde se alojaban algunos rastros de sangre y pétalos de rosa... Sí, el desenfreno había llegado a aquél dormitorio y como un remolino, sus estragos eran visibles.

Y allí, entre aquél caos indomable, nos encontrábamos los dos: mi marido el Mafioso... luego estaba mi marido el Desquiciado, pero ese... tiene otra historia que contar. Como decía, me hallaba yo junto a Ragnar, quién aun seguía dormido plácidamente. Sonreí ante su angelical expresión: ¿quién diría que son sus hilos los que provocan tanto caos allá donde fija sus objetivos? Así, con los ojos cerrados, tranquilo, respirando tan pausadamente... parecía un ser divino, casi un ángel, un niño inocente al cuidado de una mujer como yo que le convirtiera en un hombre completo.

Las yemas de mis dedos dibujaban formas sobre la piel de su pecho, mordiéndome los labios cuando su piel se erizó y su ceño se frunció, despertando al inmortal más dormilón que jamás había conocido. Al fin, sus ojos oscuros se abrieron con pereza y sus pupilas se focalizaron en mi rostro, en mi mirada. Luego descendió hacia mi desnudez, torció una sonrisa complacida y volvió a mirarme con fijeza y cierta dulzura. Mis dedos atraparon su nariz, juguetones de buena mañana.

- Buenos días, Bello Durmiente.- ríe sin disimulo, jugando entonces con un mechón de sus cabellos alborotados.- Vamos, no me seas gruñón... llevas más de catorce horas durmiendo y yo quiero salir de esta alcoba alguna vez...

Y entonces, la puerta se abrió, los disparos atronadores convirtieron el lecho y las paredes en un reflejo del queso gruyere francés que tanto había odiado durante mi estancia en París y yo, sostenida por los brazos protectores de Ragnar, acabé volando por la ventana y cayendo... Ais... mejor no digo dónde acabó mi preciado trasero en aquella ocasión. Y es que debía acostumbrarme a huir cada maldito día de mi existencia, eso formaba parte de la rutina de mi maridito el Mafioso y yo, por supuesto, le apoyaba.